Vanko
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Saberes
Akuma no mi
Varios
Mens sana in corpore sano
Mi infancia floreció en el seno de un mundo de secretos. Mi madre, una figura enigmática de ojos llenos de preocupación y ternura, me crió lejos de las miradas curiosas, huyendo del peligro que siempre parecía acecharnos. Sus ojos, ventanas a un pasado enigmático y turbulento, reflejaban el peso de los secretos que cargaba sobre sus hombros.
Las noches en nuestra isla remota del West Blue eran momento de relax y paz junto a mi madre. Sentados en la tenue luz de una fogata siempre me contaba cuentos de islas paradisíacas, con grandes edificios de roca y calles atestadas de personas dejándome con un nudo en el estómago y una insaciable necesidad de respuestas. La brisa salada del mar susurraba misterios en mis oídos mientras ella hablaba.
Nuestra vida transcurría en esa isla salvaje, un lugar donde la naturaleza rugía con ferocidad y la vegetación ocultaba secretos tan profundos como los nuestros. En medio de ese paraíso salvaje, mi madre y yo vivíamos una existencia de constante precaución. Nuestro hogar era una choza de ramas y hojas, camuflada entre el denso follaje, un refugio que nos brindaba la seguridad necesaria para sobrevivir.
Los días pasaban lentamente, marcados por la rutina de la supervivencia. Mi madre, una maestra en ese arte, me enseñaba a identificar las plantas comestibles y a cazar pequeñas presas para nuestra alimentación. Su destreza en el arte de la supervivencia era asombrosa, y cada día aprendía algo nuevo. Pero, a pesar de sus habilidades, siempre parecía inquieta, como si estuviera esperando que algo nos emboscase.
Mientras crecía, también me inculcó el amor por la historia y la curiosidad por el pasado. Me contaba que los antiguos habitantes de los mares habían dejado misteriosos artefactos esparcidos por el mundo y ruinas ocultas en las profundidades de muchas islas. Cada relato era una ventana a un exterior olvidado que ansiaba explorar.
A medida que pasaban los años, mi madre me reveló fragmentos de su propia historia, un rompecabezas que aún no había conseguido completar. Me hablaba de su juventud en una lejana isla del grand line, una vida que parecía pertenecer a otra persona. Había huido de esa ciudad en busca de un refugio seguro, llevándome consigo a esta isla remota. Según ella, las razones de su huida y los peligros que dejó atrás eran los mismos que nuestros antepasados llevaban evitando años. La persecución y la caza tras un genocidio que el gobierno mundial aun no había reparado.
Nuestra relación era única, forjada en el aislamiento y la dependencia mutua. Éramos madre e hijo, pero también éramos compañeros de supervivencia, yo casi no podía aportar, pero sentía que cada día que pasaba era un día mas cerca de ser la mejor versión de mi mismo. Siempre sentí que había más por descubrir en su mirada penetrante, en las palabras no dichas que flotaban entre nosotros, pero respeté su espacio.
A medida que crecía, mi deseo de respuestas se volvía más urgente. Los secretos de mi madre eran como sombras que oscurecían mi camino, y yo ansiaba la luz que arrojaría sobre ellos. Sin embargo, también temía lo que podría descubrir. ¿Podría nuestra relación soportar la verdad? ¿Estaba preparado para enfrentar los demonios de su pasado?
Una tarde, regresé a nuestra choza de recolectar bayas antes que mi madre. La jungla se sumía en la penumbra, y yo, buscando una venda para tapar un pequeño corte en mi mano, exploré el baúl en busca de suministros. Mis dedos tropezaron con algo inesperado, algo que cambiaría el curso de nuestra historia.
Retiré con cuidado un par de hojas secas y hallé un compartimento secreto en el baúl. En su interior, reposaba una vieja libreta con páginas amarillentas. Mis manos temblaban mientras la tomaba, como si ya intuyera la importancia de aquel hallazgo.
La portada del diario era desgastada, pero aún se podía distinguir la caligrafía elegante de mi madre. El simple acto de sostenerlo me inundó de emoción y anticipación. Esta era mi oportunidad de desvelar los misterios que tanto me habían atormentado.
Sin perder un segundo, me senté en un rincón oscuro de la choza, la única fuente de luz proveniente de una vela titilante. Abrí el diario con manos temblorosas y comencé a devorar las páginas con avidez, como si estuviera consumiendo el pasado mismo.
Cada palabra escrita por mi madre me arrastraba a su mundo, a sus pensamientos más profundos y a los recuerdos que habían atormentado su alma durante años. Sus relatos me transportaron a un lugar marcado por la corrupción y la violencia, un lugar del que había huido para protegerme de la esclavitud, una amenaza que se extendía mucho más allá de nuestra isla.
Las revelaciones en el diario eran como una tormenta que azotaba mi mente. Sentimientos encontrados se apoderaron de mí; admiración por la valentía de mi madre se mezclaba con la furia hacia un mundo que nos veía como mercancía. Ahora, comprendía por qué siempre había vivido en alerta, por qué cada noche velaba por nuestra seguridad con ojos vigilantes. Mi madre había sacrificado su propia libertad para asegurarme una vida segura en esta isla, y nunca había dejado de luchar por nuestra supervivencia.
Cuando finalmente confronté a mi madre con el contenido del diario, sus ojos, llenos de lágrimas, reflejaron una mezcla de emociones. Había guardado esos secretos durante tanto tiempo, protegiéndome de un mundo oscuro que siempre había estado al acecho. Pero ahora, ambos estábamos listos para enfrentar la verdad juntos.
"Madre..." murmuré, con la voz cargada de emoción, mientras sostenía el diario en mis manos. "He encontrado esto, y he leído todo."
Ella se sentó frente a mí, sus ojos encontrando los míos en una mezcla de tristeza y alivio. "Vanko," susurró, "sabía que llegaría el momento en que descubrieras la verdad. No he querido ocultarte nada, pero temía que no estuvieras preparado."
"Estoy preparado, madre," respondí con determinación. "Quiero saber más sobre nuestro pasado y por qué vivimos en esta isla."
Mi madre asintió con tristeza. "Nuestra historia es complicada, llena de tragedias y secretos que deben ser revelados. Te contaré todo, hijo mío. Es hora de que conozcas la verdad que hemos mantenido oculta durante tanto tiempo."
Y así conversamos durante largas horas, interrumpidos solo por la llamada de la naturaleza o para beber agua, y tras varias horas de charla, con las lágrimas corriendo cual ríos en los rostros de ambos nos abrazamos de esa forma que solo un hijo y una madre saben hacerlo.
A partir de ese día, nuestra relación se fortaleció aún más. Nos convertimos en aliados inquebrantables, dispuestos a enfrentar cualquier desafío que el mundo pudiera arrojarnos. A medida que la verdad emergía, encontramos una sensación de liberación que nunca habíamos experimentado antes.
Mi madre, una vez una figura misteriosa que escondía secretos profundos, se convirtió en mi confidente más cercana, en la persona a la que podía confiarle todo. Nuestra isla salvaje ya no era solo un refugio, sino un lugar donde habíamos enfrentado nuestros demonios y habíamos encontrado la paz.
En última instancia, mi infancia floreció en el seno de un mundo de secretos, pero también floreció en el amor y la comprensión que compartí con mi madre. Nuestra historia era una historia de supervivencia, valentía y la búsqueda de la verdad, una historia que me marcó para siempre y me enseñó la importancia de mantenerse firme en la búsqueda de respuestas, incluso cuando el camino está lleno de sombras.
La isla, con su belleza inquietante, se asemejaba a una majestuosa pintura al óleo, donde los verdes de la exuberante vegetación se entrelazaban con los grises de las rocas erosionadas y los marrones de la tierra cruda. Cada rincón de aquel paraíso inhóspito era un cuadro viviente, un lienzo donde la naturaleza desplegaba su paleta de colores en una danza eterna. La húmeda brisa, como un susurro ancestral, nos acariciaba con fuerza, transmitiéndonos historias antiguas de marineros perdidos y tesoros olvidados que yacían ocultos en las profundidades del océano. Pero, más allá de la belleza superficial, yo comprendía que el mundo exterior era un lugar oscuro y peligroso para aquellos como nosotros, seres marcados por le simple hecho de ser diferentes, simplemente por nuestra raza.
Mi madre, con su melena plateada que ondeaba al viento, sus grandes alas azabache que parecían extenderse hasta tocar el cielo, su tez morena curtida por años de supervivencia en este entorno implacable, y sus ojos rojos como el rubí, era toda ella un símbolo inconfundible de nuestro linaje ancestral, se convirtió en mi guía en este mundo hostil. Desde mis primeros recuerdos, ella había sido mi ancla en medio de la tormenta, la voz que me susurraba palabras de sabiduría en las noches oscuras de la jungla.
A medida que crecía, ella me transmitía no solo la herencia de nuestra sangre, en una cálida tarde, mientras caminábamos por la orilla del mar, mi madre y yo nos sumergimos en una conversación profunda sobre nuestras raíces y el destino de los Lunarios.
"Vanko," comenzó mi madre, su voz suave como el susurro del viento en las hojas, "nuestra historia es larga y complicada. Somos los guardianes de un conocimiento antiguo y un poder que no se ha desvanecido con el tiempo. Pero debes entender que también somos perseguidos, odiados por aquellos que temen lo que no comprenden."
La miré con atención, deseando conocer más sobre nuestro legado. "¿Qué sabes de nuestro pueblo, madre? ¿Por qué nos persiguen?"
Ella asintió con solemnidad. "Los Lunarios eran una estirpe de dioses, desterrados de su lugar de origen en circunstancias trágicas. Nuestra herencia es antigua y poderosa, pero también es un recordatorio de un pasado doloroso que muchos preferirían olvidar. Nos buscan, Vanko, para evitar que recuperemos nuestro lugar en el mundo."
Mis ojos brillaron con determinación. "Entonces, ¿nuestra misión es recuperar lo que nos pertenece?"
Ella asintió de nuevo. "Así es, mi hijo. Nuestra misión es preservarnos como testimonio vivo de nuestros antepasados y transmitir esto a las futuras generaciones. Pero también es descubrir nuestra verdad y reclamar nuestro lugar en el mundo. Estoy segura de que estás preparado para esta encomienda."
Era un compromiso que sin conocer, sentía que había esperado toda la vida, una búsqueda que nos llevaría más allá de los confines de nuestra isla y nos sumergiría en un mundo desconocido. La determinación ardía en mí mientras contemplaba el vasto océano que se extendía ante nosotros. Juntos, madre e hijo, nos embarcaríamos en una aventura que desentrañaría los secretos de nuestro pasado y forjaría nuestro destino en el mundo exterior.
Mi madre, con su melena plateada que ondeaba al viento, sus grandes alas azabache que parecían extenderse hasta tocar el cielo, su tez morena curtida por años de supervivencia en este entorno implacable, y sus ojos rojos como el rubí, era toda ella un símbolo inconfundible de nuestro linaje ancestral, se convirtió en mi guía en este mundo hostil. Desde mis primeros recuerdos, ella había sido mi ancla en medio de la tormenta, la voz que me susurraba palabras de sabiduría en las noches oscuras de la jungla.
A medida que crecía, ella me transmitía no solo la herencia de nuestra sangre, sino también el arte de sobrevivir en un mundo donde la astucia y la valentía eran nuestras mejores armas. Mi madre me enseñó a desaparecer en el entorno, a fusionarme con la naturaleza como un espectro silencioso. Aprendí a escuchar las voces en el viento, los susurros de la jungla que nos revelaban los secretos de los alrededores, y a reconocer las pisadas del peligro antes de que estuvieran demasiado cerca.
Nos aventurábamos juntos en la selva, explorando los rincones más intrincados y remotos de la isla. A través de sus enseñanzas, descubrí el arte de encontrar alimento en los lugares más inesperados. Aprendí a diferenciar entre las plantas que podían ser nuestro sustento y aquellas que escondían veneno mortal. Pero no solo eso, también me enseñó a evitar a las bestias que se movían en la oscuridad, criaturas con colmillos afilados o sables que brillaban en la penumbra ambos peligrosos. Cada día era una lección de supervivencia, y yo, su aprendiz ávido, absorbía cada palabra y gesto con determinación.
Sin embargo, detrás de la valentía y la destreza de mi madre, seguía percibiendo la preocupación y manía persecutoria de una mujer que llevaba años huyendo y siendo perseguida y cazada. Al menos ahora lo compartía conmigo y juntos podíamos afrontarlo. No quiero ni saber cuantas noches estuvo en vela mientras yo era bebe.
Las noches en la isla eran una sinfonía de sonidos misteriosos, donde el croar de las ranas se mezclaba con el susurro del viento en las hojas y el ulular de los búhos. Era durante esas noches cuando mi madre solía contarme historias sobre el pasado de nuestro pueblo, relatos llenos de tragedia y secretos oscuros. Sus palabras creaban imágenes vívidas en mi mente y me dejaban con un nudo en el estómago y una incesante necesidad de respuestas.
A pesar de las advertencias veladas en sus historias, también sentía una conexión profunda con el mundo exterior y su historia. Cada relato era como un fragmento de un rompecabezas antiguo que ansiaba resolver y descubrir por mi mismo navegando por todos los mares.
Las historias que compartía conmigo en la penumbra de la noche hablaban de un pasado perdido y una herencia robada. Éramos los guardianes de secretos ancestrales, aunque hasta nosotros mismos los hubiéramos olvidado y aunque la sociedad nos había masacrado y marginado, mi madre me inculcaba un profundo sentido de identidad y orgullo. Aprendí a amar mi singularidad, a abrazar mi naturaleza única como Lunario.
Las noches en nuestra isla remota del West Blue eran las mejores para los relatos de mi madre, pero también eran los momentos en que ella fomentaba mi amor por el conocimiento. Después de una cena de bayas silvestres y pescado asado, nos sentábamos junto a la tenue luz de la fogata. A medida que las llamas danzaban y el crepitar de la madera llenaba el aire, mi madre me alentaba a abrir uno de los libros que siempre mantenía en nuestro refugio.
"La mente es tu mayor herramienta, Vanko", me decía mientras me entregaba un libro. "A través de las palabras impresas, puedes viajar a otros mundos, aprender de los sabios del pasado y comprender nuestro propósito en este mundo".
"Lo sé, madre. Cada vez que abrimos uno de estos libros, siento que nos adentramos en un mundo nuevo y emocionante," respondiste emocionado mientras hojeabas las páginas de un voluminoso tomo que tenías entre las manos.
"Recuerda, la mente es tu mayor herramienta, y estos libros son la llave que abre las puertas del conocimiento," dijo tu madre con una sonrisa, su voz llena de sabiduría. "A través de las palabras sabias de otros, puedes saltarte etapas de aprendizaje absorbiendo las vivencias de otros en unos pocos días."
Asentiste con la cabeza, absorbiendo sus palabras. La pasión por el conocimiento que tu madre te había transmitido desde temprana edad ardía dentro de ti como una antorcha.
Con una mirada llena de ternura, ella continuó: "Recuerdo cuando eras solo un niño y tus ojos se iluminaban con cada historia que te contaba. Eras un aprendiz tan ávido, siempre hambriento de saber más."
"Todavía lo soy, madre. Cada día quiero aprender algo nuevo, descubrir más sobre nuestro mundo y nuestras raíces," respondiste con determinación.
La tenue luz de la fogata resaltaba la sonrisa en el rostro de tu madre. "Eso me alegra escucharlo, Vanko. Nunca dejes que esa sed de conocimiento se apague. Las respuestas a nuestras preguntas yacen en el pasado, en los textos que compartimos."
Juntos, madre e hijo, continuaron su noche de estudio, sumergiéndose en un mar de palabras e ideas que les llevarían hacia un futuro incierto pero emocionante. Aquella fogata, iluminada por la pasión por el aprendizaje, se convirtió en un faro de esperanza en medio de la oscuridad de su aislada isla en el West Blue.
Aquellas palabras resonaban en mi mente mientras abría el libro y dejaba que las palabras de sus paginas se deslizaran por mis dedos. Al principio, muchas de las palabras me eran desconocidas, pero mi madre estaba allí para guiarme pacientemente a través de las páginas, explicando el significado de cada término y la historia que se ocultaba detrás de ellos.
A medida que crecía, mi anhelo de respuestas se convertía en una sed insaciable de conocimiento. Las noches de estudio se convirtieron en una parte fundamental de nuestras vidas. Mi madre y yo pasábamos horas leyendo y discutiendo los textos que encontrábamos. Descubrí que tenía un amor innato por la artesanía y la ciencia, y me sumergí en los escritos que mi madre había logrado preservar a lo largo de los años.
Nuestras rutinas de estudio eran sagradas. A menudo, empezábamos con una oración silenciosa, agradeciendo a nuestros antepasados por las lecciones que habían dejado atrás. Luego, nos sumergíamos en los libros, explorando las vidas de científicos, pensadores y aventureros de tiempos pasados. Mi madre me alentaba a hacer preguntas, a cuestionar las ideas y a encontrar conexiones entre diferentes conceptos.
Con el tiempo, me convertí en un lector voraz y un estudiante apasionado. Aprendí a analizar textos, a identificar patrones en la historia y a reflexionar sobre las lecciones que podíamos extraer de ellos. Mi madre no solo me enseñaba a comprender el conocimiento, sino también a aplicarlo en la vida cotidiana. Me instó a reflexionar sobre cómo las lecciones del pasado podrían ayudarnos a sobrevivir en nuestro entorno hostil.
A medida que mis habilidades de lectura y escritura mejoraban, comencé a tomar notas de nuestras discusiones y a mantener un diario personal. Era mi forma de preservar el conocimiento que adquiríamos y de documentar nuestra propia historia en la isla. Mi madre me alentaba a escribir mis pensamientos y reflexiones, a expresar mis emociones en las páginas de aquel cuaderno desgastado que ella misma me había regalado.
Las veladas de estudio se convirtieron en un ritual enriquecedor. La brisa salada del mar susurraba misterios en mis oídos mientras leíamos, como si la naturaleza misma compartiera sus secretos con nosotros. Cada palabra impresa se convertía en una chispa que iluminaba mi mente y me impulsaba a seguir aprendiendo. Sentía que estábamos desentrañando los misterios del mundo con una decena de manuales, uno a la vez, mientras manteníamos viva la llama del conocimiento en nuestra choza de ramas y hojas.
A través de los libros, mi madre también compartía historias sobre nuestra raza, sobre aquellos que habían llevado el nombre de Lunarios a lo largo de las generaciones. Aprendí que éramos una línea de dioses expulsados de su monte olimpo, una estirpe destinada a la grandeza que fue masacrada. A pesar de las dificultades que habíamos enfrentado en la isla, mi madre me inculcó un profundo sentido de identidad y orgullo por nuestra herencia.
"No somos solo Lunarios, somos los portadores de una llama que ha ardido durante siglos", me decía con voz serena mientras el fuego crepitaba en su mano. "Nuestra misión es preservar la sabiduría de nuestros antepasados y transmitirla a las futuras generaciones y tal vez un día retomar nuestro lugar en el mundo".
Aquellas palabras resonaban en mi corazón, y prometí a mí mismo que honraría nuestra herencia y cumpliría con la misión que mi madre me había encomendado. Cada noche de estudio se convirtió en un acto de devoción hacia nuestros antepasados y hacia el conocimiento que habíamos heredado.
A medida que mi mente se expandía con el conocimiento, también lo hacía mi capacidad de razonamiento y mi habilidad para enfrentar los desafíos de nuestra vida en la isla. Mi madre me enseñó a observar los patrones del clima y a predecir las estaciones. Aprendí a leer las estrellas en el cielo nocturno y a utilizar la luna como guía en nuestras exploraciones. Cada habilidad que adquiría se convertía en una herramienta invaluable para nuestra supervivencia.
Pero no todo era estudio y aprendizaje. Mi madre también me enseñó las artes de la caza y la recolección. Aprendí a rastrear a las presas, a pescar en las aguas cercanas y a reconocer las plantas comestibles de las venenosas. Nuestro vínculo como madre e hijo se fortalecía cada día mientras compartíamos estas habilidades, y yo me esforzaba por ser su mejor aprendiz.
Aun así, los libros no eran el único aspecto de mi educación. Mi madre, además de nutrir mi mente, me enseñaba habilidades prácticas esenciales para sobrevivir en nuestro entorno hostil. La vida en nuestra isla remota del West Blue requería mucho más que conocimiento intelectual; necesitábamos fuerza, destreza y resistencia para enfrentar los desafíos diarios.
Mi madre solía necesitar ayuda en múltiples labores, y en ese sentido, no había excepciones. Desde una edad temprana, me involucró en las tareas cotidianas que aseguraban nuestra supervivencia. Aprendí a reparar las trampas que colocábamos para atrapar pequeñas presas, asegurando que estuvieran en perfecto estado de funcionamiento. Esta habilidad no solo garantizaba que siempre tuviéramos suficiente comida, sino que también me enseñaba a ser astuto y preciso en mis acciones.
Nuestras mañanas estaban marcadas por la acción y el trabajo duro. Mientras el sol se elevaba sobre la densa vegetación, mi madre y yo nos adentrábamos en la jungla. Allí, reponíamos las trampas, asegurando que estuvieran camufladas de manera efectiva para engañar a las presas más astutas. Cada trampa era una lección en sí misma: paciencia, observación y conocimiento del comportamiento animal. Mi madre me instruía pacientemente sobre cómo entender las señales de la naturaleza y cómo utilizarlas en nuestro beneficio.
Después de cuidar de nuestras trampas, dedicábamos tiempo a arreglar nuestro refugio. La choza de ramas y hojas que habíamos construido se había convertido en nuestro hogar, y era esencial que estuviera en buenas condiciones para protegernos de los elementos y posibles amenazas. Mi madre me enseñó a trenzar hojas y a reparar cualquier daño en la estructura. Cada nudo que ataba y cada rama que aseguraba eran lecciones de supervivencia que se grababan en mi memoria.
A medida que los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses, las pequeñas artesanías que mi madre creaba también comenzaron a mostrar sus secretos ante mí. Ella era una experta en transformar los recursos naturales en herramientas útiles y objetos de valor. Me enseñó a tallar madera para crear utensilios de cocina, cazar y pescar con trampas más sofisticadas, y a tejer cestas resistentes a partir de fibras vegetales. Cada habilidad que adquiría me acercaba más a la independencia y al conocimiento necesario para sobrevivir en este entorno salvaje.
Mi madre, siempre sabia y comprensiva, se convertía en mi maestra y guía en cada paso de mi aprendizaje. Ella era una fuente inagotable de conocimiento y habilidades, y estaba decidida a prepararme para cualquier situación que pudiéramos enfrentar en nuestro mundo aislado. Cada tarea que realizábamos juntos era una oportunidad para aprender y crecer, tanto física como mentalmente.
A medida que me volvía más diestro y capaz en nuestras labores diarias, mi madre comenzó a entrenarme en destrezas específicas que serían esenciales en caso de peligro. Me enseñó el arte del sigilo, cómo moverme sin ser detectado en la jungla, a ser parte de la naturaleza misma. Aprendí a observar y escuchar atentamente, a distinguir los sonidos y movimientos que indicaban la presencia de depredadores o intrusos no deseados.
También comprendía que nuestra seguridad radicaba en permanecer ocultos, en la habilidad de desaparecer cuando el peligro rondaba cerca. Mi madre me había dado las herramientas para sobrevivir en este mundo implacable, y yo estaba decidido a aprender de cada lección que me impartiera. Mis pasos se volvieron más silenciosos, mis movimientos más precisos, y mi percepción más aguda.
Mi madre no se detenía ante nada para asegurarse de que estuviera preparado para cualquier eventualidad. Me entrenaba en el arte de la defensa personal, enseñándome técnicas de combate que ella misma había desarrollado a lo largo de los años. Cada movimiento era una danza mortal, una coreografía de supervivencia que podía marcar la diferencia entre la vida y la muerte en un mundo donde la violencia acechaba en cada rincón.
Además de las habilidades físicas, mi madre también me brindó una educación en la lucha intelectual. Aprendí a pensar con claridad y a tomar decisiones rápidas en situaciones de crisis. Desarrollé mi capacidad de análisis y mi astucia para resolver problemas. Mi madre creía que una mente alerta era tan importante como un cuerpo fuerte, y me alentaba a estudiar y reflexionar sobre nuestras experiencias diarias.
Mis estudios y entrenamiento no solo se complementaban, sino que se entrelazaban en una danza constante de crecimiento y desarrollo. A medida que adquiría conocimiento y habilidades, también ganaba confianza en mi capacidad para enfrentar los desafíos que se avecinaban. Cada día me acercaba más a la idea de que teníamos que abandonar la isla y embarcarnos en una búsqueda que me llevaría a través de los mares en busca de respuestas.
Mi madre, con sus ojos llenos de ternura y preocupación, me apoyaba en mi decisión de enfrentar la realidad exterior. Sabía que había llegado el momento de enfrentar el mundo exterior, de explorar lo desconocido y descubrir más sobre nuestra historia y nuestros parientes. Aunque sentía una mezcla de emoción y aprensión, también sabía que éramos un equipo formidable, y que juntos podríamos enfrentar cualquier cosa.
Las noches en nuestra isla remota del West Blue eran momento de relax y paz junto a mi madre. Sentados en la tenue luz de una fogata siempre me contaba cuentos de islas paradisíacas, con grandes edificios de roca y calles atestadas de personas dejándome con un nudo en el estómago y una insaciable necesidad de respuestas. La brisa salada del mar susurraba misterios en mis oídos mientras ella hablaba.
Nuestra vida transcurría en esa isla salvaje, un lugar donde la naturaleza rugía con ferocidad y la vegetación ocultaba secretos tan profundos como los nuestros. En medio de ese paraíso salvaje, mi madre y yo vivíamos una existencia de constante precaución. Nuestro hogar era una choza de ramas y hojas, camuflada entre el denso follaje, un refugio que nos brindaba la seguridad necesaria para sobrevivir.
Los días pasaban lentamente, marcados por la rutina de la supervivencia. Mi madre, una maestra en ese arte, me enseñaba a identificar las plantas comestibles y a cazar pequeñas presas para nuestra alimentación. Su destreza en el arte de la supervivencia era asombrosa, y cada día aprendía algo nuevo. Pero, a pesar de sus habilidades, siempre parecía inquieta, como si estuviera esperando que algo nos emboscase.
Mientras crecía, también me inculcó el amor por la historia y la curiosidad por el pasado. Me contaba que los antiguos habitantes de los mares habían dejado misteriosos artefactos esparcidos por el mundo y ruinas ocultas en las profundidades de muchas islas. Cada relato era una ventana a un exterior olvidado que ansiaba explorar.
A medida que pasaban los años, mi madre me reveló fragmentos de su propia historia, un rompecabezas que aún no había conseguido completar. Me hablaba de su juventud en una lejana isla del grand line, una vida que parecía pertenecer a otra persona. Había huido de esa ciudad en busca de un refugio seguro, llevándome consigo a esta isla remota. Según ella, las razones de su huida y los peligros que dejó atrás eran los mismos que nuestros antepasados llevaban evitando años. La persecución y la caza tras un genocidio que el gobierno mundial aun no había reparado.
Nuestra relación era única, forjada en el aislamiento y la dependencia mutua. Éramos madre e hijo, pero también éramos compañeros de supervivencia, yo casi no podía aportar, pero sentía que cada día que pasaba era un día mas cerca de ser la mejor versión de mi mismo. Siempre sentí que había más por descubrir en su mirada penetrante, en las palabras no dichas que flotaban entre nosotros, pero respeté su espacio.
A medida que crecía, mi deseo de respuestas se volvía más urgente. Los secretos de mi madre eran como sombras que oscurecían mi camino, y yo ansiaba la luz que arrojaría sobre ellos. Sin embargo, también temía lo que podría descubrir. ¿Podría nuestra relación soportar la verdad? ¿Estaba preparado para enfrentar los demonios de su pasado?
Una tarde, regresé a nuestra choza de recolectar bayas antes que mi madre. La jungla se sumía en la penumbra, y yo, buscando una venda para tapar un pequeño corte en mi mano, exploré el baúl en busca de suministros. Mis dedos tropezaron con algo inesperado, algo que cambiaría el curso de nuestra historia.
Retiré con cuidado un par de hojas secas y hallé un compartimento secreto en el baúl. En su interior, reposaba una vieja libreta con páginas amarillentas. Mis manos temblaban mientras la tomaba, como si ya intuyera la importancia de aquel hallazgo.
La portada del diario era desgastada, pero aún se podía distinguir la caligrafía elegante de mi madre. El simple acto de sostenerlo me inundó de emoción y anticipación. Esta era mi oportunidad de desvelar los misterios que tanto me habían atormentado.
Sin perder un segundo, me senté en un rincón oscuro de la choza, la única fuente de luz proveniente de una vela titilante. Abrí el diario con manos temblorosas y comencé a devorar las páginas con avidez, como si estuviera consumiendo el pasado mismo.
Cada palabra escrita por mi madre me arrastraba a su mundo, a sus pensamientos más profundos y a los recuerdos que habían atormentado su alma durante años. Sus relatos me transportaron a un lugar marcado por la corrupción y la violencia, un lugar del que había huido para protegerme de la esclavitud, una amenaza que se extendía mucho más allá de nuestra isla.
Las revelaciones en el diario eran como una tormenta que azotaba mi mente. Sentimientos encontrados se apoderaron de mí; admiración por la valentía de mi madre se mezclaba con la furia hacia un mundo que nos veía como mercancía. Ahora, comprendía por qué siempre había vivido en alerta, por qué cada noche velaba por nuestra seguridad con ojos vigilantes. Mi madre había sacrificado su propia libertad para asegurarme una vida segura en esta isla, y nunca había dejado de luchar por nuestra supervivencia.
Cuando finalmente confronté a mi madre con el contenido del diario, sus ojos, llenos de lágrimas, reflejaron una mezcla de emociones. Había guardado esos secretos durante tanto tiempo, protegiéndome de un mundo oscuro que siempre había estado al acecho. Pero ahora, ambos estábamos listos para enfrentar la verdad juntos.
"Madre..." murmuré, con la voz cargada de emoción, mientras sostenía el diario en mis manos. "He encontrado esto, y he leído todo."
Ella se sentó frente a mí, sus ojos encontrando los míos en una mezcla de tristeza y alivio. "Vanko," susurró, "sabía que llegaría el momento en que descubrieras la verdad. No he querido ocultarte nada, pero temía que no estuvieras preparado."
"Estoy preparado, madre," respondí con determinación. "Quiero saber más sobre nuestro pasado y por qué vivimos en esta isla."
Mi madre asintió con tristeza. "Nuestra historia es complicada, llena de tragedias y secretos que deben ser revelados. Te contaré todo, hijo mío. Es hora de que conozcas la verdad que hemos mantenido oculta durante tanto tiempo."
Y así conversamos durante largas horas, interrumpidos solo por la llamada de la naturaleza o para beber agua, y tras varias horas de charla, con las lágrimas corriendo cual ríos en los rostros de ambos nos abrazamos de esa forma que solo un hijo y una madre saben hacerlo.
A partir de ese día, nuestra relación se fortaleció aún más. Nos convertimos en aliados inquebrantables, dispuestos a enfrentar cualquier desafío que el mundo pudiera arrojarnos. A medida que la verdad emergía, encontramos una sensación de liberación que nunca habíamos experimentado antes.
Mi madre, una vez una figura misteriosa que escondía secretos profundos, se convirtió en mi confidente más cercana, en la persona a la que podía confiarle todo. Nuestra isla salvaje ya no era solo un refugio, sino un lugar donde habíamos enfrentado nuestros demonios y habíamos encontrado la paz.
En última instancia, mi infancia floreció en el seno de un mundo de secretos, pero también floreció en el amor y la comprensión que compartí con mi madre. Nuestra historia era una historia de supervivencia, valentía y la búsqueda de la verdad, una historia que me marcó para siempre y me enseñó la importancia de mantenerse firme en la búsqueda de respuestas, incluso cuando el camino está lleno de sombras.
La isla, con su belleza inquietante, se asemejaba a una majestuosa pintura al óleo, donde los verdes de la exuberante vegetación se entrelazaban con los grises de las rocas erosionadas y los marrones de la tierra cruda. Cada rincón de aquel paraíso inhóspito era un cuadro viviente, un lienzo donde la naturaleza desplegaba su paleta de colores en una danza eterna. La húmeda brisa, como un susurro ancestral, nos acariciaba con fuerza, transmitiéndonos historias antiguas de marineros perdidos y tesoros olvidados que yacían ocultos en las profundidades del océano. Pero, más allá de la belleza superficial, yo comprendía que el mundo exterior era un lugar oscuro y peligroso para aquellos como nosotros, seres marcados por le simple hecho de ser diferentes, simplemente por nuestra raza.
Mi madre, con su melena plateada que ondeaba al viento, sus grandes alas azabache que parecían extenderse hasta tocar el cielo, su tez morena curtida por años de supervivencia en este entorno implacable, y sus ojos rojos como el rubí, era toda ella un símbolo inconfundible de nuestro linaje ancestral, se convirtió en mi guía en este mundo hostil. Desde mis primeros recuerdos, ella había sido mi ancla en medio de la tormenta, la voz que me susurraba palabras de sabiduría en las noches oscuras de la jungla.
A medida que crecía, ella me transmitía no solo la herencia de nuestra sangre, en una cálida tarde, mientras caminábamos por la orilla del mar, mi madre y yo nos sumergimos en una conversación profunda sobre nuestras raíces y el destino de los Lunarios.
"Vanko," comenzó mi madre, su voz suave como el susurro del viento en las hojas, "nuestra historia es larga y complicada. Somos los guardianes de un conocimiento antiguo y un poder que no se ha desvanecido con el tiempo. Pero debes entender que también somos perseguidos, odiados por aquellos que temen lo que no comprenden."
La miré con atención, deseando conocer más sobre nuestro legado. "¿Qué sabes de nuestro pueblo, madre? ¿Por qué nos persiguen?"
Ella asintió con solemnidad. "Los Lunarios eran una estirpe de dioses, desterrados de su lugar de origen en circunstancias trágicas. Nuestra herencia es antigua y poderosa, pero también es un recordatorio de un pasado doloroso que muchos preferirían olvidar. Nos buscan, Vanko, para evitar que recuperemos nuestro lugar en el mundo."
Mis ojos brillaron con determinación. "Entonces, ¿nuestra misión es recuperar lo que nos pertenece?"
Ella asintió de nuevo. "Así es, mi hijo. Nuestra misión es preservarnos como testimonio vivo de nuestros antepasados y transmitir esto a las futuras generaciones. Pero también es descubrir nuestra verdad y reclamar nuestro lugar en el mundo. Estoy segura de que estás preparado para esta encomienda."
Era un compromiso que sin conocer, sentía que había esperado toda la vida, una búsqueda que nos llevaría más allá de los confines de nuestra isla y nos sumergiría en un mundo desconocido. La determinación ardía en mí mientras contemplaba el vasto océano que se extendía ante nosotros. Juntos, madre e hijo, nos embarcaríamos en una aventura que desentrañaría los secretos de nuestro pasado y forjaría nuestro destino en el mundo exterior.
Mi madre, con su melena plateada que ondeaba al viento, sus grandes alas azabache que parecían extenderse hasta tocar el cielo, su tez morena curtida por años de supervivencia en este entorno implacable, y sus ojos rojos como el rubí, era toda ella un símbolo inconfundible de nuestro linaje ancestral, se convirtió en mi guía en este mundo hostil. Desde mis primeros recuerdos, ella había sido mi ancla en medio de la tormenta, la voz que me susurraba palabras de sabiduría en las noches oscuras de la jungla.
A medida que crecía, ella me transmitía no solo la herencia de nuestra sangre, sino también el arte de sobrevivir en un mundo donde la astucia y la valentía eran nuestras mejores armas. Mi madre me enseñó a desaparecer en el entorno, a fusionarme con la naturaleza como un espectro silencioso. Aprendí a escuchar las voces en el viento, los susurros de la jungla que nos revelaban los secretos de los alrededores, y a reconocer las pisadas del peligro antes de que estuvieran demasiado cerca.
Nos aventurábamos juntos en la selva, explorando los rincones más intrincados y remotos de la isla. A través de sus enseñanzas, descubrí el arte de encontrar alimento en los lugares más inesperados. Aprendí a diferenciar entre las plantas que podían ser nuestro sustento y aquellas que escondían veneno mortal. Pero no solo eso, también me enseñó a evitar a las bestias que se movían en la oscuridad, criaturas con colmillos afilados o sables que brillaban en la penumbra ambos peligrosos. Cada día era una lección de supervivencia, y yo, su aprendiz ávido, absorbía cada palabra y gesto con determinación.
Sin embargo, detrás de la valentía y la destreza de mi madre, seguía percibiendo la preocupación y manía persecutoria de una mujer que llevaba años huyendo y siendo perseguida y cazada. Al menos ahora lo compartía conmigo y juntos podíamos afrontarlo. No quiero ni saber cuantas noches estuvo en vela mientras yo era bebe.
Las noches en la isla eran una sinfonía de sonidos misteriosos, donde el croar de las ranas se mezclaba con el susurro del viento en las hojas y el ulular de los búhos. Era durante esas noches cuando mi madre solía contarme historias sobre el pasado de nuestro pueblo, relatos llenos de tragedia y secretos oscuros. Sus palabras creaban imágenes vívidas en mi mente y me dejaban con un nudo en el estómago y una incesante necesidad de respuestas.
A pesar de las advertencias veladas en sus historias, también sentía una conexión profunda con el mundo exterior y su historia. Cada relato era como un fragmento de un rompecabezas antiguo que ansiaba resolver y descubrir por mi mismo navegando por todos los mares.
Las historias que compartía conmigo en la penumbra de la noche hablaban de un pasado perdido y una herencia robada. Éramos los guardianes de secretos ancestrales, aunque hasta nosotros mismos los hubiéramos olvidado y aunque la sociedad nos había masacrado y marginado, mi madre me inculcaba un profundo sentido de identidad y orgullo. Aprendí a amar mi singularidad, a abrazar mi naturaleza única como Lunario.
Las noches en nuestra isla remota del West Blue eran las mejores para los relatos de mi madre, pero también eran los momentos en que ella fomentaba mi amor por el conocimiento. Después de una cena de bayas silvestres y pescado asado, nos sentábamos junto a la tenue luz de la fogata. A medida que las llamas danzaban y el crepitar de la madera llenaba el aire, mi madre me alentaba a abrir uno de los libros que siempre mantenía en nuestro refugio.
"La mente es tu mayor herramienta, Vanko", me decía mientras me entregaba un libro. "A través de las palabras impresas, puedes viajar a otros mundos, aprender de los sabios del pasado y comprender nuestro propósito en este mundo".
"Lo sé, madre. Cada vez que abrimos uno de estos libros, siento que nos adentramos en un mundo nuevo y emocionante," respondiste emocionado mientras hojeabas las páginas de un voluminoso tomo que tenías entre las manos.
"Recuerda, la mente es tu mayor herramienta, y estos libros son la llave que abre las puertas del conocimiento," dijo tu madre con una sonrisa, su voz llena de sabiduría. "A través de las palabras sabias de otros, puedes saltarte etapas de aprendizaje absorbiendo las vivencias de otros en unos pocos días."
Asentiste con la cabeza, absorbiendo sus palabras. La pasión por el conocimiento que tu madre te había transmitido desde temprana edad ardía dentro de ti como una antorcha.
Con una mirada llena de ternura, ella continuó: "Recuerdo cuando eras solo un niño y tus ojos se iluminaban con cada historia que te contaba. Eras un aprendiz tan ávido, siempre hambriento de saber más."
"Todavía lo soy, madre. Cada día quiero aprender algo nuevo, descubrir más sobre nuestro mundo y nuestras raíces," respondiste con determinación.
La tenue luz de la fogata resaltaba la sonrisa en el rostro de tu madre. "Eso me alegra escucharlo, Vanko. Nunca dejes que esa sed de conocimiento se apague. Las respuestas a nuestras preguntas yacen en el pasado, en los textos que compartimos."
Juntos, madre e hijo, continuaron su noche de estudio, sumergiéndose en un mar de palabras e ideas que les llevarían hacia un futuro incierto pero emocionante. Aquella fogata, iluminada por la pasión por el aprendizaje, se convirtió en un faro de esperanza en medio de la oscuridad de su aislada isla en el West Blue.
Aquellas palabras resonaban en mi mente mientras abría el libro y dejaba que las palabras de sus paginas se deslizaran por mis dedos. Al principio, muchas de las palabras me eran desconocidas, pero mi madre estaba allí para guiarme pacientemente a través de las páginas, explicando el significado de cada término y la historia que se ocultaba detrás de ellos.
A medida que crecía, mi anhelo de respuestas se convertía en una sed insaciable de conocimiento. Las noches de estudio se convirtieron en una parte fundamental de nuestras vidas. Mi madre y yo pasábamos horas leyendo y discutiendo los textos que encontrábamos. Descubrí que tenía un amor innato por la artesanía y la ciencia, y me sumergí en los escritos que mi madre había logrado preservar a lo largo de los años.
Nuestras rutinas de estudio eran sagradas. A menudo, empezábamos con una oración silenciosa, agradeciendo a nuestros antepasados por las lecciones que habían dejado atrás. Luego, nos sumergíamos en los libros, explorando las vidas de científicos, pensadores y aventureros de tiempos pasados. Mi madre me alentaba a hacer preguntas, a cuestionar las ideas y a encontrar conexiones entre diferentes conceptos.
Con el tiempo, me convertí en un lector voraz y un estudiante apasionado. Aprendí a analizar textos, a identificar patrones en la historia y a reflexionar sobre las lecciones que podíamos extraer de ellos. Mi madre no solo me enseñaba a comprender el conocimiento, sino también a aplicarlo en la vida cotidiana. Me instó a reflexionar sobre cómo las lecciones del pasado podrían ayudarnos a sobrevivir en nuestro entorno hostil.
A medida que mis habilidades de lectura y escritura mejoraban, comencé a tomar notas de nuestras discusiones y a mantener un diario personal. Era mi forma de preservar el conocimiento que adquiríamos y de documentar nuestra propia historia en la isla. Mi madre me alentaba a escribir mis pensamientos y reflexiones, a expresar mis emociones en las páginas de aquel cuaderno desgastado que ella misma me había regalado.
Las veladas de estudio se convirtieron en un ritual enriquecedor. La brisa salada del mar susurraba misterios en mis oídos mientras leíamos, como si la naturaleza misma compartiera sus secretos con nosotros. Cada palabra impresa se convertía en una chispa que iluminaba mi mente y me impulsaba a seguir aprendiendo. Sentía que estábamos desentrañando los misterios del mundo con una decena de manuales, uno a la vez, mientras manteníamos viva la llama del conocimiento en nuestra choza de ramas y hojas.
A través de los libros, mi madre también compartía historias sobre nuestra raza, sobre aquellos que habían llevado el nombre de Lunarios a lo largo de las generaciones. Aprendí que éramos una línea de dioses expulsados de su monte olimpo, una estirpe destinada a la grandeza que fue masacrada. A pesar de las dificultades que habíamos enfrentado en la isla, mi madre me inculcó un profundo sentido de identidad y orgullo por nuestra herencia.
"No somos solo Lunarios, somos los portadores de una llama que ha ardido durante siglos", me decía con voz serena mientras el fuego crepitaba en su mano. "Nuestra misión es preservar la sabiduría de nuestros antepasados y transmitirla a las futuras generaciones y tal vez un día retomar nuestro lugar en el mundo".
Aquellas palabras resonaban en mi corazón, y prometí a mí mismo que honraría nuestra herencia y cumpliría con la misión que mi madre me había encomendado. Cada noche de estudio se convirtió en un acto de devoción hacia nuestros antepasados y hacia el conocimiento que habíamos heredado.
A medida que mi mente se expandía con el conocimiento, también lo hacía mi capacidad de razonamiento y mi habilidad para enfrentar los desafíos de nuestra vida en la isla. Mi madre me enseñó a observar los patrones del clima y a predecir las estaciones. Aprendí a leer las estrellas en el cielo nocturno y a utilizar la luna como guía en nuestras exploraciones. Cada habilidad que adquiría se convertía en una herramienta invaluable para nuestra supervivencia.
Pero no todo era estudio y aprendizaje. Mi madre también me enseñó las artes de la caza y la recolección. Aprendí a rastrear a las presas, a pescar en las aguas cercanas y a reconocer las plantas comestibles de las venenosas. Nuestro vínculo como madre e hijo se fortalecía cada día mientras compartíamos estas habilidades, y yo me esforzaba por ser su mejor aprendiz.
Aun así, los libros no eran el único aspecto de mi educación. Mi madre, además de nutrir mi mente, me enseñaba habilidades prácticas esenciales para sobrevivir en nuestro entorno hostil. La vida en nuestra isla remota del West Blue requería mucho más que conocimiento intelectual; necesitábamos fuerza, destreza y resistencia para enfrentar los desafíos diarios.
Mi madre solía necesitar ayuda en múltiples labores, y en ese sentido, no había excepciones. Desde una edad temprana, me involucró en las tareas cotidianas que aseguraban nuestra supervivencia. Aprendí a reparar las trampas que colocábamos para atrapar pequeñas presas, asegurando que estuvieran en perfecto estado de funcionamiento. Esta habilidad no solo garantizaba que siempre tuviéramos suficiente comida, sino que también me enseñaba a ser astuto y preciso en mis acciones.
Nuestras mañanas estaban marcadas por la acción y el trabajo duro. Mientras el sol se elevaba sobre la densa vegetación, mi madre y yo nos adentrábamos en la jungla. Allí, reponíamos las trampas, asegurando que estuvieran camufladas de manera efectiva para engañar a las presas más astutas. Cada trampa era una lección en sí misma: paciencia, observación y conocimiento del comportamiento animal. Mi madre me instruía pacientemente sobre cómo entender las señales de la naturaleza y cómo utilizarlas en nuestro beneficio.
Después de cuidar de nuestras trampas, dedicábamos tiempo a arreglar nuestro refugio. La choza de ramas y hojas que habíamos construido se había convertido en nuestro hogar, y era esencial que estuviera en buenas condiciones para protegernos de los elementos y posibles amenazas. Mi madre me enseñó a trenzar hojas y a reparar cualquier daño en la estructura. Cada nudo que ataba y cada rama que aseguraba eran lecciones de supervivencia que se grababan en mi memoria.
A medida que los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses, las pequeñas artesanías que mi madre creaba también comenzaron a mostrar sus secretos ante mí. Ella era una experta en transformar los recursos naturales en herramientas útiles y objetos de valor. Me enseñó a tallar madera para crear utensilios de cocina, cazar y pescar con trampas más sofisticadas, y a tejer cestas resistentes a partir de fibras vegetales. Cada habilidad que adquiría me acercaba más a la independencia y al conocimiento necesario para sobrevivir en este entorno salvaje.
Mi madre, siempre sabia y comprensiva, se convertía en mi maestra y guía en cada paso de mi aprendizaje. Ella era una fuente inagotable de conocimiento y habilidades, y estaba decidida a prepararme para cualquier situación que pudiéramos enfrentar en nuestro mundo aislado. Cada tarea que realizábamos juntos era una oportunidad para aprender y crecer, tanto física como mentalmente.
A medida que me volvía más diestro y capaz en nuestras labores diarias, mi madre comenzó a entrenarme en destrezas específicas que serían esenciales en caso de peligro. Me enseñó el arte del sigilo, cómo moverme sin ser detectado en la jungla, a ser parte de la naturaleza misma. Aprendí a observar y escuchar atentamente, a distinguir los sonidos y movimientos que indicaban la presencia de depredadores o intrusos no deseados.
También comprendía que nuestra seguridad radicaba en permanecer ocultos, en la habilidad de desaparecer cuando el peligro rondaba cerca. Mi madre me había dado las herramientas para sobrevivir en este mundo implacable, y yo estaba decidido a aprender de cada lección que me impartiera. Mis pasos se volvieron más silenciosos, mis movimientos más precisos, y mi percepción más aguda.
Mi madre no se detenía ante nada para asegurarse de que estuviera preparado para cualquier eventualidad. Me entrenaba en el arte de la defensa personal, enseñándome técnicas de combate que ella misma había desarrollado a lo largo de los años. Cada movimiento era una danza mortal, una coreografía de supervivencia que podía marcar la diferencia entre la vida y la muerte en un mundo donde la violencia acechaba en cada rincón.
Además de las habilidades físicas, mi madre también me brindó una educación en la lucha intelectual. Aprendí a pensar con claridad y a tomar decisiones rápidas en situaciones de crisis. Desarrollé mi capacidad de análisis y mi astucia para resolver problemas. Mi madre creía que una mente alerta era tan importante como un cuerpo fuerte, y me alentaba a estudiar y reflexionar sobre nuestras experiencias diarias.
Mis estudios y entrenamiento no solo se complementaban, sino que se entrelazaban en una danza constante de crecimiento y desarrollo. A medida que adquiría conocimiento y habilidades, también ganaba confianza en mi capacidad para enfrentar los desafíos que se avecinaban. Cada día me acercaba más a la idea de que teníamos que abandonar la isla y embarcarnos en una búsqueda que me llevaría a través de los mares en busca de respuestas.
Mi madre, con sus ojos llenos de ternura y preocupación, me apoyaba en mi decisión de enfrentar la realidad exterior. Sabía que había llegado el momento de enfrentar el mundo exterior, de explorar lo desconocido y descubrir más sobre nuestra historia y nuestros parientes. Aunque sentía una mezcla de emoción y aprensión, también sabía que éramos un equipo formidable, y que juntos podríamos enfrentar cualquier cosa.
- Peticiones:
-423 puntos de experiencia y 42 doblones
-Power up +2 destreza: 50 doblones
-Power up +2 intelecto: 50 doblones
Bueno. ha llegado la hora ¿La hora de qué? de moderar ¿Qué sino? La verdad es que ya se me terminan las ideas de hacer una introducción más o menos única para cada diario, así que vamos a meternos al lío.
En cuanto a la trama, nada complicado, una narración o más bien una anécdota del pasado de Vanko con su madre, es difícil que haya contradicciones o agujeros de guion en este tipo de relatos. Si tuviera algo que comentar sería que el ritmo se hace algo monótono y algunos párrafos repetitivos. Pero eso no influye mucho en lo que nos interesa.
En cuanto a la ortografía, poco que añadir. No veo faltas, simplemente acordarte de espacial todos los párrafos tras un punto y aparte.
Pero ahora la parte a la que todos quieren llegar. Te llevas la experiencia y los doblones que pides. En cuanto a los PU, te llevas el de Intelecto, y el de Destreza lo veo un poco (Muy) cogido con pinzas la verdad, me cuadraría más que fuera Instinto. Pero dada la parte de artesanía lo voy a pasar por esta vez. Nos deja un balance de 423 Px y -58 Doblones.
En cuanto a la trama, nada complicado, una narración o más bien una anécdota del pasado de Vanko con su madre, es difícil que haya contradicciones o agujeros de guion en este tipo de relatos. Si tuviera algo que comentar sería que el ritmo se hace algo monótono y algunos párrafos repetitivos. Pero eso no influye mucho en lo que nos interesa.
En cuanto a la ortografía, poco que añadir. No veo faltas, simplemente acordarte de espacial todos los párrafos tras un punto y aparte.
Pero ahora la parte a la que todos quieren llegar. Te llevas la experiencia y los doblones que pides. En cuanto a los PU, te llevas el de Intelecto, y el de Destreza lo veo un poco (Muy) cogido con pinzas la verdad, me cuadraría más que fuera Instinto. Pero dada la parte de artesanía lo voy a pasar por esta vez. Nos deja un balance de 423 Px y -58 Doblones.
Vanko
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