Rainbow662
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Lluvia de presión fría. Poco densa, espaciada, gotas finas y frías que caen como una ducha al mínimo de presión de unas nubes bajas, grises y esponjosas que recuerdan a la peluca de una señora mayor. Supongo que es el típico clima de invierno aquí en el East. Un constante y suave repiqueteo proveniente del paraguas me acompaña mientras recorro las calles de Goa. La ciudad ya muestra signos de vida a pesar de lo temprano de la hora. Incluso aunque no ha amanecido aún del todo, muchas chimeneas ya proyectan columnas de humo que arrastran consigo el olor del pan y los desayunos, y las luces de algunos comercios se van encendiendo. La verdad es que es un sitio bonito. Calles adoquinadas, edificios sólidos, altos y ornamentados, faroles de aceite desgajando sombras de los viandantes...
Según una se va alejando de la zona costera, los comercios de alimentación, las lavanderías y los edificios residenciales van dando paso a sastrerías de alta costura, carruajes de lujo y tiendas de lámparas tan grandes que, si se encendiesen todas a la vez, podrían iluminar de aquí a la Grand Line. Tal vez tenga algo que ver con la imponente zona amurallada que se vislumbra hacia el centro de la ciudad.
De no ser por el olor, casi viviría aquí.
No es que el aroma del pan recién hecho no sea casi hipnótico, ni que las carretas de pescado fresco que salen del puerto me resulten especialmente desagradables, pero hay algo, no sé qué es, que recorre el aire dejando un regusto ligeramente fétido. Y eso a pesar de la lluvia. Quizás sean imaginaciones mías. O tal vez he pasado demasiado tiempo acompañada por la morsa como para que mi nariz resulte fiable.
-¡Tengo galletas! -exclamo de nuevo.
Los pocos viandantes que pasan por mi lado me miran extrañados, pero los dejo estar. Sería un engorro tener que explicar que la comida es la mejor forma de atraer a Franklin. En el papel con las instrucciones que me dejó mi padre sobre cómo tratarlo, "Se alejará cuando huela comida y vendrá cuando huela más" aparece como la norma número dos, justo después de "No es tan inteligente como parece a veces, pero sí más cabrón". Empiezo a pensar que un perro habría sido mejor elección como mascota.
Según una se va alejando de la zona costera, los comercios de alimentación, las lavanderías y los edificios residenciales van dando paso a sastrerías de alta costura, carruajes de lujo y tiendas de lámparas tan grandes que, si se encendiesen todas a la vez, podrían iluminar de aquí a la Grand Line. Tal vez tenga algo que ver con la imponente zona amurallada que se vislumbra hacia el centro de la ciudad.
De no ser por el olor, casi viviría aquí.
No es que el aroma del pan recién hecho no sea casi hipnótico, ni que las carretas de pescado fresco que salen del puerto me resulten especialmente desagradables, pero hay algo, no sé qué es, que recorre el aire dejando un regusto ligeramente fétido. Y eso a pesar de la lluvia. Quizás sean imaginaciones mías. O tal vez he pasado demasiado tiempo acompañada por la morsa como para que mi nariz resulte fiable.
-¡Tengo galletas! -exclamo de nuevo.
Los pocos viandantes que pasan por mi lado me miran extrañados, pero los dejo estar. Sería un engorro tener que explicar que la comida es la mejor forma de atraer a Franklin. En el papel con las instrucciones que me dejó mi padre sobre cómo tratarlo, "Se alejará cuando huela comida y vendrá cuando huela más" aparece como la norma número dos, justo después de "No es tan inteligente como parece a veces, pero sí más cabrón". Empiezo a pensar que un perro habría sido mejor elección como mascota.
Ellanora Volkihar
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La lluvia golpeaba la parte superior del paraguas a un ritmo que casi parecía musical. Pierce, el mayordomo, sujetaba el negro paraguas sobre la cabeza de la princesa, que se encontraba frente a un puesto de fruta, mirando las rojas manzanas. El propio mayordomo tenía una hombrera de hierro de la cual salía un extraño brazo mecánico que sujetaba un paraguas pequeño sobre su propia cabeza, de manera que ambos estaban protegidos del agua y la princesa no tenía porque ocupar sus manos. La mirada del frutero, que se había protegido a si mismo y a su fruta de la lluvia previamente a abrir el puesto, denotaba cierta intranquilidad. Quería vender fruta a aquella mujer, por supuesto, pero algo en su mirada le ponía nervioso. Tal vez fuesen sus ojos rojos, su piel inusualmente pálida o sus colmillos marcados. O el hecho de que medía poco más de metro y medio.
Los delgados dedos de largas uñas negras de Ellanora sujetaban una manzana de jugoso aspecto, roja como la sangre. Se la acercó a la cara y la olisqueó, aumentando el nerviosismo del frutero.
—Págala, Pierce.
El mayordomo asintió en silencio. Llevó su mano al bolsillo y sacó una moneda que tendió al frutero con elegancia y educación. El hombre, con voz temblorosa, le dio las gracias. Princesa y mayordomo se alejaron del puesto a ritmo coordinado. Nora mordió la manzana enseguida y masticó. Notó como la marca del mordisco en la fruta era distinta a como suelen ser esas marcas.
—Si me permite preguntarle, alteza... Sigo teniendo mis dudas sobre sus decisiones.
—Puedes hablar, Pierce. No eres ninguno de esos mojigatos con aires de gangster, no voy a dispararte por dar tu opinión.
—Cree usted que es buena idea detener la búsqueda de la verdad sobre su padre para buscar a ese... ¿Como lo llamó?
—Príncipe rubio.
—Sí, el príncipe rubio.
—Ese hombre me hizo algo, Nichody. En el momento que puse mis ojos sobre él, ya no los pude apartar. Me hechizó. He de saber como y hacerlo mío, o matarlo, depende de lo que ocurra. Y quien sabe, lo mismo durante esta búsqueda encontramos a un monstruito más que se una a nosotros.
—¿Cómo ese?
Nora vio lo que el mayordomo señalaba. Una chica iba caminando junto a una morsa. La vampiresa alzó una ceja, extrañada, mientras daba otro mordisco a la manzana.
—¿Te refieres a la chica o a la morsa?
—La morsa da extrañeza a la chica, sin duda, pues que yo sepa no hay morsas cerca de esta isla. Está atrayendo muchas miradas, además.
—Tú también las atraes con tu hombro paraguas. Sigamosla entonces, Pierce.
—Sí, alteza.
Y la siguieron.
Los delgados dedos de largas uñas negras de Ellanora sujetaban una manzana de jugoso aspecto, roja como la sangre. Se la acercó a la cara y la olisqueó, aumentando el nerviosismo del frutero.
—Págala, Pierce.
El mayordomo asintió en silencio. Llevó su mano al bolsillo y sacó una moneda que tendió al frutero con elegancia y educación. El hombre, con voz temblorosa, le dio las gracias. Princesa y mayordomo se alejaron del puesto a ritmo coordinado. Nora mordió la manzana enseguida y masticó. Notó como la marca del mordisco en la fruta era distinta a como suelen ser esas marcas.
—Si me permite preguntarle, alteza... Sigo teniendo mis dudas sobre sus decisiones.
—Puedes hablar, Pierce. No eres ninguno de esos mojigatos con aires de gangster, no voy a dispararte por dar tu opinión.
—Cree usted que es buena idea detener la búsqueda de la verdad sobre su padre para buscar a ese... ¿Como lo llamó?
—Príncipe rubio.
—Sí, el príncipe rubio.
—Ese hombre me hizo algo, Nichody. En el momento que puse mis ojos sobre él, ya no los pude apartar. Me hechizó. He de saber como y hacerlo mío, o matarlo, depende de lo que ocurra. Y quien sabe, lo mismo durante esta búsqueda encontramos a un monstruito más que se una a nosotros.
—¿Cómo ese?
Nora vio lo que el mayordomo señalaba. Una chica iba caminando junto a una morsa. La vampiresa alzó una ceja, extrañada, mientras daba otro mordisco a la manzana.
—¿Te refieres a la chica o a la morsa?
—La morsa da extrañeza a la chica, sin duda, pues que yo sepa no hay morsas cerca de esta isla. Está atrayendo muchas miradas, además.
—Tú también las atraes con tu hombro paraguas. Sigamosla entonces, Pierce.
—Sí, alteza.
Y la siguieron.
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¿Cómo le explico yo a este mocoso que lo de las galletas era mentira? No puedo creerlo... ¿Es que acaso no ve que no llevo nada encima aparte del paraguas y mi capa de viaje nueva? Supongo que explicarle al niño que solo intento atraer a mi mascota mutante adicta al azúcar sería una pérdida de tiempo. Para el caso, mejor hacer como que le lanzo una bien lejos a ver si va a perseguirla.
-¿Las tiene con chocolate, señorita?
Al menos es educado; bobo, pero educado. Le irá bien como conserje o portero de alguna de las casas de la zona rica, pero poco más. A ver cómo me libro de él ahora...
-No. Largo.
Eso debería bastar.
-Mi madre me ha dado dinero. Quiero las galletas -dice el niño, casi como una orden, olvidada ya la educación. Mocoso impertinente...
Si creía que el crío era pesado, oh sorpresa, su madre resulta ser peor cuando llega. Vestido hasta los tobillos, botines altos, parasol, en vez de paraguas, cuando aún casi ni ha amanecido. Sus pendientes valen más que el barco en el que he alquilado camarote. Esta señora debe nadar en dinero o en ganas de aparentarlo. En cualquier caso, es tan molesta como su vástago. No es que también quiera galletas, sino que piensa que estoy molestando a su hijo. Vivir para ver...
Entonces veo a la morsa. El animal está caminando a su peculiar manera -impulsándose con las aletas y arrastrando su enorme y bulboso corpachón grisáceo- mirado hacia todas partes. Lleva los bigotes llenos de algo que parece mermelada. La madre da un respingo cuando silbo con fuerza para llamar aquí a Franklin.
-Habrase visto... ¿Qué es esa bestia horrenda?
"Tú sabrás, es tu hijo".
-La guardia sabrá de esto -exclama mientras se aleja con cara de asco y con el mocoso de la mano. El niño parece querer acariciar a Franklin. O tal vez quiera pedirle galletas también.
-¿Tenías que desaparecer, eh? -La morsa gira la cabeza. Estoy convencida de que este bicho comprende perfectamente lo que le digo-. Por lo menos podrías haber esperado a... ¿Qué estás mirando?
A la mujer. A cierta distancia, detrás de mí, hay una mujer joven acompañada por lo que debe ser su mayordomo personal. Incluso desde lejos y con un ojo cubierto por el parche -el de hoy es el número 46, con diseño de estrellas- me llama la atención la palidez de su rostro. Da la sensación de no comer bien, lo cual explicaría por qué es incapaz de sujetar su propio paraguas. O igual es que está mal visto tomar el sol entre las clases altas. En cualquier caso, a la morsa le da mala espina. Igual es por cómo huele, o tal vez solo quiere desviar la atención de su inoportuna fuga. El bicho es listo; sabe que yo no le golpearé como habría hecho su anterior dueño, pero tengo formas más imaginativas de reprenderlo.
-Venga, busquemos un sitio donde desayunar -Lo último que quiero es buscarme un lío con alguna heredera consentida-. Y deja de mirar a esa chica o vas a terminar asustándola. Chico, ni que fuera un vampiro.
-¿Las tiene con chocolate, señorita?
Al menos es educado; bobo, pero educado. Le irá bien como conserje o portero de alguna de las casas de la zona rica, pero poco más. A ver cómo me libro de él ahora...
-No. Largo.
Eso debería bastar.
-Mi madre me ha dado dinero. Quiero las galletas -dice el niño, casi como una orden, olvidada ya la educación. Mocoso impertinente...
Si creía que el crío era pesado, oh sorpresa, su madre resulta ser peor cuando llega. Vestido hasta los tobillos, botines altos, parasol, en vez de paraguas, cuando aún casi ni ha amanecido. Sus pendientes valen más que el barco en el que he alquilado camarote. Esta señora debe nadar en dinero o en ganas de aparentarlo. En cualquier caso, es tan molesta como su vástago. No es que también quiera galletas, sino que piensa que estoy molestando a su hijo. Vivir para ver...
Entonces veo a la morsa. El animal está caminando a su peculiar manera -impulsándose con las aletas y arrastrando su enorme y bulboso corpachón grisáceo- mirado hacia todas partes. Lleva los bigotes llenos de algo que parece mermelada. La madre da un respingo cuando silbo con fuerza para llamar aquí a Franklin.
-Habrase visto... ¿Qué es esa bestia horrenda?
"Tú sabrás, es tu hijo".
-La guardia sabrá de esto -exclama mientras se aleja con cara de asco y con el mocoso de la mano. El niño parece querer acariciar a Franklin. O tal vez quiera pedirle galletas también.
-¿Tenías que desaparecer, eh? -La morsa gira la cabeza. Estoy convencida de que este bicho comprende perfectamente lo que le digo-. Por lo menos podrías haber esperado a... ¿Qué estás mirando?
A la mujer. A cierta distancia, detrás de mí, hay una mujer joven acompañada por lo que debe ser su mayordomo personal. Incluso desde lejos y con un ojo cubierto por el parche -el de hoy es el número 46, con diseño de estrellas- me llama la atención la palidez de su rostro. Da la sensación de no comer bien, lo cual explicaría por qué es incapaz de sujetar su propio paraguas. O igual es que está mal visto tomar el sol entre las clases altas. En cualquier caso, a la morsa le da mala espina. Igual es por cómo huele, o tal vez solo quiere desviar la atención de su inoportuna fuga. El bicho es listo; sabe que yo no le golpearé como habría hecho su anterior dueño, pero tengo formas más imaginativas de reprenderlo.
-Venga, busquemos un sitio donde desayunar -Lo último que quiero es buscarme un lío con alguna heredera consentida-. Y deja de mirar a esa chica o vas a terminar asustándola. Chico, ni que fuera un vampiro.
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