Prometeo
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Había entrado hacía tres días en la primera parte del Grand Line. De acuerdo a Nick, la Ruta del Futuro era la mejor alternativa para la división revolucionaria, pues la influencia del Gobierno Mundial era más bien escueta. Los hombres a bordo del Vapor Justice tenían como objetivo llegar al Nuevo Mundo lo antes posible: algo importante estaba sucediendo. Y no, no se trataba de la boda del Señor Gelatina, sino algo mucho más serio. Dentro de las próximas horas deberían estar en las costas de Bloothe, una isla que llamaba especialmente la atención de Prometeo. Había escuchado que allí sucedían eventos astronómicos muy particulares y se sentía como un niño a punto de abrir un regalo.
Tanto el teniente como sus subordinados aprovechaban los tiempos de viaje, entrenando cada vez más duro. Desde su participación en el Archipiélago de Sabaody entendió que era débil, que había un largo camino por recorrer, que le hacía falta la fuerza para ayudar a sus compañeros. Se había estado esforzando como nunca antes al punto de incluso caer desmayado producto del excesivo entrenamiento, pero nada le paraba: estaba casi obsesionado con volverse más fuerte. Y poco a poco lo iba consiguiendo.
—¡Por ningún motivo dejaré que te vistas por tu cuenta, Prometeo! —sentenció Luna cruzada de brazos y mirándole con el ceño fruncido, casi fulminándole con sus hermosos granates negros.
El revolucionario no entendía muy bien cuál era la manía que tenía su compañera con la ropa, pero prefería hacer caso para evitarse problemas. La mujer de curvas sensuales había elegido una camisa negra con retoques dorados, además de una chaqueta del mismo tono y una capa roja para cuidarse del frío. Se decía que Bloothe era muy helado. Prometeo no había dejado a un lado los aretes en forma de sol. Vestía unos cómodos pantalones negros medio ajustados que terminaban de darle un toque elegante. Si fuera por él, se hubiera puesto las chanclas que tenía en el armario, pero Luna se opuso tajantemente.
—Bien parece tu madre o tu novia diciéndote lo que tienes que ponerte, Prome —se burló Nick desde el pasillo con una sonrisa picarona.
—Qué va, sólo lo hago para que no parezca un vagabundo sacado de un manga de bajo presupuesto. Así te ves mucho más guapo, Prometeo —le dijo Luna, esbozando una sonrisa mucho más amable—. No dejaría que pasearas por la ciudad llevando un ridículo poncho arcoíris.
Prometeo se limitó a sonreír, nervioso, mientras se rascaba la cabeza.
—Por cierto, hemos llegado. Es hora de desembarcar, vamos —agregó Nick antes de marcharse.
Tanto el teniente como sus subordinados aprovechaban los tiempos de viaje, entrenando cada vez más duro. Desde su participación en el Archipiélago de Sabaody entendió que era débil, que había un largo camino por recorrer, que le hacía falta la fuerza para ayudar a sus compañeros. Se había estado esforzando como nunca antes al punto de incluso caer desmayado producto del excesivo entrenamiento, pero nada le paraba: estaba casi obsesionado con volverse más fuerte. Y poco a poco lo iba consiguiendo.
—¡Por ningún motivo dejaré que te vistas por tu cuenta, Prometeo! —sentenció Luna cruzada de brazos y mirándole con el ceño fruncido, casi fulminándole con sus hermosos granates negros.
El revolucionario no entendía muy bien cuál era la manía que tenía su compañera con la ropa, pero prefería hacer caso para evitarse problemas. La mujer de curvas sensuales había elegido una camisa negra con retoques dorados, además de una chaqueta del mismo tono y una capa roja para cuidarse del frío. Se decía que Bloothe era muy helado. Prometeo no había dejado a un lado los aretes en forma de sol. Vestía unos cómodos pantalones negros medio ajustados que terminaban de darle un toque elegante. Si fuera por él, se hubiera puesto las chanclas que tenía en el armario, pero Luna se opuso tajantemente.
—Bien parece tu madre o tu novia diciéndote lo que tienes que ponerte, Prome —se burló Nick desde el pasillo con una sonrisa picarona.
—Qué va, sólo lo hago para que no parezca un vagabundo sacado de un manga de bajo presupuesto. Así te ves mucho más guapo, Prometeo —le dijo Luna, esbozando una sonrisa mucho más amable—. No dejaría que pasearas por la ciudad llevando un ridículo poncho arcoíris.
Prometeo se limitó a sonreír, nervioso, mientras se rascaba la cabeza.
—Por cierto, hemos llegado. Es hora de desembarcar, vamos —agregó Nick antes de marcharse.
Miko
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El destino tenía formas realmente curiosas de empujar a la gente hacia delante. Por ejemplo, la perdida de sus padres había hecho que Miko decidiera tomar aún más en serio su camino como alguien que ayudaría a otras personas a su manera, así como abrió de nuevo a las gentes de Samia al mundo de fuera, trayendo tanto el comercio como los peligros… Y también fue esa apertura la que se llevó a su mejor amigo al basto mundo. Volviendo años después para llevársela a ella solo para dejarla a su suerte. Aunque no podía culparle por hacerlo, ella hizo lo mismo al no irse con él. No había rencor. Además, esa separación no había sido solo algo malo. Con ello había podido conocer a otras personas y tomar decisiones sin tener que discutir por ellas… Aunque no todas sus decisiones habían sido buenas —para sí misma—. Por ejemplo, en aquel momento se encontraba en una situación bastante complicada.
La liebre de los vientos —El regalo de tío Sean para ella y su amigo antes de marchar—, se encontraba en aquel momento cabalgando sobre las olas que agitaban su casco con fuerza, golpeando a uno y otro lado con fuerza, en una corriente que amenazaba con romper en mil pedazos el navío si la albina no mantenía su rumbo tal y como estaba previsto para poder «escalar» la cumbre roja que servía de entrada a la Grand Line. Algo que ni siquiera su padre había llegado a realizar en sus años como navegante de la empresa comercial de su abuelo. Y ahora ella pretendía enfrentarse a semejante titán… ¿Por qué? Como no podía ser menos, por ayudar a otras personas que le habían insistido en que necesitaban cruzar a como diera lugar para llegar a una isla de la que ella no había oído hablar —no es que la chica hubiera oído hablar de muchas islas, más allá de las mencionadas en el diario de vitacora de Ayden, cuya lectura aún tenía a medias. Aunque empezaba a olerse por la forma cuidadosa en la que elegía sus palabras y la diferencia de detalle en comparación con los primeros meses de que le ocultaba algo, pero ya se lo preguntaría la próxima vez que cruzasen caminos. De momento, su preocupación se encontraba en pasar aquel tramo para poder llevar a estos desconocidos a su destino.
¿Qué es algo que hubiera aceptado hacer una persona normal? Seguramente… No. Había que estar muy mal de la cabeza para acceder a que un grupo de seis personas a la que apenas conocía por haberles salvado de un aprieto por el simple hecho de haber estado pasando por ahí, viajase en su barco con ella. Pero Miko no era una persona normal, sino una heroína que se jactaba de tender la mano a cualquiera que lo necesitase sin esperar nada a cambio. Por suerte, las personas, si bien sus pintas no parecían las más… legales o aceptables, se mostraron bastante más amigables de lo que cualquiera pudiera pensar. Aunque Kike no estaba muy de acuerdo con ello. De hecho, le recordaba un poco a una versión más tímida de Ayden en cierto sentido. Para empezar en la forma en que había recriminado a la chica que no sacase más beneficio que el de que pagasen sus propios gastos: agua, comida, y cosas para acomodarse en una misma habitación, después el tener que ayudarla a cocinar y hacer el resto de tareas en el barco. Si no se quejaba más era porque le había sacado del lugar en el que vivía trabajando para una panda de ladrones y… simplemente no podía enfadarse con ella, era demasiado amable, así que tenía que suspirar, resignarse y aprovechar que él también contaba con su hospitalidad. Sabía de sobra que a la hora de la verdad la chica podía ponerse sería y hacer que cualquiera que le tomase el pelo de más acabara en el suelo como hizo con Robert cuando la conoció.
Como fuera, una vez pasado el salto de agua de la Reverse Mountain, solo haría falta unas cuantas semanas de travesía usando aquella extraña brújula que le habían prestado para llegar a su destino, Bloothe. Ninguno de los sureños sabía absolutamente nada sobre la isla, pero Miko confiaba en su instinto para guiarse, y aquel Loge Pose. Además, ¿qué mejor información que añadir a su nuevo diario de bitácora que los mapas e indicaciones que sacaría ella sola? Estaba totalmente emocionada.
Ya habían llegado arriba del todo. El barco planeó por el cielo antes de volver a caer de forma más o menos brusca en las feroces aguas que se agitaron, salpicando en cascada toda su cubierta, antes de ir apaciguándose poco a poco, generando un enorme arcoíris que sacó una mueca de admiración a la mayor. ¿Qué podía salirle mal a partir de ahí?
►Diez días después◄
El viaje se hizo más pesado de lo que Miko hubiera podido esperar, y es que la vida de un navegante se volvía mucho más complicada cuando también tenía que hacer de cocinera para más de tres personas mientras se aseguraba de que mantenía las velas y en su sitio, que el viento no cambiaba y el rumbo seguía fijo según el cachivache ese. Habían pasado por el borde de una tormenta, y el susto ni le había dejado disfrutar de la experiencia de que un monstruo marino pasase por al lado de su preciado barco. Pero nada de eso había sido peor que darse cuenta, una vez se hubieran quedado ella y el muchacho que la acompañaría en sus viajes solos, de que no tenían forma de salir de la isla. Habían llegado con el Loge pose de otra persona, uno que marcaba directamente a esa isla y que habían tenido que devolver, así que ahora —atrancados en el puerto de apariencia poco acogedora de la isla— tenían que encontrar la forma de hacerse con otro de estos objetos, pero uno que les sirviera para navegar a otros lugares y, si acaso, una forma de seguir otra ruta.
—Tal vez haya una tienda donde los vendan —propuso Miko, intentando que la mirada de reproche de Kike no le afectara demasiado.
—Sabes que nos hubiéramos podido ahorrar estos problemas si me hubieras hecho caso, ¿verdad? —La mujer agachó sus orejas poniendo cara de pena. Que alguien tres años más pequeño que ella le estuviera riñendo no le hacía especial gracia, pero tenía razón.
—Ya lo sé… Pero si no hiciera este tipo de cosas tampoco nos hubiéramos conocido… Y tú ahora estarías en una cárcel —Le recordó. El chico le miró azorradamente—. ¿O preferirías haberte ido con Abigail?
—Claro que no… Entre la tontorrona amable y señora con cara de profesora malhumorada está claro que prefiero estar contigo, pero… La próxima vez hazme caso.
—Te haré más caso, lo prometo… —dijo, haciendo un puchero por lo de tontorrona, insulto que no discutiría porque no podía negárselo en ese momento. Miró a su DDM. No lo había tocado en un tiempo—. Creo que voy a hacer una llamada…
—¿Vas a llamar a la rubia? —El chico se sobresaltó, poniéndose alerta. Lo digo en serio, Miko. No me quiero ir con ella. La mayor se echó a reír.
—No, no. Voy a llamar a un amigo para que me de algún consejo…
El teléfono empezó a sonar como marcando, tardando un rato largo el otro lado en contestar, con un tono que resultaba… Raro. Es decir, la forma de hablar de Ayden sonaba distinta al contestar, como si estuviera atontado al otro lado o algo por el estilo. Además, juraría que podía escuchar risitas femeninas de fondo que hicieron que la chica arquease una ceja.
—¿Ayden? Soy Miko… Puedes… ¿Puedes hablar un momento? —El chico pareció cambiar su actitud al escuchar eso, precipitándose hacia otro lugar para poder hablar a paso rápido tras pedir que le dieran un momento.
—¿Miko? Claro, ¿ha pasado algo?
—Bueno, puede que haya metido un poco la pata…
La chica le explicó toda la situación: como había acabado cruzándose con ese grupillo, que le habían pedido ayuda para llegar a otra isla y como no debería serle problema a ella llevarles por no tener un rumbo fijo, el viaje y todo hasta quedarse en la isla de destino sin tener forma alguna de marcharse ni saber nada del lugar. También le dio el nombre de la isla que no pareció hacerle mucha gracia. Con esa poca información le dijo lo que ya sabía, que necesitaba un Loge Pose, que lo comprara ahí, alguien debía venderlo —si no fuera porque Miko nunca lo haría le hubiera propuesto seguramente que, si no lo vendían que robara otro, pero no iba a pasar—, y que tuviera mucho cuidado con ayudar a personas en esa isla, porque la mayor parte de la población seguramente fueran personas malas. «personas como los que mataron a tus padres» advirtió en tono serio. La albina palideció por un momento, quedando en silencio y cortando la conversación antes de que el rubio pudiera siquiera plantearse el rectificar la forma en que le había dicho eso.
—Está bien, gracias. Ya te avisaré si consigo algo, adiós. —Colgó la llamada y miró a su acompañante—. Voy a tener que salir para buscar un chisme de esos, quizás un mapa y provisiones. Según me han dicho quizás sea peligroso dejar en esta isla en concreto el barco sin vigilancia. ¿Te quedas a hacer guarda o nos arriesgamos y vienes conmigo? No hay mucho que nos puedan robar.
—Me quedo mejor, alguien tiene que cubrirte las espaldas. ¿Qué te ha dicho, por cierto? —preguntó, señalando con un movimiento de cabeza al caracol.
—Nada que no supiéramos ya.
—Vaya ayuda.
—Bueno… ten cuidado, ¿vale? Mancharía mi nombre de héroe que te pasara algo en mi guardia. Prometo no tardar.
La liebre de los vientos —El regalo de tío Sean para ella y su amigo antes de marchar—, se encontraba en aquel momento cabalgando sobre las olas que agitaban su casco con fuerza, golpeando a uno y otro lado con fuerza, en una corriente que amenazaba con romper en mil pedazos el navío si la albina no mantenía su rumbo tal y como estaba previsto para poder «escalar» la cumbre roja que servía de entrada a la Grand Line. Algo que ni siquiera su padre había llegado a realizar en sus años como navegante de la empresa comercial de su abuelo. Y ahora ella pretendía enfrentarse a semejante titán… ¿Por qué? Como no podía ser menos, por ayudar a otras personas que le habían insistido en que necesitaban cruzar a como diera lugar para llegar a una isla de la que ella no había oído hablar —no es que la chica hubiera oído hablar de muchas islas, más allá de las mencionadas en el diario de vitacora de Ayden, cuya lectura aún tenía a medias. Aunque empezaba a olerse por la forma cuidadosa en la que elegía sus palabras y la diferencia de detalle en comparación con los primeros meses de que le ocultaba algo, pero ya se lo preguntaría la próxima vez que cruzasen caminos. De momento, su preocupación se encontraba en pasar aquel tramo para poder llevar a estos desconocidos a su destino.
¿Qué es algo que hubiera aceptado hacer una persona normal? Seguramente… No. Había que estar muy mal de la cabeza para acceder a que un grupo de seis personas a la que apenas conocía por haberles salvado de un aprieto por el simple hecho de haber estado pasando por ahí, viajase en su barco con ella. Pero Miko no era una persona normal, sino una heroína que se jactaba de tender la mano a cualquiera que lo necesitase sin esperar nada a cambio. Por suerte, las personas, si bien sus pintas no parecían las más… legales o aceptables, se mostraron bastante más amigables de lo que cualquiera pudiera pensar. Aunque Kike no estaba muy de acuerdo con ello. De hecho, le recordaba un poco a una versión más tímida de Ayden en cierto sentido. Para empezar en la forma en que había recriminado a la chica que no sacase más beneficio que el de que pagasen sus propios gastos: agua, comida, y cosas para acomodarse en una misma habitación, después el tener que ayudarla a cocinar y hacer el resto de tareas en el barco. Si no se quejaba más era porque le había sacado del lugar en el que vivía trabajando para una panda de ladrones y… simplemente no podía enfadarse con ella, era demasiado amable, así que tenía que suspirar, resignarse y aprovechar que él también contaba con su hospitalidad. Sabía de sobra que a la hora de la verdad la chica podía ponerse sería y hacer que cualquiera que le tomase el pelo de más acabara en el suelo como hizo con Robert cuando la conoció.
Como fuera, una vez pasado el salto de agua de la Reverse Mountain, solo haría falta unas cuantas semanas de travesía usando aquella extraña brújula que le habían prestado para llegar a su destino, Bloothe. Ninguno de los sureños sabía absolutamente nada sobre la isla, pero Miko confiaba en su instinto para guiarse, y aquel Loge Pose. Además, ¿qué mejor información que añadir a su nuevo diario de bitácora que los mapas e indicaciones que sacaría ella sola? Estaba totalmente emocionada.
Ya habían llegado arriba del todo. El barco planeó por el cielo antes de volver a caer de forma más o menos brusca en las feroces aguas que se agitaron, salpicando en cascada toda su cubierta, antes de ir apaciguándose poco a poco, generando un enorme arcoíris que sacó una mueca de admiración a la mayor. ¿Qué podía salirle mal a partir de ahí?
►Diez días después◄
El viaje se hizo más pesado de lo que Miko hubiera podido esperar, y es que la vida de un navegante se volvía mucho más complicada cuando también tenía que hacer de cocinera para más de tres personas mientras se aseguraba de que mantenía las velas y en su sitio, que el viento no cambiaba y el rumbo seguía fijo según el cachivache ese. Habían pasado por el borde de una tormenta, y el susto ni le había dejado disfrutar de la experiencia de que un monstruo marino pasase por al lado de su preciado barco. Pero nada de eso había sido peor que darse cuenta, una vez se hubieran quedado ella y el muchacho que la acompañaría en sus viajes solos, de que no tenían forma de salir de la isla. Habían llegado con el Loge pose de otra persona, uno que marcaba directamente a esa isla y que habían tenido que devolver, así que ahora —atrancados en el puerto de apariencia poco acogedora de la isla— tenían que encontrar la forma de hacerse con otro de estos objetos, pero uno que les sirviera para navegar a otros lugares y, si acaso, una forma de seguir otra ruta.
—Tal vez haya una tienda donde los vendan —propuso Miko, intentando que la mirada de reproche de Kike no le afectara demasiado.
—Sabes que nos hubiéramos podido ahorrar estos problemas si me hubieras hecho caso, ¿verdad? —La mujer agachó sus orejas poniendo cara de pena. Que alguien tres años más pequeño que ella le estuviera riñendo no le hacía especial gracia, pero tenía razón.
—Ya lo sé… Pero si no hiciera este tipo de cosas tampoco nos hubiéramos conocido… Y tú ahora estarías en una cárcel —Le recordó. El chico le miró azorradamente—. ¿O preferirías haberte ido con Abigail?
—Claro que no… Entre la tontorrona amable y señora con cara de profesora malhumorada está claro que prefiero estar contigo, pero… La próxima vez hazme caso.
—Te haré más caso, lo prometo… —dijo, haciendo un puchero por lo de tontorrona, insulto que no discutiría porque no podía negárselo en ese momento. Miró a su DDM. No lo había tocado en un tiempo—. Creo que voy a hacer una llamada…
—¿Vas a llamar a la rubia? —El chico se sobresaltó, poniéndose alerta. Lo digo en serio, Miko. No me quiero ir con ella. La mayor se echó a reír.
—No, no. Voy a llamar a un amigo para que me de algún consejo…
El teléfono empezó a sonar como marcando, tardando un rato largo el otro lado en contestar, con un tono que resultaba… Raro. Es decir, la forma de hablar de Ayden sonaba distinta al contestar, como si estuviera atontado al otro lado o algo por el estilo. Además, juraría que podía escuchar risitas femeninas de fondo que hicieron que la chica arquease una ceja.
—¿Ayden? Soy Miko… Puedes… ¿Puedes hablar un momento? —El chico pareció cambiar su actitud al escuchar eso, precipitándose hacia otro lugar para poder hablar a paso rápido tras pedir que le dieran un momento.
—¿Miko? Claro, ¿ha pasado algo?
—Bueno, puede que haya metido un poco la pata…
La chica le explicó toda la situación: como había acabado cruzándose con ese grupillo, que le habían pedido ayuda para llegar a otra isla y como no debería serle problema a ella llevarles por no tener un rumbo fijo, el viaje y todo hasta quedarse en la isla de destino sin tener forma alguna de marcharse ni saber nada del lugar. También le dio el nombre de la isla que no pareció hacerle mucha gracia. Con esa poca información le dijo lo que ya sabía, que necesitaba un Loge Pose, que lo comprara ahí, alguien debía venderlo —si no fuera porque Miko nunca lo haría le hubiera propuesto seguramente que, si no lo vendían que robara otro, pero no iba a pasar—, y que tuviera mucho cuidado con ayudar a personas en esa isla, porque la mayor parte de la población seguramente fueran personas malas. «personas como los que mataron a tus padres» advirtió en tono serio. La albina palideció por un momento, quedando en silencio y cortando la conversación antes de que el rubio pudiera siquiera plantearse el rectificar la forma en que le había dicho eso.
—Está bien, gracias. Ya te avisaré si consigo algo, adiós. —Colgó la llamada y miró a su acompañante—. Voy a tener que salir para buscar un chisme de esos, quizás un mapa y provisiones. Según me han dicho quizás sea peligroso dejar en esta isla en concreto el barco sin vigilancia. ¿Te quedas a hacer guarda o nos arriesgamos y vienes conmigo? No hay mucho que nos puedan robar.
—Me quedo mejor, alguien tiene que cubrirte las espaldas. ¿Qué te ha dicho, por cierto? —preguntó, señalando con un movimiento de cabeza al caracol.
—Nada que no supiéramos ya.
—Vaya ayuda.
—Bueno… ten cuidado, ¿vale? Mancharía mi nombre de héroe que te pasara algo en mi guardia. Prometo no tardar.
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Cuando subió a la cubierta se llevó una gran sorpresa que le dejó sin palabras tanto a él como a Luna. A pesar de que solo fueran las cuatro de la tarde todo estaba increíblemente oscuro. Había escombros flotando en la costa, como si el oleaje hubiera tragado las construcciones cercanas a esta. Sin embargo, lo más impresionante era la enorme luna que estaba tan cerca que daba la impresión de poder alcanzarla con solo estirar la mano.
Los ojos del revolucionario brillaban maravillados ante la presencia de la luna, como si fuera la cosa más hermosa que habían visto alguna vez. Y no era el único que se sentía atraído hacia ella. Tanto Luna como Nick no podían gesticular palabra alguna: estaban completamente atrapados por el orbe plateado que flotaba en el firmamento. Los haces de luz se filtraban a través de las nubes que eran arrastradas por el viento, conduciéndolas hacia el noroeste. Sin embargo, pese a lo fantástico que resultaba el paisaje en Bloothe lo cierto era que había un ambiente tenso.
Prometeo carecía de los conocimientos astronómicos pertinentes para afirmar con completa seguridad cualquier cosa, pero era de cultura general entender que la cercanía de la luna tenía incidencia directa e importante sobre el nivel del mar. Y esta estaba tan cerca que no era de extrañar un aumento del oleaje, afectando las construcciones costeras. Por algo los escombros, ¿no? Desde el punto de vista del revolucionario, el fenómeno astronómico podía maravillar a todo el mundo, pero no borraba el desequilibrio de los sistemas involucrados. Dejando a un lado el impacto negativo sobre la vida humana, había mucha flora y fauna envueltas en toda esa situación.
—Tú sabes más que yo de estas cosas, Prome. ¿Qué crees que pueda ser?
El homúnculo le miró confuso. ¿Acaso había dicho alguna vez que era astrónomo? Fuera así o no, tampoco importaba demasiado: no tenía la respuesta. Escapaba de su entendimiento y no quería abrir la puerta de las infinitas posibilidades para entregar una explicación inconsistente.
—No lo sé, pero creo que lo podremos averiguar en la ciudad. Es probable que haya gente que necesita ayuda, así que hay que estar atentos.
—A la orden, capitán —contestó Nick, haciendo el saludo militar a modo de broma. Sabía lo mucho que le incomodaba a Prometeo, pero lo hacía para molestarle. Era demasiado serio y un poco de diversión en su vida estaría bien.
Por fortuna, Nick era un gran navegante y no tuvo ningún problema en acercar el Vapor Justice al improvisado muelle. Realmente no había demasiadas cosas que desembarcar, ni siquiera pensaban quedarse demasiado tiempo, aunque a Prometeo le gustaría saber lo que estaba sucediendo en Bloothe. Bueno, por saberlo lo sabía: sólo hacía falta mirar el cielo. Pero todo tenía que tener una explicación y de cierta manera le dejaría inquieto irse sin obtener una respuesta.
—Oye, Prome, antes de que te vaya déjame decirte una cosa: ten cuidado allá fuera. Estas calles son territorio de una banda pirata y por el momento no necesitamos problemas. Debemos intentar llegar al Nuevo Mundo en una sola pieza, ¿verdad? —mencionó Nick, deteniendo a su capitán en el puente.
—Sí, tienes razón. Tendré cuidado, gracias por advertirme.
—Jo-der, a veces eres demasiado formal. No pasa nada si te sueltas un poco, ¿sabes?
Prometeo le miró extrañado. ¿A qué se refería exactamente a soltarse? No podía hacerlo, es decir, sus huesos estaban unidos los uno a los otros y también estaban los músculos. No había manera de que pudiera soltar- Oh, espera. Lo tenía, sí.
—Oh, estás hablando metafóricamente. Está buena esa, ja —contestó el revolucionario, forzando una risa extraña, seca y escandalosa en partes iguales.
—Esto… Mejor sigue siendo el de siempre. ¡Buena suerte!
Lo primero que vio Prometeo al abandonar el Vapor Justice fue una pareja de hombres que vestían túnicas negras, todo muy normal: salvo los jodidos sombreros en forma de anillo. El revolucionario sintió compasión por ellos, esperando que Luna no los viera llevar algo así porque si no los haría sufrir. Al parecer Prometeo no era el único sin sentido de la moda, ¿eh?
—Seguro que si preguntamos tendremos respuestas —dijo Luna con las manos en la cintura—. Las tabernas siempre son un cúmulo de información y rumores, deberíamos buscar una.
Los ojos del revolucionario brillaban maravillados ante la presencia de la luna, como si fuera la cosa más hermosa que habían visto alguna vez. Y no era el único que se sentía atraído hacia ella. Tanto Luna como Nick no podían gesticular palabra alguna: estaban completamente atrapados por el orbe plateado que flotaba en el firmamento. Los haces de luz se filtraban a través de las nubes que eran arrastradas por el viento, conduciéndolas hacia el noroeste. Sin embargo, pese a lo fantástico que resultaba el paisaje en Bloothe lo cierto era que había un ambiente tenso.
Prometeo carecía de los conocimientos astronómicos pertinentes para afirmar con completa seguridad cualquier cosa, pero era de cultura general entender que la cercanía de la luna tenía incidencia directa e importante sobre el nivel del mar. Y esta estaba tan cerca que no era de extrañar un aumento del oleaje, afectando las construcciones costeras. Por algo los escombros, ¿no? Desde el punto de vista del revolucionario, el fenómeno astronómico podía maravillar a todo el mundo, pero no borraba el desequilibrio de los sistemas involucrados. Dejando a un lado el impacto negativo sobre la vida humana, había mucha flora y fauna envueltas en toda esa situación.
—Tú sabes más que yo de estas cosas, Prome. ¿Qué crees que pueda ser?
El homúnculo le miró confuso. ¿Acaso había dicho alguna vez que era astrónomo? Fuera así o no, tampoco importaba demasiado: no tenía la respuesta. Escapaba de su entendimiento y no quería abrir la puerta de las infinitas posibilidades para entregar una explicación inconsistente.
—No lo sé, pero creo que lo podremos averiguar en la ciudad. Es probable que haya gente que necesita ayuda, así que hay que estar atentos.
—A la orden, capitán —contestó Nick, haciendo el saludo militar a modo de broma. Sabía lo mucho que le incomodaba a Prometeo, pero lo hacía para molestarle. Era demasiado serio y un poco de diversión en su vida estaría bien.
Por fortuna, Nick era un gran navegante y no tuvo ningún problema en acercar el Vapor Justice al improvisado muelle. Realmente no había demasiadas cosas que desembarcar, ni siquiera pensaban quedarse demasiado tiempo, aunque a Prometeo le gustaría saber lo que estaba sucediendo en Bloothe. Bueno, por saberlo lo sabía: sólo hacía falta mirar el cielo. Pero todo tenía que tener una explicación y de cierta manera le dejaría inquieto irse sin obtener una respuesta.
—Oye, Prome, antes de que te vaya déjame decirte una cosa: ten cuidado allá fuera. Estas calles son territorio de una banda pirata y por el momento no necesitamos problemas. Debemos intentar llegar al Nuevo Mundo en una sola pieza, ¿verdad? —mencionó Nick, deteniendo a su capitán en el puente.
—Sí, tienes razón. Tendré cuidado, gracias por advertirme.
—Jo-der, a veces eres demasiado formal. No pasa nada si te sueltas un poco, ¿sabes?
Prometeo le miró extrañado. ¿A qué se refería exactamente a soltarse? No podía hacerlo, es decir, sus huesos estaban unidos los uno a los otros y también estaban los músculos. No había manera de que pudiera soltar- Oh, espera. Lo tenía, sí.
—Oh, estás hablando metafóricamente. Está buena esa, ja —contestó el revolucionario, forzando una risa extraña, seca y escandalosa en partes iguales.
—Esto… Mejor sigue siendo el de siempre. ¡Buena suerte!
Lo primero que vio Prometeo al abandonar el Vapor Justice fue una pareja de hombres que vestían túnicas negras, todo muy normal: salvo los jodidos sombreros en forma de anillo. El revolucionario sintió compasión por ellos, esperando que Luna no los viera llevar algo así porque si no los haría sufrir. Al parecer Prometeo no era el único sin sentido de la moda, ¿eh?
—Seguro que si preguntamos tendremos respuestas —dijo Luna con las manos en la cintura—. Las tabernas siempre son un cúmulo de información y rumores, deberíamos buscar una.
Miko
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
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Akuma no mi
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Lo primero que llamó la atención a Miko al salir a la calle fue el cielo. No había tenido oportunidad de fijarse antes, y tampoco es que la luz del sol lo hubiera permitido cuando llegaron a media mañana. Lo cierto es que habían ido más a ciegas de lo que a la albina le pudiera gustar, siguiendo las indicaciones de sus acompañantes una vez pudieron otear la isla en el horizonte, así que, concentrada en eso se daba cuenta de que sus conocimientos sobre el lugar eran muy precarios, por no decir inexistentes más allá de la advertencia de Ayden. Negó con la cabeza, apartando esas preocupaciones de su cabeza y mirando el crepúsculo de tonos violetas, decorados por una enorme Luna que parecía querer tragarse la isla. No era algo que hubiera estudiado, pero si algo sobre lo que podría preguntar más adelante o quizás contar un relato.
Después de unos segundos más de observación, se fijó en lo que se encontraba frente a sus narices. Bajando del barco al puerto, no pudo evitar notar un cierto… Desnivel. Era como si aquel puerto normalmente no llegara al agua, como si estuviera hecho para emergencias de mareas increíblemente altas. ¿Por qué? Bueno, la calle bajaba en una inclinación brusca al poco de separarse del lugar, y los puertos solían estar al nivel del mar. Eso podía ser peligroso para un barco grande si la marea descendía bruscamente… Tendría que darse prisa por si las moscas. Sus temores se confirmarían bajando unos cuantos metros calle abajo, donde el agua del mar se filtraba como en un cuenco, incluso con la penumbra no era difícil distinguir lo que parecían ser tejados de casas medio hundidas, todo gracias a sus ojos de bestia. Contuvo un momento la respiración. Esperaba que nadie hubiera salido mal parado de eso porque, si había un terreno con el que no pudiera ayudar ese era el agua. Sus habilidades eran muy útiles, sí. Pero no podían hacerle frente a un terreno en el que no se podía mojar —valga la redundancia—. Más allá de ese trecho, las luces de las calles y casas contrastaban con el contraste que suponía esa pequeña cuenca. De hecho, estando tan mal organizado, se le ocurría a Miko que quizás llevara así años y simplemente las casas aún siguieran ahí construídas. Le tendría que preguntar a algún local. Con esa idea y su camino cortado aparentemente por ese lado, solo le quedaba volver sobre sus pasos y adentrarse en la ciudad. Quizás fuera muy tarde para encontrar ninguna tienda abierta, algo que había aprendido durante sus primeros meses de viaje y leyendo las notas de su mejor amigo. Pero al menos las tabernas y posadas podían aún seguir abiertas. Claro que si todos los piratas eran como los había descrito Ayden en alguna ocasión…
—Hubiera sido buena idea preguntar por más consejos… o incluso traer a Kike después de todo… —se lamentó, llevando la mano a su bolsillo, sacando de este un pequeño caracol que le devolvió la mirada. Se le hacía raro usar a un ser vivo como un instrumento—. ¿Tú qué crees? ¿Debería llamar para pedir ayuda? —Como era de esperarse, el caracol no hizo nada más allá de quedarse mirándola. Miko suspiró—. Supongo que mejor no. Gracias por escucharme. Vamos. —Volvió a guardar el caracol en su bolsillo y convirtió sus orejas en las largas y blancas orejas de una liebre. Sus ojos brillaron sutilmente con el reflejo de la luna en la noche— Solo tendremos que seguir el ruido.
Y, efectivamente, con seguir el sonido fue suficiente para que la música de taberna captara su atención tras diez minutos de caminatas. La chica desvaneció sus rasgos animales, que desaparecieron tan rápido como habían aparecido, y se acercó al establecimiento que, suponía, debía ser un bar por los cristales de las enormes ventanas y el cartel sobre la puerta. Claro que antes de entrar, prefirió tener la prudencia de asomarse por detrás del cristal para observar el interior. La gente bebía, reía, gritaba, cantaba. Esto le dibujó una leve sonrisa de nostalgia. Aunque eran más brutos que en Samia y no tenían ese factor «familia» que era lo que más le gustaba de su casa. Tomandose unos segundos para adecentarse, se colocó el pelo, recogiéndolo en una coleta, se aseguró de que su camiseta blanca de mangas largas estuviera estirada y sus vaqueros oscuros tuvieran en sus bolsillos todo lo que pudiera necesitar: Su DDM, su escaso dinero, papel y un bolígrafo, o al menos un lápiz. Hecho eso, salió de su escondrijo para dirigirse a la puerta con la clara decisión de acercarse a la barra, preguntarle al tabernero por alguna tienda que vendiera cosas de navegación —Porque inocente y tonta no eran lo mismo— y tomar algo que no tuviera alcohol ni carne, para que no le pusiera mala cara por irse sin pagar.
Después de unos segundos más de observación, se fijó en lo que se encontraba frente a sus narices. Bajando del barco al puerto, no pudo evitar notar un cierto… Desnivel. Era como si aquel puerto normalmente no llegara al agua, como si estuviera hecho para emergencias de mareas increíblemente altas. ¿Por qué? Bueno, la calle bajaba en una inclinación brusca al poco de separarse del lugar, y los puertos solían estar al nivel del mar. Eso podía ser peligroso para un barco grande si la marea descendía bruscamente… Tendría que darse prisa por si las moscas. Sus temores se confirmarían bajando unos cuantos metros calle abajo, donde el agua del mar se filtraba como en un cuenco, incluso con la penumbra no era difícil distinguir lo que parecían ser tejados de casas medio hundidas, todo gracias a sus ojos de bestia. Contuvo un momento la respiración. Esperaba que nadie hubiera salido mal parado de eso porque, si había un terreno con el que no pudiera ayudar ese era el agua. Sus habilidades eran muy útiles, sí. Pero no podían hacerle frente a un terreno en el que no se podía mojar —valga la redundancia—. Más allá de ese trecho, las luces de las calles y casas contrastaban con el contraste que suponía esa pequeña cuenca. De hecho, estando tan mal organizado, se le ocurría a Miko que quizás llevara así años y simplemente las casas aún siguieran ahí construídas. Le tendría que preguntar a algún local. Con esa idea y su camino cortado aparentemente por ese lado, solo le quedaba volver sobre sus pasos y adentrarse en la ciudad. Quizás fuera muy tarde para encontrar ninguna tienda abierta, algo que había aprendido durante sus primeros meses de viaje y leyendo las notas de su mejor amigo. Pero al menos las tabernas y posadas podían aún seguir abiertas. Claro que si todos los piratas eran como los había descrito Ayden en alguna ocasión…
—Hubiera sido buena idea preguntar por más consejos… o incluso traer a Kike después de todo… —se lamentó, llevando la mano a su bolsillo, sacando de este un pequeño caracol que le devolvió la mirada. Se le hacía raro usar a un ser vivo como un instrumento—. ¿Tú qué crees? ¿Debería llamar para pedir ayuda? —Como era de esperarse, el caracol no hizo nada más allá de quedarse mirándola. Miko suspiró—. Supongo que mejor no. Gracias por escucharme. Vamos. —Volvió a guardar el caracol en su bolsillo y convirtió sus orejas en las largas y blancas orejas de una liebre. Sus ojos brillaron sutilmente con el reflejo de la luna en la noche— Solo tendremos que seguir el ruido.
Y, efectivamente, con seguir el sonido fue suficiente para que la música de taberna captara su atención tras diez minutos de caminatas. La chica desvaneció sus rasgos animales, que desaparecieron tan rápido como habían aparecido, y se acercó al establecimiento que, suponía, debía ser un bar por los cristales de las enormes ventanas y el cartel sobre la puerta. Claro que antes de entrar, prefirió tener la prudencia de asomarse por detrás del cristal para observar el interior. La gente bebía, reía, gritaba, cantaba. Esto le dibujó una leve sonrisa de nostalgia. Aunque eran más brutos que en Samia y no tenían ese factor «familia» que era lo que más le gustaba de su casa. Tomandose unos segundos para adecentarse, se colocó el pelo, recogiéndolo en una coleta, se aseguró de que su camiseta blanca de mangas largas estuviera estirada y sus vaqueros oscuros tuvieran en sus bolsillos todo lo que pudiera necesitar: Su DDM, su escaso dinero, papel y un bolígrafo, o al menos un lápiz. Hecho eso, salió de su escondrijo para dirigirse a la puerta con la clara decisión de acercarse a la barra, preguntarle al tabernero por alguna tienda que vendiera cosas de navegación —Porque inocente y tonta no eran lo mismo— y tomar algo que no tuviera alcohol ni carne, para que no le pusiera mala cara por irse sin pagar.
Prometeo
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Los pies se hundían como mínimo un par de centímetros en el barro, ensuciando los zapatos de todos aquellos que caminaban por la ciudad. El panorama era desolador, no sólo había una multitud de familias abandonadas a la mano de Dios, sino también una profunda destrucción por culpa de la subida de la marea. Los únicos que no parecían afectados eran los piratas que controlaban Bloothe. Destacaban sobre la demás gente por los tatuajes en forma una tortuga mordiéndose la cola, algo así como una insignia que les posicionaba en un lugar más favorable en comparación al resto.
—Tsk, estoy segura de que viven como reyes y no trabajan un puto día —espetó Luna con el ceño fruncido, dedicándoles una mirada fulminante a la pareja de piratas que merodeaba por la zona costera—. Vamos, Prome, hay que averiguar lo que está pasando aquí porque imagino que quieres ayudar, ¿verdad?
El revolucionario asintió sin desviar la mirada hacia Luna. Jamás se perdonaría abandonar a toda esa gente que lo estaba pasando fatal. Lo habían perdido todo, pero esperaba que aún guardasen algo de esperanza en sus espíritus. Si no eran los piratas ni el Gobierno Mundial, Prometeo, en nombre del Ejército Revolucionario, haría todo lo posible y más por ayudar.
Caminaron sin llamar la atención en busca de una taberna donde conseguir información. Al menos el tabernero tendría una versión interesante sobre lo sucedido en Bloothe. Ninguno de los revolucionarios esperaba que un cantinero tuviera las respuestas a un fenómeno astronómico de esas magnitudes. Prometeo pensaba que el Gobierno Mundial debía destinar más recursos a la investigación que a una cacería sin sentido de criminales que no suponían un mal para nadie. Vale, entendía que había hombres crueles y malvados que merecían un castigo, pero ¿más de mil millones de berries por una sola cabeza? ¡Estaban locos! ¡Todos locos! Con ese dineral podrían financiarse varios proyectos.
Al cabo de unos varios minutos de deambular por la desolada ciudad los revolucionarios acabaron frente a un edificio de piedra. Tenía un enorme cartel sobre la puerta con una jarra de cerveza hecha de madera, anunciando el tipo de local que era. A pesar del ambiente tétrico y triste de la ciudad, el interior de la taberna se oía muy animado, como si en Bloothe no estuviera sucediendo nada fuera de lo normal. Prometeo empujó la puerta y permitió que Luna pasara primero.
La habitación no tenía nada excepcional, la verdad. Mesas, sillas y una barra, un pequeño escenario donde había un par de borrachos intentando tocar una melodía y al fondo unas escaleras que conducían a los cuartos de arriba. Había por lo menos unas veinte personas allí dentro. Bailaban, reían y festejaban. Lo curioso era que la mayoría tenía una tortuga tatuada en el pecho. Bastó un intercambio de miradas con Luna para saber quiénes eran esos hombres. El suelo de madera rechinaba con las pesadas pisadas de Prometeo, temiendo que este eventualmente cediese ante su peso. El revolucionario se acercó a la barra, pero se detuvo a esperar que una mujer de aspecto muy distinto al del resto de los presentes acabase de conversar con el tabernero.
—No sé si habrá visto el estado de la ciudad, pero definitivamente no es un buen lugar para buscar una tienda de navegación —comentó Luna en voz baja, acercándose al albino.
—Esta ciudad parece no ofrecer nada bueno… Esperemos allí sentados, Luna, tampoco es que estemos apurados —propuso el homúnculo, esbozando una sonrisa tierna mientras apuntaba una mesa con su índice—. ¿Crees que el tabernero me preste la cocina si se lo pido por favor?
—A los chicos guapos no se les puede decir que no.
—Tsk, estoy segura de que viven como reyes y no trabajan un puto día —espetó Luna con el ceño fruncido, dedicándoles una mirada fulminante a la pareja de piratas que merodeaba por la zona costera—. Vamos, Prome, hay que averiguar lo que está pasando aquí porque imagino que quieres ayudar, ¿verdad?
El revolucionario asintió sin desviar la mirada hacia Luna. Jamás se perdonaría abandonar a toda esa gente que lo estaba pasando fatal. Lo habían perdido todo, pero esperaba que aún guardasen algo de esperanza en sus espíritus. Si no eran los piratas ni el Gobierno Mundial, Prometeo, en nombre del Ejército Revolucionario, haría todo lo posible y más por ayudar.
Caminaron sin llamar la atención en busca de una taberna donde conseguir información. Al menos el tabernero tendría una versión interesante sobre lo sucedido en Bloothe. Ninguno de los revolucionarios esperaba que un cantinero tuviera las respuestas a un fenómeno astronómico de esas magnitudes. Prometeo pensaba que el Gobierno Mundial debía destinar más recursos a la investigación que a una cacería sin sentido de criminales que no suponían un mal para nadie. Vale, entendía que había hombres crueles y malvados que merecían un castigo, pero ¿más de mil millones de berries por una sola cabeza? ¡Estaban locos! ¡Todos locos! Con ese dineral podrían financiarse varios proyectos.
Al cabo de unos varios minutos de deambular por la desolada ciudad los revolucionarios acabaron frente a un edificio de piedra. Tenía un enorme cartel sobre la puerta con una jarra de cerveza hecha de madera, anunciando el tipo de local que era. A pesar del ambiente tétrico y triste de la ciudad, el interior de la taberna se oía muy animado, como si en Bloothe no estuviera sucediendo nada fuera de lo normal. Prometeo empujó la puerta y permitió que Luna pasara primero.
La habitación no tenía nada excepcional, la verdad. Mesas, sillas y una barra, un pequeño escenario donde había un par de borrachos intentando tocar una melodía y al fondo unas escaleras que conducían a los cuartos de arriba. Había por lo menos unas veinte personas allí dentro. Bailaban, reían y festejaban. Lo curioso era que la mayoría tenía una tortuga tatuada en el pecho. Bastó un intercambio de miradas con Luna para saber quiénes eran esos hombres. El suelo de madera rechinaba con las pesadas pisadas de Prometeo, temiendo que este eventualmente cediese ante su peso. El revolucionario se acercó a la barra, pero se detuvo a esperar que una mujer de aspecto muy distinto al del resto de los presentes acabase de conversar con el tabernero.
—No sé si habrá visto el estado de la ciudad, pero definitivamente no es un buen lugar para buscar una tienda de navegación —comentó Luna en voz baja, acercándose al albino.
—Esta ciudad parece no ofrecer nada bueno… Esperemos allí sentados, Luna, tampoco es que estemos apurados —propuso el homúnculo, esbozando una sonrisa tierna mientras apuntaba una mesa con su índice—. ¿Crees que el tabernero me preste la cocina si se lo pido por favor?
—A los chicos guapos no se les puede decir que no.
Miko
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La muchacha entró al lugar con paso algo tímido. No era para menos. Hombres con cara de pocos amigos se encontraban sentados en las mesas. También mujeres, claro, algunos más adecentados, otros más sucios. Los que más escandalo hacían siempre eran los de más pocamonta, pero eso ella no lo sabía. No entendía como ese lugar… “una taberna” podía diferir tanto en comparación a la que ella misma regentaba.
Y además estaban las miradas. Había curiosidad por la entrada de la albina en un establecimiento como ese. Seguramente todos los habituales de la zona se conocían entre ellos. La curiosidad podía asemejarse a la que había cuando extranjeros se aventuraban a Samia, llegando desde la ciudad portuaria. Estos solían encaminarse al pequeño municipio con curiosidad por cómo era la vida para la gente que no usaba moneda de cambio, en especial la taberna donde a la albina no le había quedado más remedio que empezar a aceptar el dinero. No era del todo malo, le sirvió para conseguir cosas de vez en cuando de fuera de la isla y mejorar sus comidas, aprender alguna cosa… Y acumular para sus futuros viajes con Ayden. Y pensar que ahora estaba sola… Bueno, tenía la compañía de Kike, pero por lo demás estaba sola, sin su amigo. Y las miradas eran desagradables sobre su cabeza, su espalda y lugares más descarados.
Y como era de esperar entre piratas, las miradas obscenas iban acompañadas por palabras. Claro que la chica procuró hacer caso omiso a esto o suponer que se lo decían a otra persona y apretar el paso los tres metros que le quedaban antes de sentarse frente al tabernero. Al contario que Rumi o ella cuando atendían a alguien, el hombre no pareció por la labor de saludar o siquiera levantar la mirada del vaso que estaba limpiando, por lo que le tocaría llamar su atención a ella. Echaría la culpa al barrullo que había de fondo.
—Disculpe —Llamó la albina, y esperó. Le pareció que el ruido de fondo se mitigaba un poco, y los ojos se fijaban aún más en ella, pero lo ignoró, al igual que pasaría por alto el que la ignoraran a ella también. Tras esperar casi durante un minuto, volvió a insistir, esta vez alzando más la voz—. ¡Disculpe! —El hombre levantó la mirada y arqueó una ceja. Su mostacho de color gris, por la edad, se movió con disgusto porque no le dejaba en paz.
—¿Sí..? —preguntó, arrastrando la palabra como si le costara hablar. A Miko ese gesto le resultó desagradable.
—Me preguntaba si podría indicarme alguna tienda de navegación por la zona. Acabo de llegar a la isla. —La pregunta pareció no calar bien, y toda atención a su posible clienta —que tampoco era mucha— se marchó casi al momento en que las palabras escaparon la boca de esta.
—Si no va a tomar nada me temo que no puedo atenderla. Ese no es mi trabajo.
—Pero…
—Nada.
La chica se mantuvo sentada sobre el taburete, cabizbaja. Y las risitas de fondo, acompañadas por las palabras de una desconocida que acababa de entrar a la taberna, por como había escuchado moverse la puerta, terminaron de empeorar su ánimo, cada vez más por los suelos.
«como espera encontrar una tienda de navegación por aquí». Sí, había visto los destrozos, y desde luego por la mañana pretendía preguntar más cosas y ayudar en lo posible, pero no podría preocuparse por otros sin preocuparse por sí misma primero, y por Kike, su responsabilidad ahora.
—Bueno, pero podría indicarme a alguien que venda. Seguro que conoce a media isla, sino a toda. ¿No puedo comprarle esa información?
—Oh… —El hombre se giró a mirarla—. Parece que ahora hablamos el mismo idioma, señorita. Me da que se va a beber su cerveza más cara.
—Agua o un zumo mejor —dijo ella, tratando de mantener el mismo todo. Buscó en su bolso y dejó sobre la mesa un billete de quinientos berries. No tenía demasiado ahorrado, una miseria en realidad, así que no podía desperdiciar el dinero así en adelante. Pero primaba encontrar a alguien que pudiera conseguirle un Loge Pose… Dudaba que no fueran a cobrarle aún más.
El hombre tomó el billete entre sus dedos, inspeccionándolo antes de asentir y ponerle un vaso de agua con apariencia bastante insalubre. Puede que conozca a alguien que venda lo que necesitas. ¿Qué buscas? ¿Algún catalejo o cosas de esas?
—Un Loge Pose. Necesito comprar uno para pasar a la siguiente isla.
Y además estaban las miradas. Había curiosidad por la entrada de la albina en un establecimiento como ese. Seguramente todos los habituales de la zona se conocían entre ellos. La curiosidad podía asemejarse a la que había cuando extranjeros se aventuraban a Samia, llegando desde la ciudad portuaria. Estos solían encaminarse al pequeño municipio con curiosidad por cómo era la vida para la gente que no usaba moneda de cambio, en especial la taberna donde a la albina no le había quedado más remedio que empezar a aceptar el dinero. No era del todo malo, le sirvió para conseguir cosas de vez en cuando de fuera de la isla y mejorar sus comidas, aprender alguna cosa… Y acumular para sus futuros viajes con Ayden. Y pensar que ahora estaba sola… Bueno, tenía la compañía de Kike, pero por lo demás estaba sola, sin su amigo. Y las miradas eran desagradables sobre su cabeza, su espalda y lugares más descarados.
Y como era de esperar entre piratas, las miradas obscenas iban acompañadas por palabras. Claro que la chica procuró hacer caso omiso a esto o suponer que se lo decían a otra persona y apretar el paso los tres metros que le quedaban antes de sentarse frente al tabernero. Al contario que Rumi o ella cuando atendían a alguien, el hombre no pareció por la labor de saludar o siquiera levantar la mirada del vaso que estaba limpiando, por lo que le tocaría llamar su atención a ella. Echaría la culpa al barrullo que había de fondo.
—Disculpe —Llamó la albina, y esperó. Le pareció que el ruido de fondo se mitigaba un poco, y los ojos se fijaban aún más en ella, pero lo ignoró, al igual que pasaría por alto el que la ignoraran a ella también. Tras esperar casi durante un minuto, volvió a insistir, esta vez alzando más la voz—. ¡Disculpe! —El hombre levantó la mirada y arqueó una ceja. Su mostacho de color gris, por la edad, se movió con disgusto porque no le dejaba en paz.
—¿Sí..? —preguntó, arrastrando la palabra como si le costara hablar. A Miko ese gesto le resultó desagradable.
—Me preguntaba si podría indicarme alguna tienda de navegación por la zona. Acabo de llegar a la isla. —La pregunta pareció no calar bien, y toda atención a su posible clienta —que tampoco era mucha— se marchó casi al momento en que las palabras escaparon la boca de esta.
—Si no va a tomar nada me temo que no puedo atenderla. Ese no es mi trabajo.
—Pero…
—Nada.
La chica se mantuvo sentada sobre el taburete, cabizbaja. Y las risitas de fondo, acompañadas por las palabras de una desconocida que acababa de entrar a la taberna, por como había escuchado moverse la puerta, terminaron de empeorar su ánimo, cada vez más por los suelos.
«como espera encontrar una tienda de navegación por aquí». Sí, había visto los destrozos, y desde luego por la mañana pretendía preguntar más cosas y ayudar en lo posible, pero no podría preocuparse por otros sin preocuparse por sí misma primero, y por Kike, su responsabilidad ahora.
—Bueno, pero podría indicarme a alguien que venda. Seguro que conoce a media isla, sino a toda. ¿No puedo comprarle esa información?
—Oh… —El hombre se giró a mirarla—. Parece que ahora hablamos el mismo idioma, señorita. Me da que se va a beber su cerveza más cara.
—Agua o un zumo mejor —dijo ella, tratando de mantener el mismo todo. Buscó en su bolso y dejó sobre la mesa un billete de quinientos berries. No tenía demasiado ahorrado, una miseria en realidad, así que no podía desperdiciar el dinero así en adelante. Pero primaba encontrar a alguien que pudiera conseguirle un Loge Pose… Dudaba que no fueran a cobrarle aún más.
El hombre tomó el billete entre sus dedos, inspeccionándolo antes de asentir y ponerle un vaso de agua con apariencia bastante insalubre. Puede que conozca a alguien que venda lo que necesitas. ¿Qué buscas? ¿Algún catalejo o cosas de esas?
—Un Loge Pose. Necesito comprar uno para pasar a la siguiente isla.
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Frunció el ceño ante la desagradable respuesta del tabernero. Ningún hombre que dedicara su vida a la cocina debería tratar con semejante desdén y descortesía a sus clientes, mucho menos a alguien que había hablado con tanta educación. Además, ¿qué era eso de exigir dinero a cambio de una simple respuesta? Si conociera una tienda de navegación, incluso le habría acompañado. En su mundo ideal, los hombres eran criaturas altruistas que dedicaban sonrisas amables y ofrecían una mano amiga a los necesitados. Comenzaba a entender por qué la piratería era tan detestada por la gente.
—No deberías beber esa agua —le aconsejó a la chica luego de inspeccionar el insalubre estado de la bebida. Esas burbujas no eran simplemente burbujas, sino trozos de alguna sal no disuelta y un potencial veneno para todo ser vivo—. Podrías enfermar.
Quizás tal afirmación fuera sumamente arrogante, pero dentro de todos los presentes probablemente Prometeo era el más entendido en temas sanitarios, ya fuera por su condición de médico-cirujano, biólogo e incluso cheff reputado. Bastaba un simple vistazo para saber que el agua que le había servido ese hombre de ahí no era potable. Debió haber omitido ese «podrías». Definitivamente la chica enfermaría en caso de beberla.
—Este no es un lugar para chicas como tú, sin ánimo de ofender —le comentó Luna con tono aburrido y una mano en la cintura, rebosando sensualidad—. A la mínima que saques un billete esta gente intentará estafarte. Así son los piratas.
El tabernero arrugó el semblante y fulminó a Luna con la mirada, aunque continuaba limpiando el vaso. Sin embargo, si esperaba intimidar a la revolucionaria le haría falta más que una mirada agresiva. Luna no era una cualquiera. Creció en los peores barrios de una lejana isla del mar del este, en las calles azotadas por el sol y la crueldad humana. Desde muy pequeña se vio obligada a robar y matar para sobrevivir, pues la vida en Truvolt no tenía el mismo valor que en el resto del mundo. Tuvo que vender su propio cuerpo y aun así continuó adelante hasta que encontró su lugar en un grupo peligroso. O eso pensó. Si no hubiera atacado la casa de Lancaster ese día, jamás habría conocido a Prometeo y continuaría encadenada a esa deprimente vida.
—Más vale que te relajes si no quieres perder uno o dos dedos, viejo. No buscamos problemas, de hecho, estamos aquí para ayudar —le espetó la morena—. Escúchame, niña, si quieres sobrevivir a este mundo no respondas el desprecio con amabilidad. Lo pasarás muy mal. —Luna sacó una daga y la clavó con fuerza en el mesón de madera—. Dile dónde encontrar una tienda de navegación y cuéntanos sobre el fenómeno atmosférico que azota la isla. Y sírveme el mejor vino que tengas.
El hombre del mostacho parpadeó dos veces, perplejo. Y entonces una sonrisa espeluznante se dibujó en su rostro. Dejó a un lado el vaso que limpiaba y cogió una escopeta que tenía escondida al mismo tiempo que el resto de sus clientes se ponía de pie. Luna chasqueó la lengua: sabía lo que se les venía encima. Por eso odiaba a los piratas.
—¡Te volaré la puta cara, hija de…! —sentenció un tabernero encolerizado, apuntando con el rifle a Luna. Sin embargo, antes de que su dedo pudiera alcanzar el gatillo Prometeo cogió con fuerza el cañón del arma y, haciendo un rápido análisis físico-matemático para hallar el torque, curvó este hacia arriba.
—No vuelvas a apuntar con un arma a Luna —le dijo con un tono tranquilo impropio de una situación así.
—¿E-En serio…? ¡¿Qué hace un revolucionario de 60 millones de berries en Bloothe?! —preguntó uno de los presentes y echó a correr fuera de la taberna. Algunos de los clientes, seguramente todos criminales, dudaron y otros se mostraron determinados a… ¿A qué, exactamente?
—¿Estás bien? Podemos ayudarte a encontrar un Log Pose, no parece ser un lugar demasiado seguro —le dijo Prometeo a la chica de las preguntas, dedicándole una sonrisa tierna que hizo enrojecer de furia a Luna.
—No deberías beber esa agua —le aconsejó a la chica luego de inspeccionar el insalubre estado de la bebida. Esas burbujas no eran simplemente burbujas, sino trozos de alguna sal no disuelta y un potencial veneno para todo ser vivo—. Podrías enfermar.
Quizás tal afirmación fuera sumamente arrogante, pero dentro de todos los presentes probablemente Prometeo era el más entendido en temas sanitarios, ya fuera por su condición de médico-cirujano, biólogo e incluso cheff reputado. Bastaba un simple vistazo para saber que el agua que le había servido ese hombre de ahí no era potable. Debió haber omitido ese «podrías». Definitivamente la chica enfermaría en caso de beberla.
—Este no es un lugar para chicas como tú, sin ánimo de ofender —le comentó Luna con tono aburrido y una mano en la cintura, rebosando sensualidad—. A la mínima que saques un billete esta gente intentará estafarte. Así son los piratas.
El tabernero arrugó el semblante y fulminó a Luna con la mirada, aunque continuaba limpiando el vaso. Sin embargo, si esperaba intimidar a la revolucionaria le haría falta más que una mirada agresiva. Luna no era una cualquiera. Creció en los peores barrios de una lejana isla del mar del este, en las calles azotadas por el sol y la crueldad humana. Desde muy pequeña se vio obligada a robar y matar para sobrevivir, pues la vida en Truvolt no tenía el mismo valor que en el resto del mundo. Tuvo que vender su propio cuerpo y aun así continuó adelante hasta que encontró su lugar en un grupo peligroso. O eso pensó. Si no hubiera atacado la casa de Lancaster ese día, jamás habría conocido a Prometeo y continuaría encadenada a esa deprimente vida.
—Más vale que te relajes si no quieres perder uno o dos dedos, viejo. No buscamos problemas, de hecho, estamos aquí para ayudar —le espetó la morena—. Escúchame, niña, si quieres sobrevivir a este mundo no respondas el desprecio con amabilidad. Lo pasarás muy mal. —Luna sacó una daga y la clavó con fuerza en el mesón de madera—. Dile dónde encontrar una tienda de navegación y cuéntanos sobre el fenómeno atmosférico que azota la isla. Y sírveme el mejor vino que tengas.
El hombre del mostacho parpadeó dos veces, perplejo. Y entonces una sonrisa espeluznante se dibujó en su rostro. Dejó a un lado el vaso que limpiaba y cogió una escopeta que tenía escondida al mismo tiempo que el resto de sus clientes se ponía de pie. Luna chasqueó la lengua: sabía lo que se les venía encima. Por eso odiaba a los piratas.
—¡Te volaré la puta cara, hija de…! —sentenció un tabernero encolerizado, apuntando con el rifle a Luna. Sin embargo, antes de que su dedo pudiera alcanzar el gatillo Prometeo cogió con fuerza el cañón del arma y, haciendo un rápido análisis físico-matemático para hallar el torque, curvó este hacia arriba.
—No vuelvas a apuntar con un arma a Luna —le dijo con un tono tranquilo impropio de una situación así.
—¿E-En serio…? ¡¿Qué hace un revolucionario de 60 millones de berries en Bloothe?! —preguntó uno de los presentes y echó a correr fuera de la taberna. Algunos de los clientes, seguramente todos criminales, dudaron y otros se mostraron determinados a… ¿A qué, exactamente?
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El rostro de la albina se torció en una mezcla de tristeza y decepción. No porque se estuvieran burlando de ella, ni siquiera por pensar la bronca que Ayden le daría si algún día le contaba aquello… Sino por la persona que tenía delante de ella. Era deprimente ver a un hombre tan entrado en años amargado con su miserable vida de usurero a quien no le quedaba en su interior ni un ápice de amabilidad. No parecía una persona a la que se pudiera llegar a tocar el corazón y conseguir un cambio de conciencia en él. Pero no se podía hacer nada. De todos modos, no se molestó, ni siquiera cuando le ofreció un vaso con una bebida en tan mal estado. Obviamente, sabía que no se podía beber, y no iba a hacerlo. Lo que no esperaba era que un hombre de cabello como la nieve, al igual que el suyo, se acercara amablemente, preocupado por su salud. En el blanco de sus mechones era el único punto en el que pudieran parecerse físicamente. Las diferencias iban desde el tono de piel y la forma de vestir, hasta la desmesurada diferencia de altura y el color de sus ojos al cruzarse, los de él de un color azul hielo y, los de ella, rojos como rubíes.
Sin embargo, la amable recomendación fue contestada con más amabilidad. Y es que los ojos de la albina brillaron con ilusión ante esa muestra desinteresada de preocupación por parte del hombre, al tiempo que una tierna sonrisa se dibujaba en su rostro.
—Le agradezco mucho su preocupación, aunque ya me imaginaba que no iba a ser mi mejor bebida y pensaba dejarla en el vaso. —Giró su cabeza entonces hacia el interior de la barra, manteniendo la misma sonrisa—. De todos modos, y aunque no lo comparto, entiendo que este establecimiento no es para recibir indicaciones y que usted valore su… —Sus palabras fueron cortadas de forma brusca por la no tan amable acompañante del hombre albino, quien le recriminó su ingenuo punto de vista sobre la vida antes de clavar su cuchillo sobre la madera de la tabla en la que se encontraban apoyadas sus manos, con el vaso entre medias. No es de sorprender que la chica pegara un respingo de la sorpresa, seguido de un ruidito que escapó sus labios por el susto, acompañado después de una pausa por un susurro que terminara su frase—. Dinero…
No pudo decir mucho más. De hecho, cualquier intención de su parte de calmar los humos del hombre se verían imposibilitados cuando este sacó una escopeta. Esto trajo no muy buenos recuerdos a la albina. Ya tenía pánico al sonido de los cañones y ruidos fuertes que se le asemejaran por la forma en que perdió a sus padres, pero también las armas de fuego habían llegado a la parte más alta de su ranking de cosas odiadas después de haber recibido medio año atrás —poco antes de abandonar Samia— un balazo por cubrir a un niño. En ese momento se había salvado de una herida casi letal por un pelo, y es que su cuerpo se endureció justo a tiempo en la zona del abdomen, mitigando los daños. Desde luego, tenía muy claro que aquello no le gustaba. De hecho, si cualquiera se hubiera percatado de su presencia ahí en ese momento de disputa, se hubiera dado cuenta de que su color de piel había palidecido varios tonos. Fue una suerte que el hombre estuviera ahí, desarmando al tabernero… Bueno, no desarmando, sino inutilizando su arma de una forma un tanto… ¿Bruta?
—¿Qué?... —Fue lo único que pudo articular Miko antes de que la gente empezara a huir o tantear si sería mejor hacerlo. Además, habían mencionado una recompensa y algo de revolucionario. De su encuentro con Abigail recordaba que le había dicho que la gente como ella cazaba a criminales. Pero la palabra revolucionario no sonaba como algo negativo como podría ser: villano, criminal… pirata. Y la había ayudado—. Esto… Sí, estoy bien. Tampoco es que me hubiera estado apuntando a mí… Ehm… Muchas gracias por ayudarme —dijo. Se podía notar el timbre nervioso en su voz, aunque este se había ido calmando según buscaba las palabras para calmarse —¿No sería una molestia? No es como si no pudiera cuidarme sola… Pero sí que me vendría bien la ayuda. Kike debe estar preocupado por mí también y… —Empezó a divagar, parando al darse cuenta de ello—. P-Perdón… Aceptaré gustosa la ayuda, esto… Me llamo Miko, ¿Y vosotros? —Porque lo de que la cabeza de una persona valiera no sé cuántos millones de esa moneda de “fuera” no le decía nada a una niña sin apenas noticias del mundo que la rodea.
Sin embargo, la amable recomendación fue contestada con más amabilidad. Y es que los ojos de la albina brillaron con ilusión ante esa muestra desinteresada de preocupación por parte del hombre, al tiempo que una tierna sonrisa se dibujaba en su rostro.
—Le agradezco mucho su preocupación, aunque ya me imaginaba que no iba a ser mi mejor bebida y pensaba dejarla en el vaso. —Giró su cabeza entonces hacia el interior de la barra, manteniendo la misma sonrisa—. De todos modos, y aunque no lo comparto, entiendo que este establecimiento no es para recibir indicaciones y que usted valore su… —Sus palabras fueron cortadas de forma brusca por la no tan amable acompañante del hombre albino, quien le recriminó su ingenuo punto de vista sobre la vida antes de clavar su cuchillo sobre la madera de la tabla en la que se encontraban apoyadas sus manos, con el vaso entre medias. No es de sorprender que la chica pegara un respingo de la sorpresa, seguido de un ruidito que escapó sus labios por el susto, acompañado después de una pausa por un susurro que terminara su frase—. Dinero…
No pudo decir mucho más. De hecho, cualquier intención de su parte de calmar los humos del hombre se verían imposibilitados cuando este sacó una escopeta. Esto trajo no muy buenos recuerdos a la albina. Ya tenía pánico al sonido de los cañones y ruidos fuertes que se le asemejaran por la forma en que perdió a sus padres, pero también las armas de fuego habían llegado a la parte más alta de su ranking de cosas odiadas después de haber recibido medio año atrás —poco antes de abandonar Samia— un balazo por cubrir a un niño. En ese momento se había salvado de una herida casi letal por un pelo, y es que su cuerpo se endureció justo a tiempo en la zona del abdomen, mitigando los daños. Desde luego, tenía muy claro que aquello no le gustaba. De hecho, si cualquiera se hubiera percatado de su presencia ahí en ese momento de disputa, se hubiera dado cuenta de que su color de piel había palidecido varios tonos. Fue una suerte que el hombre estuviera ahí, desarmando al tabernero… Bueno, no desarmando, sino inutilizando su arma de una forma un tanto… ¿Bruta?
—¿Qué?... —Fue lo único que pudo articular Miko antes de que la gente empezara a huir o tantear si sería mejor hacerlo. Además, habían mencionado una recompensa y algo de revolucionario. De su encuentro con Abigail recordaba que le había dicho que la gente como ella cazaba a criminales. Pero la palabra revolucionario no sonaba como algo negativo como podría ser: villano, criminal… pirata. Y la había ayudado—. Esto… Sí, estoy bien. Tampoco es que me hubiera estado apuntando a mí… Ehm… Muchas gracias por ayudarme —dijo. Se podía notar el timbre nervioso en su voz, aunque este se había ido calmando según buscaba las palabras para calmarse —¿No sería una molestia? No es como si no pudiera cuidarme sola… Pero sí que me vendría bien la ayuda. Kike debe estar preocupado por mí también y… —Empezó a divagar, parando al darse cuenta de ello—. P-Perdón… Aceptaré gustosa la ayuda, esto… Me llamo Miko, ¿Y vosotros? —Porque lo de que la cabeza de una persona valiera no sé cuántos millones de esa moneda de “fuera” no le decía nada a una niña sin apenas noticias del mundo que la rodea.
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—Soy Prometeo y ella es Luna, una gran amiga —respondió el revolucionario mientras su acompañante se retorcía de dolor al tiempo que la palabra «amiga» resonaba en su cabeza.
Los clientes del tabernero huyeron del establecimiento cuando este sacó la escopeta y apuntó a Prometeo en un alarde de valentía. Seguro que jamás imaginó que el material de su arma sería de tan mala calidad. Y que el albino tuviera tanta fuerza como para deformar el cañón. Pudo haberle dado un buen puñetazo en la tráquea para mostrarle quién mandaba, hubiera sido un gesto muy revolucionario, pero no de su estilo. ¿Cuál era el sentido de usar la violencia para resolver todos los problemas? Iba en contra de sus ideales, y Prometeo era un hombre que respetaba mucho sus creencias.
Justo después de que se presentara, un hombre bien vestido y de cabellos negros como una noche sin luna apareció. Era delgado y de edad avanzada, rasgos finos y ojos escarlatas. La bufanda le caía sobre los hombros hasta la altura de la cadera y llevaba una gabardina hecha a la medida. Era acompañado por cuatro gorilas y una mujer con pinta de distraída. El desconocido caminó con las manos en los bolsillos del pantalón de seda y sonrió al ver a Prometeo. Paseó sus ojos por Luna y luego por Miko, para volverlos a Luna.
—Saludos, viajeros. Mi nombre es Allan, el jefe de esta isla —anunció, haciendo una especie de reverencia en señal de respeto. Su tono de voz era sereno y varonil, calmado—. Me disculpo por la rudeza con la que este hombre los ha tratado, los modales jamás han sido su fuerte. Tú debes ser Prometeo, teniente del Ejército Revolucionario, ¿verdad? Y las apuestas jovencitas que te acompañan son… —Allan hizo un ademán de mano para que se presentaran y, en caso de que lo hicieran, sonreiría—. Nombres dignos de criaturas hermosas. Por favor, tomen asiento. Joe, esta vez procura ofrecer un servicio a la altura de tan distinguidos viajeros.
Luna miraba con recelo al recién aparecido. Podía reconocer esa mirada, pues la había visto muchas veces en el pasado y en otros hombres. Era esa clase de persona manipuladora que le gustaba tenerlo todo bajo control. Usaba palabras bonitas y cuidadosamente calculadas para mostrar una falsa cordialidad. Era un pirata, después de todo, y no uno cualquiera. Allan F. Venture ostentaba una recompensa de más de doscientos millones de berries por múltiples crímenes, aunque ninguno asociado a los asesinatos. ¿Por qué? El mundo estaba lleno de misterios.
—Vamos con cuidado, Prome. Estaremos en problemas como molestemos a este hombre —le susurró Luna a su jefe con el ceño fruncido y sin dejar de mirar a Allan.
—No hay de qué preocuparse, de hecho, estoy aquí para pedirles un favor —intervino el pirata, haciendo un gesto para que tomasen asiento. Una vez los viajeros lo hicieran, comenzaría a explicar la situación—. Seguramente se habrán dado cuenta de las circunstancias en la que está el pueblo: pobreza y miseria, una luna tan grande como peligrosa, y nuestra principal fuente de agua dulce contaminada por la crecida del mar. Por si fuera poco, una organización religiosa se ha instalado en mi territorio. Son unas verdaderas ratas de cloacas: débiles pero escurridizas.
—¿Y qué tenemos que ver nosotros en esto? —se apresuró en preguntar Luna.
—El Ejército Revolucionario existe para ayudar a la gente, ¿no? La organización de los sombreros de anillo tienen las respuestas que necesitamos. Lastimosamente, he perdido demasiados hombres en esta cruzada sin sentido y la posibilidad de una rebelión ciudadana crece a cada minuto. Incluso un hombre con mis recursos no puede pelear en tantos frentes al mismo tiempo —explicó, acomodándose en el asiento—. Cierto pajarito me comentó que uno de ustedes necesita un Log Pose para viajar a la próxima isla, ¿no? No me importaría conceder eso y muchas otras recompensas a cambio de un favor: lidiar con la organización. Este fenómeno astronómico me ha provocado demasiados problemas y no escatimaré en gastos si con ello Bloothe puede volver a la normalidad. Bien, ¿qué dicen?
Prometeo guardó silencio y alzó la mano para que ninguna de sus acompañantes hablase. La negociación era una de las etapas fundamentales en todo trato y, ahora mismo, sonaba demasiado bien. Sin embargo, estaba ahí con el propósito de ayudar a la gente sin que un pirata se lo pidiese. Ahora bien, si podía tener la certeza de que los criminales de agua salada no intervendrían…
—La señorita Miko tendrá que decidir por su cuenta, pero tanto Luna como yo estamos aquí para ayudar. No es necesario ofrecernos un incentivo material para hacer nuestro trabajo, aunque sí le pediré toda la información que pueda proporcionar —contestó Prometeo.
—Por supuesto que la tendrán —aseguró Allan, sonriendo con satisfacción—. ¿Y usted qué dice, señorita Miko? ¿Ayudará a los pobres habitantes de Bloothe a tener un mejor futuro?
Los clientes del tabernero huyeron del establecimiento cuando este sacó la escopeta y apuntó a Prometeo en un alarde de valentía. Seguro que jamás imaginó que el material de su arma sería de tan mala calidad. Y que el albino tuviera tanta fuerza como para deformar el cañón. Pudo haberle dado un buen puñetazo en la tráquea para mostrarle quién mandaba, hubiera sido un gesto muy revolucionario, pero no de su estilo. ¿Cuál era el sentido de usar la violencia para resolver todos los problemas? Iba en contra de sus ideales, y Prometeo era un hombre que respetaba mucho sus creencias.
Justo después de que se presentara, un hombre bien vestido y de cabellos negros como una noche sin luna apareció. Era delgado y de edad avanzada, rasgos finos y ojos escarlatas. La bufanda le caía sobre los hombros hasta la altura de la cadera y llevaba una gabardina hecha a la medida. Era acompañado por cuatro gorilas y una mujer con pinta de distraída. El desconocido caminó con las manos en los bolsillos del pantalón de seda y sonrió al ver a Prometeo. Paseó sus ojos por Luna y luego por Miko, para volverlos a Luna.
—Saludos, viajeros. Mi nombre es Allan, el jefe de esta isla —anunció, haciendo una especie de reverencia en señal de respeto. Su tono de voz era sereno y varonil, calmado—. Me disculpo por la rudeza con la que este hombre los ha tratado, los modales jamás han sido su fuerte. Tú debes ser Prometeo, teniente del Ejército Revolucionario, ¿verdad? Y las apuestas jovencitas que te acompañan son… —Allan hizo un ademán de mano para que se presentaran y, en caso de que lo hicieran, sonreiría—. Nombres dignos de criaturas hermosas. Por favor, tomen asiento. Joe, esta vez procura ofrecer un servicio a la altura de tan distinguidos viajeros.
Luna miraba con recelo al recién aparecido. Podía reconocer esa mirada, pues la había visto muchas veces en el pasado y en otros hombres. Era esa clase de persona manipuladora que le gustaba tenerlo todo bajo control. Usaba palabras bonitas y cuidadosamente calculadas para mostrar una falsa cordialidad. Era un pirata, después de todo, y no uno cualquiera. Allan F. Venture ostentaba una recompensa de más de doscientos millones de berries por múltiples crímenes, aunque ninguno asociado a los asesinatos. ¿Por qué? El mundo estaba lleno de misterios.
—Vamos con cuidado, Prome. Estaremos en problemas como molestemos a este hombre —le susurró Luna a su jefe con el ceño fruncido y sin dejar de mirar a Allan.
—No hay de qué preocuparse, de hecho, estoy aquí para pedirles un favor —intervino el pirata, haciendo un gesto para que tomasen asiento. Una vez los viajeros lo hicieran, comenzaría a explicar la situación—. Seguramente se habrán dado cuenta de las circunstancias en la que está el pueblo: pobreza y miseria, una luna tan grande como peligrosa, y nuestra principal fuente de agua dulce contaminada por la crecida del mar. Por si fuera poco, una organización religiosa se ha instalado en mi territorio. Son unas verdaderas ratas de cloacas: débiles pero escurridizas.
—¿Y qué tenemos que ver nosotros en esto? —se apresuró en preguntar Luna.
—El Ejército Revolucionario existe para ayudar a la gente, ¿no? La organización de los sombreros de anillo tienen las respuestas que necesitamos. Lastimosamente, he perdido demasiados hombres en esta cruzada sin sentido y la posibilidad de una rebelión ciudadana crece a cada minuto. Incluso un hombre con mis recursos no puede pelear en tantos frentes al mismo tiempo —explicó, acomodándose en el asiento—. Cierto pajarito me comentó que uno de ustedes necesita un Log Pose para viajar a la próxima isla, ¿no? No me importaría conceder eso y muchas otras recompensas a cambio de un favor: lidiar con la organización. Este fenómeno astronómico me ha provocado demasiados problemas y no escatimaré en gastos si con ello Bloothe puede volver a la normalidad. Bien, ¿qué dicen?
Prometeo guardó silencio y alzó la mano para que ninguna de sus acompañantes hablase. La negociación era una de las etapas fundamentales en todo trato y, ahora mismo, sonaba demasiado bien. Sin embargo, estaba ahí con el propósito de ayudar a la gente sin que un pirata se lo pidiese. Ahora bien, si podía tener la certeza de que los criminales de agua salada no intervendrían…
—La señorita Miko tendrá que decidir por su cuenta, pero tanto Luna como yo estamos aquí para ayudar. No es necesario ofrecernos un incentivo material para hacer nuestro trabajo, aunque sí le pediré toda la información que pueda proporcionar —contestó Prometeo.
—Por supuesto que la tendrán —aseguró Allan, sonriendo con satisfacción—. ¿Y usted qué dice, señorita Miko? ¿Ayudará a los pobres habitantes de Bloothe a tener un mejor futuro?
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El que la gente se marchara fue una señal del miedo o peligro que les daba la situación en la que se encontraban. El punto caliente de todo el asunto, el hombre con la escopeta que acababa de ser inutilizada por alguien más peligroso de lo que uno pudiera imaginar a simple vista. La palabra revolucionario seguía retumbando en su cabeza, como si repitiéndola estuviera buscando en una enorme biblioteca con las historias contadas por su padre. ¿Qué eran? En su isla no había nada parecido. Las cavilaciones de la albina siguieron tan solo unos segundos. Perdiendo el hilo de su búsqueda interna para tratar de encontrar de qué hablaban con la llegada de un nuevo personaje a escena, y este si daba miedo. No físicamente, era algo más relacionado al «aura» que le envolvía. Le recordaba un poco al jefe de bandidos que ella y Abigail e habían encontrado… Solo que peor.
Su primera reacción al ver a esa persona fue la de querer escapar, manteniéndose frígida en su asiento, con las piernas ligeramente flexionadas, como una liebre que se debatía entre no hacer ni un movimiento con la idea de que su perseguidor no la vería así o el salir a la carrera para atravesar el umbral hacia la puerta. Por suerte, o por desgracia, la presencia de los dos revolucionarios hizo que se quedara a escuchar las palabras del tal Allan.
—Miko… Connell —Titubeó antes de presentarse. En realidad, era una “don nadie” y eso solo serviría para tener un nombre más en una pila de otra tanta gente a la que no tenía por qué recordar, y en ese mar no debería ser peligroso que supieran su nombre, no para su familia.
El hombre siguió hablando con esa actitud que le ponía la piel de gallina a Miko, se quería marchar. Aunque decía ser el “jefe” —algo que la albina interpretó como si se tratase de un alcalde—, y que estaba preocupado por su pueblo, que necesitaba ayuda, algo siniestro parecía oculto detrás de cada palabra. ¿Pedía ayuda? Bueno, si era ayuda para su pueblo, la coneja iba a ser la primera en lanzarse a ayudar. Aunque esa primera buena idea se tornó en disgusto cuando continuó con sus palabras. No quería que ayudasen a las personas, sino que se implicaran en cosas mucho más complicadas. El recuerdo de los tira y afloja para construir la ciudad portuaria de Samia vino a su mente. Los adultos gritando y discutiendo. Las palabras que podrían ir a mayor. No le gustaba estar implicada en eso, pero sabía que no iba a poder partir de la isla sin un Loge Pose y que, estando en el punto de mira, podrían hacerle algo a su barco o peor, a su acompañante. No le había sacado de un lugar malo para acabar en otro peor.
—Señor Allan… —empezó a hablar, carraspeando después de decir su nombre al notar todas las miradas sobre ella—. Primero de todo, creo que ha habido un error. Yo no soy ninguna revolucionaria, y apenas he conocido hace unos minutos a Prometeo y Luna, aquí presentes. Mucho menos son alguien que se haya metido nunca en este tipo de embrollos. Ahora bien, es cierto que necesito un Loge Pose. Pero no quiero verme arrastrada a algo que pueda poner en peligro a mi gente, mi familia, en el futuro. Si fuera solo ayudar al pueblo con reparto de provisiones o filtrar el agua para que fuera potable de nuevo no tendría problemas… Si accedo a ayudar tiene que prometerme que de ninguna forma se verá afectado en mi vida o reputación en adelante, por favor. Y que no tendré que lastimar ni ver como lastiman a nadie de no ser necesario, no lo soportaría.
Su primera reacción al ver a esa persona fue la de querer escapar, manteniéndose frígida en su asiento, con las piernas ligeramente flexionadas, como una liebre que se debatía entre no hacer ni un movimiento con la idea de que su perseguidor no la vería así o el salir a la carrera para atravesar el umbral hacia la puerta. Por suerte, o por desgracia, la presencia de los dos revolucionarios hizo que se quedara a escuchar las palabras del tal Allan.
—Miko… Connell —Titubeó antes de presentarse. En realidad, era una “don nadie” y eso solo serviría para tener un nombre más en una pila de otra tanta gente a la que no tenía por qué recordar, y en ese mar no debería ser peligroso que supieran su nombre, no para su familia.
El hombre siguió hablando con esa actitud que le ponía la piel de gallina a Miko, se quería marchar. Aunque decía ser el “jefe” —algo que la albina interpretó como si se tratase de un alcalde—, y que estaba preocupado por su pueblo, que necesitaba ayuda, algo siniestro parecía oculto detrás de cada palabra. ¿Pedía ayuda? Bueno, si era ayuda para su pueblo, la coneja iba a ser la primera en lanzarse a ayudar. Aunque esa primera buena idea se tornó en disgusto cuando continuó con sus palabras. No quería que ayudasen a las personas, sino que se implicaran en cosas mucho más complicadas. El recuerdo de los tira y afloja para construir la ciudad portuaria de Samia vino a su mente. Los adultos gritando y discutiendo. Las palabras que podrían ir a mayor. No le gustaba estar implicada en eso, pero sabía que no iba a poder partir de la isla sin un Loge Pose y que, estando en el punto de mira, podrían hacerle algo a su barco o peor, a su acompañante. No le había sacado de un lugar malo para acabar en otro peor.
—Señor Allan… —empezó a hablar, carraspeando después de decir su nombre al notar todas las miradas sobre ella—. Primero de todo, creo que ha habido un error. Yo no soy ninguna revolucionaria, y apenas he conocido hace unos minutos a Prometeo y Luna, aquí presentes. Mucho menos son alguien que se haya metido nunca en este tipo de embrollos. Ahora bien, es cierto que necesito un Loge Pose. Pero no quiero verme arrastrada a algo que pueda poner en peligro a mi gente, mi familia, en el futuro. Si fuera solo ayudar al pueblo con reparto de provisiones o filtrar el agua para que fuera potable de nuevo no tendría problemas… Si accedo a ayudar tiene que prometerme que de ninguna forma se verá afectado en mi vida o reputación en adelante, por favor. Y que no tendré que lastimar ni ver como lastiman a nadie de no ser necesario, no lo soportaría.
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El hombre miraba a la chica con ojos de depredador, como si fuera un tigre a punto de abalanzarse sobre un indefenso conejito. Agradeció con un gesto de mano el vaso entregado por el tabernero y comenzó a jugar con la bebida mientras Miko hablaba. Parecía aburrido, pero seguía escuchándole. Era parte de su trabajo, escuchar a la gente por muy aburrida que fuera.
—Señorita… Conell, ¿verdad? Permítame mostrarme desentendido por la relación que usted expone, pero ¿por qué su familia habría de resultar lastimada? El pueblo lo que necesita es una solución frente a los problemas que está teniendo. Lo que necesita la gente ahora mismo es un héroe desinteresado que no tenga miedo de enfrentar el peligro —contestó Allan, esbozando una sonrisa—. ¿Qué provisiones pretende repartir, señorita Conell, si no hay? ¿Cuenta usted con maquinaria desalinizadora para volver potable el agua de los acuíferos que ha sido contaminada por la crecida del mar? Si no es así, le sugiero amablemente que acepte mi oferta porque es la manera más rápida de ayudar a un pueblo moribundo. —La sonrisa desapareció del hombre y clavó sus ojos en Miko—. Soy un hombre honesto y directo, detesto las promesas falsas y a los aduladores. No puedo prometerle que su vida no estará en riesgo puesto que la organización de los sombreros de anillo es peligrosa. Decenas de buenos hombres han encontrado un viaje injustamente pronto a la muerte. Sin embargo, puedo asegurar que su reputación no se verá mancillada por ningún motivo.
Se mostrara o no de acuerdo, Allan comenzaría a explicar todo lo que sabía acerca de la misteriosa organización.
—Los sombreros de anillo aparecieron hace una semana, tiempo que coincide con el fenómeno astronómico que sucede en Bloothe. Por supuesto, se trata de una coincidencia: ningún hombre, por poderoso que sea, tiene dominio sobre el universo ni sus astros. Son fanáticos religiosos, ignorantes que presagian un cruel fin del mundo que están empeñados en lograr para así alcanzar la paz espiritual. Y los locos, aquellos hombres que no tienen un ápice de cordura, son los peores de todos. —La mujer que le acompañaba mostró un mapa—. De acuerdo a nuestros investigadores, utilizan la red de alcantarillado para movilizarse sin ser vistos. Ya lo dije: son verdaderas ratas. Todavía no hemos descubierto su base de operaciones, pero pronto lo haremos. Por el momento, lo único que deben hacer es capturar a uno de sus miembros y llevarlo a mi… casa. Nosotros nos encargaremos de que rebele la verdad.
Luna frunció el ceño. Sabía muy bien que no usarían medios convencionales para obtener la ubicación de la base de operaciones. Probablemente lo torturarían y luego lo asesinarían, así eran los piratas. Ahora bien, lo más probable era que Prometeo y la niña Miko no se dieran cuenta de la situación en la que estaban. Muy ingenuos serían si pensaban que podían decirle que no a Allan F. Venture. El panorama era el siguiente: se enfrentaban a los sombreros de anillo o a los piratas de ese hombre. Y, en lo personal, Luna prefería pelear contra fanáticos religiosos que contra un criminal que ostentaba una grotesca recompensa.
—¿Es lo único que debemos hacer? —preguntó Prometeo.
—Sí, por el momento. Oh, deben tener cuidado: esta gente lleva píldoras de cianuro en sus bocas. Deben quitársela para que pueda cantar durante el interrogatorio.
A Prometeo no le gustaba la idea de trabajar para un pirata, pero parecía un hombre preocupado por el bienestar del pueblo. ¿Tenía otra alternativa…? Los chicos del Vapor Justice no serían suficientes para encontrar una solución a los problemas de Bloothe y, por muy malo que fuera, la única opción viable era aliarse con Allan.
—De acuerdo, pero estaremos presentes durante el interrogatorio.
«Bien jugado, Prome. Si nosotros estamos presentes no lo torturarán, al menos no en principio. Para trabajar con el Ejército Revolucionario deben mostrarse “humanos”», pensó Luna con una sonrisa de victoria en el rostro.
—Por supuesto. Entonces, ¿tenemos un trato?
—Señorita… Conell, ¿verdad? Permítame mostrarme desentendido por la relación que usted expone, pero ¿por qué su familia habría de resultar lastimada? El pueblo lo que necesita es una solución frente a los problemas que está teniendo. Lo que necesita la gente ahora mismo es un héroe desinteresado que no tenga miedo de enfrentar el peligro —contestó Allan, esbozando una sonrisa—. ¿Qué provisiones pretende repartir, señorita Conell, si no hay? ¿Cuenta usted con maquinaria desalinizadora para volver potable el agua de los acuíferos que ha sido contaminada por la crecida del mar? Si no es así, le sugiero amablemente que acepte mi oferta porque es la manera más rápida de ayudar a un pueblo moribundo. —La sonrisa desapareció del hombre y clavó sus ojos en Miko—. Soy un hombre honesto y directo, detesto las promesas falsas y a los aduladores. No puedo prometerle que su vida no estará en riesgo puesto que la organización de los sombreros de anillo es peligrosa. Decenas de buenos hombres han encontrado un viaje injustamente pronto a la muerte. Sin embargo, puedo asegurar que su reputación no se verá mancillada por ningún motivo.
Se mostrara o no de acuerdo, Allan comenzaría a explicar todo lo que sabía acerca de la misteriosa organización.
—Los sombreros de anillo aparecieron hace una semana, tiempo que coincide con el fenómeno astronómico que sucede en Bloothe. Por supuesto, se trata de una coincidencia: ningún hombre, por poderoso que sea, tiene dominio sobre el universo ni sus astros. Son fanáticos religiosos, ignorantes que presagian un cruel fin del mundo que están empeñados en lograr para así alcanzar la paz espiritual. Y los locos, aquellos hombres que no tienen un ápice de cordura, son los peores de todos. —La mujer que le acompañaba mostró un mapa—. De acuerdo a nuestros investigadores, utilizan la red de alcantarillado para movilizarse sin ser vistos. Ya lo dije: son verdaderas ratas. Todavía no hemos descubierto su base de operaciones, pero pronto lo haremos. Por el momento, lo único que deben hacer es capturar a uno de sus miembros y llevarlo a mi… casa. Nosotros nos encargaremos de que rebele la verdad.
Luna frunció el ceño. Sabía muy bien que no usarían medios convencionales para obtener la ubicación de la base de operaciones. Probablemente lo torturarían y luego lo asesinarían, así eran los piratas. Ahora bien, lo más probable era que Prometeo y la niña Miko no se dieran cuenta de la situación en la que estaban. Muy ingenuos serían si pensaban que podían decirle que no a Allan F. Venture. El panorama era el siguiente: se enfrentaban a los sombreros de anillo o a los piratas de ese hombre. Y, en lo personal, Luna prefería pelear contra fanáticos religiosos que contra un criminal que ostentaba una grotesca recompensa.
—¿Es lo único que debemos hacer? —preguntó Prometeo.
—Sí, por el momento. Oh, deben tener cuidado: esta gente lleva píldoras de cianuro en sus bocas. Deben quitársela para que pueda cantar durante el interrogatorio.
A Prometeo no le gustaba la idea de trabajar para un pirata, pero parecía un hombre preocupado por el bienestar del pueblo. ¿Tenía otra alternativa…? Los chicos del Vapor Justice no serían suficientes para encontrar una solución a los problemas de Bloothe y, por muy malo que fuera, la única opción viable era aliarse con Allan.
—De acuerdo, pero estaremos presentes durante el interrogatorio.
«Bien jugado, Prome. Si nosotros estamos presentes no lo torturarán, al menos no en principio. Para trabajar con el Ejército Revolucionario deben mostrarse “humanos”», pensó Luna con una sonrisa de victoria en el rostro.
—Por supuesto. Entonces, ¿tenemos un trato?
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Los ojos rubíes de Miko fulminaron al hombre con una suerte de fiereza que no caracterizaba a la menor. Su gesto normalmente amable se tomó serio, con el ceño levemente fruncido. Esto seguramente fuera una sorpresa para la gente de Samia, pues ni siquiera Ayden había visto a la albina enfadarse de verdad nunca. Sin embargo, siempre había una primera vez para todo. ¿Por qué el enfado? La había llamado tonta a la cara, y no a forma de broma. Se había burlado de sus ideas e ideales. La había llamado cobarde, diciendo que sus acciones no serían la de una heroína.
A eso se sumaba el hecho de que no le había cedido la palabra, ni siquiera una pausa entre sus palabras que le permitiera replicarle ante sus acusaciones. Si ante tenía sus dudas sobre si quería ayudarle o no… Ahora estaba segura de que no, si podía evitar relacionarse con él. Sus intereses no parecían ir con el pueblo sino por sus propios intereses y, si esas dos personas a su lado no se daban cuenta de ello debían ser aún más inocentes, densos o desconocedores del mundo que ella. A ojos de Miko, ese hombre era lo que se conocería en las historias de su padre como un déspota.
De todos modos, y pese a la falta de educación del trajeado y la respuesta casi inmediata de Prometeo, la chica mantuvo sus buenos modales, dejando que terminaran de hablar, centrando sus miradas de nuevo en Miko, solo faltaba que contestara ella. La mujer suspiró, recapacitando sobre sus palabras, aunque no había mucho que decir.
—Lo primero, señor Allan, creo que me ha malinterpretado. —Su tono calmado había dejado de lado las dudas para mostrar una seriedad que contrastaba mucho con el perfil que había mostrado en primera instancia—. Para empezar, cualquier acción mía, incluso si yo no soy una persona “importante” puede perjudicar de una u otra forma a mis seres queridos. Igual que las de cualquier otra persona. —En sus labios se dejó ver un amago de sonrisa, un tanto lastimera, pensando como afecto el que Ayden se marchara a todo el pueblo. Y como por algún motivo incluso cuando tuvo los medios, no se puso en contacto—. Por otra parte… No, no poseo una máquina desalinizadora, pero con medios más… rudimentarios, es posible filtrar y potabilizar el agua también. Es más tedioso ya que son grandes cantidades, pero si se hace una presa para evitar que se filtre más agua salada se podría aligerar poco a poco el esfuerzo. En cuanto a las provisiones, yo no puedo saber cuántos vienes tiene o deja de tener, apenas he llegado a la isla. Ahora bien. —Alzó el dedo índice—. Usted ha hablado de un gasto de recursos, de una guerra que ha tenido lugar en entre esta orden de “locos” y usted que ha hecho que pierda a un montón de hombres y recursos, pese a que su llegada no tenía nada que ver con estos acontecimientos y que, según ha dicho, solo van predicando el fin del mundo. Si ese es el caso y no han afectado a las personas y a su vida ¿por qué centrar sus esfuerzos en ellos y no en ayudar de verdad a su gente? ¿Por qué ofrecer una cuantiosa recompensa para que tres desconocidos hagan el trabajo sucio en vez de ignorarles y preocuparse de su pueblo? Al final, no quiere que nosotros le ayudemos para que su pueblo no sufra, sino que nos ocupemos de una “plaga” independienteme de lo que les pase a las personas que han perdido su hogar por esta subida del mar.
Tomo ese momento para dedicarle una amplia sonrisa al hombre, dejando claro que sus palabras decían exactamente lo que pensaba y el haberlo dicho le había sentado bien. Eso no era ni un sí, ni un no. Así que realmente tampoco había hecho algo malo. ¿Qué a lo mejor había metido la pata? Posiblemente, pero no iba a dejar que insultara sus ideales y creencias y se fuera de rositas. Tras decir todo eso, carraspeó, deteniendo su posible contraataque con la mano en alto.
—Por favor, no gaste saliva en vano. Que no esté de acuerdo con sus intereses no quita que me encuentre en problemas y necesite de un Loge Pose para poder irme de la isla. Sin embargo, ya ha conseguido el “sí” de la persona que le interesaba en verdad, así que no tiene ningún motivo para perjudicar a una persona que no ha hecho nada en su contra, ¿o me equivoco? Si me puede dar una razón sincera por la que esta orden amenaza a su pueblo, colaboraré, sino temo que me tendré que abstener y conseguir este objeto de otra forma. Estoy segura de que a unas malas podría pedir como último recurso ayuda a una cazadora amiga mía para que viniera a buscarme y sacarme de aquí. Aunque creo que usted prefiere que no tenga que sacar ahora mismo mi DDM para realizar esta llamada. —Su sonrisa, de nuevo amable y deslumbrante volvió a florecer. No era del todo una mentira, podría llamar a Abigail en caso de necesitarlo omitiendo el hecho de que le estaban pidiendo meterse en ese lío y ser sacada de la isla sin mayor problema quizás en unas semanas. Mientras tanto podría ayudar de todos modos a la gente sin ninguna inquina. Pero Le sentaba un poco mal haber soltado esa suerte de “amenaza” con la idea de que ese hombre pudiera ser un pirata. Era una isla gobernada por piratas, así que había hecho suposiciones siguiendo el patrón de conducta que estaba viendo en ese hombre y lo que había escuchado por parte de la cazadora, Ayden y Charlie sobre este tipo de personas.
A eso se sumaba el hecho de que no le había cedido la palabra, ni siquiera una pausa entre sus palabras que le permitiera replicarle ante sus acusaciones. Si ante tenía sus dudas sobre si quería ayudarle o no… Ahora estaba segura de que no, si podía evitar relacionarse con él. Sus intereses no parecían ir con el pueblo sino por sus propios intereses y, si esas dos personas a su lado no se daban cuenta de ello debían ser aún más inocentes, densos o desconocedores del mundo que ella. A ojos de Miko, ese hombre era lo que se conocería en las historias de su padre como un déspota.
De todos modos, y pese a la falta de educación del trajeado y la respuesta casi inmediata de Prometeo, la chica mantuvo sus buenos modales, dejando que terminaran de hablar, centrando sus miradas de nuevo en Miko, solo faltaba que contestara ella. La mujer suspiró, recapacitando sobre sus palabras, aunque no había mucho que decir.
—Lo primero, señor Allan, creo que me ha malinterpretado. —Su tono calmado había dejado de lado las dudas para mostrar una seriedad que contrastaba mucho con el perfil que había mostrado en primera instancia—. Para empezar, cualquier acción mía, incluso si yo no soy una persona “importante” puede perjudicar de una u otra forma a mis seres queridos. Igual que las de cualquier otra persona. —En sus labios se dejó ver un amago de sonrisa, un tanto lastimera, pensando como afecto el que Ayden se marchara a todo el pueblo. Y como por algún motivo incluso cuando tuvo los medios, no se puso en contacto—. Por otra parte… No, no poseo una máquina desalinizadora, pero con medios más… rudimentarios, es posible filtrar y potabilizar el agua también. Es más tedioso ya que son grandes cantidades, pero si se hace una presa para evitar que se filtre más agua salada se podría aligerar poco a poco el esfuerzo. En cuanto a las provisiones, yo no puedo saber cuántos vienes tiene o deja de tener, apenas he llegado a la isla. Ahora bien. —Alzó el dedo índice—. Usted ha hablado de un gasto de recursos, de una guerra que ha tenido lugar en entre esta orden de “locos” y usted que ha hecho que pierda a un montón de hombres y recursos, pese a que su llegada no tenía nada que ver con estos acontecimientos y que, según ha dicho, solo van predicando el fin del mundo. Si ese es el caso y no han afectado a las personas y a su vida ¿por qué centrar sus esfuerzos en ellos y no en ayudar de verdad a su gente? ¿Por qué ofrecer una cuantiosa recompensa para que tres desconocidos hagan el trabajo sucio en vez de ignorarles y preocuparse de su pueblo? Al final, no quiere que nosotros le ayudemos para que su pueblo no sufra, sino que nos ocupemos de una “plaga” independienteme de lo que les pase a las personas que han perdido su hogar por esta subida del mar.
Tomo ese momento para dedicarle una amplia sonrisa al hombre, dejando claro que sus palabras decían exactamente lo que pensaba y el haberlo dicho le había sentado bien. Eso no era ni un sí, ni un no. Así que realmente tampoco había hecho algo malo. ¿Qué a lo mejor había metido la pata? Posiblemente, pero no iba a dejar que insultara sus ideales y creencias y se fuera de rositas. Tras decir todo eso, carraspeó, deteniendo su posible contraataque con la mano en alto.
—Por favor, no gaste saliva en vano. Que no esté de acuerdo con sus intereses no quita que me encuentre en problemas y necesite de un Loge Pose para poder irme de la isla. Sin embargo, ya ha conseguido el “sí” de la persona que le interesaba en verdad, así que no tiene ningún motivo para perjudicar a una persona que no ha hecho nada en su contra, ¿o me equivoco? Si me puede dar una razón sincera por la que esta orden amenaza a su pueblo, colaboraré, sino temo que me tendré que abstener y conseguir este objeto de otra forma. Estoy segura de que a unas malas podría pedir como último recurso ayuda a una cazadora amiga mía para que viniera a buscarme y sacarme de aquí. Aunque creo que usted prefiere que no tenga que sacar ahora mismo mi DDM para realizar esta llamada. —Su sonrisa, de nuevo amable y deslumbrante volvió a florecer. No era del todo una mentira, podría llamar a Abigail en caso de necesitarlo omitiendo el hecho de que le estaban pidiendo meterse en ese lío y ser sacada de la isla sin mayor problema quizás en unas semanas. Mientras tanto podría ayudar de todos modos a la gente sin ninguna inquina. Pero Le sentaba un poco mal haber soltado esa suerte de “amenaza” con la idea de que ese hombre pudiera ser un pirata. Era una isla gobernada por piratas, así que había hecho suposiciones siguiendo el patrón de conducta que estaba viendo en ese hombre y lo que había escuchado por parte de la cazadora, Ayden y Charlie sobre este tipo de personas.
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Allan no parecía tan paciente como antes. La niña de piel medio oscura comenzaba a irritarle, pero podía prescindir de ella mientras tuviera el apoyo del Ejército Revolucionario. ¿Por qué debía dejarse afectar por las palabras de una pueblerina que no tenía idea de nada? Había trabajado muy duro para conseguir algo dentro de Bloothe y no permitiría que una organización de lunáticos destruyese todo lo que había construido. Sin embargo, y a pesar de las ganas por quitarle diente por diente a la niña, permitió que se explayase tanto como quisiera porque era un hombre educado. Se había presentado como alguien dispuesto a negociar, pero como le siguiera tocando los huevos acabaría siendo el rey déspota que nadie quería.
—Tiene usted razón, señorita Conell, no gastaré saliva en explicarle la diferencia entre el mundo real y la fantasía. Adelante, me gustaría verla construyendo una presa subterránea —le invitó con una sonrisa burlesca—. Por favor, no me malentienda: lo único que deseo es el bienestar de mi pueblo. Sin embargo, me ha demostrado que carece de la madurez necesaria para comprender por qué una organización como los sombreros de anillo supone un peligro para Bloothe. —Allan frunció el ceño ante la amenaza de la mocosa—. Le daré un consejo gratis, señorita. Un pajarito que recién ha abandonado el nido no debería molestar a los depredadores dueños de los cielos. Siéntanse en la libertad de llamar a quien usted desee, no me importará a menos que interfiera en mis planes.
—No será necesario. El Vapor Justice tiene espacio suficiente para nuevos tripulantes, mi gente y yo no tendríamos ningún problema en ayudarle a llegar hasta la siguiente isla —intervino Prometeo con el ceño fruncido—. Ahora, comparto las preocupaciones de Miko. Me gustaría saber por qué esta organización supone una amenaza para el pueblo de Bloothe.
—¿El terror que han sembrado entre mi gente no es razón suficiente para querer hacer algo? Desconozco los cimientos de sus creencias, pero mis hombres les han oído hablar sobre una purga. Probablemente tienen la intención de que Bloothe sea tragado por las aguas del mar, aunque aún es demasiado pronto para asegurar algo así —respondió Allan con el ceño fruncido. Si alguien fuera bueno leyendo a la gente, se daría cuenta de que no mentía—. Los jóvenes están aterrados por la presencia de estos… fanáticos religiosos, y como su líder lo único que deseo es poder ofrecerles una vida tranquila y sin preocupaciones.
La mujer que estaba sentada a la derecha del pirata lucía inquieta y no dejaba de mirar a Miko con sus grandes ojos violetas. Tenía marcas en el rostro, una especie de tatuaje tribal. El cabello negro le caía en forma de cascada hasta pasado los hombros y sus rasgos faciales eran finos, delicados como los de una princesa. Quería hablar, pero el jefe no le había dado permiso para interrumpir la reunión. Y un buen subordinado respetaba la autoridad de quien estaba por encima. Como sea, tenía ganas de romperle el cuello a esa molesta mocosa que solo dudaba de las buenas intenciones de Allan.
—¿Han cobrado alguna vida? —preguntó Luna, mirando de reojo a la mujer. Tenía preparada su daga por si hacía algo imprudente.
—Solo las de aquellos que han intentando expulsarlos de la ciudad. En este último tiempo hemos cavado veintitrés tumbas. —Los ojos de Allan se posaron sobre la chica que quería el Log Pose—. Si tienes ganas de ayudar, acompáñame, de lo contrario, agradecería que dejaras de hacernos perder el tiempo y te marcharas. Señores revolucionarios, ¿me harían el favor de seguirme a mi humilde morada? —les preguntó, tomando asiento y girando hacia la puerta, pero entonces se detuvo—. Oh, si tanto desea un Log Pose, encontrará una tienda a cuatro calles hacia el norte.
—Tiene usted razón, señorita Conell, no gastaré saliva en explicarle la diferencia entre el mundo real y la fantasía. Adelante, me gustaría verla construyendo una presa subterránea —le invitó con una sonrisa burlesca—. Por favor, no me malentienda: lo único que deseo es el bienestar de mi pueblo. Sin embargo, me ha demostrado que carece de la madurez necesaria para comprender por qué una organización como los sombreros de anillo supone un peligro para Bloothe. —Allan frunció el ceño ante la amenaza de la mocosa—. Le daré un consejo gratis, señorita. Un pajarito que recién ha abandonado el nido no debería molestar a los depredadores dueños de los cielos. Siéntanse en la libertad de llamar a quien usted desee, no me importará a menos que interfiera en mis planes.
—No será necesario. El Vapor Justice tiene espacio suficiente para nuevos tripulantes, mi gente y yo no tendríamos ningún problema en ayudarle a llegar hasta la siguiente isla —intervino Prometeo con el ceño fruncido—. Ahora, comparto las preocupaciones de Miko. Me gustaría saber por qué esta organización supone una amenaza para el pueblo de Bloothe.
—¿El terror que han sembrado entre mi gente no es razón suficiente para querer hacer algo? Desconozco los cimientos de sus creencias, pero mis hombres les han oído hablar sobre una purga. Probablemente tienen la intención de que Bloothe sea tragado por las aguas del mar, aunque aún es demasiado pronto para asegurar algo así —respondió Allan con el ceño fruncido. Si alguien fuera bueno leyendo a la gente, se daría cuenta de que no mentía—. Los jóvenes están aterrados por la presencia de estos… fanáticos religiosos, y como su líder lo único que deseo es poder ofrecerles una vida tranquila y sin preocupaciones.
La mujer que estaba sentada a la derecha del pirata lucía inquieta y no dejaba de mirar a Miko con sus grandes ojos violetas. Tenía marcas en el rostro, una especie de tatuaje tribal. El cabello negro le caía en forma de cascada hasta pasado los hombros y sus rasgos faciales eran finos, delicados como los de una princesa. Quería hablar, pero el jefe no le había dado permiso para interrumpir la reunión. Y un buen subordinado respetaba la autoridad de quien estaba por encima. Como sea, tenía ganas de romperle el cuello a esa molesta mocosa que solo dudaba de las buenas intenciones de Allan.
—¿Han cobrado alguna vida? —preguntó Luna, mirando de reojo a la mujer. Tenía preparada su daga por si hacía algo imprudente.
—Solo las de aquellos que han intentando expulsarlos de la ciudad. En este último tiempo hemos cavado veintitrés tumbas. —Los ojos de Allan se posaron sobre la chica que quería el Log Pose—. Si tienes ganas de ayudar, acompáñame, de lo contrario, agradecería que dejaras de hacernos perder el tiempo y te marcharas. Señores revolucionarios, ¿me harían el favor de seguirme a mi humilde morada? —les preguntó, tomando asiento y girando hacia la puerta, pero entonces se detuvo—. Oh, si tanto desea un Log Pose, encontrará una tienda a cuatro calles hacia el norte.
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La confianza con la que acababa de hablar empezó a desinflarse como un globo por la respuesta del hombre, y su primera muestra de confianza pasó a la duda sobre sus intenciones y al malestar. Lo de pueblerina no era mentira, no podía negar que tuviera un conocimiento bastante limitado sobre el mundo más allá de Samia, aunque no hubiera dicho nada sobre su procedencia y demás. Ella solo tenía sus ideales y las personas a las que quería proteger, pero en cierto modo sentía que había fallado en una parte muy importante de estos. Quería prestar ayuda a todo el mundo, sin prejuicios. Y tal vez sus formas estaban condicionadas en parte en que fuera un pirata. Por eso mismo, en cuanto el hombre les explicó mejor las cosas no pudo evitar sentir el peso de sus palabras. Le había ofendido y había dudado de su palabra. Bueno, era normal dudar de un pirata, pero ella no debería haberlo hecho, cuando terminó de hablar…
—Está bien, lo entiendo —dijo con todo arrepentido—. Siento mucho haber dudado de su palabra, y tiene razón en que quizás no conozca nada del mundo, así que me disculpo si le he ofendido. Quiero ayudar a que no haya más muertes —Aseguró tras levantarse e inclinar la cabeza a modo de disculpa. Se aseguraría de aprender una lección de todo esto, así que, si aún podía enmendar su error, por mucho que pudiera echarle en cara que no se hubiera centrado en reflejar los puntos importantes del asunto para convencerla, lo haría— ¿Le importa que ojee un poco el mapa de camino a su casa y en esta? Aunque pueda no parecerlo tengo un cierto manejo para orientarme, y no aplica solo en alta mar… Además de un oído, vista y olfato bastante… finos —titubeo, no sabiendo si debía dar más detalles. Prometo ayudar a cambio del Loge Pose, no necesito nada más después…
Seguía habiendo cosas que no le gustaban de ese hombre y de esa isla. Seguramente sus métodos tampoco fueran de su agrado. Miró a Prometeo, le dedicó una leve sonrisa. Estaba agradecida también de que interfiriera por ella, una desconocida, en esa situación. Aunque no sabía hasta qué punto era buena idea contar con él y su ayuda, seguía siendo un elemento «extraño» para ella.
En cuanto a Allan. Bueno, no podía decir que se hubiera pasado su molestia, pero supuso que el cambio de actitud de la albina hizo que calmara su temperamento y que la otra mujer dejara de lanzarle dagas por los ojos… O quizás no. Pero ella esperaba emendar el enfado que les hubiera causado de todos modos. Al final, los cinco salieron por donde habían venido, siguiendo los pasos del hombre para encaminarse a su casa. Al salir a la calle, la liebre que solía guiarla la miró desde el fondo de la calle por la que había venido, como si se preguntara porque no iba al barco.
«Avisaré a Kike al terminar toda esta reunión sobre lo que ha pasado y le diré que se mantenga a salvo», se dijo a sí misma, perdiendo su vista en la espalda de Prometeo. «Tal vez pueda pedirles que cuiden de él mientras resolvemos todo este asunto». A parte del propio barco y algunas pertenencias de valor sentimental, el chico era lo único que le preocupaba que saliera mal parado de este asunto.
—Está bien, lo entiendo —dijo con todo arrepentido—. Siento mucho haber dudado de su palabra, y tiene razón en que quizás no conozca nada del mundo, así que me disculpo si le he ofendido. Quiero ayudar a que no haya más muertes —Aseguró tras levantarse e inclinar la cabeza a modo de disculpa. Se aseguraría de aprender una lección de todo esto, así que, si aún podía enmendar su error, por mucho que pudiera echarle en cara que no se hubiera centrado en reflejar los puntos importantes del asunto para convencerla, lo haría— ¿Le importa que ojee un poco el mapa de camino a su casa y en esta? Aunque pueda no parecerlo tengo un cierto manejo para orientarme, y no aplica solo en alta mar… Además de un oído, vista y olfato bastante… finos —titubeo, no sabiendo si debía dar más detalles. Prometo ayudar a cambio del Loge Pose, no necesito nada más después…
Seguía habiendo cosas que no le gustaban de ese hombre y de esa isla. Seguramente sus métodos tampoco fueran de su agrado. Miró a Prometeo, le dedicó una leve sonrisa. Estaba agradecida también de que interfiriera por ella, una desconocida, en esa situación. Aunque no sabía hasta qué punto era buena idea contar con él y su ayuda, seguía siendo un elemento «extraño» para ella.
En cuanto a Allan. Bueno, no podía decir que se hubiera pasado su molestia, pero supuso que el cambio de actitud de la albina hizo que calmara su temperamento y que la otra mujer dejara de lanzarle dagas por los ojos… O quizás no. Pero ella esperaba emendar el enfado que les hubiera causado de todos modos. Al final, los cinco salieron por donde habían venido, siguiendo los pasos del hombre para encaminarse a su casa. Al salir a la calle, la liebre que solía guiarla la miró desde el fondo de la calle por la que había venido, como si se preguntara porque no iba al barco.
«Avisaré a Kike al terminar toda esta reunión sobre lo que ha pasado y le diré que se mantenga a salvo», se dijo a sí misma, perdiendo su vista en la espalda de Prometeo. «Tal vez pueda pedirles que cuiden de él mientras resolvemos todo este asunto». A parte del propio barco y algunas pertenencias de valor sentimental, el chico era lo único que le preocupaba que saliera mal parado de este asunto.
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La humilde morada de Allan era en realidad un imponente palacio sacado de alguna historieta de vampiros. Justo después de cruzar la reja, que más bien parecía un compás de estacas apiladas ordenadamente la una al lado de la otra, fueron recibidos por una larga escalerilla de piedra custodiada por grandes estatuas que recordaban caballeros de tiempos ya olvidados, alzando sus espadas en honor a la luna que los observaba desde lo alto del firmamento. A medio camino, los ojos de los revolucionarios fueron encandilados por un jardín de flores que brillaban como luciérnagas entre las sombras. Las había de todos colores, pero sin lugar a duda las más fascinantes eran las lilas con forma de estrella.
El camino acababa en una plaza cuyo centro era ocupado por una fuente sobre la que bailaba una pareja de ángeles. Y más allá se hallaba una puerta arqueada que daba paso al vestíbulo. Sobre esta podía verse un bonito balcón con una baranda de mármol exquisitamente pulida. Frente a la entrada principal se hallaba un séquito de sirvientes liderados por un hombre de avanzada edad, canoso y de apacibles ojos celestes. Saludó a los presentes con una reverencia y sonrió con amabilidad, dándoles la bienvenida al Palacio de las Flores. Luego de las presentaciones, el hombre condujo a los invitados a una ostentosa sala a la que Allan le gustaba llamar Biblioteca del Futuro.
En las paredes había una multitud de estanterías repletas de toda clase de libros. Fantasía y novelas detectivescas, historia y arte, economía y cultura. Los había de todo tipo y Allan se sentía orgulloso por haber leído al menos una vez cada tomo de su vasta colección. En el suelo había un bonito y fino tapete escarlata, un supuesto regalo de la Reina de English Garden por los servicios prestados alguna vez por la banda de Allan. Como un hombre que adoraba el conocimiento y veía belleza donde otros no, tenía una rica variedad de cuadros que recordaban batallas de tiempos distantes. Por último, sobre la mesa con esquinas ovaladas había un mar de papeles ordenados y el más importante era el mapa de Bloothe.
—Prepararé té, señor —dijo el mayordomo y luego desapareció del salón.
Allan suspiró y dejó su abrigo sobre una de las tantas sillas que había. Miró a través de la enorme ventana y sonrió al contemplar la laguna de aguas carmesíes y fluorescentes del patio trasero. Definitivamente, su concepto de humilde era muy distinto al de los simples mortales.
—Podría pasarme el día entero hablando sobre la belleza oculta de Bloothe, pero hemos perdido demasiado tiempo. Como les mencioné, necesito ayuda para detener a esta organización terrorista que infunde miedo entre mis hombres. —Allan señaló el mapa y Luna se acercó para verlo mejor. De nada servía que alguien tan torpe como Prometeo lo analizase—. Usan la red de alcantarillado para aparecer y desaparecer, por una razón que desconozco parecen conocerla mejor que nadie, y lamentablemente no poseo un mapa actualizado del mundo que yace bajo esta ciudad. Es ahí donde moran los sombreros de anillo y mi intuición me dice que las alcantarillas conducen a su base de operaciones. Me gustaría que comenzaran a trabajar hoy mismo, pero entiendo que han estado viajando un largo tiempo y nada me ofendería más que tratarlos como meras bestias. Por favor, siéntanse en la libertad de descansar en mi hogar que ahora es el suyo. Mis sirvientes están preparando los cuartos. —Allan hizo una pausa y de pronto pareció recordar algo—. Teniente, usted viaja con su comando, ¿no es así? De ser ese el caso, nada me alegraría más que ofrecerles hospitalidad a sus hombres. Y a sus amigos también, señorita Miko.
Cuando el mayordomo llegó con el té para los invitados comenzó la verdadera reunión. Planificaron rutas y métodos para atrapar a uno de los sombreros de anillo. De acuerdo a la información otorgada por Allan, los cultistas actuaban en tríos y valoraban el trabajo en equipo. También mencionó que aparecían por las noches cuando casi todo el mundo ya estaba en la cama, y cada vez que lo hacían la luna parecía acercarse más y más. Ahora bien, el plan era bastante sencillo: atrapar a uno de ellos, llevarle al palacio y dejar que Allan y su gente se encargasen del resto.
—Por favor, siéntase en libertad de dar su opinión, señorita Miko —mencionó el pirata tras una extensa discusión.
El camino acababa en una plaza cuyo centro era ocupado por una fuente sobre la que bailaba una pareja de ángeles. Y más allá se hallaba una puerta arqueada que daba paso al vestíbulo. Sobre esta podía verse un bonito balcón con una baranda de mármol exquisitamente pulida. Frente a la entrada principal se hallaba un séquito de sirvientes liderados por un hombre de avanzada edad, canoso y de apacibles ojos celestes. Saludó a los presentes con una reverencia y sonrió con amabilidad, dándoles la bienvenida al Palacio de las Flores. Luego de las presentaciones, el hombre condujo a los invitados a una ostentosa sala a la que Allan le gustaba llamar Biblioteca del Futuro.
En las paredes había una multitud de estanterías repletas de toda clase de libros. Fantasía y novelas detectivescas, historia y arte, economía y cultura. Los había de todo tipo y Allan se sentía orgulloso por haber leído al menos una vez cada tomo de su vasta colección. En el suelo había un bonito y fino tapete escarlata, un supuesto regalo de la Reina de English Garden por los servicios prestados alguna vez por la banda de Allan. Como un hombre que adoraba el conocimiento y veía belleza donde otros no, tenía una rica variedad de cuadros que recordaban batallas de tiempos distantes. Por último, sobre la mesa con esquinas ovaladas había un mar de papeles ordenados y el más importante era el mapa de Bloothe.
—Prepararé té, señor —dijo el mayordomo y luego desapareció del salón.
Allan suspiró y dejó su abrigo sobre una de las tantas sillas que había. Miró a través de la enorme ventana y sonrió al contemplar la laguna de aguas carmesíes y fluorescentes del patio trasero. Definitivamente, su concepto de humilde era muy distinto al de los simples mortales.
—Podría pasarme el día entero hablando sobre la belleza oculta de Bloothe, pero hemos perdido demasiado tiempo. Como les mencioné, necesito ayuda para detener a esta organización terrorista que infunde miedo entre mis hombres. —Allan señaló el mapa y Luna se acercó para verlo mejor. De nada servía que alguien tan torpe como Prometeo lo analizase—. Usan la red de alcantarillado para aparecer y desaparecer, por una razón que desconozco parecen conocerla mejor que nadie, y lamentablemente no poseo un mapa actualizado del mundo que yace bajo esta ciudad. Es ahí donde moran los sombreros de anillo y mi intuición me dice que las alcantarillas conducen a su base de operaciones. Me gustaría que comenzaran a trabajar hoy mismo, pero entiendo que han estado viajando un largo tiempo y nada me ofendería más que tratarlos como meras bestias. Por favor, siéntanse en la libertad de descansar en mi hogar que ahora es el suyo. Mis sirvientes están preparando los cuartos. —Allan hizo una pausa y de pronto pareció recordar algo—. Teniente, usted viaja con su comando, ¿no es así? De ser ese el caso, nada me alegraría más que ofrecerles hospitalidad a sus hombres. Y a sus amigos también, señorita Miko.
Cuando el mayordomo llegó con el té para los invitados comenzó la verdadera reunión. Planificaron rutas y métodos para atrapar a uno de los sombreros de anillo. De acuerdo a la información otorgada por Allan, los cultistas actuaban en tríos y valoraban el trabajo en equipo. También mencionó que aparecían por las noches cuando casi todo el mundo ya estaba en la cama, y cada vez que lo hacían la luna parecía acercarse más y más. Ahora bien, el plan era bastante sencillo: atrapar a uno de ellos, llevarle al palacio y dejar que Allan y su gente se encargasen del resto.
—Por favor, siéntase en libertad de dar su opinión, señorita Miko —mencionó el pirata tras una extensa discusión.
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El camino hacia la mansión resulto breve pero pesado y, sobretodo, silencioso. Con la penumbra y el frío de la noche a punto de caer, el lugar que debería ser considerado según la cultura como algo hermoso e impactante a la albina le resultaba lúgubre y deprimente. El edificio estaba hecho de piedra y se alzaba imponente abarcando un terreno que equivaldría a tres o cuatro casas del pueblo de Samia, contando sus correspondientes jardines, sino más. Pero el rustico paisaje que era su hogar le parecía más atractivo. Incluso el orfanato donde pasaron ella y Abigail las navidades junto con Kike, los acompañantes de la monja y los niños de este resultaba más atractivo. Lo que se salvaba era, si acaso, las flores del jardín del hombre que emitían un brillo luminiscente de distintos colores. En su caso, las más llamativas habían sido unas de pétalos pálidos que tenían forma de lágrima y se mezclaban con otras de color anaranjado, aunque todo el conjunto le sacó una pequeña sonrisa que calmó sus ánimos. Algo bonito y aparentemente inofensivo en aquel lugar tan violento que, sin duda, no olvidaría.
Se adentraron en la morada de Allan y este les condujo hacia una impresionante biblioteca. Entre candelabros y madera de color caoba oscuro, el olor de los libros impregnaba la sala con una sutil y agradable fragancia. El interior contrastaba bastante con el exterior, volviéndose con esos tonos cálidos mucho más acogedor. Ahora bien, Miko sabía que ese tipo de cosas no se lograban sin esfuerzo… Pero no podía asegurar que ese esfuerzo hubiera sido puesto por parte de su dueño. Si fuera un poco más perspicaz… o menos bien pensada con todo lo que la rodeaba… Lo más probable es que se hubiera cuestionado muchas cosas en aquel momento. No fue así el caso.
Centrada en las palabras del hombre, se aseguró de echar una atenta mirada al mapa que se desplegaba frente a sus ojos. Estaba segura de poder discernir el puerto en el que había dejado anclado su barco, así como la zona que se encontraba inundada en ese momento. Como suponía, la forma de “valle” que tenía la isla con forma de luna menguante había sido parte del motivo por el que las mareas al ascender habían provocado dicha inundación. Si hubiera sido arquitecta estaba segura de que podría haber dado soluciones para solventar eso, pero no era el caso. En cuanto al modelo de cañerías… La chica se quedó pensativa, Eso era un problema si tendrían que caminar por aquel lugar a ciegas, pero podrían apañarse con uno más obsoleto e ir haciendo las correcciones en el mismo a base de prueba y error.
—La verdad… —La albina titubeó un momento antes de hablar, a causa de los nervios al recordar que estaba ayudando a un hombre cuya acompañante por poco no intenta lanzarse a su cuello. Su parte animal era demasiado asustadiza en comparación con la “ella” real—. Sí que se me ocurren un par de cosas, pero no quisiera estropear sus mapas… ¿No tendrá una copia que no necesite de las canalizaciones? Sé que ha dicho que no hay ninguna actualizada en el momento, pero si tuviera alguna más anterior nos sería útil para hacernos una idea de a dónde vamos y no perdernos en el laberinto… También, si tuviera algún papel que transparentara para que pudiera dibujar encima… —Explicó. Si le dejaba ambas cosas quería poner un mapa al lado del otro para poder señalizar— ¿Puedo dibujar encima del de las cloacas sin problema? —Preguntaría. La verdad es que le parecía tonto de su parte que no hubieran mandado a nadie a hacer ese tipo de cosas antes… Quizás tenían demasiados problemas o no querían arriesgar de forma estúpida a su propia gente. «Aunque piensen que mejor nosotros que ellos, imagino que esperan resultados…» se dijo, mirando de reojo a Prometeo. «¿Qué tan conocida es esta persona para que hayan apostado por él?», se preguntó en sus adentros antes de volver a concentrarse en los papeles frente a ella. Les había pedido también unos cuantos rotuladores de colores.
Una vez trajeron todo el material puso en práctica aquello que había estudiado desde pequeña para manejar y estudiar mapas. Claro que los suyos propios apenas si los entendía ella, pero como solo tenía que señalizar, no le costó mucho marcar sobre el papel vegetal con puntos rojos el lugar donde se encontraban ahora mismo, la taberna y el sitio en el que se encontraba apostado su barco.
—¿Creen que podría alguien ir a buscar a mi compañero? Con una habitación con dos camas nos apañamos, pero agradecería que fueran con tacto. Es un chico joven que ha salido de un embrollo hace poco, no necesito que sienta que le he metido yo en otro —pidió, con tono amable. Después continuó haciendo un enorme circulo de contorno azul. En el otro papel, una vez ubicado estos puntos “clave” señaló lo mismo en el mapa de las tuberías, tachando dentro de ese segundo circulo las cañerías que deberían estar inundadas—. Esa zona debe oler a agua salada, será fácil saber si nos acercamos a este punto, lo que nos quita, en principio, esa área de búsqueda… Y nos deja con estos sitios como lugares más probables —explicó, señalando con un rotulador verde las zonas de cañería que se ubicaban camino de las afueras de la ciudad en ambos puntos de la misma, con cruces, los puertos los señalo con triángulos, como una posible entrada y salida de sus propios hombres ya que de algún lugar habían salido y por ello tenían que tener su forma de recibir suministros también. Con eso en cuenta buscó la señalización en el mapa de viejas cañerías que pudieran estar más cerca de los puntos que tenía en mente.
—No puedo asegurar que sea así con certeza… Pero creo que es mejor que tantear a ciegas. Solo estoy usando la lógica de una persona de a pie —una con bastantes conocimientos de orientación y supervivencia— pero, si os parece bien podemos intentarlo así —concluyó, esperando su negativa o aprobación antes de aceptar su propia taza de té. Por su parte se iría lo antes posible para acabar su trabajo, con sus ojos de liebre tendría esa ventaja, pero al final era sobre el revolucionario sobre quien caían los ojos de sus “contratistas”. Ella solo esperaba que eso de verdad ayudara a la gente y no fueran solo mentiras bonitas. «Estoy bastante cansada de mentiras».
Se adentraron en la morada de Allan y este les condujo hacia una impresionante biblioteca. Entre candelabros y madera de color caoba oscuro, el olor de los libros impregnaba la sala con una sutil y agradable fragancia. El interior contrastaba bastante con el exterior, volviéndose con esos tonos cálidos mucho más acogedor. Ahora bien, Miko sabía que ese tipo de cosas no se lograban sin esfuerzo… Pero no podía asegurar que ese esfuerzo hubiera sido puesto por parte de su dueño. Si fuera un poco más perspicaz… o menos bien pensada con todo lo que la rodeaba… Lo más probable es que se hubiera cuestionado muchas cosas en aquel momento. No fue así el caso.
Centrada en las palabras del hombre, se aseguró de echar una atenta mirada al mapa que se desplegaba frente a sus ojos. Estaba segura de poder discernir el puerto en el que había dejado anclado su barco, así como la zona que se encontraba inundada en ese momento. Como suponía, la forma de “valle” que tenía la isla con forma de luna menguante había sido parte del motivo por el que las mareas al ascender habían provocado dicha inundación. Si hubiera sido arquitecta estaba segura de que podría haber dado soluciones para solventar eso, pero no era el caso. En cuanto al modelo de cañerías… La chica se quedó pensativa, Eso era un problema si tendrían que caminar por aquel lugar a ciegas, pero podrían apañarse con uno más obsoleto e ir haciendo las correcciones en el mismo a base de prueba y error.
—La verdad… —La albina titubeó un momento antes de hablar, a causa de los nervios al recordar que estaba ayudando a un hombre cuya acompañante por poco no intenta lanzarse a su cuello. Su parte animal era demasiado asustadiza en comparación con la “ella” real—. Sí que se me ocurren un par de cosas, pero no quisiera estropear sus mapas… ¿No tendrá una copia que no necesite de las canalizaciones? Sé que ha dicho que no hay ninguna actualizada en el momento, pero si tuviera alguna más anterior nos sería útil para hacernos una idea de a dónde vamos y no perdernos en el laberinto… También, si tuviera algún papel que transparentara para que pudiera dibujar encima… —Explicó. Si le dejaba ambas cosas quería poner un mapa al lado del otro para poder señalizar— ¿Puedo dibujar encima del de las cloacas sin problema? —Preguntaría. La verdad es que le parecía tonto de su parte que no hubieran mandado a nadie a hacer ese tipo de cosas antes… Quizás tenían demasiados problemas o no querían arriesgar de forma estúpida a su propia gente. «Aunque piensen que mejor nosotros que ellos, imagino que esperan resultados…» se dijo, mirando de reojo a Prometeo. «¿Qué tan conocida es esta persona para que hayan apostado por él?», se preguntó en sus adentros antes de volver a concentrarse en los papeles frente a ella. Les había pedido también unos cuantos rotuladores de colores.
Una vez trajeron todo el material puso en práctica aquello que había estudiado desde pequeña para manejar y estudiar mapas. Claro que los suyos propios apenas si los entendía ella, pero como solo tenía que señalizar, no le costó mucho marcar sobre el papel vegetal con puntos rojos el lugar donde se encontraban ahora mismo, la taberna y el sitio en el que se encontraba apostado su barco.
—¿Creen que podría alguien ir a buscar a mi compañero? Con una habitación con dos camas nos apañamos, pero agradecería que fueran con tacto. Es un chico joven que ha salido de un embrollo hace poco, no necesito que sienta que le he metido yo en otro —pidió, con tono amable. Después continuó haciendo un enorme circulo de contorno azul. En el otro papel, una vez ubicado estos puntos “clave” señaló lo mismo en el mapa de las tuberías, tachando dentro de ese segundo circulo las cañerías que deberían estar inundadas—. Esa zona debe oler a agua salada, será fácil saber si nos acercamos a este punto, lo que nos quita, en principio, esa área de búsqueda… Y nos deja con estos sitios como lugares más probables —explicó, señalando con un rotulador verde las zonas de cañería que se ubicaban camino de las afueras de la ciudad en ambos puntos de la misma, con cruces, los puertos los señalo con triángulos, como una posible entrada y salida de sus propios hombres ya que de algún lugar habían salido y por ello tenían que tener su forma de recibir suministros también. Con eso en cuenta buscó la señalización en el mapa de viejas cañerías que pudieran estar más cerca de los puntos que tenía en mente.
—No puedo asegurar que sea así con certeza… Pero creo que es mejor que tantear a ciegas. Solo estoy usando la lógica de una persona de a pie —una con bastantes conocimientos de orientación y supervivencia— pero, si os parece bien podemos intentarlo así —concluyó, esperando su negativa o aprobación antes de aceptar su propia taza de té. Por su parte se iría lo antes posible para acabar su trabajo, con sus ojos de liebre tendría esa ventaja, pero al final era sobre el revolucionario sobre quien caían los ojos de sus “contratistas”. Ella solo esperaba que eso de verdad ayudara a la gente y no fueran solo mentiras bonitas. «Estoy bastante cansada de mentiras».
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Escuchó con atención y en silencio las palabras de la señorita Miko y del misterioso pirata Allan. Luna no se fiaba de él y Prometeo confiaba en el juicio de su compañera, así que intentaría mantenerse alerta por si todo resultaba ser una trampa. Reorganizó en su cabeza toda la información de la que disponía. Básicamente, los sombreros de anillo estaban relacionados con el fenómeno astronómico. Los cultistas presagiaban una especie de fin del mundo y aterraban a los habitantes de Bloothe, afirmando que pronto serían purgados. ¿Cuál era la relación entre los fanáticos religiosos, la luna y el mar? Debía verlo desde otro punto de vista, no uno netamente científico.
Allan entregó todo lo que la señorita Miko había solicitado: un mapa no demasiado actualizado del sistema de alcantarillado, marcadores y envió a uno de sus chicos a buscar al compañero de la señorita. Remarcó más de una vez que tuvieran cuidado con uno de sus invitados, de lo contrario, lo pagarían muy caro. Y nadie quería quedarse sin cobrar un mes.
—Me gustaría comenzar esta misma noche —dijo Prometeo después de estar un buen rato en silencio—. Lo único que debemos hacer es capturar a uno de los sombreros de anillo e interrogarlo para descubrir cuáles son los objetivos del culto religioso. —Hizo una pausa y observó el mapa; luego alzó la mirada a la señorita Miko—. Debemos encontrar cuanto antes la forma de que todo vuelva a la normalidad. La crecida de las aguas marinas no solo afecta la calidad de las vidas humanas, sino que contamina los ríos y los canales subterráneos, influye directamente en la biodiversidad de la zona.
—¿Por qué miras así al teniente Prometeo? ¿Acaso dijo al tonto? —le preguntó Luna a Allan, dando un paso hacia el frente y fulminándole con la mirada.
—Todo lo contrario, señorita. Es increíble que un hombre por cuya cabeza el Gobierno Mundial ofrece 60 millones de berries se preocupe no solo de las vidas humanas, sino también de la naturaleza de Bloothe. Me alivia que existan hombres así dentro del Ejército Revolucionario, eso es todo.
«No me gusta que hablen de mí como si fuera especial…», se quejó Prometeo para sí mismo. La recompensa que había por él, la fama que ganaba conforme viajaba por el mundo, el poder que acumulaba… Nada de eso importaba en comparación al sentimiento de satisfacción tras realizar un buen acto. Era lo único que le importaba.
—Entonces, seguiremos el plan de la señorita Miko. Tiene un gran sentido de la orientación, ¿verdad? Contamos con usted —le dijo, intentando dejar caer con suavidad la mano sobre el hombro de la señorita—. Por lo demás, partiremos dentro de una hora. Avisaré a mi comando sobre nuestra posición y le pediré que mantengan vigilados a los sombreros de anillo que deambulan por la ciudad.
Tras preparar todo lo que llevaría a la incursión, partió junto a Luna y a la señorita Miko camino a las cloacas.
Allan entregó todo lo que la señorita Miko había solicitado: un mapa no demasiado actualizado del sistema de alcantarillado, marcadores y envió a uno de sus chicos a buscar al compañero de la señorita. Remarcó más de una vez que tuvieran cuidado con uno de sus invitados, de lo contrario, lo pagarían muy caro. Y nadie quería quedarse sin cobrar un mes.
—Me gustaría comenzar esta misma noche —dijo Prometeo después de estar un buen rato en silencio—. Lo único que debemos hacer es capturar a uno de los sombreros de anillo e interrogarlo para descubrir cuáles son los objetivos del culto religioso. —Hizo una pausa y observó el mapa; luego alzó la mirada a la señorita Miko—. Debemos encontrar cuanto antes la forma de que todo vuelva a la normalidad. La crecida de las aguas marinas no solo afecta la calidad de las vidas humanas, sino que contamina los ríos y los canales subterráneos, influye directamente en la biodiversidad de la zona.
—¿Por qué miras así al teniente Prometeo? ¿Acaso dijo al tonto? —le preguntó Luna a Allan, dando un paso hacia el frente y fulminándole con la mirada.
—Todo lo contrario, señorita. Es increíble que un hombre por cuya cabeza el Gobierno Mundial ofrece 60 millones de berries se preocupe no solo de las vidas humanas, sino también de la naturaleza de Bloothe. Me alivia que existan hombres así dentro del Ejército Revolucionario, eso es todo.
«No me gusta que hablen de mí como si fuera especial…», se quejó Prometeo para sí mismo. La recompensa que había por él, la fama que ganaba conforme viajaba por el mundo, el poder que acumulaba… Nada de eso importaba en comparación al sentimiento de satisfacción tras realizar un buen acto. Era lo único que le importaba.
—Entonces, seguiremos el plan de la señorita Miko. Tiene un gran sentido de la orientación, ¿verdad? Contamos con usted —le dijo, intentando dejar caer con suavidad la mano sobre el hombro de la señorita—. Por lo demás, partiremos dentro de una hora. Avisaré a mi comando sobre nuestra posición y le pediré que mantengan vigilados a los sombreros de anillo que deambulan por la ciudad.
Tras preparar todo lo que llevaría a la incursión, partió junto a Luna y a la señorita Miko camino a las cloacas.
Miko
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—¿Cómo? —La pregunta resonó en la habitación que habían prestado a la albina. Frente a ella, un niño que apenas rondaba los dieciséis años, de ojos anaranjados y cabello rubio se encontraba cruzado de brazos, golpeando con su índice contra su brazo con ansiedad. Tenía el ceño ligeramente mientras miraba a la albina, juzgándola. —¿Cómo narices has acabado metida en este lío, Miko? ¡Deberías saber que no se ayudan a los piratas! Son los malos, Miko. Vi-lla-nos. Así que ya me puedes dar una buena explicación… Agh… Quizás sí que debí quedarme con la vaca rubia que da miedo, o en el orfanato que visitamos —se lamentaba, empezando a dar vueltas por la habitación. La albina intentó justificarse. Y es que para una vez de verdad NO había sido su culpa. Ni siquiera era una persona que intentara tapar sus errores cuando los cometía, así que el que no quisiera atender a razones le estaba resultando en parte doloroso. Al final, todo lo que pudo hacer fue disculparse.
—Lo siento mucho, Kike… No quería arrastrarte a esto —Aseguró con un tono de voz que haría flaquear al corazón más frío. El chico no pudo sino suspirar. Sus ojos llenos de culpa pero que no se permitían llorar —casi nunca— y sus orejas de conejo gachas fueron suficientes para que el chico no pudiera seguir enfadado. Lo peor era que no estaba fingiendo esa culpabilidad, y eso le podía. Al final Miko iba a ser como una hermana mayor de la que tenía que cuidar.
—Bueno, tú nunca mientes, supongo que pasó algo más. ¿Y quién es el gigantón escuálido ese?
—Se llama Prometeo, creo que podría decirse que me arrastró él sin querer a este asunto… A él lo arrastró su fama, al parecer. Pero quiere ayudar a la gente, así que no entiendo porque tienen una recom…
—Espera, ¿qué? —La cortó en seco el rubio. ¿De verdad la chica se había podido meter en tantos líos ella sola? Tenía entendido que las liebres traían buena suerte, no lo contrario—. Mira, no quiero más detalles. Mejor explícame todo cuando estemos fuera de la isla, ¿vale? No creo poder soportar escuchar nada más. —La albina asintió.
Media hora después de esta conversación, Miko partió con Prometeo y la otra mujer, Luna, hasta la boca de alcantarillado que parecía más óptima para su descenso. Solo por si acaso, por si el mal olor era demasiado, Allan les obsequió a los tres una suerte de mascarillas, además de otras cosas que les pudieran ser útiles: linternas, un kit de primeros auxilios por si los necesitaban, esposas y cuerda para atar a su objetivo. Cosas útiles pero que a la albina no terminaban de caer en gracia, salvo por el botiquín. Podría hacer uso de él.
Tan solo hizo falta levantar la tapa para que el olor llegara a la nariz de la liebre. Sensible como era, no tardó en colocar la mascarilla sobre su cara. Lo cierto era que le resultaba terriblemente incomoda y estaba segura de que si no tuvieran que solo andar le tocaría elegir entre sufrir por el mal olor o por no poder echarse a la carrera al no entrar con tanta facilidad el aire en sus pulmones. Con el momento de adrenalina, seguramente ganase el tener que aguantar el mal olor. Antes de bajar… De hecho, antes de si quiera salir de la casa, también había ocultado la parte superior de su rostro tras una máscara blanca con adornos lilas. Un pequeño recuerdo de la isla donde conoció a Abigail. Seguía sin querer que alguien la relacionara con gente sospechosa, por mucho que sus intenciones en ese momento fueran ayudar a las personas que lo estaban pasando mal. Seguía sintiendo que no les habían contado toda la verdad. Pero si provocaron esas muertes debían ser detenidos… No lastimados, solo detenidos para que no hirieran a nadie más.
Sus pies chapotearon sobre el agua al terminar de descender por la escalera de la cañería, algo oxidada. La albina no pudo evitar una mueca de desagrado ante el tacto húmedo en sus pies, que quedó oculta por la penumbra y todo lo que cubría su cara. Pese a ello, no tardó mucho en empezar a reconocer el terreno. Sus ojos color sangre se volvieron más oscuros y grandes en el iris, aunque su forma no cambiara tanto. Eran los ojos de una bestia nocturna, lo que le ayudaría a ver en la penumbra mucho mejor que si solo usaran las linternas. También dejó que sus orejas asomaran, captando así mejor los sonidos que les rodeaban. Había dos caminos que podían seguir, uno ascendente y otro hacia abajo. Mientras a que se terminaran de reagrupar, sacó el mapa. Tenía que asegurarse de saber dónde estaban.
—Parece que nos encontramos en este cruce de aquí… Las escaleras estaban oxidadas, así que supongo que el mapa por esta zona no habrá cambiado demasiado, al menos no en las zonas más grandes, como esta… Yo diría que fueramos… —Se detuvo un momento, moviendo las orejas para ver si escuchaba algo— a la derecha y siguiéramos esta ruta… —Delineando el recorrido con el dedo— Y… Agradecería que no me llamaran “señorita” es muy… Bochornoso, demasiado formal para lo que estoy acostumbrada. Solo Miko está bien —añadió. Esperaría al visto bueno de ambos y, de darlo, se pondría a caminar en silencio. Si no hubiera agua esa sería una tarea menos complicada.
—Lo siento mucho, Kike… No quería arrastrarte a esto —Aseguró con un tono de voz que haría flaquear al corazón más frío. El chico no pudo sino suspirar. Sus ojos llenos de culpa pero que no se permitían llorar —casi nunca— y sus orejas de conejo gachas fueron suficientes para que el chico no pudiera seguir enfadado. Lo peor era que no estaba fingiendo esa culpabilidad, y eso le podía. Al final Miko iba a ser como una hermana mayor de la que tenía que cuidar.
—Bueno, tú nunca mientes, supongo que pasó algo más. ¿Y quién es el gigantón escuálido ese?
—Se llama Prometeo, creo que podría decirse que me arrastró él sin querer a este asunto… A él lo arrastró su fama, al parecer. Pero quiere ayudar a la gente, así que no entiendo porque tienen una recom…
—Espera, ¿qué? —La cortó en seco el rubio. ¿De verdad la chica se había podido meter en tantos líos ella sola? Tenía entendido que las liebres traían buena suerte, no lo contrario—. Mira, no quiero más detalles. Mejor explícame todo cuando estemos fuera de la isla, ¿vale? No creo poder soportar escuchar nada más. —La albina asintió.
Media hora después de esta conversación, Miko partió con Prometeo y la otra mujer, Luna, hasta la boca de alcantarillado que parecía más óptima para su descenso. Solo por si acaso, por si el mal olor era demasiado, Allan les obsequió a los tres una suerte de mascarillas, además de otras cosas que les pudieran ser útiles: linternas, un kit de primeros auxilios por si los necesitaban, esposas y cuerda para atar a su objetivo. Cosas útiles pero que a la albina no terminaban de caer en gracia, salvo por el botiquín. Podría hacer uso de él.
Tan solo hizo falta levantar la tapa para que el olor llegara a la nariz de la liebre. Sensible como era, no tardó en colocar la mascarilla sobre su cara. Lo cierto era que le resultaba terriblemente incomoda y estaba segura de que si no tuvieran que solo andar le tocaría elegir entre sufrir por el mal olor o por no poder echarse a la carrera al no entrar con tanta facilidad el aire en sus pulmones. Con el momento de adrenalina, seguramente ganase el tener que aguantar el mal olor. Antes de bajar… De hecho, antes de si quiera salir de la casa, también había ocultado la parte superior de su rostro tras una máscara blanca con adornos lilas. Un pequeño recuerdo de la isla donde conoció a Abigail. Seguía sin querer que alguien la relacionara con gente sospechosa, por mucho que sus intenciones en ese momento fueran ayudar a las personas que lo estaban pasando mal. Seguía sintiendo que no les habían contado toda la verdad. Pero si provocaron esas muertes debían ser detenidos… No lastimados, solo detenidos para que no hirieran a nadie más.
Sus pies chapotearon sobre el agua al terminar de descender por la escalera de la cañería, algo oxidada. La albina no pudo evitar una mueca de desagrado ante el tacto húmedo en sus pies, que quedó oculta por la penumbra y todo lo que cubría su cara. Pese a ello, no tardó mucho en empezar a reconocer el terreno. Sus ojos color sangre se volvieron más oscuros y grandes en el iris, aunque su forma no cambiara tanto. Eran los ojos de una bestia nocturna, lo que le ayudaría a ver en la penumbra mucho mejor que si solo usaran las linternas. También dejó que sus orejas asomaran, captando así mejor los sonidos que les rodeaban. Había dos caminos que podían seguir, uno ascendente y otro hacia abajo. Mientras a que se terminaran de reagrupar, sacó el mapa. Tenía que asegurarse de saber dónde estaban.
—Parece que nos encontramos en este cruce de aquí… Las escaleras estaban oxidadas, así que supongo que el mapa por esta zona no habrá cambiado demasiado, al menos no en las zonas más grandes, como esta… Yo diría que fueramos… —Se detuvo un momento, moviendo las orejas para ver si escuchaba algo— a la derecha y siguiéramos esta ruta… —Delineando el recorrido con el dedo— Y… Agradecería que no me llamaran “señorita” es muy… Bochornoso, demasiado formal para lo que estoy acostumbrada. Solo Miko está bien —añadió. Esperaría al visto bueno de ambos y, de darlo, se pondría a caminar en silencio. Si no hubiera agua esa sería una tarea menos complicada.
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—Eres consciente de que este hombre nos está mintiendo, ¿verdad?
Prometeo miró a su compañera. Por todo lo que había vivido en Turvolt era capaz de reconocer las mentiras y la maldad allá donde se escondieran. Confiaba en ella y en sus juicios. Si decía que el señor Allan estaba mintiendo, probablemente estaba en lo cierto. Ahora, la verdadera pregunta era qué escondía.
—Sí, pero por el momento le seguiremos el juego. Decidiremos qué hacer luego de escuchar la versión de los sombreros de anillo.
—Espera, ¿tú estás usando a una persona? —preguntó Luna, impresionada—. Has cambiado desde que te conocí, Prome.
«Espero que para bien…», se limitó a pensar mientras comprobaba que todo estuviera en orden. Llevaba dos linternas en la mochila, además de pilas porque siempre fallaban en los momentos menos oportunos. Y Prometeo no quería ningún fallo en la operación. Le echó un ojo al botiquín de primeros auxilios. Era bastante sencillito, nada extraordinario. Guardó los bocadillos que había preparado con anticipación en un recipiente hermético. Los hubiera guardado al vacío, pero no acostumbraba a llevar extractores de aire consigo. Acomodó la mascarilla y ató la cuerda al cinturón.
Los revolucionarios siguieron en silencio a la chica, quien de pronto había tomado el liderazgo. A Prometeo no le importaba mientras los condujera a los sombreros de anillo. Además, cualquiera tenía mejor sentido de la orientación que él. Descendió, dando un saltito y arrugó la cara cuando sus pies se hundieron en el agua. Ayudó a Luna a bajar, sosteniéndola en los brazos cual princesa, y encendió la linterna para comenzar a caminar. Tenía que confiar en el plan de la señorita Miko. Se le ocurría otras maneras de encontrar a los sombreros de anillo, había muchísimas, pero ninguna aceptable.
—En vez de quejarte deberías agradecer que alguien te trata de señorita —le espetó Luna—. El teniente es un hombre respetuoso y educado, tendrías que tenerlo presente.
—Está bien, no pasa nada —dijo Prometeo—. Entonces…, Miko, ¿verdad?
El equipo continuó avanzando hasta llegar a un cruce donde las aguas eran más profundas. Prometeo llevaba a Luna en la espalda puesto que, como era bajita, tendría muchas dificultades para continuar. Además, el agua era nauseabunda y la revolucionaria pocas ganas tenía de continuar ensuciándose por unos malditos fanáticos. Sería un problema si de pronto un sombrero de… Hablando del diablo, ¿eh?
La linterna apuntó de Luna dio de lleno en el rostro de un adolescente. El sombrero que llevaba lo delataba. Vestía una toga negra y llevaba una antorcha en vez de una linterna, como en los viejos tiempos. Nada más ver a los revolucionarios echó a correr hacia las profundidades de las alcantarillas. Prometeo dio un paso hacia el frente, pero sintió unas presencias hostiles que se dirigían hacia ellos. Y entonces aparecieron unas enormes ratas. Muchas estaban heridas. No, estaban enfermas. Tenían la carne a simple vista, incluso a algunas se les veían los huesos.
—Adelántate, por favor. Nosotros nos ocuparemos de estas criaturas —le dijo a Miko.
Prometeo miró a su compañera. Por todo lo que había vivido en Turvolt era capaz de reconocer las mentiras y la maldad allá donde se escondieran. Confiaba en ella y en sus juicios. Si decía que el señor Allan estaba mintiendo, probablemente estaba en lo cierto. Ahora, la verdadera pregunta era qué escondía.
—Sí, pero por el momento le seguiremos el juego. Decidiremos qué hacer luego de escuchar la versión de los sombreros de anillo.
—Espera, ¿tú estás usando a una persona? —preguntó Luna, impresionada—. Has cambiado desde que te conocí, Prome.
«Espero que para bien…», se limitó a pensar mientras comprobaba que todo estuviera en orden. Llevaba dos linternas en la mochila, además de pilas porque siempre fallaban en los momentos menos oportunos. Y Prometeo no quería ningún fallo en la operación. Le echó un ojo al botiquín de primeros auxilios. Era bastante sencillito, nada extraordinario. Guardó los bocadillos que había preparado con anticipación en un recipiente hermético. Los hubiera guardado al vacío, pero no acostumbraba a llevar extractores de aire consigo. Acomodó la mascarilla y ató la cuerda al cinturón.
Los revolucionarios siguieron en silencio a la chica, quien de pronto había tomado el liderazgo. A Prometeo no le importaba mientras los condujera a los sombreros de anillo. Además, cualquiera tenía mejor sentido de la orientación que él. Descendió, dando un saltito y arrugó la cara cuando sus pies se hundieron en el agua. Ayudó a Luna a bajar, sosteniéndola en los brazos cual princesa, y encendió la linterna para comenzar a caminar. Tenía que confiar en el plan de la señorita Miko. Se le ocurría otras maneras de encontrar a los sombreros de anillo, había muchísimas, pero ninguna aceptable.
—En vez de quejarte deberías agradecer que alguien te trata de señorita —le espetó Luna—. El teniente es un hombre respetuoso y educado, tendrías que tenerlo presente.
—Está bien, no pasa nada —dijo Prometeo—. Entonces…, Miko, ¿verdad?
El equipo continuó avanzando hasta llegar a un cruce donde las aguas eran más profundas. Prometeo llevaba a Luna en la espalda puesto que, como era bajita, tendría muchas dificultades para continuar. Además, el agua era nauseabunda y la revolucionaria pocas ganas tenía de continuar ensuciándose por unos malditos fanáticos. Sería un problema si de pronto un sombrero de… Hablando del diablo, ¿eh?
La linterna apuntó de Luna dio de lleno en el rostro de un adolescente. El sombrero que llevaba lo delataba. Vestía una toga negra y llevaba una antorcha en vez de una linterna, como en los viejos tiempos. Nada más ver a los revolucionarios echó a correr hacia las profundidades de las alcantarillas. Prometeo dio un paso hacia el frente, pero sintió unas presencias hostiles que se dirigían hacia ellos. Y entonces aparecieron unas enormes ratas. Muchas estaban heridas. No, estaban enfermas. Tenían la carne a simple vista, incluso a algunas se les veían los huesos.
—Adelántate, por favor. Nosotros nos ocuparemos de estas criaturas —le dijo a Miko.
Miko
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Que la llamaran desagradecida o maleducada le acababa de sentar mal. Pero no mal en el sentido de que bajaría las orejas y se disculparía, no debería haber dicho nada malo. Simplemente no estaba acostumbrada a ese trato, en su isla la gente era más cercana y cordial. Así que cuando la mujer que parecía no querer mancharse los zapatos pese haber accedido a hacer el trabajo le espetó no pudo sino fruncir sutilmente el ceño y hacer una mueca de desagrado. Quien calla otorga, así que la albina prefirió no discutirle y se limitó a asentir a la pregunta del más alto.
El camino continuó avanzando y, seguramente por la subida del nivel del mar, las aguas residuales lo hicieron con ello. La mascarilla ahora estaba siendo realmente útil, y a la vez un fastidio que empezaba a atosigar a la muchacha. Por suerte no habían tenido que echarse a la carrera aún. La joven esperaba que para cuando tuvieran que hacerlo se habría acostumbrado más o menos al olor y poder bajarse la mascarilla del rostro… No fue ese el caso. Apenas llegaron al primer cruce, la linterna de la mujer que ahora iba a caballito encima de su compañero acertó a apuntar a la cara de un chico que parecía mucho más joven que ella, obligándole a taparse la cara con una mano. La antorcha se le cayó al agua de la sorpresa y, sin nada de visión, se vio en la obligación de echar a correr por las profundidades.
«¡Espera, eso es peligroso!», quiso advertirle la albina, dando un paso al frente sin pensar, justo cuando llegó a sus oídos un sonido perturbador. Sus orejas de liebre quedaron a la vista, tan solo un momento, moviéndose en dirección al sonido antes de girar la cabeza y ver a las criaturas. Unas ratas gigantescas, o al menos parecían ratas, pero con sus cuerpos en semejante mal estado parecían más bien monstruos revividos o algo sacado de una historia de miedo.
«Miko, adelantante». Le ordenaron, ¿pero debería? Con sus habilidades sería capaz de ayudar a combatir a las ratas… No, si el chico se escapaba se pondría todo mucho más violento. Ella podía neutralizarle sin lastimarlo y evitar un conflicto mayor. Además, si se perdía por las cloacas podría hacerse daño o cruzarse con más ratas.
—Está bien, voy —exclamó, echándose a la carrera. Según lo hacía, y muy para su pesar, se aseguró de cambiar su apariencia también a una forma hibrida entre un humano y una liebre. Sus orejas seguían ahí, sus rasgos faciales habían variado, pareciendo su cabeza más aerodinámica, sus piernas se habían vuelto más largas también, consiguiendo aún mayor impulso, sus brazos, por su parte, tenían una forma más acorde con las de un animal que caminaba a cuatro patas, pero aún podía usar sus manos como un humano.
Siguió el sonido de las pisadas chapoteando por el agua, procurando respirar más por la boca que por la nariz y aprovechó su ventaja viendo en la oscuridad. Le asqueaba un poco pensar que aquellas ratas tenían esa habilidad también, pero que se le iba a hacer. Tres minutos de carrera después, la chica acabó por encontrarse con el mismo chico que seguía corriendo, aunque parecía desconcertado. Como era de esperar, se había perdido. «Será mejor que le adelante primero», se dijo, saltando hacia un lado, para coger impulso con la pared y dibujar un arco en el aire, cayendo dos metros por delante del chico. Al caer volvió a su forma normal ante un estupefacto y asustadizo niño.
—Está bien, no voy a hacerte daño —aseguró la de cabellos plateados, dando solo un paso, para ver como retrocedía. Podía notar su cuerpo entero temblar—. Escucha, entiendo que no quieras que me acerque, pero creo… Que en tu situación soy tu mejor baza. Puedo llevarte al cruce donde nos vimos. Al final te vas a perder, lo sabes, ¿no? —Intentó razonar con él, calmándole un poco. Seguramente había sido un chaval reclutado hace poco, así que no debería tener lazos tan férreos con la orden esa del anillo. Pero cualquier información y sacarle de ese berenjenal sería útil.
—¿Cómo sé que no me vais a hacer daño? —preguntó finalmente, mirando la mano que le tendía la chica.
—Si quisiera hacerte daño o llevarte a la fuerza podría haberlo hecho. Ya has visto cómo te he adelantado. Pero no me gusta la violencia innecesaria… Y por encima de cualquier cosa no quiero que alguien se haga daño por mi culpa. Tú has huido al vernos, de hecho, es un milagro que estés aún bien vistos los monstruos que han salido de la nada…
—¿Monstruos?
—Las ratas gigantes… No te preocupes, puedo cubrirte si aparecen más, así que por favor… —El chico asintió, tomando la mano de la albina. Esta entonces se concentró, solo por un momento, y le pareció ver entre la penumbra a la liebre blanca de ojos rojos que siempre la guiaba cuando se perdía. No tardó en echar a andar con el chico dándole la mano, no sin antes volver a encender su linterna.
El camino continuó avanzando y, seguramente por la subida del nivel del mar, las aguas residuales lo hicieron con ello. La mascarilla ahora estaba siendo realmente útil, y a la vez un fastidio que empezaba a atosigar a la muchacha. Por suerte no habían tenido que echarse a la carrera aún. La joven esperaba que para cuando tuvieran que hacerlo se habría acostumbrado más o menos al olor y poder bajarse la mascarilla del rostro… No fue ese el caso. Apenas llegaron al primer cruce, la linterna de la mujer que ahora iba a caballito encima de su compañero acertó a apuntar a la cara de un chico que parecía mucho más joven que ella, obligándole a taparse la cara con una mano. La antorcha se le cayó al agua de la sorpresa y, sin nada de visión, se vio en la obligación de echar a correr por las profundidades.
«¡Espera, eso es peligroso!», quiso advertirle la albina, dando un paso al frente sin pensar, justo cuando llegó a sus oídos un sonido perturbador. Sus orejas de liebre quedaron a la vista, tan solo un momento, moviéndose en dirección al sonido antes de girar la cabeza y ver a las criaturas. Unas ratas gigantescas, o al menos parecían ratas, pero con sus cuerpos en semejante mal estado parecían más bien monstruos revividos o algo sacado de una historia de miedo.
«Miko, adelantante». Le ordenaron, ¿pero debería? Con sus habilidades sería capaz de ayudar a combatir a las ratas… No, si el chico se escapaba se pondría todo mucho más violento. Ella podía neutralizarle sin lastimarlo y evitar un conflicto mayor. Además, si se perdía por las cloacas podría hacerse daño o cruzarse con más ratas.
—Está bien, voy —exclamó, echándose a la carrera. Según lo hacía, y muy para su pesar, se aseguró de cambiar su apariencia también a una forma hibrida entre un humano y una liebre. Sus orejas seguían ahí, sus rasgos faciales habían variado, pareciendo su cabeza más aerodinámica, sus piernas se habían vuelto más largas también, consiguiendo aún mayor impulso, sus brazos, por su parte, tenían una forma más acorde con las de un animal que caminaba a cuatro patas, pero aún podía usar sus manos como un humano.
Siguió el sonido de las pisadas chapoteando por el agua, procurando respirar más por la boca que por la nariz y aprovechó su ventaja viendo en la oscuridad. Le asqueaba un poco pensar que aquellas ratas tenían esa habilidad también, pero que se le iba a hacer. Tres minutos de carrera después, la chica acabó por encontrarse con el mismo chico que seguía corriendo, aunque parecía desconcertado. Como era de esperar, se había perdido. «Será mejor que le adelante primero», se dijo, saltando hacia un lado, para coger impulso con la pared y dibujar un arco en el aire, cayendo dos metros por delante del chico. Al caer volvió a su forma normal ante un estupefacto y asustadizo niño.
—Está bien, no voy a hacerte daño —aseguró la de cabellos plateados, dando solo un paso, para ver como retrocedía. Podía notar su cuerpo entero temblar—. Escucha, entiendo que no quieras que me acerque, pero creo… Que en tu situación soy tu mejor baza. Puedo llevarte al cruce donde nos vimos. Al final te vas a perder, lo sabes, ¿no? —Intentó razonar con él, calmándole un poco. Seguramente había sido un chaval reclutado hace poco, así que no debería tener lazos tan férreos con la orden esa del anillo. Pero cualquier información y sacarle de ese berenjenal sería útil.
—¿Cómo sé que no me vais a hacer daño? —preguntó finalmente, mirando la mano que le tendía la chica.
—Si quisiera hacerte daño o llevarte a la fuerza podría haberlo hecho. Ya has visto cómo te he adelantado. Pero no me gusta la violencia innecesaria… Y por encima de cualquier cosa no quiero que alguien se haga daño por mi culpa. Tú has huido al vernos, de hecho, es un milagro que estés aún bien vistos los monstruos que han salido de la nada…
—¿Monstruos?
—Las ratas gigantes… No te preocupes, puedo cubrirte si aparecen más, así que por favor… —El chico asintió, tomando la mano de la albina. Esta entonces se concentró, solo por un momento, y le pareció ver entre la penumbra a la liebre blanca de ojos rojos que siempre la guiaba cuando se perdía. No tardó en echar a andar con el chico dándole la mano, no sin antes volver a encender su linterna.
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Sabía golpear para dejar inconsciente a un humano ordinario. Su estilo de lucha se basaba principalmente en alcanzar puntos de difícil acceso, presionarlos y producir distintos efectos, fuera entumecimientos o condicionamientos. Para ello tenía un gran conocimiento sobre la anatomía humana. Sin embargo, una rata de dimensiones exageradas tenía un cuerpo distinto al de un humano y, si bien compartían ciertas similitudes, debía tener en cuenta el esqueleto flexible del roedor. Fuera un miembro de la humanidad o una criatura despreciada por la naturaleza, siempre su primera opción sería intervenir con la menor cantidad de violencia posible.
Una de las ratas dio un salto hacia Prometeo, pero el revolucionario la esquivó con facilidad y golpeó su cabeza con la fuerza necesaria para hacerle perder el conocimiento. Mientras Luna se quejaba y corría de las ratas, el teniente las enfrentaba sin temor. Dentro de la literatura humana, los ratones gigantes eran considerados bestias horribles y pestilentes propias de lugares inmundos y nauseabundos como las cloacas. Lo curioso era que la fantasía tenía muchas semejanzas con la realidad.
—¡Teniente, ¿por qué no usas tu fuego y ya?! ¡Agh, me invaden! ¡Aiuda!
Tuvo que tirar de la cola a una rata porque se estaba tragando la pierna de Luna. Pobre, ahora no solo estaba manchada con la asquerosa agua de la alcantarilla, sino también profanada por una rata degenerada. A pesar de que las bestias iban y venían, el revolucionario encontró un momento para acariciarle la cabeza cual bebé y decirle que todo iba a estar bien. Al final, no le quedó otra opción que pelear usando un solo brazo mientras que con el otro cargaba a la revolucionaria.
La batalla se prolongó durante varios minutos y al final las ratas huyeron de regreso a sus madrigueras. Prometeo se había preocupado especialmente de no recibir ninguna mordedura ni intercambio de fluidos. Tenía que estar en buenas condiciones y no contraer una enfermedad. Como sea, apuró el paso lo que más pudo y se dirigió hacia el túnel por el que había desaparecido Miko. Todo estaba oscuro, pero por fortuna Luna era una mochila útil: tenía una linterna. Alumbraba de lo mejor el camino, lo suficiente para que Prometeo no tropezase y lo condujera a una situación eróticamente indeseable con su acompañante. Por alguna razón que escapaba de su entendimiento, últimamente tenía que estar muy atento porque el destino o una fuerza invisible y omnipotente propiciaba esos eventos.
Luego de una caminata sin mayores incidentes, salvo la extraña caída de Luna sobre Prometeo, la pareja de revolucionarios se encontró con Miko. El teniente sonrió aliviado cuando vio al muchacho. No debía superar los quince años. ¡Ni siquiera el uniforme de los sombreros de anillo le quedaba bien! Necesitaría crecer unos diez centímetros para llevarlo como correspondía. El niño se sintió un poco intimidado cuando vio a Prometeo, pues para él el teniente era un gigante que le iba a devorar.
—Hola, joven, mi nombre es Prometeo. Estoy aquí para-
—¡No me comas, por favor! ¡Te lo suplico! —le interrumpió el chico mientras estallaba en lágrimas y se apegaba a la pierna de Miko—. ¡Me prometiste que no me harías daño!
Luna suspiró, molesta.
—He tenido que superar un obstáculo tras otro para encontrar a alguien que nos dé respuestas y ese alguien no es más que un mocoso llorón y caprichoso. —Le dio un capón muy duro en la cabeza—. Compórtate como el sombrero de anillo que eres y comienza por decirnos quién te dio ese uniforme. Entenderás que estoy muy molesta y el teniente no me perdonará que te dé otro golpecito, así que pórtate bien y ayúdanos.
—E-Está bien… Yo no sé mucho sobre los sombreros de anillo. Un día mi padre me dio este uniforme antes de desaparecer… —contó, quitándose las lágrimas—. Creo que la Baba Thul les puede ayudar más que yo.
Una de las ratas dio un salto hacia Prometeo, pero el revolucionario la esquivó con facilidad y golpeó su cabeza con la fuerza necesaria para hacerle perder el conocimiento. Mientras Luna se quejaba y corría de las ratas, el teniente las enfrentaba sin temor. Dentro de la literatura humana, los ratones gigantes eran considerados bestias horribles y pestilentes propias de lugares inmundos y nauseabundos como las cloacas. Lo curioso era que la fantasía tenía muchas semejanzas con la realidad.
—¡Teniente, ¿por qué no usas tu fuego y ya?! ¡Agh, me invaden! ¡Aiuda!
Tuvo que tirar de la cola a una rata porque se estaba tragando la pierna de Luna. Pobre, ahora no solo estaba manchada con la asquerosa agua de la alcantarilla, sino también profanada por una rata degenerada. A pesar de que las bestias iban y venían, el revolucionario encontró un momento para acariciarle la cabeza cual bebé y decirle que todo iba a estar bien. Al final, no le quedó otra opción que pelear usando un solo brazo mientras que con el otro cargaba a la revolucionaria.
La batalla se prolongó durante varios minutos y al final las ratas huyeron de regreso a sus madrigueras. Prometeo se había preocupado especialmente de no recibir ninguna mordedura ni intercambio de fluidos. Tenía que estar en buenas condiciones y no contraer una enfermedad. Como sea, apuró el paso lo que más pudo y se dirigió hacia el túnel por el que había desaparecido Miko. Todo estaba oscuro, pero por fortuna Luna era una mochila útil: tenía una linterna. Alumbraba de lo mejor el camino, lo suficiente para que Prometeo no tropezase y lo condujera a una situación eróticamente indeseable con su acompañante. Por alguna razón que escapaba de su entendimiento, últimamente tenía que estar muy atento porque el destino o una fuerza invisible y omnipotente propiciaba esos eventos.
Luego de una caminata sin mayores incidentes, salvo la extraña caída de Luna sobre Prometeo, la pareja de revolucionarios se encontró con Miko. El teniente sonrió aliviado cuando vio al muchacho. No debía superar los quince años. ¡Ni siquiera el uniforme de los sombreros de anillo le quedaba bien! Necesitaría crecer unos diez centímetros para llevarlo como correspondía. El niño se sintió un poco intimidado cuando vio a Prometeo, pues para él el teniente era un gigante que le iba a devorar.
—Hola, joven, mi nombre es Prometeo. Estoy aquí para-
—¡No me comas, por favor! ¡Te lo suplico! —le interrumpió el chico mientras estallaba en lágrimas y se apegaba a la pierna de Miko—. ¡Me prometiste que no me harías daño!
Luna suspiró, molesta.
—He tenido que superar un obstáculo tras otro para encontrar a alguien que nos dé respuestas y ese alguien no es más que un mocoso llorón y caprichoso. —Le dio un capón muy duro en la cabeza—. Compórtate como el sombrero de anillo que eres y comienza por decirnos quién te dio ese uniforme. Entenderás que estoy muy molesta y el teniente no me perdonará que te dé otro golpecito, así que pórtate bien y ayúdanos.
—E-Está bien… Yo no sé mucho sobre los sombreros de anillo. Un día mi padre me dio este uniforme antes de desaparecer… —contó, quitándose las lágrimas—. Creo que la Baba Thul les puede ayudar más que yo.
Miko
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La chica había conseguido apelar al sentido común, algo que empezaba a preocuparle que faltara dentro de aquella isla. Por un momento, solo por un momento, le había preocupado que el chico hubiera planeado jugársela. Ese tipo de desconfianza que se adquiría a base de ver cómo la gente era, menos como en su isla y más como los describía Ayden a lo largo de su viaje. Pero no, el rubio se equivocaba en ello. Ahora estaba aún más convencida. Las personas no son malas o buenas por naturaleza y todo dependía de la suerte que hubieran tenido en la vida. Así que, según avanzaban se aseguró de mantener su agarre firme y suave, diciendo palabras alentadoras al chico quien poco a poco empezaba a sentirse cómodo con su presencia.
Lo que Miko no se esperaba era que los nervios de este afloraran al ver al mayor del grupo —aunque debía reconocer que en la penumbra ver una sombra alta y delgada con los pelos de punta podía asustar—. Tampoco esperaba una reacción tan exagerada como que se tirase al suelo y se aferrase a su pierna derecha como si fuera un koala, temblando mientras le recriminaba haber dicho que no iban a hacerle daño. Que no quería que se lo… ¿comiera? La albina suspiró y llevó su mano encima de la cabeza del chico, revolviéndole el pelo.
—Va, va… Nadie va a comerte, ¿no ves que es una persona?... —empezó a decir, con su tono suave y tranquilo, siendo interrumpida a medias por la excéntrica acompañante del albino que consiguió hacer fruncir el ceño a la albina cuando se dispuso a golpear en la cabeza al muchacho, no tardando en sujetarla por la muñeca antes de que llegara a tocarle un solo pelo. No apretaría para hacerle daño, claro. Pero ya se estaba pasando—. Eso no es necesario. Acusar a un niño por meterse en líos de ser un cobarde… De lo poco que había escuchado sobre la revolución pensaba que querían «ayudar a las personas». Le recriminó la joven a la chica que era incluso un poco más baja que ella. Y que para estar tan asqueada con las alcantarillas bien que se había bajado y manchado aún más solo para esa bravuconada innecesaria—. Si eso es todo, podríamos empezar las preguntas nosotros. No quiero que le pase nada, es solo un crío que no sabe dónde se ha metido. Preferiría llevar a otra persona a que le hagan las preguntas.
Y ahí estaba ella, parada sobre sus dos menudas piernas y encarrando a un hombre con precio por su cabeza, como los que Abi cazaba. ¿A él le hubiera enviado frente a la justicia también? No parecía una mala persona… No como su compañera desagradable, aunque esta era solo eso, desagradable. No tenía por qué tacharla de villana aún. Como sea, sus ojos se mantuvieron clavados en los azules del contrario esperando una respuesta. Si le parecía bien aquello, podrían seguir al chico… No. Sería mejor pedirle indicaciones y que ella o Luna se disfrazaran e infiltrasen con su traje. El sacarle de ahí implicaba que no debía volver a juntarse con ningún bando hasta que todo se solucionara para no salir lastimado. Podría llevarle con ella de ser necesario, al menos hasta otra isla. Lo importante era que no le lastimasen.
El jovencito por su parte no parecía tener pegas con su idea, más allá de tener que esperar en algún lado fuera para no hacerles perder mucho tiempo. Esperaba, de verdad, no tener que pelearse con estas personas, no con Kike en ese momento en manos del alcalde de la isla.
—¿Entonces haremos esto? No debería ser problema. Y tampoco creo que el chico tenga demasiada información… Si la tienes… —Miró al joven, intentando trasmitirle toda la tranquilidad que era capaz— Solo queremos saber que está haciendo el culto y donde encontrarles… Si tienen que ver con la subida del agua… Aunque en un principio nos dijeron que no… ¿Vale? Solo queremos que la gente pueda recuperar sus vidas tranquilas y para eso necesitamos saber que está pasando.
Lo que Miko no se esperaba era que los nervios de este afloraran al ver al mayor del grupo —aunque debía reconocer que en la penumbra ver una sombra alta y delgada con los pelos de punta podía asustar—. Tampoco esperaba una reacción tan exagerada como que se tirase al suelo y se aferrase a su pierna derecha como si fuera un koala, temblando mientras le recriminaba haber dicho que no iban a hacerle daño. Que no quería que se lo… ¿comiera? La albina suspiró y llevó su mano encima de la cabeza del chico, revolviéndole el pelo.
—Va, va… Nadie va a comerte, ¿no ves que es una persona?... —empezó a decir, con su tono suave y tranquilo, siendo interrumpida a medias por la excéntrica acompañante del albino que consiguió hacer fruncir el ceño a la albina cuando se dispuso a golpear en la cabeza al muchacho, no tardando en sujetarla por la muñeca antes de que llegara a tocarle un solo pelo. No apretaría para hacerle daño, claro. Pero ya se estaba pasando—. Eso no es necesario. Acusar a un niño por meterse en líos de ser un cobarde… De lo poco que había escuchado sobre la revolución pensaba que querían «ayudar a las personas». Le recriminó la joven a la chica que era incluso un poco más baja que ella. Y que para estar tan asqueada con las alcantarillas bien que se había bajado y manchado aún más solo para esa bravuconada innecesaria—. Si eso es todo, podríamos empezar las preguntas nosotros. No quiero que le pase nada, es solo un crío que no sabe dónde se ha metido. Preferiría llevar a otra persona a que le hagan las preguntas.
Y ahí estaba ella, parada sobre sus dos menudas piernas y encarrando a un hombre con precio por su cabeza, como los que Abi cazaba. ¿A él le hubiera enviado frente a la justicia también? No parecía una mala persona… No como su compañera desagradable, aunque esta era solo eso, desagradable. No tenía por qué tacharla de villana aún. Como sea, sus ojos se mantuvieron clavados en los azules del contrario esperando una respuesta. Si le parecía bien aquello, podrían seguir al chico… No. Sería mejor pedirle indicaciones y que ella o Luna se disfrazaran e infiltrasen con su traje. El sacarle de ahí implicaba que no debía volver a juntarse con ningún bando hasta que todo se solucionara para no salir lastimado. Podría llevarle con ella de ser necesario, al menos hasta otra isla. Lo importante era que no le lastimasen.
El jovencito por su parte no parecía tener pegas con su idea, más allá de tener que esperar en algún lado fuera para no hacerles perder mucho tiempo. Esperaba, de verdad, no tener que pelearse con estas personas, no con Kike en ese momento en manos del alcalde de la isla.
—¿Entonces haremos esto? No debería ser problema. Y tampoco creo que el chico tenga demasiada información… Si la tienes… —Miró al joven, intentando trasmitirle toda la tranquilidad que era capaz— Solo queremos saber que está haciendo el culto y donde encontrarles… Si tienen que ver con la subida del agua… Aunque en un principio nos dijeron que no… ¿Vale? Solo queremos que la gente pueda recuperar sus vidas tranquilas y para eso necesitamos saber que está pasando.
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La mirada insensible y penetrante de Luna se clavó en la «heroína», en la que siempre iba con una sonrisa amigable pese a no saber nada del mundo. Tiró de su mano y se zafó del apretón sin problema. Los vendedores de esclavos apretaban mucho más fuerte.
—Eres de esa clase de gente que solucionaría la pobreza imprimiendo billetes, ¿verdad? —le espetó—. Si lo único que sabes del mundo lo has sacado de alguna novelita juvenil, da un paso atrás y deja que…
—Está bien, Luna —le interrumpió el teniente, llevando la mano al hombro de la revolucionaria—. La señorita Miko tiene la mejor de las intenciones y es la más adecuada para tratar con el niño. No hará falta golpearle ni ser duro para que nos cuente lo que está pasando, ¿verdad?
El joven se quedó mirando a la persona amable y entonces se quitó el sombrero.
—Los llevaré donde está la Baba —determinó el niño—, pero no prometo que los vaya a recibir.
De camino al hogar de la misteriosa Baba Thul, el muchacho contó una historia interesante. Los «Sombreros de Anillo» eran parte de una organización aún más grande, y buscaban entender los fenómenos astronómicos. Intentaban encontrar la verdad en el firmamento. Su padre era uno de los miembros más importantes dentro del culto tecnomago, término que llamó la atención de Prometeo. Investigaba la composición de la Estrella Azul, un cometa que podía verse una vez cada setecientos setenta y siete años. La última vez que pasó cerca del planeta dejó caer una parte de su estela. Los hombres que la descubrieron la llamaron «Ojo de Mar» por su color azul.
Sin embargo, un día su padre no volvió más. Lo esperó como de costumbre en la salida del observatorio, pero lo único que quedó de él era su traje de Sombrero de Anillo. Desde entonces lo había estado buscando desesperadamente. La Baba Thul le había dicho que lo encontraría cuando las aguas se tiñeran de rojo y el espíritu de la noche bajase a ver el mar. Por ello es que estaba ahí, quería reunirse con su padre. Confiaba en la palabra de esa persona porque tampoco tenía otra opción.
—Espero que la Baba Thul no te haya mentido, niño —dijo Luna subida en la espalda del teniente—. ¿Cómo te llamas, a todo esto?
—S-Soy Jake —respondió nervioso—. Ella nunca miente, es la persona más sabia del grupo. Puede verlo todo, incluso las cosas que no han pasado. Predijo el cataclismo edeniano en el Nuevo Mundo, aunque nadie le escuchó.
—¿Cataclismo edeniano? Sabes muchas cosas, Jake —reconoció Prometeo—. Se le llama «cataclismo edeniano» a la erupción volcánica que sucedió en Lecuania hace diez años, Luna. Liberó una nube de azufre con una mortal combinación de elementos raros no del todo estudiados, y la superficie de la isla no tardó volverse letal. Se dice que más del 80% de la población falleció. La geología regional cambió y el clima se volvió hostil, incluso las plantas mutaron y creo que deberíamos ir a investigar —acabó diciendo con los ojos brillándoles como estrellas.
Tras abandonar los acueductos y pasar un bosque de pinos rojos, el grupo se detuvo frente a una cueva con una garganta que parecía no tener fin. Lo único que había era oscuridad. Prometeo encendió una llama, pero el chico le dijo que la apagara. A la Baba Thul le molestaba la luz, y a nadie le convenía hacer enojar a esa persona. Jake se apresuró hacia la entrada y entonces dejó con suavidad el sombrero sobre una piedra, como si esta fuera una especie de altar. Se arrodilló frente a esta y empezó a recitar una oración inentendible. Como si hubiera una runa mágica impregnada en la roca, la silueta de una letra se iluminó resplandeciente y roja.
—Ya viene —susurró él.
El suelo comenzó a estremecerse y las aves nocturnas emprendieron el vuelo, alejándose de los árboles. Parecía como si algo enorme se estuviera arrastrando bajo tierra. Prometeo tenía un mal presentimiento. El ruido se detuvo cuando los ojos de los revolucionarios se detuvieron a contemplar horrorizados la grotesca figura que había surgido de la cueva. Parecía un gusano gigante, arrugado y viscoso, pero era algo mucho más siniestro que eso. Unos mechones plateados caían de una cara verde moco, cuyas cuencas estaban desprovistas de sus ojos. Seis pares de manos nacían de cada costado y dos voluptuosos senos velludos ocupaban lo que debía ser su pecho.
—¡La noche me ha bendecido, Baba Thul! ¡Gracias por responder a mi llamado! Esta gente necesita de su ayuda, están buscando respuestas.
—Eres de esa clase de gente que solucionaría la pobreza imprimiendo billetes, ¿verdad? —le espetó—. Si lo único que sabes del mundo lo has sacado de alguna novelita juvenil, da un paso atrás y deja que…
—Está bien, Luna —le interrumpió el teniente, llevando la mano al hombro de la revolucionaria—. La señorita Miko tiene la mejor de las intenciones y es la más adecuada para tratar con el niño. No hará falta golpearle ni ser duro para que nos cuente lo que está pasando, ¿verdad?
El joven se quedó mirando a la persona amable y entonces se quitó el sombrero.
—Los llevaré donde está la Baba —determinó el niño—, pero no prometo que los vaya a recibir.
De camino al hogar de la misteriosa Baba Thul, el muchacho contó una historia interesante. Los «Sombreros de Anillo» eran parte de una organización aún más grande, y buscaban entender los fenómenos astronómicos. Intentaban encontrar la verdad en el firmamento. Su padre era uno de los miembros más importantes dentro del culto tecnomago, término que llamó la atención de Prometeo. Investigaba la composición de la Estrella Azul, un cometa que podía verse una vez cada setecientos setenta y siete años. La última vez que pasó cerca del planeta dejó caer una parte de su estela. Los hombres que la descubrieron la llamaron «Ojo de Mar» por su color azul.
Sin embargo, un día su padre no volvió más. Lo esperó como de costumbre en la salida del observatorio, pero lo único que quedó de él era su traje de Sombrero de Anillo. Desde entonces lo había estado buscando desesperadamente. La Baba Thul le había dicho que lo encontraría cuando las aguas se tiñeran de rojo y el espíritu de la noche bajase a ver el mar. Por ello es que estaba ahí, quería reunirse con su padre. Confiaba en la palabra de esa persona porque tampoco tenía otra opción.
—Espero que la Baba Thul no te haya mentido, niño —dijo Luna subida en la espalda del teniente—. ¿Cómo te llamas, a todo esto?
—S-Soy Jake —respondió nervioso—. Ella nunca miente, es la persona más sabia del grupo. Puede verlo todo, incluso las cosas que no han pasado. Predijo el cataclismo edeniano en el Nuevo Mundo, aunque nadie le escuchó.
—¿Cataclismo edeniano? Sabes muchas cosas, Jake —reconoció Prometeo—. Se le llama «cataclismo edeniano» a la erupción volcánica que sucedió en Lecuania hace diez años, Luna. Liberó una nube de azufre con una mortal combinación de elementos raros no del todo estudiados, y la superficie de la isla no tardó volverse letal. Se dice que más del 80% de la población falleció. La geología regional cambió y el clima se volvió hostil, incluso las plantas mutaron y creo que deberíamos ir a investigar —acabó diciendo con los ojos brillándoles como estrellas.
Tras abandonar los acueductos y pasar un bosque de pinos rojos, el grupo se detuvo frente a una cueva con una garganta que parecía no tener fin. Lo único que había era oscuridad. Prometeo encendió una llama, pero el chico le dijo que la apagara. A la Baba Thul le molestaba la luz, y a nadie le convenía hacer enojar a esa persona. Jake se apresuró hacia la entrada y entonces dejó con suavidad el sombrero sobre una piedra, como si esta fuera una especie de altar. Se arrodilló frente a esta y empezó a recitar una oración inentendible. Como si hubiera una runa mágica impregnada en la roca, la silueta de una letra se iluminó resplandeciente y roja.
—Ya viene —susurró él.
El suelo comenzó a estremecerse y las aves nocturnas emprendieron el vuelo, alejándose de los árboles. Parecía como si algo enorme se estuviera arrastrando bajo tierra. Prometeo tenía un mal presentimiento. El ruido se detuvo cuando los ojos de los revolucionarios se detuvieron a contemplar horrorizados la grotesca figura que había surgido de la cueva. Parecía un gusano gigante, arrugado y viscoso, pero era algo mucho más siniestro que eso. Unos mechones plateados caían de una cara verde moco, cuyas cuencas estaban desprovistas de sus ojos. Seis pares de manos nacían de cada costado y dos voluptuosos senos velludos ocupaban lo que debía ser su pecho.
—¡La noche me ha bendecido, Baba Thul! ¡Gracias por responder a mi llamado! Esta gente necesita de su ayuda, están buscando respuestas.
Miko
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Miko aflojó el agarre de la revolucionaria casi al instante, mordiendose la lengua una vez más para no provocar un escandalo, y porque simplemente no le gustaba discutir. No había hecho nada malo por detener su mano, y su buena voluntad no tenía nada que ver con esos mundos de yupi de los que hablaba Luna. ¿Qué la crueldad del mundo ahora era excusa para golpear o hablar mal a otra persona? Incluso si fuera un amago o algo flojo para espabilarle a la albina no le parecía correcto. Por suerte, el sentido común llamó a la puerta cuando Prometeo detuvo a su compañera. «Otra vez con lo de señorita…», se quejó para sus adentros, limientadose a asentir al de los cabellos níveos antes de mirar con una sonrisa amable al niño.
—Gracias por tu ayuda —Le diría antes de empezar a caminar, escuchando lo que el chico tenía que decir sobre aquella organización de lunaticos que, a simple vista, parecía inofensiva. Si se dedicaban al estudio del cielo no podía ser malo… O eso pensaba hasta que la historia se torció.
¿Su padre había desaparecido? ¿Le estaba buscando? Se sintió compungida ante la idea. Ella misma había sido en su tiempo una niña muy apegada a su familia. Hasta la muerte de sus padres en aquel «accidente». Aún no sabía como nombrarlo, en realidad. No fue un accidente, fue premeditado. Pero no buscaban matarles por matar… Era complicado, pero podía comprender que el chico estuviera decidido a aferrarse a esa esperanza con uñas y dientes y revolver todo el mundo por dar de nuevo con su padre. Cuando Luna abrió de nuevo la boca le lanzó una mirada que denotaba la poca gracia que le hacían sus palabras. Si las miradas mataran la suya en ese momento… Bueno, no. Pero esperaba poder cerrarle la boca sin tener que decir nada.
—Bueno, espero que de verdad puedas reunirte con él pronto (y que esté vivo, por favor). Y sobre esta Baba, Jake. ¿Qué clase de persona es? —Preguntaría según les iba contando. Habían sacado en claro que, como poco, era una mujer muy inteligente. A lo mejor podían llegar a un acuerdo, o sería capaz de formularnos una solución para ayudar a las gentes de la isla sin necesidad de lastimar a nadie. Ella ingenua.
—Es una persona mayor. Nosotros no sabemos como hace para realizar sus predicciones y… Bueno, es alguien peculiar. Es fácil enfadarla, así que intentad no hacer mucho contacto visual con ella al llegar.
Los minutos se sucedieron y pronto llegarían a las afueras de la ciudad, cerca de una de las zonas que había predicho en el mapa. Su pecho se hinchó de orgullo durante unos escasos dos minutos antes de que el chico empezara aquel rito, como si llamara a una deidad o un ser omnipotente y no a la anciana que se imaginaba la liebre en su mente. Desde luego, no tenía pintas de abuelita amable. Era una criatura sacada de alguna pesadilla. Con ese número de brazos… «No existen los monstruos, Miko. Tiene que ser algún tipo de fruta como la tuya… Una muy desagradable. ¿Un bicho gigante?», cuestionó en su cabeza, esperando a que la mujer hablara, mirando a sus propios pies mientras tanto. Una vez les diera permiso, si no se le adelantaban, tomaría la iniciativa de hablar.
—B-Buenas noches, señora Baba. Mi nombre es Miko… Soy una viajera… Y estos son mis acompañantes —Hizo una pausa y un ademán con la mano para que se presentaran, si así lo querían—. Hemos llegado hace poco a la isla, y hemos visto que el lugar se encontraba en un estado… —Azló por un momento la cara, mostrando una mueca apenada—. Denigrante. Las calles están inundadas y la gente no sabe que hacer… ¿Quizás podría usted alumbrarnos con su conocimiento? —Miko recordó las palabras que decía el pirata que solían repetir los fanaticos del culto del anillo—. Pensamos que podría haber una forma de evitar este fin inminente. Por favor…
—Gracias por tu ayuda —Le diría antes de empezar a caminar, escuchando lo que el chico tenía que decir sobre aquella organización de lunaticos que, a simple vista, parecía inofensiva. Si se dedicaban al estudio del cielo no podía ser malo… O eso pensaba hasta que la historia se torció.
¿Su padre había desaparecido? ¿Le estaba buscando? Se sintió compungida ante la idea. Ella misma había sido en su tiempo una niña muy apegada a su familia. Hasta la muerte de sus padres en aquel «accidente». Aún no sabía como nombrarlo, en realidad. No fue un accidente, fue premeditado. Pero no buscaban matarles por matar… Era complicado, pero podía comprender que el chico estuviera decidido a aferrarse a esa esperanza con uñas y dientes y revolver todo el mundo por dar de nuevo con su padre. Cuando Luna abrió de nuevo la boca le lanzó una mirada que denotaba la poca gracia que le hacían sus palabras. Si las miradas mataran la suya en ese momento… Bueno, no. Pero esperaba poder cerrarle la boca sin tener que decir nada.
—Bueno, espero que de verdad puedas reunirte con él pronto (y que esté vivo, por favor). Y sobre esta Baba, Jake. ¿Qué clase de persona es? —Preguntaría según les iba contando. Habían sacado en claro que, como poco, era una mujer muy inteligente. A lo mejor podían llegar a un acuerdo, o sería capaz de formularnos una solución para ayudar a las gentes de la isla sin necesidad de lastimar a nadie. Ella ingenua.
—Es una persona mayor. Nosotros no sabemos como hace para realizar sus predicciones y… Bueno, es alguien peculiar. Es fácil enfadarla, así que intentad no hacer mucho contacto visual con ella al llegar.
Los minutos se sucedieron y pronto llegarían a las afueras de la ciudad, cerca de una de las zonas que había predicho en el mapa. Su pecho se hinchó de orgullo durante unos escasos dos minutos antes de que el chico empezara aquel rito, como si llamara a una deidad o un ser omnipotente y no a la anciana que se imaginaba la liebre en su mente. Desde luego, no tenía pintas de abuelita amable. Era una criatura sacada de alguna pesadilla. Con ese número de brazos… «No existen los monstruos, Miko. Tiene que ser algún tipo de fruta como la tuya… Una muy desagradable. ¿Un bicho gigante?», cuestionó en su cabeza, esperando a que la mujer hablara, mirando a sus propios pies mientras tanto. Una vez les diera permiso, si no se le adelantaban, tomaría la iniciativa de hablar.
—B-Buenas noches, señora Baba. Mi nombre es Miko… Soy una viajera… Y estos son mis acompañantes —Hizo una pausa y un ademán con la mano para que se presentaran, si así lo querían—. Hemos llegado hace poco a la isla, y hemos visto que el lugar se encontraba en un estado… —Azló por un momento la cara, mostrando una mueca apenada—. Denigrante. Las calles están inundadas y la gente no sabe que hacer… ¿Quizás podría usted alumbrarnos con su conocimiento? —Miko recordó las palabras que decía el pirata que solían repetir los fanaticos del culto del anillo—. Pensamos que podría haber una forma de evitar este fin inminente. Por favor…
Prometeo
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Un escalofrío recorrió el cuerpo del teniente cuando sus ojos contemplaron horrorizados la figura de la criatura que acababa de salir de la cueva. Una sensación parecida a la que tuvo en Turvolt le apretó el pecho y comenzó a sudar helado. Algo le decía que estaba en peligro, él y sus compañeras. Incluso el chico. Se giró sólo para comprobar que su espalda estaba segura, y luego volvió a mirar a la «bestia». Apretó el puño y agachó la mirada, no porque quisiera, sino porque algo le obligaba a hacerlo. Como biólogo podía decir que se trataba de una quimera o una especie de mutación única, y como aventurero podía decir que era producto de una fruta del diablo. Sin embargo, ninguna de las dos se adecuaba a la capacidad de predecir el futuro, si es que realmente lo hacía.
La Baba Thul giró su rostro hacia la señorita Miko y alargó su cuerpo hacia ella, deteniéndolo a escasos centímetros. Incluso Prometeo, quien se hallaba a más de un metro de su compañera, podía sentir la pestilente mezcla entre la sangre y la carne descompuesta. ¿Qué le daban de comer a esa... cosa? Se sentía un poco mal por llamarle así, pero es que tampoco sabía lo que era. La criatura sonrió, enseñando una perturbadora hilera de desfigurados dientes, y entonces estiró la mano.
—Exige una ofrenda de sangre —dijo el niño tan tranquilo como si no estuviera frente a un monstruo.
Prometeo dio un paso hacia el frente. No sabía a qué se refería exactamente con «una ofrenda de sangre», pero no dejaría que sus compañeras salieran lastimadas. No obstante, la Baba Thul chilló de furia y el cuerpo del teniente se paralizó. Por un instante se vio en las fauces de la criatura. Un dedo raquítico apuntó a Luna y la sonrisa volvió a aparecer en el rostro de la Baba Thul.
—Te ha elegido a ti —continuó Jake—. Con una gota de sangre bastará.
El teniente estaba a punto de protestar, exigir que él fuera la ofrenda de sangre, pero Luna rápidamente desenvainó la daga y se hizo un corte horizontal en la palma de la mano. Una mueca de dolor se dibujó en su rostro y entonces ofreció el arma. La misma repugnante mano cogió la daga y entonces la Baba Thul dejó caer una gota de la sangre de Luna en su atemorizante boca.
—La oscuridad vive dentro de ti, mi niña —habló finalmente. Su voz sonaba como un grito gutural, pero al mismo tiempo como el canto de una princesa. Parecía que hubiera dos voces en una. Y entonces se giró hacia la señorita Miko—. Cuando la luz de la distante madre tiña de plata al ojo de su hijo de sangre el mar regresará, regresará y regresará. Y entonces el pilar de los antiguos surgirá.
Prometeo, pese a ser artificialmente más inteligente que el resto de los humanos, fue incapaz de entender las palabras de la criatura, pero pronto imaginó una posible relación. No hacía falta ser demasiado listo para darse cuenta de que la madre hacía alusión a la luna. Visto desde arriba, los cuerpos de agua como los lagos y las lagunas tenían la forma de un ojo. Sin embargo, ¿a qué se refería exactamente con el pilar de los antiguos?
—Esta noche podrás ver a tu padre, muchacho —dijo de pronto la Baba Thul—. Tú decidirás si el tiempo es tu aliado o no.
—¿Quiénes son los Sombrero de Anillos, señora Baba Thul? —preguntó el teniente y la criatura se volteó hacia él.
—Un hombre hecho por otro hombre… La respuesta a tu pregunta se encuentra dentro del pilar de los antiguos. —La criatura volvió a chillar—. ¡El corazón de la madre está sufriendo! ¡Arde! ¡Tienes que ayudarla, Jake! Si lo haces… Si lo haces volverás a ver a tu padre.
La Baba Thul giró su rostro hacia la señorita Miko y alargó su cuerpo hacia ella, deteniéndolo a escasos centímetros. Incluso Prometeo, quien se hallaba a más de un metro de su compañera, podía sentir la pestilente mezcla entre la sangre y la carne descompuesta. ¿Qué le daban de comer a esa... cosa? Se sentía un poco mal por llamarle así, pero es que tampoco sabía lo que era. La criatura sonrió, enseñando una perturbadora hilera de desfigurados dientes, y entonces estiró la mano.
—Exige una ofrenda de sangre —dijo el niño tan tranquilo como si no estuviera frente a un monstruo.
Prometeo dio un paso hacia el frente. No sabía a qué se refería exactamente con «una ofrenda de sangre», pero no dejaría que sus compañeras salieran lastimadas. No obstante, la Baba Thul chilló de furia y el cuerpo del teniente se paralizó. Por un instante se vio en las fauces de la criatura. Un dedo raquítico apuntó a Luna y la sonrisa volvió a aparecer en el rostro de la Baba Thul.
—Te ha elegido a ti —continuó Jake—. Con una gota de sangre bastará.
El teniente estaba a punto de protestar, exigir que él fuera la ofrenda de sangre, pero Luna rápidamente desenvainó la daga y se hizo un corte horizontal en la palma de la mano. Una mueca de dolor se dibujó en su rostro y entonces ofreció el arma. La misma repugnante mano cogió la daga y entonces la Baba Thul dejó caer una gota de la sangre de Luna en su atemorizante boca.
—La oscuridad vive dentro de ti, mi niña —habló finalmente. Su voz sonaba como un grito gutural, pero al mismo tiempo como el canto de una princesa. Parecía que hubiera dos voces en una. Y entonces se giró hacia la señorita Miko—. Cuando la luz de la distante madre tiña de plata al ojo de su hijo de sangre el mar regresará, regresará y regresará. Y entonces el pilar de los antiguos surgirá.
Prometeo, pese a ser artificialmente más inteligente que el resto de los humanos, fue incapaz de entender las palabras de la criatura, pero pronto imaginó una posible relación. No hacía falta ser demasiado listo para darse cuenta de que la madre hacía alusión a la luna. Visto desde arriba, los cuerpos de agua como los lagos y las lagunas tenían la forma de un ojo. Sin embargo, ¿a qué se refería exactamente con el pilar de los antiguos?
—Esta noche podrás ver a tu padre, muchacho —dijo de pronto la Baba Thul—. Tú decidirás si el tiempo es tu aliado o no.
—¿Quiénes son los Sombrero de Anillos, señora Baba Thul? —preguntó el teniente y la criatura se volteó hacia él.
—Un hombre hecho por otro hombre… La respuesta a tu pregunta se encuentra dentro del pilar de los antiguos. —La criatura volvió a chillar—. ¡El corazón de la madre está sufriendo! ¡Arde! ¡Tienes que ayudarla, Jake! Si lo haces… Si lo haces volverás a ver a tu padre.
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