¿Feria gastronómica ? Eso es para turistas [Jojo y Tymo] Evento

Un momento ideal para impulsar la economía de la ciudad aún más si pudiera: La Feria Gastró'. El alcalde había tenido la idea hacía años, pero esta había fructificado solo gracias a la buena disposición de los chefs de Pucci, que por un día permitían salir a alguno de sus exquisitos platillos a los puestos llevados por la gente de confianza. En cierta manera para ellos, las verdaderas mentes detrás de las cocinas, era casi como un descanso; o al menos lo hubiera sido si aquello no constituyera la oportunidad perfecta para probar de forma anónima los platos de la competencia.  Era la manera perfecta de juzgar al prójimo, robarle sus ideas y poner a caldo el más mínimo error de los suchefs que típicamente llevaban los puestecillos.

Pero nada de eso le importaba a Jojo. Él, como tantas otras siluetas que habían atestado los trenes y se apretaban entre los puestecillos, había venido a comer. Bueno, a eso y a entregar una caja de origen incierto en una esquina a un hombre de dudoso honor por cuenta de sus jefes, un simple encargo que acababa de terminar. Así que, esencialmente, a comer. Antes de que el sospechoso hombre de negocios se marchase, el mudo le tocó el hombro.

—¿Qué?—espetó el trajeado, doblemente molesto porque le tocara alguien que siquiera iba de traje.
[¿Alguna recomendación de restaurante?]
—No podrías pagartelo—espetó cargado de orgullo y desprecio.

Y así se marchó, dejando al pobre mudo con sus bártulos, perdido en la isla de las maravillas culinarias sin siquiera haber recibido un mísero gracias. Suspirando, mirando al cielo para encontrar la bondad del mundo, Jojo se contentó sabiendo que lo que le deparara la isla al menos sería una sorpresa. Y ya habiendo tenidas tantas amargas, cualquiera podría parecerle  dulce en comparación.

Sin querer discurrir por las atestadas calles principales, repletas de puestecillos, el agente de incógnito, aunque tras la misión se consideraba más bien un ciudadano, buscó entre los mil requiebros de Pucci un lugar en el que alojarse y, con un poco de suerte, también quedarse a comer. Y perdida entre las partes de atrás de los restaurantes halló un pequeño hostal, diminuto en verdad, más bien para ratones. Detenido por su curiosidad ante la mínima puerta, Jojo se preguntó si aquello era una broma o simplemente la obra de un artista urbano.

Tocó la puerta suavemente, casi con miedo a romperla.

Sí, definitivamente aquella puerta era real y no un dibujo puesto en perspectiva. Labrada en madera, con un pomo con cerradura, ¡incluso tenía, tras fijarse uno bien, un timbre! De pronto Jojo había dejado sus cosas a un lado y estaba de cuclillasen el suelo, empezando a tumbarse sobre este para contemplar más de cerca y de primera mano lo que había tachado inicialmente de espejismo.

“Hostal La petite Dernière” yacía escrito en la pequeña tablilla sobre la puerta. Desconocedor de los tontatta, o más bien tratándolos aún de leyenda como había hecho antes de obtener pruebas legítimas de la existencia de gigantes, hijos del mar y minks, el mudo empezó a considerar que los cuentos de ratones antropomórficos que tan populares eran en el mundo de la ilustración podrían ser verdad.

De hecho, en el silencio, ese que permitía escuchar el revuelo de las calles principales, uno casi podía empezar a imaginar la vida interior del pequeño edificio que, poco a poco, revelaba sus detalles escondidos a los ojos atentos del agente. Una ventana aquí, otra allí, y de vez en cuando, muy de vez en cuando, el movimiento interior de unas figuras complementadas con trajes y muebles a medida. Pero aún podían ser autómatas, algo mucho más sencillo de creer que la existencia de duendes, y aferrándose a esa idea Jojo continuó mirando intentando encontrar en la ajetreada vida de los que allí residían un patrón que se pudiera repetir.

La mayoría dormían, algo que era mucho más sencillo de programar y posteriormente convertir en mecánica ingienería, sus patrones; pero un par deambulaban por aquí y por allí, arriba y abajo, llevando y trayendo lo que parecían ser ropitas diminutas e iguales a salas a las que el gigante -en comparación- no podía llegar a ver.

El mudo sacó en silencio sus herramientas de dentro de sus bártulos, y comenzó con destreza y reflexión a trazar los bocetos de aquellas sombras mal iluminadas con carboncillo sobre el papel. De largas narices, cabezones y cuerpos de imposible anatomía, parecían ser un grupo cuanto menos variopinto de personajes tallados por la mano de un -otro- artista. Entonces, enfrascado en su labor, el agente tardó en darse cuenta de que uno de sus modelos, uno de los que parecían haber estado ocupados hacia apenas tres trazos, se había detenido.

¿Lo habría roto con mirarlo? A veces pasaba. En su casa muchas. Aunque siendo tantos hermanos y él alguien tan fácil a quién culpar, aquella excusa -razonó ya de adulto- quizá era solo una forma de que alguien que no podía quejarse cargara con las culpas.

No era la primera vez que un gigante les descubría. Aquello solía pasar con algún que otro borracho que luego se marchaba renqueando, hablando de hadas, duendes y lo borracho que estaba; pero aquel hombre ni apestaba a alcohol, ni estaba orinando en su puerta, ni, bueno, parecia un hombre. No, aquel gigante que estaba observándoles, aquel engendro desmesurado era, sin duda alguna, un demonio. ¡Tenía cuernos!

¿Cómo les había encontrado? ¿Había hecho una magia oscura para llevarse sus almas? ¿Había hecho algún pacto con alguno de los idiotas de la casa a cambio de una bolsa de totopos?¿¡Por qué estaba allí?! ¡¿Quién iba a salvarles de aquel ser del abismo?! Con un nudo en la garganta, la Señorita Brava corrió aporreando las puertas de los cuartos donde los cansados trabajadores de los invernaderos reposaban tras la su larga labor nocturna. Gruñidos, quejas y preguntas manaron de estos mientras las sombras se iban levantando como zombies para ver qué era lo que estaba interrumpiendo su merecido descanso.

—¿Qué pasó wey?
—Ay, no mames, que tenemos sueño.

Y ahi empezó la competición de mímica para adivinar qué rayos le pasaba a Brava, por qué se estaba moviendo como si fuera un espástico mimo y por qué señalaba contínuamente a la ventana. Arrastrándose entre largos bostezos, el sexteto de tontattas que no se habían aferrado con uñas y dientes a sus camastros y hamacas se acercó a ver qué podía pasar fuera. No sería la primera vez que habían tenido que echar a un gato callejero, ni la última que el color negro de alguna mascota perdida hubiera hecho que la supersticiosa señorita Brava se pusiera nerviosa y paranoica. Esperando encontrar algún animalico que tuvieran que echar -y en secreto alimentar si era mono, como solían serlo- los tontattas quedaron paralizados al ver al dueño de aquellos ojos verdes cargados de un impresionado interés.

—¡Santa Virgen madre de dios! —gritaron en aterrorizado coro.

Se pusieron rapidamente en marcha, unos despertando al resto de la plantilla de trabajadores a sopapos, y otros yendo directamente a los sistemas de ocultación del edificio, cerrando persianas, cortinas y cancelas que asemejaban la dura piedra del edificio de tamaño humano en el que el suyo estaba enbebido. Tras aquel revuelo que no era en absoluto simulacro, pese a las sospechas de algún que otro enano medio dormido, se hizo un sepulcral silencio apenas interrumpido por el lejano jolgorio de la fiesta gastronómica de Pucci.

—¡Conteo de cabezas! —gritó en susurro la señorita Brava, para asegurarse que todos estaban allí.

Pero estaba claro que alguien faltaría, tentados por la gula de probar las maravillas culinarias que se cocinaban en la festividad.

¡Buñuelos, mochi, churros, strudel, alfajores, manzanas de caramelo, tiramisú, tarta de queso, panqueques, kakigori, tayakis! Una miríada de dulces de muestra habían acabado en el pozo sin fondo que era el tremebundo estómago de Alioli. El pequeño tontatta de pinchudo pelo -mas de una vez confundido con un erizo-, se había hartado ya de los postres del día tras su escapada alimenticia. Ya no podía comer más.

Afortunadamente lo único que quedaba hacer tras aquel día en el que no había desayunado para hacer hueco a la pitanza que estaba ya digiriendo pesadamente y que le estaba dando una morriña de tres pares de narices, era dormir. Bueno, llegar a la casa sin que Brava pudiera inportunarle con que había sido imprudente el ir a visitar la feria gastronómica con tanto turista y tanto humano suelto, y dormir.

Además, ¿qué malo podría pasar? Todo había sido pan comido, o más bien pan dulce comido, y desde luego aquella sesión de comilonas le había dejado más que buen sabor de boca. Eso sí, tan lleno como estaba no podía pensar ni un segundo más en comida; aunque a aborrecerla aborrecerla todavía no llegaba. Aún podría haberse comido un plátano.

—Rueda, rueda, rueda, rueda —musitaba para sí el enano aprovechando su nueva y pasajera orondez para moverse más rápidamente, o mejor dicho de manera más sencilla.

Pero pronto quedó claro que el cuerpo de los homínidos no estaba hecho para rodar, y el mareo le sobrevino al agitarse todo lo que él contenía a escaso medio metro del hogar que era suyo y de los suyos. Un hogar que, de no haber recurrido a tan estúpida forma de desplazamiento, o tan estúpida idea de salir sin avisar a nadie de su marcha, se hubiera dado cuenta que estaba siendo atentamente vigilado.

—Buf, qué mareo...—dijo dejándose caer de culo, incosciente aún de la enorme sombra del demonio que tenía enfrente.

Demonio que, debido a los actos de los de dentro del hostal ahora todavía más oculto, encontró un nuevo recipiente para su atención. Cogiéndolo en un puñado, levantó a Alioli para mirarlo más de cerca. Y entre el mareo y el súbito agarre, el pobre no pudo aguantar más.

—BWAAAAHH

Una fuente de vómito, un chorro continuo y a presión de comida masticada, a medio masticar y algún que otro tropezón suelto. Un amalgama de dulces y segundos platos tardíos fue a parar al rostro del diablo con la potencia de una bomba de riego. Aquello duró lo menos seis segundos, y de haber estado Maki allí, lo podría haber registrado para sostener el récord mundial de vómitos más largos independientemente de categoría.

-Ah y… una última recomendación

-…

-Márchate. Desaparece de Dark Dome, por un tiempo. Te avisaré una vez los trámites estén terminados y la tensión se haya… rebajado.

Había tenido que irse. No le habían dado otra opción, pero no estaba en situación de imponer nada. Los Jalisco habían puesto precio a su cabeza y aunque su apellido había quedado fuera del asunto, su cara y su nombre le dejaban en peligro mientras estuviera en la ciudad donde nunca daba el sol. Todavía había mucho que quería hacer ahí y las ganas de iniciar una vendetta personal contra todos los Jalisco no eran pocas. Pero tampoco eran inteligentes, así que las había apartado y, tras guardar su orgullo, había hecho las maletas. De forma figurada, porque siempre viajaba ligera, pero se había marchado.

¿A dónde ir? Volver atrás le ponía en riesgo de encontrarse con los matones de su marido. Continuar la ruta del Paraíso hasta el final era lo más seguro dadas las circunstancias. Así pues, había puesto rumbo a Pucci. Nunca había estado y no sabría decir si le agradaba. Una isla entera dedicada única y exclusivamente a la gastronomía, en todas sus variantes. Parecía… inocua. La comida no era algo que la entretuviera particularmente, pero tendría que hacer una pausa lo quisiera o no para que su escasa tripulación reuniera víveres. La siguiente porción del viaje sería un poco más larga.

No había forma de evitarlo, había horas que matar. Suspirando, bajó del barco. Al menos volvía a tener los pies en tierra firme, cosa que agradecía. Empezó a pasear por el puerto, pero no tardó en darse cuenta de que estaba bastante despoblado. Casi en seguida, vio los carteles que anunciaban la Feria Gastronómica. Lo más probable era que todo el mundo estuviera allí. No terminaba de fiarse, en realidad. No le gustaba tomar comida preparada por desconocidos, si podía evitarlo. Pero por otro lado, era cierto que la cocina de Pucci era conocida por todos los mares. Si había un chef capaz de darle algo agradable y dejarla tranquila teniendo en cuenta su alergia, estaría allí.

Echó a caminar hacia la Feria. Fue bastante sencillo, porque en cuanto se apartó del puerto escuchó la música, vio los banderines que decoraban las calles y poco después se encontró siguiendo a una marea de gente deseosa de ver los puestos. Todavía algo recelosa, procuró quedarse rezagada para tener algo de espacio personal. Y entonces, llegaron.

La calle principal estaba a rebosar con puestos de comida y el aire se llenó de olores tan deliciosos que incluso a ella se le hizo la boca agua. Pero… no quería comer en un puesto al aire libre, que vulgaridad. Tenía que encontrar un restaurante, uno a la altura. Alguno habría abierto, ¿no?

A grandes y rápidos pasos, el gigante se marchó de allí dejando tan solo un charco de vómito. Los tontatta lo celebraron, pensando que finalmente sí que habia sido simplemente un susto fruto de un borracho que parecía sostener el tipo algo más de la cuenta. ¡Ah, pero las bebidas de Pucci tenian su buen efecto! ¡Nada como el alcohol de Pucci!

Sin embargo Brava, aunque algo aliviada, no estaba para nada contenta. Su primo Alioli seguía desaparecido, y obligando a partes de la cuadrilla recién despierta a buscarlo por la ciudad se puso a pensar cuál sería un castigo justo para aquel pequeño idiota pelopincho. Rechinando los dientes como una llama que rumiaba, la señorita Brava se puso a limpiar el vómito a golpe de fregona -cuya fiereza estaban destinada a su primo- antes de que aquel infecto olor permease todo el callejón y ensuciase su limpia casa.

—Asco de feria gastronómica, todo el mundo abusando de la comida y la bebida. Si no hubiera habido feria no estarían haciéndonos trabajar horas extra para aumentar la producción. Estos gigantes que no saben cuidar ni un geranio...—se quejó, trayendo de nuevo la pulcritud a su pequeño rincón del mundo.

Ah, si hubieran actuado a tiempo. Si hubieran caído que en aquel charco no había olor alguno a alcohol. Si, por casualidad, les hubiera dado por ser valientes y asomarse algo más para ver qué había hecho el gran demonio antes de "vomitar" y marcharse. Pero bueno, la historia no se forja en supuestos ni síes.


Sea como fuere, el espectáculo que estaba dando Alioli no iba a dar resultado. No podía hacerse pasar por un muñeco de trapo, por mucho que lo intentase, pues quedaba claro que ninguna construcción humana hubiera podido haber hecho lo innombrable que... bueno, que había hecho.

Tras haberse limpiado, con la sana precaución de no quitarle el ojo de encima, el pobre de Jojo habia decidido secuestrar al duende, que para él era poco más que un goblin, con la intención de hacerle unas cuantas preguntas. Pero lo primero era lo primero, necesitaba encontrar un alojamiento lejos de posibles refriegas con el pequeño hotel plagado de hadas donde pudiera cambiarse la ropa que, aunque limpiada a trapo y golpe, seguía más bien sucia.

¿La solución? Un hotel de cinco estrellas, lejos de aquella zona de barrios e invernaderos de producción. Uno en el que el dinero fuera la respuesta suficiente para excusar su mala presencia aún más agraviada por el mal día que estaba pasando. Tras llegar, excusarse y pagar, el pobre agente subió hasta su habitación y encerró en la caja fuerte a su prisionero.

—¡Mierda mierda mierda mierda! —gritó el enano recien encerrado.

Pero volvió a callar y quedarse lacio cuando el agente abrió de súbito la caja al oírle. Luego la cerró con lentitud, hasta volver a escucharle, algo que se repitió unas ocho veces en el escaso y cómico minuto.

-Thyma estará encantada en este paraíso para cocineros- pensaba el enano mientras recorría la ciudad de sombra en sombra. Bajo los tacones de las señoras al caminar, aprovechando las bolsas de la compra que cargaban fornidos transportistas de un lugar a otro, o aprovechando los convenientes corredores de su tamaño que transcurrían bajo ciertos edificios. De una manera u otra, gracias a su velocidad y las ayudas preparadas para que un tontatta cruzase la ciudad, Thymo pudo turistear por casi todo Pucci, lo cual solo le dejó lo mejor para el final.

Lo mejor para el pequeño siempre eran las afueras. Su melliza era la que estaba más habituada a las personas y las ciudades. Él, como buen cazador, estaba más habituado a la naturaleza en todas sus formas. Por eso, al enterarse de la existencia de granjas en las afueras, no pudo resistir el impulso de darse un paseo por los alrededores. La manera en la que hacían crecer todas aquellas plantas le interesaba mucho, pues tenía un pequeño proyecto con ciertas semillas "especiales" entre manos y toda la información que pudiera obtener sobre diferentes métodos para plantar y cuidar cosas en general, sería muy apreciada.

Transformado en escarabajo, volando con sus iridiscentes alas, brillando como vidrieras a la luz del atardecer. Desde las alturas pudio obtener un mejor mapa de la zona. La distribución de las ultimas callejuelas de Pucci, y el comienzo del camino que, alejándose del alboroto de la ciudad, daba comienzo a la zona de campos.
Con un sordo zumbido, el escarabajo de diez centímetros aterrizó sobre la tierra fertilizada de una granja al azar. El olor de las tomateras era penetrante y dulce. Los tallos gruesos y peludos como si la vida se desbordase de aquellas plantas. Las enormes calabazas brillaban bajo el sol con su característico color anaranjado y la capsaicina de los pequeños jalapeños, cosquilleaba las fosas nasales de Thymo, llamando su atención.
Con un par de vistazos el enano pudo ver que las plantaciones estaban colocadas de tal manera que las hortalizas crecían unas junto a otras con un orden muy concreto. Cada semilla había sido puesta en el punto exacto para que su crecimiento y presencia beneficiase a las que estaban a su alrededor. Menta y manzanilla regaban los campos en zonas que parecían al azar, pero solo alguien con conocimientos veía que aquello estaba donde estaba para que las hormigas y otras plagas no se acercasen a las plantaciones más sensibles. Aquello era el trabajo de un autentico conocedor de la horticultura y el enano moría por saber quien era el artífice de semejante maravilla.

Siendo ya las ultimas horas de sol, Thymo sabía que alguien tendría que aparecer a regar, por lo que podría hablar con esa persona y compartir conocimientos de profesional a profesional. Metiéndose entre los matojos como solo un tontatta sabe hacer, esperó. Y esperó y esperó pero nadie aparecía. Lo que si comenzó a notar fueron los sonidos que provenían de uno de los invernaderos cercanos. Pequeñas luces, como luciérnagas, comenzaron a moverse de un lugar a otro. La carpa de plástico parecía sacada de un cuento de hadas -HADAS- pensó con los ojos muy abiertos el pequeño -No puede ser- Thymo no quería creerse lo que su mente había llegado a deducir, pero todo cuadraba. Ya le habían llamado así antes a él mismo.
Con la paciencia de un cazador, el tontatta reptó casi todo el camino que le distanciaba del invernadero. Su forma hibrida aumentaba sus sentidos y le daba una capacidad extra para sentir sus alrededores. Aquellas antenas podrían captar hasta la más pequeña vibración producida en los alrededores por pisadas o golpes. Su ojos podrían captar hasta el más rápido movimiento, y su fuerza aumentada hasta ahora le había permitido reaccionar a cualquier amenaza. Pero para aquello no estaba preparado.
No era el aleteo de las luciérnagas lo que podía percibir. Eran las decenas de rápidos pasos de gente de su raza. No cabía duda, tan solo otro tontatta podría producir comida suficiente como para abastecer a todos los restaurantes de la isla.
Thymo no se presentó de inmediato, decidió esconderse y esperar. El trato con humanos desconocidos nunca le había terminado de gustar, aunque lo veía necesario en ciertos momentos. Los ultimos meses de su vida había visto abierta aun más esa barrera al comenzar a recorrer el mundo. Pero nunca esperó encontrarse con otro de su raza además de su melliza. Sabía que había más, pero no estaba preparado aun para enfrentarse a otro enano.

La noche discurrió entre trabajos e invernaderos. Llaves de riego y sacos de abono. Los enanos trabajaban duro y rápido. Eran eficientes y no desperdiciaban ni un gramo de energía o material. Tenían planificada la jornada con cuidado y no dudaban a la hora de añadir o quitar, podar o trasplantar. Thymo miró trabajar a sus congéneres hasta casi la salida del sol, cuando todas las malas hierbas estuvieron arrancadas, y la ultima vara estuvo colocada para guiar el crecimiento de una nueva mata de judías. Felices por un buen trabajo, riendo mientras lavaban sus herramientas. Ignorantes del observador que los había seguido toda la noche entre los campos, regresaron a casa. Y Thymo siguió a una de las cuadrillas hasta su hogar.

El pequeño tenía energía de sobra para aguantar despierto mucho tiempo, por lo que sin acusar la falta de sueño, espoleado por la curiosidad, y con mariposas en el estomago que luchaban por salir por sus orejas, esperó. Atento a la pequeña puerta por la que el mini ejercito de mini jardineros, había entrado.
Las horas pasaron sin mucho inconveniente. El enano quería dar tiempo a los muchachos a descansar antes de presentarse. Eso se había estado diciendo como excusa, pero la verdad es que le daba mucha vergüenza presentarse ante ellos.
Se había imaginado cientos de escenarios en los que de una manera u otra algo salía raro. Sus padres nunca los habían educado en las leyes tontatta antes de morir, y temía que tan solo con mover una oreja en mal momento, la terminaría liando pardisima.
Thymo permanecía perdido en sus pensamientos, recostado sobre un canalón donde podía observar todo desde arriba, por lo que no se percató de la presencia del mudo hasta que este se agachó ante la puerta que vigilaba -¿Que pasa con ese patas largas?- se preguntó, poniéndose en alerta. Pues pese a no haber estudiado de reglas tontatta, sabía que pasar inadvertidos estaba incluido en el instinto más primario de la raza.
¡Estaba abierta!
La puerta estaba abierta y el humano estaba mirando en su interior mientras garabateaba algo en un cuaderno. El fino oído del cazador podía captar los gritos de los jardineros, arrancados de sus camas. El caos duró poco gracias a la matrona que, con mano firme, controló la situación en el interior. Pero la calma en el exterior estaba a punto de cambiar.
De manera poco sigilosa, un joven tontatta que tenia pinta de haberse saltado parte de la jornada de trabajo para ir a comer a la feria, volvía borracho de comida. Y de dar vueltas como una canica.

En cuanto llamó la atención del humano y este levantó la cabeza, Thymo pudo verle los cuernos por primera vez, lo que arrancó una gran aspiración de sorpresa de los pulmones del pequeño, que terminó sonando como una puerta mal engrasada abriéndose muy despacio.
Paralizado por la sorpresa, el susto, y dada la velocidad a la que sucedió todo, apenas pudo reaccionar antes de que el humano con cuernos agarrase al incauto joven con una de sus, en comparación, enormes manos y lo explotase como una ciruela.
-NOOOOOOO- gritó con voz chillona desde los tejados, llorando de la impotencia. Había viajado tanto, había esperado tanto que ahora todo le parecía en vano. Tras haber pasado tantas horas observando a aquellos tontattas, pese a pensar que estaba preparado para reaccionar ante cualquier situación. No había podido salvar a aquel joven, que podría tener la edad de su hermana melliza, que nació un rato después que él.
-Perdona... perdona...- repetía Thymo una y otra vez, mirando a aquel destrozado tonttata. Sintiendose culpable por no haber hecho nada -No queda nada dentro de ti- sollozaba, mientras el otro pequeño también lloraba por aquel amargo final, mientras trataba de hacerse el muerto.

-Ha vomitado todo lo que comió. Horas de trabajo metiéndose bollos de moras y carnes para nada- se lamentó Thymo -Rodó por la calle, ebrio de comida y lo ha sacado todo... Si tan solo ese tipo no me hubiera asustado podría haberle puesto un tapón o algo, pero ¿Y esos cuernos?- se preguntó con un escalofrío -He visto tipos raros, hasta uno que le brillaba el pecho y escupía fuego y humo por la boca... y tenía la piel escamosa- apuntó mientras levantaba el índice derecho y lo sacudía fuertemente en el aire, como para darle más énfasis a su conversación consigo mismo -¿POR QUE NO LE METISTE UNO DE TUS GORDOS DEDOS EN LA BOCA? LE HUBIERAS DADO TIEMPO A TRAGARLO TODO DE VUELTA- preguntó al aire mientras el humano se metía al tontatta en el bolso y comenzaba a caminar.
Thymo, que no salía de su sorpresa, pensó que lo llevaba de vuelta a la feria, a darle de comer, pero fue todavía mejor al verles entrar en un hotel con muchas luces, de esos que llaman la atención. De esos que les gustan a los actores con los que viajan su hermana y él. Ahí siempre tienen cosas ricas para comer.

Gracias a que el mudo era mudo y no sordo, Thymo pudo enterarse de cual era su habitación y los siguio por las escaleras. Mientras el agente subía en ascensor, la velocidad de vuelo del tontatta lo mantuvo en cabeza de la carreras hasta el tercer piso, donde pudo esconderse tras la moldura del techo y esperar hasta que el humano abrió, para colarse. Si aquel humano iba a pedir al servicio de habitaciones para que el tontatta pudiera comer a gusto sin ser observado, tenía mucha información sobre su raza y Thymo no estaba seguro de si aquello era bueno o era malo. Pero despejó sus dudas al verle jugar con el atolondrado joven en una caja fuerte.

-¿Piensas regresar toda la comida que ha vomitado, o vas a jugar con él todo el día? Por lo que a mi respecta es culpa tuya que se haya desperdiciado toda esa proteína e hidratos- dijo parafraseando a su melliza, con cara de sabihondo y tono casi repipi. Como si supiese de lo que está hablando, aunque la cocina se le da tan mal que es capaz de prender fuego a los cereales con leche -EJEM... Y... ¿TU QUIERES DEJAR DE HACER EL TONTO? SI TE HACES EL MUERTO NO TE VA A DAR DE COMER- gritó, llamando la atención de Alioli de lo obvio de la situación -ORALE ES VERDAD, ES CULPA TUYA. EXIJO SER ALIMENTADO COPIOSAMENTE- grito entonces envalentonado, desde la oscuridad del interior de la caja fuerte a medio cerrar, pensando que su cuadrilla lo había encontrado.

Sin importar en qué esquina del mundo te encontraras, había ciertas señales y acuerdos que nunca variaban. Eran esenciales para asegurar cierta cohesión entre las diferentes islas, teniendo en cuenta el afán de la gente por viajar. Fueras a donde fueras, había cosas que no cambiaban.

A Michaela no le llevó mucho darse cuenta de que tenía que salir del recinto delimitado para la feria si quería encontrar un lugar adecuado para probar la comida de Pucci. Aquellos puestos estaban manchados por cientos de manos. Todo el mundo se volvía loco en las fiestas y en los pocos minutos que llevaba allí había visto a demasiados desconocidos echar la mano a comida que no les pertenecía. A veces la cogían, remiraban y volvían a dejar. Otras tocaban varios platos antes de decantarse por el que iban a pagar. Era, sencillamente, asqueroso. Y, para ella, peligroso. Bastaba con que uno de aquellos imbéciles hubiera estado comiendo frutos secos para poner en riesgo su vida. No iba a lidiar con ello, así que agarró la primera callejuela que encontró y se alejó de los puestos.

Siguió las calles, buscando alejarse y no pasó mucho tiempo hasta que llegó a un distrito un poco más… tranquilo. No había gente apenas y la calma le hizo relajarse. Fue entonces cuando vio un símbolo universal de calidad: cinco estrellas brillantes en la fachada de un edificio. Hotel y restaurante, comprobó al acercarse. Había encontrado un lugar adecuado. Puede que los específicos variaran entre islas e incluso entre negocios, pero garantizaban unos estándares mínimos en cuanto a higiene y calidad de los que ahora mismo estaba muy necesitada.

Entró al lugar casi a la vez que un extraño tipo con traje y cuernos. Aguardó detrás de él mientras pedía una habitación y de inmediato desaparecía escaleras arriba, como si llevara prisa. Le miró con curiosidad, pero en lugar de seguirle preguntó por el restaurante y dejó que la llevaran hasta allí.

El sitio era pequeño, pero elegante. Las mesas tenían manteles blancos de tela gruesa y bonitos centros hechos de flores frescas. Se sentó junto a una ventana y suspiró, tranquila por fin. Le trajeron el menú y tras echarle una ojeada, lo cerró y chasqueó los dedos para llamar la atención del camarero.

-No me importa lo que me traigan; deseo probar la gastronomía famosa de Pucci y los detalles de la misma me son irrelevantes. El dinero tampoco será un problema, pero hay una condición. Debido a un problema personal, nada de lo que me traigan debe llevar o haber estado en contacto con frutos secos. ¿Ha entendido?

Había entendido. Bastante serio y un tanto preocupado, el joven camarero desapareció en dirección a las cocinas mientras Michaela se echaba hacia atrás y miraba por la ventana. Recordaba al hombre con cuernos y pensaba en qué tipo de criatura podía ser. ¿Un mink cabra, tal vez? A veces esos seres heredaban rasgos de los animales con los que se habían cruzado sus antepasados. No le había visto bien, pero podía ser. Tan solo esperaba que fuera una anomalía y no una norma. No estaba segura de querer estar en un sitio en el que dejaban entrar a ciertas criaturas. Podría resultar… poco higiénico.

No eran pocas las leyendas sobre las hadas. En el mundo de Fey, aquellas criaturas se regían por reglas ajenas a los mortales, eran dadas a las bromas de mal gusto, a los hurtos, secuestros y otras maldades. Se decía, sin embargo, que los tratos con ellos, aunque retorcidos en su esencia, eran siempre cumplidos. Eso sí, tan pequeños que eran solían ocupar su cuerpo solo con una emoción, que llenandoles por completo dictaminaba sus actos, opiniones y comportamientos. Volubles, aquel adjetivo les resumia bastante bien, y el honor, si aquellas criaturas de fantasía tenían algo que se le asemejara, eran sus preceptos.

De estas leyendas Jojo sabía un trecho, pero lde lo que era falso y lo que era simplemente la especulación de un escritor fantasioso... no tanto. Sin embargo, con la incorporación del nuevo enano en la escena, supo que no iba a dejar pasar aquella oportunidad. No. Sin embargo también era consciente de que muchos de aquellos cuentos estaban basados en leyendas mucho más oscuras que las que se plasmaban con ilustraciones infantiles. Debía andarse con cuidado y mucho ojo...

Cerrando la puerta para no enfrentarse a dos enemigos de escaso tamaño y fuerza desconocida, Jojo retrocedió un par de pasos sin querer perder de vista al diminuto personajillo que, según le pareció, podría haber sido el protagonista de una nueva saga de cuentos infantiles. Sacando su fiel tiza y descolgándose la pizarra, escribió:

—Os invito a comer, pero a cambio responderéis todas mis preguntas.

Y después de aquello extendió la mano, con un largo meñique dispuesto a ser estrechado. Se arriesgaba, sí, pero con su sonrisa larga y sincera esperaba trazar la verdad que se escondía en las historias sobre los mitológicos seres que tenía delante.

Una vez aceptase, o de hacerlo al menos de manera parcial, haría la misma oferta al ser encerrado antes de cambiarse rapidamente de camisa para dirigirse al restaurante del hotel. ¿Debía pedir mesa para uno, o simplemente para tres? Y si debían pasar desapercibidos aquellas criaturas para no alterar el mundo humano, ¿cómo podrían hacerlo? Lo pensaría de camino abajo, sin quitarle los ojos de encima a esas pequeñas criaturas que amenazaban cosntantemente con desaparecer de la faz de la tierra tan rápidamente como habían aparecido.

"Por favor, no os paséis, que no tengo tampoco mucho dinero" Pidió el mudo con la letra un poco torcida, sus ojos siempre abiertos y fijos sobre la pareja.

El enano entrecerró los ojos y miró con suspicacia al mudo. Un gesto muy difícil de observar en el rostro del tontatta, afable por naturaleza. Pero ver como dejaba encerrado a uno de los suyos en aquella caja fuerte y se retiraba de la misma, no le gustó nada al pequeño.
Thymo observó la habitación. Posibles rutas de escape, escondites. Todo lo que su vida de cazador le había enseñado, con la intención de buscar una ofensiva o retirada en caso de necesitarlo. No estaba en su terreno y lo sabía, pero eso poco le importaba al valiente e inconsciente enano.

El humano había estado garabateando en una pizarra mientras Thymo reconocía el lugar sin cambiar aquella expresión tan rara de ver en su rostro. Cuando al fin pudo leer lo que había escrito se lo pensó durante unos instantes. Si bien ni el ni su hermana habían sido criados bajo las leyes tontatta. Sabía por instinto que había cosas que no debería revelar. Así, desconocedor de las normas que regían el pequeño mundo de su raza, aceptó el trato, pues no veía ningún mal en hablar con aquel tipo. Además había comida de por medio y aquello siempre era un incentivo para el pequeño -Esta bien- comenzó -Te diré todo lo que se, a cambio de la invitación a comer para mi amigo y para mí- respondió, acercándose al meñique extendido para cerrar el trato -COMIDAAAAAAAAAAA- grito Alioli desde la caja, salvando la insonorización y sorprendiendo al tontatta -DIOS, debe gritar tan alto como mi melliza, que hace aullar a los perros de los alrededores- rio entonces, antes de acercarse a la puerta y girar el seguro para dejarlo salir -Si, si comida gratis- dijo Thymo ante la cara extrañada del tontatta -Vamos, vamos, sal de ahí, que este señor nos va a invitar a comer- -Comida- asintió entonces, entendiendo los gestos de la cara del cazador -Ya te lo explicaré- susurro Thymo para tranquilizar al tontatta, que al tener a otro de su especie sacándolo del atolladero se tranquilizo
-¿Vamos?- dijo entonces acercándose a la puerta de la habitación.

El personal del hotel además de profesionales, estaban completamente acostumbrados a los pequeños, por lo que ninguna cara de sorpresa ni preguntas incomodas fueron hechas mientras el trio recorría los pasillos en dirección al restaurante.
Restaurante que estaba lleno hasta la bandera salvo por un par de mesas. El encargado sentó al grupo junto a una exuberante mujer que estaba sola.
-Espero que tengan pata de pato- deseó el enano mientras les traían las bebidas -Bueno, soy todo oídos- invitó Thymo al mudo a hablar

Lo que inicialmente iba a ser una comida tranquila no tardó en verse perturbada. Apenas había despedido al camarero cuando vio a lo lejos al extraño hombre con cuernos y no pudo evitar fruncir el ceño. Poco después sus sospechas resultaron acertadas al ver que le habían colocado justo a su lado.

Al principio, intentó ignorarlo. Miró por la ventana en lugar de a él para no ser maleducada y aguardó su comida con paciencia. Pero incluso en la ventana se reflejaba y de repente descubrió que llevaba una extraña pizarrita colgada del cuello. Su curiosidad ganó a su educación y se giró para ver qué había escrita en ella. Fue sutil, por supuesto. Seguía teniendo ciertos modales; había cierta clase que no se perdía frente a nada… o casi. Sus ojos se abrieron un poco más al descubrir que no estaba solo.

-Tontattas…

Lo dijo en voz muy baja, casi más para sí misma que otra cosa. Conocía de la existencia de esos seres, pero nunca había visto uno en persona. Eran… más horrendos de lo que había imaginado. Uno parecía estar completamente cubierto de pelo y el otro… estaba gritando. Y el hombre de los cuernos parecía ser su cuidador. En la pizarra hablaba de que no tenía mucho dinero, de que por favor no pidieran demasiado. ¿Demasiado? ¿Cómo podía algo tan pequeño comer demasiado? Por favor. Absurdo. Y bastante desvergonzado por su parte. El hombre debía de ser mudo o algo. Lo más probable era que esos seres fueran las mascotas de alguna familia y él parte de sus ayuda de cámara, que había salido a alimentarlos. Si la familia tenía cierto gusto por las criaturas excéntricas, eso explicaría el por qué de sus cuernos. Aún así, salir en público a un restaurante como ese y sin estar acompañados…

Hizo un pequeño mohín de desacuerdo, pero pronto su atención se vio dividida. El camarero llegó con los entrantes, enormes almejas rellenas. Olían bien y Michaela sonrió antes de darle las gracias y hacerle un gesto para que se marchara. Tras despedirse, el hombre pasó a la mesa de al lado.

-Buenos días y bienvenidos. Mi nombre es Tom y hoy tomaré nota de su pedido. ¿Qué desean los señores?

Señores. ¿Llamaba señores a esas cosas? Casi se le atraganta la comida. Pero si estaban gritando; difícilmente se les podía considerar humanos. Sería la política del lugar, o tal vez una ocurrencia regular, pero no era capaz de comprenderlo. Tomo la decisión en ese momento; una vez hubiera terminado de comer iría a dejar una reclamación. No había por qué molestar a nadie más, pero tampoco era lógico que tuvieran semejantes comportamientos. Qué fascinante. Qué errado.

Jojo se sintió sumamente aliviado de que los pequeños acompañantes que se había agenciado no hubieran huido de su proposición. Por supuesto aquello sería algo que lamentaría una vez tuviera que pagar la cuenta, pero de momento, sin adelantar aquel terrible acontecimiento aún en el crisol de posibilidades que se avecinaban, estaba bastante contento. Era una oportunidad magnífica para conocer a una raza nueva, y como visionario dentro de las líneas del Gobierno Mundial, un paso que consideraba muy importante no solo en el avance de su carrera, si no de su facción al completo.

Siempre había detestado, y sufrido, el racismo de los hombres. Incluso siendo parte de ellos, muchas veces era considerado un ciudadano de segunda, un abhumano, una mutación desagradable fruto de, más que probablemente, los escarfeos de un antiguo y pecaminoso ancestro. Aquello, como muchas otras cosas que aún persistían, era algo que deseaba cambiar. Era una idea loca, practicamente imposible, pero todo visionario tiene gran parte de soñador.

Quizás hubiera sido más apropiado que Jojo perteneciese a la Liga de los mares, pero el destino había tenido otros caprichos. Aunque, quién sabe qué le deparará el futuro al mudo, de momento permanece tan callado como él.

"Agua, por favor". Escribió borrando su pizarra.
—Pues yo quieeeero.... Quieeero.... Hmmm..... No bebo nada de esto... Ni esto... Ni... ¿Qué es un pignonñe?
—Se trata de un magnífico vino, de crianza, envejecido en barriles de cedro milenario durante al menos sesenta años. Tenemos uno de setenta y seis que es de una magnífica cosecha.
—Hm... no me fio de algo tan viejo, seguro que está pocho. Un zumito de melocotón, recién exprimido si puede ser.

De haberse podido reír, y no solo por la tensión de que sangrasen su cartera a más no poder, Jojo hubiera intentado ahogar una larga carcajada. Qué ocurrencias tenía el duende, qué arte, qué duende. Quizás de ahí venía precisamente la expresión. A la espera del peludo amigo, y con cierto miedo del interés con el que el pelopincho repasaba el resto de la carta, Jojo empezó a escribir la primera de muchas preguntas. Mas al terminar el primer signo de interrogación sintió el peso de una poderosa mirada ajena. Una mirada a la que correspondió primero por el rabillo del ojo.

Volviendo su cuello levemente girado -lo cual era detestablemente evidente por sus cuernos- Jojo pensó si aquello, simplemente por haber resultado dicha presencia la de una exquisita mujer negra, había sido racista. No había tenido mucho tiempo de mirarla, ni de mirarla con la fijación que merecía, pero sí la suficiente como para hacerle dudar si aquello había sido visto como... racista.

"¿Qué pensáis de los humanos?"

El ambiente festivo de la feria gastronómica había atraído a visitantes de todos lados, por lo que era complicado no encontrar algún grupo ruidoso, bebido de más o con el azúcar golpeando duro su cerebro. El restaurante no podía ser de otra manera.
Regados con buen vino y cervezas artesanales, los platos eran servidos con rapidez y profesionalidad. Los camareros y camareras sabían exactamente donde estar en cada momento, qué necesitaban sus clientes y cuando acercarse a una mesa concreta. Todo funcionaba como un reloj bien construido. Precisión milimétrica. Y entre toda esa precisión, Thymo.

Acostumbrado a comer en mesas para humanos, el pequeño comenzó su ritual para adaptarse al tamaño. La servilleta la dobló a la mitad cuatro veces, saco un poco dos de las esquinas, las giro, y las volvió a meter donde estaban. Repitió una vez más y cuando tuvo algo parecido a un asiento deforme y aparentemente poco seguro, se sentó en la mesa junto al plato -Mi melliza es la que se encarga de estas cosas...- dijo avergonzado -Yo puedo tallar una silla en madera, pero las telas son cosa suya- explicó con un brillo en los ojos, como cada vez que hablaba de su hermana.

-Tontattas...-

Thymo escuchó la palabra soltada al aire, el pequeño tenía muy buen oído, aunque con el ruido de fondo, no pudo determinar la procedencia de una palabra tan corta soltada de improvisto, si que determinó la dirección. De todos momos no le dio mayor importancia pues Tom, o así se hacía llamar, había llegado a la mesa para tomar nota
-¿TENEIS PATA DE PATO?- preguntó el enano, inclinado hacia adelante, con las pupilas convertidas en pequeños muslos asados girando y babeando sobre el plato solo de pensarlo. Tras un par de segundos de estupefacción, la profesionalidad hizo gala y Tom recobró la compostura apuntando en su libreta “confit de pato”. Thymo ya podía oler desde la cocina como se cocinaba su pedido. El pato era su comida favorita del mundo mundial y siempre que podía se comía tantos patos como le daba el estomago.

-Pueess...- dudó mientras acomodaba sus pensamientos de forma ordenada en su cabeza antes de responder -Los humanos.... pensamos de ellos muchas cosas en verdad... Son bastante ignorantes en muchos aspectos y a lo que ignoran o lo temen, o lo odian... por eso los tontatta se esconden. Es más fácil que explicarle a la gente que no eres un ratón que ha llegado para comerte su cosecha, sino alguien que se la comerá, pero trabajará duro.
Mi hermana y yo por el contrario llevamos toda la vida relacionándonos con vosotros de una manera u otra... incluso somos actores famosos. Somos de Mirrorball y don Horacio nos dio el papel protagonista en su ultima película. Mi hermanita y yo estamos de gira con un barco llenos de actores y artistas que van promocionando sus últimos trabajos alrededor del mundo...- el pequeño continuaría explicando su viaje desde que salió de la isla más productiva audiovisualmente hablando, hasta su reciente encuentro con el mudo si nadie lo paraba.

Le costó no rechinar los dientes, aunque su expresión no mudó en ningún momento. No podía evitar escuchar a las criaturas; al fin y al cabo estaban justo a su lado. Pero oírlos hablar con desdén e ignorancia acerca del menú y, en fin, del lugar en el que se encontraban, le parecía una falta de respeto. ¿Qué sabían ellos de comida, o de vinos? Claramente nada, si preferían zumo a un Pinot de buena cosecha. ¡Y encima por desconfianza! Era incapaz de entender de dónde salía tanta soberbia en un cuerpo tan pequeño.

Notó como el extraño ser con cuernos le miraba. Apenas un segundo, eso sí. Parecía tener un poco más de decoro que las criaturas a las que acompañaba. Aunque claro, si estaba de niñera o cuidador no era tan raro que sus empleadores le hubieran formado al respecto. Quizá por eso se les permitía a las criaturas un comportamiento tan extravagante. Era bien posible que no pudieran ocultar o frenar sus excentricidades. ¿Le avergonzaría, estar con ellos? Tal vez se sintiera a gusto, o entretenido. Todo era posible.

Continuó con su comida. Le habían traído la carne y lo cierto era que la estaba disfrutando. Justo en su punto, poco hecha. Maridada y acompañada de judías de temporada y otras verduras, casi se deshacía en la boca. La salsa era densa y deliciosa y el vino que le habían servido bajaba por su garganta de forma suave y tranquila.

De repente, la criatura de la mesa de al lado empezó a hablar. De los humanos y de sí mismo. Por lo visto tenía una hermana. Por lo visto, creían que los humanos eran ignorantes. ¿Qué ellos trabajaban duro? No había visto nunca a nadie pedir un trabajador tontatta. ¿Qué podía hacer, con un tamaño tan pequeño? Lo que tenía era grandes ínfulas. Que viajaban con actores y artistas, decía… eso tenía más sentido. Eran una fuente de entretenimiento, como ella había creído. No eran mascota de nadie particular, si no parte de un circo. Y si se lo estaba contando al hombre de los cuernos, entonces él no los tenía a su cargo.

Ah… ¿por qué le importaba tanto? Seguían gritando de vez en cuando y seguía convencida de que un restaurante de ese calibre no era su sitio, pero si acababan de llegar no era descabellado que el lugar no quisiera echarlos para evitar un escándalo. Tenían pinta de ser belicosos si estaban molestos. Quizá lo mejor que podía hacer al terminar era dejarles una buena propina y congraciarse por haber tenido que aguantarlos.

Desde luego, había algo que era cierto. Eran una raza muy, muy curiosa.

—Pues como todo hay patrones buenos y patrones malos. Los humanos no estan tan mal, a ver, hacen cosas muy muy ricas, pero mienten mucho y son... codiciosos —comentó el bueno de Alioli—. Pero en el basto jardin del mundo, hay flores, con y sin espinas, y cactus con y sin flores. Y calabazas, y pimientos, y tomates, y pimientos de los que pican y de los que no.

Criptico, cuanto menos, pero una visión simple y nada reduccionista del género humano. Apropiada, en cierta manera, todo lo que podía pedírsele a un hambriento jornalero que había vivido su vida en una pseudoreclusión, no del todo forzada, pero sí bien alentada por una innata y justificada precaución. Así vivían muchos tontatta, y por ello muchos los tenían como seres de leyenda que robaban -o más bien tomaban prestado- y que desaparecían de la vista de los humanos a la mínima oportunidad. Por que si no eran cazados, metidos en jaulas -o en cajas fuertes-, y no todos tenián la bondad de invitarles a comer sin ninguna otra intención oculta además de la de conocer otra cultura de una gente cuanto menos particular.


Pasaron la copiosa comida, por desgracia para la cartera de Jojo, platicando sobre temas banales plagados de interrupciones, referencias al campo, la caza y la buena vida. Un reducto de humanidad en aquel lugar de Pucci en el que todos los invitados podrían haber sido por una razón u otra catalogados como no humanos. Con un oído atento y algo molesto pendiente, por aquel largo anzuelo que era la curiosidad de unos personajes tan atípicos, de lo que se decían sin más importancia que llegar a conocerse.

Un intercambio banal entre un artista, una estrella de cine y un chico de campo; un diálogo entre iguales desde luego muy diferentes a pares. Un necesario paso para la revolucionaria, con una connotación casi doble, etapa que Jojo pretendía traer a este mundo. Porque, al final del día, cuando traían la cuenta que casi le hizo llorar del disgusto, cada especie racional no era más que un conjunto de personas, tan diferente como iguales, que debían convivir en aquel mundo loco tragado por las aguas donde los peligros ya eran suficientemente diversos y graves como para además tener que saltar al cuello de quien era de una forma, o un color, o un tamaño, diferente al tuyo.

¿Estaba Jojo tontteando demasiado con sus ideas revolucionarias? Probablemente. Y muy probablemente alguien destinado allí, pues los ojos del gobierno estaban en todas partes, se iría de la lengua.