Condiciones:
■ Es competitivo, pero está prohibido ir a matar. Si queda alguna cicatriz, quedó.
■ Apuesta: El ganador tiene derecho a lucir su trofeo en la cara del perdedor. O algo así.
■ Salto de turno: El máximo, esperemos no necesitarlo.
■ Contexto: Final de un torneo de lucha de tres al cuarto de pelea en el que Alice y Omega se han metido por aburrimiento.
Empieza:
Alice: 1
Omega: 2
El miembro 'El Gremio OPD' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
'1' : 1
'1' : 1
Te sentaste hecha un ovillo en un rincón oscuro del vestuario. Estabas agotada después del último combate y aún te temblaban las piernas, que abrazabas con fuerza como si quisieras sentirte todavía más pequeña. Habías llegado a la final, aunque todavía no sabías por qué te habías apuntado en primer lugar. ¿Aburrimiento, quizás? Insanos deseos de hacer algo emocionante, más bien. Habías tenido tiempo de arrepentirte varias veces; los rivales no habían estado a la altura, pero habían sido brutales. Era de suponer que seguirían las reglas oficiales, pero ni lo habían hecho ni los árbitros fingieron siquiera tener intención de decirles algo al respecto.
Acariciaste tu brazo. Tenías un moretón que llegaba casi desde el codo hasta algo más allá del hombro, cortesía de tu segundo combate: Un hombre de más de cuatro metros había desmigajado literalmente el suelo de cemento a puñetazos en un momento en que caíste sobre él. El cardenal latía con indiferencia; estaba caliente. Habías evadido la mayoría de los golpes y robado la fuerza de otros tantos; ese era el único que había logrado golpearte, pero el impacto fue tal que la oscuridad te regaló un colapso nervioso. Apenas habías podido levantarte tras él, casi cuando la cuenta de diez llegaba a su fin. A duras penas habías caminado hacia él, que sonreía con confianza preparando el puño. Un abusador, un delincuente peligroso afincado en la violencia. Querías ser discreta, por lo que solo ennegreciste la palma de tu mano para crear en ella una pequeña esfera de oscuridad. El polvo volvió a levantarse, arremolinado en torno a ti, orbitando hacia la pequeña singularidad que las atraía con cuatro veces más fuerza que el suelo. Viste su sonrisa socarrona romperse en una mueca de incomprensión cuando comenzó a resbalar hacia ti. Se resistió mejor que los escombros, pero fue inútil. Estos, además, golpeaban contra su cuerpo como esquirlas afiladas clavándose en su piel como picaduras de abeja. Una a una, poco a poco.
Suspiraste. Estaba caliente. Te lo habían revisado después de cada combate con cierta preocupación, sorprendidos de que no tuvieses ningún hueso roto. Tú, sin dar ninguna teoría, te habías limitado a sonreír.
Descansaste en esa posición un rato, con la cabeza en tus rodillas, hasta que anunciaron que la final estaba por llegar. Te levantaste entonces y entraste a la ducha con presteza. Te vestiste con algo adecuado. Llevabas un qipao de corte moderno en la maleta, pero si bien estabas hecha a pelear con ropa de calle habría sido estúpido mermar aunque fuese mínimamente tu desempeño a cambio de lucir, y te pusiste ropa deportiva. Apenas una malla blanca de aspecto denso para las piernas y un top rojo que hacía las veces de sostén. Por último una chaqueta holgada a juego con la parte inferior y unas deportivas negras. Sin pendientes y, más que te pesara, sin anillos. Durante todo el torneo habías peleado usando dos de tus cuchillos, pero para la ocasión quisiste llevar también la Hoja de la llama. Era una buena espada; sin embargo, revelar todas tus cartas al principio no habría sido de ayuda.
Escuchaste tu nombre a través de la distorsionada megafonía y echaste a caminar hacia delante. La arena de la final era un poco más grande que las demás, pero igual de basta que el resto. Las gradas acogían a más gente que en los primeros combates y tú tragaste saliva. Tenías un leve miedo escénico y no contabas con tantos ojos clavados en ti de pronto.
- Calma -musitaste-. Calma...
Repetiste la letanía unas cuantas veces hasta que lograste ignorar las miradas. Entonces, tras un rato de espera y los ceremoniales aplausos a tu palmarés, resonó el nombre de tu rival.
Acariciaste tu brazo. Tenías un moretón que llegaba casi desde el codo hasta algo más allá del hombro, cortesía de tu segundo combate: Un hombre de más de cuatro metros había desmigajado literalmente el suelo de cemento a puñetazos en un momento en que caíste sobre él. El cardenal latía con indiferencia; estaba caliente. Habías evadido la mayoría de los golpes y robado la fuerza de otros tantos; ese era el único que había logrado golpearte, pero el impacto fue tal que la oscuridad te regaló un colapso nervioso. Apenas habías podido levantarte tras él, casi cuando la cuenta de diez llegaba a su fin. A duras penas habías caminado hacia él, que sonreía con confianza preparando el puño. Un abusador, un delincuente peligroso afincado en la violencia. Querías ser discreta, por lo que solo ennegreciste la palma de tu mano para crear en ella una pequeña esfera de oscuridad. El polvo volvió a levantarse, arremolinado en torno a ti, orbitando hacia la pequeña singularidad que las atraía con cuatro veces más fuerza que el suelo. Viste su sonrisa socarrona romperse en una mueca de incomprensión cuando comenzó a resbalar hacia ti. Se resistió mejor que los escombros, pero fue inútil. Estos, además, golpeaban contra su cuerpo como esquirlas afiladas clavándose en su piel como picaduras de abeja. Una a una, poco a poco.
Suspiraste. Estaba caliente. Te lo habían revisado después de cada combate con cierta preocupación, sorprendidos de que no tuvieses ningún hueso roto. Tú, sin dar ninguna teoría, te habías limitado a sonreír.
Descansaste en esa posición un rato, con la cabeza en tus rodillas, hasta que anunciaron que la final estaba por llegar. Te levantaste entonces y entraste a la ducha con presteza. Te vestiste con algo adecuado. Llevabas un qipao de corte moderno en la maleta, pero si bien estabas hecha a pelear con ropa de calle habría sido estúpido mermar aunque fuese mínimamente tu desempeño a cambio de lucir, y te pusiste ropa deportiva. Apenas una malla blanca de aspecto denso para las piernas y un top rojo que hacía las veces de sostén. Por último una chaqueta holgada a juego con la parte inferior y unas deportivas negras. Sin pendientes y, más que te pesara, sin anillos. Durante todo el torneo habías peleado usando dos de tus cuchillos, pero para la ocasión quisiste llevar también la Hoja de la llama. Era una buena espada; sin embargo, revelar todas tus cartas al principio no habría sido de ayuda.
Escuchaste tu nombre a través de la distorsionada megafonía y echaste a caminar hacia delante. La arena de la final era un poco más grande que las demás, pero igual de basta que el resto. Las gradas acogían a más gente que en los primeros combates y tú tragaste saliva. Tenías un leve miedo escénico y no contabas con tantos ojos clavados en ti de pronto.
- Calma -musitaste-. Calma...
Repetiste la letanía unas cuantas veces hasta que lograste ignorar las miradas. Entonces, tras un rato de espera y los ceremoniales aplausos a tu palmarés, resonó el nombre de tu rival.
Omega
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Apoyado contra la pared, Atsu reposaba en el vestuario que le habían asignado. Se suponía que debía estar preparándose, tal vez obteniendo información sobre su rival, y definitivamente vistiéndose. Sin embargo, no le apetecía hacer nada. El suave calor de la estancia, el frescor de la pared y el banco sobre su piel desnuda y el ahogado sonido ambiental del exterior. Era todo lo que necesitaba en aquel momento. Aquel día se sentía caprichoso. No quería ser responsable, no quería seguir escribiendo informes en la oscura habitación que había alquilado. Así había acabado allí.
Por qué le había parecido una buena idea apuntarse a aquella competición, ni él lo sabía. Había sido un impulso, un deseo momentáneo. No había querido darle muchas vueltas. Se había apuntado sin preocuparse más y había combatido ronda tras ronda. Era una competición local mediocre. Aunque siendo Grand Line era posible encontrarse a algunas personas hábiles incluso en rincones como aquel, nadie había sido un problema serio. En realidad de haber querido, podría haber superado cada ronda sin problemas. Sin embargo, por puro capricho, había acudido desarmado y sin intención de pelear seriamente o siquiera esforzarse mucho en evitar los golpes.
Había algo catártico en el dolor. Cada vez que lo herían y la adrenalina se disparaba, se sentía vivo. Sentía que validaba que estaba allí, que realmente existía y que lo que estaba viviendo no era un sueño. Cada vez que una cuchilla le hacía sangrar, el dolor le hacía saber que aquello era real y no una ilusión creada por su mente. Y aquella confirmación empezaba a volverse algo necesario para él. No recordaba haberse ido a dormir la noche pasada. Tampoco recordaba qué había hecho entre el desayuno y la comida de hacía dos días. Y cuatro días atrás recordaba haber pasado la tarde paseando, pero el recuerdo era... raro. Burdo. Como si estuviese viendo una grabación descontextualizada y toscamente editada.
Cuando combatía, al menos todo era más sencillo. Todo lo que importaba era centrarse en el rival. No tenía que preguntarse si estaba perdiendo la cabeza.
- Cinco minutos, Atsu - le indicó una voz desde la entrada del vestuario. No respondió. Después de unos segundos, escuchó la puerta cerrarse y los sonidos del exterior volvieron a convertirse en un suave murmullo. Era hora de volver a salir. ¿Cuántos combates llevaba? Cuatro. Y eran treinta y dos aspirantes. Eso significaba que el siguiente era el último. Se levantó con un gesto tranquilo y empezó a vestirse. Se puso un pantalón deportivo negro cómodo y holgado y miró con indecisión su camiseta. Estaba destrozada y ensangrentada. ¿Merecía la pena ponérsela o salía con el torso desnudo? "No gano para ropa" Tras un momento, decidió que la etiqueta no era importante y que prefería salir con la camiseta rota a parecer "el Descamisetado".
No era el estadio más grande que había visto, ni el más lleno, pero tras el silencio del vestuario, las voces de la multitud y el sonido de la megafonía resultaban sobrecogedores. Tanto que, en un momento de despiste, se metió un golpe contra el primer escalón del ring. Y, como de costumbre, justo donde dolía. Su rostro era neutro cuando subió al escenario a reunirse con el árbitro y su oponente, conteniendo una lagrimita. Aquel no era dolor divertido.
Ella le sorprendió. Parecía frágil, como si fuese una muñeca de porcelana que fuese a romperse en cualquier momento. Casi parecía una niña de rostro, pese a lo que era absolutamente preciosa. Un rápido examen le reveló que llevaba consigo una espada y dos cuchillos. Si había llegado hasta la final, por mucho que el torneo estuviese lleno de patanes, entonces debía intentar desechar la falsa pista que era su aspecto.
- Quiero un combate limpio - dijo el árbitro - Y deportividad.
Ya, como si en el resto de combates hubiese intervenido para evitar violaciones de las normas. Atsu se adelantó y le tendió la mano a Alice - Es un placer. Demos un buen espectáculo.
Una vez acabadas las formalidades, retrocedió un poco y esperó a la cuenta atrás mientras se ponía en guardia, con los brazos flexionados y los puños cerrados. Analizó la postura de Alice y se preparó. Sentía curiosidad y tenía la corazonada de que aquel combate sería más desafiante que los anteriores. Era posible que hasta tuviera que esquivar en lugar de resistir y devolver los golpes. Decidió que empezaría poniéndola a pruebas. En cuanto terminó la cuenta atrás, empleó el soru para desplazarse de frente velozmente. Tras aparecer a poco más de un metro de ella, se movió velozmente intentando situarse a su espalda, donde golpearía su espalda con la palma derecha. Al mismo tiempo, le pondría su pie derecho por delante del izquierdo de ella y tiraría hacia atrás, con intención de desequilibrarla. Un movimiento simple pero eficaz para derribar a oponentes tomados por sorpresa.
Por qué le había parecido una buena idea apuntarse a aquella competición, ni él lo sabía. Había sido un impulso, un deseo momentáneo. No había querido darle muchas vueltas. Se había apuntado sin preocuparse más y había combatido ronda tras ronda. Era una competición local mediocre. Aunque siendo Grand Line era posible encontrarse a algunas personas hábiles incluso en rincones como aquel, nadie había sido un problema serio. En realidad de haber querido, podría haber superado cada ronda sin problemas. Sin embargo, por puro capricho, había acudido desarmado y sin intención de pelear seriamente o siquiera esforzarse mucho en evitar los golpes.
Había algo catártico en el dolor. Cada vez que lo herían y la adrenalina se disparaba, se sentía vivo. Sentía que validaba que estaba allí, que realmente existía y que lo que estaba viviendo no era un sueño. Cada vez que una cuchilla le hacía sangrar, el dolor le hacía saber que aquello era real y no una ilusión creada por su mente. Y aquella confirmación empezaba a volverse algo necesario para él. No recordaba haberse ido a dormir la noche pasada. Tampoco recordaba qué había hecho entre el desayuno y la comida de hacía dos días. Y cuatro días atrás recordaba haber pasado la tarde paseando, pero el recuerdo era... raro. Burdo. Como si estuviese viendo una grabación descontextualizada y toscamente editada.
Cuando combatía, al menos todo era más sencillo. Todo lo que importaba era centrarse en el rival. No tenía que preguntarse si estaba perdiendo la cabeza.
- Cinco minutos, Atsu - le indicó una voz desde la entrada del vestuario. No respondió. Después de unos segundos, escuchó la puerta cerrarse y los sonidos del exterior volvieron a convertirse en un suave murmullo. Era hora de volver a salir. ¿Cuántos combates llevaba? Cuatro. Y eran treinta y dos aspirantes. Eso significaba que el siguiente era el último. Se levantó con un gesto tranquilo y empezó a vestirse. Se puso un pantalón deportivo negro cómodo y holgado y miró con indecisión su camiseta. Estaba destrozada y ensangrentada. ¿Merecía la pena ponérsela o salía con el torso desnudo? "No gano para ropa" Tras un momento, decidió que la etiqueta no era importante y que prefería salir con la camiseta rota a parecer "el Descamisetado".
No era el estadio más grande que había visto, ni el más lleno, pero tras el silencio del vestuario, las voces de la multitud y el sonido de la megafonía resultaban sobrecogedores. Tanto que, en un momento de despiste, se metió un golpe contra el primer escalón del ring. Y, como de costumbre, justo donde dolía. Su rostro era neutro cuando subió al escenario a reunirse con el árbitro y su oponente, conteniendo una lagrimita. Aquel no era dolor divertido.
Ella le sorprendió. Parecía frágil, como si fuese una muñeca de porcelana que fuese a romperse en cualquier momento. Casi parecía una niña de rostro, pese a lo que era absolutamente preciosa. Un rápido examen le reveló que llevaba consigo una espada y dos cuchillos. Si había llegado hasta la final, por mucho que el torneo estuviese lleno de patanes, entonces debía intentar desechar la falsa pista que era su aspecto.
- Quiero un combate limpio - dijo el árbitro - Y deportividad.
Ya, como si en el resto de combates hubiese intervenido para evitar violaciones de las normas. Atsu se adelantó y le tendió la mano a Alice - Es un placer. Demos un buen espectáculo.
Una vez acabadas las formalidades, retrocedió un poco y esperó a la cuenta atrás mientras se ponía en guardia, con los brazos flexionados y los puños cerrados. Analizó la postura de Alice y se preparó. Sentía curiosidad y tenía la corazonada de que aquel combate sería más desafiante que los anteriores. Era posible que hasta tuviera que esquivar en lugar de resistir y devolver los golpes. Decidió que empezaría poniéndola a pruebas. En cuanto terminó la cuenta atrás, empleó el soru para desplazarse de frente velozmente. Tras aparecer a poco más de un metro de ella, se movió velozmente intentando situarse a su espalda, donde golpearía su espalda con la palma derecha. Al mismo tiempo, le pondría su pie derecho por delante del izquierdo de ella y tiraría hacia atrás, con intención de desequilibrarla. Un movimiento simple pero eficaz para derribar a oponentes tomados por sorpresa.
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