Aki D. Arlia
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Samirn. De no ser porque no tenía sentido, habría jurado que percibía el momento exacto en el que entraron en su perímetro. Un escalofrío de la nada y fue a mirar por la ventana. Agua. Peces. Algas. Igual que los últimos dos días.
Había sido un viaje lento y sosegado. A ratos, tanto que había sido incluso irritante. Quería llegar, quería empezar y asegurarse de una vez de que todo el mundo estuviera a salvo. De que nadie había sufrido de más por su propia incompetencia y egoísmo. Esa isla era su responsabilidad y se había deshecho de ella con tanta facilidad como quien tira una camisa que ha perdido su encanto y novedad. Quería arreglarlo. Quería mejorar y compensar los fallos cometidos. Era por eso que estaba allí y cada kilómetro que avanzaban parecía a la vez importante e insuficiente. Los nervios se apoderaban de ella y daba pequeños paseos por el submarino como un tigre enjaulado. De haber tenido cola, se la habría mordido.
En otras ocasiones, sin embargo, le parecía que se movían demasiado rápido. La primera noche, una vez el submarino de Dexter había zarpado silenciosamente, se había pasado como un suspiro. Si había llegado a dormir o no, no estaba segura. Habían acabado en cama, acurrucados el uno contra el otro, abrazándose, sosteniéndose como si fueran figuritas de porcelana. Con delicadeza y garra a la vez, el pensamiento de dejarse ir demasiado intolerable como para hacer algo que no fuera acercarse todavía más.
Mil cosas se habían pasado por la cabeza de la pelirroja. Mil cosas que no había sabido desenmarañar y, al final, en lugar de decir ninguna, había cerrado los ojos y enterrado la cabeza en su pecho. Era todo lo que quería en el momento. Había escuchado su respiración acelerarse y calmarse, sus latidos volverse locos y luego familiares. O quizá eran los suyos propios. Por un instante, parecieron los mismos. Y en ese momento, todo lo que pudo hacer fue sonreír y envolverle con sus brazos.
Caricias perezosas, besos de mariposa inconscientes, el casi imperceptible runrún del motor de fondo y ninguna posibilidad de lidiar con el mundo exterior, que se había convertido en un océano infinito. Las horas perdieron pronto su sentido, porque no había amanecer listo para sacarles de la cama.
El cómo lograron separarse es un misterio. Aki recordaba alguna que otra sonrisa nerviosa, una caricia cariñosa, pero no un último beso. Lo había habido en algún punto, lo sabía, pero no podía distinguirlo de los otros. En su memoria, el ciclo se repetía y no tenía final. Incluso ahora, apoyada contra la ventana, tenía la sensación de que en algún momento y lugar ellos dos seguían en aquel pedazo de infinito que habían logrado atesorar.
La realidad era implacable, pero no le molestaba. De haberse quedado en la cama, o en el Ojo con él, de haber decidido no llevar su labor a cabo, no habría podido disfrutarlo. Tarde o temprano habría escapado en plena noche, enfierecida por la necesidad de hacer lo que debía. Y en ese caso, todo habría sido mucho más difícil. Este viaje era preciso también por la calma que traería. Porque quería más momentos infinitos, más carreras alocadas y quizá el tiempo para sortear la marabunta de su mente hasta dar con las palabras adecuadas. Tenía motivos de sobra para concentrarse, para no flaquear y para insistir hasta hacerse con lo que era suyo. Y por todo eso, sonreía.
Estaban llegando. Era un hecho, pese a que no había ido a comprobarlo a los controles. Simplemente, lo sabía. Se dio a si misma cinco segundos. Escudriñó a través del cristal el océano, buscando algo que fuera familiar a pesar de que sabía que no iba a encontrarlo. Para cuando abandonara este mundo el océano le seguiría siendo tan ajeno como en ese momento. Quizá por eso le fascinaba tratar de comprenderlo.
Los cinco segundos pasaron y ella caminó con paso calmo hasta encontrar a Dexter. Sonrió nada más verle y le saludó con una breve caricia en el brazo, quedándose a su lado.
-Ya queda poco.- comentó. Se giró hacia el mapa que habían terminado llevándose y señaló la parte trasera de la isla.- Al final atracaremos aquí, ¿no es así? De esta forma podemos entrar a Ur’ Tuban por uno de los accesos menores de los agricultores y leñadores, en lugar de por la puerta principal. Llamaremos menos la atención.
Sin embargo, todavía tenían que llegar. No solo eso, sino que tenían que recorrer media isla hasta llegar allí y mezclarse con la gente sin resaltar demasiado. Pero estaba lista.
Sus armas estaban afiladas y en su sitio, ocultas por ropas de colores terrosos y tejido ligeramente áspero. Llevaba el pelo recogido en una coleta adornada con trenzas y una capucha a la espalda, a la espera de necesitarla. Estaba igual de guapa que siempre, pero la luz en sus ojos por una vez no hablaba de seducción. Hablaba de honor, de respeto y de temor. El que la gente debería tenerle, porque no se detendría ante nada con tal de conseguir sus objetivos. Caminaba con el porte de una reina y aunque desaparecería en el momento en el que tuviera que hacerse pasar por otra, en ese instante era imposible pasarlo por alto. Era parte de ella y, por fin, lo abrazaba. Le guiñó un ojo al dragón, dedicándole otra pequeña sonrisa.
-No saben lo que les va a caer encima.
Había sido un viaje lento y sosegado. A ratos, tanto que había sido incluso irritante. Quería llegar, quería empezar y asegurarse de una vez de que todo el mundo estuviera a salvo. De que nadie había sufrido de más por su propia incompetencia y egoísmo. Esa isla era su responsabilidad y se había deshecho de ella con tanta facilidad como quien tira una camisa que ha perdido su encanto y novedad. Quería arreglarlo. Quería mejorar y compensar los fallos cometidos. Era por eso que estaba allí y cada kilómetro que avanzaban parecía a la vez importante e insuficiente. Los nervios se apoderaban de ella y daba pequeños paseos por el submarino como un tigre enjaulado. De haber tenido cola, se la habría mordido.
En otras ocasiones, sin embargo, le parecía que se movían demasiado rápido. La primera noche, una vez el submarino de Dexter había zarpado silenciosamente, se había pasado como un suspiro. Si había llegado a dormir o no, no estaba segura. Habían acabado en cama, acurrucados el uno contra el otro, abrazándose, sosteniéndose como si fueran figuritas de porcelana. Con delicadeza y garra a la vez, el pensamiento de dejarse ir demasiado intolerable como para hacer algo que no fuera acercarse todavía más.
Mil cosas se habían pasado por la cabeza de la pelirroja. Mil cosas que no había sabido desenmarañar y, al final, en lugar de decir ninguna, había cerrado los ojos y enterrado la cabeza en su pecho. Era todo lo que quería en el momento. Había escuchado su respiración acelerarse y calmarse, sus latidos volverse locos y luego familiares. O quizá eran los suyos propios. Por un instante, parecieron los mismos. Y en ese momento, todo lo que pudo hacer fue sonreír y envolverle con sus brazos.
Caricias perezosas, besos de mariposa inconscientes, el casi imperceptible runrún del motor de fondo y ninguna posibilidad de lidiar con el mundo exterior, que se había convertido en un océano infinito. Las horas perdieron pronto su sentido, porque no había amanecer listo para sacarles de la cama.
El cómo lograron separarse es un misterio. Aki recordaba alguna que otra sonrisa nerviosa, una caricia cariñosa, pero no un último beso. Lo había habido en algún punto, lo sabía, pero no podía distinguirlo de los otros. En su memoria, el ciclo se repetía y no tenía final. Incluso ahora, apoyada contra la ventana, tenía la sensación de que en algún momento y lugar ellos dos seguían en aquel pedazo de infinito que habían logrado atesorar.
La realidad era implacable, pero no le molestaba. De haberse quedado en la cama, o en el Ojo con él, de haber decidido no llevar su labor a cabo, no habría podido disfrutarlo. Tarde o temprano habría escapado en plena noche, enfierecida por la necesidad de hacer lo que debía. Y en ese caso, todo habría sido mucho más difícil. Este viaje era preciso también por la calma que traería. Porque quería más momentos infinitos, más carreras alocadas y quizá el tiempo para sortear la marabunta de su mente hasta dar con las palabras adecuadas. Tenía motivos de sobra para concentrarse, para no flaquear y para insistir hasta hacerse con lo que era suyo. Y por todo eso, sonreía.
Estaban llegando. Era un hecho, pese a que no había ido a comprobarlo a los controles. Simplemente, lo sabía. Se dio a si misma cinco segundos. Escudriñó a través del cristal el océano, buscando algo que fuera familiar a pesar de que sabía que no iba a encontrarlo. Para cuando abandonara este mundo el océano le seguiría siendo tan ajeno como en ese momento. Quizá por eso le fascinaba tratar de comprenderlo.
Los cinco segundos pasaron y ella caminó con paso calmo hasta encontrar a Dexter. Sonrió nada más verle y le saludó con una breve caricia en el brazo, quedándose a su lado.
-Ya queda poco.- comentó. Se giró hacia el mapa que habían terminado llevándose y señaló la parte trasera de la isla.- Al final atracaremos aquí, ¿no es así? De esta forma podemos entrar a Ur’ Tuban por uno de los accesos menores de los agricultores y leñadores, en lugar de por la puerta principal. Llamaremos menos la atención.
Sin embargo, todavía tenían que llegar. No solo eso, sino que tenían que recorrer media isla hasta llegar allí y mezclarse con la gente sin resaltar demasiado. Pero estaba lista.
Sus armas estaban afiladas y en su sitio, ocultas por ropas de colores terrosos y tejido ligeramente áspero. Llevaba el pelo recogido en una coleta adornada con trenzas y una capucha a la espalda, a la espera de necesitarla. Estaba igual de guapa que siempre, pero la luz en sus ojos por una vez no hablaba de seducción. Hablaba de honor, de respeto y de temor. El que la gente debería tenerle, porque no se detendría ante nada con tal de conseguir sus objetivos. Caminaba con el porte de una reina y aunque desaparecería en el momento en el que tuviera que hacerse pasar por otra, en ese instante era imposible pasarlo por alto. Era parte de ella y, por fin, lo abrazaba. Le guiñó un ojo al dragón, dedicándole otra pequeña sonrisa.
-No saben lo que les va a caer encima.
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Siempre había sentido un miedo reverencial hacia los submarinos. En última instancia, con alguna que otra medida de seguridad, eran una suerte de símil a una lata que se iba hundiendo en el agua. Aunque tenía cierto control sobre cuánto, cómo y a qué velocidad podía sumergirse, entrar en él siempre implicaba una misma consecuencia: Acabar rodeado de agua. No como en su barco, sino por todas partes, a un mínimo accidente de que esta penetrase el casco y convirtiese el vehículo en una tumba subacuática. "Improbable", solía pensar, pero posible al fin y al cabo; una roca que los sensores no detectasen, un cambio de presión espontáneo, una bolsa de aire repentina o un rey marino eran unas pocas de las amenazas que enfrentaban bajo el mar, y era suficiente una de ellas, así como un fallo en el sistema de navegación o en los depósitos de aire, para que todo acabase en un instante.
Sin embargo, amaba esos viajes con la misma intensidad que los temía. De niño había nadado entre los peces, buceado hasta casi perder el sentido y soñado con pasar toda su vida descubriendo lo que el mar tenía que ofrecer. Aún en esos días, más de veinte años después y toda una vida a sus espaldas, seguía adorando pasar horas y horas mirando por los ojos de buey, o por los grandes ventanales del puente de mando, cómo el mar avanzaba delante de sus ojos; cómo mudaba y evolucionaba. No era experto en fauna acuática, pero fijándose bien podía apreciar los cambios en tonalidad y forma de las algas, así como percibir en los grandes bancos de peces diferencias sutiles que evidenciaban una especie distinta a la que se podría haber cruzado momentos antes.
Pero esos días apenas había mirado por los cristales.
Viajar acompañado tenía un curioso efecto sobre la travesía: Por momentos perdía su significado, o como mínimo su sentido. No iban de un lugar a otro; el tiempo ahí encerrados no era un paréntesis entre el vacío y la nada... O, tal vez, sí lo fuese. A medida que pasaba tiempo con Aki no podía evitar centrarse más y más en su presencia, en su esencia; en que estaba y no se iba a ir. Físicamente no podía, claro, pero si había entrado... Era porque no quería, al menos no en un futuro inmediato. Desde la primera noche de cariño sosegado, hasta las últimas horas de pasión desenfrenada antes de penetrar las aguas cálidas de Samirn habían estado juntos, más tiempo que el que habían pasado ya y menos del que todavía les quedaba por estar. Seguramente no fuese el único que se lo había planteado; seguramente no fuese el único que, aun así, no quería planteárselo.
Repasaron su plan una vez más, o lo que habían planificado. A lo largo del tiempo, si bien las intenciones estaban claras, las acciones se habían retorcido y entrelazado hasta fundirse lentamente; no era un paréntesis entre el vacío y la nada, claro, pero sí era el ruido antes de un silencio que no sabían cuánto iba a durar. Ninguno de los dos quería, por mucho que importase la misión que tenían por delante, arrepentirse si algo salía mal y aquella pausa se convertía en un final. Suspiró.
- Se dice norte -contestó, con una sonrisa, alabando las nociones de orientación de la pirata-. Atracaremos en el norte, entre los bosques, y de ahí descenderemos hacia el este para entrar en la ciudad discretamente. Menos mal que al final compramos camisas de cuadros.
Odiaba con todo su corazón las camisas de cuadros, y no pudo evitar decir esas últimas palabras con sucinto rencor. Si bien Aki había pagado, seguía sin tener derecho a someterlo a semejante vejación. Aun así, tenía razón en que era lo más coherente de cara a una coartada y a entrad discretamente en el lugar, aunque no dejaba de pensar que, por cómo hablaba de él, todos los habitantes debían conocerse entre ellos. Una población arraigada y sedentaria, con poco aprecio a los extranjeros... No le hacía demasiada gracia entrar ahí sin tener especial cuidado.
En cualquier caso, cerca o lejos, aún faltaba para atracar, y quedaban cosas por hacer.
Guio a Aki a través del submarino, hasta el dormitorio. Aún olía a ellos. Cogida de la mano la llevó hasta el modesto vestidor -en comparación con el de la cueva, al menos- donde guardaba su ropa de viaje. La mayoría era fresca, o de entretiempo, con algún que otro abrigo invernal. Sin embargo, tenía un par de cosas que a lo mejor podían venirle bien en el futuro. No tenía claro si quería dárselas, o si quería que llevara una parte de él consigo, pero extendió delante de ella dos sudaderas enormes... Bueno, de su talla. Para Aki eran más bien un vestido, o camisón. Ya no recordaba cuándo las había mandado hacer, pero sí que nunca se las había puesto.
- La negra te estiliza -dijo-. La blanca, sin embargo... Pega con tus ojos. ¿Cuál te gusta más?
Tenían tiempo; gastarlo en vestir a Aki con su ropa era un pasatiempo como otro cualquiera. Probablemente mejor.
Sin embargo, amaba esos viajes con la misma intensidad que los temía. De niño había nadado entre los peces, buceado hasta casi perder el sentido y soñado con pasar toda su vida descubriendo lo que el mar tenía que ofrecer. Aún en esos días, más de veinte años después y toda una vida a sus espaldas, seguía adorando pasar horas y horas mirando por los ojos de buey, o por los grandes ventanales del puente de mando, cómo el mar avanzaba delante de sus ojos; cómo mudaba y evolucionaba. No era experto en fauna acuática, pero fijándose bien podía apreciar los cambios en tonalidad y forma de las algas, así como percibir en los grandes bancos de peces diferencias sutiles que evidenciaban una especie distinta a la que se podría haber cruzado momentos antes.
Pero esos días apenas había mirado por los cristales.
Viajar acompañado tenía un curioso efecto sobre la travesía: Por momentos perdía su significado, o como mínimo su sentido. No iban de un lugar a otro; el tiempo ahí encerrados no era un paréntesis entre el vacío y la nada... O, tal vez, sí lo fuese. A medida que pasaba tiempo con Aki no podía evitar centrarse más y más en su presencia, en su esencia; en que estaba y no se iba a ir. Físicamente no podía, claro, pero si había entrado... Era porque no quería, al menos no en un futuro inmediato. Desde la primera noche de cariño sosegado, hasta las últimas horas de pasión desenfrenada antes de penetrar las aguas cálidas de Samirn habían estado juntos, más tiempo que el que habían pasado ya y menos del que todavía les quedaba por estar. Seguramente no fuese el único que se lo había planteado; seguramente no fuese el único que, aun así, no quería planteárselo.
Repasaron su plan una vez más, o lo que habían planificado. A lo largo del tiempo, si bien las intenciones estaban claras, las acciones se habían retorcido y entrelazado hasta fundirse lentamente; no era un paréntesis entre el vacío y la nada, claro, pero sí era el ruido antes de un silencio que no sabían cuánto iba a durar. Ninguno de los dos quería, por mucho que importase la misión que tenían por delante, arrepentirse si algo salía mal y aquella pausa se convertía en un final. Suspiró.
- Se dice norte -contestó, con una sonrisa, alabando las nociones de orientación de la pirata-. Atracaremos en el norte, entre los bosques, y de ahí descenderemos hacia el este para entrar en la ciudad discretamente. Menos mal que al final compramos camisas de cuadros.
Odiaba con todo su corazón las camisas de cuadros, y no pudo evitar decir esas últimas palabras con sucinto rencor. Si bien Aki había pagado, seguía sin tener derecho a someterlo a semejante vejación. Aun así, tenía razón en que era lo más coherente de cara a una coartada y a entrad discretamente en el lugar, aunque no dejaba de pensar que, por cómo hablaba de él, todos los habitantes debían conocerse entre ellos. Una población arraigada y sedentaria, con poco aprecio a los extranjeros... No le hacía demasiada gracia entrar ahí sin tener especial cuidado.
En cualquier caso, cerca o lejos, aún faltaba para atracar, y quedaban cosas por hacer.
Guio a Aki a través del submarino, hasta el dormitorio. Aún olía a ellos. Cogida de la mano la llevó hasta el modesto vestidor -en comparación con el de la cueva, al menos- donde guardaba su ropa de viaje. La mayoría era fresca, o de entretiempo, con algún que otro abrigo invernal. Sin embargo, tenía un par de cosas que a lo mejor podían venirle bien en el futuro. No tenía claro si quería dárselas, o si quería que llevara una parte de él consigo, pero extendió delante de ella dos sudaderas enormes... Bueno, de su talla. Para Aki eran más bien un vestido, o camisón. Ya no recordaba cuándo las había mandado hacer, pero sí que nunca se las había puesto.
- La negra te estiliza -dijo-. La blanca, sin embargo... Pega con tus ojos. ¿Cuál te gusta más?
Tenían tiempo; gastarlo en vestir a Aki con su ropa era un pasatiempo como otro cualquiera. Probablemente mejor.
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Puso los ojos en blanco por un momento, sin dejar de sonreír. De acuerdo, norte. Norte y luego este. ¿Qué importaba? Iba a acabar guiándose por los árboles o cualquier otra cosa. La orientación no era lo suyo, pero tampoco estaría viva de no tener algún que otro truco bajo la manga. Además, era Samirn. Le habría gustado decir que la conocía como la palma de su mano, pero lo cierto era que la parte trasera; la parte norte de la isla, le era un tanto extraña. Estaba en su mayor parte inexplorada y nunca había tenido razones para adentrarse en ella. Por otro lado, estaba convencida de que no tenía mucho más que bosques y quizá alguna cueva. Y dado que su plan pasaba por dirigirse en seguida hacia la civilización…
Sus pensamientos se detuvieron cuando Dexter le cogió la mano para guiarla por el submarino de vuelta al dormitorio. Se quedó mirando sus manos entrelazadas por un segundo. Le gustaba la estampa. Quería recordarla.
Llegaron en seguida. Eran las ventajas de que el espacio fuera tan pequeño en comparación con el mundo exterior. No tenía muy claro por qué le había hecho ir allí,así que se quedó observando con curiosidad mientras él rebuscaba en el armario.
Sus ojos se abrieron al ver las dos sudaderas. Sonrió como una niña pequeña y cogió la blanca. Tras pensar un momento, cogió la negra y se quedó mirando ambas en sus manos.
-Quiero las dos.- Dijo sin dudar.- ¿Son tuyas? Gracias…
Las observó con cariño unos segundos más antes de ensanchar su sonrisa y abandonar el vestidor para desvestirse. No había nada que él no hubiera visto ya, pero sería más bonito si le veía aparecer directamente con la ropa puesta. Nadie podía mantener la dignidad mientras luchaba por ponerse una sudadera enorme, eso era así.
Apareció casi en seguida, vestida con la sudadera blanca y radiante de felicidad. El pelo rojo se derramaba por ella y la pirata agitó un poco las mangas mientras soltaba una risita. Eran demasiado grandes para ella y abaniqueaban estúpida y adorablemente cuando las movía. Al final, dejó de hacer el idiota y se las remangó un poco, lo justo para poder agarrar con cuidado la cara de Dexter y darle un beso.
-Me encantan.
No sabía por qué le gustaban tanto. Eran sudaderas, realmente no solía ponérselas. Pero eran de él y se las había regalado. Y le quedaban enormes y eran calentitas. Y… bueno, a lo mejor sí tenía motivos para que le gustasen tanto. En cualquier caso, estaba contenta y eso era lo que importaba.
-Aún así… creo que las voy a dejar aquí mientras vamos. No quiero que les pase nada.
Se encogió de hombros, pero se la dejó puesta un rato más. Todavía tenían un poco de tiempo. Quería aprovechar cada minuto.
Sus pensamientos se detuvieron cuando Dexter le cogió la mano para guiarla por el submarino de vuelta al dormitorio. Se quedó mirando sus manos entrelazadas por un segundo. Le gustaba la estampa. Quería recordarla.
Llegaron en seguida. Eran las ventajas de que el espacio fuera tan pequeño en comparación con el mundo exterior. No tenía muy claro por qué le había hecho ir allí,así que se quedó observando con curiosidad mientras él rebuscaba en el armario.
Sus ojos se abrieron al ver las dos sudaderas. Sonrió como una niña pequeña y cogió la blanca. Tras pensar un momento, cogió la negra y se quedó mirando ambas en sus manos.
-Quiero las dos.- Dijo sin dudar.- ¿Son tuyas? Gracias…
Las observó con cariño unos segundos más antes de ensanchar su sonrisa y abandonar el vestidor para desvestirse. No había nada que él no hubiera visto ya, pero sería más bonito si le veía aparecer directamente con la ropa puesta. Nadie podía mantener la dignidad mientras luchaba por ponerse una sudadera enorme, eso era así.
Apareció casi en seguida, vestida con la sudadera blanca y radiante de felicidad. El pelo rojo se derramaba por ella y la pirata agitó un poco las mangas mientras soltaba una risita. Eran demasiado grandes para ella y abaniqueaban estúpida y adorablemente cuando las movía. Al final, dejó de hacer el idiota y se las remangó un poco, lo justo para poder agarrar con cuidado la cara de Dexter y darle un beso.
-Me encantan.
No sabía por qué le gustaban tanto. Eran sudaderas, realmente no solía ponérselas. Pero eran de él y se las había regalado. Y le quedaban enormes y eran calentitas. Y… bueno, a lo mejor sí tenía motivos para que le gustasen tanto. En cualquier caso, estaba contenta y eso era lo que importaba.
-Aún así… creo que las voy a dejar aquí mientras vamos. No quiero que les pase nada.
Se encogió de hombros, pero se la dejó puesta un rato más. Todavía tenían un poco de tiempo. Quería aprovechar cada minuto.
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Se encogió de hombros.
- Ahora son tuyas.
Seguía sin tener demasiado claro por qué se la estaba regalando. Asumió que "porque le apetecía" era un motivo tan válido como cualquier otro, y se limitó a respirar la nube de confusión que le causaba su cercanía mientras lo dejaba encerrado en el vestidor, usando la habitación para cambiarse. Estuvo a punto de protestar, pero tampoco le importaba tanto estar un rato escondido en el cambiador mientras ella usaba el dormitorio para desnudarse. Habría preguntado por qué, pero había demasiadas respuestas posibles y prefirió agradecer en silencio que se tomase tantas molestias para mantener "la magia" -si es que había algo más allá de pura química- ahorrando el lamentable espectáculo que cualquiera protagonizaba al ponerse una sudadera. Al fin y al cabo, uno podía desvestirse con total elegancia y erotismo, pero conseguir el mismo efecto mientras las extremidades se movían en círculos desacompasados y las articulaciones formaban figuras imposibles resultaba complicado.
También estaba la opción de que ella supiese, tan bien como él, que dos horas no serían suficiente. Tal vez huía de algo que no quería ver terminar tan pronto; quizá se estaba ahorrando el vacío de una separación precipitada, o era consciente de que resultaba cada vez más difícil alejarse. Podía ser que alejase la sensualidad por eso... O porque simplemente quería sorprenderle. Si esa era la intención, buscaba justo lo contrario: Plegar el tiempo bajo las sábanas, impregnar de su aroma cada pliegue de la ropa, hacer de ambos cada micra de tela.
- Ni siquiera tú puedes parecer sexy haciendo eso -respondió al verla jugar con las mangas, demasiado grandes para ella.
Pero no respondió. Habría dicho algo más, pero ella lo calló con un beso. Fue fugaz, pero aun así se sintió tan largo como cualquier otro, y Dexter trató de retenerla entre sus brazos para alargarlo todavía más. Sin embargo, la dejó ir. Era cierto que les quedaba poco tiempo, y desaprovecharlo en lugar de ultimar detalles era una idea pésima.
Y precisamente porque era pésima, quería hacerlo. No lo hizo, aun así; a duras penas, pero consiguió evitarlo. En lugar de aferrarla, se deslizó por el algodón blanco hasta recorrer sus brazos. Tomó sus manos con suavidad, por el dorso, sin dejar de mirarla en ningún momento. Podía ver el mar en ella, y el cielo de sus ojos reflejado en esos irises azules. Guio sus manos de vuelta hacia su cara, y se las colocó de nuevo donde estaban. No iban a estar mejor en ninguna parte. Él se acercó más, y recorrió el mismo camino de vuelta, deteniéndose en su cintura y acercándola lentamente, como si tuviese que enfrentar una fuerza masiva que los repelía. Sin embargo, no había ninguna fuerza, ni nada que pudiese alejarlos. La besó.
Precisamente, porque no era buena idea.
- Ahora son tuyas.
Seguía sin tener demasiado claro por qué se la estaba regalando. Asumió que "porque le apetecía" era un motivo tan válido como cualquier otro, y se limitó a respirar la nube de confusión que le causaba su cercanía mientras lo dejaba encerrado en el vestidor, usando la habitación para cambiarse. Estuvo a punto de protestar, pero tampoco le importaba tanto estar un rato escondido en el cambiador mientras ella usaba el dormitorio para desnudarse. Habría preguntado por qué, pero había demasiadas respuestas posibles y prefirió agradecer en silencio que se tomase tantas molestias para mantener "la magia" -si es que había algo más allá de pura química- ahorrando el lamentable espectáculo que cualquiera protagonizaba al ponerse una sudadera. Al fin y al cabo, uno podía desvestirse con total elegancia y erotismo, pero conseguir el mismo efecto mientras las extremidades se movían en círculos desacompasados y las articulaciones formaban figuras imposibles resultaba complicado.
También estaba la opción de que ella supiese, tan bien como él, que dos horas no serían suficiente. Tal vez huía de algo que no quería ver terminar tan pronto; quizá se estaba ahorrando el vacío de una separación precipitada, o era consciente de que resultaba cada vez más difícil alejarse. Podía ser que alejase la sensualidad por eso... O porque simplemente quería sorprenderle. Si esa era la intención, buscaba justo lo contrario: Plegar el tiempo bajo las sábanas, impregnar de su aroma cada pliegue de la ropa, hacer de ambos cada micra de tela.
- Ni siquiera tú puedes parecer sexy haciendo eso -respondió al verla jugar con las mangas, demasiado grandes para ella.
Pero no respondió. Habría dicho algo más, pero ella lo calló con un beso. Fue fugaz, pero aun así se sintió tan largo como cualquier otro, y Dexter trató de retenerla entre sus brazos para alargarlo todavía más. Sin embargo, la dejó ir. Era cierto que les quedaba poco tiempo, y desaprovecharlo en lugar de ultimar detalles era una idea pésima.
Y precisamente porque era pésima, quería hacerlo. No lo hizo, aun así; a duras penas, pero consiguió evitarlo. En lugar de aferrarla, se deslizó por el algodón blanco hasta recorrer sus brazos. Tomó sus manos con suavidad, por el dorso, sin dejar de mirarla en ningún momento. Podía ver el mar en ella, y el cielo de sus ojos reflejado en esos irises azules. Guio sus manos de vuelta hacia su cara, y se las colocó de nuevo donde estaban. No iban a estar mejor en ninguna parte. Él se acercó más, y recorrió el mismo camino de vuelta, deteniéndose en su cintura y acercándola lentamente, como si tuviese que enfrentar una fuerza masiva que los repelía. Sin embargo, no había ninguna fuerza, ni nada que pudiese alejarlos. La besó.
Precisamente, porque no era buena idea.
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Su sonrisa se afiló como la de un travieso diablillo, antes de besarle:
-No lo parezco solo porque no lo estoy intentando.
Dos horas. Solo quedaban dos horas. Podían gastarlas en hacerse a la idea o podía regresar a su regazo una vez más. Él parecía tener bastante claro lo que escogía y ella no tardó en sucumbir a la tentación. Estaba en su naturaleza, habrían dicho algunos, pero lo cierto es que era muy consciente de estarlo eligiendo cuando le tomó con delicadeza de la mano y le arrastró hasta las sábanas una vez más.
No le perdió de vista en ningún momento. Se aseguró de que cada caricia y cada beso quedaran impregnados en su piel. Si les vencían, encarcelaban, si salían victoriosos o si el mar se convertía en su tumba; el recuerdo de cada momento estaría con ella hasta el final. Y quería regalarle lo mismo a él. No tenía palabras, pero sus manos llevaban el mensaje con sorprendente agilidad y certeza.
Cuando sonó la alarma, le descubrió todavía acurrucada junto a él, intentando negarse a abrir los ojos. Desgraciadamente, la responsabilidad pudo más. Una mirada,una sonrisa de disculpa, un beso en la mejilla y de repente ambos se estaban vistiendo.
Dobló con sumo cuidado la sudadera y, tratando de que no la viera, la abrazó una vez más antes de dejarla con la otra a buen recaudo. Volvería a por ella.
El tintineo de los cuchillos cuando deslizó las ligas una vez más por sus piernas pareció atraerla al presente de forma inevitable. Hizo un mohín de disgusto, pero terminó de armarse y peinarse sin protestar. Lo había elegido ella misma, no tenía sentido lamentarse. Se hizo un recogido bajo, dejando la mitad de la melena suelta. Se cubrió con su capa y, antes de lo que le gustaría, estuvo lista y el submarino perfectamente atracado.
Subió la primera las escaleras, pero antes de abrir la escotilla se detuvo y miró abajo, a Dexter. Sonrió una vez más.
-Volveremos.
No había nada más que decir. Era todo lo que quería y quería que él lo supiera. Pero ahora, por desgracia, era el momento de actuar.
La playa estaba, comprensiblemente, vacía. Justo como había vaticinado, esa parte de la isla parecía completamente virgen e inexplorada. Los árboles les esperaban a lo lejos y aunque creía que sabía cuál era el camino a seguir, aguardó a Dexter antes de echar a caminar. No se había equivocado por mucho, pero al final la diferencia entre parte trasera y norte les había evitado un rodeo interesante. Se lo agradeció, claro. Era orgullosa, pero también práctica.
-Supongo que no tardaremos mucho en llegar a los campamentos de los leñadores. Igual deberíamos pensar en una historia. Sino… a lo mejor podemos rodearlos y mezclarnos con ellos cuando entren a la ciudad al atardecer.
No tenía claro cuál de las posibilidades era menos arriesgada. Pero alguna escogerían y antes de lo que parecía estarían en el corazón de Samirn. El corazón de la pirata se agitó en su pecho, pero su paso no flaqueó. No importaban las dificultades. Las sortearían todas.
-Quizá puedas hacerte pasar por leñador. Diremos que te estoy acompañando por el día o algo por el estilo.
Su hermana, su amiga, hija quizás ya era pasarse. Parecía joven, habría podido dar el pego con un ajuste en la actitud, pero prefería evitarlo de ser posible. Había muchos motes cariñosos que explorar; ese era uno que iba a ahorrarse sin darle ni una sola posibilidad.
-No lo parezco solo porque no lo estoy intentando.
Dos horas. Solo quedaban dos horas. Podían gastarlas en hacerse a la idea o podía regresar a su regazo una vez más. Él parecía tener bastante claro lo que escogía y ella no tardó en sucumbir a la tentación. Estaba en su naturaleza, habrían dicho algunos, pero lo cierto es que era muy consciente de estarlo eligiendo cuando le tomó con delicadeza de la mano y le arrastró hasta las sábanas una vez más.
No le perdió de vista en ningún momento. Se aseguró de que cada caricia y cada beso quedaran impregnados en su piel. Si les vencían, encarcelaban, si salían victoriosos o si el mar se convertía en su tumba; el recuerdo de cada momento estaría con ella hasta el final. Y quería regalarle lo mismo a él. No tenía palabras, pero sus manos llevaban el mensaje con sorprendente agilidad y certeza.
Cuando sonó la alarma, le descubrió todavía acurrucada junto a él, intentando negarse a abrir los ojos. Desgraciadamente, la responsabilidad pudo más. Una mirada,una sonrisa de disculpa, un beso en la mejilla y de repente ambos se estaban vistiendo.
Dobló con sumo cuidado la sudadera y, tratando de que no la viera, la abrazó una vez más antes de dejarla con la otra a buen recaudo. Volvería a por ella.
El tintineo de los cuchillos cuando deslizó las ligas una vez más por sus piernas pareció atraerla al presente de forma inevitable. Hizo un mohín de disgusto, pero terminó de armarse y peinarse sin protestar. Lo había elegido ella misma, no tenía sentido lamentarse. Se hizo un recogido bajo, dejando la mitad de la melena suelta. Se cubrió con su capa y, antes de lo que le gustaría, estuvo lista y el submarino perfectamente atracado.
Subió la primera las escaleras, pero antes de abrir la escotilla se detuvo y miró abajo, a Dexter. Sonrió una vez más.
-Volveremos.
No había nada más que decir. Era todo lo que quería y quería que él lo supiera. Pero ahora, por desgracia, era el momento de actuar.
La playa estaba, comprensiblemente, vacía. Justo como había vaticinado, esa parte de la isla parecía completamente virgen e inexplorada. Los árboles les esperaban a lo lejos y aunque creía que sabía cuál era el camino a seguir, aguardó a Dexter antes de echar a caminar. No se había equivocado por mucho, pero al final la diferencia entre parte trasera y norte les había evitado un rodeo interesante. Se lo agradeció, claro. Era orgullosa, pero también práctica.
-Supongo que no tardaremos mucho en llegar a los campamentos de los leñadores. Igual deberíamos pensar en una historia. Sino… a lo mejor podemos rodearlos y mezclarnos con ellos cuando entren a la ciudad al atardecer.
No tenía claro cuál de las posibilidades era menos arriesgada. Pero alguna escogerían y antes de lo que parecía estarían en el corazón de Samirn. El corazón de la pirata se agitó en su pecho, pero su paso no flaqueó. No importaban las dificultades. Las sortearían todas.
-Quizá puedas hacerte pasar por leñador. Diremos que te estoy acompañando por el día o algo por el estilo.
Su hermana, su amiga, hija quizás ya era pasarse. Parecía joven, habría podido dar el pego con un ajuste en la actitud, pero prefería evitarlo de ser posible. Había muchos motes cariñosos que explorar; ese era uno que iba a ahorrarse sin darle ni una sola posibilidad.
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A veces una mala idea podía convertirse en una muy buena. En base a errores se había descubierto la fermentación, imprescindible para el queso o el vino, y accidentalmente se habían observado fenómenos tan aparentemente triviales como la gravedad, o la refracción de la luz. Besar a Aki era una mala idea porque perdían tiempo de planificar, de prepararse, de entrar en el estado psicológico necesario para acometer su tarea... Y porque, por mucho que fuesen potencialmente incansables, no había fortaleza mental que evitase caer rendidos cuando todo terminaba, baldados y jadeando sin entender muy bien por qué. Sin embargo, se volvía una idea espectacular no solo por las caricias posteriores, ni por todo lo que llegaba después; era una despedida que, aun difícil, le recordaba por qué debían volver a cualquier precio. Odiaría que algo que ni tan siquiera había empezado se desvaneciese en el aire tan fácilmente. Por otro lado, era una idea genial porque ese tiempo, por fugaz que fuera, hacía todo más sencillo. Curioso, complicado y también raro, pero sencillo, al fin y al cabo.
Cuando las alarmas de atraque sonaron Dexter se vistió rápidamente. Camiseta interior blanca, camisa de cuadros negra y una gastados pantalones vaqueros de calidad media-baja. Casi no se reconocía en el espejo, o más bien no se quería reconocer, así que agachó la cabeza mientras se calzaba unas zapatillas blancas de tela, incómodas para estar mucho rato caminando pero que al menos no llamarían la atención como sus zapatos buenos. Para ocultar sus armas generó una ilusión que lo recubría: Nadie era un bastón de combate de madera, algo ajado; el Filo era una espada normal en vaina decorada, y sus brazaletes aparentaron ser pulseras que se extendían desde la muñeca hasta la mitad del antebrazo. Las cosas que normalmente llevaba al cinturón fueron ordenadamente guardadas en una mochila, y para cubrir su cabello y rostro se polimorfó en una versión peliazul de sí mismo, añadiéndose una poblada barba -la que necesitaría un par de meses para hacer crecer normalmente-. Bien arreglada, eso sí, y se trenzó el cabello cuidadosamente como el día que había visitado el Loreley. No lucía tanto sin su melena a dos tonos, pero... Pero lo deshizo, sustituyéndolo por una trenza normal, con leves desperfectos y algún que otro eslabón mal hecho. Nada que quedara feo, pero sí lo más ordinario que pudo.
- Espero que con esto sea suficiente -comentó, mirándose una vez más al espejo, y siguió a Aki por la escotilla.
Como Aki había predicho, la playa estaba vacía. Tampoco encontraba ningún signo que denotase una mínima presencia humana en los alrededores, lo cual era bueno. Si no recordaba mal el mapa debían dirigirse hacia el este -la izquierda, dado que sus ojos miraban al sur-, donde tras varios kilómetros de bosque probablemente casi tan denso como Dangerous llegarían a la zona de tala y, unos cientos de metros más allá, los campamentos de leñadores -tal como explicaba ella, de hecho-.
Hacerse pasar por leñador seguía siendo su mejor opción, pero había un problema en el que no había caído hasta el momento. A no ser que la pelirroja desease perder un tiempo valioso yendo y viniendo del submarino cada día, necesitaban un cuartel general en el que aposentarse. Si fuese una taberna tendrían problemas porque, entre otras cosas, habían llegado de ninguna parte, y si allanaban una propiedad tendrían problemas bastante serios. Incluso si Aki pudiese usar sus poderes sobre una persona para asegurar que tuviesen un techo, nada aseguraba que no fuesen a llamar la atención enormemente. Necesitaban aliados.
- ¿Hay alguien que te deba un favor en la isla? -Aún no habían salido del bosque cuando lanzó la pregunta-. Si tienes algún sitio que conozcas donde poder refugiarnos puede valer también.
Siguió caminando hacia el exterior del bosque. Por desgracia, él no conocía a nadie dentro de Samirn -dejando de lado lo obvio-, por lo que difícilmente podría ser de ayuda en eso. Tampoco quería parecer pesimista, así que trató de aportar las ideas de la forma más pragmática posible. Al fin y al cabo, hasta que pudiesen ponerse manos a la obra y conociese más o menos bien las calles de Turban, no daría demasiado. Aun así se le ocurrió una tercera opción, pero como no le agradaba optó por quedársela de momento. Si era necesario lo haría, pero si no... No.
Cuando las alarmas de atraque sonaron Dexter se vistió rápidamente. Camiseta interior blanca, camisa de cuadros negra y una gastados pantalones vaqueros de calidad media-baja. Casi no se reconocía en el espejo, o más bien no se quería reconocer, así que agachó la cabeza mientras se calzaba unas zapatillas blancas de tela, incómodas para estar mucho rato caminando pero que al menos no llamarían la atención como sus zapatos buenos. Para ocultar sus armas generó una ilusión que lo recubría: Nadie era un bastón de combate de madera, algo ajado; el Filo era una espada normal en vaina decorada, y sus brazaletes aparentaron ser pulseras que se extendían desde la muñeca hasta la mitad del antebrazo. Las cosas que normalmente llevaba al cinturón fueron ordenadamente guardadas en una mochila, y para cubrir su cabello y rostro se polimorfó en una versión peliazul de sí mismo, añadiéndose una poblada barba -la que necesitaría un par de meses para hacer crecer normalmente-. Bien arreglada, eso sí, y se trenzó el cabello cuidadosamente como el día que había visitado el Loreley. No lucía tanto sin su melena a dos tonos, pero... Pero lo deshizo, sustituyéndolo por una trenza normal, con leves desperfectos y algún que otro eslabón mal hecho. Nada que quedara feo, pero sí lo más ordinario que pudo.
- Espero que con esto sea suficiente -comentó, mirándose una vez más al espejo, y siguió a Aki por la escotilla.
Como Aki había predicho, la playa estaba vacía. Tampoco encontraba ningún signo que denotase una mínima presencia humana en los alrededores, lo cual era bueno. Si no recordaba mal el mapa debían dirigirse hacia el este -la izquierda, dado que sus ojos miraban al sur-, donde tras varios kilómetros de bosque probablemente casi tan denso como Dangerous llegarían a la zona de tala y, unos cientos de metros más allá, los campamentos de leñadores -tal como explicaba ella, de hecho-.
Hacerse pasar por leñador seguía siendo su mejor opción, pero había un problema en el que no había caído hasta el momento. A no ser que la pelirroja desease perder un tiempo valioso yendo y viniendo del submarino cada día, necesitaban un cuartel general en el que aposentarse. Si fuese una taberna tendrían problemas porque, entre otras cosas, habían llegado de ninguna parte, y si allanaban una propiedad tendrían problemas bastante serios. Incluso si Aki pudiese usar sus poderes sobre una persona para asegurar que tuviesen un techo, nada aseguraba que no fuesen a llamar la atención enormemente. Necesitaban aliados.
- ¿Hay alguien que te deba un favor en la isla? -Aún no habían salido del bosque cuando lanzó la pregunta-. Si tienes algún sitio que conozcas donde poder refugiarnos puede valer también.
Siguió caminando hacia el exterior del bosque. Por desgracia, él no conocía a nadie dentro de Samirn -dejando de lado lo obvio-, por lo que difícilmente podría ser de ayuda en eso. Tampoco quería parecer pesimista, así que trató de aportar las ideas de la forma más pragmática posible. Al fin y al cabo, hasta que pudiesen ponerse manos a la obra y conociese más o menos bien las calles de Turban, no daría demasiado. Aun así se le ocurrió una tercera opción, pero como no le agradaba optó por quedársela de momento. Si era necesario lo haría, pero si no... No.
Aki D. Arlia
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No vio los cambios que se había hecho Dexter hasta que posó los pies en la arena y se dio la vuelta. Le miró con genuina sorpresa, antes de sonreír con tranquilidad.
-Al principio me ha preocupado no reconocerte.- le dijo mientras se acercaba.- Pero lo cierto es que esos ojos son únicos. Por suerte para nosotros, aquí no han tenido el placer de conocerte.
Estaba… distinto, era la palabra. Habría dicho apagado y suponía que esa era la idea detrás de la transformación, pero de alguna forma, no le pegaba. Podía llevar ropa gastada y ciertamente de peor calidad que los trajes que también le quedaban, pero Aki podía verle en cada paso que daba. Y aunque sabía que iba a echar de menos su pelo original, tenía que reconocer que la barba y la trenza azul le quedaban francamente bien. Escondían su rostro, pero le bastaba con fijar la vista en el hermoso par de ojos que tenía para asegurarse de que era él. Sabía que incluso si se separaban, sería capaz de encontrarle en el medio de una multitud. Por otro lado, si llegaría o no para pasar desapercibidos, no estaba segura. Tendrían que averiguarlo.
-No me gusta hacer esto.- aclaró, antes de cerrar los ojos y oscurecer su pelo, volviéndolo del color de las nueces. Su cara se volvió un tanto más rellena y toda ella creció unos centímetros. Aprovechó para hacer menguar su busto unos centímetros, simplemente porque intuía que les ahorraría miradas innecesarias. Unas pocas, al menos.- Pero seguramente nos ayude.
No tenía sentido retrasarlo más. Quiso darle un último beso, pero se mordió la lengua. Prefería esperar a poder volver a ser ella misma. En lugar de eso simplemente dio una pequeña cabezada y comenzaron a caminar.
No tardaron demasiado en entrar al bosque y en cuestión de minutos la espesura se cernió sobre ellos. No era un problema, ambos sabían manejarse en entornos poco amables, pero hizo su paso un tanto más lento y no pasó mucho tiempo hasta que empezaron a hablar.
Aki esbozó una sonrisa un tanto traviesa al escuchar su pregunta. Tenía el nombre perfecto en mente. Todavía no entendía del todo cómo había logrado llegar y asentarse lo suficiente como para conseguirse una casa, pero el caso es que sabía de una vivienda que actualmente estaba vacía y esperándoles.
-Tengo que comprobarlo primero.- Comenzó. Había sabido de esa casa meses atrás y era mejor asegurarse que vender la liebre antes de cazarla. - Pero creo que podemos tener un sitio donde refugiarnos. Lo que no sé es hasta qué punto será discreto.- añadió, frunciendo el ceño.- ¿Te suena el nombre de Dark Satou?
Le explicó que hasta donde sabía tenía una casa en la isla, pero sabía bien que no era su residencia principal. No solía pasar por ahí, de hecho. Aunque eso no era extraño, la mayoría de veces que se lo había encontrado estaba en pleno viaje.
- Dudo que le moleste que se la cojamos prestada. Por otro lado, aunque sé donde está, nunca la he visto. Me sorprendió que se la construyera de cero, si te soy sincera. Prefiero examinarla antes de decidir, pero sino siempre podemos buscar un edificio vacío en un barrio de las afueras. No puedo garantizar que vaya a estar entero pero… al menos será un techo y cuatro paredes.
No tardaron en llegar al límite del bosque. La pirata le rozó el brazo con la mano para indicarle que parara. Frente a ellos había un claro artificial. Todavía había algunos tocones y la zona en general era grande, pero irregular. No se veía a nadie, pero los responsables de la deforestación debían de estar en las inmendaciones. A lo lejos, más allá de la parte talada, se alzaba un delgado hilo de humo. No alcanzaba a ver de dónde provenía.
-Un campamento, quizá una casa provisional. Parece un buen sitio para empezar, ¿no?
Sonrió algo nerviosa. Llegar a la ciudad sin alertar de su presencia era la parte más complicada. Por otro lado, cuanto antes empezaran… antes llegarían.
-Al principio me ha preocupado no reconocerte.- le dijo mientras se acercaba.- Pero lo cierto es que esos ojos son únicos. Por suerte para nosotros, aquí no han tenido el placer de conocerte.
Estaba… distinto, era la palabra. Habría dicho apagado y suponía que esa era la idea detrás de la transformación, pero de alguna forma, no le pegaba. Podía llevar ropa gastada y ciertamente de peor calidad que los trajes que también le quedaban, pero Aki podía verle en cada paso que daba. Y aunque sabía que iba a echar de menos su pelo original, tenía que reconocer que la barba y la trenza azul le quedaban francamente bien. Escondían su rostro, pero le bastaba con fijar la vista en el hermoso par de ojos que tenía para asegurarse de que era él. Sabía que incluso si se separaban, sería capaz de encontrarle en el medio de una multitud. Por otro lado, si llegaría o no para pasar desapercibidos, no estaba segura. Tendrían que averiguarlo.
-No me gusta hacer esto.- aclaró, antes de cerrar los ojos y oscurecer su pelo, volviéndolo del color de las nueces. Su cara se volvió un tanto más rellena y toda ella creció unos centímetros. Aprovechó para hacer menguar su busto unos centímetros, simplemente porque intuía que les ahorraría miradas innecesarias. Unas pocas, al menos.- Pero seguramente nos ayude.
No tenía sentido retrasarlo más. Quiso darle un último beso, pero se mordió la lengua. Prefería esperar a poder volver a ser ella misma. En lugar de eso simplemente dio una pequeña cabezada y comenzaron a caminar.
No tardaron demasiado en entrar al bosque y en cuestión de minutos la espesura se cernió sobre ellos. No era un problema, ambos sabían manejarse en entornos poco amables, pero hizo su paso un tanto más lento y no pasó mucho tiempo hasta que empezaron a hablar.
Aki esbozó una sonrisa un tanto traviesa al escuchar su pregunta. Tenía el nombre perfecto en mente. Todavía no entendía del todo cómo había logrado llegar y asentarse lo suficiente como para conseguirse una casa, pero el caso es que sabía de una vivienda que actualmente estaba vacía y esperándoles.
-Tengo que comprobarlo primero.- Comenzó. Había sabido de esa casa meses atrás y era mejor asegurarse que vender la liebre antes de cazarla. - Pero creo que podemos tener un sitio donde refugiarnos. Lo que no sé es hasta qué punto será discreto.- añadió, frunciendo el ceño.- ¿Te suena el nombre de Dark Satou?
Le explicó que hasta donde sabía tenía una casa en la isla, pero sabía bien que no era su residencia principal. No solía pasar por ahí, de hecho. Aunque eso no era extraño, la mayoría de veces que se lo había encontrado estaba en pleno viaje.
- Dudo que le moleste que se la cojamos prestada. Por otro lado, aunque sé donde está, nunca la he visto. Me sorprendió que se la construyera de cero, si te soy sincera. Prefiero examinarla antes de decidir, pero sino siempre podemos buscar un edificio vacío en un barrio de las afueras. No puedo garantizar que vaya a estar entero pero… al menos será un techo y cuatro paredes.
No tardaron en llegar al límite del bosque. La pirata le rozó el brazo con la mano para indicarle que parara. Frente a ellos había un claro artificial. Todavía había algunos tocones y la zona en general era grande, pero irregular. No se veía a nadie, pero los responsables de la deforestación debían de estar en las inmendaciones. A lo lejos, más allá de la parte talada, se alzaba un delgado hilo de humo. No alcanzaba a ver de dónde provenía.
-Un campamento, quizá una casa provisional. Parece un buen sitio para empezar, ¿no?
Sonrió algo nerviosa. Llegar a la ciudad sin alertar de su presencia era la parte más complicada. Por otro lado, cuanto antes empezaran… antes llegarían.
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El camino por el bosque se hizo un tanto extraño. Si bien iban juntos, ni Aki iba junto a Dexter ni la mujer que lo acompañaba a él era Aki. Podía parecerse, aun con la cara más redondeada y el cabello castaño, pero no era ella. Nunca terminaría de acostumbrarse a la extraña habilidad del cambio de forma, mucho menos a utilizarla, pero hacer la gimnasia mental de conocer a la persona su lado sin reconocerla simplemente lo superaba. Era una situación demasiado extraña y él tenía una mente demasiado cartesiana, a veces.
En cualquier caso, tras un rato avanzando dieron con un claro irregular, claramente artificial, que tuvieron a bien interpretar como la linde del bosque. No solo porque Aki, que seguramente esa zona ya le resultase familiar, lo dijese, sino porque, como bien apuntaba, una columna de humo indicaba inequívocamente civilización. Si era un refugio o un aserradero podría haber sido más discutible, aunque por el grosor de la humareda fuese lo que fuese no era producto de un proceso industrial pesado. Tampoco, si se fijaba en su color grisáceo más que hollín, respondía a los gases densos de la maquinaria. Lo que podía resultarle más perturbador, sin embargo, era que solo una y no más lo que le llamaba verdaderamente la atención. O solo había una persona o todo el mundo estaba junto alrededor de una misma hoguera; en ambos casos, tenía sus partes positivas pero también negativas.
- Siempre que escucho ese nombre me pongo nervioso -contestó-. ¿Qué se supone que hacía él aquí?
Desde que lo conocía, cada persona que se acercaba al viejo cazador de recompensas -ahora pirata, y desaparecido- acababa apartándose de su vida, fuese muerta o viva. Había pasado ya varias veces, y la última hacía muy poco tiempo. Tal vez no podía culparlo a él, pero sin duda era un mal presagio. No sabía si allanar su casa era lo más adecuado teniendo en cuenta las circunstancias, pero tampoco podía dejar que una superstición estúpida limitase su vida o redujese las probabilidades de éxito.
- Vale, no importa. Podemos usar su casa, siempre que él no esté. No quiero tener nada que ver con ese ser.
No era la persona más sigilosa del mundo, pero tenía sentido común. Concentró su Haki de observación en el entorno a su alrededor para ver cuánta gente podría haber en las inmediaciones, y marcó a Aki con la mano dónde se habían reunido cinco; también le señaló dónde otras tres estaban, seguramente, trabajando.
- Seguramente podamos evitar que nos vean, pero si hay un mínimo control en los puentes seguramente se darán cuenta de que no hemos salido por ahí. ¿Tienes algún plan para eso?
De todos modos no era como si realmente tuvieran que preocuparse demasiado. Desde el campamento maderero había aún unos kilómetros hasta dar con los campos, y de ahí más distancia aún hasta el acceso a la ciudad. Por eso, con cierta seguridad en sus pasos, jugó con la perspectiva de los pocos edificios y las pilas de árboles, así como con la distancia, dando un ligero rodeo que los acercaba a las faldas de la montaña, curiosamente empinadas. De hecho, podría haber comprendido por qué nadie llegaba a esas zonas teniendo en cuenta la verticalidad del lugar. Aun así, siguió caminando hasta los prados con cierta cautela.
- Tal vez deberíamos tomar prestada una carretilla y llevar algo, ¿no? -preguntó-. Para no parecer turistas, y eso.
Los campos representaban un entorno un tanto idílico, pero no pudo evitar pensar que iban a llamar enormemente la atención de las gentes que veía a lo lejos trabajando. Al fin y al cabo, ellos sí podían ser más o menos conscientes de quién pasaba o no por las zonas; también de quién lo hacía habitualmente y quién no. En cualquier caso, desechó la idea de empujar a Aki contra una bala de heno y le cedió con las manos el poder de decidir cómo debían hacer.
- Al fin y al cabo, si hemos venido antes de tiempo es para aprovechar. No deberíamos quedarnos esperando el atardecer.
En cualquier caso, tras un rato avanzando dieron con un claro irregular, claramente artificial, que tuvieron a bien interpretar como la linde del bosque. No solo porque Aki, que seguramente esa zona ya le resultase familiar, lo dijese, sino porque, como bien apuntaba, una columna de humo indicaba inequívocamente civilización. Si era un refugio o un aserradero podría haber sido más discutible, aunque por el grosor de la humareda fuese lo que fuese no era producto de un proceso industrial pesado. Tampoco, si se fijaba en su color grisáceo más que hollín, respondía a los gases densos de la maquinaria. Lo que podía resultarle más perturbador, sin embargo, era que solo una y no más lo que le llamaba verdaderamente la atención. O solo había una persona o todo el mundo estaba junto alrededor de una misma hoguera; en ambos casos, tenía sus partes positivas pero también negativas.
- Siempre que escucho ese nombre me pongo nervioso -contestó-. ¿Qué se supone que hacía él aquí?
Desde que lo conocía, cada persona que se acercaba al viejo cazador de recompensas -ahora pirata, y desaparecido- acababa apartándose de su vida, fuese muerta o viva. Había pasado ya varias veces, y la última hacía muy poco tiempo. Tal vez no podía culparlo a él, pero sin duda era un mal presagio. No sabía si allanar su casa era lo más adecuado teniendo en cuenta las circunstancias, pero tampoco podía dejar que una superstición estúpida limitase su vida o redujese las probabilidades de éxito.
- Vale, no importa. Podemos usar su casa, siempre que él no esté. No quiero tener nada que ver con ese ser.
No era la persona más sigilosa del mundo, pero tenía sentido común. Concentró su Haki de observación en el entorno a su alrededor para ver cuánta gente podría haber en las inmediaciones, y marcó a Aki con la mano dónde se habían reunido cinco; también le señaló dónde otras tres estaban, seguramente, trabajando.
- Seguramente podamos evitar que nos vean, pero si hay un mínimo control en los puentes seguramente se darán cuenta de que no hemos salido por ahí. ¿Tienes algún plan para eso?
De todos modos no era como si realmente tuvieran que preocuparse demasiado. Desde el campamento maderero había aún unos kilómetros hasta dar con los campos, y de ahí más distancia aún hasta el acceso a la ciudad. Por eso, con cierta seguridad en sus pasos, jugó con la perspectiva de los pocos edificios y las pilas de árboles, así como con la distancia, dando un ligero rodeo que los acercaba a las faldas de la montaña, curiosamente empinadas. De hecho, podría haber comprendido por qué nadie llegaba a esas zonas teniendo en cuenta la verticalidad del lugar. Aun así, siguió caminando hasta los prados con cierta cautela.
- Tal vez deberíamos tomar prestada una carretilla y llevar algo, ¿no? -preguntó-. Para no parecer turistas, y eso.
Los campos representaban un entorno un tanto idílico, pero no pudo evitar pensar que iban a llamar enormemente la atención de las gentes que veía a lo lejos trabajando. Al fin y al cabo, ellos sí podían ser más o menos conscientes de quién pasaba o no por las zonas; también de quién lo hacía habitualmente y quién no. En cualquier caso, desechó la idea de empujar a Aki contra una bala de heno y le cedió con las manos el poder de decidir cómo debían hacer.
- Al fin y al cabo, si hemos venido antes de tiempo es para aprovechar. No deberíamos quedarnos esperando el atardecer.
Aki D. Arlia
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Alzó una ceja. No sabía qué clase de respuesta esperaba, pero desde luego no una tan agresiva. No era tanto lo que le había dicho, sino el tono de angustia contenida. Quizá se lo estaba imaginando. En cualquier caso, que no le caía bien el pirata era un hecho y aunque le habría gustado conocer esa historia, se mordió la lengua. No era el momento y no iba a dejar que se distrajeran con recuerdos. Ninguna historia que provocara un él en ese tono tenía un final feliz.
-Sinceramente, no estoy segura.- dijo con algo de cautela.- Cuando me mencionó su paso por Samirn yo todavía no recordaba la isla y no se me ocurrió preguntar más. De aquella era simplemente otro lugar. Pero mientras nos sea útil… bienvenida sea.
Si necesitaba alguna confirmación de que realmente no era una historia para el presente, esa era. Ser, ni siquiera humano. Cada vez tenía más curiosidad. Reconocía que Dark no era precisamente la persona más racional o precavida del mundo, pero tanta animosidad le era extraña. Por otro lado… no es que le conociera precisamente bien. Hizo el apunte mental de preguntarle en otro momento. Si no era alguien en quien se pudiera confiar… tenía que saberlo.
De cualquier forma, no tuvo mucho tiempo de pensar en ello. No tardaron en encontrar gente y Dexter le señaló los dos grupos que había a no mucha distancia. Tres y cinco personas. Leñadores, seguramente. Frunció el ceño, pensando.
-No debería haber nadie vigilando los puentes. No quise entrar por la puerta principal para no llamar demasiado la atención, pero yendo por aquí… en principio no deberíamos tener problemas al entrar.
Tan pronto lo dijo, una oscura sospecha se cernió sobre ella. No tenía nada en lo que basarse para ello pero ¿y si Dexter tenía razón? ¿Y si los Hexarcas habían mandado a alguien a custodiar los accesos a la ciudad?
-… Quizá no debamos arriesgarnos, igualmente. Coge algo de leña, tengo un plan.
Aprovechó la linde del bosque para acercarse al primer grupo sin ser vista. En un visto y no visto, agarró una de las hachas y una carretilla. Arrancó la tela que decoraba el mango, haciéndola parecer vieja y gastada y se la tendió a Dexter con una sonrisa.
-Entraremos con los leñadores. Estos no, el grupo pequeño. Solo nos queda convencerles de que es hora de volver.
Unos minutos más de trajín entre los árboles y por fin, pudieron verles. Estaban afanados en talar un par de árboles y se turnaban para atacarlos. Sin dejar que le vieran, Aki se fijó en el primero. Era el más mayor de todos, barba ya casi gris y mirada cansada. La pirata no tardó en convertirse en una mujer mayor, de largo pelo rubio y algo encorvada. Miró el anillo que había aparecido en su mano con una pequeña sonrisa antes de negar con la cabeza. Ese no valía. El segundo hombre era algo más joven y de repente en lugar de Aki había un hombre bajito y pelirrojo. Volvió a negar con la cabeza; no estaba segura de saber vender esa mentira. El tercer hombre, sin embargo, resultó perfecto. Era el más joven de los tres y la mujer a la que más deseaba era incluso más joven que él. Bajita, de pelo oscuro y ojos verdes. Sonrió y le explicó a Dexter su plan.
-Le diré que tenía que hablar con él y salí a buscarle, pero que no le encontraba y di contigo por casualidad. Al describírtelo recordaste haberle visto trabajando aquí, así que me has traído. Para agradecerte le convenceré de que te acompañemos a casa y con algo de suerte, en un rato estaremos en la ciudad.
Sabía que su plan tenía muchos resquicios, que confiaba demasiado en el azar. Pero el deseo era algo poderoso y Aki sabía cómo lograr que funcionara a su favor. Le dedicó una pequeña sonrisa al dragón y salió de entre los árboles.
-¡Aquí estás! ¡Por fin! Llevo un buen rato buscándote, de no ser por este hombre no te habría encontrado nunca. Creí que te habías ido más al este… ¿podemos hablar?
Los tres hombres detuvieron su trabajo, viendo a la pareja de recién llegados con perplejidad. El más joven parpadeó con confusión, pero el reconocimiento no tardó en llegar a su cara. Esbozó una pequeña sonrisa y se puso colorado, incluso antes de que Aki comenzara a usar su akuma para tirar de él.
-Heri, ¿qué haces aquí? Creí que no íbamos a vernos hasta mañana.
-He cambiado de idea. Quería verte. ¿Vuelves conmigo? - Se giró y señaló a Dexter con la cabeza, sonriendo.- Quiero darle algo por su ayuda, creo que me habría perdido en el bosque de no ser por él y todavía tengo algo de pastel en casa. Podría darte un pedazo a ti también.
La confusión y la ilusión se batían en la cara del chico, pero al final asintió con una sonrisa un tanto bobalicona y saludó a Dexter efusivamente antes de empezar a recoger sus cosas para volver. En un momento de despiste, Aki se giró para guiñarle un ojo a Dexter.
Estaban en camino.
-Sinceramente, no estoy segura.- dijo con algo de cautela.- Cuando me mencionó su paso por Samirn yo todavía no recordaba la isla y no se me ocurrió preguntar más. De aquella era simplemente otro lugar. Pero mientras nos sea útil… bienvenida sea.
Si necesitaba alguna confirmación de que realmente no era una historia para el presente, esa era. Ser, ni siquiera humano. Cada vez tenía más curiosidad. Reconocía que Dark no era precisamente la persona más racional o precavida del mundo, pero tanta animosidad le era extraña. Por otro lado… no es que le conociera precisamente bien. Hizo el apunte mental de preguntarle en otro momento. Si no era alguien en quien se pudiera confiar… tenía que saberlo.
De cualquier forma, no tuvo mucho tiempo de pensar en ello. No tardaron en encontrar gente y Dexter le señaló los dos grupos que había a no mucha distancia. Tres y cinco personas. Leñadores, seguramente. Frunció el ceño, pensando.
-No debería haber nadie vigilando los puentes. No quise entrar por la puerta principal para no llamar demasiado la atención, pero yendo por aquí… en principio no deberíamos tener problemas al entrar.
Tan pronto lo dijo, una oscura sospecha se cernió sobre ella. No tenía nada en lo que basarse para ello pero ¿y si Dexter tenía razón? ¿Y si los Hexarcas habían mandado a alguien a custodiar los accesos a la ciudad?
-… Quizá no debamos arriesgarnos, igualmente. Coge algo de leña, tengo un plan.
Aprovechó la linde del bosque para acercarse al primer grupo sin ser vista. En un visto y no visto, agarró una de las hachas y una carretilla. Arrancó la tela que decoraba el mango, haciéndola parecer vieja y gastada y se la tendió a Dexter con una sonrisa.
-Entraremos con los leñadores. Estos no, el grupo pequeño. Solo nos queda convencerles de que es hora de volver.
Unos minutos más de trajín entre los árboles y por fin, pudieron verles. Estaban afanados en talar un par de árboles y se turnaban para atacarlos. Sin dejar que le vieran, Aki se fijó en el primero. Era el más mayor de todos, barba ya casi gris y mirada cansada. La pirata no tardó en convertirse en una mujer mayor, de largo pelo rubio y algo encorvada. Miró el anillo que había aparecido en su mano con una pequeña sonrisa antes de negar con la cabeza. Ese no valía. El segundo hombre era algo más joven y de repente en lugar de Aki había un hombre bajito y pelirrojo. Volvió a negar con la cabeza; no estaba segura de saber vender esa mentira. El tercer hombre, sin embargo, resultó perfecto. Era el más joven de los tres y la mujer a la que más deseaba era incluso más joven que él. Bajita, de pelo oscuro y ojos verdes. Sonrió y le explicó a Dexter su plan.
-Le diré que tenía que hablar con él y salí a buscarle, pero que no le encontraba y di contigo por casualidad. Al describírtelo recordaste haberle visto trabajando aquí, así que me has traído. Para agradecerte le convenceré de que te acompañemos a casa y con algo de suerte, en un rato estaremos en la ciudad.
Sabía que su plan tenía muchos resquicios, que confiaba demasiado en el azar. Pero el deseo era algo poderoso y Aki sabía cómo lograr que funcionara a su favor. Le dedicó una pequeña sonrisa al dragón y salió de entre los árboles.
-¡Aquí estás! ¡Por fin! Llevo un buen rato buscándote, de no ser por este hombre no te habría encontrado nunca. Creí que te habías ido más al este… ¿podemos hablar?
Los tres hombres detuvieron su trabajo, viendo a la pareja de recién llegados con perplejidad. El más joven parpadeó con confusión, pero el reconocimiento no tardó en llegar a su cara. Esbozó una pequeña sonrisa y se puso colorado, incluso antes de que Aki comenzara a usar su akuma para tirar de él.
-Heri, ¿qué haces aquí? Creí que no íbamos a vernos hasta mañana.
-He cambiado de idea. Quería verte. ¿Vuelves conmigo? - Se giró y señaló a Dexter con la cabeza, sonriendo.- Quiero darle algo por su ayuda, creo que me habría perdido en el bosque de no ser por él y todavía tengo algo de pastel en casa. Podría darte un pedazo a ti también.
La confusión y la ilusión se batían en la cara del chico, pero al final asintió con una sonrisa un tanto bobalicona y saludó a Dexter efusivamente antes de empezar a recoger sus cosas para volver. En un momento de despiste, Aki se giró para guiñarle un ojo a Dexter.
Estaban en camino.
Dexter Black
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En un principio Aki pareció no ver necesario tomar medidas de discreción, pero pareció cambiar de idea casi inmediatamente. Si bien Dexter no sabía nada de Samirn, entendía que la pirata había llegado a una conclusión similar a la suya. A esas alturas, de hecho, podía imaginar que tal vez en algún momento no habría habido necesidad de control estricto, o por lo menos que ella durante su época habría mantenido cierta laxitud en el control, pero una vez con el nuevo poder establecido en lo alto, era altamente probable que las cosas hubiesen cambiado de una forma o de otra. Tal vez no vigilasen cada movimiento, pero por cómo los había descrito era lógico pensar que hubiesen armado alguna suerte de guardia militar custodiando la isla; más aún sabiendo que las guerreras de Aki habían sido encerradas en algún lugar: No podrían haberlo hecho sin una fuerza ofensiva al menos igual de poderosa.
Afortunadamente Aki era una cabeza loca, pero no una cabeza hueca. Antes de que a él se le ocurriese una forma de pasar desapercibidos Aki ya había tomado un hacha entre las manos, le había arrancado la cobertura de tela al mango y le había ordenado recoger algo de madera mientras ella se "probaba" distintas apariencias. Habría cogido la carretilla de inmediato, pero en su lugar se quedó observando los cambios. Esa era la técnica que había utilizado contra él durante el torneo, la que había provocado su ira y la que, en última instancia, la había traído de vuelta. No supo si molestarse o disfrutar la ironía, pero mientras ella experimentaba no pudo evitar preguntarse qué sucedería si la usase sobre él de nuevo.
Aunque, en realidad, era difícil, para alguien que siempre tenía lo que deseaba, que dejase de desear lo único que nunca tuvo.
Intentando actuar como un leñador comenzó a talar uno de los árboles que había por ahí. Moduló su fuerza todo lo que pudo, claro, pero no pudo evitar ir tronzándolo más deprisa que los otros dos hombres juntos. Tal vez eso, sumado a la total falta de esfuerzo que demostraba, hacía que le mirasen demasiado los leñadores; sin embargo, se mantuvo todo lo concentrado que pudo hasta que el árbol cayó, empezando a retirar las ramas del tronco en lo que Aki iba siendo cariñosa con su señuelo.
- Bueno, pues esto ya está -comentó, pasándose el antebrazo por la frente, como si le hubiese costado. Había dejado sin ramas el tronco y se había encargado de retirar la mayor parte de la corteza-. Si podéis serrarlo vosotros yo me llevo la que tenéis en la carretilla.
Ninguno se opuso. El jovencito enamorado porque estaba enamorado, los otros dos porque había más leña ahí que en diez carros. Solo tenían que serrar hasta poder manejar las piezas, retirarle lo que hubiera en la parte de abajo y tendrían algo de dinero que malgastar en cualquier tontería. De ese modo se aseguraban de que, si bien podrían mencionar sobre el "tipo raro que había talado un árbol frente a ellos", pondrían muchas menos reticencias a que les robase el carro. Y eso era una victoria, al fin y al cabo.
Dejó el hacha tirada en la carretilla y pasó por debajo de la barra, preparándose para tirar. Fue una sorpresa descubrir que no usaban bueyes, o mulas, pero prefirió no decir nada al respecto. Simplemente avanzó junto a la parejita por el -no muy- agradable camino intentando contenerse cada vez que el mozuelo intentaba meter mano a Aki hasta que, finalmente, llegaron al puente.
No pudo evitar que un sonoro "woao" surgiese de su boca. No esperaba toparse con una aduana en medio de la propia isla. El edificio, de piedras negras y granates, se elevaba como una torre recta con un sinfín de andamios alrededor que se extendían hasta un par de cientos de metros, coincidiendo con el final de la zona tranquila del agua. Aparte, a los pies del edificio, al final del puente, había uno de esos guardias tan entrañables como molestos: tripa caída, mirada agotada, sonrisa de superioridad, traje de funcionario... Más operario que soldado, el hombre se ocupaba de asegurarse de que todo el que salía entraba y, lógicamente, de que todo el que entraba hubiese salido.
Aun así, Dexter no se amilanó y avanzó hacia el lugar. El hombre lo miró de arriba abajo con gesto suspicaz, revisando su agenda varias veces. Él se mantuvo a la espera, mirándolo desde arriba por la diferencia de altura, sin apenas parpadear.
- ¿Papeles?
- Aquí están.
- Perfecto, tenga muy buen día.
No se sentía muy orgulloso, pero la mayoría de funcionarios corruptos nunca reconocerían una negligencia de esa clase. En cierto modo era más seguro comprar su silencio haciéndolo cómplice que tratando de negociar con él. Aunque claro, eso podía ser mal visto por el "novio" de Aki. Tanto tenía, él solo quería llegar a casa de Dark cuanto antes.
Afortunadamente Aki era una cabeza loca, pero no una cabeza hueca. Antes de que a él se le ocurriese una forma de pasar desapercibidos Aki ya había tomado un hacha entre las manos, le había arrancado la cobertura de tela al mango y le había ordenado recoger algo de madera mientras ella se "probaba" distintas apariencias. Habría cogido la carretilla de inmediato, pero en su lugar se quedó observando los cambios. Esa era la técnica que había utilizado contra él durante el torneo, la que había provocado su ira y la que, en última instancia, la había traído de vuelta. No supo si molestarse o disfrutar la ironía, pero mientras ella experimentaba no pudo evitar preguntarse qué sucedería si la usase sobre él de nuevo.
Aunque, en realidad, era difícil, para alguien que siempre tenía lo que deseaba, que dejase de desear lo único que nunca tuvo.
Intentando actuar como un leñador comenzó a talar uno de los árboles que había por ahí. Moduló su fuerza todo lo que pudo, claro, pero no pudo evitar ir tronzándolo más deprisa que los otros dos hombres juntos. Tal vez eso, sumado a la total falta de esfuerzo que demostraba, hacía que le mirasen demasiado los leñadores; sin embargo, se mantuvo todo lo concentrado que pudo hasta que el árbol cayó, empezando a retirar las ramas del tronco en lo que Aki iba siendo cariñosa con su señuelo.
- Bueno, pues esto ya está -comentó, pasándose el antebrazo por la frente, como si le hubiese costado. Había dejado sin ramas el tronco y se había encargado de retirar la mayor parte de la corteza-. Si podéis serrarlo vosotros yo me llevo la que tenéis en la carretilla.
Ninguno se opuso. El jovencito enamorado porque estaba enamorado, los otros dos porque había más leña ahí que en diez carros. Solo tenían que serrar hasta poder manejar las piezas, retirarle lo que hubiera en la parte de abajo y tendrían algo de dinero que malgastar en cualquier tontería. De ese modo se aseguraban de que, si bien podrían mencionar sobre el "tipo raro que había talado un árbol frente a ellos", pondrían muchas menos reticencias a que les robase el carro. Y eso era una victoria, al fin y al cabo.
Dejó el hacha tirada en la carretilla y pasó por debajo de la barra, preparándose para tirar. Fue una sorpresa descubrir que no usaban bueyes, o mulas, pero prefirió no decir nada al respecto. Simplemente avanzó junto a la parejita por el -no muy- agradable camino intentando contenerse cada vez que el mozuelo intentaba meter mano a Aki hasta que, finalmente, llegaron al puente.
No pudo evitar que un sonoro "woao" surgiese de su boca. No esperaba toparse con una aduana en medio de la propia isla. El edificio, de piedras negras y granates, se elevaba como una torre recta con un sinfín de andamios alrededor que se extendían hasta un par de cientos de metros, coincidiendo con el final de la zona tranquila del agua. Aparte, a los pies del edificio, al final del puente, había uno de esos guardias tan entrañables como molestos: tripa caída, mirada agotada, sonrisa de superioridad, traje de funcionario... Más operario que soldado, el hombre se ocupaba de asegurarse de que todo el que salía entraba y, lógicamente, de que todo el que entraba hubiese salido.
Aun así, Dexter no se amilanó y avanzó hacia el lugar. El hombre lo miró de arriba abajo con gesto suspicaz, revisando su agenda varias veces. Él se mantuvo a la espera, mirándolo desde arriba por la diferencia de altura, sin apenas parpadear.
- ¿Papeles?
- Aquí están.
- Perfecto, tenga muy buen día.
No se sentía muy orgulloso, pero la mayoría de funcionarios corruptos nunca reconocerían una negligencia de esa clase. En cierto modo era más seguro comprar su silencio haciéndolo cómplice que tratando de negociar con él. Aunque claro, eso podía ser mal visto por el "novio" de Aki. Tanto tenía, él solo quería llegar a casa de Dark cuanto antes.
Aki D. Arlia
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Le costó no echarse a reír al girarse y ver a Dexter secándose un sudor que no existía con la mano. En el poco tiempo que le había llevado camelar al joven leñador él había tirado un árbol enorme al suelo y por las miradas del resto parecía que les acababa de regalar varias horas, sino días, de trabajo.
Vale, puede que en realidad sí que se riera, pero lo camufló con una pequeña tos y nadie se dio cuenta. Además, todavía no se acostumbraba a verle con barba. Le quedaba bien, pero le prefería como siempre. Con algo de suerte, cuando llegaran a casa de Dark, ambos podrían dejar caer las fachadas por unos minutos. Con suerte.
No tardaron en emprender camino hacia la ciudad. Fue bastante menos agradable de lo que había planeado, pues pese a que todo lo que quería era llegar cuando antes y deshacerse del joven, él tenía otros planes en mente. Y lejos de ser halagador, sus brazos de pulpo resultaban cansinos y un tanto agobiantes. Los desviaba con una sonrisa, sin embargo, haciendo acopio de toda la paciencia que podía. No podía desvelarse tan pronto. Por desgracia, la sonrisa duró poco.
El leñador le miró con extrañeza, preguntándole si le pasaba algo. Aki intentó sonreír un tanto tensa, diciéndole que se le había revuelto el estómago. Que quizá debería ir a casa cuanto antes. En realidad, todo lo que ocurría es que había visto la… aduana. Una aduana. Una aduana en mitad de su preciosa isla. Y encima, fea. Fea de narices. No pudo fruncir el ceño al ver el edificio negro y granate. De verdad, ¿quién estaba a cargo de esa cosa? ¿Y el imbécil que estaba custodiándola?
Respiró hondo. Prenderle llamas era mala idea, por no hablar de que realmente todo lo que haría sería mancharlo de hollín y dejarlo todavía más feo. Y explotarlo llamaría demasiado la atención. Tendría que quedarse ahí. De momento.
Se preguntó cómo iban a pasar, porque aunque el hombre no fuera un oponente decente, seguía estando ahí y lo ideal era convencerle de que efectivamente tenían que estar en la ciudad. Por suerte, Dexter parecía tener un plan y se adelantó. Con lo que no contaba era conque sobornase al guardia, pero en cuestión de minutos estaban cruzando el puente. Le siguieron, mientras el joven leñador se agachaba para susurrarle al oído:
-¿Dónde dices que te lo encontraste? Quizá deberíamos avisar a alguien. Creo que te ha ayudado para poder entrar en la ciudad.
Aki contuvo las ganas de apartarse y en su lugar esbozó una pequeña sonrisa.
-Cielo, eso no tiene sentido. Podría haber sobornado al guardia sin necesidad de ayudarme. Fijo que se ha dejado los papeles en casa. Además, ¿has visto la velocidad con que talaba? Creo que puede permitirse esto como pequeño gasto.
Tuvo que coincidir con ella, aunque estaba bastante claro que todavía no se fiaba. Le estuvo mirando con cierta inquina el resto del camino, pero pronto dio igual. Ur’ Tuban se alzaba gloriosa frente a ellos.
Entraron por una de las pequeñas puertas laterales, donde había otros dos guardias apostados. Parecían un tanto más serios que el primero y llevaban sendas lanzas, pero tras echarle un vistazo les dejaron pasar sin ponerles pegas. Dos leñadores y una joven, nada extraño. Acababan de pasar la aduana, además. Todo marchaba a pedir de boca.
Aki dejó que recorrieran un par de calles antes de poner en marcha la parte final de su pequeño plan.
-Sabes, creo que me ha cogido demasiado el sol. Me duele la cabeza una barbaridad. Voy a adelantarme hasta casa y ya hablaremos mejor, ¿de acuerdo? ¡Adiós!
Y así, sin más, desapareció de la vista del joven por una calle, a todo correr. Se metió en un portal y regresó a su físico de Lysbeth, justo a tiempo para salir y cruzarse con el chico. Le dedicó una pequeña sonrisa pero, evidentemente, no la reconoció. Ideal. Regresó a la calle anterior en busca de Dexter, mientras se cubría con la capucha de la ropa que llevaba. Solo por si acaso. Le dedicó una sonrisa, esta vez grande y feliz, antes de abrir los brazos:
-Bienvenido a Ur’Tuban.
Estaban en un rincón francamente bonito de la ciudad. No eran los barrios más pobres ni los más ricos, pero las casas medianas de uno y dos pisos construidas en tonos tierra eran encantadoras. Había alguna que otra planta en la calle y algunos niños jugaban en una intersección con caballitos de madera. Era un buen día. O al menos, lo parecía a simple vista. En cuanto empezabas a fijarte, los problemas comenzaban a surgir. Los niños estaban sucios, vestidos con ropa vieja. No había adultos vigilándolos, ni de cerca ni de lejos. Todas las puertas y ventanas estaban cerradas a cal y canto y no se oía el trajín propio de las ciudades. Tan solo silencio y rumores.
Intuía, o al menos esperaba, que no sería así en todas partes. Que en los mercados y talleres todavía quedaría vida y alegría. No tenía claro qué estaba mal exactamente, pero le dolía ver a su querida ciudad tan extraña. Miró a Dexter con una mezcla de vergüenza y pena.
-¿Qué te parece?
Vale, puede que en realidad sí que se riera, pero lo camufló con una pequeña tos y nadie se dio cuenta. Además, todavía no se acostumbraba a verle con barba. Le quedaba bien, pero le prefería como siempre. Con algo de suerte, cuando llegaran a casa de Dark, ambos podrían dejar caer las fachadas por unos minutos. Con suerte.
No tardaron en emprender camino hacia la ciudad. Fue bastante menos agradable de lo que había planeado, pues pese a que todo lo que quería era llegar cuando antes y deshacerse del joven, él tenía otros planes en mente. Y lejos de ser halagador, sus brazos de pulpo resultaban cansinos y un tanto agobiantes. Los desviaba con una sonrisa, sin embargo, haciendo acopio de toda la paciencia que podía. No podía desvelarse tan pronto. Por desgracia, la sonrisa duró poco.
El leñador le miró con extrañeza, preguntándole si le pasaba algo. Aki intentó sonreír un tanto tensa, diciéndole que se le había revuelto el estómago. Que quizá debería ir a casa cuanto antes. En realidad, todo lo que ocurría es que había visto la… aduana. Una aduana. Una aduana en mitad de su preciosa isla. Y encima, fea. Fea de narices. No pudo fruncir el ceño al ver el edificio negro y granate. De verdad, ¿quién estaba a cargo de esa cosa? ¿Y el imbécil que estaba custodiándola?
Respiró hondo. Prenderle llamas era mala idea, por no hablar de que realmente todo lo que haría sería mancharlo de hollín y dejarlo todavía más feo. Y explotarlo llamaría demasiado la atención. Tendría que quedarse ahí. De momento.
Se preguntó cómo iban a pasar, porque aunque el hombre no fuera un oponente decente, seguía estando ahí y lo ideal era convencerle de que efectivamente tenían que estar en la ciudad. Por suerte, Dexter parecía tener un plan y se adelantó. Con lo que no contaba era conque sobornase al guardia, pero en cuestión de minutos estaban cruzando el puente. Le siguieron, mientras el joven leñador se agachaba para susurrarle al oído:
-¿Dónde dices que te lo encontraste? Quizá deberíamos avisar a alguien. Creo que te ha ayudado para poder entrar en la ciudad.
Aki contuvo las ganas de apartarse y en su lugar esbozó una pequeña sonrisa.
-Cielo, eso no tiene sentido. Podría haber sobornado al guardia sin necesidad de ayudarme. Fijo que se ha dejado los papeles en casa. Además, ¿has visto la velocidad con que talaba? Creo que puede permitirse esto como pequeño gasto.
Tuvo que coincidir con ella, aunque estaba bastante claro que todavía no se fiaba. Le estuvo mirando con cierta inquina el resto del camino, pero pronto dio igual. Ur’ Tuban se alzaba gloriosa frente a ellos.
Entraron por una de las pequeñas puertas laterales, donde había otros dos guardias apostados. Parecían un tanto más serios que el primero y llevaban sendas lanzas, pero tras echarle un vistazo les dejaron pasar sin ponerles pegas. Dos leñadores y una joven, nada extraño. Acababan de pasar la aduana, además. Todo marchaba a pedir de boca.
Aki dejó que recorrieran un par de calles antes de poner en marcha la parte final de su pequeño plan.
-Sabes, creo que me ha cogido demasiado el sol. Me duele la cabeza una barbaridad. Voy a adelantarme hasta casa y ya hablaremos mejor, ¿de acuerdo? ¡Adiós!
Y así, sin más, desapareció de la vista del joven por una calle, a todo correr. Se metió en un portal y regresó a su físico de Lysbeth, justo a tiempo para salir y cruzarse con el chico. Le dedicó una pequeña sonrisa pero, evidentemente, no la reconoció. Ideal. Regresó a la calle anterior en busca de Dexter, mientras se cubría con la capucha de la ropa que llevaba. Solo por si acaso. Le dedicó una sonrisa, esta vez grande y feliz, antes de abrir los brazos:
-Bienvenido a Ur’Tuban.
Estaban en un rincón francamente bonito de la ciudad. No eran los barrios más pobres ni los más ricos, pero las casas medianas de uno y dos pisos construidas en tonos tierra eran encantadoras. Había alguna que otra planta en la calle y algunos niños jugaban en una intersección con caballitos de madera. Era un buen día. O al menos, lo parecía a simple vista. En cuanto empezabas a fijarte, los problemas comenzaban a surgir. Los niños estaban sucios, vestidos con ropa vieja. No había adultos vigilándolos, ni de cerca ni de lejos. Todas las puertas y ventanas estaban cerradas a cal y canto y no se oía el trajín propio de las ciudades. Tan solo silencio y rumores.
Intuía, o al menos esperaba, que no sería así en todas partes. Que en los mercados y talleres todavía quedaría vida y alegría. No tenía claro qué estaba mal exactamente, pero le dolía ver a su querida ciudad tan extraña. Miró a Dexter con una mezcla de vergüenza y pena.
-¿Qué te parece?
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Contenerse la risa mientras el ardiente zagal trataba de hacer mella en Aki a través de prácticas cariñosamente indecorosas fue fácil mientras la pelirroja -bueno, la Pirata Antes Conocida Como Pelirroja, o PACCP por sus siglas- lo apartaba sutilmente, pero se dobló en carcajadas cuando salió corriendo de su pareja. Este, que lo miraba con incomprensión, debatía sus ojos entre el hombre que reía y la mujer que se alejaba. Simplemente, no pudo evitarlo.
- ¿A qué esperas, chico? -lo instó-. Síguela, ¿qué vas a hacer si se desmaya antes de llegar a casa?
Verlo correr hizo que recuperase la compostura, pero mantuvo la sonrisa idiota mientras se secaba una lagrimilla. Iba a ser muy curioso descubrir cómo el preocupado joven llegaba hasta la casa de su amada tras perseguir al fantasma de su excitación, hasta el punto de que se planteó, por un instante, seguirlo para averiguar qué pasaba. ¿Habría un reencuentro amoroso con final feliz? ¿Nacerían dos gemelos de distinto padre al cabo de unos meses? Aunque esa posibilidad era la menos plausible, por algún motivo tenía casi más gracia que el "demonio del amor" hubiese hecho al jovencito confuso descubrir la infidelidad de su adorada amante. Aunque, en realidad, esperaba que todo le fuese bien al pobre chaval. Ya bastante rara iba a ser la situación sin necesidad de convertirla en un drama.
Aki regresó en forma de una bastante más alta Lysbeth Ardian, la incansable mujer de cabellos negros como el carbón. Seguramente fuese la forma -aparte de la suya propia- con la que más cómoda se sentía, pero ello no evitaba que él viese en ese cuerpo cierto objeto de fetiche, una promesa que se habían hecho y que todavía tenían pendiente desde que se habían enfrentado en el Torneo del Milenio.
Le presentó la ciudad con cierta alegría, pero él solo podía pensar en dos cosas: En la cena que la pirata debía pagar por los árboles que había quemado y en terminar cuanto antes de liberar la ciudad para que Aki, Lysbeth y él se hicieran un dúo. No llevaban ni dos horas en la isla y ya había roto una de las normas que él mismo había puesto antes de acceder a ayudar en semejante tarea, pero también había que decir en su defensa que sus poderes y, sobre todo, sus miradas, lo hacían enloquecer.
- Tiene cierto potencial -mencionó, pensativo, quedándose con cada detalle-, pero todo parece un poco muerto.
Reparó en las construcciones: Bonitas, feas... Construidas irregularmente, de manera caótica, pero con cierto sentido dentro de su expansión -seguramente, de haber dedicado más tiempo a estudiar arquitectura o urbanismo comprendería mejor a qué se debía-, pero los edificios eran viejos y estaban mal cuidados, con las puertas cerradas a cal y canto e innumerables locales con tablones cubriendo sus ventanales. Los pocos que quedaban abiertos eran los de primera necesidad, y la gente que caminaba por las calles... Niños sucios, ancianos hambrientos, gente sospechosa por todas partes... No se había percatado en un primer lugar, pero lo cierto era que había demasiadas cosas en ese lugar que iban muy, muy mal.
- Voy a asumir que normalmente esto no está así. -De hecho, la expresión de Aki, que había ido del orgullo a la tristeza a medida que miraba de un lado a otro decía más que cualquier palabra-. Tenemos mucho trabajo por delante, Lys. Pero mucho, mucho. Vamos a casa, tenemos muchas cosas en las que pensar.
Se dispuso a seguirla. Al fin y al cabo él no conocía de nada la isla, por lo que hasta saber algo más mejor andarse con pies de plomo. Sin embargo, estaba claro que en algún momento tendrían que ocuparse de todos los problemas que sufría aquella población. Esa batalla, al fin y al cabo, la estaban librando por ellos.
- Y voy a querer una cosa, a cambio de ayudarte -dijo-. Pero ya la hablaremos en detalle cuando podamos relajarnos.
- ¿A qué esperas, chico? -lo instó-. Síguela, ¿qué vas a hacer si se desmaya antes de llegar a casa?
Verlo correr hizo que recuperase la compostura, pero mantuvo la sonrisa idiota mientras se secaba una lagrimilla. Iba a ser muy curioso descubrir cómo el preocupado joven llegaba hasta la casa de su amada tras perseguir al fantasma de su excitación, hasta el punto de que se planteó, por un instante, seguirlo para averiguar qué pasaba. ¿Habría un reencuentro amoroso con final feliz? ¿Nacerían dos gemelos de distinto padre al cabo de unos meses? Aunque esa posibilidad era la menos plausible, por algún motivo tenía casi más gracia que el "demonio del amor" hubiese hecho al jovencito confuso descubrir la infidelidad de su adorada amante. Aunque, en realidad, esperaba que todo le fuese bien al pobre chaval. Ya bastante rara iba a ser la situación sin necesidad de convertirla en un drama.
Aki regresó en forma de una bastante más alta Lysbeth Ardian, la incansable mujer de cabellos negros como el carbón. Seguramente fuese la forma -aparte de la suya propia- con la que más cómoda se sentía, pero ello no evitaba que él viese en ese cuerpo cierto objeto de fetiche, una promesa que se habían hecho y que todavía tenían pendiente desde que se habían enfrentado en el Torneo del Milenio.
Le presentó la ciudad con cierta alegría, pero él solo podía pensar en dos cosas: En la cena que la pirata debía pagar por los árboles que había quemado y en terminar cuanto antes de liberar la ciudad para que Aki, Lysbeth y él se hicieran un dúo. No llevaban ni dos horas en la isla y ya había roto una de las normas que él mismo había puesto antes de acceder a ayudar en semejante tarea, pero también había que decir en su defensa que sus poderes y, sobre todo, sus miradas, lo hacían enloquecer.
- Tiene cierto potencial -mencionó, pensativo, quedándose con cada detalle-, pero todo parece un poco muerto.
Reparó en las construcciones: Bonitas, feas... Construidas irregularmente, de manera caótica, pero con cierto sentido dentro de su expansión -seguramente, de haber dedicado más tiempo a estudiar arquitectura o urbanismo comprendería mejor a qué se debía-, pero los edificios eran viejos y estaban mal cuidados, con las puertas cerradas a cal y canto e innumerables locales con tablones cubriendo sus ventanales. Los pocos que quedaban abiertos eran los de primera necesidad, y la gente que caminaba por las calles... Niños sucios, ancianos hambrientos, gente sospechosa por todas partes... No se había percatado en un primer lugar, pero lo cierto era que había demasiadas cosas en ese lugar que iban muy, muy mal.
- Voy a asumir que normalmente esto no está así. -De hecho, la expresión de Aki, que había ido del orgullo a la tristeza a medida que miraba de un lado a otro decía más que cualquier palabra-. Tenemos mucho trabajo por delante, Lys. Pero mucho, mucho. Vamos a casa, tenemos muchas cosas en las que pensar.
Se dispuso a seguirla. Al fin y al cabo él no conocía de nada la isla, por lo que hasta saber algo más mejor andarse con pies de plomo. Sin embargo, estaba claro que en algún momento tendrían que ocuparse de todos los problemas que sufría aquella población. Esa batalla, al fin y al cabo, la estaban librando por ellos.
- Y voy a querer una cosa, a cambio de ayudarte -dijo-. Pero ya la hablaremos en detalle cuando podamos relajarnos.
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-No.- coincidió, con algo de tristeza.- Normalmente no es así.
Pensó en explicarle cómo eran las cosas normalmente, pero no tenía sentido. Solo con ver lo que andaba mal podía entenderse cómo de bonito podría ser todo si estuviera bien cuidado. Con los edificios enteros y los comercios abiertos, la gente limpia y la suspicacia fuera de lugar. Ojalá. Pronto, se prometió a si misma. Al final, suspiró y cogió a Dexter de la mano antes de echar a andar.
-Si no recuerdo mal, la casa de Dark está junto a la muralla, en el extremo.
En realidad, le parecía extraño. Sabía que Dark tenía dinero de sobra y puestos a hacerse una casa en Samirn, justo al lado de la muralla era el peor lugar. Estaba en mitad de los barrios pobres y teniendo en cuenta el estado de la isla, seguramente era el sector más peligroso. Pero era la información que tenía, así que con una mezcla de tristeza y vergüenza, hizo que Dexter le acompañase en una funesta exhibición de la ciudad.
Cuanto más caminaban, peor estaban las cosas. El estado de los edificios se deterioró rápidamente tras atravesar una calle particularmente ancha. Atrás quedaban los barrios comerciales y frente a ellos había… pobreza, mayormente. No había otra forma de describirlo. Vio borrachos y enfermos en las paredes, los niños ya no jugaban sino que caminaban con el paso medido de los adultos. Apretó los dientes y se centró en respirar para aguantar las ganas de darse a conocer y empezar a resolver los problemas que veía uno a uno. No valdría de nada si no desbancaba a los hexarcas y se deshacía de la guardia primero.
-Te juro que esto no va a quedar así.- dijo en voz baja, apenas un siseo. - Te lo juro.
No podía evitar remarcarlo, era su lugar. Su isla. Había mimado a Samirn y le había cogido más cariño que a cualquier otro lugar. No tenía duda ahora, había sido ese apego el que la había alejado. No quería quedarse atada, nunca lo había estado. Y tras tantas penurias, le daba igual. Prefería quedarse allí el resto de su vida si eso evitaba que volviera a este estado de… destrozo.
-Lo que quieras, si está en mi mano, lo tendrás. Por eso no te preocupes.- Era lo mínimo que podía hacer y aunque le extrañaba lo repentino de la petición, no iba a preguntar. No aún.
Cuando llegaron a la casa de Dark, al principio no la reconoció. Solo cuando sus ojos cayeron en la puerta de madera pintada de color violeta oscuro esbozó una pequeña sonrisa.
-Me parece que hemos llegado.
No era una construcción muy grande. Un solo piso, de techo alto eso sí, construida del mismo material que el resto de edificios, pero bastante mejor conservada. Las ventanas estaban intactas y parecía limpia para llevar vacía… ¿semanas? ¿meses? No lo sabía, pero daba igual. Estaba a punto de tener nuevos dueños.
Que no tuvieran llaves era un impedimento bastante pequeño. Tanteó la puerta y de un buen puntapié, se abrió para ellos. Entraron inmediatamente, cerrando a su espalda. Les recibió una estancia amplia y bien iluminada, cocina abierta a un salón enorme decorado todo en tonos blancos y dorados.
-No sé si lo ha decorado él, pero desde luego creo que estamos en el lugar adecuado. Debe ser la única casa de la zona tan bien amueblada, no entiendo cómo nadie la ha arrasado todavía…
Exploró un poco más, un tanto incrédula. Dos dormitorios, cada uno con su correspondiente baño con bañera, además de una sala con escritorio llena de estanterías que iban del suelo al techo. La mayoría estaban vacías, aunque había algunos tomos de historia y arqueología ocupando su lugar.
Tras acabar su pequeña expedición, la pirata se sentó en el sofá y se quedó en silencio unos instantes, antes de buscar a Dexter con la mirada.
-Tenemos que separarnos.- lo dijo de golpe, para no arrepentirse.- Quiero ver si puedo averiguar algo más y saber hasta qué punto llegan los problemas de Ur’ Tuban. Necesito saber cómo es la guardia, qué papel tiene, si están abusando de los ciudadanos…
Se detuvo un momento. En efecto, eran demasiadas cosas.
-Cubriremos más terreno si nos separamos, aunque… es lo último que me apetece hacer. ¿Una hora? ¿Dos? No quiero extenderlo demasiado.
Le miró a los ojos, preocupada. Todo estaba bastante peor de lo que esperaba y aunque se alegraba de estar allí, no sabía ni por donde empezar.
Pensó en explicarle cómo eran las cosas normalmente, pero no tenía sentido. Solo con ver lo que andaba mal podía entenderse cómo de bonito podría ser todo si estuviera bien cuidado. Con los edificios enteros y los comercios abiertos, la gente limpia y la suspicacia fuera de lugar. Ojalá. Pronto, se prometió a si misma. Al final, suspiró y cogió a Dexter de la mano antes de echar a andar.
-Si no recuerdo mal, la casa de Dark está junto a la muralla, en el extremo.
En realidad, le parecía extraño. Sabía que Dark tenía dinero de sobra y puestos a hacerse una casa en Samirn, justo al lado de la muralla era el peor lugar. Estaba en mitad de los barrios pobres y teniendo en cuenta el estado de la isla, seguramente era el sector más peligroso. Pero era la información que tenía, así que con una mezcla de tristeza y vergüenza, hizo que Dexter le acompañase en una funesta exhibición de la ciudad.
Cuanto más caminaban, peor estaban las cosas. El estado de los edificios se deterioró rápidamente tras atravesar una calle particularmente ancha. Atrás quedaban los barrios comerciales y frente a ellos había… pobreza, mayormente. No había otra forma de describirlo. Vio borrachos y enfermos en las paredes, los niños ya no jugaban sino que caminaban con el paso medido de los adultos. Apretó los dientes y se centró en respirar para aguantar las ganas de darse a conocer y empezar a resolver los problemas que veía uno a uno. No valdría de nada si no desbancaba a los hexarcas y se deshacía de la guardia primero.
-Te juro que esto no va a quedar así.- dijo en voz baja, apenas un siseo. - Te lo juro.
No podía evitar remarcarlo, era su lugar. Su isla. Había mimado a Samirn y le había cogido más cariño que a cualquier otro lugar. No tenía duda ahora, había sido ese apego el que la había alejado. No quería quedarse atada, nunca lo había estado. Y tras tantas penurias, le daba igual. Prefería quedarse allí el resto de su vida si eso evitaba que volviera a este estado de… destrozo.
-Lo que quieras, si está en mi mano, lo tendrás. Por eso no te preocupes.- Era lo mínimo que podía hacer y aunque le extrañaba lo repentino de la petición, no iba a preguntar. No aún.
Cuando llegaron a la casa de Dark, al principio no la reconoció. Solo cuando sus ojos cayeron en la puerta de madera pintada de color violeta oscuro esbozó una pequeña sonrisa.
-Me parece que hemos llegado.
No era una construcción muy grande. Un solo piso, de techo alto eso sí, construida del mismo material que el resto de edificios, pero bastante mejor conservada. Las ventanas estaban intactas y parecía limpia para llevar vacía… ¿semanas? ¿meses? No lo sabía, pero daba igual. Estaba a punto de tener nuevos dueños.
Que no tuvieran llaves era un impedimento bastante pequeño. Tanteó la puerta y de un buen puntapié, se abrió para ellos. Entraron inmediatamente, cerrando a su espalda. Les recibió una estancia amplia y bien iluminada, cocina abierta a un salón enorme decorado todo en tonos blancos y dorados.
-No sé si lo ha decorado él, pero desde luego creo que estamos en el lugar adecuado. Debe ser la única casa de la zona tan bien amueblada, no entiendo cómo nadie la ha arrasado todavía…
Exploró un poco más, un tanto incrédula. Dos dormitorios, cada uno con su correspondiente baño con bañera, además de una sala con escritorio llena de estanterías que iban del suelo al techo. La mayoría estaban vacías, aunque había algunos tomos de historia y arqueología ocupando su lugar.
Tras acabar su pequeña expedición, la pirata se sentó en el sofá y se quedó en silencio unos instantes, antes de buscar a Dexter con la mirada.
-Tenemos que separarnos.- lo dijo de golpe, para no arrepentirse.- Quiero ver si puedo averiguar algo más y saber hasta qué punto llegan los problemas de Ur’ Tuban. Necesito saber cómo es la guardia, qué papel tiene, si están abusando de los ciudadanos…
Se detuvo un momento. En efecto, eran demasiadas cosas.
-Cubriremos más terreno si nos separamos, aunque… es lo último que me apetece hacer. ¿Una hora? ¿Dos? No quiero extenderlo demasiado.
Le miró a los ojos, preocupada. Todo estaba bastante peor de lo que esperaba y aunque se alegraba de estar allí, no sabía ni por donde empezar.
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Siguió a Aki por entre las calles, callando ante las dudas de la pelirroja. Tristemente, para él tenía mucho sentido que Dark hubiese elegido la zona pobre para instalar su mansión. Todavía recordaba el ominoso palacete que había alzado derribando casi un tercio de Mock Town, solo porque quedaba en la colina ideal para que todo el "pueblo liberado" de Jaya pudiese verlo cada vez que él se levantara de la cama. Probablemente, elegir las barriadas respondía a su constante necesidad de sentirse superior tanto como a la caprichosa vena de salvador que despertaba en el ahora pirata cuando podía alimentar su vanidad a través de una caridad cuestionable.
En cualquier caso no era tarea suya juzgar en esa situación. Era justamente esa necesidad de nutrir un ego absurdo la que ahora los dotaba de una ventaja sustancial, dado que aunque si hubiese sido decisión suya jamás habría pensado en él, que tuviese una vivienda ahorraba a la pelirroja un favor que podían llegar a necesitar en el futuro; también hacía que, al no necesitar pedirlo, no necesitasen contactar con nadie. De ese modo las probabilidades de que el rumor de que Aki estaba de vuelta se esparciese como la pólvora quedaban drásticamente reducidas, por lo menos en un principio. Al fin y al cabo, que Lysbeth fuese vista en Samirn podía significar, para un hombre inteligente, que la nueva usuaria de la fruta de súcubo compartía algo más que el extraño poder con su predecesora. Si alguien sumaba dos y dos, tal vez se imaginasen el carbón al vivo.
Era solo una posibilidad, claro, entre miles. Pero era una posibilidad.
- Perfecto.
La zona norte estaba completamente inexplorada, pero había sido sencillo atracar y sus recursos eran obvios. Había visto bayas, animales silvestres y frutas. Además, el bosque no era tan espeso en las zonas de costa y se podrían establecer algunos cultivos en la costa noroeste. Samirn podía resultar una base de operaciones para la Armada tan buena como cualquier otra, y un punto de contacto rápido con una potencial aliada. Aunque tras esos días podría ya decirse que era mucho más que potencial.
También mucho más que aliada.
Notó la casa de Dark cuando estuvo frente a ella, pero no la reconoció. Una sola planta, elegante pero sencilla, amplia pero no opulenta... O bien había madurado o hasta él era plenamente consciente de que desde las montañas de vez en cuando un ojo vigilaba. En el momento en que una mansión impresionante se levantase los Hexarcas husmearían, y eso no podía gustar a alguien que, pese a toda su arrogancia, era poco más que un cobarde. Aun así, le extrañó no ver decoraciones barrocas o frisos en la entrada, o algo que denotara su estatus superior más allá de, bueno, ser una casa nueva. En realidad todos los valores posicionales eran sutiles, solo visibles al ojo experto salvo uno: La puta puerta violeta. ¿Qué coño tenía ese hombre con el violeta?
Habría abierto la puerta, pero aki se adelantó desencajándola de un puntapié. No le llevó mucho arreglar las bisagras desencajadas y la cerradura notablemente dañada, pero miró con cierto odio a Aki mientras lo hacía. Podía no ser su casa, pero ni estaban para llamar la atención ni era buena idea estar en una casa sin puerta en una zona como aquella sabiendo de la brutal pobreza que aquejaba la isla.
Tras reparar -y comprobar que funcionaba- la puerta pasó también, sorprendiéndose más, si cabía. No encontraba fotos, ni estatuas, ni nada que le hiciera relacionar a Dark con el lugar. La decoración era estética, pero fría y sin vida, como si pese a todo nunca hubiese vivido nadie allí, o nadie la hubiese adoptado como un hogar. Casi parecía que la hubiera tenido como residencia temporal, y eso no terminaba de encajar dentro de la panorámica egocentrista del ex-vicealmirante.
- Miedo -contestó, resolutivo-. Usó esa arma en Jaya, hace diez años. Con miedo formó un breve reinado del terror allí, aunque al desaparecer todo regresó a la normalidad.
Siguió explorando la casa mientras buscaba algún compartimento o cámara secreta hasta que Aki interrumpió sus pensamientos. Desde el sofá, sentada. De pronto se había sentido demasiado cómoda, casi podía adivinarlo. No puso ninguna pega.
- Está bien, separémonos. Un par de horas para que saques algo de información, y yo puedo aprovechar para hacerme con un esquema mental de la ciudad. No esperaba que fuese tan inabarcable cuando hablabas de ella, la verdad.
Y es que Samirn era grande, pero Ur'Tuban era enorme como ciudad. Más teniendo en cuenta que no aprovechaban apenas los recursos de la isla, aunque eso en parte podría explicar la gran pobreza -aunque Aki había mencionado que durante su mandato era una tierra autosuficiente-. Tal vez el conjunto de los habitantes no vivieran tan bien como ella pensaba, o había algo en lo que no caía. Tal vez un comercio extremadamente rentable, o cosechas extraordinarias... ¿Tal vez los habitantes de la acrópolis habían empezado a envenenar el río? No tendría mucho sentido, pero tampoco lo vería descabellado viniendo de gente que, en resumen, era como Dark si tuviese poder.
- ¿Dos horas y nos vemos de nuevo aquí, pues? -preguntó. Aún no había tenido tiempo de decidir qué habitación sería "tierra neutral", pero ya lo haría más tarde. Por el momento, era hora de trabajar.
En cualquier caso no era tarea suya juzgar en esa situación. Era justamente esa necesidad de nutrir un ego absurdo la que ahora los dotaba de una ventaja sustancial, dado que aunque si hubiese sido decisión suya jamás habría pensado en él, que tuviese una vivienda ahorraba a la pelirroja un favor que podían llegar a necesitar en el futuro; también hacía que, al no necesitar pedirlo, no necesitasen contactar con nadie. De ese modo las probabilidades de que el rumor de que Aki estaba de vuelta se esparciese como la pólvora quedaban drásticamente reducidas, por lo menos en un principio. Al fin y al cabo, que Lysbeth fuese vista en Samirn podía significar, para un hombre inteligente, que la nueva usuaria de la fruta de súcubo compartía algo más que el extraño poder con su predecesora. Si alguien sumaba dos y dos, tal vez se imaginasen el carbón al vivo.
Era solo una posibilidad, claro, entre miles. Pero era una posibilidad.
- Perfecto.
La zona norte estaba completamente inexplorada, pero había sido sencillo atracar y sus recursos eran obvios. Había visto bayas, animales silvestres y frutas. Además, el bosque no era tan espeso en las zonas de costa y se podrían establecer algunos cultivos en la costa noroeste. Samirn podía resultar una base de operaciones para la Armada tan buena como cualquier otra, y un punto de contacto rápido con una potencial aliada. Aunque tras esos días podría ya decirse que era mucho más que potencial.
También mucho más que aliada.
Notó la casa de Dark cuando estuvo frente a ella, pero no la reconoció. Una sola planta, elegante pero sencilla, amplia pero no opulenta... O bien había madurado o hasta él era plenamente consciente de que desde las montañas de vez en cuando un ojo vigilaba. En el momento en que una mansión impresionante se levantase los Hexarcas husmearían, y eso no podía gustar a alguien que, pese a toda su arrogancia, era poco más que un cobarde. Aun así, le extrañó no ver decoraciones barrocas o frisos en la entrada, o algo que denotara su estatus superior más allá de, bueno, ser una casa nueva. En realidad todos los valores posicionales eran sutiles, solo visibles al ojo experto salvo uno: La puta puerta violeta. ¿Qué coño tenía ese hombre con el violeta?
Habría abierto la puerta, pero aki se adelantó desencajándola de un puntapié. No le llevó mucho arreglar las bisagras desencajadas y la cerradura notablemente dañada, pero miró con cierto odio a Aki mientras lo hacía. Podía no ser su casa, pero ni estaban para llamar la atención ni era buena idea estar en una casa sin puerta en una zona como aquella sabiendo de la brutal pobreza que aquejaba la isla.
Tras reparar -y comprobar que funcionaba- la puerta pasó también, sorprendiéndose más, si cabía. No encontraba fotos, ni estatuas, ni nada que le hiciera relacionar a Dark con el lugar. La decoración era estética, pero fría y sin vida, como si pese a todo nunca hubiese vivido nadie allí, o nadie la hubiese adoptado como un hogar. Casi parecía que la hubiera tenido como residencia temporal, y eso no terminaba de encajar dentro de la panorámica egocentrista del ex-vicealmirante.
- Miedo -contestó, resolutivo-. Usó esa arma en Jaya, hace diez años. Con miedo formó un breve reinado del terror allí, aunque al desaparecer todo regresó a la normalidad.
Siguió explorando la casa mientras buscaba algún compartimento o cámara secreta hasta que Aki interrumpió sus pensamientos. Desde el sofá, sentada. De pronto se había sentido demasiado cómoda, casi podía adivinarlo. No puso ninguna pega.
- Está bien, separémonos. Un par de horas para que saques algo de información, y yo puedo aprovechar para hacerme con un esquema mental de la ciudad. No esperaba que fuese tan inabarcable cuando hablabas de ella, la verdad.
Y es que Samirn era grande, pero Ur'Tuban era enorme como ciudad. Más teniendo en cuenta que no aprovechaban apenas los recursos de la isla, aunque eso en parte podría explicar la gran pobreza -aunque Aki había mencionado que durante su mandato era una tierra autosuficiente-. Tal vez el conjunto de los habitantes no vivieran tan bien como ella pensaba, o había algo en lo que no caía. Tal vez un comercio extremadamente rentable, o cosechas extraordinarias... ¿Tal vez los habitantes de la acrópolis habían empezado a envenenar el río? No tendría mucho sentido, pero tampoco lo vería descabellado viniendo de gente que, en resumen, era como Dark si tuviese poder.
- ¿Dos horas y nos vemos de nuevo aquí, pues? -preguntó. Aún no había tenido tiempo de decidir qué habitación sería "tierra neutral", pero ya lo haría más tarde. Por el momento, era hora de trabajar.
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Se encogió de hombros, pero se quedó mirando cómo Dexter arreglaba la puerta. No había hecho taaaanto ruido, pero igual si se había pasado un poco.
-Supongo que tendremos que hacer una nueva llave en algún punto...- musitó.
Al final, sin embargo, la puerta estuvo arreglada y ellos dentro. Dexter tenía su propia teoría acerca de por qué la casa de Dark no había sido derruida y la pirata no pudo sino quedársele mirando. ¿Miedo? Ese no era el Dark que conocía. Era arrogante y un tanto condescendiente, sí, pero de ahí a aterrorizar a poblaciones enteras… frunció el ceño.
-¿De verdad crees que puede haber tenido algo que ver con el estado en el que está la isla?
Si era así… no sabía qué haría. Tenía su número, podía llamarle y preguntárselo directamente pero, ¿cómo fiarse de la respuesta? Le conocía, sí, pero no demasiado. Habían estado juntos en un par de ocasiones, le había dado algún que otro consejo pero… había huecos. No conocía su pasado y no era precisamente alguien joven. Lo que Dexter decía era más que plausible y en el fondo, por desgracia, no sonaba demasiado extraño.
Aún así, ¿qué más daba ahora? El daño que hubiera hecho ya no podía evitarse y ahora él no estaba en la isla. Lo que fueran a remediar lo harían fuera culpa de él o no. Si más adelante sus caminos volvían a cruzarse, tendría más que un par de palabras con el pirata. De momento, dejar que sus dudas le apartasen de las verdaderas prioridades era un error que no pensaba cometer.
-Aquí ha desaparecido, pero la ciudad sigue en la sombra. Cambiémoslo.
Asintió cuando Dexter aceptó su idea de separarse y esbozó una tímida sonrisa al escucharle. Inabarcable… un poco. Era una ciudad enorme, con mil rincones y secretos. Costaba aprendérsela entera. Quizá por ello le gustaba tanto. Esperaba que con el tiempo y algo de esfuerzo, volviera a ser lo que había sido antaño y también al dragón acabase gustándole. Se acercó a él y le colocó una mano en la poblada barba azul. Sabía que estaba violando una de las reglas que se habían impuesto, pero también que podía controlarse. Allí dentro, nadie les veía. Tan solo sería un momento. Tan solo…
-Dos horas. No tardaré ni un minuto de más. Disfruta la ciudad, o lo que queda de ella.
Le dio un beso en los labios, antes de apartarse y sonreírle.- Dos horas.- Confirmó, antes de salir por la puerta, esta vez sin romperla. Se detuvo un segundo extra para mirarle mientras la cerraba con cuidado. Podría haber esperado a que él también saliera, pero quería hacer el teatro para que supiera que había aprendido la lección.
Por lo menos, en lo que respectaba a esa puerta en concreto.
Resistió la tentación de volar y de correr y en lugar de eso, se perdió entre los edificios a paso rápido. Quería ir hasta la fortaleza, pero sabía que eso era una pésima idea. ¿Qué era lo siguiente mejor? Los barrios nobles. Los sirvientes eran los ojos y oídos de los ricos, allí y en todas partes. Tan solo necesitaba encontrar los ojos adecuados.
Cubierta con su capa, no era más que otra de las múltiples sospechosas figuras que poblaban la ciudad y mientras avanzaba, sintió que un peso se le quitaba de encima. Podía hacer eso. Colarse en sitios, mentir y engañar para salirse con la suya mientras huía con una sonrisa. Era lo que había hecho siempre, al fin y al cabo. Sonrió, para nadie más que para sí misma mientras se acercaba a su objetivo.
No tenían ni idea de lo que se les venía encima.
-Supongo que tendremos que hacer una nueva llave en algún punto...- musitó.
Al final, sin embargo, la puerta estuvo arreglada y ellos dentro. Dexter tenía su propia teoría acerca de por qué la casa de Dark no había sido derruida y la pirata no pudo sino quedársele mirando. ¿Miedo? Ese no era el Dark que conocía. Era arrogante y un tanto condescendiente, sí, pero de ahí a aterrorizar a poblaciones enteras… frunció el ceño.
-¿De verdad crees que puede haber tenido algo que ver con el estado en el que está la isla?
Si era así… no sabía qué haría. Tenía su número, podía llamarle y preguntárselo directamente pero, ¿cómo fiarse de la respuesta? Le conocía, sí, pero no demasiado. Habían estado juntos en un par de ocasiones, le había dado algún que otro consejo pero… había huecos. No conocía su pasado y no era precisamente alguien joven. Lo que Dexter decía era más que plausible y en el fondo, por desgracia, no sonaba demasiado extraño.
Aún así, ¿qué más daba ahora? El daño que hubiera hecho ya no podía evitarse y ahora él no estaba en la isla. Lo que fueran a remediar lo harían fuera culpa de él o no. Si más adelante sus caminos volvían a cruzarse, tendría más que un par de palabras con el pirata. De momento, dejar que sus dudas le apartasen de las verdaderas prioridades era un error que no pensaba cometer.
-Aquí ha desaparecido, pero la ciudad sigue en la sombra. Cambiémoslo.
Asintió cuando Dexter aceptó su idea de separarse y esbozó una tímida sonrisa al escucharle. Inabarcable… un poco. Era una ciudad enorme, con mil rincones y secretos. Costaba aprendérsela entera. Quizá por ello le gustaba tanto. Esperaba que con el tiempo y algo de esfuerzo, volviera a ser lo que había sido antaño y también al dragón acabase gustándole. Se acercó a él y le colocó una mano en la poblada barba azul. Sabía que estaba violando una de las reglas que se habían impuesto, pero también que podía controlarse. Allí dentro, nadie les veía. Tan solo sería un momento. Tan solo…
-Dos horas. No tardaré ni un minuto de más. Disfruta la ciudad, o lo que queda de ella.
Le dio un beso en los labios, antes de apartarse y sonreírle.- Dos horas.- Confirmó, antes de salir por la puerta, esta vez sin romperla. Se detuvo un segundo extra para mirarle mientras la cerraba con cuidado. Podría haber esperado a que él también saliera, pero quería hacer el teatro para que supiera que había aprendido la lección.
Por lo menos, en lo que respectaba a esa puerta en concreto.
Resistió la tentación de volar y de correr y en lugar de eso, se perdió entre los edificios a paso rápido. Quería ir hasta la fortaleza, pero sabía que eso era una pésima idea. ¿Qué era lo siguiente mejor? Los barrios nobles. Los sirvientes eran los ojos y oídos de los ricos, allí y en todas partes. Tan solo necesitaba encontrar los ojos adecuados.
Cubierta con su capa, no era más que otra de las múltiples sospechosas figuras que poblaban la ciudad y mientras avanzaba, sintió que un peso se le quitaba de encima. Podía hacer eso. Colarse en sitios, mentir y engañar para salirse con la suya mientras huía con una sonrisa. Era lo que había hecho siempre, al fin y al cabo. Sonrió, para nadie más que para sí misma mientras se acercaba a su objetivo.
No tenían ni idea de lo que se les venía encima.
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Dejó que el beso escapara, fugaz como el milagro que era. Normas rotas, pero no tanto como podrían haber sido, y Dexter se quedó mirando mientras Aki se desvanecía en el umbral, alimentándose del aroma que todavía perduraba en el aire. Tenía dos horas para explorar la ciudad, lo cual habría sido sencillo de poder ponerse la Midorima a la muñeca y sobrevolarla. Teniendo que mantener la discreción y un perfil bajo no le quedaría más remedio que caminar, por lo que en un par de horas difícilmente podría echar un ojo a los entresijos de la ciudad, o al menos a la parte más interesante: ¿Cómo se repartía el poder en un lugar tan pobre? ¿Cómo no se había desatado ya una revuelta? ¿Por qué todo parecía tan tranquilo dentro de la penuria?
Podía hacer cábalas, pero la verdad es que estaba totalmente en blanco. Fuera como fuese, un nuevo gobierno se había instaurado en la isla y podrían estar dándose tres casos: La población vivía en connivencia con este por algún motivo, fuese religioso o terrenal; La población estaba en desacuerdo con el cambio pero no tenía los medios para hacerle frente o, una en la que no se había parado a pensar antes, que el pueblo no fuese consciente del nuevo statu quo. Los Hexarcas podrían estar gobernando en nombre de una reina desvanecida y extender su poder sobre el pueblo hasta que, tristemente, debiesen dar la noticia de que ella había muerto, dejando pleno poder sobre el consejo de los seis. Sin embargo, ninguna de esas tres posibilidades respondía a quién gobernaba los bajos fondos, que en esa ciudad parecía ser todo. ¿Había un "rey" del crimen o estarían delimitadas las zonas? Incluso, si había un rey, ¿controlaría la totalidad de la ciudad o solo una parte mayoritaria? Y, el más difícil todavía: ¿Habría una alianza entre los señores del crimen y los gobernantes de la acrópolis? En realidad era más que probable que la respuesta a esa última fuese afirmativa, dado que si los Hexarcas se hubiesen impuesto sobre un pueblo que no los quería ahí necesitarían alguna clase de apoyo inmediato, y en la delincuencia resultaba sencillo encontrar una milicia más o menos decente.
También podían tener carisma y ya, claro, pero las tripas hambrientas hacían más ruido que las palabras bonitas.
Antes de salir se aseguró de hacer un poco de cerrajería. Limó un cepillo dental por el mango, dejando una lámina casi plana, hasta que pudo encajarla en el ojo de la cerradura. Rebuscó en la cocina, y no fue difícil encontrar papel de aluminio. Vació todo lo que pudo el cuerpo del cepillo, dejando una suerte de bidente, y lo envolvió en tres capas más o menos tensas, aunque la última estaba algo más holgada. Introdujo su "molde" en el hueco y comenzó a girar. Primero a un lado, luego a otro; luego al uno, y de nuevo al otro. Hasta que sonó el dulce estruendo del sifón desbloqueándose. Retiró el cepillo y, en el aluminio, tenía una réplica perfecta de la llave.
No le llevó mucho tiempo agarrar una lámpara de hierro y fundirla por inducción, copiando en cuatro juegos la llave. Una para él, otra para Aki y dos por si acaso perdían alguna, poder hacerse cargo.
Había perdido una media hora, pero en realidad cambiaba muy poco la situación ese tiempo. Mochila al hombro, salió por la puerta en busca de lo que podría encontrarse solo caminando en línea recta por el borde de la muralla.
Cuarenta y cinco minutos. Tenía cuarenta y cinco minutos antes de tener que darse media vuelta. A lo mejor algo menos, si encontraba alguna taberna en la que pudiese entrar sin ser objeto de miradas furtivas, aunque lo dudaba. Aun con la peor de sus ropas y el más pobre de sus aspectos, estaba limpio y más arreglado que cualquier otro hombre en la isla. Además, era claramente un forastero, y sabía que allí no les gustaban. Iba a ser difícil, pero lo conseguiría.
Podía hacer cábalas, pero la verdad es que estaba totalmente en blanco. Fuera como fuese, un nuevo gobierno se había instaurado en la isla y podrían estar dándose tres casos: La población vivía en connivencia con este por algún motivo, fuese religioso o terrenal; La población estaba en desacuerdo con el cambio pero no tenía los medios para hacerle frente o, una en la que no se había parado a pensar antes, que el pueblo no fuese consciente del nuevo statu quo. Los Hexarcas podrían estar gobernando en nombre de una reina desvanecida y extender su poder sobre el pueblo hasta que, tristemente, debiesen dar la noticia de que ella había muerto, dejando pleno poder sobre el consejo de los seis. Sin embargo, ninguna de esas tres posibilidades respondía a quién gobernaba los bajos fondos, que en esa ciudad parecía ser todo. ¿Había un "rey" del crimen o estarían delimitadas las zonas? Incluso, si había un rey, ¿controlaría la totalidad de la ciudad o solo una parte mayoritaria? Y, el más difícil todavía: ¿Habría una alianza entre los señores del crimen y los gobernantes de la acrópolis? En realidad era más que probable que la respuesta a esa última fuese afirmativa, dado que si los Hexarcas se hubiesen impuesto sobre un pueblo que no los quería ahí necesitarían alguna clase de apoyo inmediato, y en la delincuencia resultaba sencillo encontrar una milicia más o menos decente.
También podían tener carisma y ya, claro, pero las tripas hambrientas hacían más ruido que las palabras bonitas.
Antes de salir se aseguró de hacer un poco de cerrajería. Limó un cepillo dental por el mango, dejando una lámina casi plana, hasta que pudo encajarla en el ojo de la cerradura. Rebuscó en la cocina, y no fue difícil encontrar papel de aluminio. Vació todo lo que pudo el cuerpo del cepillo, dejando una suerte de bidente, y lo envolvió en tres capas más o menos tensas, aunque la última estaba algo más holgada. Introdujo su "molde" en el hueco y comenzó a girar. Primero a un lado, luego a otro; luego al uno, y de nuevo al otro. Hasta que sonó el dulce estruendo del sifón desbloqueándose. Retiró el cepillo y, en el aluminio, tenía una réplica perfecta de la llave.
No le llevó mucho tiempo agarrar una lámpara de hierro y fundirla por inducción, copiando en cuatro juegos la llave. Una para él, otra para Aki y dos por si acaso perdían alguna, poder hacerse cargo.
Había perdido una media hora, pero en realidad cambiaba muy poco la situación ese tiempo. Mochila al hombro, salió por la puerta en busca de lo que podría encontrarse solo caminando en línea recta por el borde de la muralla.
Cuarenta y cinco minutos. Tenía cuarenta y cinco minutos antes de tener que darse media vuelta. A lo mejor algo menos, si encontraba alguna taberna en la que pudiese entrar sin ser objeto de miradas furtivas, aunque lo dudaba. Aun con la peor de sus ropas y el más pobre de sus aspectos, estaba limpio y más arreglado que cualquier otro hombre en la isla. Además, era claramente un forastero, y sabía que allí no les gustaban. Iba a ser difícil, pero lo conseguiría.
Aki D. Arlia
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Sabía que las cosas andaban mal, pero no tardó en averiguar cómo de mal estaban. Era peor de lo que había creído.
Tuvo su primer encuentro con un guardia en la zona comercial, ahora desierta. No pudo evitar quedarse mirando al hombre, armadura de cuero y metal, lanza en mano y pose holgazana. Estaba apostado junto a una de las pocas tiendas abiertas, donde un mercader de aspecto cabizbajo organizaba las frutas y verduras de su estante. No le conocía de nada, pero la lanza le sonaba. Frunció el ceño. No era la misma que las que utilizaban sus guerreras, pero claramente se le parecía. Tanto la punta de la lanza como el diseño que la decoraba parecían una versión no muy lograda de las armas que ella recordaba.
-¡Eh! ¿Tienes algún problema?
Salió de sus pensamientos para ver que el hombre se acercaba a ella con cara de malas pulgas. Esbozó una pequeña sonrisa y dejó caer la capucha. No tenía sentido seguir intentando esconderse, no de momento.
-¡Lo siento! No he podido evitar fijarme en… usted.
Una caída de ojos y un mechón de pelo colocado en su sitio con timidez y en cuestión de segundos el pecho del guardia se infló como un pavo real. Por algún motivo, la pirata se sintió triste. Sonrió, sin embargo, y aprovechó la oportunidad.
-¿Llevas mucho siendo parte de la guardia? Debe de ser un trabajo muy estresante…
-Oh, lo es, lo es.- por supuesto que iba a decirle eso. Pero si se pasaba el día vigilando a pobres comerciantes de verduras, no estaba muy segura de que fuera verdad.- Pero, ¿qué puedo decir? Me eligieron y lógicamente respondí.
Aki calló. ¿Le habían elegido? ¿Quién? ¿Los Hexarcas?
-Por supuesto… es un gran honor. ¡Y una preciosa arma!
-Gracias, gracias. Me la dieron tras entrenarme. Mira, ¿ves la Fortaleza? ¡Me llevaron hasta allí! Fue un proceso muy duro. No todos lo pasaron, por supuesto, pero yo… yo llegué hasta el final.
La pirata trató de no poner los ojos en blanco. No se creía la mitad de lo que le decía, pero algunas cosas tenían sentido. Habían utilizado las instalaciones de la Fortaleza para entrenar a su propia milicia, tras desbancar a sus pobres Guerreras. Tenía que averiguar su paradero.
-Oh… es una historia increíble. Me encantaría quedarme, pero le prometí a mi madre que acabaría los recados. ¿Te veré más tarde?
El pobre hombre volvió a inflarse como un pavo real.- ¡Por supuesto, señorita! Estaré aquí hasta que el sol empiece a caer.
Le dejó ir, por supuesto. Aki prosiguió su camino hacia los barrios nobles, un tanto apagada. Miró el reloj, calculando el tiempo. En unos cuarenta minutos tendría que empezar a dar la vuelta, para llegar a tiempo. No importaba. Era suficiente. Tendría que serlo.
No tardó en llegar a su destino, pero se le cayó el alma a los pies. Antes, la transición entre los barrios más ricos y el resto de la ciudad era más o menos orgánica. Poco a poco la ciudad iba siendo más decorada, los edificios más grandes, la gente mejor vestida. Ahora, había una evidente brecha en forma de perímetro guardado. Unos cinco guardias se extendían por la calle y eso solo la parte que ella podía ver.
Tras darle un par de vueltas, decidió esperar un poco y observar lo que ocurría. No podía entrar ahí tal y como estaba, o por lo menos no sin llamar sin necesidad la atención. Si cambiaba sus ropas y actuaba como una niña rica, preguntarían por qué había salido. Necesitaba una historia.
Respiró hondo. Diez minutos y entraría. Era suficiente para encontrar un buen cuento, algo que vender a los guardias sin problemas.
De pasada, se preguntó cómo le iría a Dexter. Él no conocía el lugar y aunque sabía que podía defenderse sin problemas… quizá no deberían haberse separado. Frunció el ceño, sentándose en una esquina para observar el lugar. Ahora era tarde. Lo mejor que podía hacer… era aprovechar la situación.
Tuvo su primer encuentro con un guardia en la zona comercial, ahora desierta. No pudo evitar quedarse mirando al hombre, armadura de cuero y metal, lanza en mano y pose holgazana. Estaba apostado junto a una de las pocas tiendas abiertas, donde un mercader de aspecto cabizbajo organizaba las frutas y verduras de su estante. No le conocía de nada, pero la lanza le sonaba. Frunció el ceño. No era la misma que las que utilizaban sus guerreras, pero claramente se le parecía. Tanto la punta de la lanza como el diseño que la decoraba parecían una versión no muy lograda de las armas que ella recordaba.
-¡Eh! ¿Tienes algún problema?
Salió de sus pensamientos para ver que el hombre se acercaba a ella con cara de malas pulgas. Esbozó una pequeña sonrisa y dejó caer la capucha. No tenía sentido seguir intentando esconderse, no de momento.
-¡Lo siento! No he podido evitar fijarme en… usted.
Una caída de ojos y un mechón de pelo colocado en su sitio con timidez y en cuestión de segundos el pecho del guardia se infló como un pavo real. Por algún motivo, la pirata se sintió triste. Sonrió, sin embargo, y aprovechó la oportunidad.
-¿Llevas mucho siendo parte de la guardia? Debe de ser un trabajo muy estresante…
-Oh, lo es, lo es.- por supuesto que iba a decirle eso. Pero si se pasaba el día vigilando a pobres comerciantes de verduras, no estaba muy segura de que fuera verdad.- Pero, ¿qué puedo decir? Me eligieron y lógicamente respondí.
Aki calló. ¿Le habían elegido? ¿Quién? ¿Los Hexarcas?
-Por supuesto… es un gran honor. ¡Y una preciosa arma!
-Gracias, gracias. Me la dieron tras entrenarme. Mira, ¿ves la Fortaleza? ¡Me llevaron hasta allí! Fue un proceso muy duro. No todos lo pasaron, por supuesto, pero yo… yo llegué hasta el final.
La pirata trató de no poner los ojos en blanco. No se creía la mitad de lo que le decía, pero algunas cosas tenían sentido. Habían utilizado las instalaciones de la Fortaleza para entrenar a su propia milicia, tras desbancar a sus pobres Guerreras. Tenía que averiguar su paradero.
-Oh… es una historia increíble. Me encantaría quedarme, pero le prometí a mi madre que acabaría los recados. ¿Te veré más tarde?
El pobre hombre volvió a inflarse como un pavo real.- ¡Por supuesto, señorita! Estaré aquí hasta que el sol empiece a caer.
Le dejó ir, por supuesto. Aki prosiguió su camino hacia los barrios nobles, un tanto apagada. Miró el reloj, calculando el tiempo. En unos cuarenta minutos tendría que empezar a dar la vuelta, para llegar a tiempo. No importaba. Era suficiente. Tendría que serlo.
No tardó en llegar a su destino, pero se le cayó el alma a los pies. Antes, la transición entre los barrios más ricos y el resto de la ciudad era más o menos orgánica. Poco a poco la ciudad iba siendo más decorada, los edificios más grandes, la gente mejor vestida. Ahora, había una evidente brecha en forma de perímetro guardado. Unos cinco guardias se extendían por la calle y eso solo la parte que ella podía ver.
Tras darle un par de vueltas, decidió esperar un poco y observar lo que ocurría. No podía entrar ahí tal y como estaba, o por lo menos no sin llamar sin necesidad la atención. Si cambiaba sus ropas y actuaba como una niña rica, preguntarían por qué había salido. Necesitaba una historia.
Respiró hondo. Diez minutos y entraría. Era suficiente para encontrar un buen cuento, algo que vender a los guardias sin problemas.
De pasada, se preguntó cómo le iría a Dexter. Él no conocía el lugar y aunque sabía que podía defenderse sin problemas… quizá no deberían haberse separado. Frunció el ceño, sentándose en una esquina para observar el lugar. Ahora era tarde. Lo mejor que podía hacer… era aprovechar la situación.
Dexter Black
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Estaba nervioso. Desde joven, se había acostumbrado a las miradas furtivas, tanto de admiración como de desprecio. Como cazador o como pirata, daba igual, llevaba mucho tiempo aprovechándose de que siempre había poseído una capacidad innata para llamar la atención, y ahora tenía que hacer justo lo contrario. ¿Cómo caminaba una persona normal? No tenía ni idea, y si trataba de imitar los andares cabizbajos de la gente más discreta enseguida su cuello se congestionaba, obligándolo de nuevo a alzar la mirada.
No era capaz de parecer mediocre. Sin embargo, avanzó junto a la muralla cuidadosamente, atento a todo lo que esta pudiese decirle. Había pintadas, pero casi todas frases malsonantes y firmas, pocos mensajes de rebelión o... O... ¿Qué era exactamente eso?
Tardó cerca de veinte minutos en encontrarlo -veintitrés, para ser exactos-, y tuvo que hacer un gran esfuerzo mental para no quedarse mirándolo durante un rato. En realidad no era el primero que veía, había más por toda la ciudad, y ni siquiera era el primero en el que se había fijado de toda la muralla. Era un patrón concreto en pintadas pequeñas, no muy evidente de primeras pero que una vez observabas no podías olvidar. Habría supuesto que se trataba de una simple casualidad, pero no creía en las casualidades. Alguien se había molestado en dibujar aquel símbolo cuidadosamente integrado por todas partes, más para quien fuese buscándolo que para un ojeador distraído. Lo único que necesitaba saber era qué demonios significaba, ¿pero cómo? Si él había lo visto, seguro que otros también, pero si preguntaba a quien no debía... Sabrían que había preguntado. De hecho, con lo reconocible que era, sabrían quién había preguntado.
- ¡Eh, tú, ¿qué miras?! -preguntó a su espalda un hombre-. ¡Circula!
Era un guardia. Vestía como un militar, con los colores de los Hexarcas y una extraña lanza. Dexter apretó los labios y puso ojos de colegiala, intentando adoptar la expresión más inocente que pudo. Se acercó ligeramente a él, juntando las manos y agachando levemente las rodillas para estar a su altura.
- Este dibujo -respondió, agarrando su nuca y acercándolo al dibujo-. ¿Tú sabrías decirme lo que es?
Tal vez fue su tono sugerente. Quizá, su voz seductora. Era probable que el verse levantado un par de palmos del suelo con total facilidad tuviese algo que ver. El caso es que se mostró bastante proactivo a la hora de contestar, si bien tartamudeaba un poco:
- No... No lo sé. Está por todas partes, en lo barrios ba-bajos... Es do-donde más hay.
- ¿Y por qué están?
- No.. Lo sé.
- ¿Hay algo que sepas?
El tipo negó con la cabeza.
- Sin embargo..
- ¿Sí...?
Dexter sonrió. Había ido bien.
No era capaz de parecer mediocre. Sin embargo, avanzó junto a la muralla cuidadosamente, atento a todo lo que esta pudiese decirle. Había pintadas, pero casi todas frases malsonantes y firmas, pocos mensajes de rebelión o... O... ¿Qué era exactamente eso?
Tardó cerca de veinte minutos en encontrarlo -veintitrés, para ser exactos-, y tuvo que hacer un gran esfuerzo mental para no quedarse mirándolo durante un rato. En realidad no era el primero que veía, había más por toda la ciudad, y ni siquiera era el primero en el que se había fijado de toda la muralla. Era un patrón concreto en pintadas pequeñas, no muy evidente de primeras pero que una vez observabas no podías olvidar. Habría supuesto que se trataba de una simple casualidad, pero no creía en las casualidades. Alguien se había molestado en dibujar aquel símbolo cuidadosamente integrado por todas partes, más para quien fuese buscándolo que para un ojeador distraído. Lo único que necesitaba saber era qué demonios significaba, ¿pero cómo? Si él había lo visto, seguro que otros también, pero si preguntaba a quien no debía... Sabrían que había preguntado. De hecho, con lo reconocible que era, sabrían quién había preguntado.
- ¡Eh, tú, ¿qué miras?! -preguntó a su espalda un hombre-. ¡Circula!
Era un guardia. Vestía como un militar, con los colores de los Hexarcas y una extraña lanza. Dexter apretó los labios y puso ojos de colegiala, intentando adoptar la expresión más inocente que pudo. Se acercó ligeramente a él, juntando las manos y agachando levemente las rodillas para estar a su altura.
- Este dibujo -respondió, agarrando su nuca y acercándolo al dibujo-. ¿Tú sabrías decirme lo que es?
Tal vez fue su tono sugerente. Quizá, su voz seductora. Era probable que el verse levantado un par de palmos del suelo con total facilidad tuviese algo que ver. El caso es que se mostró bastante proactivo a la hora de contestar, si bien tartamudeaba un poco:
- No... No lo sé. Está por todas partes, en lo barrios ba-bajos... Es do-donde más hay.
- ¿Y por qué están?
- No.. Lo sé.
- ¿Hay algo que sepas?
El tipo negó con la cabeza.
- Sin embargo..
- ¿Sí...?
Dexter sonrió. Había ido bien.
Aki D. Arlia
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Su oportunidad llegó antes de lo que esperaba. Mientras se ocultaba tras una esquina para seguir observando, vio como en el barrio de enfrente… alguien hacía lo mismo. Desde la ventana, le había mirado fijamente hasta que se había apartado y entonces había decidido hacer lo mismo. Un muchacho rubio, bastante joven o al menos eso le había parecido desde esa distancia.
Tras pensar un poco, volvió a cambiar de aspecto. Esta vez, se convirtió en una preciosa y joven, quizás demasiado joven, rubia y de ojos azules. Facciones suaves, pelo sedoso y pocas curvas; la imagen de la dulzura. Adoptó una expresión insegura y tras abandonar su capa por la ilusión de unas sencillas ropas blancas, avanzó hacia los guardias.
-Buenos días… m-me han pedido que viniera aquí.
Los hombres se miraron entre ellos, algo confusos.
-¿Quién te lo ha pedido?
-M-me llegó una carta, debo de tenerla en el bolsillo… Oh no, ¡creo que la he perdido por el camino! Por favor, déjenme pasar, he de encontrarme con un joven que vive aquí…
Se miraron entre ellos, pero pronto quedó claro que no se lo tragaban. Uno de los guardias le colocó la mano en la cara, acariciándola. Aki se estremeció, pero reprimió las ganas de romperle la muñeca y simplemente puso cara de asustada.
-Si lo que querías era algo de fiesta haber avisado, preciosa. No necesitabas una mentira tan elaborada.
Los labios de la pirata se convirtieron en una fina línea. O corría o luchaba. Si corría, no lograría averiguar nada y si luchaba, se arriesgaba a levantar sospechas como mínimo… y a reventar su tapadera en el peor de los casos. Por un segundo se quedó helada mientras pensaba cómo salir de esa, pero de repente una voz cortó la escena.
-¡Eh! ¿Qué está pasando aquí? Oh, ya has llegado. Ven.
Era el joven de la ventana. Solo que no era un joven, si no una mujer alta, delgada y con el pelo corto. También tenía cara de muy malas pulgas y Aki no dudó ni un instante en ir a refugiarse con ella.
-Más os vale no haberle puesto vuestras manazas encima. Necesitamos manos extra para los preparativos de mañana y ella es aceptable.
¿Preparativos? Necesitaba respuestas, pero aunque tenía curiosidad la más acuciante era la evidente. ¿Por qué había ayudado a una desconocida? Le siguió y en cuestión de segundos entraron a uno de los edificios. Este era blanco, los marcos de las ventanas y las puertas pintados de dorado. El interior era austero, pero aunque tenían lo básico para vivir ya solo la limpieza y el estar asegurados por la milicia les dejaba en mucho mejor lugar que al resto del pueblo.
La mujer le llevó a un pequeño dormitorio y le señaló la cama mientras cerraba la puerta. Aki se sentó, todavía algo recelosa. La mujer le miró con enfado.
-¿Quién eres? ¿Qué hay aquí que te interese tanto?
Aki se quedó helada, pero ella no paró.
-No quieres comida, vas aseada y no estás desnutrida. Y tenías una historia preparada, aunque no lo bastante como para haber estado planeando esto demasiado tiempo.
Empezaba a molestarle tanta pregunta e insistencia. No porque no la comprendiera, sino porque le hacía ver que realmente debería haber tenido más cabeza. Estaba de una pieza porque ella había aparecido.
-Y tú, ¿por qué me has ayudado? Eres parte de los sirvientes, ¿no es así?
La mujer alzó una ceja, antes de confirmarlo.
-Algo así. Preparo a aquellos y aquellas dispuestos a tomar un rol único y personal en la vida de la nobleza. Alguien ha de hacerlo, pues como comprenderás solo aceptan a los mejores.
No estaba segura de qué la delató. Quizá la forma en que cruzaba los brazos, tal vez una pequeña mueca al decir ‘nobleza’ o un cambio de tono al hablar de los mejores. Sutiles tonterías, en verdad. Pero en conjunto, le dejaron bastante claro que fuera quien fuera esa persona, no le gustaba el orden del que formaba parte.
Se relajó un poco y esbozó una pequeña sonrisa. Bien. Podía trabajar con eso.
Tras pensar un poco, volvió a cambiar de aspecto. Esta vez, se convirtió en una preciosa y joven, quizás demasiado joven, rubia y de ojos azules. Facciones suaves, pelo sedoso y pocas curvas; la imagen de la dulzura. Adoptó una expresión insegura y tras abandonar su capa por la ilusión de unas sencillas ropas blancas, avanzó hacia los guardias.
-Buenos días… m-me han pedido que viniera aquí.
Los hombres se miraron entre ellos, algo confusos.
-¿Quién te lo ha pedido?
-M-me llegó una carta, debo de tenerla en el bolsillo… Oh no, ¡creo que la he perdido por el camino! Por favor, déjenme pasar, he de encontrarme con un joven que vive aquí…
Se miraron entre ellos, pero pronto quedó claro que no se lo tragaban. Uno de los guardias le colocó la mano en la cara, acariciándola. Aki se estremeció, pero reprimió las ganas de romperle la muñeca y simplemente puso cara de asustada.
-Si lo que querías era algo de fiesta haber avisado, preciosa. No necesitabas una mentira tan elaborada.
Los labios de la pirata se convirtieron en una fina línea. O corría o luchaba. Si corría, no lograría averiguar nada y si luchaba, se arriesgaba a levantar sospechas como mínimo… y a reventar su tapadera en el peor de los casos. Por un segundo se quedó helada mientras pensaba cómo salir de esa, pero de repente una voz cortó la escena.
-¡Eh! ¿Qué está pasando aquí? Oh, ya has llegado. Ven.
Era el joven de la ventana. Solo que no era un joven, si no una mujer alta, delgada y con el pelo corto. También tenía cara de muy malas pulgas y Aki no dudó ni un instante en ir a refugiarse con ella.
-Más os vale no haberle puesto vuestras manazas encima. Necesitamos manos extra para los preparativos de mañana y ella es aceptable.
¿Preparativos? Necesitaba respuestas, pero aunque tenía curiosidad la más acuciante era la evidente. ¿Por qué había ayudado a una desconocida? Le siguió y en cuestión de segundos entraron a uno de los edificios. Este era blanco, los marcos de las ventanas y las puertas pintados de dorado. El interior era austero, pero aunque tenían lo básico para vivir ya solo la limpieza y el estar asegurados por la milicia les dejaba en mucho mejor lugar que al resto del pueblo.
La mujer le llevó a un pequeño dormitorio y le señaló la cama mientras cerraba la puerta. Aki se sentó, todavía algo recelosa. La mujer le miró con enfado.
-¿Quién eres? ¿Qué hay aquí que te interese tanto?
Aki se quedó helada, pero ella no paró.
-No quieres comida, vas aseada y no estás desnutrida. Y tenías una historia preparada, aunque no lo bastante como para haber estado planeando esto demasiado tiempo.
Empezaba a molestarle tanta pregunta e insistencia. No porque no la comprendiera, sino porque le hacía ver que realmente debería haber tenido más cabeza. Estaba de una pieza porque ella había aparecido.
-Y tú, ¿por qué me has ayudado? Eres parte de los sirvientes, ¿no es así?
La mujer alzó una ceja, antes de confirmarlo.
-Algo así. Preparo a aquellos y aquellas dispuestos a tomar un rol único y personal en la vida de la nobleza. Alguien ha de hacerlo, pues como comprenderás solo aceptan a los mejores.
No estaba segura de qué la delató. Quizá la forma en que cruzaba los brazos, tal vez una pequeña mueca al decir ‘nobleza’ o un cambio de tono al hablar de los mejores. Sutiles tonterías, en verdad. Pero en conjunto, le dejaron bastante claro que fuera quien fuera esa persona, no le gustaba el orden del que formaba parte.
Se relajó un poco y esbozó una pequeña sonrisa. Bien. Podía trabajar con eso.
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Desconocía su significado, pero no a quien lo había hecho. Un muchacho, casi un niño, había ido con pintura blanca dibujándolo por todas partes. Él y más guardias habían intentado detenerlo, pero siempre de una forma u otra acababa escabuyéndose. En principio no sabían de dónde venía ni en qué lugar residía, pero a juzgar por la calidad de las pinturas -algunas, según el guardia, llevaban casi un año- no podía estar en la zona más pobre de la ciudad. O sea, seguramente no fuese de la parte rica, pero como mínimo vendría de o tendría acceso a uno de los pocos espacios en que las tiendas no estuviesen cerradas a cal y canto.
- Tal vez si voy al barrio de los artesanos puedan darme una respuesta -comentó, rascándose el mentón-. ¿Tú qué opinas?
- Que podrías soltarme.
Dexter se disculpó, posándolo en el suelo. Era cierto que llevaba un rato teniéndolo sujeto, lo que probablemente le causase algún tipo de dolor o contractura. No era su intención, pero se había olvidado de que seguía ahí en contra de su voluntad. Aun así, al dejarlo libre el tipo no se fue, sino que se mantuvo expectante frente a Dexter, como si todo fuese a cobrar sentido de un momento a otro.
- ¿Pero por qué te interesa? -preguntó el soldado, tras un rato más de contemplación.
Le habría gustado no responder, pero tras mantenerlo sujeto tanto tiempo era como si entre los dos se hubiese formado una relación un tanto extraña de camaradería, totalmente insospechada entre dos personas tan distintas. Él, soldado, y Dexter, que quería dejarlo sin trabajo; una relación imposible que se truncaría una vez sacasen de ahí a los Hexarcas. Aunque claro, también podía haber buena gente trabajando para malas personas fruto del hambre o el mero desconocimiento.
- No sabría decirte -resolvió-. Está en todas partes, integrado en varias figuras pero destacando si atiendes a lo que miras. Cualquiera pensaría que es una suerte de mensaje, o un emblema para quien pueda sentirse identificado.
- O un adolescente jugando con pintura.
- O un adolescente jugando con pintura.
Tras un rato más se despidieron. Dexter le dio la mano y se presentó como Glaucus, un artista itinerantes que iba buscando inspiración en la pintura urbana de todas partes del Nuevo Mundo. Asumió que el guardia sospecharía de su fuerza, pero para navegar en ese mar había que poseer dotes extraordinarias, por lo que no le dio mayor importancia. Él tampoco, que sonrió amablemente e incluso le pidió un autógrafo, por si algún día podía hacerse rico vendiéndolo. Por un momento pareció que ambos olvidaron el incidente del cuello, y hasta un rato después, ya habiéndose alejado de las murallas para acercarse a los artesanos, fue que escuchó a algún que otro miliciano hablar de un tal "Glaucus", un peligro público. Por suerte no parecían haberse quedado con su descripción física, aunque era un buen motivo para no acercarse a ellos.
Finalmente llegó. El distrito estaba "mejor" que el resto de la ciudad, si bien se notaba una cierta decadencia en las descuidadas estructuras y el abandono de varios -algo menos que la mitad- de los comercios y puestos de venta, así como talleres. En parte era bueno porque limitaba su búsqueda a los pocos fabricantes de pintura que pudiese haber, pero resultaba extraordinariamente deprimente. Fuera como fuese, se sobrepuso al desagrado y buscó el primero de los locales. Cómo no, vacío.
El dependiente -probablemente también el productor, a juzgar por sus manos de un blanco antinatural y venas extraordinariamente marcadas- saludó débilmente desde su mesa, sin ofrecer ningún tipo de ayuda. Estuvo a punto de disimular y molestarse en comprar algo, pero decidió que probablemente lo óptimo era ser directo. O no, porque si tenía relación con el pintor...
- Mi nombre es Glaucus, y soy artista -se presentó, acercándose al hombre-. Y me preguntaba si...
Todo en su justa medida.
- Tal vez si voy al barrio de los artesanos puedan darme una respuesta -comentó, rascándose el mentón-. ¿Tú qué opinas?
- Que podrías soltarme.
Dexter se disculpó, posándolo en el suelo. Era cierto que llevaba un rato teniéndolo sujeto, lo que probablemente le causase algún tipo de dolor o contractura. No era su intención, pero se había olvidado de que seguía ahí en contra de su voluntad. Aun así, al dejarlo libre el tipo no se fue, sino que se mantuvo expectante frente a Dexter, como si todo fuese a cobrar sentido de un momento a otro.
- ¿Pero por qué te interesa? -preguntó el soldado, tras un rato más de contemplación.
Le habría gustado no responder, pero tras mantenerlo sujeto tanto tiempo era como si entre los dos se hubiese formado una relación un tanto extraña de camaradería, totalmente insospechada entre dos personas tan distintas. Él, soldado, y Dexter, que quería dejarlo sin trabajo; una relación imposible que se truncaría una vez sacasen de ahí a los Hexarcas. Aunque claro, también podía haber buena gente trabajando para malas personas fruto del hambre o el mero desconocimiento.
- No sabría decirte -resolvió-. Está en todas partes, integrado en varias figuras pero destacando si atiendes a lo que miras. Cualquiera pensaría que es una suerte de mensaje, o un emblema para quien pueda sentirse identificado.
- O un adolescente jugando con pintura.
- O un adolescente jugando con pintura.
Tras un rato más se despidieron. Dexter le dio la mano y se presentó como Glaucus, un artista itinerantes que iba buscando inspiración en la pintura urbana de todas partes del Nuevo Mundo. Asumió que el guardia sospecharía de su fuerza, pero para navegar en ese mar había que poseer dotes extraordinarias, por lo que no le dio mayor importancia. Él tampoco, que sonrió amablemente e incluso le pidió un autógrafo, por si algún día podía hacerse rico vendiéndolo. Por un momento pareció que ambos olvidaron el incidente del cuello, y hasta un rato después, ya habiéndose alejado de las murallas para acercarse a los artesanos, fue que escuchó a algún que otro miliciano hablar de un tal "Glaucus", un peligro público. Por suerte no parecían haberse quedado con su descripción física, aunque era un buen motivo para no acercarse a ellos.
Finalmente llegó. El distrito estaba "mejor" que el resto de la ciudad, si bien se notaba una cierta decadencia en las descuidadas estructuras y el abandono de varios -algo menos que la mitad- de los comercios y puestos de venta, así como talleres. En parte era bueno porque limitaba su búsqueda a los pocos fabricantes de pintura que pudiese haber, pero resultaba extraordinariamente deprimente. Fuera como fuese, se sobrepuso al desagrado y buscó el primero de los locales. Cómo no, vacío.
El dependiente -probablemente también el productor, a juzgar por sus manos de un blanco antinatural y venas extraordinariamente marcadas- saludó débilmente desde su mesa, sin ofrecer ningún tipo de ayuda. Estuvo a punto de disimular y molestarse en comprar algo, pero decidió que probablemente lo óptimo era ser directo. O no, porque si tenía relación con el pintor...
- Mi nombre es Glaucus, y soy artista -se presentó, acercándose al hombre-. Y me preguntaba si...
Todo en su justa medida.
Aki D. Arlia
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Se encontraban en lo que bien podía denominarse un punto muerto. Aki no podía revelar su tapadera y la desconocida no podía hablar mal de aquellos a quienes servía. Si una de las dos era una espía, la otra lo pasaría francamente mal. Si ambas lo eran, sin embargo, podían ganar mucho. Sin embargo, el problema era el mismo: una debía arriesgarse, dar un paso en falso. Aki sonrió y se incorporó. Poco a poco, el poder de su fruta envolvió a la desconocida, invitándola a mirar de cerca y dejarse seducir.
- No te gusta tu trabajo, ¿no es así?
Pudo ver como tragaba saliva, pero en lugar de asentir se puso a la defensiva. Tanto tenía, bien podría haber sido una confesión firmada.
-¿De qué vas? Acabo de salvarte la vida, esa pregunta está fuera de lugar. Claro que me gusta… mi trabajo.
-No es cierto.- dijo, simplemente.- Y no te culpo. Entrenas esclavos, aun si los llaman de otra manera.
No la culpaba, pero vio cómo apretaba los dientes. Estaba de acuerdo, incluso si no le gustaba. Aki se acercó más y le acarició la cara, hablando en voz baja.
-No pasa nada. Lo entiendo. Todos buscamos formas de sobrevivir; por eso estoy aquí. Eso es todo lo que necesitas saber, pero yo… necesito más información. ¿Me ayudarás?
No quería. Estaba asustada, pero aún así le acarició el pelo y en el lapso de un segundo acabó rendida y abrazándola. No podía evitarlo; la fruta de la pirata podía más que su voluntad. Con tono derrotado y confuso, habló:
-No sé quién eres, ni qué me estás haciendo. Yo tengo pareja, yo… te ayudaré. Por favor, no me delates.
No pensaba hacerlo. Le devolvió el abrazo y con cuidado, le dio un pequeño beso en la frente antes de apartarse unos centímetros, todavía tocándole el brazo. Esbozó una pequeña sonrisa e intentó hacer que se sintiera algo más a gusto. Ya había cedido, iba a decirle lo que necesitaba. Sería más sencillo si se relajaba.
-¿Para qué son los preparativos? ¿Trabajas aquí con tu pareja?
Por desgracia, la reacción no fue la que la pelirroja esperaba. La desconocida meneó la cabeza y cruzó los brazos, frunciendo el ceño.
-No. Vivíamos en la Fortaleza, hasta que… desapareció. Me trajeron aquí y me encargaron encontrar y arreglar a los jóvenes más hermosos, hombres y mujeres. Una vez al mes envío un nuevo grupo acompañado de los guardias. No regresan. No sé qué ocurre, pero tampoco puedo salir de aquí, ni para ir a la ciudad ni para volver arriba.
Fue el turno de Aki de poner mala cara. ¿Jóvenes hermosos? Se hacía una idea de lo que estaba ocurriendo, pero no le gustaba nada. Sin embargo, eso no era lo más interesante de la historia de la mujer.
Estuvo un rato haciéndole preguntas, pero más pronto que tarde el tiempo se les echó encima. La pirata le prometió volver y ayudarle, a cambio de que le dejara marchar distrayendo a los guardias. Unos minutos después, Lysbeth corría entre las calles de vuelta hasta lo que se había convertido en su cuartel general.
No sabía qué habría descubierto Dexter, pero lo que ella había averiguado era suficiente para ponerle la carne de gallina. Y aún así, eran buenas noticias.
Llegó a la casa, pero se encontró la puerta cerrada. Fue a abrirla como la primera vez, pero se detuvo en el último segundo con una sonrisa en los labios. En lugar de eso, llamó tres veces a la puerta. ¿Por qué se sentía tan tonta? Y aun así, no podía dejar de sonreír.
- No te gusta tu trabajo, ¿no es así?
Pudo ver como tragaba saliva, pero en lugar de asentir se puso a la defensiva. Tanto tenía, bien podría haber sido una confesión firmada.
-¿De qué vas? Acabo de salvarte la vida, esa pregunta está fuera de lugar. Claro que me gusta… mi trabajo.
-No es cierto.- dijo, simplemente.- Y no te culpo. Entrenas esclavos, aun si los llaman de otra manera.
No la culpaba, pero vio cómo apretaba los dientes. Estaba de acuerdo, incluso si no le gustaba. Aki se acercó más y le acarició la cara, hablando en voz baja.
-No pasa nada. Lo entiendo. Todos buscamos formas de sobrevivir; por eso estoy aquí. Eso es todo lo que necesitas saber, pero yo… necesito más información. ¿Me ayudarás?
No quería. Estaba asustada, pero aún así le acarició el pelo y en el lapso de un segundo acabó rendida y abrazándola. No podía evitarlo; la fruta de la pirata podía más que su voluntad. Con tono derrotado y confuso, habló:
-No sé quién eres, ni qué me estás haciendo. Yo tengo pareja, yo… te ayudaré. Por favor, no me delates.
No pensaba hacerlo. Le devolvió el abrazo y con cuidado, le dio un pequeño beso en la frente antes de apartarse unos centímetros, todavía tocándole el brazo. Esbozó una pequeña sonrisa e intentó hacer que se sintiera algo más a gusto. Ya había cedido, iba a decirle lo que necesitaba. Sería más sencillo si se relajaba.
-¿Para qué son los preparativos? ¿Trabajas aquí con tu pareja?
Por desgracia, la reacción no fue la que la pelirroja esperaba. La desconocida meneó la cabeza y cruzó los brazos, frunciendo el ceño.
-No. Vivíamos en la Fortaleza, hasta que… desapareció. Me trajeron aquí y me encargaron encontrar y arreglar a los jóvenes más hermosos, hombres y mujeres. Una vez al mes envío un nuevo grupo acompañado de los guardias. No regresan. No sé qué ocurre, pero tampoco puedo salir de aquí, ni para ir a la ciudad ni para volver arriba.
Fue el turno de Aki de poner mala cara. ¿Jóvenes hermosos? Se hacía una idea de lo que estaba ocurriendo, pero no le gustaba nada. Sin embargo, eso no era lo más interesante de la historia de la mujer.
Estuvo un rato haciéndole preguntas, pero más pronto que tarde el tiempo se les echó encima. La pirata le prometió volver y ayudarle, a cambio de que le dejara marchar distrayendo a los guardias. Unos minutos después, Lysbeth corría entre las calles de vuelta hasta lo que se había convertido en su cuartel general.
No sabía qué habría descubierto Dexter, pero lo que ella había averiguado era suficiente para ponerle la carne de gallina. Y aún así, eran buenas noticias.
Llegó a la casa, pero se encontró la puerta cerrada. Fue a abrirla como la primera vez, pero se detuvo en el último segundo con una sonrisa en los labios. En lugar de eso, llamó tres veces a la puerta. ¿Por qué se sentía tan tonta? Y aun así, no podía dejar de sonreír.
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Una completa pérdida de tiempo. Ir en busca de todas esas señales había sido una total y absoluta pérdida de tiempo.
El hombre, que había resultado ser el dueño, le había detallado los clientes que compraban esa clase de pintura, y si bien había demasiados, descartó de inmediato a más de la mitad; un par de litros no bastaban para lo que había hecho. También tachó a los que habían comprado hacía más de un par de meses atrás y se ocupó de comprobar las cantidades que habían comprado unos y otros, haciendo un cálculo aproximado basándose en la superficie total aproximada de los edificios que había visto a su alrededor. No podía borrar a estos últimos dado que, de ser una persona inteligente, probablemente habría camuflado sus intenciones asegurándose de comprar grandes cantidades, por lo que seguramente el registro más inflado se acercase más a la verdad.
Sin embargo, seguía habiendo demasiados.
En los últimos meses el hombre había vendido mil cien litros de "blanco mate para acabados exteriores", de los cuales trescientos los había tomado un único comprador. O se trataba de alguna clase de contratista o revendía la pintura. Pero no aportaba información, por lo que de poco valía que el artesano se hubiese tomado la molestia de apuntar a todos sus grandes clientes -gente a la que, según él, enviaba una felicitación en fiestas y a la que hacía descuentos especiales-. Solo con eso no sacaba nada; no por lo menos mientras hubiese tantas variables sueltas.
Le había preguntado a qué se dedicaba cada uno, pero no pareció que en ello descubriese una brecha. De hecho, las coartadas de cada uno cobraban mayor solidez a cada momento mientras más y más información iba saliendo por la boca del hombre. Además, claro, las compras eran en algunos casos tan grandes que si hubiese habido pérdidas del uno por ciento -imperceptibles- habrían dado para hacer todas las pintadas que había visto y más. Entonces, se le había ocurrido una idea.
- ¿Tiene hijos?
Su pregunta lo había cogido desprevenido. Asintió con cierto recelo, aunque teñido por la perplejidad que la cuestión propagaba. Le preguntó también por su edad, amigos, y todas esas cosas que el hombre se negó a contestar, seguramente preocupado por qué podría hacer un hombre como él a una inocente criaturita de, tal vez, unos quince años. Dudaba que, por la apariencia del hombre, sus vástagos pudiesen ser mucho más mayores.
También había preguntado por la familia de otra gente, y varios compradores tenían descendencia. Con esa sí se le soltó algo más la lengua, si bien a cada instante se notaba la incomodidad crecer en él, como si sintiese que no debía responder a lo que le iba preguntando.
En cualquier caso, no había servido de nada.
Caminó de vuelta hacia la casa de Dark Satou, molesto tras haber dado con la verdad: No era un síntoma de rebelión, aunque sí de rebeldía. No era la enseña de ninguna logia o causa, de nada que soflamara el espíritu revolucionario. Había perdido dos horas, y para lo único que había valido era para saber que la pintura blanca no era tan demandada como uno podría esperar. No quería pensar en ello, pero era inevitable. Había ido hasta allí para ayudar, y solo estaba haciéndose con datos estúpidos que no servirían de nada, y peor aún, se estaba exponiendo en el proceso.
Habría tirado abajo la puerta cuando llegó, pero justo coincidió de llegar tras ella. Llamaba a la puerta mientras él doblaba la esquina, contagiándole pese a todo una tímida sonrisa de bobo.
- No hay nadie -susurró en su oído-. Tal vez deberías abrir tu misma. - A pesar de que no hizo nada durante un par de segundos, rezó muy fuerte para que no la derribase de nuevo-. Esto no es una declaración formal, pero creo que deberías tener una. Por si en algún momento... Necesitas entrar aquí, ¿sabes?
Descendió por su brazo hasta aferrar su mano, dejando una llave cuando la alcanzó.
- ¿Quieres probarla?
El hombre, que había resultado ser el dueño, le había detallado los clientes que compraban esa clase de pintura, y si bien había demasiados, descartó de inmediato a más de la mitad; un par de litros no bastaban para lo que había hecho. También tachó a los que habían comprado hacía más de un par de meses atrás y se ocupó de comprobar las cantidades que habían comprado unos y otros, haciendo un cálculo aproximado basándose en la superficie total aproximada de los edificios que había visto a su alrededor. No podía borrar a estos últimos dado que, de ser una persona inteligente, probablemente habría camuflado sus intenciones asegurándose de comprar grandes cantidades, por lo que seguramente el registro más inflado se acercase más a la verdad.
Sin embargo, seguía habiendo demasiados.
En los últimos meses el hombre había vendido mil cien litros de "blanco mate para acabados exteriores", de los cuales trescientos los había tomado un único comprador. O se trataba de alguna clase de contratista o revendía la pintura. Pero no aportaba información, por lo que de poco valía que el artesano se hubiese tomado la molestia de apuntar a todos sus grandes clientes -gente a la que, según él, enviaba una felicitación en fiestas y a la que hacía descuentos especiales-. Solo con eso no sacaba nada; no por lo menos mientras hubiese tantas variables sueltas.
Le había preguntado a qué se dedicaba cada uno, pero no pareció que en ello descubriese una brecha. De hecho, las coartadas de cada uno cobraban mayor solidez a cada momento mientras más y más información iba saliendo por la boca del hombre. Además, claro, las compras eran en algunos casos tan grandes que si hubiese habido pérdidas del uno por ciento -imperceptibles- habrían dado para hacer todas las pintadas que había visto y más. Entonces, se le había ocurrido una idea.
- ¿Tiene hijos?
Su pregunta lo había cogido desprevenido. Asintió con cierto recelo, aunque teñido por la perplejidad que la cuestión propagaba. Le preguntó también por su edad, amigos, y todas esas cosas que el hombre se negó a contestar, seguramente preocupado por qué podría hacer un hombre como él a una inocente criaturita de, tal vez, unos quince años. Dudaba que, por la apariencia del hombre, sus vástagos pudiesen ser mucho más mayores.
También había preguntado por la familia de otra gente, y varios compradores tenían descendencia. Con esa sí se le soltó algo más la lengua, si bien a cada instante se notaba la incomodidad crecer en él, como si sintiese que no debía responder a lo que le iba preguntando.
En cualquier caso, no había servido de nada.
Caminó de vuelta hacia la casa de Dark Satou, molesto tras haber dado con la verdad: No era un síntoma de rebelión, aunque sí de rebeldía. No era la enseña de ninguna logia o causa, de nada que soflamara el espíritu revolucionario. Había perdido dos horas, y para lo único que había valido era para saber que la pintura blanca no era tan demandada como uno podría esperar. No quería pensar en ello, pero era inevitable. Había ido hasta allí para ayudar, y solo estaba haciéndose con datos estúpidos que no servirían de nada, y peor aún, se estaba exponiendo en el proceso.
Habría tirado abajo la puerta cuando llegó, pero justo coincidió de llegar tras ella. Llamaba a la puerta mientras él doblaba la esquina, contagiándole pese a todo una tímida sonrisa de bobo.
- No hay nadie -susurró en su oído-. Tal vez deberías abrir tu misma. - A pesar de que no hizo nada durante un par de segundos, rezó muy fuerte para que no la derribase de nuevo-. Esto no es una declaración formal, pero creo que deberías tener una. Por si en algún momento... Necesitas entrar aquí, ¿sabes?
Descendió por su brazo hasta aferrar su mano, dejando una llave cuando la alcanzó.
- ¿Quieres probarla?
Aki D. Arlia
Fama
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
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Akuma no mi
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Le tomó por sorpresa. Estaba convencida, por algún motivo, de que se hallaba dentro. De repente, su olor la envolvió mientras Dexter aparecía a su espalda y la pirata dio un pequeño respingo antes de que una enorme sonrisa se extendiera por su rostro.
Por un segundo estuvo tentada de abrir la puerta igual que la primera vez, pero se detuvo. Era una trampa, ¿verdad? Todavía recordaba cómo se había quedado él al verla. Por no hablar del cuidado que había puesto en repararla. No quería rompérsela de nuevo después de aquello.
Solo tuvo que esperar un par de segundos. Poco a poco, se deslizó por su brazo hasta acabar mano en mano, dejándole algo metálico en la palma. Una diminuta llave plateada reposaba con tranquilidad. Aki se rió entre dientes y la metió con cuidado en la cerradura.
-¿De qué iba a ser declaración? En el momento en el que cambiamos la cerradura creo que podemos dar por asaltada esta casa, me temo. Así pues… ¡bienvenido al hogar, dulce hogar!
Entró primero, lógicamente, y sostuvo la puerta abierta para que pasara mientras decía lo último, todavía con la risa bailando en la mirada. Razón no le faltaba, aunque un pedazo de metal no hacía que pudiera llamar hogar a cuatro paredes. Pero en cualquier caso era su cuartel general, al menos por el momento. Ponerse cómodos era en realidad una buena idea. Todo el mundo sabía que una vez relajado se pensaba mejor. Y teniendo en cuenta lo que acababa de descubrir… iban a tener que pensar bastante.
-Tengo noticias.- Dijo, mientras cerraba la puerta a su espalda y se guardaba la llave con cuidado.- Buenas, o al menos eso creo.
Si jugaba bien sus cartas, la mujer con la que se había encontrado en los barrios nobles podía convertirse en su potencial aliada. Y el proceso que se iba a llevar a cabo mañana… su pasaporte para infiltrarse en la Fortaleza.
-Sabes, lo he estado pensando y creo que se nos ha pasado por alto la manera más natural y sencilla de pasar desapercibidos.
Se acercó a Dexter y le acarició el pecho con una mano, de forma distraída. Al final, alzó la cabeza para mirarle a los ojos y esbozó una pequeña sonrisa.
-Estoy segura de que fuiste un adolescente más que apuesto.
Todavía tenía que explicárselo, y él que aceptar, pero tenía sentido. Antes de todas las aventuras, de las akumas, de la tragedia y las batallas Aki no era más que una joven pelirroja. Guapa, desde luego, pero una adolescente al fin y al cabo. No llamaba tanto la atención, aunque en su época era porque lo prefería así. Era más fácil meterle la mano en el bolsillo a la gente cuando estás segura de que no te están mirando. Y aunque dudaba que fuera por los mismos motivos, le costaba creer que Dexter no hubiera cambiado después de tantos años. Si podían recrear sus viejas apariencias, se convertirían en dos caramelitos anónimos dignos de ser elegidos para ir a la Fortaleza junto con el resto de apuestos jóvenes que su involuntaria benefactora estaba reclutando. O al menos, esa era la teoría.
Sin embargo, podían pensarlo más tarde. Tenían tiempo. No mucho, pero un poco. Y cualquier cosa que fuera más que nada, quería aprovecharla. Le dio un pequeño beso en los labios y se le quedó mirando.
-Entonces… ¿una tregua?
Pongamos una alarma. Trabajemos más tarde, olvidémonos del mundo ahora. Le pidió que marcara una habitación, a sabiendas de que entraría en ella nada más lo hubiera hecho. Era consciente de que estaban jugando con fuego y si tenía que avivarlo prefería ser impulsiva mientras estuvieran sanos y salvos en su pequeña cúpula aislada.
Lo que ocurriera a continuación, sería problema de la Aki de mañana.
Por un segundo estuvo tentada de abrir la puerta igual que la primera vez, pero se detuvo. Era una trampa, ¿verdad? Todavía recordaba cómo se había quedado él al verla. Por no hablar del cuidado que había puesto en repararla. No quería rompérsela de nuevo después de aquello.
Solo tuvo que esperar un par de segundos. Poco a poco, se deslizó por su brazo hasta acabar mano en mano, dejándole algo metálico en la palma. Una diminuta llave plateada reposaba con tranquilidad. Aki se rió entre dientes y la metió con cuidado en la cerradura.
-¿De qué iba a ser declaración? En el momento en el que cambiamos la cerradura creo que podemos dar por asaltada esta casa, me temo. Así pues… ¡bienvenido al hogar, dulce hogar!
Entró primero, lógicamente, y sostuvo la puerta abierta para que pasara mientras decía lo último, todavía con la risa bailando en la mirada. Razón no le faltaba, aunque un pedazo de metal no hacía que pudiera llamar hogar a cuatro paredes. Pero en cualquier caso era su cuartel general, al menos por el momento. Ponerse cómodos era en realidad una buena idea. Todo el mundo sabía que una vez relajado se pensaba mejor. Y teniendo en cuenta lo que acababa de descubrir… iban a tener que pensar bastante.
-Tengo noticias.- Dijo, mientras cerraba la puerta a su espalda y se guardaba la llave con cuidado.- Buenas, o al menos eso creo.
Si jugaba bien sus cartas, la mujer con la que se había encontrado en los barrios nobles podía convertirse en su potencial aliada. Y el proceso que se iba a llevar a cabo mañana… su pasaporte para infiltrarse en la Fortaleza.
-Sabes, lo he estado pensando y creo que se nos ha pasado por alto la manera más natural y sencilla de pasar desapercibidos.
Se acercó a Dexter y le acarició el pecho con una mano, de forma distraída. Al final, alzó la cabeza para mirarle a los ojos y esbozó una pequeña sonrisa.
-Estoy segura de que fuiste un adolescente más que apuesto.
Todavía tenía que explicárselo, y él que aceptar, pero tenía sentido. Antes de todas las aventuras, de las akumas, de la tragedia y las batallas Aki no era más que una joven pelirroja. Guapa, desde luego, pero una adolescente al fin y al cabo. No llamaba tanto la atención, aunque en su época era porque lo prefería así. Era más fácil meterle la mano en el bolsillo a la gente cuando estás segura de que no te están mirando. Y aunque dudaba que fuera por los mismos motivos, le costaba creer que Dexter no hubiera cambiado después de tantos años. Si podían recrear sus viejas apariencias, se convertirían en dos caramelitos anónimos dignos de ser elegidos para ir a la Fortaleza junto con el resto de apuestos jóvenes que su involuntaria benefactora estaba reclutando. O al menos, esa era la teoría.
Sin embargo, podían pensarlo más tarde. Tenían tiempo. No mucho, pero un poco. Y cualquier cosa que fuera más que nada, quería aprovecharla. Le dio un pequeño beso en los labios y se le quedó mirando.
-Entonces… ¿una tregua?
Pongamos una alarma. Trabajemos más tarde, olvidémonos del mundo ahora. Le pidió que marcara una habitación, a sabiendas de que entraría en ella nada más lo hubiera hecho. Era consciente de que estaban jugando con fuego y si tenía que avivarlo prefería ser impulsiva mientras estuvieran sanos y salvos en su pequeña cúpula aislada.
Lo que ocurriera a continuación, sería problema de la Aki de mañana.
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