!Corre Maki! !Corre! !Tengo miedo! [Kiogre-Maki] [Priv.]

Kiogre no sabía cómo diablos había acabado allí, se dedicó a observar el lugar mientras se rascaba la cabeza observando a los marines danzar de un lugar a otro, era increíble que un tipo perteneciente a una mafia estuviese allí. Por suerte para él, no tenía ningún precio por su cabeza y eso lo hacía alguien totalmente desconocido, después de la guerra se había separado de sus compañeros unos momentos y a decir verdad estaba deseando volver con ellos. No tenía mucha idea de orientación y se había perdido viajando con el bote, estaba en un jodido cuartel de la marina. Desde que vio a Dios estaba alucinado con las cosas de la vida y ahora debía de seguir con su misión y traer la paz al mundo, eliminando y castigando a los usuarios de las frutas del diablo. Primero se ocuparía de los más peligrosos y después de los normales, por lo que mientras tanto no le importaba tener compañeros con akumas, tarde o temprano debería vencerles también y demostrar el poder divino.

- Aquí huele a aceitunas…

Dijo de repente mientras ahora miraba a su alrededor y empezaba a caminar despacio, escuchó un pequeño ruido que venía de un edificio bastante antiguo, sonrió felizmente y caminó hasta él, bueno más bien iba dando saltos mientras movía las manos de derecha a izquierda. Con toda la confianza del mundo entró y se encontró a seis personas que estaban hablando y señalando el cuartel, tenían en sus manos armas como fusiles y machetes, Kiogre sonrió con amplitud, mostrando sus dientes blancos y perfectos para después sentarse sobre la mesa de la sala. Colocó sus manos en postura de rezo y a continuación les hizo una reverencia a aquellos caballeros que parecían querer atacar a los marines.

- De modo que vosotros sois los vendedores de aceitunas… ¡Me gustaría llevarme un kilo por favor! ¡Hehehehe…!

El religioso se puso bastante feliz, como si fuese un niño pequeño, de hecho ahora se quedó observándoles con una sonrisa amable. Llevaba sus gafas de Sol, tapando el color de sus ojos, además poseía su enorme abrigo blanco que le tapaba hasta las rodillas, su camisa interior azulada y su corbata. En la espalda un Jutte el cual era su arma y por supuesto una biblia en el bolsillo derecho la cual llevaba perfectamente escondida. El pelirrojo esperaba una respuesta de aquellos hombres que le miraban confusos, mientras tanto los marines iban danzando por las calles con total tranquilidad.

El potente aleteo resonaba en sus oídos como una tempestad, aunque el gyojin los ignoraba completamente mientras su mente divagaba sobre todo tipo de cosas, desde los colores de las mariposas hasta porqué se les llama mariposas. El gigantesco pájaro que lo cargaba entre sus garras continuaba su camino por el West Blue tras haberse hecho con su curiosa presa. Desde la primera vez que subió a la superficie, las aves habían desarrollado una extraña atracción por él y le seguían allá donde iba. No entendía porqué y no sabía como librarse de ellas pero le inquietaba como si fuesen fantasmas. La mayoría de ellas se limitaban a seguirle en silencio durante un rato pero algunas, como la que ahora mismo lo cargaba, se atrevían a algo más. En este caso, el pájaro ridículamente grande que le había secuestrado se dirigía hacia una isla que ya podía ver en la distancia.

Una vez el ave se posó sobre un alto edificio, el hombre pez despertó de su letargo y se zafó del abrazo de la criatura, para luego echar a correr despavorido mientras el pajarraco intentaba seguirlo de nuevo. Por suerte pudo despistarlo al cabo de un rato pero acabo harto de tanto correr. Él siempre había sido un tipo tranquilo y las carreras mañaneras no eran lo suyo. Tardó más de lo que le gustaría en darse cuenta de que había una base de la marina en aquella isla, aunque mantuvo la calma en todo momento. Su lema era la adaptación y no pensaba preocuparse por cosas que no podía controlar. Además, aunque era miembro del Ejército Revolucionario no tenía ninguna recompensa por su cabeza así que no tenía porqué preocuparse por si le perseguían intentando capturarle.

Caminando por la ciudad, el pez gota se topó con varios grupos de marines que le lanzaban miradas de sospecha más por ser un gyojin que porque pensaran que era un criminal. Por suerte pronto dejó atrás la zona cercana a la base y se topó con un edificio abandonado que tenía la puerta abierta. Maki se asomó con cautela y observó como varios tipos armados hablaban sobre aceitunas. Eso le abrió el apetito y no pudo evitar mirar fijamente una de las cajas que había en el rincón mientras un hilillo de baba se le escapaba sin que se diese cuenta.

El silencio reinó la sala totalmente, aquellos tipos no podían creerse lo que estaban presenciando, muchos lo miraban apretando los puños pues parecía un jodido agente o marine. No tardaron mucho en ponerse en posición de combate, sobre todo uno que llevaba un gorro de lana blanco en la cabeza y portaba una enorme guadaña azulada. Kiogre mantenía la postura y aquella sonrisa amplía en su rostro, mostrándoles a todos sus perfectos dientes, no pasaron ni cinco segundos cuando uno de ellos se lanzó a por él con un cuchillo en la mano. El pelirrojo se quedó tranquilo, sin embargo en el último momento se bajó de la mesa evadiendo a su atacante y sacando su Jutte, golpeándole la cabeza a aquella persona y tirándole al suelo con violencia. Su agresor quedó inconsciente al momento y fue cuando el ofendido caballero pegó una voz alzando el puño derecho con rabia pero con determinación y hablando muy en serio.

- ¡Exijo la hoja de reclamaciones!

De repente otro de aquellos hombres frunció el ceño y sacó una extraña arma de fuego, era una ametralladora, metió en ella un cargador enorme y fue cuando el religioso abrió los ojos como platos, cosa que no pudo apreciarse debido a sus gafas de Sol. Se dio la vuelta y saltó con todo lo que tenía escondiéndose tras una estantería de acero y sintiendo el sonoro estallido de las bala penetrar en las paredes de la sala, la traca duró unos cuantos segundos y fue cuando de repente paró. Salió de su escondite fijándose en que tan solo se había llevado un roce en el hombro, el tirador estaba recargando su arma y fue cuando el guerrero zen frunció el ceño empezando a estirar su mano hacia ellos. Pensaban que estaba loco por lo que empezaron a reírse de él y a sacar el resto de armas, pero en ese momento el astuto y chalado Kiogre empezó a emitir un cañonazo de luz de unos siete metros de alcanza y tres de grosor que los cegó totalmente. Aquellos hombres se quejaron por no ver casi nada, ninguno pareció lamentarse, eso significaba que ninguno de ellos era usuario, de lo contrario se habrían quemado, eso le hizo sonreír.

- Sois unos verdaderos incordios, el señor no perdona a aquellos que intentan acabar con la vida de los compradores de aceitunas sin hueso, en aceite de oliva y con anchoas.

Mencionó ahora frunciendo el ceño para después agarrar su Jutte con fuerza y hacerlo imbuirse en energía destructiva, preparado para aplastar a aquellos capullos pecadores. Iba a lanzarse ya contra ellos cuando de repente miró por la ventana, se quedó quieto en el acto y la luz desapareció. Aquella silueta, ese hilo de saliva cayendo por su boca y las pintas de poca humanidad tenían asombrado al pelirrojo. Al parecer era una especie distinta a la humana, no le dio importancia a ese hecho, se olvidó de los criminales y se centró en él, manteniendo su mirada ahora bastante seria. El silencio volvió a invadir y se podía respirar tensión, incluso aquellos tipos observaron ahora al ser de la ventana, fue en ese momento cuando el señor del abrigo blanco dejó de imbuir su Jutte en energía y dio dos pasos hacia la ventana. Después su rostro pasó de seriedad a una sonrisa muy amplía, abriendo la boca de par en par y marcándose algunas arrugas en las mejillas debido a la enorme expresión de felicidad que estaba poniendo en ese momento.

- ¿Quieres ser mi mejor amigo?

-"¿Dónde estarán las aceitunas? " -pensaba el gyojin mientras observaba la curiosa escena que tenía lugar allí dentro: disparos, golpes y varias cajas apoyadas contra una pared que sin duda estarían llenas de lo que esperaba que fueran deliciosos aperitivos y que confiaba en que compartieran con él. No es que le interesase mucho la relación de amor-odio que parecía haber entre los allí presentes, sobretodo porque sabía por experiencia que los seres humanos eran criaturas cuanto menos extrañas y beligerantes, así que no la extrañaba que durante un simple intercambio comercial se liasen a tiros. Aunque sí que le llamó la atención la curiosa luz que emanaba del hombre de las gafas, el que quería comprar aceitunas. ¿Cuánto costarían?

La cosa se volvió aún más extraña cuando ese mismo tipo se acercó a él y le ofreció ser su mejor amigo. ¿Aquello iba en serio?, ¿de verdad quería que fuese su mejor amigo? Era una situación cuanto menos inaudita, así que solo pudo contestar una cosa. -Pues claro. -dijo el gyojin. En ese momento recordó las costumbres de las personas por lo que agarró a aquel hombre por los hombros y le besó en las mejillas tal y como había visto a hacer a otros humanos. Luego entró en la habitación como si nada y se dirigió a los hombres armados. A ellos también los saludó de igual modo, para a continuación presentarse.

-Yo soy Augustus, pero puedes llamarme Maki. ¿Tú quién eres? ¿Estos también son amigos? -Los tipos de las armas parecían atónitos, seguramente porque no esperaban hacer un nuevo amigo aquel día. El gyojin cogió una de las cajas y se la tendió al hombre de las gafas, su nuevo mejor amigo. Hacía mucho que no tenía un mejor amigo ya que, aunque los revolucionarios eran majos, no eran especialmente amigables. Dejó la caja junto a él y cogió otra para él. -Ten, estas aceitunas para ti, estas para mi y el resto para ellos. -El reparto no pareció gustar a los dueños de las cajas, quienes no paraban de encontrarse con gente rara, por lo que alzaron de nuevo las armas, esta vez contra él. -¿Qué pasa, no os gustan? Tomad estas a ver que tal. -

El pez gota abrió su caja y se la lanzó a ellos, aunque por alguna razón en lugar de aceitunas estaba repleta de armas de fuego que se dispararon nada más caer al suelo. ¿Acaso vendían más cosas aparte de comida? O igual eran una nueva clase de aperitivo. Por si acaso, cogió una de las armas y le dio un mordisco. Estaba bastante duro, aunque no sabía mal, así que se dedicó a intentar masticarla con lentitud para no hacerse daño en los dientes. A la mayoría de sus nuevos amigos se les veía de mal humor, especialmente a los que había acertado algún tiro, pero eso daba igual. Se giro hacia el hombre del abrigo blanco y le tendió su curioso almuerzo. -¿Quieres un poco?

Cuando el caballero sintió los dos besos en sus mejillas, notó como los pelos de la barba se le erizaban, aquello había sido una señal de amistad eterna, abrió los ojos entusiasmado y ahora se puso a soltar carcajadas mientras miraba como su mejor amigo de toda la vida entraba allí. A continuación ese hombre se presentó como Maki, ya que el primero que escuchó no lo había entendido bien, era el salvador de las aceitunas en aceite de oliva, enviado desde el mismísimo cielo y por ello debía honrarle. A continuación recibió una caja y se puso a abrirla pero allí solo había armas, de hecho el Gyojin tiró una al suelo y por ello un tipo de aquellos se llevó un tiro, estaban furiosos pero la situación les parecía tan surrealista que no se lo creían para nada, era una jodida paranoia. Ahora fue cuando el señor Augustus le ofreció un arma medio masticada para que la degustase.

- Maki-kun yo te tengo como un gran amigo cuerdo, no me haga pensar que usted está loco. No puedes comerte esto… ¿No ves que le falta sal?

Dijo ahora mientras se ponía a abrir cajas buscando un rico salero para poder comerse aquel fusil sin muchos problemas. De repente los tipos que quedaban se hartaron y corrieron hacia ella, el señor del abrigo elevó su pierna golpeándole a uno en toda la cara y tumbándolo para que no le molestase. Dejó claro antes que estaban castigados por el señor para no ir al cielo y seguían empeorando las cosas, solo quedaba una cosa que Kergo iba a realizar. Empezó a girar sobre su propio eje con el Jutte estirado y por consecuencia empezó a barrer a todo el mundo que se le acercara como si de una peonza se tratase. En poco tiempo ya casi no quedaba nadie, siguió a lo suyo hasta encontrar una pequeña cajita, sonrió de lado sabiendo que el señor le había puesto en su camino aquella cosa, la abrió despacio y se encontró con un anillo plateado, lo lanzó por los aires.

- ¡No encuentro la jodida sal!

Gritó al sentir la enorme impotencia, tuvo que conformarse y ahora cogió el arma que le ofrecía aquel hombre pez, después de unos momentos empezó a masticarla despacio mientras notaba un sabor duro. Sus dientes no podían destrozarla pero aun así se quedaba con el rico olor a pólvora y el sabor a hierro. Por un momento se había olvidado de las deliciosas aceitunas, estaba convencido de que la sal que buscaba tampoco estaba por allí, de modo que ahora soltó el arma y se colocó bien las gafas de Sol. El tipo del abrigo blanco no pudo evitar soltar una pequeña carcajada y ahora girar su arma varias veces mientras miraba a su compañero y hablaba con calma y tranquilidad.

- Invocare al tornado de la mostaza…