Prometheus D. Katyon
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El trayecto hacia Dark Dome había sido caótico cuanto menos. Normalmente, cuando viajaba en barco, no solía encontrar tantos eventos inesperados durante el trascurso de la travesía, pero en esta ocasión tuve que superar toda clase de situaciones.
Mi recién adquirida tripulación probó por primera vez la piratería, y le cogió el gusto. Perseguimos a un barco mercante a través de un campo de icebergs, y nos enfrentamos a la Legión en pleno mar en una lucha salvaje para finalmente salir victoriosos y orgullosos. El viaje, sin duda, había sido fructífero, y tenía muchas ganas de encontrar a la maldita orca para restregárselo en la cara.
Dark Dome apareció de repente. Era una isla extraña, repleta también de misterios. Tenía edificios avanzados y modernos, como los de Karakuri, pero sobre ella apenas brillaba el sol. Permanecía siempre oscura, siendo un nido de ratas y engendros de la noche. No sabía lo que me esperaba en aquel lugar, pero estaba seguro que me iba a divertir.
—¡Francisco! —grité.
El intendente se situó a mi lado al instante. Había aprendido a seguir mis órdenes al pie de la letra, y aquello me agradaba. Además, tanto él como el resto de tripulantes habían comenzado a mostrarse cambiados. Ya no eran esos huidizos y asustadizos traficantes de animales que se habían unido a mí, ahora eran más fieros y valientes, orgullosos piratas dignos de formar parte de mi tripulación. Seguían siendo un hatajo de debiluchos, eso sí, pero eran mis debiluchos. Y sobre todo, eran fieles y disciplinados.
—A sus órdenes, Capitán.
—Voy a bajar a explorar la isla —le dije—. Te dejo a cargo del barco. No quiero verle ni un rasguño, ¿me has oído? Como le vea el más mínimo roce te echo de comer a los tiburones. —Miré al resto de la tripulación—. Vosotros cinco de ahí, sí. Si tenéis tiempo para charlar tenéis tiempo para venir conmigo.
—¿Nosotros, Capitán? —preguntó Fitzgerald. Sí, me había aprendido el nombre de todos y cada uno de ellos. Al fin y al cabo, era mi tripulación.
—Cojones, claro que sí. ¿No pretenderás que un gran pirata de mi talla se muestre solo por ahí?
Finalmente descendimos del barco, con la intención de explorar la isla. ¿Encontraría algo interesante durante mi estadía en la misma? Tal vez. Al fin y al cabo mi lugar estaba en los sitios como aquel: refugios clandestinos al margen de la ley donde imperaba la palabra del más fuerte.
Mi recién adquirida tripulación probó por primera vez la piratería, y le cogió el gusto. Perseguimos a un barco mercante a través de un campo de icebergs, y nos enfrentamos a la Legión en pleno mar en una lucha salvaje para finalmente salir victoriosos y orgullosos. El viaje, sin duda, había sido fructífero, y tenía muchas ganas de encontrar a la maldita orca para restregárselo en la cara.
Dark Dome apareció de repente. Era una isla extraña, repleta también de misterios. Tenía edificios avanzados y modernos, como los de Karakuri, pero sobre ella apenas brillaba el sol. Permanecía siempre oscura, siendo un nido de ratas y engendros de la noche. No sabía lo que me esperaba en aquel lugar, pero estaba seguro que me iba a divertir.
—¡Francisco! —grité.
El intendente se situó a mi lado al instante. Había aprendido a seguir mis órdenes al pie de la letra, y aquello me agradaba. Además, tanto él como el resto de tripulantes habían comenzado a mostrarse cambiados. Ya no eran esos huidizos y asustadizos traficantes de animales que se habían unido a mí, ahora eran más fieros y valientes, orgullosos piratas dignos de formar parte de mi tripulación. Seguían siendo un hatajo de debiluchos, eso sí, pero eran mis debiluchos. Y sobre todo, eran fieles y disciplinados.
—A sus órdenes, Capitán.
—Voy a bajar a explorar la isla —le dije—. Te dejo a cargo del barco. No quiero verle ni un rasguño, ¿me has oído? Como le vea el más mínimo roce te echo de comer a los tiburones. —Miré al resto de la tripulación—. Vosotros cinco de ahí, sí. Si tenéis tiempo para charlar tenéis tiempo para venir conmigo.
—¿Nosotros, Capitán? —preguntó Fitzgerald. Sí, me había aprendido el nombre de todos y cada uno de ellos. Al fin y al cabo, era mi tripulación.
—Cojones, claro que sí. ¿No pretenderás que un gran pirata de mi talla se muestre solo por ahí?
Finalmente descendimos del barco, con la intención de explorar la isla. ¿Encontraría algo interesante durante mi estadía en la misma? Tal vez. Al fin y al cabo mi lugar estaba en los sitios como aquel: refugios clandestinos al margen de la ley donde imperaba la palabra del más fuerte.
Nadir
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Akuma no mi
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Después de la nieve, hablamos de calma. Algo de dinero en sus bolsillos y una nueva aliada entre sus manos. Pero aun estaba solo en esta ciudad que guardaba los matices de la noche, lugar perfecto para pasar desapercibido. El olor a zombi lo perseguía, tanta muerte no se podía dejar atrás, el hambre también era mucha necesitaba donde descansar un poco. La ciudad era un enorme agujero negro.
El puerto era un hermoso lugar para encontrar lugares de hospedaje baratos y que no se necesitaban tantos requisitos previos, eso él lo sabía. “Nad, el gato negro nos traerá suerte”. Joel se manifiesta en su mente guiándolo a un bar con cama que prometía traer momentos de muy mala suerte. La suerte era una cosa de humanos, fue por ello que quiso poner a prueba aquel lugar. Iba a llegar con la cara al descubierto, no era necesario fingir más, que lo tomen de los huevos si les molestaba su rostro. No quería sucumbir mas por el que dirán de los estúpidos humanos, ahora estaba armado y había matado a dos personas. El peso de aquellos echo serna pesados y se calaban en el interior, mas interno de sus viseras, pero también lo contagiaron de rudeza y valor por su vida.
-Cantinero llene dos pintas, una para mi y otra para mi compañero. – La voz impostada de Nadir se hizo presente para darle vida a Joel, que hablaba a través de la muñeca de paja. Allí irrumpió mas que entrar y tomo una mesa alejada esperando ser servido. Aquel acto de desprecio y altanería dibujaba el estado de cansancio de aquel demonio. El olor a muerto inundo enseguida cada centímetro en un radio de cinco metros de la mesa de Nadir. Pero lejos de mostrarse amigables o temerosos los borrachos de turno se mostraron molestos y comenzaron ha hablar entre dientes.
-A su orden señor- Se acerca un mozo delgado y de cabello ambarino con una sonrisa majestuosa y servicial. Parecía ignorar la violencia con la que entro el alado y el repugnante olor a cadáver que cargaba. Sin esperar nada el mozo se fue y siguió atendiendo mesas, tratando al skaypeano con mucha calidad.
“Sospecha de todo aquel que te muestre los dientes”. Piensa mientras deja las jarras de cervezas intactas. El no bebía, pero sabía que los más feroces lobos de los mares sí, la impresión vende la casa. Deja la espada azabache sobre la mesa en señal de hostilidad y levanta la mano para ordenar al mozo un plato de comida caliente. Mientras tantos los susurros de los casi vivos bebedores le comenzaban a cabrear.
El puerto era un hermoso lugar para encontrar lugares de hospedaje baratos y que no se necesitaban tantos requisitos previos, eso él lo sabía. “Nad, el gato negro nos traerá suerte”. Joel se manifiesta en su mente guiándolo a un bar con cama que prometía traer momentos de muy mala suerte. La suerte era una cosa de humanos, fue por ello que quiso poner a prueba aquel lugar. Iba a llegar con la cara al descubierto, no era necesario fingir más, que lo tomen de los huevos si les molestaba su rostro. No quería sucumbir mas por el que dirán de los estúpidos humanos, ahora estaba armado y había matado a dos personas. El peso de aquellos echo serna pesados y se calaban en el interior, mas interno de sus viseras, pero también lo contagiaron de rudeza y valor por su vida.
-Cantinero llene dos pintas, una para mi y otra para mi compañero. – La voz impostada de Nadir se hizo presente para darle vida a Joel, que hablaba a través de la muñeca de paja. Allí irrumpió mas que entrar y tomo una mesa alejada esperando ser servido. Aquel acto de desprecio y altanería dibujaba el estado de cansancio de aquel demonio. El olor a muerto inundo enseguida cada centímetro en un radio de cinco metros de la mesa de Nadir. Pero lejos de mostrarse amigables o temerosos los borrachos de turno se mostraron molestos y comenzaron ha hablar entre dientes.
-A su orden señor- Se acerca un mozo delgado y de cabello ambarino con una sonrisa majestuosa y servicial. Parecía ignorar la violencia con la que entro el alado y el repugnante olor a cadáver que cargaba. Sin esperar nada el mozo se fue y siguió atendiendo mesas, tratando al skaypeano con mucha calidad.
“Sospecha de todo aquel que te muestre los dientes”. Piensa mientras deja las jarras de cervezas intactas. El no bebía, pero sabía que los más feroces lobos de los mares sí, la impresión vende la casa. Deja la espada azabache sobre la mesa en señal de hostilidad y levanta la mano para ordenar al mozo un plato de comida caliente. Mientras tantos los susurros de los casi vivos bebedores le comenzaban a cabrear.
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Aquella isla no me gustaba. La oscuridad era agradable, y gracias a la iluminación artificial se podía ver sin mucho impedimento, y la gente era soportable para tratarse de humanos, pero poco más. ¿Dónde estaba la camorra? En un lugar poblado de villanos y criminales, me extrañaba que no hubieran conflictos por doquier. Creí que sería una isla como Jaya o Bloothe, pero estaba equivocado. Era terriblemente aburrida y civilizada.
La decepción se tuvo que reflejar en mi rostro, porque Fitzgerald me preguntó:
—¿Pasa algo Capitán?
—Este lugar es desastroso —dije hoscamente—. Creía encontrar entretenimientos.
—No te preocupes, Capi, seguro que encontramos algo. Siempre aparecen problemas allá por donde vamos —dijo apesadumbradamente.
Me reí. Tenía razón.
—Cierto, muy cierto.
Continuamos caminando a través de la ciudad, explorando los recovecos más extraños y desconocidos de la ciudad.
—Nos hemos perdido —dijo uno de mis tripulantes.
—No nos hemos perdido —negué rotundamente—. Es nuestro destino el que se ha perdido.
Tras recorrer calles corrientes transitadas por lugareños y personas habituales, llegamos a callejones oscuros y mal iluminados infestados de ratas e insectos de lo más asqueroso. Aquella era la clase de sitio que una persona de bien no visitaría, pero a mí no me importaba. Estaba seguro de que un lugar así era el adecuado para encontrar lo que estaba buscando, a pesar de las palabras de mis hombres, y no tardé mucho en confirmar que tenía razón.
—¡Eh! —dijo una voz detrás mío—. ¡Vosotros!
Me giré y observé a un grupo de tres hombres, uno de ellos con una katana y otros dos con bates.
—¿Hablas conmigo? —pregunté levantando una ceja. Había pasado por muchas situaciones similares para saber lo que estaba a punto de ocurrir. Prendí mi espalda en llamas, procurando dar un aspecto más amenazador. Mis propios hombres, que aún no estaban acostumbrados a mi fuego, temblaron; sabían que era mala señal.
—S-Si... —dijo el de la katana, que parecía ser el cabecilla—. Este es territorio de Jalisco, largaos si no... si no queréis problemas.
Fitzgerald se llevó una mano a la frente. Los otros se miraron entre ellos, inquietos. Yo agarré mi kanabo, cerrando mi puño con fuerza alrededor de su mango.
—Resulta que sí los quiero.
Y golpeé. Golpeé con todas mis fuerzas. Me abalancé directo sobre el hombre de la katana, quién alzó su arma para defenderse pero salió despedido debido al impacto. Fitzgerald y el resto de hombres detuvieron a los otros dos, y en cuestión de minutos los tres hombres estaban tirados en el suelo.
—No sé quién mierda te crees que eres, ni tú ni los malnacidos de Jalisco que se creen con el derecho a darme órdenes. Dale un mensaje a tus jefes de mi parte: yo soy Prometheus D. Katyon, y debéis tratarme con el mayor de los respetos.
Los dejé ahí, con vida para que transmitieran el mensaje, mientras me dirigía a mi tripulación.
—Me ha entrado hambre, ¿sabéis de algún sitio decente para comer y beber?
La decepción se tuvo que reflejar en mi rostro, porque Fitzgerald me preguntó:
—¿Pasa algo Capitán?
—Este lugar es desastroso —dije hoscamente—. Creía encontrar entretenimientos.
—No te preocupes, Capi, seguro que encontramos algo. Siempre aparecen problemas allá por donde vamos —dijo apesadumbradamente.
Me reí. Tenía razón.
—Cierto, muy cierto.
Continuamos caminando a través de la ciudad, explorando los recovecos más extraños y desconocidos de la ciudad.
—Nos hemos perdido —dijo uno de mis tripulantes.
—No nos hemos perdido —negué rotundamente—. Es nuestro destino el que se ha perdido.
Tras recorrer calles corrientes transitadas por lugareños y personas habituales, llegamos a callejones oscuros y mal iluminados infestados de ratas e insectos de lo más asqueroso. Aquella era la clase de sitio que una persona de bien no visitaría, pero a mí no me importaba. Estaba seguro de que un lugar así era el adecuado para encontrar lo que estaba buscando, a pesar de las palabras de mis hombres, y no tardé mucho en confirmar que tenía razón.
—¡Eh! —dijo una voz detrás mío—. ¡Vosotros!
Me giré y observé a un grupo de tres hombres, uno de ellos con una katana y otros dos con bates.
—¿Hablas conmigo? —pregunté levantando una ceja. Había pasado por muchas situaciones similares para saber lo que estaba a punto de ocurrir. Prendí mi espalda en llamas, procurando dar un aspecto más amenazador. Mis propios hombres, que aún no estaban acostumbrados a mi fuego, temblaron; sabían que era mala señal.
—S-Si... —dijo el de la katana, que parecía ser el cabecilla—. Este es territorio de Jalisco, largaos si no... si no queréis problemas.
Fitzgerald se llevó una mano a la frente. Los otros se miraron entre ellos, inquietos. Yo agarré mi kanabo, cerrando mi puño con fuerza alrededor de su mango.
—Resulta que sí los quiero.
Y golpeé. Golpeé con todas mis fuerzas. Me abalancé directo sobre el hombre de la katana, quién alzó su arma para defenderse pero salió despedido debido al impacto. Fitzgerald y el resto de hombres detuvieron a los otros dos, y en cuestión de minutos los tres hombres estaban tirados en el suelo.
—No sé quién mierda te crees que eres, ni tú ni los malnacidos de Jalisco que se creen con el derecho a darme órdenes. Dale un mensaje a tus jefes de mi parte: yo soy Prometheus D. Katyon, y debéis tratarme con el mayor de los respetos.
Los dejé ahí, con vida para que transmitieran el mensaje, mientras me dirigía a mi tripulación.
—Me ha entrado hambre, ¿sabéis de algún sitio decente para comer y beber?
Nadir
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- Contenido +18:
- Tiempos sin luz, sin luz y mar, tiempos de reflexión. La comida en aquel apartado de mundo no era gloriosa pero para Nadir aquel tazón con setas y un estofado de alubias era un banquete. Ambas pintas quedaron intactas, no bebió ni un trago y era demasiado desconfiado para romper aquella coraza de bucanero, que solo él creía. En aquella taberna había muchos lobos de mar, entre fantasmas no se pisaban las sábanas, sabían que el joven apenas conocía el mundo. Espada sobre la mesa. ¿Quién cojones dejaba un arma sobre la mesa? Aunque aquel acto alevoso lo delató, no todos eran tan listillos como para notarlo. No tardó en pedir una habitación para dormir un poco, le dieron la llave trece, la yeta, pero para Nadir era solo un número. Tomo camino, cómo pudo, por las escaleras viejas y se decidió a entrar a su alcoba.
El lugar estaba bastante oscuro, gemidos y golpeteo de camas en un murmullo audible, llenaron las orejas del nacido en el cielo. Por supuesto que el desconocía que todo aquello eran encuentros pasionales. Ignorando todo, aque solo quería dormir, cómete el error de entrar en el cuarto doce en vez del trece. ¡Ups la luz no era suficiente! Una escena de lo más anormal para el, dos humanos, masculinos, desnudos. Uno está en una posición de cuatro patas y el otro estaba detrás del primero babeando la mano. Aquella mano gigante goteaba el líquido transparente como si se tratase de almíbar. De un movimiento se lo unto en el ano lampiño y blanqueado a su compañero en cuatro. Nadir cometió el error de cerrar la puerta al salir, ya que antes ninguno de los dos percató un mirón.
-¿Quien mierda está ahí?- Grita el tipo en cuatro patas, que se incorporó rápido y busco sus fachas, limpiándose la saliva con las sabanas. El otro tipo salió rápido tras el joven, así como dios lo trajo al mundo. - Capitán el mirón está por aquí. - Amores de mar, claramente la pareja activa del capitán salió corriendo tras Nadir, mientras el capi quería vestirse rápido. Aquella situación era algo que prefería mantener anónima, querían matar a Nadir en consecuencia. - Te tengo hijo de puta- Le dice el tipo desnudo mientras lo empuja por un balcón que conectaba primer piso con planta baja.
La caída fue amortiguada por su espaldar de plumas. Mierda, más problemas. Abre los ojos y sonrió. ¿Aquel era el cielo o el universo estaba de buenas? Peli azul, gigante, robusto y con la mirada propia de aquel que iba a quitar a los humanos de su pedestal moral. Pero el grito del desnudo lo hizo caer que aún estaba vivo.
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