Episodio de vacaciones con fanservice absurdo [Libre]

Cosillas importantes y reglamento:

¡Bienvenidos a Kyuka, la isla de vacaciones! Esta pequeña isla de aspecto aparterrado y coronada por una gigantesca palmera que cobija del radiante sol veraniego tiene el orgullo de ser uno de los destinos turísticos más visitados del Grand Line. Famosa por sus playas de arena dorada y aguas cristalinas, costas calmadas y excelentes opciones de entretenimiento allá donde alcance la mirada, recibe estos días decenas de miles de visitantes que copan sus restaurantes, saquean sus bodegas y sobre todo, se dejan el sueldo de varios años en pagar su modesta semana en el paraíso.

Hace unas semanas que los rumores se convirtieron en ciertos: La campaña veraniega de la isla ha comenzado, con los bonos de descuento y los "todo incluido" a precios irrisorios. Eso por no hablar de los sorteos que han repartido hasta mil quinientos alojamientos en lo alto de la palmera de forma gratuita para asegurarse un lleno histórico en lo que Max Carpone, el cacique local y dueño del hotel de 6 estrellas Kyuka Land, ha definido como "El verano del siglo".

Kyuka Land, el hotel más lujoso de toda la isla, es un complejo de casi siete mil habitaciones y más de ochocientos locales de ocio y restauración, una pequeña ciudad completamente a disposición de sus visitantes que cuenta con cinco piscinas olímpicas y una playa artificial de agua dulce, pensada para que ni el más torpe de los usuarios esté en el más mínimo peligro. Solo se puede acceder a través de uno de los cincuenta ascensores en el interior de la gran palmera, para los que se debe mostrar el sello de oro de diecinueve quilates cortesía de la casa para los nuevos clientes, y una vez en lo alto todo el mundo puede hacer lo que desee, como desee y en la medida que desee... Mientras tenga el dinero suficiente.

Como primer día de esta semana de estancia invitacional, se celebran tres eventos distintos sobre la playa: Competición de voleibol mixto, concurso de trajes de baño -masculino, femenino y absoluto- y torneo de surf. No podía ser de otra manera y las playas se han atestado tanto de participantes como de espectadores que, sin dar crédito al lujo y dispendio que se levanta por la zona, tratan de disfrutar de la manera más derrochadora posible.

Llegaste a la habitación un poco aturdida, acariciando con la yema del pulgar el dorso de tu sello. Desde la llegada al puerto hasta que habíais pisado el enorme ascensor todo era hermoso, pero al mismo tiempo completamente laberíntico y atiborrado. No había dónde descansar la mirada entre tantos teatros, comercios y una infinidad de carteles que señalizaban algunas cosas que ni siquiera tenías del todo claro qué eran exactamente. Una vez arriba, ya en Kyuka Land, aquella sensación se había relajado ligeramente, si bien aún pesaba. Todo era más limpio -si es que algo podía ser más limpio que el nivel bajo de la isla-, más ordenado y, sobre todo, menos saturado. Todo parecía dispuesto de manera racional para que nada quedase lejos pero, aun así, diese una sensación de espacio y relajación. También había mucha menos gente, lo que, aunque agradeciste, no era suficiente.

Estabas segura de que aquella estancia era de las cosas más caras que habías pagado en tu vida. Suite real en la última planta del hotel, una habitación con tantas comodidades que apenas podías citarlas todas y casi al nivel de tus dependencias en villa Wanderlust, pero una semana ahí había costado más que toda la finca y los viñedos de Hallstat. No obstante no solías conformarte con menos de lo mejor si podías evitarlo, y si no podías te asegurabas de poder.

Soltaste la maleta, avanzando por el recibidor hasta llegar a las puertas de la terraza. Protegida por una pérgola blanca y llena de un montón de cosas que no sabías si llegarías a tocar, recorría un ángulo de casi ciento veinte grados en lo alto del edificio, dejándote ver la playa artificial, algunos de los paseos sobre las hojas y un horizonte infinito de mar por el que llegaban decenas de minúsculos barcos desde la lejanía. Suspiraste con pesadez, derrumbándote sobre la baranda. Llevabas tanto tiempo necesitando un descanso que, de golpe, tenerlo te había robado todas las energías.

Pasaste un rato mirando al infinito hasta que las gafas de sol resbalando hasta tu nariz te sacaron del embrujo. La vista era relajante y única, impoluta como muy pocos lugares que hubieras podido ver; mucho más pura que nada que jamás hubieras pisado. Y eso, era decir mucho. Tu espalda se irguió casi por instinto, crujiendo suavemente por la mala postura. Pudiste sentir el dolor con cada clic, pero apenas le diste importancia mientras la sonrisa se abría camino entre tus labios. Dejaste la terraza y, y en el interior, te dejaste caer sobre la cama.

Habías llevado cinco relojes contigo. Eran los más sensibles, los que necesitaban no solo cuerda sino también cuidados diarios. Quizá no mitigasen tu ansiedad, o tal vez sí, pero no podías abandonarlos durante una semana o te arriesgabas a tener que desmontarlos -con todo lo que podía salir mal en el proceso-.

Lo primero que debías hacer era cambiarte, aunque la pereza ya te había invadido. La ropa de viaje olía a sal y marineros, y aunque siempre intentabas mantenerla en perfecto estado no podías controlar sucesos como el sudor de otros. También te sentaría bien una ducha, o quizá un baño. Tal vez ambas cosas tras una siesta. ¿Por qué elegir? Tan solo cerraste los ojos y no los abriste hasta estar lista.

Una vez cambiada, un rato después, lucías una blusa holgada con los hombros al aire, negra punteada de blanco. Alrededor de tu cintura se ceñía una falda de pliegues circular, holgada desde las caderas, que casi te llegaba hasta el tobillo y, en tus pies, lucías unas preciosas sandalias blancas de ligerísimo tacón. Bajo ella llevabas ropa de baño por si de pronto te apetecía, si bien no tenías pensado entrar en el agua, y en el bolso una toalla para echarla en la arena y poder tomar el sol tranquilamente. Curiosamente, eso sí te apetecía.

Dejaste la habitación y pusiste rumbo a la playa.

El outfit:

 Estaba especialmente feliz hoy. Alvar, su teniente y amiga en San Poplar, había ganado un sorteo de una semana de vacaciones con gastos pagados en Kyuka, una isla paradisíaca en Paraiso. Ella estaba muy liada, así que se lo regaló a Elyria, diciendo que merecía tomarse un descanso por una vez, ya que hasta ahora no había cogido vacaciones. Al principio se resistió, pero Alvar acabó convenciéndola. Y para ser sincera, le vendría bien relajarse un poco.

 El hotel era espectacular, como nunca había visto antes. Ella estaba acostumbrada a tener una habitación pequeña, a vivir sin lujos—aparte de ropa—ya que no cobraba tan bién. Tener el sello de oro en su mano le ponía un poco nerviosa. ¿Qué pasaría si se lo robaban? Solo eso costaba más que su sueldo de un año. Y la habitación… La habitación era super amplia, decorada con detalle, y tenía una cama grande para ella sola. Al fondo había una gran terraza con unas vistas a la playa que le darían envidia a cualquiera. A cualquiera que no se alojase en una de las otras habitaciones al menos.

 Se había dado el capricho de comprarse un conjunto nuevo para la ocasión. Llevaba un vestido blanco de tela fina que le llegaba por encima de las rodillas. Por debajo, un bikini negro que le quedaba como un guante. Y hablando de guantes, también los llevaba, para variar. Con tanto sol y tanta gente, tendría que llevarlos puestos todo el tiempo. Para terminar, y para protegerse un poco, había comprado un sombrero de paja grande a juego con el vestido, y unas gafas de sol.

​​Antes de salir, se puso crema de alta protección por todo el cuerpo, tenía la piel muy pálida, y pues no le apetecía demasiado quemarse. Tras terminar, cogió su bolso de paja, y metió el bote, junto con un par de botellas de agua helada, un pareo y más tonterías. Se colgó la toalla del cuello, y finalmente salió de la habitación.

 Llegó a los ascensores, mostrándole su sello al guardia de seguridad. Por una vez no era ella la que tenía que hacer ese trabajo tan aburrido. Y entonces, bajó, encontrándose con una enorme y preciosa playa artificial. El mar era de un color azul intenso, y la arena clara y fina.

 Miró a su alrededor, buscando un lugar donde poner sus cosas. Encontró uno cerca de la orilla, con bastante espacio a su alrededor, no había tanta gente en esa zona. Así que extendió su pareo sobre la arena, poniendo el bolso con sus cosas y la toalla doblada encima. Y viendo el calor que hacía, se quitó el vestido, quedando tan solo con su bikini, contemplando sus alrededores. Realmente nunca había venido a un sitio tan hermoso.

bañador fanservice:

De normal siempre he sido una persona sonriente, era algo usual en mí, de eso no había duda. Sin embargo, la sonrisa que tenía ahora era distinta, de soberbia, para chinchar a mi compañero de cuarto en este paraíso. Jin se había quejado muchas veces con anterioridad de lo temerario que podía ser en alta mar. Cosas como “Yor, no hagas el pino en el borde del barco que te puedes caer al mar”, “Yor, no des de comer a las bestias marinas que luego no siguen y por la noche pueden atacar”, “¡Yor, cuidado, que te va a comer!” Era cierto que efectivamente esa última bestia marina decidió alojarme en su estómago igual unos diez minutos hasta que pude escapar. ¡Pero no había salido con las manos vacías! Algún idiota había caído también ahí y en su esqueleto pude conseguir este pase para una habitación doble. Por eso, ahora mismo tenía esta sonrisa. Porque me había asegurado de recordarle a Jin que estas vacaciones eran exclusivamente gracias a mí y a mi nueva afición de explorar estómagos de criaturas gigantes.

Cuando por fin dejamos las cosas en la habitación, aunque no fuesen demasiadas, me tumbé un segundo en la cama. Dejé soltar un jadeo de sorpresa por lo cómoda que era, no había estado en un colchón así de cómodo desde que tenía unos cuatro años. Me estiré, haciendo crujir algún que otro hueso y me levanté antes de dormirme sin querer. Miré por la ventana, viendo que la piscina estaba debajo de nosotros, a bastante altura, pero abajo. Fui hasta la bolsa con las compras que había hecho Jin y saqué de ahí un bañador y un flotador. Me cambié ahí mismo, poniéndome el bañador de color azul celeste con patitos que me llegaba hasta las rodillas e inflé rápidamente el flotador que era circular con la cabeza de un unicornio en uno de las partes. Me miré al espejo, poniéndome unas gafas de sol, hacía tiempo que no salía en público con todas las cicatrices por mis combates, pero tampoco iba a estar encerrado. ¡Tenía que aprovechar la playa de agua dulce!

-Me voy adelantando, ¿vale? Así cojo sitio y… Realmente voy a tirarme al agua, espero que encuentres un buen sitio, compra algo de comer para cuando bajes tomemos algo, ¿sí? Perfecto, adiós.

No esperé a que me contestase, abriendo directamente la ventana. Hice brotar las alas en mi espalda y salí, volando hasta estar seguro de que no me haría daño si me dejaba caer en el agua. Me puse en posición de bomba y en cuanto caí al agua creé unas grandes olas que mojaron a todos los que estaban cerca. Solté una gran carcajada, acomodándome en el flotador ya que después de todo no sabía nadar. Tocar el agua de esta manera era algo con lo que solo podía soñar y ahora podía hacerlo de verdad, era una fantasía. Es cierto que algunas personas se quejaron y uno de los guardias me gritó algo, pero en cuanto le enseñé mi ticket dorado, masculló algo por lo bajo, pero decidió no intervenir. Ahora solo tenía que relajarme…

Aquellas eran las vacaciones que los Bandle necesitaban y merecían. Un descanso de... Un descanso en un sitio bonito. Los tripulantes de la embarcación de artistas, les había jurado y perjurado que aquel complejo hotelero contaba con más de un millón de habitaciones y que además admitían a todo tipo de personas y seres. Thyma se imaginó largos pasillos, con un ir y venir, incesante, de personas variopintas y diferentes. Todas ellas, ataviadas con enormes collares adornados con flores de llamativos colores, bañadores divertidos y flotadores con formas de animales. Fue un poco decepcionante descubrir que los flotadores solo se usaban en el agua. En el que había comprado, para la ocasión, cabían Thymo, Thyma y cien más como ellos, tenía forma de conejo rosa y el envoltorio aseguraba diversión extrema. Tendrían que buscar manera de sacarle partido. Todo esto tuvo muy entretenida a la pequeña, mientras seguían los pasos de un joven botones hasta su habitación.


Tal cual les habían prometido, tenían un área con departamentos adaptados a los más bajitos. Nada más ingresar a la habitación, Thyma comenzó a inspeccionarla de arriba a abajo, todo parecía estar a su gusto y a su altura. -Es perfecta. ¿A que si?- Le dijo a su hermano entusiasmada. Después se dispuso a deshacer el equipaje, estarían allí unos días y Thyma, como siempre cargaba con montones de "porsiacasos". Mientras colgaba unos chalecos y doblaba con cuidado unas toallas, se quedó mirando a su hermano. -¿Viste los carteles de los ascensores?- Le preguntó pícaramente. Ella ya tenía planeado ir al concurso de trajes de baño, pero imaginaba que eso a su hermano le aburriría. -¿Qué te apetecería hacer primero?- Dijo recostándose en la montaña de ropa, para prestarle atención. Le dejó tiempo para que se expresara, mientras iba pensando en qué otro rodeo daría, para intentar conseguir que la acompañara. -Yo quiero ver el concurso de trajes de baño. Me acompañas. ¿A que si?- Dijo finalmente, siendo totalmente incapaz de mentir o liar a su hermano. A nadie, en realidad. Tras la breve conversación, la pequeña colocó en los armarios la ropa a toda velocidad dejando fuera su trajecito de colores y su gorrito playero. Se cambió y se colocó las gafas con forma de estrellas. -Ya estoy lista hermanito.- Se notaba que Thyma estaba emocionada, las cosas con las que se habían topado de camino al hotel y a la habitación eran alucinantes, elevaban sus expectativas al máximo nivel. La mayoría de ellas no sabía ni lo que eran, ni para qué servían, pero estaba ansiosa por descubrirlo junto a Thymo.

-Que si, que si. Que no lo perdemos...- dijo el enano por enésima vez con los pasajes para el complejo hotelero en la mano al contramaestre del crucero en el que viajaban los mellizos. Seguramente uno de los que más ganas tenían de que los hermanos abandonasen una temporada su casa sobre las olas, como la llamaba Thymo.

Un maletón se movía por el suelo por detrás de la pequeña, que no dejaba de hablar con el botones sobre lo apropiado que sería que todos utilizasen sus bañadores en todo momento.
La llegada a recepción no fue muy diferente, solo que iban acompañados de algunos de sus compañeros actores. Tras enseñar los pases y recibir los sellos del complejo hotelero, fueron guiados a su habitación.

El pequeño aun no se creía lo que tenía en las manos, un anillo autentico de diecinueve quilates cortesía del hotel. Estaba encantado con aquella pequeña joya, además, su melliza tenía una exactamente igual, así que todo estaba bien.

El lugar donde se hospedarían durante las vacaciones era un pequeño apartamento a todo lujo. Con unas increíbles vistas, aunque estos pisitos tan pequeños formaban gran parte de las habitaciones de las que el hotel presumía tener.
-Si, ¿Cómo no iba a verlo?- respondió el pequeño -¡Concurso de voleibol!- exclamó -Pues creo que bajar a la piscina, o a la playa, seguro que no nos ahogamos. Buscar algo para comer... y para beber, tengo la boca más seca que una barra de tiza. Y explorar, seguro que hay zonas suuuperchulas...- el pequeño fue cortado por su melliza -¿El concurso de trajes de baño?- preguntó, casi esperando haber escuchado mal, pero conocía la respuesta desde que le preguntó por los carteles -Si, supongo que será lo más entretenido...- respondió, sabedor de que irían a ver aquel infame concurso lleno de culos al aire.

Thymo esperó a que su hermanita terminase de cambiarse para la ocasión. El pequeño se limitó a dejar su mochila y quitarse la camiseta -¿Hace calor, verdad?- preguntó tras ver salir a su melliza del baño, donde se miraba intensamente en el espejo hasta estar convencida de estar perfecta para la ocasión -¿Vamos?- preguntó mientras abría la ventana y se convertía en su forma completa. -Dejamos abierto y podemos volver rápidamente- sonrió, pues ya conocía la respuesta de Thyma, si podía volar cualquier cosa estaría bien.

 Aún tenía un rato antes del concurso de bañadores, así que decidió meterse un rato en el agua. Después de todo, hacía un calor horrible, y nunca se había bañado en un mar de agua dulce. El propio concepto le sonaba extraño. Ya se preocuparía luego de lucirse y ganar.

 Corrió al agua felizmente, y al mojar sus pies en la orilla, vió una especie de androide con forma extraña. Era como un gato azul, sin orejas. Casi parecía un mapache. Tenía la panza de color blanco, y un bolsillo extraño en la misma. Y para colmo, llevaba un gorro con hélices amarillas en la cabeza.

 Con curiosidad, se acercó a la criatura, por llamarlo de alguna forma, y de repente vió como las hélices en su cabeza comenzaban a girar, permitiéndole volar sobre el cielo azul.

 “Isto é o gorrocóptero!” Gritó en el aire, volviendo a aterrizar frente a ella. “só un desexo terás que pedir, ó gato cosmico!”

 Elyria alzó una ceja, confusa, sin entender nada de lo que le estaban diciendo. “¿Qué?”

 “Que me pida’ un deseo, cojoneh,” respondió con voz grave y rasposa, la cual chocaba totalmente con la voz dulce y alegre de antes.

 “¿Un deseo, de qué demonios habla?”

 “Un respetoh, soy el grandioso Illopunk de Castro, el mejo’ ingenieroh desos que vas a ver en toa tu vida, miarma,” respondió el androide, inflando su pecho con orgullo.

 “E-eh… Un placer, señor… ¿Castro?”

 “Y no te piense’ que vas a gana’ er concurso de bañaoreh, la victoria sera para Moi!”

 “Si, si, lo que tu digas, ni siquiera llevas bañador. ¿Y podrías aclararte al menos con el tema de los acentos? Me estas volviendo loca.”

 “Tengo ese efecto en las muhere’, que le viaser.”

 “Claro… Sera eso.” Suspiró, mirando al cielo. ¿Dónde cojones me he metido?

Julianna suspiró. Una semana. ¡Una semana entera de vacaciones! No le habían dejado escoger a donde ir, tampoco. Retiro forzoso. Decían que era en compensación por las molestias ocasionadas en la última misión, pero lo cierto era que nunca tomaba vacaciones y estaba empezando a acumularlas.

Le habían dicho que le enviarían a un resort con todos los gastos pagados, a un lugar donde pudiera disfrutar del sol y el agua, para que se relajara y lo pasara bien. No estaba muy segura de ir a ser capaz, pero no le quedaba otra opción. ¿En qué piensa la gente cuando no tiene nada en qué trabajar? Se sentía inquieta.

El barco atracó sin dificultades. Agarró el folleto que le habían dado y la pequeña maleta en donde cabía su vida entera y salió un poco dubitativa a cubierta.

El sol le dio de lleno en la cara y Jul gruñó con exasperación. Era albina, por dios. ¿De verdad habían creído que esto era una buena idea?

-Kyuka… Land.

Le habían buscado una habitación en lo más alto de la palmera. Echó a caminar, mirando a su alrededor con curiosidad. Iba a tener que buscar un bote enorme de crema de sol pero… todo el mundo parecía estarlo pasando bien. Si cerraba los ojos podía oír risas, no importaba donde estuviera. Le hizo sentir un poco más ligera. Llegó hasta uno de los ascensores y entregó el ostentoso sello que le habían dado. Uno de los encargados llegó corriendo con toda la intención de agarrarle la maleta, pero Jul declinó con educación. En lugar de eso le atendió mientras le explicaba los diferentes concursos y actividades que había disponibles. Le siguió incluso hasta su habitación, asegurándole que todo en la estancia estaba cubierto y que era un gran honor tenerla en su hotel.

Le costó un poco deshacerse del encargado, pero al final cerró la puerta de la habitación a su espalda. En la mesa, al lado de la enorme cama, había un enorme bote de crema solar junto con una nota escrita por su superior, pidiendo perdón por hacerla retirarse. Julianna sonrió. El pobre no tenía mala intención. Habría que aprovecharlo, ¿no?

Vio la playa desde la terraza y decidió en seguida su próximo objetivo. Algo nerviosa, se probó el bañador que había comprado. Era de color clarito y más ajustado de lo que había previsto, pero en realidad se sentía más cómoda así. Mejor que nada tuviera oportunidad de escapar, porque con ese diseño... Sonrió brevemente mientras se miraba al espejo, agarrando el sombrero que había traído. Le quedaba bien.

Cogió un par de cosas más y tras meterlas en una bolsa de tela, regresó al ascensor. Enseñó nuevamente el pase y unos minutos más tarde salía a la playa de agua dulce. Era todavía más bonita desde abajo y le entraron ganas de meterse al agua. Habían dicho algo de un concurso de surf, ¿no? Quizá podría participar, aunque no tenía tabla… y llevaba mucho sin practicar. Pero podría intentarlo. Tenía la sensación de que aunque hiciera el ridículo, la noticia no saldría de la palmera.

Miró a su alrededor, buscando dónde dejar la toalla y sus cosas. No se lo irían a robar si iba al agua, ¿no? Un poco nerviosa, se llevó el sello consigo por si acaso, atado a la cinturilla del bañador. Como mínimo lo sabría si intentaban tirarle de él. Todo lo demás… era reemplazable.

Mojó los pies. Estaba deliciosamente fría. Avanzó un poco más, hasta que oyó extraños gritos a un lado. Se giró y vio a una chica hablando con una especie de… ¿ser? Blanco y azul. Con gorro dorado que giraba. No había visto nunca nada así. Se debatió internamente, pero al final decidió hacer acopio de fuerzas e ir a hablar con la chica. Parecía un poco incómoda, y lo cierto es que no la culpaba.

-¡Perdona! - Dijo, esbozando una diminuta sonrisa.- ¿Por casualidad no sabríais dónde se celebra el concurso de surf, no?

Bañador fanservice:

Yor parecía tener una flor en el culo. En una de sus temeridades que se habían vuelto marca de la casa en él (en este caso, meterse en una bestia marina) había resultado en encontrar un ticket dorado casualmente para dos personas en la isla de vacaciones por excelencia. Decidí performar una increible indignación hacia Yor aunque, realmente, me apetecía mucho un pequeño descanso. Yo creo que merecido. A ver si no se le sube mucho a la cabeza.

Dejamos rapidamente el equipaje en la habitación, que no era mucho. La verdad es que como piratas, tampoco estabamos sacando mucho dinero. Aunque tampoco esperaba otra cosa. Supongo que esto es como todo, solo se forran dos o tres famosillos y el resto a comer en días alternos. Tampoco es muy diferente de cuando estaba en Samia. Mas allá del factor sorpresa que conlleva el convivir con Yor mucho tiempo. Volviendo a la habitacion, la verdad es que era con total seguridad el sitio mas lujoso en el que habia estado en mi vida. Todo rebosaba dinero. No creo que pudiera acostumbrarme a esto. Había comprado al entrar unos bañadores, y un flotador para Yor que, por lo que sea, no sabe nadar. La verdad es que le quedaba bastante gracioso.

Yor bajó corriendo a "tirarse al agua". El desgraciado decidió saltar por la ventana, en vez de bajar como la gente normal. Que entiendo que esta zona es una zona pacifica, pero me gustaría no llamar la atencion de ningun organo que pueda estar en nuestra contra. Al fin y al cabo, la zoan que tiene destaca bastante. Ya le echaré la bronca después
Agarré dos toallas y me di una vuelta por el hotel. Tardé un rato en localizar el bar, este sitio era posiblemente el mas grande en el que había estado. Tuve que poner bastante esfuerzo en no perderme. Una vez hecho eso, salí del hotel a la playa a la que se había lanzado Yor, localicé dos buenas tumbonas y me dejé caer en ellas. Igual Yor tiene razón, debería practicar el "relajarme" mas a menudo.

Jin en bañador bien de corto:

 El robot azul de acento extraño estaba empezando a ponerla muy nerviosa. No entendía ni la mitad de lo que le decía, y aún si había satisfecho su curiosidad, ¡quería seguir con sus vacaciones! Con el ritmo que llevaba, dudaba que fuese a poder permitirse algo así en mucho tiempo.

 “Perdone, pero tengo cosas que—”

 “¿Ya mestas discriminandoh por se’ asu? Ar meno' yo no voy con guanteh por la playa miarma, kestas to loca” dijo antes de sacar un extraño aparato de su bolsillo. Acto seguido le dio a un botón, y un bañador apareció en su… ¿Cuerpo? “Veh, ahora si ke no tenei’ nah keaser illa. Éche o que hai”

 Quería simplemente mandarlo por ahí y pirarse. Pero le daba cosa ser maleducada en un lugar así. ¿Y si era un cliente VIP o algo así y se buscaba problemas? Ella solo quería disfrutar de su tiempo libre. Y entonces escuchó una voz femenina a su espalda, su salvación. Preguntaba por algo sobre un concurso de surf, pero ya se encargaría de eso.

 “¡Aria, ya era hora! ¿Tan rara me veo en bikini que ni me reconoces?” Dijo alegremente, girándose a mirarla, fingiendo que era su amiga de toda la vida. “Y viéndote, una diría que estabas lista para presentarte al concurso de bañadores,” añadió con una sonrisa. “Ven, ven, te tengo que enseñar el vestido que me he comprado. Y tenemos mucho de lo que hablar.”

 El robot se quedó totalmente patidifuso y sin decir nada, así que Elyria aprovechó para tomar a la mujer de la muñeca, suavemente, tampoco quería que pensase que intentaba hacerle daño ni nada raro. Y entonces tiró un poco, para indicarle que quería irse de ahí ahora que tenía una excusa.

¿Cómo había llegado allí? No lo sabía, solo recordaba haber oído a unos marineros hablando de un resort turístico y haberse colado en una caja de fruta antes de que la embarcasen. Fue un viaje duro, con solo fruta que comer y al final del viaje esta parecía mas pulpa pisada que comida. Menos mal que estar viviendo en la calle durante años te prepara para no hacer ascos a nada.

Cuando bajo del barco lo vio, una playa turística, sol, arenas blancas y lo que mas calor le dio dentro de su maltrecho corazón. Turistas!

Ni corto ni perezoso guardo sus invernales vestimentas y arreglado cual hípster horrendo, sacó una bandejita y comenzó a fabricar en ámbar pulseras de la amistad, cuencos tibetanos, piedras magnéticas y energéticas para la relajación de la gente estresada y demás morralla de playa en ámbar.

Tras un rato de preparar cosas estuve preparado. Me encaminé hacia la playa y comencé a gritar:

ARTESANIAS! PULSERAS DE LA AMISTAD! ELEFANTITOS DE AMBAR! TENGA UN DETALLE CON SU PAREJA Y CON USTED MISMO! BARATO BARATO! TODO A 2 BERRIES, SI COMPRA MAS DE 5 DE ALGO UNO GRATIS! CRISTALES SANADORES! CRISTALES RELAJANTES! OBTENGA SU MOMENTO DE PAZ POR MUY POCO! DISFRUTE MAS DEL PARAISO DEJANDO CANALIZAR LA CALMA Y LA SALUD POR LOS CRISTALES ENERGÉTICOS! BUENO, BONITO Y BARATO SEÑORA!

Y con este feliz cantico de recolección de dinero se dispuso a dar una vuelta por todo el complejo hotelero haciendo feliz a la gente con sus artesanías.

El sol radiante te hizo volver una vez hasta la suite. Una vez. Regresaste al vestíbulo con decisión tras el tercer regreso, ya recubierta de loción solar y armada con gafas tintadas y un sombrero blanquecino de tela fina. Era fresco, el más fresco de los tres que habías decidido llevar contigo, y te había obligado a llevar una sombrerera específica exclusivamente para poder guardarlo sin miedo a los percances. No solías utilizarlo porque en tu día a día el sol no solía ser una molestia real, pero en lo alto de la palmera cualquier precaución era poca: Podías quemarte fácilmente al primer despiste. Ya bastante habían costado las vacaciones como para aun encima tener que pasarlas chamuscada.

- ¡Espere, señorita! -dijo llamando tu atención uno de los recepcionistas.

Te volviste hacia él, cautelosa, sin dejar de sonreír. En su mano agitaba enérgicamente una hoja de papel, aunque por su expresión no parecía una situación peliaguda. No más allá de que algo habría quedado sin firmar, asumiste, por lo que después de señalarte a ti misma mientras lo mirabas con incomprensión un par de veces y recibir como respuesta su enérgico asentimiento te encaminaste hacia el mostrador. Te hizo gracia descubrir que un par de chicas más habían pasado por el mismo mal momento que tú; aunque contuviste una carcajada, tu sonrisa era mucho más sincera que cuando el dolor la dibujaba.

- ¿Hay algún problema? -inquiriste, ladeando la cabeza-. Creí que estaba todo en orden.

- Casi. -La respuesta era críptica. La mirada del hombre cayó hacia el papel-. Es que no se ha inscrito al... Bueno, al certamen de modelaje en ropa de baño.

Parpadeaste varias veces, sin terminar de entender.

- ¿Perdón?

- Disculpe, pensé que había venido por eso. Todas las demás señoritas de su...

- Por favor, no continúes. No quiero saber si es talla, edad o tengo cara de fresca. Especialmente si es eso último. Lo que no voy a tolerar...

- De su planta.

Tu tono se había ido elevando, pero finalmente lo único que acabó en lo alto fue el rubor de tus mejillas. Congelada de pronto en el sitio no sabías dónde meterte. Tratabas de mantener la mirada, pero solo encontrabas la agotada respuesta de alguien que había pasado muchas veces ya por eso.

- Tanto la real A como la B también han sido ocupadas por señoritas anotadas al certamen. Supuse que vendrían juntas.

- Pues... No. -Te encogiste de hombros-. Lo siento.

Se encogió de hombros él también.

- No importa. -Recuperó su actitud jovial casi al instante-. Entonces no desea concursar, ¿no?

Estuviste a punto de decir una cosa, pero lograste contenerte en el último momento. En su lugar, negaste con la cabeza.

- Quizá me acerque a mirar, aunque todo lo que me apetece ahora es tirarme en la arena y descansar.

Frunció el ceño de golpe. Arrugó la nariz y chasqueó la lengua. Antes de que pudieses preguntar se echó a hablar de nuevo, aunque su tono cortés había cambiado a uno tremendamente preocupado:

- Si esa es la situación hay algo de lo que debo advertirla. -Hizo una pausa. Tú, silentemente, lo instaste a continuar-. Puede que uno de nuestros autómatas de limpieza haya cobrado conciencia propia. De tanto lavar ropa interior ha desarrollado un extraño gusto por la ropa femenina y debido a nuestros trabajadores de todas partes tiene una plétora de acentos.

- ¿Qué?

- Sí, una especie de tanuki azul con bolas en vez de dedos. Son para centrifugar de manera efectiva la ropa, pero cuando detecta una mujer humanoide a menos de medio metro de distancia entra en modo hurto y...

- Suficiente, ya está. -Comenzaste a alejarte de él-. No quiero saber nada de robots pervertidos.

Aunque, una vez en la playa, cuando el robot se acercó a ti, habrías querido saber más. Mientras le arrancabas la cabeza y una lluvia de bragas surgió de un marsupio que tenía en la panza pensabas que quizá te harían pagarlo. Suspiraste, tirando la esfera orejuda al agua. Menudo inicio.

- A la mierda el peto máxico -musitaste, recuperando tu ropa interior al vuelo.

Al acercarse, escuchó gritar a la cosa azul. De la nada, un bikini apareció en su cuerpo. Jul abrió mucho los ojos, pero antes de que pudiera reaccionar de cualquier otra forma, la mujer le agarró del brazo. Empezó a hablarle como su fuera su amiga de toda la vida y aunque no la conocía de nada, enseguida supo exactamente lo que tenía que hacer.

-Lo siento, es que por detrás… ven, cuéntamelo todo.

En seguida le pasó un brazo por los hombros y asintiendo con discreción hizo ademán de apartarla del lugar. No entendía qué era el bicho azul, pero claramente le estaba haciendo sentir incómoda. Le había pedido ayuda y era su responsabilidad ayudarla, así que justamente eso iba a hacer. Sin embargo, antes de que fueran muy lejos, un enorme estallido les hizo darse la vuelta.

Se giraron justo a tiempo de ver a una chica rubia tirar al agua la cabeza del robot, mientras las chispas y la ropa interior volaban por todas partes. En ese momento, se alegró de haberse decidido por el bañador de una pieza. No había que ser muy lista para entender qué había sucedido. Una de las braguitas de bikini aterrizó en su cabeza y al agarrarla, se puso roja. Mirando a un lado, se la tendió a la desconocida.

-Eh… perdona, creo que esto es tuyo. Espero que estés bien, parecía bastante… irritante. Me llamo Julianna, encantada.

Se la debía de haber robado el robot pervertido mientras estaban hablando. Tras dudar un momento, se acercó al que ahora era su cadáver y con algo de esfuerzo llevó la cabeza hasta la orilla. Seguía siendo un robot y no le parecía buena idea que se quedara en el agua. Regresó a por el cuerpo y antes de sacarlo, le dio la vuelta para vaciarlo. Otra miríada de [i]pantys]/i] aparecieron y empezaron a flotar por la piscina. Todavía colorada, Jul terminó de sacar el cuerpo del agua. Poco después aparecieron dos encargados y se lo llevaron entre mil disculpas.

Jul regresó a donde estaba antes y aprovechó para llamar la atención de la chica rubia que había destrozado al bicho. Al final todavía no había averiguado lo que quería y aunque no estaba segura de si ella se apuntaría, no era mala idea comprobarlo.

-Disculpa, ¿por casualidad no sabrías dónde se apunta una al concurso de surf, no?

 Elyria suspiró aliviada al ver que la desconocida le seguía el rollo. Con ese movimiento se había arriesgado a quedar en ridículo si de repente decía que no la conocía. Mientras se alejaban, escuchó una explosión en la dirección de la que venían, y al girarse, no pudo ocultar su sorpresa.

 El robot que le había estado molestando ya no tenía cabeza y una mujer rubia estaba tirándola al mar. Y para colmo, había un montón de bragas volando por el aire, algunas aterrizando en su cara. Se las quitó de encima, y de repente escuchó a la mujer que le había ayudado antes, viendo cómo le entregaba la parte de su bikini.

 “¿E-eh? ¿C-cómo, cúando? N-ni me di cuenta, gracias…” susurró muy bajito, su pálido rostro completamente rojo de la vergüenza. Respiró profundamente, intentando tranquilizarse, volviendo a colocarse el bikini. “Yo soy Elyria, muchas gracias por ayudarme. Aunque bueno, no ha acabado muy bien para esa cosa…”

 Entonces se fijó en el mar artificial, viendo como estaba a rebosar de ropa interior de todo tipo y colores. ¿Cuánto tiempo lleva este bicho suelto? La tienda de bañadores se tiene que estar haciendo de oro, tal vez planearon esto… pensó su lado detective. No digas tonterías Ely, deja de buscar conspiraciones en todo.

 Nissa se presentó frente a ella, en su típica forma de mujer de luz blanca en miniatura, sentada con las piernas cruzadas en el aire, como si de una silla se tratase. Solo Elyria podía verla y oírla en ese momento.

 “Con Alvar no te daba tanta vergüenza estar sin braguitas…”

 “C-cállate, estoy intentando tranquilizarme…” Musitó Elyria.

 “Se van a pensar que estas loca si me hablas aquí en medio… Aunque no estarían tan lejos de la realidad.”

 Entonces para que apareces… Se dijo a sí misma, sin expresarlo en voz alta.

 “A lo que iba, que me entretienes. Se le ha caído un papel al robot, creo que te interesaría.” Y entonces desapareció como si nada.

 Elyria se acercó a donde estaba el robot, viendo una especie de panfleto en el suelo. Se agachó a cogerlo, y al leer lo que ponía no sabía si debía reírse o preocuparse. Al parecer, no estaba solo. Pertenecía a una especie de sindicato de nombre extraño. ¿Los robo ts de limpieza tienen sindicatos ahora? Que cosa mas rara. Y el nombre, sindicato de gatos cósmicos, no se puede tener peor gusto.

 Escuchó a Julianna preguntándole a la rubia por el concurso de surf, así que se acercó a advertirles. “Yo me apunté al de bañadores en la recepción del hotel, seguramente sea igual para el surf,” le dijo con una sonrisa, antes de mostrarles el panfleto. “Y no se que os parece esto, chicas.” Entonces, miró a la rubia para dirigirse a ella. “¿Tú sabes algo? ¿O solo te lo cargaste porque te estaba molestando?”

Panfleto:

Estar flotando tranquilamente en esta playa de mentira estaba siendo de lo más agradable. En este flotador podía relajarme, meciéndome entre las pequeñas olas, mojándome los pies en el agua calentita, viendo bragas caer por el cielo… Espera, ¿qué? Me quité las gafas de sol, incorporándome un poco mejor en el flotador, comprobando que efectivamente mi vista no me engañaba. Pude ver dos cosas interesantes. La primera, que jin había cogido muy buenos sitios para tomar el sol. Lo segundo, que al parecer el epicentro de esta bandada de bragas era una especie de contenedor metálico que estaba siendo trasteado por una chica rubia bajita… ¿¡Alice?! Rápidamente empecé a patalear con el flotador para acercarme a la orilla, mojando en el proceso a unas cuantas personas. me lo quité en cuanto mis pies tocaron la arena y se lo lancé a Jin, cubriéndolo también con unas cuantas prendas que se habían enganchado en este.

-¡Guardamelo, que he visto a Alice! Ahora vuelvo.- Exclamé mientras iba corriendo. La verdad es que no recordaba siquiera si le había hablado de ella, pero eso daba igual.

Una vez dicho esto, corrí hasta cubrir la distancia que nos separaba, estando a punto de abrazarla con fuerza. Por suerte recordé que no era una persona muy dispuesta al contacto físico, por lo menos conmigo, así que paré en seco, manchándola con un poco de arena sin querer. Le sonreí con ganas, soltando una pequeña risa por la emoción antes de hablar.

-¡ALICE! ¡Cuánto tiempo! ¿Qué haces aquí? No esperaba encontrarme a ningún amigo, ha sido toda una sorpresa. ¿A qué no adivinas cómo he conseguido una entrada para este sitio? ¡Una bestia marina me comió y encontré el ticket! Oh, mierda, espera, no te he dado tiempo para que lo intentaras…- En ese momento de pausa me percaté de la presencia de las otras dos chicas, sonrojándome un poco por lo emocionado que me había presentado ante unas desconocidas.- Eh… Soy Yor, estoy en un descanso antes de convertirme en el Rey de los Piratas, ¿qué tal estáis?- Volví a mirar entonces a Alice.- ¿Son amigas tuyas? ¡Presentanos!

No sé cuanto tiempo llevaba borracha en el momento en que había recogido aquel ticket dorado de la solapa de la chaqueta de aquel cadáver. Parecía una entrada a un resort con todo tipo de lujos y una playa que quitaba el hipo, o eso debía ser cuando le pregunté a un viandante por el nombre del lugar. La cosa es que había ganado unas vacaciones temporales en un lugar muy bonito, y la verdad es que me apetecía un poco aparcar al "Segador" y tomarme un respiro entre saqueo y saqueo. Así que informé a mi segundo, el señor Castamer, y pusimos rumbo al lugar de destino.

Durante mi ausencia mis compañeros esperarían a mi regreso, y es más me alentaban a que me relajara un poco en la playa. Era cuanto menos gracioso, porque he pasado de navegar todo el día en el mar, a ponerme ahora tirada en la playa. Fuera como fuera pusimos rumbo al resort, y una vez cerca del embarcadero entregué mi ticket dorado ( el que ahora era mío)  y me permitieron acceder al complejo, dándome la habitación número 12. Debía admitir que a pesar de llevar varias maletas conmigo no me encontraba para nada cansada por el peso de las mismas, sino que estaba absorta por el lujo y la belleza del lugar. Dejé todas las maletas sobre la cama del cuarto y me dispuse a prepárame para ir a la playa a tomar un poco de sol y bañarme. Así que cogí el bañador y me lo puse, un dos piezas monísimo rojo, mi sombrero con el que iba a todos lados y algunas pulseras de colores en tobillo y manos. Bajo un sobaco llevaba un churro de plástico y en el otro la toalla y  una pequeña bolsa con cosas diversas. Así que una vez ataviada como si fuera a la guerra contra el sol, el mar y la tierra, salí por la puerta del cuarto rumbo a la playa.

Una vez allí busqué una zona donde poder estar tranquila. Tiré todo contra la arena y me dispuse a poner la toalla a pocos metros del mar. La bolsita en la cabecera de la toalla, el churro tirado a la izquierda y yo, por mi parte, mirando al mar con las manos a la cadera y el pelo ondeando al viento.

-Pues ya estamos acá.

La playa estaba llena de gente, niños repelentes y otras cosas que había que denominar como seres humanos. Ah, también había vendedores, gritando como si se les fuera la vida en ello. A mi me tocó uno que solo hacía más que gritar:

¡Barquillos, tengo barquillos frescos! ¡ Que alegría que alboroto otro barquillo para el bocho! ¡Barquiiiiillos oiga!.

Cansinos, pero bueno se estaban ganando la vida. Así que como no quería que me rompieran la magia del momento fui a la bolsita, saqué un walkman con unos cascos y lo encnedí. Me puse los auriculares y puse mi canción favorita mientras miraba el panorama de la playa.

Una chica se te acercó. Alta, peliblanca, y en un traje de baño particularmente revelador. Expresión adusta, más por su mirada que por sus demás facciones, pero voz dulce. No era una voz especialmente armónica, pero en sus vibratos ocultaba cierta elegancia. Parca en palabras, tendía hacia ti un pequeño trapo gris oscuro. En cualquier otra ocasión quizá habrías dudado, pero esa vez sabías qué era lo que te estaba acercando. Esquivando como podías todas las braguitas -tanto de bañador como de vestir- alzaste la mano para enseñar, con cierto orgullo, las tuyas. Eran de color rojo, con decoración de punto y un pequeño faldón en la tira, protegiendo las gomas. Además, llevaba un lacito.

- No te preocupes, tengo la... -Una chica, desnuda de cintura para abajo, arrancó de sus manos la prenda-. ¿Mía aquí?

Tu tono tembloroso se nutrió de un leve rubor. No esperabas encontrarte con un robot ladrón tan hábil ni con... con... Bueno, con un panorama tan despejado de pronto. Cerraste los ojos con fuerza apartando la mirada, al menos el tiempo necesario para que se cubriera sus vergüenzas. En perspectiva bien podrías haber optado por ponerte un bañador de una pieza bajo la ropa, pero el azul no congeniaba tan bien con tus ojos y el blanco... Bueno, Julianna te habría hecho competencia. No mucha, claro, pero aunque no era tan linda como tú sí despertaba miradas a su alrededor. Y sí, debías reconocerlo: Tú estabas a su alrededor también.

Avanzaste un par de pasos con las chicas peliblancas -aunque en honor a la verdad solo una de las dos era cien por cien peliblanca-, solo hasta que Julianna se separó momentáneamente para sacar la cabeza del robot del agua y la otra enfiló hacia el cuerpo, descubriendo en su interior un panfleto sacado de lo que solo podía ser una parodia de alguna clase de película de serie B. Bufaste momentáneamente, pensando si sería solo una muy desafortunada campaña de Marketing de alguna clase: Lavadoras con inteligencia artificial, capaces de recoger la ropa sin que te des cuenta alguna.

No, eso era estúpido.

- Dame solo un segundo -dijiste frenando a Julianna con el dedo-. A mí aún no me ha dado tiempo a vestirme.

No deberías haberla agitado en el aire. No porque te diese vergüenza; no. Aunque solías llamarlo así -tradición familiar- no mirar era más bien una cortesía con la otra persona. Era algo íntimo. Por eso, si en vez de agitarlo durante casi un segundo y reído como una imbécil durante dos o tres más mientras buscabas la complicidad de la peliblanca -cualquiera de las dos, en realidad- no habrías tenido la falda levantada hasta el culo cuando una voz demasiado bien conocida resonó demasiado bien cerca.

Tiraste hacia arriba con apuro, tratando de evitar que viese nada, pero solo sirvió para que cuando se frenó en seco la arena saltase a tu bañador. Abriste los ojos como platos ante la sorpresa; también apretaste los dientes de puro disgusto. Casi por instinto la bajaste de nuevo para quitarle la arena, sacudiéndola sin llegar a quitártela con la esperanza de que esa vez no se hubiese visto nada. Tras unos segundos de pensar que lo ideal sería meterte al agua para terminar de quitar los restos volviste a levantarte y enfrentaste a Krein con la mirada.

- Hola... Yor. -Normalmente no tenías que fingir una sonrisa, pero todo lo que estaba pasando te había puesto alerta-. Qué gusto ver que ninguna ballena te ha matado todavía. -Si bien no era ironía te diste cuenta de que sonaba a terrible sarcasmo-. Estas son Julianna y Elyria. Son marines.

En tu cara se podía ver la mentira dibujada, pero si había una mínima esperanza de que se lo creyese podía ser muy gracioso. Al final del día, aun si el chico no tenía recompensa, tú te dedicabas a cazar. No podías dejar que la gente te relacionase a la ligera con un potencial delincuente; no si al menos no tenías cierta seguridad de que la gente se lo iba a tomar un poco a broma.

- ¿Entonces la bestia te comió? -preguntaste, ya algo más seria-. ¿Cómo hiciste para salir de ahí? Como se hubiera sumergido podrías haber... ¡Espera, claro! -Te volviste hacia Julianna-. ¡El surf! ¡Ahí está la mesa de registro!

Señalaste una cola relativamente corta, teniendo en cuenta la cantidad de gente que había en el complejo. Todos llevaban tabla y tenían pinta de sobrados. No te gustaban los surfistas, normalmente, aunque Julianna no parecía una surfista convencional. Le faltaba la chulería propia de los surfistas, como la de aquel tipo.

- ¿Oís eso, chicos? - Atsu sonrió - Tres mil personas. Tres mil objetivos.

Entre las cortinas cerradas llegaban algunos rayos de luz, el sonido de gente divirtiéndose y los aromas de la playa. En el interior de la estancia de madera había tres personas además del propio Atsu. Eran sus subordinados: Therese, una chica joven, alta y de pelo largo y rubio que en ese momento llevaba recogido por una coleta; Ray, un joven de pelo corto dorado, fuerte de cuerpo y de aspecto inquieto; y Andy, un hombre taciturno de pelo oscuro que rondaba la treintena. Los tres atendían a su jefe con completa concentración y actitud preocupada. No era para menos, pensó Atsu, pues la misión era crucial. Su división dependía de aquella tarea.

- ¡Todos a vuestros puestos de combate! ¡Listos para esta guerra...!

Hizo un gesto a Andy, que se aproximó a las cortinas y agarró la cuerda. Atsu dio la señal y su subordinado tiró con fuerza. Todas las cortinas del chiringuito se levantaron a la vez.

- ¡...esta guerra culinaria!

Atsu se rio malévolamente encendiendo los fogones. Therese suspiró y comenzó a dejar cartas en la barra. Andy intercambió una mirada con Ray y ambos entornaron los ojos. Atsu ignoró la falta de entusiasmo de su gente y se puso a preparar su takoyaki estilo Omega. Llevaba semanas refinando la receta especial que iba a usar. Algunos de los ingredientes de la salsa habían pasado días macerando. Su intención era convertirlo en el plato estrella del puesto y usarlo para atraer clientes con el olor. Era una pena no poder atender a los concursos, pero aquella tarea era importante: El CP7 había bajado el presupuesto de Asuntos Externos y necesitaban conseguir financiación por otros medios hasta que a su jefe se le pasase la rabieta y les devolviese el dinero.

- ¡Takoyaki! ¡Espaguetis! ¡Cócteles! ¡Gazpacho! ¡Cartoccio! ¡Todo eso y más en el "Rincón Omega"!

Por supuesto, había truco. Seguía siendo el más infame terrorista de la cocina de todo Ennies Lobby. Y pronto sus clientes aprenderían a temer y venerar sus platos. Rio cruelmente mientras se movía por toda su cocina saltando de un fogón a otro, sin parar un instante a descansar. Poco a poco empezaron a llegar curiosos.

- ¡Atsu! Dos platos de espaguetis Omega, tres takoyakis y tres "sex on the beach" - dijo Ray.

- ¡Marchando!

Pronto aquellos incautos descubrirían los terrores y delicias de su cocina. ¡Y entonces conseguirían el dinero que necesitaban para terminar de pagar los plazos del submarino!

- Jefe, deja de poner esa cara tan siniestra. Vas a espantar a los clientes - le reprendió Therese dándole una colleja.

Entre el sol, lo increiblemente cómoda que era la tumbona y el aura de este sitio, la verdad es que me estaba quedando completamente dormido. Esto fue hasta que Yor me lanzó su flotador, gritando que había visto a una tal... ¿Alice? No me suena de nada. Cuando me quité el flotador de encima, me di cuenta de que tenía bragas por encima. Mas de una y mas de dos ¿Que narices había estado haciendo Yor?

- Espera un momento, que voy contigo.

Ni me escuchó ni me esperó, evidentemente. Me levanté perezoso, sacando un cigarro y las cerillas del bolsillo del bañador y me dirigí hacia Yor, alcanzándole rapidamente.
Cuando llegamos a la altura de las chicas, que eran 3, Yor empezó a fusilar a preguntas a una de ellas, supuse que Alice. Me pareció relativamente amable, pero decidí mantener las distancias con ellas. No fuera a ser. Que sé que estamos en una isla de vacaciones y aquí la gente no viene a causar problemas. Yo tampoco debería.. Luego dijo Alice que las otras dos personas eran marines. Mire a Yor un poco preocupado, e intenté que no me subiera el panico, ni el ansia por las venas. No han empezado una pelea Jin, no te preocupes. Me repetí a mi mismo varias veces. Si no eres capaz de controlar tu reacción, ¿que te queda? Además, parece que no hay peligro. No se han vuelto hostiles con Yor, al menos de momento. No hay de que preocuparse. Mas allá de que son marines.

Aproveché que mencionaron el surf para intervenir

- Oye Yor - mire a las tres chicas con una sonrisa en la cara- Y vosotras también, si queréis. He oido que hay un torneo de voley mixto. ¿Quereis apuntaros?

Maxwell había insistido en que se tomase unas vacaciones. En realidad, después de los sucesos de Jaya, casi tenía suerte que hubiese sido una semana de descanso y no un mes en el calabozo, pero aun así resultaba extrañamente frustrante. Si bien era cierto que el decano le había tomado cariño -de hecho le había obsequiado con un pase al exclusivo complejo de Kyuka Land, en lo más alto de la Isla de Vacaciones- no podía evitar pensar que estaba tomándose su tiempo antes de castigarlo por la mancha de sangre que portaba. Solía tratar de ser discreto, claro, pero el suboficial no debía haber tardado en atar cabos tras el asalto en Karakuri y la misión de Jaya.

- Uno más uno, supongo -masculló para sí, dejando el barco con una parca despedida.

Quizá debería haber dejado que se hundiese. No habría sido un problema de haberse ahogado. Una reprimenda ritual, casi simbólica, y un nuevo destino. En la Lanza no se perdonaba la debilidad y Maxwell, incapaz de nadar a causa de su akuma, había demostrado tener una extraordinaria: No tenía un plan B. Si no lo hubiese rescatado habría caído hasta el fondo como un martillo, lo hubiesen enterrado discretamente sin ningún honor y en su lápida recordarían para todas las generaciones venideras cómo había muerto.

Le estaba dando demasiadas vueltas. Quizá Maxwell no supiese nada; ya estaba al borde de la inconsciencia cuando lo atrapó, seguramente no se hubiese percatado de que casi había tocado el lecho marino. Tal vez aquellas vacaciones fuesen solo... Vacaciones. Una oportunidad de recuperarse y de organizar su mente, de relajarse. Aunque no recordaba haberlo hecho nunca.

El ascensor iba demasiado despacio, pero suave y silencioso. Una música a volumen bajo resonaba en sus oídos, casi aliviando el peso de su equipaje -en realidad apenas era un petate negro con lo imprescindible para esos días, el maletín de su violín y una bolsa de cartón con más libros de los que pensaba leer-, mientras las aterciopeladas moquetas de vivos colores casi parecían un cojín para sus pies. Pies que, por una vez, no iban protegidos en botas de marcha azul marino. Ese día llevaba unas chanclas verdes, un pantalón corto azul celeste y una camisa color miel abierta de par en par, a juego con sus ojos dorados y dejando ver de lleno su torso desnudo. También iba desarmado; estaba de vacaciones, al fin y al cabo.

Su corazón latía con fiereza, y acelerado. Cada golpe contra su tórax parecía que iba a partirlo en dos. Según había salido del ascensor había demasiada gente. Demasiada. Llevó una mano por instinto a debajo de su gabardina, pero no tenía gabardina, y en su lugar sacó una petaca del bolsillo. Contó hasta diez mientras medía sus pulsaciones, estudiando su propio malestar, y decidió que un tercio del whisky sería suficiente. De un trago, se bebió la mitad.

Se había acostumbrado a la quemazón en la garganta, pero tosía siempre de todos modos. También sonreía. Era más fácil enfrentarse al mundo así. Guardó la petaca de nuevo en el bolsillo, sacando una mochila del petate y una toalla táctica de color azul marino. ya llevaba el bañador debajo de los pantalones, así que solo necesitaba eso para acercarse directamente a la playa, sin subir hasta la habitación. Simplemente pasó por recepción y pidió al botones que dejase todo encima de la cama, haciendo especial hincapié en que la caja de madera cubierta en terciopelo negro, donde atesoraba su violín, fuese colocada con el más sumo cuidado.

- Por supuesto, señor -contestó con una reverencia-. Tendré todo el cuidado posible.

Para cuando llegó hasta la playa todo parecía ser un caos: Bragas volaban por ahí, gritos se esparcían por todas partes y más de un incauto había optado por probar la comida de ese puesto que apestaba a extracto de chile fantasma. El cocinero tenía expresión malévola, como si su plan pasase por venderles también bebidas. Sin embargo no parecía ir del todo bien: La mayoría bebían como antílopes al borde del agua. Suspiró. Había hecho bien en beberse la mitad de golpe.

Pasó al lado de Julianna rozándole la espalda entre los hombros con el dedo índice y siguió como si no la hubiese visto. Pero la había visto muy bien. Demasiado bien. Quizá media petaca no había sido suficiente. Se alejó cuanto pudo hasta una zona algo más apartada y se tiró sobre la toalla, bocarriba. Si lograba serenarse quizá pudiese lograr aquello.

 Elyria suspiró, memorizando el panfleto antes de doblarlo varias veces, poniéndolo en la palma de tu mano y golpeándolo con el dedo índice, intentando encestar en su bolsa de paja a varios metros. Como era de esperar, falló, pero al menos cayó en el pareo. Tal vez se volaría y perdería, pero lo tenía dibujado en su cabeza, no habría problema.

 Nissa no estaba visible, pero de alguna forma que aún no terminaba de entender, sentía su presencia cerca, muy cerca. Así que aprovechó que estaba de espaldas al grupo para pedirle algo. “Avísame si ves algo raro,” susurró en un tono muy bajo, por miedo a que el resto le escuchase hablándole al aire.

 Entonces apareció frente a ella, a pocos centímetros de su cara. “No soy un perro de vigilancia,” dijo con el…  ¿ceño fruncido? ¿Podía hacer eso? Bueno, supongo que tenía sentido.

 “Por favor, Nissa. Es importante.”

 “Tsk. De acuerdo, pero me debes una.”

 Elyria asintió con la cabeza, viendo cómo la criatura volvía a desaparecer. Aún no se acostumbraba a eso.

 Cuando se volvió a girar, vió como corría hacia ellas un hombre con bañador de patitos, sin ningún cuidado ni decoro, mojando y llenando a todos de arena. “¡Oye!” Viendo que se puso a hablar sin parar con la rubia, suspiró y se metió en el agua a limpiarse. Volviendo, vio que otro hombre se acercaba al grupo. Ella se acercó al que la había manchado, y se tropezó con él por accidente, intentando tirarlo.

 “Uy, cómo pudo ocurrir esto, tuve el mismo cuidado que tú,” dijo riendo dulcemente. Tampoco tenía malas intenciones, nadie se iba a hacer daño por caerse a la arena.

 De repente se les acercó otro hombre, y Alice hizo una broma diciendo que ella y Julianna eran Marines. Al menos por su parte había dado en el clavo, así que rió felizmente, haciendo como que le seguía la broma, incluso subiendo un poco su rango. “Vice almirante Elyria, a su servicio.” Entonces miró a Julianna con complicidad, a ver si le seguía la broma.

 La cara de uno de los hombres era un libro abierto. Se veía claramente que ocultaba algo. ¿Sería un criminal? ¿Un pirata? ¿Debería preocuparse? Estás de vacaciones, Ely, deja de pensar en trabajo… Ya te encargarás si intentan cualquier cosa, no han hecho nada.

 “¿Volley?” dijo mirando sus manos. Podría jugar, pero si la cosa se ponía intensa sería un problema, no quería pasarse toda la semana sin poder sentir ni usar las manos. “No se yo… Antes preferiría el surf. Y el concurso de bañadores, aunque a ese ya me apunté y pienso ganar,” dijo sacando pecho con orgullo. Aunque más de una aquí podría hacerme competencia...

Al salir de cambiarse, vio como Thymo se le había adelantado y había abierto la ventana para salir y volver volando a toda velocidad. Sabía que Thyma adoraba esos viajes, pero esta vez era diferente. El complejo estaba abarrotado de estímulos de todo tipo, todo era demasiado hermoso como para querer perdérselo. Aun así siempre había un término medio para cada situación. -Vale, pero volamos despacito que quiero ver lo que hay por aquí.- Le dijo a su hermano con una sonrisa en sus labios. Después se montó y se preparó para el viaje. Un sitio como ese, tan llamativo, diverso y festivo, invitaba a dejar la discreción aun lado. La pequeña tenía una sorpresa para su llegada a la playa.

Una vez salieron de la habitación, Thymo voló relativamente bajo, lo suficiente como para que ellos pudieran ver y escuchar el bullicio de las calles. Era una locura, había personas saltando directamente de las ventanas de las habitaciones a la calle, sin necesidad de alas, pero en un evidente alarde de excelentes habilidades. Otras personas parecían disfrazadas, un montón de trajes de baño de todo tipo, colores y formas. Había banda de música por todos los rincones que hacían todavía más divertido el trayecto. Thyma no podía parar de mirar en todas las direcciones, bailaba y cantaba a pleno pulmón, se sorprendía de lo que veía y le pedía a su hermano que cambiase la dirección para ver los artistas callejeros en plena actuación. Aquello sin duda era un auténtico paraíso.
Sin darse cuenta, los Bandle se aproximaron a la playa. A lo lejos podía verse la azulada línea marina y sin saber cómo Thyma había terminado con un pegajoso algodón de azúcar, más grande que ella, mientras volaba a lomos de su hermano. La pequeña se vio obligada a sostenerlo con ambas manos, pues el viento jugaba en contra. Mientras saboreaba el dulce y veía la playa cada vez más cerca, reparó en que había preparado una llegada espectacular y con ese absurdo algodón le sería imposible realizarlo. Sin pensarlo dos veces, lo lanzó al aire y se deshizo del él, sin importarle dónde caería. La pequeña, entonces, se revolvió para sacar unas cintas de su mochila y las desplegó.

Las cintas emulaban los colores de las alas iridiscentes de Thymo. Las había dispuesto de tal forma, que nunca entorpeciesen el vuelo y formasen una larguísima estela multicolor. Además la cintas iban soltando una fina lluvia de purpurina que sin duda caería sobre las personas que sobrevolaban. Thyma envidiaba a los viandantes que se paraban a mirar curiosos. A ella le hubiese encantado ver su preciosa creación en tercera persona, pero se conformaba con las caras de asombro y lo bien que se veían todos ellos con purpurina en la piel y en el pelo.
Por fin llegaron a uno de los accesos principales a la playa. Thymo aterrizó con suavidad y dejó bajar a la pequeña de su lomo. -A sido alucinante ¿A que si?- Le dijo entusiasmada a su hermano. Entonces una voz captó por completo su atención. Juraba y perjuraba que tenia preciosidades a bajo precio. La pequeña, como si fuese una suricata, comenzó a buscar el origen de la voz. Y lo encontró. No muy lejos de su posición, se alzaba un gigante, con un montón de pulseras brillantes y llamativas. Thyma, casi hipnotizada, agarró la mano de su hermano y comenzó a tirar en dirección al vendedor de bisutería, que bramaba sus ofertas siendo casi imposible ignorarlo.

La vida no era sencilla, y menos cuando te aburrías lo suficiente como para que todos los días fueran hastío constante. O al menos eso era lo que Yuuki llevaba pensando las últimas dos semanas, y es que el barco en el que se metió casi parecía que se había perdido en lo ancho y largo del mar, sin posibilidad alguna de encontrar su camino de vuelta a casa. Suspiró, apoyado en la barandilla de babor del barco, mirando al horizonte y maldiciendo por lo bajo —y, en ocasiones que dejaban a algunos marineros desconcertados, en alto— al cabrón de su padre.

—Porque mamá me dijo que sería divertido, que si no te lo metía por el culo hasta que saliese por el lado contrario.— soltó, moviendo de lado a lado el billete de oro que le había llegado en carta desde el Ojo.

Obviamente lo hacía con cuidado, guardándolo en un lugar seguro en el que nadie miraria para que no pudieran quitárselo, pero aún así tenía los suficientes sentimientos encontrados por culpa de su padre como para querer tirarlo por la borda y que se hundiera en lo más profundo del mar. No lo hizo, pero no le faltaban las ganas de ninguna de las formas. Y es que al fin y al cabo lo necesitaba para pasar lo que le habían dicho que iba a ser "El verano del siglo". Pff, claro, y qué más, pensaría el peliblanco mientras la isla aparecía poco a poco en su campo de visión.

Las horas pasaron, él llegó a tierra y con las preguntas adecuadas se fue directo a lo que sería su habitación durante al menos un par de noches. Su familia nunca había sido de tener pertenencias demasiados ostentosas, aún pudiendo costeárselas, así que aquel cambio de paradigma se le hizo cuanto menos extraño. Se dejó caer en la cama para descansar un rato de la travesía en barco, se pegó una ducha y se planteó el bajar a la playa, ya que por lo visto había actividades o algo por el estilo, no sé, ya se enteraría al bajar, posiblemente. Se quedó mirando su reflejo en el espejo y, como de costumbre, odió lo que vio. ¿Por qué tenía que tener el cuerpo de un niño de trece o catorce años? Sacudió, también como de costumbre, aquellos pensamientos y con su ropa de costumbre —los pantalones blancos holgados, la camisa oscura larga y la blanca corta con capucha— se puso en camino.

Aquel pase de oro era como una tarjeta mágica que le daba acceso a prácticamente todo lo que había en aquel lugar, y algo que Yuuki no iba a desaprovechar era la comida gratis que venía incluida con su trozo de metal en forma rectangular, y es que la bolsa llena de dulces y helados que prometían no derretirse en horas casi tan grande como su torso entero era una prueba irrefutable de ello.

—Creo que me apuntaré a lo del surf, o puede que al volei. Algo de movimiento no me vendría mal, que ya siento que me aburro una poca.— terminó de decir, bostezando apenas lo había hecho.

Yuuki le echó una mirada por encima a prácticamente todos los que habían llegado y se habían acoplado en la arena o el mar, ya disfrutando de lo que para ellos debían ser unas vacaciones bien merecidas. Casi todos, por no decir todos, parecían de alguna forma u otra interesantes. Un par de seres que eran incluso más pequeños que él... ¿Serían humanos si quiera? También habían pululando por ahí varias personas peliblancas, ¿serían Aran también como él? Con lo puta que era su padre tampoco le extrañaría demasiado, la verdad. Y así un poco con todo. Con tanta gente interesante, y justo al darse la vuelta después de apuntarse al evento de surf —como Yuuki H.— no se dio cuenta de la chica rubia con el bikini rojo que tenía justo delante. Justo cuando intentó evitarla con un paso lateral no acabó de calcular bien la distancia y acabó cayéndose de todas formas. En lo que se caía, haciendo un arco casi perfecto en dirección al suelo, solo pudo pensar en el tiempo que llevaba sin pasarle una de esas. Tiempo sin darse una hostia contra el suelo, pensó, y justo cuando su cara empezó a tocar la arena, el nueve se tachó y se escribió un cero.

Una de las chicas le siguió el juego sin dudarlo. "Vicealmirante Elyria", pensaste. Sí que había inflado su rango. Solías molestarte cuando nadie te tomaba en serio por tu apariencia, pero a la vicealmirante Elyria le faltaba ese aura de inaccesibilidad que distinguía a muchas personas poderosas. De todos modos, en lugar de cuestionar si había dicho algo demasiado inverosímil o no -ya que tú habías empezado, sobre todo- solo disfrutaste mientras esperabas la reacción de Krein. Aunque lo del empujón, en realidad, no lo aprobabas. Aquella chica era algo revanchista.

Ibas a decir algo, pero los gritos de un buhonero te pusieron en alerta por un instante. Buscándolo con la mirada encontraste que las bolas de pelo que habías conocido al inicio de tu viaje estaban ahí también. ¿Thymo y Thyma? Así se llamaban, creías recordar. No, no. Recordabas. También en ese momento llegó el amigo extrañamente atractivo de Krein, tuerto y con un parche en el ojo. Tenía aspecto algo chulesco, o quizá serio, pero algo te hacía sentir que era opuesto al que cuando conociste se había autoproclamado como su capitán. ¿Cómo se habría quedado tuerto? ¿Estaría, como yo, manteniendo oculto sin más un ojo por pura estética? Preguntar sería de mala educación, y aunque dudabas que un pirata como aquel fuese a percatarse, la educación era lo que en última instancia separaba a una dama de una fulana.

- Yo creo que... -La vicealmirante Elyria se te adelantó. Miraba a sus manos con sentida duda. No era complicado darse cuenta de que ocultaba algo en esos incómodos guantes.

En cualquier caso la dejó terminar, no pudiendo contener una leve mueca de orgullo herido. ¿Ese era el nivel del concurso de bañadores? Elyria era mona, claro que sí, pero la confianza con la que se disponía a participar casi te hacía sentir ternura de ella. Esos codos, las rodillas... Era joven, pero seguro que lejos de ser una adolescente. Exuberante, era cierto, pero las comparaciones con Julianna, por ejemplo, eran odiosas. Y sí, por qué no, te habías picado como si fueses una niña pequeña.

- Yo me habría apuntado -dijiste en un tono casual mientras deshacías el lazo de la falda-. Pero tampoco sería justo; hace falta algo de competencia.

Con gracilidad pasmosa te quitaste a un tiempo falda y blusa, guardándolas en tu bolso como si nada mientras el escarlata de tu sostén brillaba bajo el sol, refulgente en contraste con el negro de los detalles y potenciado por las esferas de madreperla. No recordabas en qué momento tu cuerpo había cambiado hasta ese punto, pero te sentías infantilmente orgullosa de él. De tus curvas y tu vientre plano, pero sobre todo de cómo formaba una alianza letal con tu rostro angelical. Era sencillamente imposible, o muy complicado al menos, que hubiese una sola persona capaz de alcanzarte ya no solo a nivel de cuerpo, sino en la gracilidad de tus movimientos.

Al menos, no hasta que un enano despistado se tropezó contigo. Por precaución volviste tus huesos de sombra, pero el dolor te hizo trastabillar y caíste sobre tus nalgas al lado del niño. Te dolía el tobillo y la canilla como si te hubiesen aplastado la pierna, y aunque no era nada a lo que no estuvieses acostumbrada siempre tardabas un par de minutos en poder caminar con normalidad de nuevo.

Para más colmo, mientras el niño y tú caíais su helado a medio lamer volaba. No tuviste los reflejos suficientes para cazarlo al vuelo, con lo que una amalgama de chocolate y crema de vainilla cayó como una lanza entre tus pechos. Más atónita que enfadada en aquel momento pinchaste al niño con el dedo una, dos y hasta tres veces.

- Oye -dijiste-. ¡Oye! ¿Dónde te han enseñado modales? ¿En un barco pirata? Tienes que tener más cuidado al caminar.

Empezaba a derretirse. El helado, no ella. Era una sensación extraña y un tanto desagradable. Tiraste de él con dos dedos y le diste un tímido lametón comprobando que estaba bueno. Como mínimo, aceptable. Sin embargo casi te había manchado el traje de baño y la crema estaba peligrosamente cerca de tocarlo. Buscaste un pañuelo entre tus cosas con una mano y, si bien dejando una sensación pegajosa, pudiste limpiarlo.

- Si toca mis tetas, es mío -le susurraste al oído, evitando que Krein lo escuchase. No parecía un pervertido como Momojiro, pero nunca se sabía. Luego miró hacia las chicas-. ¿Podéis ayudarme? Creo que me he torcido el tobillo.

Diste un nuevo lametón al helado. Sí que estaba bueno.

Bañador fanservice:

De repente muchas cosas estaban pasando a su alrededor. Se encontraba en medio de las otras dos chicas y mentiría si dijera que sabía quién le estaba hablando a quién. Pero ambas habían recuperado sus bañadores y alguien había identificado la cola para apuntarse al concurso de surf.

Iba directa a apuntarse, cuando alguien se dirigió a las tres. Llegó echando agua por todas partes y con una sonrisa de oreja a oreja. Se puso a hablar con Alice, que no tardó en presentarlas. Por como lo hizo, cualquiera diría que el chico era un criminal. Pero no tenía pinta, seguramente fuera una broma interna. Sonrió ligeramente y le tendió la mano.

-Julianna Shelley. Puedes llamarme Jul, si dejas de salpicarnos.

Venía con ideas y no tardó en invitarlas al… ¿Torneo de voley? Se llevó una mano a la boca, pensativa. Sabía lo que era. Al menos de oídas. Pero no recordaba haber visto nunca a nadie jugarlo. Y… si implicaba correr y saltar como creía, puede que no fuera la mejor idea del mundo. Seguramente lograra jugar un par de partidos antes de caer rendida y entonces no podría hacer  nada más en el resto del día. Por no hablar de que les fastidiaría el torneo a sus compañeras de equipo. Un poco pálida, más de lo normal, negó con la cabeza mientras se disculpaba con las manos.

-Creo que no le haría un favor a nadie. Me quedo feliz con apuntarme al de surf. De hecho… dadme un momento.

Elyria habló de apuntarse al de bañadores… y ganar. Parecía muy decidida. Ella no estaba segura de querer. ¿Qué se hacía siquiera en esos concursos, quedarse quieta? Si iba por la calidad del bañador no creía tener muchas oportunidades; no había sido particularmente caro.

Se dirigió a la cola del concurso de surf. Era cortita y estaba al lado de donde se encontraban, por suerte. Mientras esperaba, algo le cayó del cielo. ¿Purpurina? Alzó la vista y se encontró con un tejón volando, lleno de colores y cintas bonitas. Dios mío, sí que se esforzaban en entretener en ese hotel. Empezaba a sentirse un poco fuera de lugar. Todo el mundo parecía tremendamente elegante y ella estaba… como un pez fuera del agua.

La cola avanzó. Aprovechó para mirar a su alrededor. Había notado cierta caricia en su espalda mientras estaba en el agua, pero con la llegada de aquel chico no había tenido tiempo de mirar atrás y para cuando lo hizo, el responsable ya había desaparecido. Tenía la sospecha de quién podía ser, pero por otro lado… era el último lugar en el que se imaginaba que estaría. Empezaba a preguntarse si no se lo habría imaginado. Miró a su alrededor, buscándole, pero no llegó muy lejos antes de que fuera su turno. Avanzó y colocó su nombre con cierto orgullo. El organizador le aseguró que podían dejarle una tabla y le informó de la hora a la que empezaba y dónde se celebraría. Más tranquila y algo ilusionada, volvió con Alice y Elyria.

Llegó justo a tiempo para ver cómo el helado se estrellaba entre los pechos de Alice. Había escogido mal momento para dejarse el bañador, aunque por otro lado supuso que prefería eso a mancharse la blusa. El chico que estaba por delante de ella en la cola había tropezado con Alice y el desastre estaba servido. Aunque mientras solo fuera la mancha no sería un problema, el desconocido parecía un poco dolorido pero más o menos intacto, por lo menos. Al escuchar a Alice, sin  embargo, frunció el ceño. Un tobillo torcido en medio de tanta gente y terreno poco seguro podía acabar mal muy rápido. Se acercó y le pasó un brazo por detrás para que pudiera apoyarse en ella.

-No te preocupes. Vamos a buscar una tumbona y te lo miro. Soy… médico.

Qué raro se le hacía siempre decirlo en voz alta.

- Seguro que te preguntarás por qué me he gastado la mitad de nuestro presupuesto para comida en globos ultrarresistentes y helio -comento, con voz de pito, mientras termino de atar el último de los mil setecientos cuarenta y ocho globos que he comprado.

- ¿Tenemos un presupuesto para comida? -pregunta Illje.

- En realidad no. Cuando digo gastado suelo referirme a... Bueno, ya sabes, el mítico cinco cuarenta.

Abro la bodega y mil setecientos cuarenta y siete globos, atados a la baranda y a la mayor parte de los palos del barco que Illje compró con el dinero de mis aguacates -el mismo dinero que luego robamos-. El último de ellos lo llevo yo en la mano con una cara sonriente pintada. Me gustan los globos, pero además tienen una propiedad física en la que nadie, además de unos cuantos ingenieros de nacionalidad dudosa y los putos franceses -sea lo que sea un francés- suele reparar: Flotan. Con cincuenta globos podría flotar yo y, quizá, un par de personas más. Con quinientos, un elefante pequeño. Con mil...

- Ahora que lo pienso -dice Illje, saliendo de su camarote-. ¿Para qué es el helio?

El barco está flotando. Hace unos días pude leer en un periódico de algún lugar algo así como un sorteo de vacaciones para la exclusiva isla de Vacaciones en su zona más exclusiva: El resort Kyuka Land. Jugar juegos de azar siempre me ha parecido abusar de mi buena suerte, una forma poco ética de ganarse las cosas. Un verdadero hombre, y escúchame bien mamá, un verdadero hombre puede vestir como quiere. No, espera, no era eso. Ah, sí: Se gana las vacaciones con el sudor de su frente. Y con sus pulmones, sacrificando su voz de tenor melódico para hinchar mil setecientos cuarenta y ocho globos.

- Claude, ¿qué has hecho? -pregunta Illje. Parece un poco alterada.

- Calla y enciende la música.

Mientras el barco asciende yo saco de mi camarote algo que estaba reservando para un momento especial: Un sistema de sonido de la puta hostia. Ocho altavoces de tonos altos, doce de tonos medios y un subwoofer que si pusiese a demasiada potencia haría reventar el barco. Pero, por ahora, ese lo dejo apagado. Ya puedo ver las hojas de la palmera en el horizonte, y nadie se espera que entremos en el complejo sin necesidad de los ascensores. Por fin, Illje pulsa el botón de encendido y empieza a sonar la marcha de las valkirias.

- ¡Izad las velas! -exclamo-. ¡Viento a la mesana! ¡Activad el piloto automático! -Espera, no tenemos piloto automático-. ¡Ichigo, véndate los ojos y átate al timón! ¡No, espera, eso es lo que hay que hacer con las sirenas! -Miro a Illje de reojo. Espero que no cante ahora o la liamos-. ¡Toma el timón y pon rumbo a Kyuka Land!

Mi labor como capitán es ahora la más dura. Mientras Illje disfruta de la música e Ichigo se divierte manejando yo saco una pequeña ballesta de dardos. He tenido que comprar mil setecientos cuarenta y siete dardos para esto. Apunto al primero y... ¡Pum!

- Por cierto, Claude -pregunta Illje-. ¿Por qué estás en bikini?

- Ah, muy sencillo -explico, disparando tres veces más para reventar globos-. No puedo ganar un concurso de trajes de baño sin traje de baño.

Quizá estamos ascendiendo demasiado. Eso me obliga a sacar el cuchillo y cortar las cuerdas manualmente. Bien pensado, en realidad podría haber hecho esto desde el principio, pero bueno. Cuando he cortado unos trescientos empezamos a navegar sin ascender; todo bien, en realidad.

- ¡Rumbo a la playa, navegante!

Creo que protesta, pero no importa. A medida que nos vamos acercando más y más al supuesto mar artificial de Kyuka Land voy cortando más y más globos sin que deje de sonar la música, pero no corto ninguna cuerda más. Una vez el barco está muy cerca de la playa me acerco al subwoofer y empiezo una cuenta regresiva.

- Siete...

- ¿Claude? -pregunta Illje.

- Seis...

- ¿Qué vas a hacer, Claude?

- Cinco...

- ¡Claude no!

Me ha pillado. Se abalanza a por mí, pero no es lo bastante rápida.

- ¡Cuatrotresdosunocero! -Y pulso el botón. Justo en el momento adecuado. Todos los globos explotan. Y el Fancy Rooster II, ondeando la bandera más épica de los siete mares, cae sobre el mar de Kyuka Land.