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¿Puede existir algo peor que madrugar? Si es así, es difícil de encontrar, eso desde luego. El ser humano no lleva siglos perfeccionando cada área de conocimiento para que ahora nos levantemos antes de que salga el puñetero sol. Además, yo creía que la principal ventaja de la piratería era poder hacer lo que me viniese en gana, incluyendo levantarme a la hora que quisiera. Pero no, claro, con Katharina von Steinhell eso no es posible. Anoche esperó justo a que me tomara un café bien cargado para decirme que nos levantaríamos al amanecer a entrenar. ¡A entrenar! Esa gorda... Vale, sí, respondiendo a mi pregunta, sí hay algo peor que madrugar, y es hacerlo para ver a la jefa.
Me visto con la mayor lentitud que me es posible, rascando todos los segundos de delicioso descanso que puedo. De camino al armario me tropiezo con la mole de Franklin, que ni se molesta en despertarse. Debe ser la única vez que no es molesto. Tras una ducha rápida, me pongo literalmente lo primero que cojo, ropa oscura, vieja y fea que no me importará sudar o romper y unas zapatillas de deporte de cuando me dio por rodear corriendo cada isla nueva por la que pasábamos -duré dos días-. Tampoco les tengo mucho cariño, y mejor que sea así. A saber en lo que está pensando la bruja cuando habla de entrenar. Ni siquiera me acuerdo hasta un rato después de coger un parche nuevo para hoy, así que seguiré con el de ayer, el que tiene una mano levantando únicamente el dedo corazón. Me parece muy apropiado, de todos modos.
La verdad es que no entiendo tanta obsesión por esto de ejercitarse como dementes. Si quisiera podría vencer a todos los de la banda por mí misma. Tan solo tendría que tumbarme encima de ellos y se acabaría el problema. Vale, en una lucha seria no me dejarían hacerlo, pero las luchas serias están sobrevaloradas. Esta gente me recuerda demasiado al viejo, siempre pendientes de hacerse más fuertes para luchar contra alguien, como si el resto del tiempo entre pelea y pelea fuese intrascendente. Entiendo que exista la intención de acabar con uno de los Yonko, pero aun así... Garrulos.
Salgo a cubierta sin desayunar, porque la gente que se levanta con hambre sin duda tiene algún tipo de desorden genético, y echo un vistazo a las monstruosas vistas que nos ofrece el bosque de Green Bit. La verdad es que ahora mismo me importa un comino lo impresionante del tamaño de esas flores, tan solo quiero irme a dormir. Pero en fin, todo sea para cerrarle la boca a la bruja. De todos modos supongo que haremos ejercicio un rato y ya está, ¿no? Tampoco hay necesidad de forzarse mucho, que además yo soy la que cocina y no puede dejarme tullida.
-Vale, ya estoy... -Un largo minuto de bostezo después-... lista. Te advierto de que no haré el desayuno hasta que no acabemos.
Me visto con la mayor lentitud que me es posible, rascando todos los segundos de delicioso descanso que puedo. De camino al armario me tropiezo con la mole de Franklin, que ni se molesta en despertarse. Debe ser la única vez que no es molesto. Tras una ducha rápida, me pongo literalmente lo primero que cojo, ropa oscura, vieja y fea que no me importará sudar o romper y unas zapatillas de deporte de cuando me dio por rodear corriendo cada isla nueva por la que pasábamos -duré dos días-. Tampoco les tengo mucho cariño, y mejor que sea así. A saber en lo que está pensando la bruja cuando habla de entrenar. Ni siquiera me acuerdo hasta un rato después de coger un parche nuevo para hoy, así que seguiré con el de ayer, el que tiene una mano levantando únicamente el dedo corazón. Me parece muy apropiado, de todos modos.
La verdad es que no entiendo tanta obsesión por esto de ejercitarse como dementes. Si quisiera podría vencer a todos los de la banda por mí misma. Tan solo tendría que tumbarme encima de ellos y se acabaría el problema. Vale, en una lucha seria no me dejarían hacerlo, pero las luchas serias están sobrevaloradas. Esta gente me recuerda demasiado al viejo, siempre pendientes de hacerse más fuertes para luchar contra alguien, como si el resto del tiempo entre pelea y pelea fuese intrascendente. Entiendo que exista la intención de acabar con uno de los Yonko, pero aun así... Garrulos.
Salgo a cubierta sin desayunar, porque la gente que se levanta con hambre sin duda tiene algún tipo de desorden genético, y echo un vistazo a las monstruosas vistas que nos ofrece el bosque de Green Bit. La verdad es que ahora mismo me importa un comino lo impresionante del tamaño de esas flores, tan solo quiero irme a dormir. Pero en fin, todo sea para cerrarle la boca a la bruja. De todos modos supongo que haremos ejercicio un rato y ya está, ¿no? Tampoco hay necesidad de forzarse mucho, que además yo soy la que cocina y no puede dejarme tullida.
-Vale, ya estoy... -Un largo minuto de bostezo después-... lista. Te advierto de que no haré el desayuno hasta que no acabemos.
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Esperaba a su compañera en la orilla de la playa con la vista puesta en el horizonte aún oscuro, los brazos cruzados y masticando un tubo de chocolate. Todas las mañanas despertaba con un hambre horrible, suerte que tenía la Varita Mágica de Burbruja para crear algo de comida porque la niña floja esa tenía un mal concepto de los horarios. ¿Qué era eso de desayunar a mediodía? En fin, tenía pensado aprovechar todo el día y hacer de este algo completamente productivo. Últimamente estaban sucediendo muchísimas cosas en el mundo y, causa del escándalo que hicieron en la Gran Ruta, muchos mercenarios y agentes tenían los ojos puestos en los deliciosos bocadillos que eran Kayadako, Alexandra e Inosuke. Tenían unas bonitas recompensas por sus cabezas, comenzaban a significar un problema, y como el Gobierno Mundial les pillase solos… Todos acabarían en problemas.
Quisiera asumirlo o no, Kayadako era la tercera al mando y debía estar a la altura de la situación. Ahora mismo, había una diferencia abismal entre la élite de la banda y los chicos, una diferencia que debía desaparecer a pasos agigantados. Estaban en el Nuevo Mundo, ya habían terminado de jugar a ser los piratas, ahora comenzaba la historia en serio. La bruja tenía muchísimos planes en mente, y la mayoría de ellos eran ambiciosos, pero para lograrlos necesitaba gente fuerte y con una férrea voluntad, no una tanda de inútiles. A veces las discusiones con la niña parche llegaban a ser divertidas, pero era hora de crecer y ver el mundo tal cual era.
—Así que la nenita ha dormido mal… —se burló cuando la niña somnolienta apareció—. Acostúmbrate, los próximos días serán peores. Le joda a quien le joda, eres la tercera al mando y necesito que te comportes como tal. Tengo enemigos tanto en la piratería como en el Gobierno Mundial, los mercenarios y agentes del Bajo Mundo tienen sus ojos puestos en mí. ¿Y sabes algo? Mis enemigos son también los tuyos. Eres débil, Kayadako, un caramelito de oro con el que jodernos la vida a mí y a Ivan, ¿entiendes? —Sabía que estaba sonando dura, pero tenía que entender que la situación era grave—. Si algo te pasa a ti o a cualquiera de los chicos, seré la primera en ir al rescate incluso sabiendo que podría ser una trampa. Me he comprometido a protegerlos y cuidarlos, pero solo puedo hacerlo si están al alcance de mi mano. Quiero que estés preparada para enfrentar los desafíos del Nuevo Mundo, así que te entrenaré yo misma. —Sacó la varilla de madera y se dio un varillazo en la palma de la mano—. No quiero quejas ni bromitas tontas, te vas a enfocar en el entrenamiento y saldrás de esta isla habiéndote vuelto mucho más fuerte, al menos lo suficiente para que sobrevivas a Wano.
Tener discípulos era aburrido. ¿Entrenar a Kayadako? Muchísimo más, pero era una tarea que debía hacer por el bien de la banda. No le enseñaría a controlar los poderes de su fruta del diablo, esa era una labor personal de la que debía encargarse ella, pero sí le ayudaría con la herramienta fundamental para sobrevivir en el Nuevo Mundo: el haki.
—En este mundo existe una fuerza que vive en todos nosotros, una fuerza que algunos la llamamos… Jodidas explicaciones, a la mierda —se interrumpió a sí misma—. Ponte en guardia, vas a saber lo que es el haki a base de hostias. Vas a respirar haki, comer haki, cagar y soñar haki. Saldrás de esta isla con el puto puño en negro —le dijo entonces, levantando la mano envuelta en una armadura metálica y oscura—. Y más vale que te esfuerces porque aún no he olvidado el día que arruinaste mi desayuno. ¿Quieres un consejo preliminar? Todo siempre se trata de la voluntad. Te concedo el primer movimiento, adelante.
Quisiera asumirlo o no, Kayadako era la tercera al mando y debía estar a la altura de la situación. Ahora mismo, había una diferencia abismal entre la élite de la banda y los chicos, una diferencia que debía desaparecer a pasos agigantados. Estaban en el Nuevo Mundo, ya habían terminado de jugar a ser los piratas, ahora comenzaba la historia en serio. La bruja tenía muchísimos planes en mente, y la mayoría de ellos eran ambiciosos, pero para lograrlos necesitaba gente fuerte y con una férrea voluntad, no una tanda de inútiles. A veces las discusiones con la niña parche llegaban a ser divertidas, pero era hora de crecer y ver el mundo tal cual era.
—Así que la nenita ha dormido mal… —se burló cuando la niña somnolienta apareció—. Acostúmbrate, los próximos días serán peores. Le joda a quien le joda, eres la tercera al mando y necesito que te comportes como tal. Tengo enemigos tanto en la piratería como en el Gobierno Mundial, los mercenarios y agentes del Bajo Mundo tienen sus ojos puestos en mí. ¿Y sabes algo? Mis enemigos son también los tuyos. Eres débil, Kayadako, un caramelito de oro con el que jodernos la vida a mí y a Ivan, ¿entiendes? —Sabía que estaba sonando dura, pero tenía que entender que la situación era grave—. Si algo te pasa a ti o a cualquiera de los chicos, seré la primera en ir al rescate incluso sabiendo que podría ser una trampa. Me he comprometido a protegerlos y cuidarlos, pero solo puedo hacerlo si están al alcance de mi mano. Quiero que estés preparada para enfrentar los desafíos del Nuevo Mundo, así que te entrenaré yo misma. —Sacó la varilla de madera y se dio un varillazo en la palma de la mano—. No quiero quejas ni bromitas tontas, te vas a enfocar en el entrenamiento y saldrás de esta isla habiéndote vuelto mucho más fuerte, al menos lo suficiente para que sobrevivas a Wano.
Tener discípulos era aburrido. ¿Entrenar a Kayadako? Muchísimo más, pero era una tarea que debía hacer por el bien de la banda. No le enseñaría a controlar los poderes de su fruta del diablo, esa era una labor personal de la que debía encargarse ella, pero sí le ayudaría con la herramienta fundamental para sobrevivir en el Nuevo Mundo: el haki.
—En este mundo existe una fuerza que vive en todos nosotros, una fuerza que algunos la llamamos… Jodidas explicaciones, a la mierda —se interrumpió a sí misma—. Ponte en guardia, vas a saber lo que es el haki a base de hostias. Vas a respirar haki, comer haki, cagar y soñar haki. Saldrás de esta isla con el puto puño en negro —le dijo entonces, levantando la mano envuelta en una armadura metálica y oscura—. Y más vale que te esfuerces porque aún no he olvidado el día que arruinaste mi desayuno. ¿Quieres un consejo preliminar? Todo siempre se trata de la voluntad. Te concedo el primer movimiento, adelante.
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Sí que se lo está tomando en serio... Kath ya está esperando en la playa de Green Bit, dando cuenta de una comida que, como de mi cocina no ha salido, debe haber producido con esa espantosa varita mágica. ¿Cómo puede comerse lo que sale de ese palo? Dirá lo que quiera, pero no sabe igual que lo que hace una persona. Es como pienso para ganado.
Empiezo prestando poca atención a lo que dice, pero según noto que el tono de su discurso se endurece, va captando mi interés. Realmente se lo ha preparado. Debe haber ensayado toda esta ristra de ofensas delante de un espejo para poder soltarlas todas del tirón con el tono más irritante posible. Para cuando acaba de insultarme ya ha conseguido lo que quería: me tiene bien despierta. Le dedico una fulminante mirada con los puños apretados. En otras circunstancias me habría enzarzado con ella en un combate verbal de inconmensurable crudeza. No obstante, no soy tan tonta como para no entender lo que pretende. La capitana normalmente es irritante, pero no muy difícil de leer. Sabe que odio que usen mi nombre completo y que me miren por encima del hombro. Estrategia de motivación básica. Odiosa, pero eficaz. Tal vez demasiado.
Suerte que ella misma se interrumpe cuando empieza con la explicación, cual profesora novata, de lo que es el haki. Odio las explicaciones. La gente rara vez se explica bien y rara vez me cuentan algo que no sepa ya. Esto no es una excepción.
-Sí, sí, puedes ahorrártelo. Sé lo que es esa cosa del haki; leí un libro sobre ello a los ocho años.
Lo cierto es que creía que no era más que una forma de hablar, pura metáfora, hasta que llegué a cierto punto de la Grand Line, cuando vi a alguien usarlo por primera vez. Casi que me lo esperaba. Resulta mucho más creíble lo de una fuerza invisible nacida de la voluntad que el hecho de que los piratas tengan un mínimo sentido poético.
-¿Y ahora qué? -pregunto, apartando racionalmente el enfado para intentar ser un poco productiva-. ¿Estiramientos? ¿Quieres que haga pesas o que... Espera, ¿qué has dicho?
Debe estar de coña. ¿Realmente quiere que el entrenamiento se base en repartirnos puñetazos una a otra como si fuésemos boxeadoras sonadas? Debí imaginarlo. Típico de piratas y típico de Kath. No desataría un nudo pudiendo cortar la cuerda, a su fabricante y toda la fábrica de cuerdas por la mitad. Delirante.
Por otra parte... ¿Quién desaprovecharía la oportunidad de sacudir a su jefa con todas sus fuerzas?
En cuanto ese pensamiento ilumina mi cabeza, camino hacia Kath y paso al ataque. Siempre he tenido curiosidad por comprobar qué ocurriría si nos enfrentáramos. Supongo que la cosa no iría bien para mí si usara su magia, pero la curiosidad rara vez es racional. Así que, lógica o no, hago tronar los dedos y le hago una demostración, en forma de derechazo directo al rostro, de la fuerza natural de la familia Neus.
Empiezo prestando poca atención a lo que dice, pero según noto que el tono de su discurso se endurece, va captando mi interés. Realmente se lo ha preparado. Debe haber ensayado toda esta ristra de ofensas delante de un espejo para poder soltarlas todas del tirón con el tono más irritante posible. Para cuando acaba de insultarme ya ha conseguido lo que quería: me tiene bien despierta. Le dedico una fulminante mirada con los puños apretados. En otras circunstancias me habría enzarzado con ella en un combate verbal de inconmensurable crudeza. No obstante, no soy tan tonta como para no entender lo que pretende. La capitana normalmente es irritante, pero no muy difícil de leer. Sabe que odio que usen mi nombre completo y que me miren por encima del hombro. Estrategia de motivación básica. Odiosa, pero eficaz. Tal vez demasiado.
Suerte que ella misma se interrumpe cuando empieza con la explicación, cual profesora novata, de lo que es el haki. Odio las explicaciones. La gente rara vez se explica bien y rara vez me cuentan algo que no sepa ya. Esto no es una excepción.
-Sí, sí, puedes ahorrártelo. Sé lo que es esa cosa del haki; leí un libro sobre ello a los ocho años.
Lo cierto es que creía que no era más que una forma de hablar, pura metáfora, hasta que llegué a cierto punto de la Grand Line, cuando vi a alguien usarlo por primera vez. Casi que me lo esperaba. Resulta mucho más creíble lo de una fuerza invisible nacida de la voluntad que el hecho de que los piratas tengan un mínimo sentido poético.
-¿Y ahora qué? -pregunto, apartando racionalmente el enfado para intentar ser un poco productiva-. ¿Estiramientos? ¿Quieres que haga pesas o que... Espera, ¿qué has dicho?
Debe estar de coña. ¿Realmente quiere que el entrenamiento se base en repartirnos puñetazos una a otra como si fuésemos boxeadoras sonadas? Debí imaginarlo. Típico de piratas y típico de Kath. No desataría un nudo pudiendo cortar la cuerda, a su fabricante y toda la fábrica de cuerdas por la mitad. Delirante.
Por otra parte... ¿Quién desaprovecharía la oportunidad de sacudir a su jefa con todas sus fuerzas?
En cuanto ese pensamiento ilumina mi cabeza, camino hacia Kath y paso al ataque. Siempre he tenido curiosidad por comprobar qué ocurriría si nos enfrentáramos. Supongo que la cosa no iría bien para mí si usara su magia, pero la curiosidad rara vez es racional. Así que, lógica o no, hago tronar los dedos y le hago una demostración, en forma de derechazo directo al rostro, de la fuerza natural de la familia Neus.
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—A los ocho estaba relacionando los fundamentos de la magia con la fuerza espiritual del haki, no te creas tan lista —mintió descaradamente sin alterar el semblante, pero ella no tenía por qué saberlo, ¿verdad?
Kayadako tenía cierto potencial que estaba desaprovechando. Había escuchado las historias de sus “hazañas” en la Gran Ruta, las jugarretas de la niña del parche, y lo hizo bien para estrenarse al mundo como pirata. Sin embargo, no era suficiente para los desafíos del porvenir. Así que le daría una dosis de realidad y le mostraría la diferencia que había entre el Nuevo Mundo y ella. El Paraíso era un juego burdo y sencillito en comparación a las aguas turbias del otro lado del Red Line.
La bruja se quedó quieta sin mover un solo músculo mientras miraba correr a la pirata. Podría haberse posicionado ya en su espalda y haber ganado, pero no era el objetivo del entrenamiento. Su mejilla derecha se tornó negra azabache, envolviéndose en una armadura que representaba la manifestación de su propia voluntad, justo un instante antes de que el puño de Kayadako le golpease. Para la tuerta de mentira sería como golpear un muro de acero con las manos desnudas. Probablemente le dolería un montón, pero no se lastimaría la mano, al menos no por el momento.
—Espero que te estés tomando las cosas en serio —reprendió a su discípula, aún sin moverse y buscando su mirada—, ni siquiera un cerdo tiene una voluntad de mierda como esta. Atravesarás mi defensa sin usar tus poderes, esto no es una prueba de fuerza bruta, pero si quieres que lo sea yo también usaré mis poderes y este entrenamiento pasará de infierno uno a infierno cien.
La meta puesta por la hechicera era difícil, si es que no imposible, de alcanzar. Había que tragar mucha mierda, echarse años de entrenamiento y una voluntad inquebrantable para superar la armadura de Katharina. Sin embargo, tampoco hacía falta ser tan dura con la nena… Se ablandaría un poco y, de momento, reduciría el nivel de dificultad real a un tercio. ¿Estaba alardeando en su cabeza? Claro que sí, pero nadie podía negar que podía permitírselo. Esa niña, hija del demonio, tampoco dejaría pasar la oportunidad y, de hecho, estaría siendo mucho más perra que la bruja.
—Si fuera tú me pondría en guardia —le aconsejó, sabiendo que no serviría de nada.
Intentaría desaparecer de la vista de la pirata, girando por el lado del ojo tapado, y buscaría su espalda para entonces golpearle los tobillos con una varilla reforzada con haki de armadura. Tampoco le rompería un hueso ni nada por el estilo, en principio ni siquiera debería doler… Pero no era conocida por controlar su propia fuerza, más bien era un poco bruta. En caso de que pudiese hacerle caer, le daría un suave varillazo (y esta vez voy en serio cuando digo suave) en la frente.
—Katharina: 1. Kayadako: 0. ¿Podrás remontar el marcador alguna vez? Fu, fu, fu —le provocaría con una sonrisita burlona.
Kayadako tenía cierto potencial que estaba desaprovechando. Había escuchado las historias de sus “hazañas” en la Gran Ruta, las jugarretas de la niña del parche, y lo hizo bien para estrenarse al mundo como pirata. Sin embargo, no era suficiente para los desafíos del porvenir. Así que le daría una dosis de realidad y le mostraría la diferencia que había entre el Nuevo Mundo y ella. El Paraíso era un juego burdo y sencillito en comparación a las aguas turbias del otro lado del Red Line.
La bruja se quedó quieta sin mover un solo músculo mientras miraba correr a la pirata. Podría haberse posicionado ya en su espalda y haber ganado, pero no era el objetivo del entrenamiento. Su mejilla derecha se tornó negra azabache, envolviéndose en una armadura que representaba la manifestación de su propia voluntad, justo un instante antes de que el puño de Kayadako le golpease. Para la tuerta de mentira sería como golpear un muro de acero con las manos desnudas. Probablemente le dolería un montón, pero no se lastimaría la mano, al menos no por el momento.
—Espero que te estés tomando las cosas en serio —reprendió a su discípula, aún sin moverse y buscando su mirada—, ni siquiera un cerdo tiene una voluntad de mierda como esta. Atravesarás mi defensa sin usar tus poderes, esto no es una prueba de fuerza bruta, pero si quieres que lo sea yo también usaré mis poderes y este entrenamiento pasará de infierno uno a infierno cien.
La meta puesta por la hechicera era difícil, si es que no imposible, de alcanzar. Había que tragar mucha mierda, echarse años de entrenamiento y una voluntad inquebrantable para superar la armadura de Katharina. Sin embargo, tampoco hacía falta ser tan dura con la nena… Se ablandaría un poco y, de momento, reduciría el nivel de dificultad real a un tercio. ¿Estaba alardeando en su cabeza? Claro que sí, pero nadie podía negar que podía permitírselo. Esa niña, hija del demonio, tampoco dejaría pasar la oportunidad y, de hecho, estaría siendo mucho más perra que la bruja.
—Si fuera tú me pondría en guardia —le aconsejó, sabiendo que no serviría de nada.
Intentaría desaparecer de la vista de la pirata, girando por el lado del ojo tapado, y buscaría su espalda para entonces golpearle los tobillos con una varilla reforzada con haki de armadura. Tampoco le rompería un hueso ni nada por el estilo, en principio ni siquiera debería doler… Pero no era conocida por controlar su propia fuerza, más bien era un poco bruta. En caso de que pudiese hacerle caer, le daría un suave varillazo (y esta vez voy en serio cuando digo suave) en la frente.
—Katharina: 1. Kayadako: 0. ¿Podrás remontar el marcador alguna vez? Fu, fu, fu —le provocaría con una sonrisita burlona.
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Ni se ha enterado. Vale, bien, no pasa nada. Era previsible, ¿no? Una no llega a valer tan absurda cantidad de millones si un simple puñetazo puede con ella. Admito que me esperaba algo más: un gesto, un gruñido, una leve y pequeñísima muestra de incomodidad. En vez de eso, un muro de hormigón. Peor, porque si fuera de hormigón podría haberlo tirado abajo. La cara de Kath, oscurecida por el haki, es como una bola de demolición muy fea, un ladrillo de acero con la nariz prominente.
Mi puño no se oscurece, por supuesto. Todas esas vaguedades sobre voluntades y fuerzas místicas me suenan absurdas. Las cosas no funcionan así. La fuerza no nace de querer ser fuerte, sino de serlo, sin más. No se convocan poderes invisibles rezando con ímpetu al universo, no se usan las ganas de algo como herramienta. Por eso a los ocho años ya odié todo este asunto. En vez de datos concretos y mesurables te presentan el haki como una casualidad nacida de un cliché de manga barato.
Me tragó las quejas. Muevo los dedos para asegurarme de que todo sigue en su sitio y me preparo para lo que viene ahora. O mucho me equivoco o le toca a ella. Si va con todas sus fuerzas a lo mejor me quedo sin cabeza, así que espero que controle mejor su fuerza que su genio. "Tú a los ocho años estabas saturada con no mearte encima", pienso, aunque me lo callo. No se cabrea a alguien que sabes que va a pegarte. Por si acaso, sigo su consejo y me preparo para repeler su ataque como pueda.
Sale mal.
Por supuesto, ha jugado sucio. Se ha movido más rápido de lo que el ojo humano puede captar para hacerme caer con un golpe bajo. Qué duro esta ese ridículo palito. ¡Y no se ha controlado para nada! Un poco más y tengo que ir a buscar mi pierna por el mar con un bote de remos. Encima se da el lujo de burlarse. Vaya maestra... El día se me va a hacer muy largo.
Lanzo un manotazo para apartar la varilla de delante de mi cara y me levanto de un salto. Esta vez amago un gancho de derecha y busco desequilibrarla con una patada a la rodilla derecha. De hacerle esto a una persona normal acabaría con la extremidad convertida en gravilla, pero en absoluto es ese el caso de la bruja. De hecho, no debería detenerme ahí, sino sino descargar un golpe descendente directo a la sien. Tengo que contener la tentación de añadir peso al golpe. No seré yo quien abra la veda de los poderes, no cuando puedo acabar enfrentándome a ráfagas mágicas de fuego.
Al menos por ahora, ya veremos luego. Dependerá de cuanto me pegue...
Mi puño no se oscurece, por supuesto. Todas esas vaguedades sobre voluntades y fuerzas místicas me suenan absurdas. Las cosas no funcionan así. La fuerza no nace de querer ser fuerte, sino de serlo, sin más. No se convocan poderes invisibles rezando con ímpetu al universo, no se usan las ganas de algo como herramienta. Por eso a los ocho años ya odié todo este asunto. En vez de datos concretos y mesurables te presentan el haki como una casualidad nacida de un cliché de manga barato.
Me tragó las quejas. Muevo los dedos para asegurarme de que todo sigue en su sitio y me preparo para lo que viene ahora. O mucho me equivoco o le toca a ella. Si va con todas sus fuerzas a lo mejor me quedo sin cabeza, así que espero que controle mejor su fuerza que su genio. "Tú a los ocho años estabas saturada con no mearte encima", pienso, aunque me lo callo. No se cabrea a alguien que sabes que va a pegarte. Por si acaso, sigo su consejo y me preparo para repeler su ataque como pueda.
Sale mal.
Por supuesto, ha jugado sucio. Se ha movido más rápido de lo que el ojo humano puede captar para hacerme caer con un golpe bajo. Qué duro esta ese ridículo palito. ¡Y no se ha controlado para nada! Un poco más y tengo que ir a buscar mi pierna por el mar con un bote de remos. Encima se da el lujo de burlarse. Vaya maestra... El día se me va a hacer muy largo.
Lanzo un manotazo para apartar la varilla de delante de mi cara y me levanto de un salto. Esta vez amago un gancho de derecha y busco desequilibrarla con una patada a la rodilla derecha. De hacerle esto a una persona normal acabaría con la extremidad convertida en gravilla, pero en absoluto es ese el caso de la bruja. De hecho, no debería detenerme ahí, sino sino descargar un golpe descendente directo a la sien. Tengo que contener la tentación de añadir peso al golpe. No seré yo quien abra la veda de los poderes, no cuando puedo acabar enfrentándome a ráfagas mágicas de fuego.
Al menos por ahora, ya veremos luego. Dependerá de cuanto me pegue...
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Había muchas cosas que se le daban bien en la vida, como incendiar cualquier cosa comestible en la cocina, pero enseñarle a los demás definitivamente no estaba dentro de ellas. Tuvo que aprenderlo todo por su propia cuenta, incluso a día de hoy seguía aprendiendo y perfeccionándose de manera autodidacta. ¿Tan inútiles eran los otros que no podían seguir sus pasos? De momento no culparía a Kaya, pues todo el tema del entrenamiento era idea de la bruja. Sin embargo, comenzaría a molestarse si es que no veía resultados pronto.
La niña del parche tendría que ser un poco más creativa con sus golpes si es que quería tomar por sorpresa a la hechicera, algo que, sinceramente, sería prácticamente imposible. ¿Cómo sorprender a alguien capaz de percibir cualquier situación que le involucra? Podía intentar atacándole por la espalda, pero tampoco cambiaría el resultado. En el momento en que la pirata alzó el puño la bruja supo todo lo que vendría a continuación. Ni siquiera un ciego se comería un amago tan pobre como ese. Debía ser más rápida, convincente y precisa. O igual es que Katharina estaba tan acostumbrada a las altas velocidades que los movimientos de Kaya parecían ir en cámara lenta. En ese caso, tenía la culpa de ser demasiado lenta.
Creó una férrea armadura en su pierna, mayormente concentrada en la rodilla, y aguantó sin problemas la patada de la pirata. No retrocedió ni un milímetro ni hubo ninguna expresión en su rostro. Lo mismo sucedió cuando el puñetazo de Kaya dio de lleno en su cabeza. La chica necesitaría mucho, mucho más para superar la voluntad de Katharina.
—Ya te lo dije antes: esta no es una prueba de fuerza bruta. Puedes creer la mierda que tú quieras, la verdad es que me da igual, pero eso no cambia el hecho de que hay fuerzas que no estás comprendiendo porque estás encerradita en tu pequeño mundito —le dijo tras recibir ambos golpes—. Tus puños carecen de voluntad, Kaya, y mientras sea así jamás me dañarás. Lo volverás a intentar, lo intentarás las veces que haga falta, pero te tomarás las cosas en serio porque tú no quieres que yo pierda la paciencia. Si tantas dudas tienes sobre lo que es el haki, permíteme mostrarte lo que es la voluntad.
Liberó una pequeña muestra de su voluntad, haciendo que el suelo temblase y que las olas se agitasen con violencia. La misma tierra comenzó a rugir y estremecerse. El ambiente, de pronto, se tornó increíblemente pesado y sería un milagro si Kaya pudiera permanecer de pie. Probablemente sentiría la respiración cortada y una agobiante presión sobre sus hombros, aunque no saldría lastimada; se estaba conteniendo lo suficiente para no hacerle daño. Pero el entorno era harina de otro costal. Poco a poco se deformaba causa del Espíritu de la Conquistadora, y cuando hubo acabado de hacer esa pequeña demostración dejó fisuras superficiales en la playa.
—Si eres tan culta como nos lo haces creer, sabrás lo que es el haki del rey. Voluntad, Kaya, todo se trata de voluntad. —En caso de que estuviese de rodillas o algo, le ofrecería la mano para ayudarle a levantarse—. Impregna el concepto en tus siguientes golpes y atácame, pero esta vez no lo hagas como un jodido puerco.
La niña del parche tendría que ser un poco más creativa con sus golpes si es que quería tomar por sorpresa a la hechicera, algo que, sinceramente, sería prácticamente imposible. ¿Cómo sorprender a alguien capaz de percibir cualquier situación que le involucra? Podía intentar atacándole por la espalda, pero tampoco cambiaría el resultado. En el momento en que la pirata alzó el puño la bruja supo todo lo que vendría a continuación. Ni siquiera un ciego se comería un amago tan pobre como ese. Debía ser más rápida, convincente y precisa. O igual es que Katharina estaba tan acostumbrada a las altas velocidades que los movimientos de Kaya parecían ir en cámara lenta. En ese caso, tenía la culpa de ser demasiado lenta.
Creó una férrea armadura en su pierna, mayormente concentrada en la rodilla, y aguantó sin problemas la patada de la pirata. No retrocedió ni un milímetro ni hubo ninguna expresión en su rostro. Lo mismo sucedió cuando el puñetazo de Kaya dio de lleno en su cabeza. La chica necesitaría mucho, mucho más para superar la voluntad de Katharina.
—Ya te lo dije antes: esta no es una prueba de fuerza bruta. Puedes creer la mierda que tú quieras, la verdad es que me da igual, pero eso no cambia el hecho de que hay fuerzas que no estás comprendiendo porque estás encerradita en tu pequeño mundito —le dijo tras recibir ambos golpes—. Tus puños carecen de voluntad, Kaya, y mientras sea así jamás me dañarás. Lo volverás a intentar, lo intentarás las veces que haga falta, pero te tomarás las cosas en serio porque tú no quieres que yo pierda la paciencia. Si tantas dudas tienes sobre lo que es el haki, permíteme mostrarte lo que es la voluntad.
Liberó una pequeña muestra de su voluntad, haciendo que el suelo temblase y que las olas se agitasen con violencia. La misma tierra comenzó a rugir y estremecerse. El ambiente, de pronto, se tornó increíblemente pesado y sería un milagro si Kaya pudiera permanecer de pie. Probablemente sentiría la respiración cortada y una agobiante presión sobre sus hombros, aunque no saldría lastimada; se estaba conteniendo lo suficiente para no hacerle daño. Pero el entorno era harina de otro costal. Poco a poco se deformaba causa del Espíritu de la Conquistadora, y cuando hubo acabado de hacer esa pequeña demostración dejó fisuras superficiales en la playa.
—Si eres tan culta como nos lo haces creer, sabrás lo que es el haki del rey. Voluntad, Kaya, todo se trata de voluntad. —En caso de que estuviese de rodillas o algo, le ofrecería la mano para ayudarle a levantarse—. Impregna el concepto en tus siguientes golpes y atácame, pero esta vez no lo hagas como un jodido puerco.
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Es realmente frustrante que ni se entere de mis golpes. Siempre me he enorgullecido de mi fuerza, pero es algo que tiene poca o ninguna importancia ahora mismo. La diferencia es, simplemente, demasiada. No es que me sorprenda, claro; si la capitana no fuese así de fuerte jamás dejaría que estuviese por encima de mí, aunque no llegue a ser ni la mitad de inteligente de lo que una líder debería ser. Aun así, no esperaba dar un espectáculo tan lamentable.
Y lo que más odio son sus discursos.
Katharina parece haber descubierto su vena educativa, porque jamás la había visto tan centrada en algo como en sus constante intentos de enseñarme algo a la vez que se burla de mí. Podría soportarlo de no ser por lo inasible que resulta el estúpido concepto con el que tratamos. Voluntad aparte, tiene que haber algún truco, algún secreto que se me escapa. Es solo cuestión de tiempo descubrirlo. Cuestión de tiempo, paciencia y autocontrol. Y de aguantar el dolor de las manos. En eso, puede que solo en eso, Kath tiene razón: lo volveré a intentar, porque no soportaría que pudiese echarme en cara un "te lo dije".
Entonces despliega su maldito haki y hace retumbar el mundo.
La presión que despliega con su poder es absurda, como si el mismo aire se pusiera a su favor para empujarme hacia abajo. Me dejo caer de culo cuando noto que empiezan a fallarme las rodillas. Es una postura un poco menos humillante. La arena se revuelve empujada por fuerzas invisibles, los árboles se zarandean y los más delgados amenazan con quebrarse. Tengo que esperar a que acabe con su exhibición antes de poder levantarme siquiera.
-Así que voluntad, ¿eh? -No tengo ni idea de a qué se refiere. En casa llamamos a la voluntad "insistencia". Repetir y seguir intentándolo, aunque sea solo por pura cabezonería. Los Neus no se rinden, es lo que solían decir. Así, si hay que tirar de voluntad, pues se tira-. Vamos allá.
Me incorporo de un salto y lanzo mi siguiente golpe.
Unas horas después doy cuenta de mi desayuno con bocados desganados y cansados. Toda la mañana y ni rastro de resultados visibles más allá de la rojez e hinchazón de mis nudillos. Estoy tan cansada que ni siquiera recuerdo qué es lo que me estoy comiendo, y eso que lo he hecho yo.
-¿Y si ahora hacemos algo que no implique usar las manos? -le sugiero a mi déspota y cruel entrenadora-. ¿No se desarrolla el haki metiéndolas un rato en agua fría?
Tengo mis dudas sobre que el programa de entrenamiento de Kath incluya alguna otra cosa aparte de sacudirnos mutuamente como alces en celo. Ahora mismo preveo que hay las mismas probabilidades de que el día de hoy acabe haciéndome más fuerte que de que me deje tullida de por vida.
-Si aún quieres que te pegue, puedo darte patadas. Siempre he querido hacerlo, la verdad. Estábamos el día en que nos conocimos rodeadas de muertos vivientes rabiosos y solo pensaba en darte una patada en la nuca, ¿sabes?
Tras comer, me obligo a levantarme. Cuando antes empecemos antes acabaremos. Espero. Dejo a un lado los cubiertos y los platos para que alguien los limpie y me conciencio de que toca seguir con esto. Creo que el mero hecho de estar dispuesta ya debería contar como muestra de voluntad.
-Bien, pues cuando quieras. Intenta no pegarme muy fuerte esta vez.
Y lo que más odio son sus discursos.
Katharina parece haber descubierto su vena educativa, porque jamás la había visto tan centrada en algo como en sus constante intentos de enseñarme algo a la vez que se burla de mí. Podría soportarlo de no ser por lo inasible que resulta el estúpido concepto con el que tratamos. Voluntad aparte, tiene que haber algún truco, algún secreto que se me escapa. Es solo cuestión de tiempo descubrirlo. Cuestión de tiempo, paciencia y autocontrol. Y de aguantar el dolor de las manos. En eso, puede que solo en eso, Kath tiene razón: lo volveré a intentar, porque no soportaría que pudiese echarme en cara un "te lo dije".
Entonces despliega su maldito haki y hace retumbar el mundo.
La presión que despliega con su poder es absurda, como si el mismo aire se pusiera a su favor para empujarme hacia abajo. Me dejo caer de culo cuando noto que empiezan a fallarme las rodillas. Es una postura un poco menos humillante. La arena se revuelve empujada por fuerzas invisibles, los árboles se zarandean y los más delgados amenazan con quebrarse. Tengo que esperar a que acabe con su exhibición antes de poder levantarme siquiera.
-Así que voluntad, ¿eh? -No tengo ni idea de a qué se refiere. En casa llamamos a la voluntad "insistencia". Repetir y seguir intentándolo, aunque sea solo por pura cabezonería. Los Neus no se rinden, es lo que solían decir. Así, si hay que tirar de voluntad, pues se tira-. Vamos allá.
Me incorporo de un salto y lanzo mi siguiente golpe.
Unas horas después doy cuenta de mi desayuno con bocados desganados y cansados. Toda la mañana y ni rastro de resultados visibles más allá de la rojez e hinchazón de mis nudillos. Estoy tan cansada que ni siquiera recuerdo qué es lo que me estoy comiendo, y eso que lo he hecho yo.
-¿Y si ahora hacemos algo que no implique usar las manos? -le sugiero a mi déspota y cruel entrenadora-. ¿No se desarrolla el haki metiéndolas un rato en agua fría?
Tengo mis dudas sobre que el programa de entrenamiento de Kath incluya alguna otra cosa aparte de sacudirnos mutuamente como alces en celo. Ahora mismo preveo que hay las mismas probabilidades de que el día de hoy acabe haciéndome más fuerte que de que me deje tullida de por vida.
-Si aún quieres que te pegue, puedo darte patadas. Siempre he querido hacerlo, la verdad. Estábamos el día en que nos conocimos rodeadas de muertos vivientes rabiosos y solo pensaba en darte una patada en la nuca, ¿sabes?
Tras comer, me obligo a levantarme. Cuando antes empecemos antes acabaremos. Espero. Dejo a un lado los cubiertos y los platos para que alguien los limpie y me conciencio de que toca seguir con esto. Creo que el mero hecho de estar dispuesta ya debería contar como muestra de voluntad.
-Bien, pues cuando quieras. Intenta no pegarme muy fuerte esta vez.
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Cogió una bolsa de hielo de la nevera y se la lanzó a Kayadako. De momento no había logrado gran cosa, de hecho, era como si solo le hubiese estado pegando una y otra vez a un muro de acero. ¿Es que no entendía el concepto de voluntad? Entendía que podía ser difícil puesto que no era algo cuantificable, no era algo que tuviera cien estudios y pruebas empíricas de su existencia. Detestaba los conceptos tan abstractos y quizás por ello tardó tanto tiempo en desarrollarlo (tanto tiempo igual a solo dos años). Fue Rayne, su antiguo y desaparecido maestro, el que le habló por primera vez sobre este y entonces realizó una serie de pruebas para consolidar esa “fuerza de voluntad” de la que tanto hablaba. Él sí que fue duro, mucho más de lo que Katharina estaba siendo con la niña del parche, pero no le interesaba seguir su modelo de entrenamiento.
—Toma, a ver si dejas de quejarte —le dijo y tomó asiento frente a la pirata. Estaba hambrienta y el huevo cocido que tenía Kaya en la mano se veía apetitoso. Se lo quitó con un rápido movimiento de palillos y se lo zampó—. Si tan solo pudieras usar haki de observación… El entrenamiento de esta mañana solo ha servido para mostrarte la diferencia que hay entre nosotras y, por lo tanto, la que existe entre la gente del Nuevo Mundo y tú, una novata que ha tenido la suerte de encontrar compañeros fuertes como Ivan y yo. En un par de horas serás puesta a prueba, y esta vez será muy en serio.
Ya le había soltado el discurso de la responsabilidad por ser la tercera al mando (un puesto demasiado importante para un intento de persona como ella, la verdad) y no iba a repetirse una y otra y otra vez. Las personas inteligentes entendían el significado de las cosas mediante las palabras; los brutos, mediante la fuerza.
—¿Querías darme una patada? —le preguntó, fingiendo sorpresa—. Si lo hubieras hecho hoy en día te faltaría una pierna. O probablemente dos. —Soltó una sonrisa espeluznante—.
Arruinaste mi poder, fuiste la razón del desequilibrio de mi poder y por tu culpa terminé metiéndome con cazadores y marines. Creo que yo debí haberte dado esa patada en la nuca, pero ya da igual.
Le dio una hora de descanso post desayuno, tiempo que aprovechó para pensar en si sería buena idea o no lo que se le pasaba por la cabeza. Kayadako necesitaba un impulso, una situación real de peligro, algo que le diese a entender que la voluntad era una mierda completamente auténtica y no un juego de palabras que un maldito loco se había inventado. ¿Sería peligroso? Absolutamente sí. ¿Serviría? Bueno, estaba a punto de averiguarlo.
Dos enormes alas emplumadas nacieron de su espalda y, con el permiso de la niña del parche, la tomó de los brazos y se la llevó volando hasta lo alto de la copa de un árbol. El paisaje de Green Bit era increíble. ¿Sería todo verde incluso más allá del horizonte? Si le daban ganas, haría una pequeña expedición en la isla y descubriría qué había en el interior del enorme bosque. Por el momento el único objetivo era que Kaya se volviese una pirata fuerte y funcional. Y terminaría tomando el consejo que cierto hombre le dio una vez.
—Creo que debe haber unos treinta metros hasta el suelo. Si llegases a caer, te golpearías con ramas y todo tipo de obstáculos. Si tuvieses suerte las hojas de los árboles amortiguarían la caída —le dijo, acercándose al borde de la copa—. ¿Hm? ¿Qué es eso…? Vente, Kaya, acércate —le pidió, apuntando con el índice cualquier cosa que hubiese en el suelo.
Una vez se acercase (y si es que se dignaba a hacerlo) la empujaría para dejarla caer. ¿Quería desarrollar el haki de armadura? Perfecto, lo haría chocándose con ramas, troncos y todo tipo de mierdas que llegasen a haber en la caída. Era difícil entrenarlo si es que no se enfrentaba a una situación de peligro real. Había veces que de verdad tenía ganas de matarla, pero no era ese día, así que una vez comenzase a caer crearía un portal de entrada justo sobre el suelo y el de salida en la copa del árbol.
—Toma, a ver si dejas de quejarte —le dijo y tomó asiento frente a la pirata. Estaba hambrienta y el huevo cocido que tenía Kaya en la mano se veía apetitoso. Se lo quitó con un rápido movimiento de palillos y se lo zampó—. Si tan solo pudieras usar haki de observación… El entrenamiento de esta mañana solo ha servido para mostrarte la diferencia que hay entre nosotras y, por lo tanto, la que existe entre la gente del Nuevo Mundo y tú, una novata que ha tenido la suerte de encontrar compañeros fuertes como Ivan y yo. En un par de horas serás puesta a prueba, y esta vez será muy en serio.
Ya le había soltado el discurso de la responsabilidad por ser la tercera al mando (un puesto demasiado importante para un intento de persona como ella, la verdad) y no iba a repetirse una y otra y otra vez. Las personas inteligentes entendían el significado de las cosas mediante las palabras; los brutos, mediante la fuerza.
—¿Querías darme una patada? —le preguntó, fingiendo sorpresa—. Si lo hubieras hecho hoy en día te faltaría una pierna. O probablemente dos. —Soltó una sonrisa espeluznante—.
Arruinaste mi poder, fuiste la razón del desequilibrio de mi poder y por tu culpa terminé metiéndome con cazadores y marines. Creo que yo debí haberte dado esa patada en la nuca, pero ya da igual.
Le dio una hora de descanso post desayuno, tiempo que aprovechó para pensar en si sería buena idea o no lo que se le pasaba por la cabeza. Kayadako necesitaba un impulso, una situación real de peligro, algo que le diese a entender que la voluntad era una mierda completamente auténtica y no un juego de palabras que un maldito loco se había inventado. ¿Sería peligroso? Absolutamente sí. ¿Serviría? Bueno, estaba a punto de averiguarlo.
Dos enormes alas emplumadas nacieron de su espalda y, con el permiso de la niña del parche, la tomó de los brazos y se la llevó volando hasta lo alto de la copa de un árbol. El paisaje de Green Bit era increíble. ¿Sería todo verde incluso más allá del horizonte? Si le daban ganas, haría una pequeña expedición en la isla y descubriría qué había en el interior del enorme bosque. Por el momento el único objetivo era que Kaya se volviese una pirata fuerte y funcional. Y terminaría tomando el consejo que cierto hombre le dio una vez.
—Creo que debe haber unos treinta metros hasta el suelo. Si llegases a caer, te golpearías con ramas y todo tipo de obstáculos. Si tuvieses suerte las hojas de los árboles amortiguarían la caída —le dijo, acercándose al borde de la copa—. ¿Hm? ¿Qué es eso…? Vente, Kaya, acércate —le pidió, apuntando con el índice cualquier cosa que hubiese en el suelo.
Una vez se acercase (y si es que se dignaba a hacerlo) la empujaría para dejarla caer. ¿Quería desarrollar el haki de armadura? Perfecto, lo haría chocándose con ramas, troncos y todo tipo de mierdas que llegasen a haber en la caída. Era difícil entrenarlo si es que no se enfrentaba a una situación de peligro real. Había veces que de verdad tenía ganas de matarla, pero no era ese día, así que una vez comenzase a caer crearía un portal de entrada justo sobre el suelo y el de salida en la copa del árbol.
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El paseo aéreo es divertido. El continuo bamboleo de las alas de pollo de Kath es relajante y un tanto hipnótico, y el hecho de poder convertirme en un yunque y hacerla caer es divertido. No lo haré, claro, porque en ese caso yo iría detrás, pero lo comento como de pasada tan solo por el placer de intranquilizarla un poco en venganza por mi pobre huevo robado.
-¿Sabes? Esas plumas parecen patatas fritas. Pero casi no te hacen gorda, no te preocupes -le digo, solo para chincharla. Su polimorfia es útil, y reconozco que me da un mínimo de envidia eso de que pueda transformarse en lo que le dé la gana, pero todas las formas que adopta tienen cierto aire a comida. Quizás sea mi espíritu de cocinera, o tal vez su espíritu de comilona.
La panorámica que la altura nos ofrece de Green Bit es espectacular. Es una isla pequeñita, toda repleta de un bosque en el que se distinguen numerosas especies únicas. Flores enormes que se abren y dejan escapar bandadas de pájaros, grandes setas que crecen a los pies de árboles descomunales... Un puente de hierro con pinta de ser extremadamente viejo y muy poco de fiar la conecta con Dresrrosa, mucho más grande y urbanita que Green Bit.
Tras un corto vuelo Kath decide que es buena idea posarnos sobre la copa de un árbol bastante grande. Aterrizamos sobre una rama a una altura de vértigo, con el frondoso y salvaje verdor de la isla bajo nosotras. Unos pájaros nos pían desde su nido, en la rama de al lado. Por mucho que se quejen no lo llevan tan mal como yo.
-¿Qué hacemos aquí?
Confío en que no quiera que ahora me dedique a bajar y subir de árboles o saltar de uno a otro como una mona. Podría, y seguro que se me daría de miedo, pero creo que superaría los límites de la vergüenza. Debe ser eso, porque comenta con total normalidad lo desagradable que sería caerse desde aquí arriba. Estoy a punto de explicarle que no pienso jugar al pilla-pilla en los árboles cuando me pide que me acerque.
Ay, no. ¿Es que se cree que soy idiota? ¡Quiere tirarme! ¡Esta demente quiere lanzarme al vacío! Lo malo es que no hay dónde retirarse, porque estamos en una estúpida rama de un estúpido árbol. No hace falta ni que me acerque para que pueda empujarme sin piedad con una cara de horrible satisfacción.
-Serás...
Mi siguiente y justo adjetivo queda ahogado cuando mi cabeza choca contra una rama. Mi cuerpo gira sin control mientras el sabor a sangre inunda mi boca a partir del bocado que me he dado por hablar mientras caigo; siempre me han dicho que hablo demasiado. De repente, lo de "caer al vacío" se me antoja absurdo. Esto no está ni mucho menos vacío, sino todo lo contrario. Marañas de hojas, ramas, colmenas de avispas, nidos de pájaros y unas cuantas ramas más intentan amortiguar mi descenso de la forma más brusca posible. Ni siquiera tengo tiempo para cubrirme la cabeza por culpa de tanto movimiento, porque cada vez que muevo un brazo me encuentro con que el árbol usa los suyos para fastidiarme.
Pierdo la cuenta de las veces que reboto sobre todo lo que pillo a mi paso de camino al suelo. Me costaría encontrar una parte del cuerpo que no me doliese ahora mismo. Y ahora viene lo mejor: el topetazo contra el suelo. Me pregunto cuántas raíces y piedras aguardan ahí abajo para machacarme el cráneo. Si no hago algo, esto puede acabar fatal. Pero ¿qué? Mi mente acude al recurso del haki en una voltereta lógica. Es evidente que aprender a utilizarlo es el propósito de este poco disimulado intento de asesinato. Y por mi agrietada calavera que lo conseguiré: eso o mi vida.
Voluntad. Voluntad, concéntrate. Intento asir ese concepto con las manos, atarme a él y no soltarlo. La voluntad de tener poder, la voluntad de no morir. La agarro en mi mente y me envuelvo en ella como si fuese la mejor de las armaduras, un escudo invencible que impedirá que reviente como una uva cuando mi caída acabe.
Entonces veo la luz verdosa de los portales mágicos de Kath.
Adiós a la voluntad. Acabo de ver el secreto del truco de magia y la sensación de peligro mortal se desvanece de inmediato. Adiós a esa indefinible sensación de descubrimiento inminente. Se aparta del camino de mi encendido enfado en cuanto cruzo el portal y aparezco sobre el lugar donde hemos aterrizado. La última rama con la que choco en en la que estaba posada hace unos segundos.
Y se rompe.
En cuanto la madera cruje y noto que cede, hago lo único que se me ocurre: agarrar a Kath para intentar tirarla conmigo. Confío en que disfrute tanto como yo de la experiencia. Por desgracia, tanto rebotar de aquí para allá camba mi trayectoria. Nuevos obstáculos me esperan en mi segunda ronda y esta vez... Mierda, ¿no queda el portal a mi izquierda? Seguro que Kath abre otro... en cuanto aterrice. Vale, opción descartada. Peligro de muerte reactivado. Esta vez no hay portales, no hay red. Tan solo una fractura de cráneo inminente y con potenciales daños cerebrales. Huesos rotos, sangre por doquier. Puedo imaginarlo como si lo viese desde fuera, con vivos colores y música de fondo.
Recurro de nuevo a la única opción que me queda. Ignoro toda racionalidad y me centro en lo que importa ahora mismo: la supervivencia, la idea de seguir viviendo un poco más. No se me ocurre una forma de morir más triste que esta. La imagen de Arribor exhalando su último aliento envuelto en la gloria de sus últimos momentos acude a mi mente. Una parte de mí la rechaza, convencida de que solo un idiota querría acabar su vida de una forma memorable en lugar de hacerlo mientras duerme a los cien años; por otra parte, la fuerza de ese momento, el deseo de vivir y morir bajo sus reglas, de doblegar la existencia misma al propio capricho sin importar las barreras que el mundo o la lógica impongan, es inspirador. Tal vez pueda cogerlo prestado para encender mi propio deseo, mi propia voluntad, la capacidad oculta de todo ser vivo para fortalecerse más allá de los límites imaginables por las cadenas de la lógica y chocar violentamente contra el suelo tras treinta metros de caída y no sentir más que un incómodo dolor.
Mierda, ha funcionado. No va a haber quien aguante ahora a la bruja.
-¿Sabes? Esas plumas parecen patatas fritas. Pero casi no te hacen gorda, no te preocupes -le digo, solo para chincharla. Su polimorfia es útil, y reconozco que me da un mínimo de envidia eso de que pueda transformarse en lo que le dé la gana, pero todas las formas que adopta tienen cierto aire a comida. Quizás sea mi espíritu de cocinera, o tal vez su espíritu de comilona.
La panorámica que la altura nos ofrece de Green Bit es espectacular. Es una isla pequeñita, toda repleta de un bosque en el que se distinguen numerosas especies únicas. Flores enormes que se abren y dejan escapar bandadas de pájaros, grandes setas que crecen a los pies de árboles descomunales... Un puente de hierro con pinta de ser extremadamente viejo y muy poco de fiar la conecta con Dresrrosa, mucho más grande y urbanita que Green Bit.
Tras un corto vuelo Kath decide que es buena idea posarnos sobre la copa de un árbol bastante grande. Aterrizamos sobre una rama a una altura de vértigo, con el frondoso y salvaje verdor de la isla bajo nosotras. Unos pájaros nos pían desde su nido, en la rama de al lado. Por mucho que se quejen no lo llevan tan mal como yo.
-¿Qué hacemos aquí?
Confío en que no quiera que ahora me dedique a bajar y subir de árboles o saltar de uno a otro como una mona. Podría, y seguro que se me daría de miedo, pero creo que superaría los límites de la vergüenza. Debe ser eso, porque comenta con total normalidad lo desagradable que sería caerse desde aquí arriba. Estoy a punto de explicarle que no pienso jugar al pilla-pilla en los árboles cuando me pide que me acerque.
Ay, no. ¿Es que se cree que soy idiota? ¡Quiere tirarme! ¡Esta demente quiere lanzarme al vacío! Lo malo es que no hay dónde retirarse, porque estamos en una estúpida rama de un estúpido árbol. No hace falta ni que me acerque para que pueda empujarme sin piedad con una cara de horrible satisfacción.
-Serás...
Mi siguiente y justo adjetivo queda ahogado cuando mi cabeza choca contra una rama. Mi cuerpo gira sin control mientras el sabor a sangre inunda mi boca a partir del bocado que me he dado por hablar mientras caigo; siempre me han dicho que hablo demasiado. De repente, lo de "caer al vacío" se me antoja absurdo. Esto no está ni mucho menos vacío, sino todo lo contrario. Marañas de hojas, ramas, colmenas de avispas, nidos de pájaros y unas cuantas ramas más intentan amortiguar mi descenso de la forma más brusca posible. Ni siquiera tengo tiempo para cubrirme la cabeza por culpa de tanto movimiento, porque cada vez que muevo un brazo me encuentro con que el árbol usa los suyos para fastidiarme.
Pierdo la cuenta de las veces que reboto sobre todo lo que pillo a mi paso de camino al suelo. Me costaría encontrar una parte del cuerpo que no me doliese ahora mismo. Y ahora viene lo mejor: el topetazo contra el suelo. Me pregunto cuántas raíces y piedras aguardan ahí abajo para machacarme el cráneo. Si no hago algo, esto puede acabar fatal. Pero ¿qué? Mi mente acude al recurso del haki en una voltereta lógica. Es evidente que aprender a utilizarlo es el propósito de este poco disimulado intento de asesinato. Y por mi agrietada calavera que lo conseguiré: eso o mi vida.
Voluntad. Voluntad, concéntrate. Intento asir ese concepto con las manos, atarme a él y no soltarlo. La voluntad de tener poder, la voluntad de no morir. La agarro en mi mente y me envuelvo en ella como si fuese la mejor de las armaduras, un escudo invencible que impedirá que reviente como una uva cuando mi caída acabe.
Entonces veo la luz verdosa de los portales mágicos de Kath.
Adiós a la voluntad. Acabo de ver el secreto del truco de magia y la sensación de peligro mortal se desvanece de inmediato. Adiós a esa indefinible sensación de descubrimiento inminente. Se aparta del camino de mi encendido enfado en cuanto cruzo el portal y aparezco sobre el lugar donde hemos aterrizado. La última rama con la que choco en en la que estaba posada hace unos segundos.
Y se rompe.
En cuanto la madera cruje y noto que cede, hago lo único que se me ocurre: agarrar a Kath para intentar tirarla conmigo. Confío en que disfrute tanto como yo de la experiencia. Por desgracia, tanto rebotar de aquí para allá camba mi trayectoria. Nuevos obstáculos me esperan en mi segunda ronda y esta vez... Mierda, ¿no queda el portal a mi izquierda? Seguro que Kath abre otro... en cuanto aterrice. Vale, opción descartada. Peligro de muerte reactivado. Esta vez no hay portales, no hay red. Tan solo una fractura de cráneo inminente y con potenciales daños cerebrales. Huesos rotos, sangre por doquier. Puedo imaginarlo como si lo viese desde fuera, con vivos colores y música de fondo.
Recurro de nuevo a la única opción que me queda. Ignoro toda racionalidad y me centro en lo que importa ahora mismo: la supervivencia, la idea de seguir viviendo un poco más. No se me ocurre una forma de morir más triste que esta. La imagen de Arribor exhalando su último aliento envuelto en la gloria de sus últimos momentos acude a mi mente. Una parte de mí la rechaza, convencida de que solo un idiota querría acabar su vida de una forma memorable en lugar de hacerlo mientras duerme a los cien años; por otra parte, la fuerza de ese momento, el deseo de vivir y morir bajo sus reglas, de doblegar la existencia misma al propio capricho sin importar las barreras que el mundo o la lógica impongan, es inspirador. Tal vez pueda cogerlo prestado para encender mi propio deseo, mi propia voluntad, la capacidad oculta de todo ser vivo para fortalecerse más allá de los límites imaginables por las cadenas de la lógica y chocar violentamente contra el suelo tras treinta metros de caída y no sentir más que un incómodo dolor.
Mierda, ha funcionado. No va a haber quien aguante ahora a la bruja.
Katharina von Steinhell
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Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
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Ahora sí que podía decir que se lo estaba pasando bien, pues los gritos de la pirata del parche eran música para sus oídos. Y eso que no era de las personas que se regocijaban con el sufrimiento de los demás, pero esa niña se lo tenía merecido. Tampoco iba a darse un porrazo de muerte así que daba un poco igual, sin embargo, era especialmente divertido imaginarse el miedo que sentía mientras caía, las maldiciones y las puteadas que pasaban por su cabeza mientras el suelo se le acercaba a cada segundo. Sí, definitivamente era divertido, tanto que comenzó a reírse con escándalo, como una verdadera bruja sin razón ni cordura.
Las lágrimas de risa le caían por los ojos cuando comenzó a voltearse para recibir a su compañera. Todo rastro de entretención se borró cuando los brazos de Kaya rodearon su cuerpo. Y entonces empezó a caer junto a ella.
—¡¿Pero qué mierda has hecho?! —le espetó mientras caía—. ¡AGH! ¡Duele!
Los músculos de la hechicera eran mucho más resistentes que los de Kaya, pero aun así pegarse una y otra y otra vez con las malditas ramas era doloroso. Se dio fuerte contra un tronco bastante grueso, rompiéndose la boca. Sintió la calidez de su sangre deslizándose por su labio. Ahora sí que la iba a matar; nada de portales ni bromas bonitas, los cien infiernos caerían sobre Kayadako. Tonterías a un lado, cuando hubo recorrido la mitad de la caída se aferró de una rama cual mono y sintió el tirón en los músculos de su brazo izquierdo. Una mueca de dolor se dibujó durante un instante en su rostro. Ahora que había parado de caer tenía que… Un momento, ¿dónde estaba esa niña estúpida? Perfecto, seguía pegándose con las ramas, hojas y toda clase de mierdas.
Bien, que se joda. No la iba a ayudar. Ella misma se había lanzado contra el vacío-para-nada-vacío; ahora que sufriese las consecuencias de ser idiota. Siempre se jactaba de que era muy lista, pero al parecer el cerebro no le dio para mucho cuando decidió que sería buena idea lanzarse con Katharina, ¿no? ¿Qué se pensaba? ¿Que la bruja iba a terminar tan jodida como ella? Más le valía aferrarse a un intenso deseo de vivir porque, de lo contrario, acabaría con varios huesos rotos. Y eso en el mejor de los casos.
La gruesa rama bajo sus pies crujió y se desmoronó debido a la fuerza con la que Katharina se impulsó, dando la impresión de que se había teletransportado a la ubicación de Kaya. Se quitó la sangre con el antebrazo y la miró con el ceño fruncido. Sus ojos celestes miraron la ropa rasgada de la chica y buscaron las zonas que presentaban más daño. Jamás le había agradado la idea de torturar a alguien, pero haría una pequeña excepción. Así que, abandonando toda piedad, revistió sus dedos con haki y entonces intentó apretar justo donde parecía tener un hueso roto.
—Siempre creyéndote tan divertida y lista, trozo de excremento de simio con sarna. ¡Sufre, niña endemoniada, que te duela! —le gritó, apretando con más fuerza. Nadie podía decir que no se lo merecía, mira que lanzar a su capitana al vacío…—. Al menos toda esta mierda ha servido de algo, ¿no? Porque te veo entera, bueno, estás hecha un desastre, pero eso es lo de menos. ¿Y bien? ¿Ahora crees en toda esta parafernalia de la voluntad?
Las lágrimas de risa le caían por los ojos cuando comenzó a voltearse para recibir a su compañera. Todo rastro de entretención se borró cuando los brazos de Kaya rodearon su cuerpo. Y entonces empezó a caer junto a ella.
—¡¿Pero qué mierda has hecho?! —le espetó mientras caía—. ¡AGH! ¡Duele!
Los músculos de la hechicera eran mucho más resistentes que los de Kaya, pero aun así pegarse una y otra y otra vez con las malditas ramas era doloroso. Se dio fuerte contra un tronco bastante grueso, rompiéndose la boca. Sintió la calidez de su sangre deslizándose por su labio. Ahora sí que la iba a matar; nada de portales ni bromas bonitas, los cien infiernos caerían sobre Kayadako. Tonterías a un lado, cuando hubo recorrido la mitad de la caída se aferró de una rama cual mono y sintió el tirón en los músculos de su brazo izquierdo. Una mueca de dolor se dibujó durante un instante en su rostro. Ahora que había parado de caer tenía que… Un momento, ¿dónde estaba esa niña estúpida? Perfecto, seguía pegándose con las ramas, hojas y toda clase de mierdas.
Bien, que se joda. No la iba a ayudar. Ella misma se había lanzado contra el vacío-para-nada-vacío; ahora que sufriese las consecuencias de ser idiota. Siempre se jactaba de que era muy lista, pero al parecer el cerebro no le dio para mucho cuando decidió que sería buena idea lanzarse con Katharina, ¿no? ¿Qué se pensaba? ¿Que la bruja iba a terminar tan jodida como ella? Más le valía aferrarse a un intenso deseo de vivir porque, de lo contrario, acabaría con varios huesos rotos. Y eso en el mejor de los casos.
La gruesa rama bajo sus pies crujió y se desmoronó debido a la fuerza con la que Katharina se impulsó, dando la impresión de que se había teletransportado a la ubicación de Kaya. Se quitó la sangre con el antebrazo y la miró con el ceño fruncido. Sus ojos celestes miraron la ropa rasgada de la chica y buscaron las zonas que presentaban más daño. Jamás le había agradado la idea de torturar a alguien, pero haría una pequeña excepción. Así que, abandonando toda piedad, revistió sus dedos con haki y entonces intentó apretar justo donde parecía tener un hueso roto.
—Siempre creyéndote tan divertida y lista, trozo de excremento de simio con sarna. ¡Sufre, niña endemoniada, que te duela! —le gritó, apretando con más fuerza. Nadie podía decir que no se lo merecía, mira que lanzar a su capitana al vacío…—. Al menos toda esta mierda ha servido de algo, ¿no? Porque te veo entera, bueno, estás hecha un desastre, pero eso es lo de menos. ¿Y bien? ¿Ahora crees en toda esta parafernalia de la voluntad?
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Termino el último de los sandwiches de perlas y lo meto con lo demás en la fiambrera. Queso, mayonesa de almejas y perlas rellenas de aceite de gamba, la mejor receta para un buen día de entrenamiento. O para uno malo. Es bueno para los huesos, es lo que he descubierto, y estoy bastante segura de que me va a hacer falta. El entrenamiento con Kath es ridículamente duro, así que contar con cierta ventaja de mi parte no viene mal.
Los últimos días han sido... moviditos. Desde aquel feo episodio en el que me tiró del árbol, el resto de la banda ha desayunado, comido y cenado tensión. Tanto dentro como fuera de los periodos de ejercicio, la capitana y yo hemos estado enzarzadas en un conflicto totalmente justificado por mi parte y absolutamente infantil por la suya. Fue ella la que me tiró del árbol y la que luego se comportó como una sociópata homicida, así que no tiene derecho a quejarse por haber dejado que Franklin se revolcara sobre toda su ropa.
En cualquier caso, hemos seguido con los entrenamientos. De no ser porque he visto resultados no me habría planteado continuar, pero he de admitir que para algo han servido tantos esfuerzos. Hemos intercalado los ejercicios de lucha, en los que la bruja no pierde oportunidad de hacer valer su superioridad física con su molesto dominio del haki, con otro tipo de pruebas diseñadas seguramente para matarme. De hecho, estoy segura de que ese ha sido en cierto modo el objetivo: ponerme en la situación de mejorar o morir. Kath me ha lanzado a un lago para que nade o me ahogue, solo que en lugar de hacerlo con agua, usa todo lo que tiene a mano.
Por ejemplo, piedras. El cuarto día me preparó una maldita avalancha. Buscó una pendiente adecuada, hizo añicos con sus poderes un buen macizo de roca y me lo fue lanzando a trozos para ver si podía soportarlo sin moverme del sitio. Y lo hice, por cierto. Usé mis poderes y me cubrí de haki en la medida de mis capacidades, y cuando acabó el "ejercicio" ahí seguía. Luego tuve que volver cojeando al barco y echarme a dormir hasta el día siguiente, pero mejor eso que morir aplastada. Admito que en esos momentos lo de la armadura invisible es la mar de útil. Extraño, sí, pero funciona.
No fue fácil aprender a usarla cuando me da la gana, eso por supuesto. Algo tan abstracto no es lo que mejor se me da. No se basa en nada mesurable, sino en una sensación. En cierto modo es como mantener el equilibrio, algo que afortunadamente me resulta mucho más fácil. Cuando subes a un borde estrecho y peligroso no tienes que mirar dónde pones los pies, sino recordar la sensación de tu cuerpo, la postura exacta e inconsciente que adoptas para no caer. Intento ver el haki de forma parecida, buscando siempre la sensación que experimento cuando logro usarlo. Es como bucear a ciegas en busca de un tesoro y tratar luego de recordar dónde lo has encontrado por última vez. Por ese motivo, al principio me llevé más de un buen golpe. Recuerdo haber contado ciento dieciséis moratones solo desde el segundo lunes de entrenamiento, que fue cuando se me ocurrió llevar la cuenta. De hecho, fue ayer cuando me quité el vendaje improvisado en los dedos de la mano izquierda, dislocados cuando el haki me falló en mal momento. Con el tiempo, al menos, se ha hecho más fácil.
Por otro lado, tanto entrenar me ha permitido hacer algo de turismo por Green Bit. Entre unas cosas y otras he conocido muchas zonas de este lugar: la cascada en la que casi me ahogo durante el ejercicio de "yo te lanzo un árbol y tú lo soportas", el valle de las setas, donde luchamos con palos imbuidos en haki hasta que acabé derrotada en una pila de ramas rotas... Mi lugar favorito es el claro de las abejas. Kath insistió en que me quedara allí plantada durante toda la mañana mientas ella zarandeaba las colmenas y enfadaba a las abejas con el humo de su fuego mágico. La idea era que mantuviese la concentración necesaria para convocar un haki lo suficientemente fuerte y estable como para que los insectos no pudieran atravesarla y picarme. Veinticuatro picaduras en cuatro horas, ese fue el resultado. Podría haber ido peor.
En general es una isla bonita, aunque me está costando cogerle cariño.
Como cada mañana, salgo a cubierta con una mochila bien cargada de provisiones y un botiquín bien surtido. Nunca se sabe lo que puede hacer falta. No puedo evitar preguntarme cuál será la nueva barbaridad que habrá preparado la bruja.
-Intenta no matarme hoy, ¿quieres?
Los últimos días han sido... moviditos. Desde aquel feo episodio en el que me tiró del árbol, el resto de la banda ha desayunado, comido y cenado tensión. Tanto dentro como fuera de los periodos de ejercicio, la capitana y yo hemos estado enzarzadas en un conflicto totalmente justificado por mi parte y absolutamente infantil por la suya. Fue ella la que me tiró del árbol y la que luego se comportó como una sociópata homicida, así que no tiene derecho a quejarse por haber dejado que Franklin se revolcara sobre toda su ropa.
En cualquier caso, hemos seguido con los entrenamientos. De no ser porque he visto resultados no me habría planteado continuar, pero he de admitir que para algo han servido tantos esfuerzos. Hemos intercalado los ejercicios de lucha, en los que la bruja no pierde oportunidad de hacer valer su superioridad física con su molesto dominio del haki, con otro tipo de pruebas diseñadas seguramente para matarme. De hecho, estoy segura de que ese ha sido en cierto modo el objetivo: ponerme en la situación de mejorar o morir. Kath me ha lanzado a un lago para que nade o me ahogue, solo que en lugar de hacerlo con agua, usa todo lo que tiene a mano.
Por ejemplo, piedras. El cuarto día me preparó una maldita avalancha. Buscó una pendiente adecuada, hizo añicos con sus poderes un buen macizo de roca y me lo fue lanzando a trozos para ver si podía soportarlo sin moverme del sitio. Y lo hice, por cierto. Usé mis poderes y me cubrí de haki en la medida de mis capacidades, y cuando acabó el "ejercicio" ahí seguía. Luego tuve que volver cojeando al barco y echarme a dormir hasta el día siguiente, pero mejor eso que morir aplastada. Admito que en esos momentos lo de la armadura invisible es la mar de útil. Extraño, sí, pero funciona.
No fue fácil aprender a usarla cuando me da la gana, eso por supuesto. Algo tan abstracto no es lo que mejor se me da. No se basa en nada mesurable, sino en una sensación. En cierto modo es como mantener el equilibrio, algo que afortunadamente me resulta mucho más fácil. Cuando subes a un borde estrecho y peligroso no tienes que mirar dónde pones los pies, sino recordar la sensación de tu cuerpo, la postura exacta e inconsciente que adoptas para no caer. Intento ver el haki de forma parecida, buscando siempre la sensación que experimento cuando logro usarlo. Es como bucear a ciegas en busca de un tesoro y tratar luego de recordar dónde lo has encontrado por última vez. Por ese motivo, al principio me llevé más de un buen golpe. Recuerdo haber contado ciento dieciséis moratones solo desde el segundo lunes de entrenamiento, que fue cuando se me ocurrió llevar la cuenta. De hecho, fue ayer cuando me quité el vendaje improvisado en los dedos de la mano izquierda, dislocados cuando el haki me falló en mal momento. Con el tiempo, al menos, se ha hecho más fácil.
Por otro lado, tanto entrenar me ha permitido hacer algo de turismo por Green Bit. Entre unas cosas y otras he conocido muchas zonas de este lugar: la cascada en la que casi me ahogo durante el ejercicio de "yo te lanzo un árbol y tú lo soportas", el valle de las setas, donde luchamos con palos imbuidos en haki hasta que acabé derrotada en una pila de ramas rotas... Mi lugar favorito es el claro de las abejas. Kath insistió en que me quedara allí plantada durante toda la mañana mientas ella zarandeaba las colmenas y enfadaba a las abejas con el humo de su fuego mágico. La idea era que mantuviese la concentración necesaria para convocar un haki lo suficientemente fuerte y estable como para que los insectos no pudieran atravesarla y picarme. Veinticuatro picaduras en cuatro horas, ese fue el resultado. Podría haber ido peor.
En general es una isla bonita, aunque me está costando cogerle cariño.
Como cada mañana, salgo a cubierta con una mochila bien cargada de provisiones y un botiquín bien surtido. Nunca se sabe lo que puede hacer falta. No puedo evitar preguntarme cuál será la nueva barbaridad que habrá preparado la bruja.
-Intenta no matarme hoy, ¿quieres?
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El entrenamiento estaba resultando especialmente entretenido, no porque la pirata fuese la mejor compañera del mundo, sino porque daba gusto verle esforzándose por algo. Ella siempre tan altanera, se creía mejor y más lista que el mundo entero, pero no podía siquiera con una simple horda de abejas. Todos los días se le ocurrían nuevas formas de poner a prueba la voluntad de Kaya, como esa vez que la hizo correr descalza por un corredor con cientos de afiladas piedrecillas, y todo mientras corría de un dinosaurio ilusorio. No había dejado ir la oportunidad de memorar esos recuerdos para siempre, por lo que sacó un montón de fotografías que luego enseñaría en la banda. La niña del parche se veía preciosa con un ojo morado y los labios hinchados producto de las picaduras.
La parte en la que le lanzaba bolas de béisbol (que en realidad eran piedras en forma de pelota) era bastante divertida. Tenía prohibido esquivarlas por lo que debía atraparlas sí o sí. Y Katharina no estaba siendo para nada amable luego de que fuese lanzada hacia el “vacío” por Kaya. Si bien no gozaba de puntería, estaba a una distancia lo suficientemente cerca como para darle en las partes dolorosas, sobre todo en las inexistentes tetas de la niña. Por otra parte, no podía negar los avances impresionantes de los últimos días. Al parecer le había pillado el truco y poco a poco formaba una armadura más resistente y sólida, una barrera que frenaba en gran medida el impacto de sus proyectiles. Y, teniendo todo ello en cuenta, era hora de otra prueba.
—Dejarás de quejarte algún día, ¿verdad? No fue para tanto —le dijo, blanqueando los ojos. Entonces, sacó una fotografía en donde aparecía Kaya corriendo de las abejas—. Mira, te ves adorable. ¿Y si se las mando al Gobierno Mundial para que actualicen tu cartel de “Se busca”?
Venga, una bromita sana de vez en cuando. Ya nada de hacerle beber agua del retrete ni ponerla a correr por la playa a las cinco de la madrugada. Arruinar la imagen que el mundo tenía de ella sería divertido.
—En fin, tonterías fuera. —La bruja alzó su mano derecha y apuntó con la palma a la pirata—. Coge una piedra y lánzamela. —En caso de que lo hiciera pronto se daría cuenta de que esta sería frenada por una barrera prácticamente invisible—. Con algo de práctica podrás crear barreras de haki, muestras de tu voluntad que impiden el paso de los ataques. Y esta será tu prueba de hoy: intentarás quebrantar esta muralla hecha de haki. Puedes cargar hacia esta como el animal que eres, darle puñetazos y patadas, me da igual. Tienes dos horas para romperla y por tu propio bien más vale que lo hagas.
Si fallaba… Bueno, la dejaría colgada de un árbol un buen rato, le untaría mermelada en la frente y pondría a Franklin ahí. En algún momento terminaría siendo más baba que persona. En cualquier caso le tenía toda la fe del mundo, pues la barrera que había creado era bastante débil, lo suficiente para que alguien que recién se adentraba en el mundo del haki pudiese romperla.
La parte en la que le lanzaba bolas de béisbol (que en realidad eran piedras en forma de pelota) era bastante divertida. Tenía prohibido esquivarlas por lo que debía atraparlas sí o sí. Y Katharina no estaba siendo para nada amable luego de que fuese lanzada hacia el “vacío” por Kaya. Si bien no gozaba de puntería, estaba a una distancia lo suficientemente cerca como para darle en las partes dolorosas, sobre todo en las inexistentes tetas de la niña. Por otra parte, no podía negar los avances impresionantes de los últimos días. Al parecer le había pillado el truco y poco a poco formaba una armadura más resistente y sólida, una barrera que frenaba en gran medida el impacto de sus proyectiles. Y, teniendo todo ello en cuenta, era hora de otra prueba.
—Dejarás de quejarte algún día, ¿verdad? No fue para tanto —le dijo, blanqueando los ojos. Entonces, sacó una fotografía en donde aparecía Kaya corriendo de las abejas—. Mira, te ves adorable. ¿Y si se las mando al Gobierno Mundial para que actualicen tu cartel de “Se busca”?
Venga, una bromita sana de vez en cuando. Ya nada de hacerle beber agua del retrete ni ponerla a correr por la playa a las cinco de la madrugada. Arruinar la imagen que el mundo tenía de ella sería divertido.
—En fin, tonterías fuera. —La bruja alzó su mano derecha y apuntó con la palma a la pirata—. Coge una piedra y lánzamela. —En caso de que lo hiciera pronto se daría cuenta de que esta sería frenada por una barrera prácticamente invisible—. Con algo de práctica podrás crear barreras de haki, muestras de tu voluntad que impiden el paso de los ataques. Y esta será tu prueba de hoy: intentarás quebrantar esta muralla hecha de haki. Puedes cargar hacia esta como el animal que eres, darle puñetazos y patadas, me da igual. Tienes dos horas para romperla y por tu propio bien más vale que lo hagas.
Si fallaba… Bueno, la dejaría colgada de un árbol un buen rato, le untaría mermelada en la frente y pondría a Franklin ahí. En algún momento terminaría siendo más baba que persona. En cualquier caso le tenía toda la fe del mundo, pues la barrera que había creado era bastante débil, lo suficiente para que alguien que recién se adentraba en el mundo del haki pudiese romperla.
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No me quejaré por tener que lanzarle piedras a Kath a la cara, pero incluso antes de que explique todo el rollo de la barrera sé que tiene truco. Me imaginaba que usaría sus portales para devolvérmelas envueltas en llamas o algo así, pero lo del muro invisible me ha cogido por sorpresa. Es de esas cosas que una no se espera a no ser que venga de una fruta del diablo específica para eso. Siempre cabe la posibilidad de que sea cosa de la Magi Magi no mi y la bruja me esté timando, cosa que tampoco me extrañaría demasiado. Su vena de misántropa peligrosa sale a veces de formas peculiares. Aun así, me procuro un buen montón de piedras.
-No te quejes si te salto un diente -le advierto. Si vamos a jugar, pienso ganar.
Sopeso la primera, un buen pedrusco grande y áspero. Si le doy con esto le dejaré una buena marca. Me concentro para poner en marcha el invisible mecanismo que convierta esta simple piedra en un proyectil indestructible. En teoría.
No es la primera vez que practicamos esto de imbuir objetos con haki. Hemos probado con palos varias veces, luchando con ellos como si de espadas se tratase. No es que se me dé muy bien la esgrima, así que me limitaba a movimientos básicos y a copiar algunos de Kath. Mis armas no hacían más que romperse, pero he descubierto que resulta mucho más fácil de lo que pensaba en un principio reunir voluntad para golpear a alguien. Eso no impidió que mis palos se hicieran trizas con tres golpes, pero al menos le cogí el truco a eso de endurecerlos. Lo de las hojas fue más difícil. Buscamos hojas grandes de palmera, supuestamente para usarlas como escudo. La idea era que las cargase de haki y me defendiera con ella de todo lo que Kath quisiera lanzarme. Fue la segunda parte del entrenamiento de lanzar pelotas, igual de desagradable que la primera.
Espero que ahora que soy yo la que arroja cosas no termine así.
Lanzo la primera con fuerza. No apunto mucho, porque de momento solo quiero ver qué ocurre cuando impacta contra ese supuesto muro. La roca se detiene en el aire y se hace añicos al chocar contra algo mucho más duro que ella. Vale, ya sé lo que ocurre. Ahora, lo haré en serio.
Reúno voluntad y la concentro en la segunda piedra. Soy incapaz de explicarme cómo lo hago, la verdad. Es como un juego de sensaciones, tan inexplicable como el hecho de poder mover las orejas. Se puede o no se puede, pero nadie es capaz de describir el proceso de forma que lo entienda alguien que no posee esa habilidad. Eso es lo que hace este entrenamiento tan frustrante. Más vale que el haki me salve la vida alguna vez, así al menos lo habré amortizado. Por ahora me conformaré con darle a la bruja en la nariz.
La primera hora pasa sin pena ni gloria. Todos mis lanzamientos se estrellan contra la barrera sin suponer un riesgo real. Los brazos se me cansan y la sacrosanta voluntad empieza a ser sustituida por cierto hartazgo. Tras un largo trago de agua, la segunda arranca no mucho mejor. ¿Es que no va a romperse nunca? Cada vez son más las piedras que lanzo sin haki ni nada. Al parecer no es algo que se pueda utilizar ilimitadamente, o quizás es que ya me estoy cansando. ¿Tan difícil es? ¿Tan desiguales somos? Me siento tentada de acercarme y derribar sus defensas a puñetazos, como una loca. No debo de pensar con mucha claridad si recurro a tácticas tan bárbaras, aunque sea solo en mi cabeza. Es frustrante tener la meta delante y no poder cruzarla. Y cuando darme cuenta, ya solo queda una piedra.
Toda la mañana reuniendo munición y ahora, tras solo un rato, solo quedan fragmentos acumulados a un metro de su objetivo. Solo queda una, una última oportunidad, la delgada diferencia entre una ligera victoria y un ligero fracaso. No me engaño; sé que no me juego la vida aquí, pero aun así quiero lograrlo incluso si es solo una única vez. ¿Me convierte eso en idiota? ¿Puede llamarse eso voluntad? Al cuerno, ni siquiera me importa. Lo único que sé es que pienso agujerear ese puto muro aunque sea lo último que haga. Es un estúpido rasgo de familia.
-¿Sabes? Siempre me han dicho que los Neus somos demasiado cabezotas como para saber rendirnos.
Imbuyo la piedra de toda la fuerza que soy capaz de reunir y la arrojo con toda la intención de darle al objetivo.
-No te quejes si te salto un diente -le advierto. Si vamos a jugar, pienso ganar.
Sopeso la primera, un buen pedrusco grande y áspero. Si le doy con esto le dejaré una buena marca. Me concentro para poner en marcha el invisible mecanismo que convierta esta simple piedra en un proyectil indestructible. En teoría.
No es la primera vez que practicamos esto de imbuir objetos con haki. Hemos probado con palos varias veces, luchando con ellos como si de espadas se tratase. No es que se me dé muy bien la esgrima, así que me limitaba a movimientos básicos y a copiar algunos de Kath. Mis armas no hacían más que romperse, pero he descubierto que resulta mucho más fácil de lo que pensaba en un principio reunir voluntad para golpear a alguien. Eso no impidió que mis palos se hicieran trizas con tres golpes, pero al menos le cogí el truco a eso de endurecerlos. Lo de las hojas fue más difícil. Buscamos hojas grandes de palmera, supuestamente para usarlas como escudo. La idea era que las cargase de haki y me defendiera con ella de todo lo que Kath quisiera lanzarme. Fue la segunda parte del entrenamiento de lanzar pelotas, igual de desagradable que la primera.
Espero que ahora que soy yo la que arroja cosas no termine así.
Lanzo la primera con fuerza. No apunto mucho, porque de momento solo quiero ver qué ocurre cuando impacta contra ese supuesto muro. La roca se detiene en el aire y se hace añicos al chocar contra algo mucho más duro que ella. Vale, ya sé lo que ocurre. Ahora, lo haré en serio.
Reúno voluntad y la concentro en la segunda piedra. Soy incapaz de explicarme cómo lo hago, la verdad. Es como un juego de sensaciones, tan inexplicable como el hecho de poder mover las orejas. Se puede o no se puede, pero nadie es capaz de describir el proceso de forma que lo entienda alguien que no posee esa habilidad. Eso es lo que hace este entrenamiento tan frustrante. Más vale que el haki me salve la vida alguna vez, así al menos lo habré amortizado. Por ahora me conformaré con darle a la bruja en la nariz.
La primera hora pasa sin pena ni gloria. Todos mis lanzamientos se estrellan contra la barrera sin suponer un riesgo real. Los brazos se me cansan y la sacrosanta voluntad empieza a ser sustituida por cierto hartazgo. Tras un largo trago de agua, la segunda arranca no mucho mejor. ¿Es que no va a romperse nunca? Cada vez son más las piedras que lanzo sin haki ni nada. Al parecer no es algo que se pueda utilizar ilimitadamente, o quizás es que ya me estoy cansando. ¿Tan difícil es? ¿Tan desiguales somos? Me siento tentada de acercarme y derribar sus defensas a puñetazos, como una loca. No debo de pensar con mucha claridad si recurro a tácticas tan bárbaras, aunque sea solo en mi cabeza. Es frustrante tener la meta delante y no poder cruzarla. Y cuando darme cuenta, ya solo queda una piedra.
Toda la mañana reuniendo munición y ahora, tras solo un rato, solo quedan fragmentos acumulados a un metro de su objetivo. Solo queda una, una última oportunidad, la delgada diferencia entre una ligera victoria y un ligero fracaso. No me engaño; sé que no me juego la vida aquí, pero aun así quiero lograrlo incluso si es solo una única vez. ¿Me convierte eso en idiota? ¿Puede llamarse eso voluntad? Al cuerno, ni siquiera me importa. Lo único que sé es que pienso agujerear ese puto muro aunque sea lo último que haga. Es un estúpido rasgo de familia.
-¿Sabes? Siempre me han dicho que los Neus somos demasiado cabezotas como para saber rendirnos.
Imbuyo la piedra de toda la fuerza que soy capaz de reunir y la arrojo con toda la intención de darle al objetivo.
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El entrenamiento de hoy es bastante más elaborado que los anteriores. Kath ha debido currárselo, porque ha montado un circuito de pruebas ridículamente complicado. Tras varios días perfeccionando las distintas formas de atravesar su barrera, por fin toca cambiar y pasar del ataque a la defensa.
Lo cierto es que casi es un alivio. Hemos pasado casi una semana larga con ejercicios diversos destinado a intentar darle un golpe a la bruja. Con poco éxito en eso último, he de decir, aunque sí que noto progresos en lo importante. Y menos mal, porque no ha sido fácil. Un día insistió en que atravesara su barrera con un dedo. ¿Concentrar haki solo en una parte del cuerpo? Claro, ¿por qué no? Fue lo que pensé, tonta de mí. Terminé rompiéndome el índice de la mano derecha y medio coja durante tres días, pero al menos aprendí la lección. Fue peor cuando insistió en hacerlo con la cabeza. El haki en la frente es una sensación rara, de rigidez extrema.
Ahora me ha hecho un sendero. Parece un camino tan tranquilo que da hasta miedo. Huele a trampa que tira para atrás. Ni camino relajante por el bosque ni nada, obviamente está preparando algo para matarme.
Nada más entrar en el camino trazado entre la maleza vuela hacia mí una docena de lanzas talladas burdamente en una madera agrietada. Instintivamente, me agacho y las esquivo. Supongo que la idea no era esa, pero es lo que hay. Me concentro en el haki a partir de entonces, siguiendo mi camino en alerta total. Cómo no, las trampas no se hacen esperar. Me es inevitable caer en el foso con estacas que ha excavado con nada de disimulo -pero me dejo caer para tenerla contenta-, y consigo que las mortales púas se partan antes de hacerme daño. Tras escalar, me cae un árbol encima. Tengo que reunir todo el haki posible y plantarme firmemente en el sitio para que no me aplaste y me deje lisiada. Y después vienen los malditos troncos.
De entre la maleza, gruesos troncos atados con lianas vuelan en mi dirección como los péndulos más peligrosos del mundo. Entiendo que el objetivo es que los resista sin salirme del camino marcado, así que planto los talones en el suelo y me preparo para recibir un impacto tras otro según voy avanzando. Al principio es casi fácil, pero tardo menos de lo que me gustaría en cansarme. Es mentalmente agotador tener que concentrarse en la maldita voluntad. Voluntad de resistir el golpe, voluntad de mantenerse en el sitio. Es solo una sensación, agua entre los dedos, difícil de agarrar y mantener. Al rato, varios de los obstáculos me hacen salirme del sendero. Noto los brazos entumecidos por culpa de los golpes recibidos cuando no consigo reunir el haki necesario a tiempo. Pero bueno, tan solo unos moratones más que se unirán al resto. Intento no distraerme por eso y seguir centrada en la meta. Lo único que me mueve es la idea de pasar esta prueba y darle en los morros a la bruja. Pienso demostrarle lo que puedo hacer, que ni todos sus esfuerzos por machacarme serán suficientes. En momentos como estos aparto la racionalidad por ser contraproducente. No pienso, solo siento y actúo.
La luz al final del camino, más allá del bosque sofocante, viene acompañada por una roca de tamaño demencial. El instinto me impele a esquivarla, así que lo ignoro. Extiendo las manos, magulladas y cansadas, y reúno las pizcas restantes de mi deseo por ganar, de mi ambición de continuar. Un tenue brillo translúcido cubre mi piel en el momento en que la piedra se estrella contra mí.
Oigo un crujido terrible. Al principio temo que sean mis huesos, pero no tardo en descubrir con alegría que es la roca la que se parte. Sus dos mitades caen a los lados y levantan una pequeña nube de polvo que se me mete en la nariz. Pero, por alguna razón, ahora mismo me sabe a gloria.
Lo cierto es que casi es un alivio. Hemos pasado casi una semana larga con ejercicios diversos destinado a intentar darle un golpe a la bruja. Con poco éxito en eso último, he de decir, aunque sí que noto progresos en lo importante. Y menos mal, porque no ha sido fácil. Un día insistió en que atravesara su barrera con un dedo. ¿Concentrar haki solo en una parte del cuerpo? Claro, ¿por qué no? Fue lo que pensé, tonta de mí. Terminé rompiéndome el índice de la mano derecha y medio coja durante tres días, pero al menos aprendí la lección. Fue peor cuando insistió en hacerlo con la cabeza. El haki en la frente es una sensación rara, de rigidez extrema.
Ahora me ha hecho un sendero. Parece un camino tan tranquilo que da hasta miedo. Huele a trampa que tira para atrás. Ni camino relajante por el bosque ni nada, obviamente está preparando algo para matarme.
Nada más entrar en el camino trazado entre la maleza vuela hacia mí una docena de lanzas talladas burdamente en una madera agrietada. Instintivamente, me agacho y las esquivo. Supongo que la idea no era esa, pero es lo que hay. Me concentro en el haki a partir de entonces, siguiendo mi camino en alerta total. Cómo no, las trampas no se hacen esperar. Me es inevitable caer en el foso con estacas que ha excavado con nada de disimulo -pero me dejo caer para tenerla contenta-, y consigo que las mortales púas se partan antes de hacerme daño. Tras escalar, me cae un árbol encima. Tengo que reunir todo el haki posible y plantarme firmemente en el sitio para que no me aplaste y me deje lisiada. Y después vienen los malditos troncos.
De entre la maleza, gruesos troncos atados con lianas vuelan en mi dirección como los péndulos más peligrosos del mundo. Entiendo que el objetivo es que los resista sin salirme del camino marcado, así que planto los talones en el suelo y me preparo para recibir un impacto tras otro según voy avanzando. Al principio es casi fácil, pero tardo menos de lo que me gustaría en cansarme. Es mentalmente agotador tener que concentrarse en la maldita voluntad. Voluntad de resistir el golpe, voluntad de mantenerse en el sitio. Es solo una sensación, agua entre los dedos, difícil de agarrar y mantener. Al rato, varios de los obstáculos me hacen salirme del sendero. Noto los brazos entumecidos por culpa de los golpes recibidos cuando no consigo reunir el haki necesario a tiempo. Pero bueno, tan solo unos moratones más que se unirán al resto. Intento no distraerme por eso y seguir centrada en la meta. Lo único que me mueve es la idea de pasar esta prueba y darle en los morros a la bruja. Pienso demostrarle lo que puedo hacer, que ni todos sus esfuerzos por machacarme serán suficientes. En momentos como estos aparto la racionalidad por ser contraproducente. No pienso, solo siento y actúo.
La luz al final del camino, más allá del bosque sofocante, viene acompañada por una roca de tamaño demencial. El instinto me impele a esquivarla, así que lo ignoro. Extiendo las manos, magulladas y cansadas, y reúno las pizcas restantes de mi deseo por ganar, de mi ambición de continuar. Un tenue brillo translúcido cubre mi piel en el momento en que la piedra se estrella contra mí.
Oigo un crujido terrible. Al principio temo que sean mis huesos, pero no tardo en descubrir con alegría que es la roca la que se parte. Sus dos mitades caen a los lados y levantan una pequeña nube de polvo que se me mete en la nariz. Pero, por alguna razón, ahora mismo me sabe a gloria.
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Espera, ¿había escuchado bien? Ese «somos» no podía tener otro significado, y no tenía sentido que la niña se hubiera inventado eso. Podía ser una casualidad, pero ahora entendía esa ridícula moda del parche. La conocía de antes. Es más, ahora entendía muchas cosas, tantas que acabó perdiendo la concentración justo cuando Kaya lanzó la piedra. La barrera se hizo trizas y la piedra golpeó en la frente a Katharina, asomándole las lágrimas por los ojos y chillando. ¡Eso fue un golpe bajo! Ya vería cómo la haría sufrir… Pero eso después, ahora mismo quería dimensionar cuán caprichoso podía ser el destino.
—¿Eres hija de Arribor Neus? Eso explicaría por qué eres más bestia que persona… Eso explicaría muchas cosas —le dijo, ignorando el dolor. La frente le había quedado roja, pero el golpe no fue suficiente para hacerle sangrar.
Tenía cosas pendientes con ese hombre. Le había ayudado a escapar del caótico campo de batalla de Gray Rock a cambio de un favor, algo que nunca pagó. Cuando pidió su ayuda en la carpa de Viktor Elrik, justo antes de entrar a la Gran Aguja, el viejo de mierda se negó rotundamente. ¡Y encima estaba ese… rubio! ¿Cómo se llamaba? Recordaba su rostro, lo bien que se movía y… El hijo de puta la había tratado de prostituta en su cara. También tenía una deuda pendiente con ese imbécil. El caso, Arribor murió sin pagar la deuda. Si fuera en otras condiciones se lo reprocharía en la cara a Kaya, pero tampoco era tan bruta.
—¿Quién iba a decir que nos parecemos en algo? —preguntaría, soltando una sonrisa llena de sarcasmo—. Tu padre y el mío están muertos, menuda sorpresa. —Ahora que lo pensaba… No sabía prácticamente nada de la chica que tenía en frente, y eso podía ser peligroso—. Hemos terminado por hoy, puedes descansar.
La bruja volvió al barco en silencio, dejando a la chica atrás. ¿El que fuera hija de ese hombre acaso cambiaba las cosas…? Kaya podía ser antipática y actuar como una vieja asquerosa enojada con la vida, pero confiaba en ella. Y no podía decir eso de muchas personas. Los piratas eran ratas traicioneras que venderían los testículos de un hermano por unos berries, y tal vez Kaya llevaba la piratería en la sangre. En fin, no le daría más vueltas al pensamiento ese.
La meta era una plataforma aplanada que se quebraba súbitamente en un acantilado. Después de la trampa de la roca no habría más sorpresas, sería un camino limpio para Kaya, aunque quizás lo de «sorpresas» era un poco más… relativo. En esta había grandes rocas y árboles en las laterales, dejando una especie de círculo despejado donde crecían flores y pasto.
Un rugido golpeó el cielo y estremeció la tierra sucedido rápidamente de otro. Una columna de fuego azul parecía que se iba a conectar con las nubes. Se escuchaban gritos de batalla y el chirrido metálico de las espadas al chocar las unas con las otras. Podían oírse los disparos y los alaridos de dolor de los hombres al ser alcanzados por el acero de Katharina. Los hombres de uniformes blancos aparecían de todos lados, cargando contra una bruja herida y con el rostro ensangrentado, sin saberse si era su sangre o la del enemigo. Probablemente Kaya se preguntase de dónde habían salido y por qué estaban ahí, aunque era tiempo de actuar en vez de cuestionarse cosas. Superaban en número a la bruja y, si la chica del parche tenía experiencia con marines, se daría cuenta de que había dos vicealmirantes y tres comodoros. Había varios capitanes con sus respectivos escuadrones, y todos ellos estaban atacando a la hechicera.
Las armas del enemigo le habían alcanzado varias veces, pero este había pagado ya con varias vidas. Había al menos una veintena de muertos allí en el suelo: los había mutilados y carbonizados, cortados con las tripas fuera y decapitados. Parecía una repugnante y tétrica carnicería. La espadachina luchaba con una expresión fiera en el rostro, girando y girando para defenderse y atacar a todos sus oponentes. Daba la impresión de que bailaba siguiendo el oscuro y excitante vals de la muerte. Sin embargo, los marines poco a poco parecían ganar más y más protagonismo en la batalla. Y entonces, le dedicó una mirada de auxilio a la chica del parche.
Un enorme minotauro de pelaje negro y casi cuatro metros de altura gruñó al sentir la presencia de Kayadako, buscándola entre el mar de gente mientras exhalaba vapor por las fosas nasales. Con hacha en mano se aproximó hacia ella con la intención de cortarla por la mitad de un tajo vertical. Y con todo lo que había estado entrenando se daría cuenta de que el ataque iba cargado de voluntad.
—¡¿En serio creyeron que la Marina no se daría cuenta de que los Sinners estaban en la isla?! —rugiría después de su ataque—. ¡Les hace falta mucha experiencia, novatas estúpidas!
—¿Eres hija de Arribor Neus? Eso explicaría por qué eres más bestia que persona… Eso explicaría muchas cosas —le dijo, ignorando el dolor. La frente le había quedado roja, pero el golpe no fue suficiente para hacerle sangrar.
Tenía cosas pendientes con ese hombre. Le había ayudado a escapar del caótico campo de batalla de Gray Rock a cambio de un favor, algo que nunca pagó. Cuando pidió su ayuda en la carpa de Viktor Elrik, justo antes de entrar a la Gran Aguja, el viejo de mierda se negó rotundamente. ¡Y encima estaba ese… rubio! ¿Cómo se llamaba? Recordaba su rostro, lo bien que se movía y… El hijo de puta la había tratado de prostituta en su cara. También tenía una deuda pendiente con ese imbécil. El caso, Arribor murió sin pagar la deuda. Si fuera en otras condiciones se lo reprocharía en la cara a Kaya, pero tampoco era tan bruta.
—¿Quién iba a decir que nos parecemos en algo? —preguntaría, soltando una sonrisa llena de sarcasmo—. Tu padre y el mío están muertos, menuda sorpresa. —Ahora que lo pensaba… No sabía prácticamente nada de la chica que tenía en frente, y eso podía ser peligroso—. Hemos terminado por hoy, puedes descansar.
La bruja volvió al barco en silencio, dejando a la chica atrás. ¿El que fuera hija de ese hombre acaso cambiaba las cosas…? Kaya podía ser antipática y actuar como una vieja asquerosa enojada con la vida, pero confiaba en ella. Y no podía decir eso de muchas personas. Los piratas eran ratas traicioneras que venderían los testículos de un hermano por unos berries, y tal vez Kaya llevaba la piratería en la sangre. En fin, no le daría más vueltas al pensamiento ese.
*****
La meta era una plataforma aplanada que se quebraba súbitamente en un acantilado. Después de la trampa de la roca no habría más sorpresas, sería un camino limpio para Kaya, aunque quizás lo de «sorpresas» era un poco más… relativo. En esta había grandes rocas y árboles en las laterales, dejando una especie de círculo despejado donde crecían flores y pasto.
Un rugido golpeó el cielo y estremeció la tierra sucedido rápidamente de otro. Una columna de fuego azul parecía que se iba a conectar con las nubes. Se escuchaban gritos de batalla y el chirrido metálico de las espadas al chocar las unas con las otras. Podían oírse los disparos y los alaridos de dolor de los hombres al ser alcanzados por el acero de Katharina. Los hombres de uniformes blancos aparecían de todos lados, cargando contra una bruja herida y con el rostro ensangrentado, sin saberse si era su sangre o la del enemigo. Probablemente Kaya se preguntase de dónde habían salido y por qué estaban ahí, aunque era tiempo de actuar en vez de cuestionarse cosas. Superaban en número a la bruja y, si la chica del parche tenía experiencia con marines, se daría cuenta de que había dos vicealmirantes y tres comodoros. Había varios capitanes con sus respectivos escuadrones, y todos ellos estaban atacando a la hechicera.
Las armas del enemigo le habían alcanzado varias veces, pero este había pagado ya con varias vidas. Había al menos una veintena de muertos allí en el suelo: los había mutilados y carbonizados, cortados con las tripas fuera y decapitados. Parecía una repugnante y tétrica carnicería. La espadachina luchaba con una expresión fiera en el rostro, girando y girando para defenderse y atacar a todos sus oponentes. Daba la impresión de que bailaba siguiendo el oscuro y excitante vals de la muerte. Sin embargo, los marines poco a poco parecían ganar más y más protagonismo en la batalla. Y entonces, le dedicó una mirada de auxilio a la chica del parche.
Un enorme minotauro de pelaje negro y casi cuatro metros de altura gruñó al sentir la presencia de Kayadako, buscándola entre el mar de gente mientras exhalaba vapor por las fosas nasales. Con hacha en mano se aproximó hacia ella con la intención de cortarla por la mitad de un tajo vertical. Y con todo lo que había estado entrenando se daría cuenta de que el ataque iba cargado de voluntad.
—¡¿En serio creyeron que la Marina no se daría cuenta de que los Sinners estaban en la isla?! —rugiría después de su ataque—. ¡Les hace falta mucha experiencia, novatas estúpidas!
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Recorro las últimas decenas de metros hasta el final del sendero trazado para la prueba. La euforia por haber logrado pasar todos los obstáculos se mezcla con el cansancio de toda una mañana de esfuerzo. La existencia entera me pesa ahora mismo como si tuviese activado mi poder. Estoy deseando llegar al barco y dormir hasta pasado mañana. Pero, por supuesto, la vida tiene otros planes.
Antes de llegar al claro que marca el final del camino ya oigo el ruido del combate. El aire huele a la pólvora de los disparos, entremezclados con el acero chocando entre sí y las voces de los combatientes. Me imagino que debe ser Kath quien esté luchando, pero ¿contra quién? La respuesta queda clara cuando veo al primer marine tirado en el suelo. Cuanto más cerca del lugar donde la bruja se enfrenta a ellos, más cuerpos caídos hay. Cubierta de sangre propia y ajena, Katharina se defiende de una nutrida tropa de marines. Distingo varios rangos importantes entre sus filas. Deben de ser fuertes para haberla puesto contra las cuerdas así. Incluso diría que espera mi ayuda. ¿Qué diablos está pasando? ¿Justo ahora aparecen los marines? No podían haber elegido un momento peor ni queriendo. Es tan... literalmente increíble.
-¿Todo esto es una ilusión, verdad? -le digo a Kath-. Venga ya. ¿desde cuándo unos cuantos marines bastan para darte pelea? ¿Y aparecen de la nada justo ahora? -Me acerco a uno de los soldados en busca de algo que lo delate-. No me vas a eng...
La ilusión me suelta un puñetazo que parece muy real. No sabía que la magia de la bruja pudiese imitar las sensaciones de este tipo. Maldita Kath. Sean reales o no ¿me va a tocar pelear igualmente? El enorme toro humanoide se aproxima hacia mí a grandes zancadas. Impondría si no fuese porque puedo aplastarlo, como a todo. Me echo a un lado para que el hacha se clave en tierra en lugar de en mi cabeza. Poso las manos sobre el mango y este se parte bajo una presión de sesenta toneladas. Entonces me apoyo sobre la hoja y me doy impulso para alcanzar la cabeza del toro. Dejo caer el codo sobre su frente, convertido en una punta de lanza de diez mil kilos.
Como era de esperar, ni se entera. El hombre-toro brama y barre el aire con su poderoso brazo. Me lanza por los aires y se apresura a perseguirme. Antes siquiera de aterrizar de culo ya distingo cómo se abalanza sobre mí. Me agarro a uno de sus cuernos cuando intenta embestirme y me cuelgo sobre él con cien toneladas de peso. El suelo se agrieta bajo mi peso, y mientras lo tengo bien sujeto devuelvo la ligereza a mi pierna y le propino un fuerte rodillazo directo al rostro. El toro cabecea y se libra de mi presa. Intenta pisotearme, pero me aparto y su pezuña se clava en el suelo destrozado. Un segundo después su puño ya vuela hacia mí. Cruzo los brazos frente al rostro y trato de recordar los principios del haki para detenerlo. El haki acude a mí, pero no lo bastante fuerte. El golpe hace que me retumbe todo el esqueleto. Me quedo en mi sitio solo gracias a mi habilidad, cuyo efecto aumento para hundir el suelo bajo mis pies y así dejar que el siguiente golpe pase por encima de mi cabeza. Entonces se lo devuelvo, con el puño imbuido en la armadura invisible. Eso parece hacerle algo de daño, pero no es suficiente.
-Mierda, Kath, te empeñas en ponérmelo difícil.
Convencida de que la bruja no ahorrará brutalidad, me aparto y busco la espalda del minotauro con una finta. Le piso la cola, lo que me gana una coz demoledora. No sé si me salvo de que me parta en dos por haber usado haki o porque el minotauro no es de verdad. De hecho, ni siquiera sé si sus golpes también son meras ilusiones o si es la propia Kath disfrazada de monstruo toro. En cualquier caso, ganar o morir. Es la única decisión que he podido tomar durante todo este arduo entrenamiento. Ganar o morir, golpear más o escupir sangre. Muy apropiado para los piratas, supongo.
Mis golpes no parecen afectar al toro marine. Sin importar el peso que ponga en ellos, los resiste. Trato de usar el haki como defensa y como herramienta de ataque a la vez, maldiciendo para mis adentros cada vez que no acude a mi llamada. No es tan fácil concentrarse en eso en mitad de una batalla. Pero no importa, no hay hueco para la duda. Cada vez que mis puños vuelan al encuentro del minotauro lo hacen cargados de la convicción de que le harán daño.
Hasta que me lanza una cornada.
Las astas del monstruo se bañan de sangre y yo retrocedo con una fea herida en el abdomen. ¿Será de verdad? No creo que sea una ilusión. Tal vez Kath haya usado su espada para recrear al efecto de la cornada. O a lo mejor todo esto es auténticamente real, quién sabe. A quién le importa, realmente. Sea como sea, tengo que ganar aquí.
Reúno toda la fuerza que puedo para un último golpe. El toro carga brutalmente como un apocalipsis con cuernos. Cierro los ojos. Dejo que mi voluntad de acabar con él se refleje en mi mano derecha, convertida ahora en arma. O me salva la vida o me lleva a la muerte. No, no hay opción ahí. Voy a ganar, punto.
Abro los ojos y, con la piel tintada de un intenso color negro y decenas de miles de kilos arrastrándola hacia abajo, incrusto el puño en la cabeza del minotauro.
Antes de llegar al claro que marca el final del camino ya oigo el ruido del combate. El aire huele a la pólvora de los disparos, entremezclados con el acero chocando entre sí y las voces de los combatientes. Me imagino que debe ser Kath quien esté luchando, pero ¿contra quién? La respuesta queda clara cuando veo al primer marine tirado en el suelo. Cuanto más cerca del lugar donde la bruja se enfrenta a ellos, más cuerpos caídos hay. Cubierta de sangre propia y ajena, Katharina se defiende de una nutrida tropa de marines. Distingo varios rangos importantes entre sus filas. Deben de ser fuertes para haberla puesto contra las cuerdas así. Incluso diría que espera mi ayuda. ¿Qué diablos está pasando? ¿Justo ahora aparecen los marines? No podían haber elegido un momento peor ni queriendo. Es tan... literalmente increíble.
-¿Todo esto es una ilusión, verdad? -le digo a Kath-. Venga ya. ¿desde cuándo unos cuantos marines bastan para darte pelea? ¿Y aparecen de la nada justo ahora? -Me acerco a uno de los soldados en busca de algo que lo delate-. No me vas a eng...
La ilusión me suelta un puñetazo que parece muy real. No sabía que la magia de la bruja pudiese imitar las sensaciones de este tipo. Maldita Kath. Sean reales o no ¿me va a tocar pelear igualmente? El enorme toro humanoide se aproxima hacia mí a grandes zancadas. Impondría si no fuese porque puedo aplastarlo, como a todo. Me echo a un lado para que el hacha se clave en tierra en lugar de en mi cabeza. Poso las manos sobre el mango y este se parte bajo una presión de sesenta toneladas. Entonces me apoyo sobre la hoja y me doy impulso para alcanzar la cabeza del toro. Dejo caer el codo sobre su frente, convertido en una punta de lanza de diez mil kilos.
Como era de esperar, ni se entera. El hombre-toro brama y barre el aire con su poderoso brazo. Me lanza por los aires y se apresura a perseguirme. Antes siquiera de aterrizar de culo ya distingo cómo se abalanza sobre mí. Me agarro a uno de sus cuernos cuando intenta embestirme y me cuelgo sobre él con cien toneladas de peso. El suelo se agrieta bajo mi peso, y mientras lo tengo bien sujeto devuelvo la ligereza a mi pierna y le propino un fuerte rodillazo directo al rostro. El toro cabecea y se libra de mi presa. Intenta pisotearme, pero me aparto y su pezuña se clava en el suelo destrozado. Un segundo después su puño ya vuela hacia mí. Cruzo los brazos frente al rostro y trato de recordar los principios del haki para detenerlo. El haki acude a mí, pero no lo bastante fuerte. El golpe hace que me retumbe todo el esqueleto. Me quedo en mi sitio solo gracias a mi habilidad, cuyo efecto aumento para hundir el suelo bajo mis pies y así dejar que el siguiente golpe pase por encima de mi cabeza. Entonces se lo devuelvo, con el puño imbuido en la armadura invisible. Eso parece hacerle algo de daño, pero no es suficiente.
-Mierda, Kath, te empeñas en ponérmelo difícil.
Convencida de que la bruja no ahorrará brutalidad, me aparto y busco la espalda del minotauro con una finta. Le piso la cola, lo que me gana una coz demoledora. No sé si me salvo de que me parta en dos por haber usado haki o porque el minotauro no es de verdad. De hecho, ni siquiera sé si sus golpes también son meras ilusiones o si es la propia Kath disfrazada de monstruo toro. En cualquier caso, ganar o morir. Es la única decisión que he podido tomar durante todo este arduo entrenamiento. Ganar o morir, golpear más o escupir sangre. Muy apropiado para los piratas, supongo.
Mis golpes no parecen afectar al toro marine. Sin importar el peso que ponga en ellos, los resiste. Trato de usar el haki como defensa y como herramienta de ataque a la vez, maldiciendo para mis adentros cada vez que no acude a mi llamada. No es tan fácil concentrarse en eso en mitad de una batalla. Pero no importa, no hay hueco para la duda. Cada vez que mis puños vuelan al encuentro del minotauro lo hacen cargados de la convicción de que le harán daño.
Hasta que me lanza una cornada.
Las astas del monstruo se bañan de sangre y yo retrocedo con una fea herida en el abdomen. ¿Será de verdad? No creo que sea una ilusión. Tal vez Kath haya usado su espada para recrear al efecto de la cornada. O a lo mejor todo esto es auténticamente real, quién sabe. A quién le importa, realmente. Sea como sea, tengo que ganar aquí.
Reúno toda la fuerza que puedo para un último golpe. El toro carga brutalmente como un apocalipsis con cuernos. Cierro los ojos. Dejo que mi voluntad de acabar con él se refleje en mi mano derecha, convertida ahora en arma. O me salva la vida o me lleva a la muerte. No, no hay opción ahí. Voy a ganar, punto.
Abro los ojos y, con la piel tintada de un intenso color negro y decenas de miles de kilos arrastrándola hacia abajo, incrusto el puño en la cabeza del minotauro.
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Fulminó con la mirada a la chica del parche. ¿Acaso parecía una broma? El rostro de la bruja reflejaba el dolor de sus múltiples heridas. Si Kayadako supiese usar el mantra, podría escuchar las voces de los marines que atacaban sin descanso.
—¡Si no vas a ayudar entonces no estorbes! —le espetó a su compañera mientras se defendía de los vicealmirantes.
Cuando Fushigiri se encontró con el mazo del comodoro esta desplegó una poderosa onda de haki del rey, desprendiendo peligrosos rayos negros y haciendo que varios enemigos cayeran
Fushigiri se encontró violentamente con el mazo del comodoro, enviando a volar a este y sepultándolo en una tumba de escombros. Se giró rápidamente y una pierna elástica desvió la katana que iba directo a su cuello. Apoyándose en un solo pie, volvió a girar para esquivar las balas que buscaban su pecho. Trazó una línea ascendente y completamente recta, cortando el estómago de uno de los vicealmirantes. El hombre retrocedió entre gemidos, pero pronto se unió a la embestida de su compañero. La bruja recibió un puñetazo en las costillas que consiguió amortiguar, sin embargo, la lanza de uno de los comodoros penetró su estómago.
Se tambaleó, pero ignoró el dolor y evitó que su rodilla tocase el suelo. No se humillaría de esa manera. Intentó contraatacar, pero sus esfuerzos fueron opacados por el mazazo que recibió en el rostro. Retrocedió, completamente desorientada. Una ráfaga de balas golpeó su espalda. Gimió de dolor. Se volteó para lanzar una lluvia de ondas cortantes, mutilando los cuerpos de los marines. Quiso defenderse de la espada de uno de los vicealmirantes, pero no lo consiguió y recibió un corte en el muslo. Rugió como una bestia embravecida y envió un torrente ígneo.
El minotauro soltó alaridos de sufrimiento cuando la pirata incrustó su puño en la cabeza de este. Se movió de allá para acá sumido en el caos hasta que cayó en un charco de sangre. Sin embargo, no era el único enemigo al que se enfrentaría Kayadako. Al estar demasiado ocupada con tantos enemigos, le fue imposible contener a uno de los vicealmirantes. El hombre de la katana se deslizó por el cielo a una velocidad sobrehumana y apareció frente a la chica del parche. Alzó su espada, expresando la furia pura en su rostro al ver a su compañero caído. Era rápido, mucho.
Asumió su rol de capitana y usó su propio cuerpo como escudo para evitar que la chica del parche fuese cortada, recibiendo un feo tajo en diagonal.
—Te dije… que no… estorbaras… —alcanzó a susurrar antes de desplomarse contra el suelo.
—¡Si no vas a ayudar entonces no estorbes! —le espetó a su compañera mientras se defendía de los vicealmirantes.
Cuando Fushigiri se encontró con el mazo del comodoro esta desplegó una poderosa onda de haki del rey, desprendiendo peligrosos rayos negros y haciendo que varios enemigos cayeran
Fushigiri se encontró violentamente con el mazo del comodoro, enviando a volar a este y sepultándolo en una tumba de escombros. Se giró rápidamente y una pierna elástica desvió la katana que iba directo a su cuello. Apoyándose en un solo pie, volvió a girar para esquivar las balas que buscaban su pecho. Trazó una línea ascendente y completamente recta, cortando el estómago de uno de los vicealmirantes. El hombre retrocedió entre gemidos, pero pronto se unió a la embestida de su compañero. La bruja recibió un puñetazo en las costillas que consiguió amortiguar, sin embargo, la lanza de uno de los comodoros penetró su estómago.
Se tambaleó, pero ignoró el dolor y evitó que su rodilla tocase el suelo. No se humillaría de esa manera. Intentó contraatacar, pero sus esfuerzos fueron opacados por el mazazo que recibió en el rostro. Retrocedió, completamente desorientada. Una ráfaga de balas golpeó su espalda. Gimió de dolor. Se volteó para lanzar una lluvia de ondas cortantes, mutilando los cuerpos de los marines. Quiso defenderse de la espada de uno de los vicealmirantes, pero no lo consiguió y recibió un corte en el muslo. Rugió como una bestia embravecida y envió un torrente ígneo.
El minotauro soltó alaridos de sufrimiento cuando la pirata incrustó su puño en la cabeza de este. Se movió de allá para acá sumido en el caos hasta que cayó en un charco de sangre. Sin embargo, no era el único enemigo al que se enfrentaría Kayadako. Al estar demasiado ocupada con tantos enemigos, le fue imposible contener a uno de los vicealmirantes. El hombre de la katana se deslizó por el cielo a una velocidad sobrehumana y apareció frente a la chica del parche. Alzó su espada, expresando la furia pura en su rostro al ver a su compañero caído. Era rápido, mucho.
Asumió su rol de capitana y usó su propio cuerpo como escudo para evitar que la chica del parche fuese cortada, recibiendo un feo tajo en diagonal.
—Te dije… que no… estorbaras… —alcanzó a susurrar antes de desplomarse contra el suelo.
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En cuanto el minotauro cae, una espada surca el aire en busca de mi cabeza. ¿Es que no me va a dejar un respiro? El corte arranca un agudo silbido a la hoja y esta se estrella contra mi cuello. Solo entonces me doy cuenta de que he usado el haki inconscientemente para defenderme. Y aun así, un hilo de sangre mana de la herida que me ha dejado. ¡No fastidies, quería matarme de verdad! ¡Es que son de verdad!
El marine imbuye su espada de negro y vuelve a la carga. Esta vez me aparto, consciente de que detener un arma cortante con las manos desnudas nunca es buena idea. La hoja me roza igualmente y deja un surco rojo allá por donde pasa. Retrocedo mientras el soldado me sigue. A juzgar por su capa, me enfrento a un vicealmirante, el más alto cargo con el que me haya topado. ¿No debería Kath encargarse de este tipo? Veo que está bastante ocupada con los demás. Y luego va de sobrada... Tendré que ocuparme yo de él, aunque sea lo que menos me apetece ahora mismo.
Lo primero es intentar desarmarlo para que deje de intentar cortarme en trozos. Me muevo a un lado para esquivar un corte, pero me pone la zancadilla y me derriba. Cuando quiero levantarme tengo que seguir moviéndome para evitar otro espadazo. La hoja se hunde en el suelo, pero el vicealmirante hace un barrido vertical que proyecta una onda cortante. Cruzo los brazos y reúno todo el haki que mi entrenamiento me ha enseñado a concentrar, pero no es suficiente para detener el ataque. Acabo cayendo entre unos arbustos con los brazos entumecidos y con el marine persiguiéndome.
Por alguna razón, intento imitar la barrera de haki de Kath, pero debo hacer algo mal, porque el aire sigue siendo aire. La hoja encuentra su objetivo, yo, que caigo al suelo con una ardiente línea sangrante para la que no tengo tiempo ahora mismo. Mejor dejarse de innovaciones con haki y usar algo que sé que funciona. Lanzo un manotazo de veinte mil kilos la pie del marine y, en cuanto cae al suelo, ruedo para pasarle por encima como una apisonadora. Consigo arrollarle una pierna, que queda convertida en un amasijo de carne inservible que no basta para detenerle.
Ambos nos ponemos en pie, cansados y heridos. Él se apoya en la espada para compensar su pierna mala; yo me agarro el costado para intentar detener el sangrado. Entre lo cansada que ya estaba y este maldito inconveniente no puedo permitirme alargar esto mucho más. Planeo un último golpe con el que acabar con todo. Espero que no haga falta más.
Echo a correr hacia el marine y él responde a la provocación. Da un salto con la pierna sana y enarbola su espada para su propio ataque final. El negro del haki impregna toda la hoja. Da igual, no tengo intención de enfrentarme a su acero. En cuanto estamos apunto de chocar, clavo el pie en tierra y resbalo, dejando el cuerpo caer hacia atrás. Agarro al marine por las solapas de su chaqueta y activo mi poder en los brazos. El peso lo arrastra hacia abajo con una brusquedad monstruosa. Concentro todo el haki en la frente, notando el tirón del endurecimiento sobre la piel. No veo el negro, pero lo siento. Nuestras cabezas chocan violentamente. Mi frente contra su mandíbula. Varios dientes salen volando y yo veo las estrellas ligeramente incluso a pesar del haki. Aligero los brazos y el marine cae de bruces al suelo poco antes de que yo lo siga cayendo sentada. Espero que Kath se ocupe del resto, porque yo ya he terminado.
La cena de ese día es seguramente la mejor de todo el tiempo que llevamos en esta isla. Con el entrenamiento acabado, por fin puedo relajarme. No sé si la bruja se contentará, pero yo me doy por satisfecha con lo conseguido. Tengo más que suficiente con haber sobrevivido a este infernal proceso. Es un buen momento para hacer las paces, al menos por ahora.
Curiosamente, a Kath parecen interesarle mis orígenes y me avasalla a preguntas sobre mi padre, dejando caer de vez en cuando algo sobre un favor pendiente. Pobre. Si conociera a los Neus sabría que jamás lo cobrará. Pero claro, eso no seré yo quien se lo diga. No quiero arriesgarme a que insista en volver a entrenar.
El marine imbuye su espada de negro y vuelve a la carga. Esta vez me aparto, consciente de que detener un arma cortante con las manos desnudas nunca es buena idea. La hoja me roza igualmente y deja un surco rojo allá por donde pasa. Retrocedo mientras el soldado me sigue. A juzgar por su capa, me enfrento a un vicealmirante, el más alto cargo con el que me haya topado. ¿No debería Kath encargarse de este tipo? Veo que está bastante ocupada con los demás. Y luego va de sobrada... Tendré que ocuparme yo de él, aunque sea lo que menos me apetece ahora mismo.
Lo primero es intentar desarmarlo para que deje de intentar cortarme en trozos. Me muevo a un lado para esquivar un corte, pero me pone la zancadilla y me derriba. Cuando quiero levantarme tengo que seguir moviéndome para evitar otro espadazo. La hoja se hunde en el suelo, pero el vicealmirante hace un barrido vertical que proyecta una onda cortante. Cruzo los brazos y reúno todo el haki que mi entrenamiento me ha enseñado a concentrar, pero no es suficiente para detener el ataque. Acabo cayendo entre unos arbustos con los brazos entumecidos y con el marine persiguiéndome.
Por alguna razón, intento imitar la barrera de haki de Kath, pero debo hacer algo mal, porque el aire sigue siendo aire. La hoja encuentra su objetivo, yo, que caigo al suelo con una ardiente línea sangrante para la que no tengo tiempo ahora mismo. Mejor dejarse de innovaciones con haki y usar algo que sé que funciona. Lanzo un manotazo de veinte mil kilos la pie del marine y, en cuanto cae al suelo, ruedo para pasarle por encima como una apisonadora. Consigo arrollarle una pierna, que queda convertida en un amasijo de carne inservible que no basta para detenerle.
Ambos nos ponemos en pie, cansados y heridos. Él se apoya en la espada para compensar su pierna mala; yo me agarro el costado para intentar detener el sangrado. Entre lo cansada que ya estaba y este maldito inconveniente no puedo permitirme alargar esto mucho más. Planeo un último golpe con el que acabar con todo. Espero que no haga falta más.
Echo a correr hacia el marine y él responde a la provocación. Da un salto con la pierna sana y enarbola su espada para su propio ataque final. El negro del haki impregna toda la hoja. Da igual, no tengo intención de enfrentarme a su acero. En cuanto estamos apunto de chocar, clavo el pie en tierra y resbalo, dejando el cuerpo caer hacia atrás. Agarro al marine por las solapas de su chaqueta y activo mi poder en los brazos. El peso lo arrastra hacia abajo con una brusquedad monstruosa. Concentro todo el haki en la frente, notando el tirón del endurecimiento sobre la piel. No veo el negro, pero lo siento. Nuestras cabezas chocan violentamente. Mi frente contra su mandíbula. Varios dientes salen volando y yo veo las estrellas ligeramente incluso a pesar del haki. Aligero los brazos y el marine cae de bruces al suelo poco antes de que yo lo siga cayendo sentada. Espero que Kath se ocupe del resto, porque yo ya he terminado.
La cena de ese día es seguramente la mejor de todo el tiempo que llevamos en esta isla. Con el entrenamiento acabado, por fin puedo relajarme. No sé si la bruja se contentará, pero yo me doy por satisfecha con lo conseguido. Tengo más que suficiente con haber sobrevivido a este infernal proceso. Es un buen momento para hacer las paces, al menos por ahora.
Curiosamente, a Kath parecen interesarle mis orígenes y me avasalla a preguntas sobre mi padre, dejando caer de vez en cuando algo sobre un favor pendiente. Pobre. Si conociera a los Neus sabría que jamás lo cobrará. Pero claro, eso no seré yo quien se lo diga. No quiero arriesgarme a que insista en volver a entrenar.
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