El ataque de los robots [Pasado - Maki y Arny]

Cansado y aturdido, el ornitorrinco con la espalda apoyada contra una pared mientras reposaba, sentado en el suelo. Observó como su compañero creaba agua de la nada para realizar su ataque. -¿De la nada?- se preguntó extrañado al ver como el liquido elemento surgía en su palma para después salir despedido contra los enemigos. -¡De la nada, no!- Exclamó al ver, con su visión especial, como aquel gyojin condensaba las moléculas de hidrógeno y oxigeno, formando átomos de agua. Alucinado, observaba la creación de H2O con más interrogantes de las que él mismo hubiera deseado, pero la principal duda era si podría replicar una técnica semejante, con la capacidad de sus poderes.
La descarga de Maki remojó los constructos metálicos, fundiendo los circuitos de los cofres abiertos con sus habitantes dentro, entre humo y ruidos eléctricos. Chispas y gritos de los moribundos que jamás esperaron tener que enfrentarse a un ataque combinado que mezclase dos de las debilidades de aquellas maquinas.
El olor de los cuerpos quemados comenzaba a ser insoportable y tan solo las suplicas de los encerrados distrajeron al ornitorrinco del macabro espectáculo del que había sido participe.
-Trabajáis con demasiados besos para mi gusto- bromeó Arny, que daba gracias a la falta de sensibilidad en el pico -He visto esa boca demasiado cerca, pero me alegra que haya salido bien, ahora saquemos a estos y vayámonos, creo que he tenido suficientes vacas y pasto para toda una vida- Exclamó antes de ponerse en pie y acercarse al ataúd chispeante del jefe para rebuscar entre los bolsillos de sus ropas.
Tras un rato de meter las manos en bolsillos vacíos, encontró las llaves de las celdas en una de las vacas de atrás -Sería el carcelero- supuso mientras enseñaba el manojo de llaves a Maki.

“CLANG”, “CLANG”, “CLANG”. Resonaba en las mazmorras cuando las cerraduras giraban y se abrían, golpeando como tambores metálicos. Los humanos que podían moverse por si mismos hacían por salir de las jaulas donde estuvieron encerrados sin preguntas, pero con una expresión en sus rostros que lo decía todo. Desde mutilados a vejados mentalmente. Pasando por todo tipo de torturas y comprobación de limites de resistencia. La mayoría de presos, raptados, había sufrido tanto. Que ni con años de tratamiento podrían recuperar la cordura, pero tal vez, podrían regresar a ser parte de una sociedad nuevamente, si recibían ayuda de profesionales.
Los revolucionarios habían tenido más suerte pues llevaban menos tiempo capturados. Obviando los golpes y heridas físicas que portaban en sus cuerpos, sus mentes se mantenían en orden, aparentemente en orden. Todo lo “en orden” que solían estar antes del encierro al menos.

Para cuando los cortocircuitos de los trajes metálicos hubieron terminado, Arny había abierto todas las puertas, pero la verdad era que poco se podía hacer con muchos de los humanos capturados. Tras los estragos de una dura investigación con sus cuerpos, la vivisección y la mutilación a la que se habían visto sometidos, carecían de arreglo. Sus cuerpos podrían ser sustituidos, pero sus mentes estaban tan lejos de la realidad, que podía apreciarse en sus miradas perdidas, que no distinguían a sus salvadores de sus carceleros. -¿Llamaras a los tuyos para que limpien esto? Tienes autoridad para hacer que revienten este laboratorio, ¿no?- preguntó Arny, que no tenía fuerzas ni ganas de investigar donde podría estar el botón de autodestrucción de la nave, ni siquiera pensaba que aquello existiera.

Tras abandonar su lugar de encierro y ver quien los había rescatado, corrieron a formar y cuadrarse ante un superior, los revolucionarios sabían quien era aquel pez globo que empapó las celdas.
Los cuerpos de los seres que decían provenir de las estrellas comenzaron a descomponerse rápidamente, enviando a la atmósfera cerrada de las celdas gases de descomposición. Un ataque pasivo que se desencadena al morir un ser de aquella especie, algo programado por ellos mismos o por su propia naturaleza, pero lo único claro es que en un lugar tan cerrado podría ser muy peligroso para los que respirasen los vapores que aquellos cuerpos expelían. Con un ultimo esfuerzo, el gaseoso mink absorbió aquel vapor casi imperceptible, mientras los soldados de la revolución estaban entretenidos. -Nadie necesita saber el limite de mis capacidades- concluyo al fin, tras meditar si comentaría algo sobre el veneno con los que quedaban vivos. -Creo que tampoco necesitan mas preocupaciones, tan solo luz del sol y aire fresco- terminó al fin. Convenciéndose a si mismo, que tampoco estaba de humor para dar explicaciones, de la poca necesidad de comentar aquel detalle.
Caminando entre los robots, capturando aquel veneno del aire en su propio cuerpo, empujó, haciendo caer como bolos, los ataúdes que bloqueaban la salida para dejar espacio de sobra. El repiqueteo de las masas metálicas cayendo contra el suelo, llenó los corredores por los que habían pasado para llegar hasta las mazmorras, cortando la conversación que se mantenía abajo -¿Estáis todos bien?- preguntó -Solo quería hacer hueco para pasar, pero creo que debería haber tenido más cuidado, lo siento, estoy reventado y no controlo, jajaja- se disculpó -¿Salimos de aquí?- sugirió, mientras el veneno en su cuerpo hacia brillar con tonos morados y verdes el pelaje de Arny, bajo las luces blanquecinas del lugar.

Los prisioneros pasarían a manos de la revolución, lo que quitaba un peso de encima al ornitorrinco. Arny había llegado sin barco, sin manera de sacar a tanta gente del hogar de las vacabots del espacio y no veía la manera de salvar la situación.
Con un problema menos sobre sus hombros siguió el camino de vuelta tras Maki y observó el horizonte al salir de nuevo a cielo abierto. La escena no era lo más halagadora, pero por lo visto para estar en la revolución había que estar hecho de una pasta diferente. Los ideales coincidían en gran medida, con los de Arny y se veía colaborando con ellos si sus caminos se cruzaban de nuevo en alguna liberación de esclavos. Pues este era el objetivo final del ornitorrinco, acabar con el sistema de desgobierno mundial y sus leyes que permiten esclavos. Terminar con los Tenryuubitos y conseguir que cada hombre y mujer, independientemente de la especie, pueda vivir libre en un mundo mas amable. Pero también sabía que esos sueños quedaban muy lejos. Apenas había comenzado su andadura y sus estudios. Tenía el sueño y la voluntad, y también el conocimiento para saber que auténticos monstruos se ocupaban de mantener el sistema. Monstruos poderosos contra los que tendría que luchar. Pero por el momento, liberar aquellos humanos se sentía bien. Calentaba el corazón y alimentaba el sueño de Arny.

Siendo consciente por primera vez del cambio cromático en su pelaje le restó importancia haciendo un gesto con la mano, acostumbrado a los cambios debido a sus experimentos con los gases y su propio cuerpo -Tranquilo, es por que estoy contento- respondió -Y si, supongo que podría brillar si lo deseo muy fuerte JAJAJA- rió, pensando que sería más fácil para él de lo que tal vez esperaba.
-Te agradezco la invitación, es posible que volvamos a coincidir, pero no me veo preparado para pertenecer a algo tan grande por el momento. Aun así, me ha gustado liberar a tus compañeros y los demás que tenían ahí abajo- dijo con convicción en sus palabras. Una convicción que significaba algo más que, simplemente, haber disfrutado de ello.

Arny miró a su alrededor -Creo que debería ir marchándome- dijo al fin -No tengo muchas ganas de esperar a que vengan más enemigos- confesó. Partiendo en dirección contraria a la de Maki y sus compañeros. Ohara quedaba para el otro lado de todos modos y debía regresar a sus estudios.
Casi sin pretenderlo, el ornitorrinco adoptó su forma elemental, se elevó en el aire y dejándose llevar por el viento siguió su ruta hasta su habitación, hasta su cama, donde podría descansar al fin.