Blaise Richthofen
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El olor a tabaco barato inundaba la estancia y el sonido de las copas rebotaba por todas las esquinas. Me hallaba en medio de una cantina de los bajos fondos, realmente me encontraba aburrida porque no había mucho que hacer en aquella isla. Fuera no se podía estar. A no ser que quisieras ser empalado por algunos de los trozos perdidos de la cúpula que rodeaba la ciudad o ser quemado por la lluvia ácida. Solo un idiota o un desesperado se expondría a la intemperie. Por suerte, los bajos fondos tenían algunos túneles seguros bajo tierra, separados de los usados para la minería. En ese rincón alejado de la sociedad normal y corriente, podías encontrar bares con bebidas y comidas que difícilmente podrías encontrar en los mercados normales. Pero lo que más me llamaba la atención, eran los mercados y las subastas. Había oído que vendían de todo. Frutas del Diablo, tesoros robados, armas perdidas, animales exóticos y en peligro de extinción... Cualquier cosa que se te pasara por la mente. Yo estaba sin dinero, así que pasaba directamente de comprar nada. Total, ya tenía el poder de una fruta. Lo otro lo podría robar perfectamente.
- Camarero, otra copa de whisky. Y no seas rácano - El camarero tomó nota y regresó rápidamente con una copa bien cargada, la cual agarré y me la mandé de una.
Joder, si que hacían un buen alcohol en aquella isla. De no ser por la jodida lluvia tóxica a lo mejor vendría más a pasar el rato. En la mesa de al lado, estaban jugando a las damas. Y en otra, cerca, estaban teniendo un concurso de pulsos. Suspiré y me comencé a fumar uno de mis puros. Al menos no eran de marca barata como los de algunos. Me quedé mirando la llama de mi mechero. Hacía tiempo que no tenía movida. La última vez, en Pucci, me lie a hostias con un noble y sus soldados pudiendo escapar por la mínima. De no ser por esa chiquilla de pelo blanco... ¡Habría obtenido una venganza contra esos sucios nobles! De solo pensar en ello, una vena se dibujó en mi frente. Algunas de las personas de alrededor me miraban con mala cara y otros estaban asustados.
- ¿Te has enterado? Van a vender una especie de pingüino en peligro de extinción en los lotes de hoy. Dicen que valen mucho dinero, a lo mejor podríamos ganar unas cuantas perras criándolos - Escuché en una mesa a mi derecha.
¿Serían los mismos pinguinos karatekas de Pucci? Hmm podría echar un vistazo después. Pero primero, me iba a deleitar con otra ronda de alcochol.
- Camarero, otra copa de whisky. Y no seas rácano - El camarero tomó nota y regresó rápidamente con una copa bien cargada, la cual agarré y me la mandé de una.
Joder, si que hacían un buen alcohol en aquella isla. De no ser por la jodida lluvia tóxica a lo mejor vendría más a pasar el rato. En la mesa de al lado, estaban jugando a las damas. Y en otra, cerca, estaban teniendo un concurso de pulsos. Suspiré y me comencé a fumar uno de mis puros. Al menos no eran de marca barata como los de algunos. Me quedé mirando la llama de mi mechero. Hacía tiempo que no tenía movida. La última vez, en Pucci, me lie a hostias con un noble y sus soldados pudiendo escapar por la mínima. De no ser por esa chiquilla de pelo blanco... ¡Habría obtenido una venganza contra esos sucios nobles! De solo pensar en ello, una vena se dibujó en mi frente. Algunas de las personas de alrededor me miraban con mala cara y otros estaban asustados.
- ¿Te has enterado? Van a vender una especie de pingüino en peligro de extinción en los lotes de hoy. Dicen que valen mucho dinero, a lo mejor podríamos ganar unas cuantas perras criándolos - Escuché en una mesa a mi derecha.
¿Serían los mismos pinguinos karatekas de Pucci? Hmm podría echar un vistazo después. Pero primero, me iba a deleitar con otra ronda de alcochol.
Michaela Albás
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Yellow Spice no era una isla que hubiera decidido visitar por cuenta propia. Estaba en la ruta y ya. Había oído pocas cosas de ella, todas malas. Completamente contaminada, hasta su lluvia era ácida. Minas, refinerías… todo el lugar era un vertedero lleno de humo y desechos, casi por entero. Casi.
Había una ciudad, pequeña, protegida por una cúpula… que ahora estaba rota, según decían las últimas noticias. En cuestión de nada, el único lugar protegido de la isla habían pasado a ser los túneles. Excavados originalmente para conectar la ciudad con las minas, ahora eran el último resquicio de la vida en ese lugar.
Evidentemente, aún estando a salvo de la contaminación, no eran un lugar ''seguro''. Eran un hervidero de matones y criminales de poca monta y si tenía que ser sincera, le daba un poco de asco. Pero también sabía aprovechar una oportunidad cuando la veía y por mucho que le pesara, esa era una.
Veritas, una de sus mascotas, había cazado algo interesante en el viaje a Yellow Spice. No hacía tanto que la enorme serpiente se había vuelto adulta y Michaela dejaba que andase por el barco a sus anchas para que no se anquilosase. A la tripulación no le daba ninguna tranquilidad el reptil de cuatro metros, pero sabía que no debía devorar a nadie sin permiso. Fue quizás por eso que cuando se toparon con un pequeño grupo de pingüinos karatekas, atrapó a uno en lugar de matarlo. Tras una breve pelea, habían logrado capturar a cinco. Eran buenas noticias, porque últimamente no solo escaseaban, si no que se rumoreaba que estaban a punto de volverse una especie en peligro de extinción. Y eso, por supuesto, la hacía muy codiciada.
No era tonta. No iba a venderlos todos de golpe. Vendería dos y cruzaría los otros tres para vender su descendencia. Si encontraba un par más, casi podría asegurar que no habría defectos genéticos a la larga. Y si no lo hacía, para cuando los hubiera serían seguramente los únicos pingüinos del mercado.
La llegada a Yellow Spice fue… cansada. Los trámites para acceder a los túneles de forma segura, farragosos. Cuando por fin todos lograron abandonar el barco, no pasó mucho tiempo hasta que se separaron. Los marineros fueron a buscar provisiones para continuar el viaje. Crawford se llevó a dos de los pingüinos en jaulas rudimentarias, improvisadas en el barco a base de cadenas y cajas, para almacenarlos. En unas horas, cuando cayera el sol, habría una subasta. Hasta entonces, estaba sola.
Se dejó caer en la primera cantina que encontró y pidió un té negro, asesinando al tabernero con la mirada cuando la ojeó con extrañeza. No tenía ganas de discutir ni de beber ese pis de gato al que llamaban cerveza. Al final, el hombre cedió y un poco después, le trajo la taza.
Michaela dio un sorbo y miró a su alrededor, cansada y aburrida. Escuchó de pasada la conversación de la mesa que tenía enfrente. Ah, qué rápido corrían las noticias. Habían hecho bien en anotarse a la subasta por correo pelícano. No obstante, ilusos, había pensado en todo.
-Buena suerte con eso cuando los dos pingüinos sean machos.- Dijo en voz baja, esbozando una pequeña sonrisa.
Ni un monopolio ni un imperio se conseguían dejando cabos sueltos.
Había una ciudad, pequeña, protegida por una cúpula… que ahora estaba rota, según decían las últimas noticias. En cuestión de nada, el único lugar protegido de la isla habían pasado a ser los túneles. Excavados originalmente para conectar la ciudad con las minas, ahora eran el último resquicio de la vida en ese lugar.
Evidentemente, aún estando a salvo de la contaminación, no eran un lugar ''seguro''. Eran un hervidero de matones y criminales de poca monta y si tenía que ser sincera, le daba un poco de asco. Pero también sabía aprovechar una oportunidad cuando la veía y por mucho que le pesara, esa era una.
Veritas, una de sus mascotas, había cazado algo interesante en el viaje a Yellow Spice. No hacía tanto que la enorme serpiente se había vuelto adulta y Michaela dejaba que andase por el barco a sus anchas para que no se anquilosase. A la tripulación no le daba ninguna tranquilidad el reptil de cuatro metros, pero sabía que no debía devorar a nadie sin permiso. Fue quizás por eso que cuando se toparon con un pequeño grupo de pingüinos karatekas, atrapó a uno en lugar de matarlo. Tras una breve pelea, habían logrado capturar a cinco. Eran buenas noticias, porque últimamente no solo escaseaban, si no que se rumoreaba que estaban a punto de volverse una especie en peligro de extinción. Y eso, por supuesto, la hacía muy codiciada.
No era tonta. No iba a venderlos todos de golpe. Vendería dos y cruzaría los otros tres para vender su descendencia. Si encontraba un par más, casi podría asegurar que no habría defectos genéticos a la larga. Y si no lo hacía, para cuando los hubiera serían seguramente los únicos pingüinos del mercado.
La llegada a Yellow Spice fue… cansada. Los trámites para acceder a los túneles de forma segura, farragosos. Cuando por fin todos lograron abandonar el barco, no pasó mucho tiempo hasta que se separaron. Los marineros fueron a buscar provisiones para continuar el viaje. Crawford se llevó a dos de los pingüinos en jaulas rudimentarias, improvisadas en el barco a base de cadenas y cajas, para almacenarlos. En unas horas, cuando cayera el sol, habría una subasta. Hasta entonces, estaba sola.
Se dejó caer en la primera cantina que encontró y pidió un té negro, asesinando al tabernero con la mirada cuando la ojeó con extrañeza. No tenía ganas de discutir ni de beber ese pis de gato al que llamaban cerveza. Al final, el hombre cedió y un poco después, le trajo la taza.
Michaela dio un sorbo y miró a su alrededor, cansada y aburrida. Escuchó de pasada la conversación de la mesa que tenía enfrente. Ah, qué rápido corrían las noticias. Habían hecho bien en anotarse a la subasta por correo pelícano. No obstante, ilusos, había pensado en todo.
-Buena suerte con eso cuando los dos pingüinos sean machos.- Dijo en voz baja, esbozando una pequeña sonrisa.
Ni un monopolio ni un imperio se conseguían dejando cabos sueltos.
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A medida que iba tomándome unas cuantas copas más, fui escuchando más información acerca de las ventas. Cualquier cosa era mejor que quedarme atrapada en mis propios pensamientos, la verdad. Por un lado, un mercader conocido por vender obras robadas iba a vender una estatua antigua del famoso Rey Cobra de Arabasta. Por otro lado, un esclavista iba a vender varios sets de razas. Entre ellos minks, gyojins y el premio gordo... sirenas. Aunque el mundo de la piratería fuera inmortal, la esclavitud era algo que detestaba. Más que nada porque la había vivido en mis carnes y sabía lo que uno se sentía. Los que se dedicaban a ello me daban asco y me daban ganas de matarlos. Me puse de mala hostia y señalé al camarero que me trajera una botella de ron. Tenía que borrar unos putos malos recuerdos cuanto antes que habían vuelto a surgir en mi cabeza. Creo que por el momento, lo que más me interesaba era la venta de esos pingüinos karatekas. Aunque... pensándolo bien. Si yo los robara, podría venderlos yo y ganar mucho dinero. No sé si lo estaba pensando yo o era el alcohol que comenzaba a subirme a la cabeza. Si a mí los animales me daban bastante igual en general. Lo que me llamó la atención mientras observaba otras mesas, mientras me seguía sirviendo eso que llaman ron, me di cuenta que una mujer de belleza exquisita estaba atendiendo la conversación acerca de la venta de los animales. ¿Una posible compradora? Tenía que reconocer que tenía un porte elegante.
Me levanté de la mesa y dejé el dinero sobre ella, haciendo un poco de ruido. Me iba a ir del lugar hasta que un puto humano se chocó conmigo. La peste a ron era horrible. Era grande y gordo además de que le faltaban un par de dientes. Me gritó preguntándome si era estúpida por ponerme en medio. Me le quedé mirando y bueno, después de que le dedicara una sonrisa mi puño derecho viajó hasta su barriga y cayó encima de una mesa. La gente se quedó mirando un momento y luego regresaron a sus conversaciones. Probablemente era normal que hubieran broncas todos los días. Me limpié la mano de forma despectiva con un pañuelo. Odiaba a los putos humanos. Se creían dueños de todo. No le di más importancia al tema y salí por la puerta. ¿Qué iba a hacer? Probablemente darme una vuelta por los túneles a ver que me podían ofrecer que hacer. Estaba aburrida y cualquier cosa era mejor que vagar por unos subterráneos.
Me levanté de la mesa y dejé el dinero sobre ella, haciendo un poco de ruido. Me iba a ir del lugar hasta que un puto humano se chocó conmigo. La peste a ron era horrible. Era grande y gordo además de que le faltaban un par de dientes. Me gritó preguntándome si era estúpida por ponerme en medio. Me le quedé mirando y bueno, después de que le dedicara una sonrisa mi puño derecho viajó hasta su barriga y cayó encima de una mesa. La gente se quedó mirando un momento y luego regresaron a sus conversaciones. Probablemente era normal que hubieran broncas todos los días. Me limpié la mano de forma despectiva con un pañuelo. Odiaba a los putos humanos. Se creían dueños de todo. No le di más importancia al tema y salí por la puerta. ¿Qué iba a hacer? Probablemente darme una vuelta por los túneles a ver que me podían ofrecer que hacer. Estaba aburrida y cualquier cosa era mejor que vagar por unos subterráneos.
Michaela Albás
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Michaela dio otro sorbo a su té. Estaba malo, pero era consciente de que probablemente fuera lo mejor que pudiera encontrar en aquella isla infectada y enferma. La propia taberna en la que se encontraba dejaba mucho que desear para su gusto, pero no sentía ningún deseo de adentrarse a explorar más de lo necesario.
Por lo menos, había un pequeño elemento que la entretenía. La gente continuaba hablando de la subasta, al fin y al cabo, y estaba convencida de que no iba a tener ningún problema en sacarle rendimiento a los pingüinos. No eran el plato fuerte de la subasta, en cualquier caso. Había esclavistas involucrados y las sirenas y los minks eran criaturas que sin dificultad superaban a su pequeña presa. No le disgustaba, en cualquier caso. Yellow Spice no era un lugar en el que quisiera llamar la atención. Mejor conseguir algo de dinero y salir de allí de forma discreta.
Oyó a su espalda una voz levantándose por encima de las demás, reclamando algo de ron. El camarero se movió con cara de malas pulgas, pero le llevó la botella. Michaela vio pasar a su lado a la bella extraña. Le llamó la atención su pelo púrpura, pero más todavía las marcas que había en su cara. El fuego se había cebado con ella en algún momento, no tenía ninguna duda. ¿Qué le afligía? Parecía terriblemente molesta.
Tenía toda la intención de dejarla ir sin más, hasta que uno de los cerdos que había en la taberna tuvo a bien chocarse con ella. Grande, gordo, sucio y claramente buscando pelea. Qué asco. Michaela fue a intervenir, pero no hizo falta. El puñetazo de la mujer aterrizó limpiamente en su cara y ella solo tuvo que moverse un poco para que el desalmado cayera en la mesa más cercana sin rozarla. El ruido en la taberna cesó por un instante, pero no tardó en reanudarse. No era algo tan extraño, allí. La mujer se fue, todavía con cara de asco, y tan pronto hubo pasado la puerta el hombre se incorporó. Apenas dio dos pasos antes de toparse con Michaela. Le estaba apuntando con uno de sus alfanjes a la garganta.
-Deja a la señorita.
-¿Ah, sí? ¿O si no qué?
Su sonrisa casi le dio arcadas. Por supuesto, el hombre quería jarana y no le importaba quien se la diese. Lo que le molestaba era que le hubieran dejado plantado, pero si alguien tomaba su lugar, él feliz. Lo que no sabía era que debería haberse largado.
-Aurum.- Siseó Michaela.
La pequeña serpiente salió de entre los pliegues de su abrigo en completo silencio. Apenas 40 centímetros de la cola a la cabeza, era pequeña y naranja y miraba fijamente al hombre. La pirata hizo un gesto y el animal saltó como un resorte, atacando a la yugular del hombre. Clavó los colmillos y los sacó arrastrando para desgarrar la carne. No era venenosa, pero sí capaz de hacer una herida mortal. Michaela le limpió la boca de sangre con un pequeño pañuelo de tela y lo dejó caer sobre el hombre, que ya estaba en el suelo. Si no lograba que alguien le atendiera, pronto se desangraría. Y ella dudaba que alguien quisiera ayudar a una bola de grasa como él.
Salió de la taberna y vio a la mujer caminando por el pasillo. Aceleró un poco el paso, sin llegar a correr, y al llegar a su altura le puso la mano en el hombro.
-Tienes un admirador un tanto persistente.- dijo.- Por suerte, no creo que vuelva a levantarse.- Le tendió una mano, esbozando una pequeña sonrisa. Ahora podía ver mejor las heridas de su cara y eso hacía crecer su opinión de la mujer. Era fuerte, para haber pasado por algo así.- Michaela Albás.- se presentó con amabilidad.
Por lo menos, había un pequeño elemento que la entretenía. La gente continuaba hablando de la subasta, al fin y al cabo, y estaba convencida de que no iba a tener ningún problema en sacarle rendimiento a los pingüinos. No eran el plato fuerte de la subasta, en cualquier caso. Había esclavistas involucrados y las sirenas y los minks eran criaturas que sin dificultad superaban a su pequeña presa. No le disgustaba, en cualquier caso. Yellow Spice no era un lugar en el que quisiera llamar la atención. Mejor conseguir algo de dinero y salir de allí de forma discreta.
Oyó a su espalda una voz levantándose por encima de las demás, reclamando algo de ron. El camarero se movió con cara de malas pulgas, pero le llevó la botella. Michaela vio pasar a su lado a la bella extraña. Le llamó la atención su pelo púrpura, pero más todavía las marcas que había en su cara. El fuego se había cebado con ella en algún momento, no tenía ninguna duda. ¿Qué le afligía? Parecía terriblemente molesta.
Tenía toda la intención de dejarla ir sin más, hasta que uno de los cerdos que había en la taberna tuvo a bien chocarse con ella. Grande, gordo, sucio y claramente buscando pelea. Qué asco. Michaela fue a intervenir, pero no hizo falta. El puñetazo de la mujer aterrizó limpiamente en su cara y ella solo tuvo que moverse un poco para que el desalmado cayera en la mesa más cercana sin rozarla. El ruido en la taberna cesó por un instante, pero no tardó en reanudarse. No era algo tan extraño, allí. La mujer se fue, todavía con cara de asco, y tan pronto hubo pasado la puerta el hombre se incorporó. Apenas dio dos pasos antes de toparse con Michaela. Le estaba apuntando con uno de sus alfanjes a la garganta.
-Deja a la señorita.
-¿Ah, sí? ¿O si no qué?
Su sonrisa casi le dio arcadas. Por supuesto, el hombre quería jarana y no le importaba quien se la diese. Lo que le molestaba era que le hubieran dejado plantado, pero si alguien tomaba su lugar, él feliz. Lo que no sabía era que debería haberse largado.
-Aurum.- Siseó Michaela.
La pequeña serpiente salió de entre los pliegues de su abrigo en completo silencio. Apenas 40 centímetros de la cola a la cabeza, era pequeña y naranja y miraba fijamente al hombre. La pirata hizo un gesto y el animal saltó como un resorte, atacando a la yugular del hombre. Clavó los colmillos y los sacó arrastrando para desgarrar la carne. No era venenosa, pero sí capaz de hacer una herida mortal. Michaela le limpió la boca de sangre con un pequeño pañuelo de tela y lo dejó caer sobre el hombre, que ya estaba en el suelo. Si no lograba que alguien le atendiera, pronto se desangraría. Y ella dudaba que alguien quisiera ayudar a una bola de grasa como él.
Salió de la taberna y vio a la mujer caminando por el pasillo. Aceleró un poco el paso, sin llegar a correr, y al llegar a su altura le puso la mano en el hombro.
-Tienes un admirador un tanto persistente.- dijo.- Por suerte, no creo que vuelva a levantarse.- Le tendió una mano, esbozando una pequeña sonrisa. Ahora podía ver mejor las heridas de su cara y eso hacía crecer su opinión de la mujer. Era fuerte, para haber pasado por algo así.- Michaela Albás.- se presentó con amabilidad.
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Mientras me iba alejando de la taberna, escuché un ruido fuerte y al momento sentí una mano firme agarrándome el hombro. Creía que sería el mismo tío de antes, queriendo la revancha. Pobre gusano, no iba a ser tan amable una segunda vez. Me giré con una mirada de perros y preparada para pelear. Para mi sorpresa no era el memo, sino la mujer que andaba atenta a la conversación. Al tenerla más de cerca, parecía más mayor. Creía que tendría mi edad o un poco menos. Pero algunas arrugas se asomaban tímidamente, era algo mayor que yo pero el porte perduraba atemporal. Me preguntaba que quería de mí. Tampoco estaba muy feliz de que me tocara, odio a los humanos en todas sus facetas. Pero ya que parecía ser educada, decidí tragarme mi bilis y seguir el juego.
- ¿Así que le diste una lección a ese tocino con patas? He de reconocer que tienes agallas - Le apreté la mano - Blaise Richtofen, pirata. Parece que te dan curiosidad mis cicatrices. Son heridas del pasado que motivan mis pasos en el presente - Cuando nos saludamos, observé que me estaba analizando la cara. ¿Qué quería de mí? No me atraían humanas. O quizás me quería dar algo que hacer.
- Dígame, señora Albás - Comencé a hablar - ¿En qué puedo ayudarla? Si ha venido hasta a mí, supongo que no será solo para hacer amigos, ¿cierto? Antes la vi en la taberna interesándose por el lote de pingüinos. Ya los he visto de cerca en Pucci, pueden ser muy molestos cuando están nerviosos. Y peligrosos si uno se mete en medio de una estampida de ellos - Comencé a fumar de nuevo, durante todo el día apenas había tocado mi caja de cigarros y la abstinencia me ponía nerviosa además de con un humor de perros.
Mientras esperaba su respuesta, eché un ojo alrededor por si alguien estaba poniendo la oreja. En aquellos sitios además de vender cosas, también se vendía la información. Y alguien podría dar el chivatazo de que una pirata con recompensa se encontraba en la zona, por ejemplo. No tenía mucho por mi cabeza, pero seguía siendo mucho mejor que nada. Y apostaba que la mayoría de gentuza del lugar se daría un buen atracón de alcohol a mi salud mientras me pudría en la cárcel. Pero como eso no iba a pasar, estaba tranquila en ese aspecto. Aunque no me sorprendería si hubieran marines o legionarios en el mercado negro. Hasta ellos se interesaban en conseguir cosas caras que no se podían pillar en otro sitio.
- Sugiero que caminemos mientras hablemos, estos túneles pueden tener ojos y oídos - Formé una o con el humo.
- ¿Así que le diste una lección a ese tocino con patas? He de reconocer que tienes agallas - Le apreté la mano - Blaise Richtofen, pirata. Parece que te dan curiosidad mis cicatrices. Son heridas del pasado que motivan mis pasos en el presente - Cuando nos saludamos, observé que me estaba analizando la cara. ¿Qué quería de mí? No me atraían humanas. O quizás me quería dar algo que hacer.
- Dígame, señora Albás - Comencé a hablar - ¿En qué puedo ayudarla? Si ha venido hasta a mí, supongo que no será solo para hacer amigos, ¿cierto? Antes la vi en la taberna interesándose por el lote de pingüinos. Ya los he visto de cerca en Pucci, pueden ser muy molestos cuando están nerviosos. Y peligrosos si uno se mete en medio de una estampida de ellos - Comencé a fumar de nuevo, durante todo el día apenas había tocado mi caja de cigarros y la abstinencia me ponía nerviosa además de con un humor de perros.
Mientras esperaba su respuesta, eché un ojo alrededor por si alguien estaba poniendo la oreja. En aquellos sitios además de vender cosas, también se vendía la información. Y alguien podría dar el chivatazo de que una pirata con recompensa se encontraba en la zona, por ejemplo. No tenía mucho por mi cabeza, pero seguía siendo mucho mejor que nada. Y apostaba que la mayoría de gentuza del lugar se daría un buen atracón de alcohol a mi salud mientras me pudría en la cárcel. Pero como eso no iba a pasar, estaba tranquila en ese aspecto. Aunque no me sorprendería si hubieran marines o legionarios en el mercado negro. Hasta ellos se interesaban en conseguir cosas caras que no se podían pillar en otro sitio.
- Sugiero que caminemos mientras hablemos, estos túneles pueden tener ojos y oídos - Formé una o con el humo.
Michaela Albás
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La extraña se giró, con fuego en la mirada. No había que ser muy inteligente para darse cuenta de que había creído que Michaela era el patán de la taberna. Pero en seguida se dio cuenta y ella sonrió, obviando el despiste. Le estrechó la mano, notando la fuerza que transmitía. Sin duda tenía ya varias historias a la espalda.
-Pretendía seguirte. No podía consentirlo.- Se encogió de hombros.- Aunque puede que lo hubiera hecho igual. Olía a desperdicios y me daba un poco de asco. Gracias por la excusa para hacerlo.
Así que era pirata. Michaela la observó con renovada curiosidad. No se cortó tampoco en mencionar sus cicatrices, pero cierto era que ella no se había cuidado al observarlas. Le agradaba la mujer, con sus aires pendencieros y su porte orgulloso. No había visto muchas mujeres así.
-Ah, ciertamente. El lote de pingüinos es mío, si le interesa. – Arrugó por un instante la nariz al oler el tabaco, pero no dijo nada.- No tardarán en ser muy deseados. Nos atacaron mientras veníamos y decidí tomar ventaja de la situación. Tuvimos suerte de que no hubiera demasiados, en realidad.
Omitió el hecho de que no los estaba vendiendo todos. Esa información no era del todo relevante para ahora. La pirata miraba a su alrededor y no tardó en sugerir que caminaran mientras hablaban. Michaela le señaló un corredor lateral y asintió con la cabeza. Tenía razón. Allí las paredes escuchaban.
-Solo busco compañía, en realidad. Estoy varada aquí en lo que dura la subasta y hasta que mis hombres consigan provisiones. Si te interesa el tema de los pingüinos o quieres comprar algo, no tengo inconveniente en darte un asiento de primera fila para el espectáculo.
Siguieron caminando. En realidad no estaban lejos de donde se celebraría y no tardaron en llegar. Michaela llamó a la puerta y tras intercambiar un par de palabras con un segurata, las dejó pasar a una especie de enorme salón. El espacio central, donde se irían presentando los lotes, todavía estaba vacío. La criminal guió a Blaise hacia la parte trasera y levantó la cortina que separaba ambas habitaciones para dejarla pasar. Al menos podían entretenerse mirando los preparativos.
Ella misma pasó tras ella. El lugar era un hervidero de energía y gritos. Todo tipo de jaulas y cajas se amontonaban contra las paredes y no poca gente trataba de organizarse y asegurarse de que lo tenía todo en orden.
-Imagino que no tardarán en llegar los primeros asistentes. Si hay algo que te guste, esta puede ser la ocasión de conseguir un buen descuento.
Le miró con una pequeña sonrisa. Gratis, también, dependiendo de cómo se lo tomara. No iba a mentir; tenía curiosidad por saber qué haría la mujer. ¿Cómo se las gastaba una pirata de verdad?
-Pretendía seguirte. No podía consentirlo.- Se encogió de hombros.- Aunque puede que lo hubiera hecho igual. Olía a desperdicios y me daba un poco de asco. Gracias por la excusa para hacerlo.
Así que era pirata. Michaela la observó con renovada curiosidad. No se cortó tampoco en mencionar sus cicatrices, pero cierto era que ella no se había cuidado al observarlas. Le agradaba la mujer, con sus aires pendencieros y su porte orgulloso. No había visto muchas mujeres así.
-Ah, ciertamente. El lote de pingüinos es mío, si le interesa. – Arrugó por un instante la nariz al oler el tabaco, pero no dijo nada.- No tardarán en ser muy deseados. Nos atacaron mientras veníamos y decidí tomar ventaja de la situación. Tuvimos suerte de que no hubiera demasiados, en realidad.
Omitió el hecho de que no los estaba vendiendo todos. Esa información no era del todo relevante para ahora. La pirata miraba a su alrededor y no tardó en sugerir que caminaran mientras hablaban. Michaela le señaló un corredor lateral y asintió con la cabeza. Tenía razón. Allí las paredes escuchaban.
-Solo busco compañía, en realidad. Estoy varada aquí en lo que dura la subasta y hasta que mis hombres consigan provisiones. Si te interesa el tema de los pingüinos o quieres comprar algo, no tengo inconveniente en darte un asiento de primera fila para el espectáculo.
Siguieron caminando. En realidad no estaban lejos de donde se celebraría y no tardaron en llegar. Michaela llamó a la puerta y tras intercambiar un par de palabras con un segurata, las dejó pasar a una especie de enorme salón. El espacio central, donde se irían presentando los lotes, todavía estaba vacío. La criminal guió a Blaise hacia la parte trasera y levantó la cortina que separaba ambas habitaciones para dejarla pasar. Al menos podían entretenerse mirando los preparativos.
Ella misma pasó tras ella. El lugar era un hervidero de energía y gritos. Todo tipo de jaulas y cajas se amontonaban contra las paredes y no poca gente trataba de organizarse y asegurarse de que lo tenía todo en orden.
-Imagino que no tardarán en llegar los primeros asistentes. Si hay algo que te guste, esta puede ser la ocasión de conseguir un buen descuento.
Le miró con una pequeña sonrisa. Gratis, también, dependiendo de cómo se lo tomara. No iba a mentir; tenía curiosidad por saber qué haría la mujer. ¿Cómo se las gastaba una pirata de verdad?
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Así que los pingüinos que iban a vender en la subasta eran suyos, ¿eh? Probablemente hubieran sido otros piratas o quizás mercenarios del bajo mundo. No sabía que unos bichos tan feos podrían valer una fortuna. Pero tampoco iba a mencionar eso, ya que a Michaela podría no gustarle. Me gustaba que había sido capaz de minimizar las pérdidas en un atraco. Eso decía de ella que era alguien con recursos e inteligente. No tenía pinta de ser pirata. Parecía alguien con rasgos muy finos para estar en primera línea. Mencionó que estaba haciendo tiempo hasta que comenzara la subasta. Que irónico. Asistir a una subasta donde te han robado tu propia mercancía. Lo que me llamó la atención, fue que me ofreció estar en primera fila. Eso quería decir que ella era una habitual en los bajos fondos.
- Yo tampoco tengo nada mejor que hacer, esta isla es un coñazo. O estas aquí o dentro de la ciudad. No tienes mucho adónde ir. De no ser porque se han montado unas redes del mercado negro aquí, estaría más aburrida que una ostra - Comenté tirando el tabaco y aplastándolo, apagándolo - Vamos pues, a lo mejor hay algo interesante.
Realmente la sala de la subasta estaba muy cerca de nuestra posición, atravesamos algunos de los desvíos de los túneles hasta llegar a una puerta con un grandullón vigilando la puerta con cara de pocos amigos. Pero gracias a la mujer, entramos. El hombre me miró con mala cara y yo, con una sonrisa sádica, le invité con la mirada. Una pelea no estaría mal. Salpicar el suelo de sangre de sucio humano. La idea me gustaba. Pero... primero era lo primero. A ver qué cosas tenían dentro. La señorita Albás me condujo hasta la sala donde tenían todo guardado y estaban con los preparativos. Como habían dicho los hombres en la taberna había de todo. Sin embargo, al mirar a los esclavos, la cabeza me comenzó a doler que te cagas. También un millar de voces recorrían cada rincón de mi consciencia. Las miradas de desespero, miedo, los cuerpos con heridas y encadenados. Me llevé las manos a la cara. "La vas a liar, ¿verdad? ¿A que cojones estas esperando? Son putos esclavistas, no tengas reparos. Véngate de lo que te hicieron" Una voz en mi cabeza me alentaba a comenzar.
- Señorita Albás... - Susurré aún con un dolor de cabeza, venas marcándose fuertemente en la frente y la mirada perdida - Le sugiero que tome distancia, las cosas puede que se tornen feas. Le propongo una cosa. Si no le importa que la relacionen conmigo, puede aprovecharse de la confusión y recuperar sus pingüinos - Me saqué la lanza de la espalda - En caso de que no quiera sangre ni verse en medio, aléjese. Fui esclava yo también. Y no soporto cuando veo a gente en la situación en la que estaba -
Como si mi cuerpo se moviera solo, adopté una posición de combate y me lancé hacia los carceleros. Pillando por sorpresa a uno, le empalé con mi arma salpicando el suelo de sangre. Y sin esperar a que el resto reaccionara, me lancé hacia delante con una risa maníaca. Otro cayó siendo puñalado en la cabeza y cayendo encima de unas cajas, que dejaron escapar unas cuantas joyas. Pronto, los empleados de la subasta ya estaban en guardia. Y la gente que había comenzado a venir gritaban y se iban. El gorila con la cara de culo de antes entró. Y con una mirada de rabia, vino corriendo hacia mí. Su puñetazo me atravesó.
- Je, lo bueno de esta fruta es que ataques de novatos no me hacen nada - Reí confiada.
Sin embargo, el hombre me devolvió la sonrisa y su puño brilló por un instante. Esta vez, me comí un derechazo que dolía como el infierno.
- Ustedes los logia nunca aprenden. El haki es superior a todo y os confiáis demasiado - Bufó el puertas.
- Yo tampoco tengo nada mejor que hacer, esta isla es un coñazo. O estas aquí o dentro de la ciudad. No tienes mucho adónde ir. De no ser porque se han montado unas redes del mercado negro aquí, estaría más aburrida que una ostra - Comenté tirando el tabaco y aplastándolo, apagándolo - Vamos pues, a lo mejor hay algo interesante.
Realmente la sala de la subasta estaba muy cerca de nuestra posición, atravesamos algunos de los desvíos de los túneles hasta llegar a una puerta con un grandullón vigilando la puerta con cara de pocos amigos. Pero gracias a la mujer, entramos. El hombre me miró con mala cara y yo, con una sonrisa sádica, le invité con la mirada. Una pelea no estaría mal. Salpicar el suelo de sangre de sucio humano. La idea me gustaba. Pero... primero era lo primero. A ver qué cosas tenían dentro. La señorita Albás me condujo hasta la sala donde tenían todo guardado y estaban con los preparativos. Como habían dicho los hombres en la taberna había de todo. Sin embargo, al mirar a los esclavos, la cabeza me comenzó a doler que te cagas. También un millar de voces recorrían cada rincón de mi consciencia. Las miradas de desespero, miedo, los cuerpos con heridas y encadenados. Me llevé las manos a la cara. "La vas a liar, ¿verdad? ¿A que cojones estas esperando? Son putos esclavistas, no tengas reparos. Véngate de lo que te hicieron" Una voz en mi cabeza me alentaba a comenzar.
- Señorita Albás... - Susurré aún con un dolor de cabeza, venas marcándose fuertemente en la frente y la mirada perdida - Le sugiero que tome distancia, las cosas puede que se tornen feas. Le propongo una cosa. Si no le importa que la relacionen conmigo, puede aprovecharse de la confusión y recuperar sus pingüinos - Me saqué la lanza de la espalda - En caso de que no quiera sangre ni verse en medio, aléjese. Fui esclava yo también. Y no soporto cuando veo a gente en la situación en la que estaba -
Como si mi cuerpo se moviera solo, adopté una posición de combate y me lancé hacia los carceleros. Pillando por sorpresa a uno, le empalé con mi arma salpicando el suelo de sangre. Y sin esperar a que el resto reaccionara, me lancé hacia delante con una risa maníaca. Otro cayó siendo puñalado en la cabeza y cayendo encima de unas cajas, que dejaron escapar unas cuantas joyas. Pronto, los empleados de la subasta ya estaban en guardia. Y la gente que había comenzado a venir gritaban y se iban. El gorila con la cara de culo de antes entró. Y con una mirada de rabia, vino corriendo hacia mí. Su puñetazo me atravesó.
- Je, lo bueno de esta fruta es que ataques de novatos no me hacen nada - Reí confiada.
Sin embargo, el hombre me devolvió la sonrisa y su puño brilló por un instante. Esta vez, me comí un derechazo que dolía como el infierno.
- Ustedes los logia nunca aprenden. El haki es superior a todo y os confiáis demasiado - Bufó el puertas.
Michaela Albás
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La desidia de la mujer no le era ajena. De no ser por la subasta, también ella estaría bastante aburrida. Y desde luego prefería estar paseando por los corredores o viendo las diferentes cajas en el [i]backstage[i] a estar tirada en la roñosa cafetería de antes durante tres o cuatro horas.
Tardó un rato en darse cuenta de que había habido un malentendido. Debió haberse dado cuenta también de que a quien llevaba al lado no era precisamente alguien… estable. ¿Cosas de piratas, tal vez? Lo desconocía. En lugar de apartarse, cuando le habló con voz tenue se inclinó hacia Blaise, para oírla mejor. Podía notar la tensión que la recorría y dadas las circunstancias debería haber imaginado a qué se debía. Pero había ignorado que pudiera haber ningún problema y ahora debía lidiar con las consecuencias.
Se apartó, eso sí, cuando sacó la lanza, para dejarle campo abierto y asimilar lo que acababa de decirle. ¿Recuperar sus pingüinos? Debía de haberse explicado mal, pero ya era tarde para corregir el error. Tampoco es que fuera el quid de la cuestión, exactamente. La mujer saltó hacia delante y en cuestión de segundos todo se volvió un baño de sangre. Michaela se hizo a un lado y contempló la escena con disimulo, curiosa. No tenía costumbre de pelear, no de forma tan agresiva, y el combate de esa mujer le resultaba ajeno e interesante.
Había sido esclava, decía. Reprimió una risa. No la culpaba por el exceso de energía. Se preguntó si de haberlo sabido se habría ahorrado el llevarla ahí, pero estaba casi segura de que lo habría hecho igual, solo por ver qué sucedía. Los cadáveres empezaron a amontonarse a su alrededor hasta que, de repente, Michaela vio a Crawford llegar a la escena. Fue inteligente y en lugar de ir a intentar detener a la mujer, fue directamente con su Señora. Michaela le habló en voz baja, camuflada por los sonidos de la pelea.
-Aparta el cargamento. La subasta proseguirá con naturalidad una vez esto termine, pero no queremos que se dañen por error. Identifica también a los caídos y hazte con algunas de sus cargas. Ellos ya no van a necesitarlas. Deja un par en la habitación de al lado; la pirata merece una victoria.
Crawford asintió y se marchó al tiempo que el enorme segurata reaparecía en escena. Michaela echó un último vistazo a los cadáveres. Creía ver ahí a un mercader de esclavos. Quizá dos, aunque la sangre dificultaba identificarlo. Crawford le haría caso y gracias a la inesperada intervención de la mujer, ella iba a ganar más dinero del que esperaba.
Ahora solo había un obstáculo.
Se acercó a tiempo para ver cómo el puñetazo del hombre traspasaba a la pirata. Y como el segundo se lo encajaba, tan rápido que por un momento creyó habérselo imaginado. Pero entonces el hombre habló con términos que Michaela desconocía y le hizo sacar sus alfanjes. Calibró la situación. Crawford había cerrado las puertas y estaban solas con el hombre de seguridad. Si le mataban, podían girar la historia a su favor. Decir que la pelea se inició antes de que ellas llegaran y culpar a uno de los traficantes. No habría delito sin pruebas y Blaise podría liberar a los esclavos que Crawford habría apartado en la habitación de al lado. Solo tenían que tumbar a ese hombre. Alzó su arma y le apuntó al cuello.
-Desconozco lo que es un logia, o un haki, pero le conviene rendirse. Este filo no distingue, solo mata.
Tardó un rato en darse cuenta de que había habido un malentendido. Debió haberse dado cuenta también de que a quien llevaba al lado no era precisamente alguien… estable. ¿Cosas de piratas, tal vez? Lo desconocía. En lugar de apartarse, cuando le habló con voz tenue se inclinó hacia Blaise, para oírla mejor. Podía notar la tensión que la recorría y dadas las circunstancias debería haber imaginado a qué se debía. Pero había ignorado que pudiera haber ningún problema y ahora debía lidiar con las consecuencias.
Se apartó, eso sí, cuando sacó la lanza, para dejarle campo abierto y asimilar lo que acababa de decirle. ¿Recuperar sus pingüinos? Debía de haberse explicado mal, pero ya era tarde para corregir el error. Tampoco es que fuera el quid de la cuestión, exactamente. La mujer saltó hacia delante y en cuestión de segundos todo se volvió un baño de sangre. Michaela se hizo a un lado y contempló la escena con disimulo, curiosa. No tenía costumbre de pelear, no de forma tan agresiva, y el combate de esa mujer le resultaba ajeno e interesante.
Había sido esclava, decía. Reprimió una risa. No la culpaba por el exceso de energía. Se preguntó si de haberlo sabido se habría ahorrado el llevarla ahí, pero estaba casi segura de que lo habría hecho igual, solo por ver qué sucedía. Los cadáveres empezaron a amontonarse a su alrededor hasta que, de repente, Michaela vio a Crawford llegar a la escena. Fue inteligente y en lugar de ir a intentar detener a la mujer, fue directamente con su Señora. Michaela le habló en voz baja, camuflada por los sonidos de la pelea.
-Aparta el cargamento. La subasta proseguirá con naturalidad una vez esto termine, pero no queremos que se dañen por error. Identifica también a los caídos y hazte con algunas de sus cargas. Ellos ya no van a necesitarlas. Deja un par en la habitación de al lado; la pirata merece una victoria.
Crawford asintió y se marchó al tiempo que el enorme segurata reaparecía en escena. Michaela echó un último vistazo a los cadáveres. Creía ver ahí a un mercader de esclavos. Quizá dos, aunque la sangre dificultaba identificarlo. Crawford le haría caso y gracias a la inesperada intervención de la mujer, ella iba a ganar más dinero del que esperaba.
Ahora solo había un obstáculo.
Se acercó a tiempo para ver cómo el puñetazo del hombre traspasaba a la pirata. Y como el segundo se lo encajaba, tan rápido que por un momento creyó habérselo imaginado. Pero entonces el hombre habló con términos que Michaela desconocía y le hizo sacar sus alfanjes. Calibró la situación. Crawford había cerrado las puertas y estaban solas con el hombre de seguridad. Si le mataban, podían girar la historia a su favor. Decir que la pelea se inició antes de que ellas llegaran y culpar a uno de los traficantes. No habría delito sin pruebas y Blaise podría liberar a los esclavos que Crawford habría apartado en la habitación de al lado. Solo tenían que tumbar a ese hombre. Alzó su arma y le apuntó al cuello.
-Desconozco lo que es un logia, o un haki, pero le conviene rendirse. Este filo no distingue, solo mata.
Blaise Richthofen
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Los esclavistas cayeron como hojas en otoño, el olor a sangre era intenso. Y allí estaba yo dándome de hostias contra un gorila capullo que, por lo visto, usaba haki. ¿Por qué cojones siempre tenían que aparecer putos gilipollas que supieran usar haki? Pero aquello no iba a detenerme. ¿Por un puñetazo con ambición? Por favor, el caballero de Pucci me hizo más daño que este aficionado. Pero era bueno. Con él, podría probar a despertar lo que más me jodía. O esa era mi intención. Porque la tal Albás se puso detrás del hombre, amenazándolo con su arma por la espalda. Sin embargo, el hombre sonrió. Por un momento, pareció que la parte de arriba de su cuerpo brillaba como el metal. Ignoró a la mujer y me miró con una mirada lupina.
- Después vas tú, encanto. Tu arma probablemente rebote, a no ser que tengas haki también - Le dio la espalda, confiado en sus habilidades.
Je, era un creído. Había visto muchos como este. Al final acaban besando el suelo de una forma u otra. Si yo no podría con él, al menos le cansaría lo suficiente como para que mi acompañante le diera el golpe de gracia. El hombre vino hacia mí, corriendo con el puño en alto. Sin echarme atrás, respondí de la misma manera. Cerré mi puño con fuerza. Imaginé que mi extremidad era como un martillo, capaz de mellar un metal duro. Ambos chocamos los puños en nuestras caras. Pero ninguno iba a ceder. Una sucesión de golpes prosiguió. Restos de sangre y sudor, volaban al piso. No iba a dejar que un simple segurata me derrotara. Apretando mis puños y sumergiéndome en un arrebato de ira, volví a imaginarme que mi mano era un arma. Capaz de atravesar armaduras. Por un momento, creí notar como mi mano brillaba. Y sentí un cosquilleo como el que sentí en Pucci. Sin pensarlo dos veces, lancé un puñetazo acompañado con un grito de ira. Me iba a volver más fuerte. Tanto para cumplir mi venganza como para volverme alguien temible en los mares. Esa era mi ambición. Y pasaría por encima de cualquiera para lograrlo.
El puñetazo alcanzó el pecho del hombre. Este, hizo un gesto de dolor en su cara pero también de sorpresa. Parece que había funcionado. Pero no iba a parar ahí. Sintiendo lo mismo que hacía un momento, proseguí la lluvia de golpes. Cada hostia sentía un cosquilleo y como mi mano adoptaba un brillo tenue cada vez. El hombre acabó en el suelo. Echando sangre por su boca. Sin embargo, tenía un brillo aún en sus ojos. Podría levantarse y seguir en cualquier momento. Yo estaba cansada. Gracias al gorila que me había servido como saco de boxeo, estaba más calmada ahora.
- Si quieres... puedes matarlo o haz lo que quieras con él. Parece que está recuperando el aliento. Como si quieres hacerlo tu mascota. Dejo su destino en tus manos - Terminé de decir expulsando sangre por la nariz.
En mi búsqueda de los esclavos, los encontré reunidos en una habitación. Parecía que durante la pelea, un hombre había reunido a varios. Además de ir apartando mercancías. Probablemente estaba con Albás. Me daba igual. Busqué entre los cadáveres las llaves de los grilletes. Los ojos de los esclavos brillaban con esperanza y gratitud después de ir quitándoles sus cadenas. Tanto brillo me cegaba. Odiaba que me miraran así. No los hacía por ellos. Sino por mí misma.
Me senté sobre una caja y me dispuse a respirar un poco. Me preguntaba que iba a hacer la mujer. ¿Dejaría vivo al gorila o lo mataría?
- Después vas tú, encanto. Tu arma probablemente rebote, a no ser que tengas haki también - Le dio la espalda, confiado en sus habilidades.
Je, era un creído. Había visto muchos como este. Al final acaban besando el suelo de una forma u otra. Si yo no podría con él, al menos le cansaría lo suficiente como para que mi acompañante le diera el golpe de gracia. El hombre vino hacia mí, corriendo con el puño en alto. Sin echarme atrás, respondí de la misma manera. Cerré mi puño con fuerza. Imaginé que mi extremidad era como un martillo, capaz de mellar un metal duro. Ambos chocamos los puños en nuestras caras. Pero ninguno iba a ceder. Una sucesión de golpes prosiguió. Restos de sangre y sudor, volaban al piso. No iba a dejar que un simple segurata me derrotara. Apretando mis puños y sumergiéndome en un arrebato de ira, volví a imaginarme que mi mano era un arma. Capaz de atravesar armaduras. Por un momento, creí notar como mi mano brillaba. Y sentí un cosquilleo como el que sentí en Pucci. Sin pensarlo dos veces, lancé un puñetazo acompañado con un grito de ira. Me iba a volver más fuerte. Tanto para cumplir mi venganza como para volverme alguien temible en los mares. Esa era mi ambición. Y pasaría por encima de cualquiera para lograrlo.
El puñetazo alcanzó el pecho del hombre. Este, hizo un gesto de dolor en su cara pero también de sorpresa. Parece que había funcionado. Pero no iba a parar ahí. Sintiendo lo mismo que hacía un momento, proseguí la lluvia de golpes. Cada hostia sentía un cosquilleo y como mi mano adoptaba un brillo tenue cada vez. El hombre acabó en el suelo. Echando sangre por su boca. Sin embargo, tenía un brillo aún en sus ojos. Podría levantarse y seguir en cualquier momento. Yo estaba cansada. Gracias al gorila que me había servido como saco de boxeo, estaba más calmada ahora.
- Si quieres... puedes matarlo o haz lo que quieras con él. Parece que está recuperando el aliento. Como si quieres hacerlo tu mascota. Dejo su destino en tus manos - Terminé de decir expulsando sangre por la nariz.
En mi búsqueda de los esclavos, los encontré reunidos en una habitación. Parecía que durante la pelea, un hombre había reunido a varios. Además de ir apartando mercancías. Probablemente estaba con Albás. Me daba igual. Busqué entre los cadáveres las llaves de los grilletes. Los ojos de los esclavos brillaban con esperanza y gratitud después de ir quitándoles sus cadenas. Tanto brillo me cegaba. Odiaba que me miraran así. No los hacía por ellos. Sino por mí misma.
Me senté sobre una caja y me dispuse a respirar un poco. Me preguntaba que iba a hacer la mujer. ¿Dejaría vivo al gorila o lo mataría?
Michaela Albás
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Logró atraer la atención del guardia, pero echó un vistazo a sus armas y procedió a ignorarle. Michaela sintió cómo su orgullo se retorcía y ella se llenaba de asco. ¿Qué su filo rebotaría a no ser que tuviera haki? ¿Qué era eso de lo que hablaba? Le observó mejor, confiada en que tenía su atención puesta en la pirata. Por algún motivo, la parte superior de su cuerpo tenía un brillo extraño. ¿Era eso ese haki? Frunció el ceño, confusa. No sabía si era cosa de magia, de la estirpe del hombre o alguna extraña técnica de combate. Desde donde estaba ella, más bien parecía una enfermedad.
Entonces, de improviso, el puño de la pirata empezó a brillar también y cuando se estrelló contra el segurata él la miró con sorpresa. No podía ser. ¿De verdad se había creído que todos sus ataques rebotarían, solo porque uno lo había hecho antes? Muy seguro tenía que estar de sí mismo para dejarse tan expuesto; le había pasado factura. Por otro lado, también el puño de Blaise había brillado, por un momento. ¿Y si de verdad era una técnica? Se miró sus propias manos. ¿Podría cualquiera aprenderla? La pirata parecía acabar de descubrirla. Tenía que preguntarle, en cuanto se libraran del hombre. Podía resultar un poder de gran utilidad.
No tuvo que esperar mucho. Tan pronto el primero acertó, Blaise acometió con un segundo, y un tercero. En lugar de parar a regodearse en su victoria, no cejó en ella hasta que el hombre acabó en el suelo, sangrando por la boca. Michaela se acercó y agachándose le puso dos dedos en el cuello. Todavía tenía pulso, pero muy débil. No perdió el tiempo y con uno de sus alfanjes, le cortó limpiamente el cuello. Lo limpió en sus ropas, antes de guardarlo de nuevo.
-Por lo que a mí respecta, lo han matado esos dos.- Dijo, señalando con un cabezazo a los esclavistas que había matado antes.- Rencillas de avaros. En medio de la pelea, esos… presos, hacia los que te diriges, escaparon. No cuestionarán mi palabra. Y de esa manera podrás salir de esta isla sin que nadie te cause más problemas.
Omitió decirle que para ella también resultaba un negocio lucrativo. Los que había en esa sala no eran todos los esclavos de la subasta, ni mucho menos. La parte que Crawford había apartado sería vendida esa misma noche junto a sus pingüinos y el resto de mercancías de los demás traficantes, porque el bajo mundo no iba a detenerse por una minucia como eran unos esclavistas y un guardia muertos. Pero tampoco tenía por qué decirle eso.
Los esclavos se quedaron unos momentos, quizá esperando dirección, pero cuando Blaise los ignoró y fue a sentarse se apresuraron a largarse corriendo. Michaela se acercó, llena de preguntas y algún que otro recelo.
-Eres una buena combatiente.- le dijo con amabilidad.- Has utilizado algo que hasta ahora me era totalmente desconocido. ¿Qué es ese haki, en qué consiste? Aquel desgraciado parecía ufano y convencido de que solo él sabía utilizarlo. En cuanto vio cómo lo dominabas, se llenó de terror.
Y había hecho bien, porque su vida se había acabado por ese despiste. Sin duda era un poder temible y por ello, Michaela quería aprenderlo.
Entonces, de improviso, el puño de la pirata empezó a brillar también y cuando se estrelló contra el segurata él la miró con sorpresa. No podía ser. ¿De verdad se había creído que todos sus ataques rebotarían, solo porque uno lo había hecho antes? Muy seguro tenía que estar de sí mismo para dejarse tan expuesto; le había pasado factura. Por otro lado, también el puño de Blaise había brillado, por un momento. ¿Y si de verdad era una técnica? Se miró sus propias manos. ¿Podría cualquiera aprenderla? La pirata parecía acabar de descubrirla. Tenía que preguntarle, en cuanto se libraran del hombre. Podía resultar un poder de gran utilidad.
No tuvo que esperar mucho. Tan pronto el primero acertó, Blaise acometió con un segundo, y un tercero. En lugar de parar a regodearse en su victoria, no cejó en ella hasta que el hombre acabó en el suelo, sangrando por la boca. Michaela se acercó y agachándose le puso dos dedos en el cuello. Todavía tenía pulso, pero muy débil. No perdió el tiempo y con uno de sus alfanjes, le cortó limpiamente el cuello. Lo limpió en sus ropas, antes de guardarlo de nuevo.
-Por lo que a mí respecta, lo han matado esos dos.- Dijo, señalando con un cabezazo a los esclavistas que había matado antes.- Rencillas de avaros. En medio de la pelea, esos… presos, hacia los que te diriges, escaparon. No cuestionarán mi palabra. Y de esa manera podrás salir de esta isla sin que nadie te cause más problemas.
Omitió decirle que para ella también resultaba un negocio lucrativo. Los que había en esa sala no eran todos los esclavos de la subasta, ni mucho menos. La parte que Crawford había apartado sería vendida esa misma noche junto a sus pingüinos y el resto de mercancías de los demás traficantes, porque el bajo mundo no iba a detenerse por una minucia como eran unos esclavistas y un guardia muertos. Pero tampoco tenía por qué decirle eso.
Los esclavos se quedaron unos momentos, quizá esperando dirección, pero cuando Blaise los ignoró y fue a sentarse se apresuraron a largarse corriendo. Michaela se acercó, llena de preguntas y algún que otro recelo.
-Eres una buena combatiente.- le dijo con amabilidad.- Has utilizado algo que hasta ahora me era totalmente desconocido. ¿Qué es ese haki, en qué consiste? Aquel desgraciado parecía ufano y convencido de que solo él sabía utilizarlo. En cuanto vio cómo lo dominabas, se llenó de terror.
Y había hecho bien, porque su vida se había acabado por ese despiste. Sin duda era un poder temible y por ello, Michaela quería aprenderlo.
Blaise Richthofen
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Me quedé observando como los esclavos huían, aprovechando la oportunidad. Mi trabajo estaba hecho y mi orgullo quedaba intacto. No era la primera ni será la última vez que libere a un grupo de esclavos. Quizás hasta la gente comience a hablar de mí en ese sentido. Me importaba una mierda. De hecho, era hasta mejor. Así conseguía labrarme un nombre y que la gente ya contaran rumores de mis acciones. Había que comenzar por lo bajo. Pero era un comienzo. Fumé otro cigarro. Dando una buena bocanada sintiéndome relajada. Vi como la señorita Albás decidió cobrarse la vida del gorila. No esperaba menos. Intentando ver las cosas a sus ojos, era un testigo menos. Y así fue como me lo dejó confirmado. Que hubo una reyerta y todos acabaron muertos por asuntos de negocios.
- Se lo agradezco, aunque recuperando el aliento podría con otro de esos grandotes - Dije riendo con una carcajada enseñando los colmillos - Para ser más fuerte necesito retos físicos. ¿Sabe qué? Tiene algo que me agrada. No me gustan los humanos por asuntos del pasado que ya intuye, pero usted tiene un no sequé que hace que me de igual su raza -
La mujer se acercó. Parecía tener curiosidad sobre lo que acababa de pasar durante el combate. ¿Qué podía decirle? Era algo que se experimentaba con la lucha. O eso le había dejado caer el caballero contra el que se enfrentó en Pucci. Realmente sabía poco. Solo que era algo que estaba latente en todos nosotros y se despertaba luchando o en momentos de tensión.
- Gracias, fui instruida en combate por la Revolución. Tuvimos nuestras diferencias y acabé siendo pirata. Nuestros métodos de actuar no eran... - Contemplé a los cadáveres que yacían en el suelo - Muy compatibles que digamos. Respecto a lo del haki. Se poco. Me enfrenté a un caballero que era un guardaespaldas de un noble y por lo visto, es algo que está dentro de nosotros. Una especie de energía. Este caballero podía imbuir esta energía tanto en su cuerpo como en su arma para potenciar sus ataques -
Tomé una breve pausa, mirando mi mano. Recordando el brillo de antes. Intentando que esa imagen y sensación se quedaran presas en mi memoria.
- Ese cabrón era duro y casi muero pero estuve a punto de matarlo de no ser por una mocosa que se entrometió - Tiré el tabaco y lo pisé con desdén - Esta energía se puede liberar durante momentos de tensión o entrenando. Ya pudo observar durante la pelea. Las emociones fuertes ayudan. También durante la pelea me dio la sensación de que podía ver imágenes muy momentáneas de lo que iba a suceder. Pero de eso ya no tengo idea -
Y decía la verdad. Sabía muy poco. Solo como se llamaba esa energía y algún que otro método para poder acceder a ella.
- Bueno, creo que descansaré un poco más y partiré. A ver que me puede ofrecer mi siguiente destino. Si algún día necesita de alguien que le haga un trabajo, soy fácil de localizar. Posiblemente esté en la taberna más cercana buscando sacos de boxeo - Y no era mentira, cuando me aburría podía buscar gresca donde fuera.
- Se lo agradezco, aunque recuperando el aliento podría con otro de esos grandotes - Dije riendo con una carcajada enseñando los colmillos - Para ser más fuerte necesito retos físicos. ¿Sabe qué? Tiene algo que me agrada. No me gustan los humanos por asuntos del pasado que ya intuye, pero usted tiene un no sequé que hace que me de igual su raza -
La mujer se acercó. Parecía tener curiosidad sobre lo que acababa de pasar durante el combate. ¿Qué podía decirle? Era algo que se experimentaba con la lucha. O eso le había dejado caer el caballero contra el que se enfrentó en Pucci. Realmente sabía poco. Solo que era algo que estaba latente en todos nosotros y se despertaba luchando o en momentos de tensión.
- Gracias, fui instruida en combate por la Revolución. Tuvimos nuestras diferencias y acabé siendo pirata. Nuestros métodos de actuar no eran... - Contemplé a los cadáveres que yacían en el suelo - Muy compatibles que digamos. Respecto a lo del haki. Se poco. Me enfrenté a un caballero que era un guardaespaldas de un noble y por lo visto, es algo que está dentro de nosotros. Una especie de energía. Este caballero podía imbuir esta energía tanto en su cuerpo como en su arma para potenciar sus ataques -
Tomé una breve pausa, mirando mi mano. Recordando el brillo de antes. Intentando que esa imagen y sensación se quedaran presas en mi memoria.
- Ese cabrón era duro y casi muero pero estuve a punto de matarlo de no ser por una mocosa que se entrometió - Tiré el tabaco y lo pisé con desdén - Esta energía se puede liberar durante momentos de tensión o entrenando. Ya pudo observar durante la pelea. Las emociones fuertes ayudan. También durante la pelea me dio la sensación de que podía ver imágenes muy momentáneas de lo que iba a suceder. Pero de eso ya no tengo idea -
Y decía la verdad. Sabía muy poco. Solo como se llamaba esa energía y algún que otro método para poder acceder a ella.
- Bueno, creo que descansaré un poco más y partiré. A ver que me puede ofrecer mi siguiente destino. Si algún día necesita de alguien que le haga un trabajo, soy fácil de localizar. Posiblemente esté en la taberna más cercana buscando sacos de boxeo - Y no era mentira, cuando me aburría podía buscar gresca donde fuera.
Michaela Albás
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La mujer continuaba fumando, pero tras ya varios cigarrillos Michaela notó que empezaba a acostumbrarse al olor. Le sonrió, apoyándose cerca de ella en unas enormes cajas de mercancía. Podían tomarse su tiempo. La subasta empezaría en una hora, más o menos, y aún faltaba un rato hasta que la gente comenzara a llegar a la parte trasera. Lo más probable era que se retrasara un poco a causa de los cadáveres, pero eso le era indiferente.
Michaela escuchó lo que le dijo la pirata, pero tardó unos segundos en procesarlo. Sus ojos se abrieron un poco y su postura se hizo un poco más rígida. Fue un cambio apenas perceptible y ella disimuló bien su sorpresa, pero en realidad se sentía cauta. ¿Decía que no le gustaban… los humanos? Pero en ese caso, ¿qué era ella? Notaba ahora sus colmillos, pero al mirarla con cuidado para no resultar exagerada no pudo encontrar nada que denotara otra raza. No parecía del pueblo medio animal, ni tampoco se asemejaba a las sirenas que había visto. ¿Qué era?
Sabía que era mala idea preguntar, así que en su lugar apretó un poco los labios y aceptó el cumplido. La situación le extrañaba, pero debía coincidir con ella. Sin duda, la pirata también le agradaba. Le gustaba su fuerza y su decisión.
-Lo cierto es que no he tenido ocasión de intercambiar impresiones con ningún revolucionario.- Dijo con cautela.- Pero por lo que cuentan, siempre me pareció que sus métodos pecaban de demasiado sentimentalistas. Pocos resultados, muchas quejas.
Imaginaba que el desacuerdo de la mujer tenía tintes parecidos, a juzgar por la mirada que había echado al cadáver. No se lo reprochaba. Tampoco ella tenía mucha paciencia para las cruzadas ajenas.
La criminal escuchó con interés lo que relataba la mujer. Así que una energía. Se miró sus propias manos. Una energía interior, que podía utilizarse para ganar potencia… y poder. Intentó concentrarse, pero nada pasó. De todas formas, ahora estaba un poco más segura de lo que había visto. Era terriblemente ajeno, pero fascinante.
Anotó mentalmente el nombre de la mujer y le ofreció la mano nuevamente, para despedirse. No sabía si alguna vez necesitaría sus servicios, pero le alegraba el ofrecimiento.
-Lo mismo digo. Si alguna vez se mete en líos demasiado profundos, pregunte por mí. No le quepa duda que pronto cualquier rata de los bajos fondos podrá decirle dónde encontrarme.
Se fue, y Michaela fue a buscar a Crawford. Le puso al día, avisaron a los organizadores de la subasta y compartieron su versión de los hechos. No le creyeron, pero tampoco había forma de comprobar lo que había sucedido. El espacio se limpió y, aunque algo más tarde, la subasta siguió adelante. Michaela logró vender los pingüinos, dos humanos y… un mink. Todo seres que Crawford había apartado en su momento. Le observó en la jaula, asustado, con curiosidad, hasta que fue su turno. No le agradaban esas criaturas. Parecían fruto de una unión prohibida, antinatural. Tampoco creía que fueran los mejores sirvientes, en realidad. No entendía cómo nadie podía querer tener uno de esos alrededor todo el día.
De todas formas, era innegable que pagaban bien por ellos.
Michaela escuchó lo que le dijo la pirata, pero tardó unos segundos en procesarlo. Sus ojos se abrieron un poco y su postura se hizo un poco más rígida. Fue un cambio apenas perceptible y ella disimuló bien su sorpresa, pero en realidad se sentía cauta. ¿Decía que no le gustaban… los humanos? Pero en ese caso, ¿qué era ella? Notaba ahora sus colmillos, pero al mirarla con cuidado para no resultar exagerada no pudo encontrar nada que denotara otra raza. No parecía del pueblo medio animal, ni tampoco se asemejaba a las sirenas que había visto. ¿Qué era?
Sabía que era mala idea preguntar, así que en su lugar apretó un poco los labios y aceptó el cumplido. La situación le extrañaba, pero debía coincidir con ella. Sin duda, la pirata también le agradaba. Le gustaba su fuerza y su decisión.
-Lo cierto es que no he tenido ocasión de intercambiar impresiones con ningún revolucionario.- Dijo con cautela.- Pero por lo que cuentan, siempre me pareció que sus métodos pecaban de demasiado sentimentalistas. Pocos resultados, muchas quejas.
Imaginaba que el desacuerdo de la mujer tenía tintes parecidos, a juzgar por la mirada que había echado al cadáver. No se lo reprochaba. Tampoco ella tenía mucha paciencia para las cruzadas ajenas.
La criminal escuchó con interés lo que relataba la mujer. Así que una energía. Se miró sus propias manos. Una energía interior, que podía utilizarse para ganar potencia… y poder. Intentó concentrarse, pero nada pasó. De todas formas, ahora estaba un poco más segura de lo que había visto. Era terriblemente ajeno, pero fascinante.
Anotó mentalmente el nombre de la mujer y le ofreció la mano nuevamente, para despedirse. No sabía si alguna vez necesitaría sus servicios, pero le alegraba el ofrecimiento.
-Lo mismo digo. Si alguna vez se mete en líos demasiado profundos, pregunte por mí. No le quepa duda que pronto cualquier rata de los bajos fondos podrá decirle dónde encontrarme.
Se fue, y Michaela fue a buscar a Crawford. Le puso al día, avisaron a los organizadores de la subasta y compartieron su versión de los hechos. No le creyeron, pero tampoco había forma de comprobar lo que había sucedido. El espacio se limpió y, aunque algo más tarde, la subasta siguió adelante. Michaela logró vender los pingüinos, dos humanos y… un mink. Todo seres que Crawford había apartado en su momento. Le observó en la jaula, asustado, con curiosidad, hasta que fue su turno. No le agradaban esas criaturas. Parecían fruto de una unión prohibida, antinatural. Tampoco creía que fueran los mejores sirvientes, en realidad. No entendía cómo nadie podía querer tener uno de esos alrededor todo el día.
De todas formas, era innegable que pagaban bien por ellos.
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