Charlotte Prometio
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Para el momento en el que llegué a la isla Venichi ya corrido un par de países y vivido una que otra aventura en el Grand Line, había conocido bastante gente y hecho migas con muchas personas increíbles, cada una de ellas había sido amable conmigo a su manera y me habían ayudado en situaciones delicadas, pero... Alice, la cazadora de porcelana, era la persona por la que más cariño había desarrollado. Lastimosamente hacía un par de meses que no sabía nada de ella.
Después de nuestra estrepitosa derrota en la cúpula del desollador había corrido hasta el hospital más cercano con la cazadora en mi espalda, se encontraba muy mal, los doctores la recibieron en un apuro y se pusieron manos a la obra. Me sentía completamente frustrado, totalmente inútil, no había podido hacer nada por ella y encima había dejado que terminara en un estado tan deplorable. Salí a fumar un tabaco y pasear para calmar mi enojo. En ese par de horas que duró mi paseo, Alice había desaparecido, los doctores me dijeron que unas personas que la conocían se la habían llevado, aunque corrí por toda la isla no pude encontrarla.
En uno de mis viajes había escuchado por pura casualidad un cotilleo que llamó mucho mi atención, dos marines hablaban sobre una isla que tenía canales por calles, la describían como un paraíso para vacacionar. Uno de ellos incluso mencionó que iría a pasar su luna de miel a esa isla. Sonaba como toda una gran destinación para aliviar el cansancio de las cansadas aventuras que había vivido. Quizás unas noches en una isla turística con decenas de mujeres guapas habitando sus calles era justo lo que necesitaba. Tras comprar las provisiones suficientes para el viaje, decidí mi próximo destino.
Y bueno, así es como llegué a esa pintoresca isla, Venichi. Desembarqué al atardecer acompañado de Kirara y Arrhenius, dejando a los demás cuidando la embarcación. Era una isla muy bonita. Casas coloniales alumbradas con hermosas lámparas de metal y calles húmedas y empedradas que reflejaban las luces de la noche. Era un lugar muy activo, decenas de comercios y restaurantes que te invitaban a detenerte para probar su comida, además de un considerable flujo de gente paseando en pareja. Me detuve en un café para pedir un pastel y relajarme un poco antes de buscar una posada para pasar la noche. Abrí la carta, las opciones de tés y cafés era maravillosa, incluso los pasteles se leían riquísimos. Pediría un té de frutos rojos y un pastel de tres leches.
-¡Extra extra!- pasó un niño con un periódico en la mano.
Después de nuestra estrepitosa derrota en la cúpula del desollador había corrido hasta el hospital más cercano con la cazadora en mi espalda, se encontraba muy mal, los doctores la recibieron en un apuro y se pusieron manos a la obra. Me sentía completamente frustrado, totalmente inútil, no había podido hacer nada por ella y encima había dejado que terminara en un estado tan deplorable. Salí a fumar un tabaco y pasear para calmar mi enojo. En ese par de horas que duró mi paseo, Alice había desaparecido, los doctores me dijeron que unas personas que la conocían se la habían llevado, aunque corrí por toda la isla no pude encontrarla.
En uno de mis viajes había escuchado por pura casualidad un cotilleo que llamó mucho mi atención, dos marines hablaban sobre una isla que tenía canales por calles, la describían como un paraíso para vacacionar. Uno de ellos incluso mencionó que iría a pasar su luna de miel a esa isla. Sonaba como toda una gran destinación para aliviar el cansancio de las cansadas aventuras que había vivido. Quizás unas noches en una isla turística con decenas de mujeres guapas habitando sus calles era justo lo que necesitaba. Tras comprar las provisiones suficientes para el viaje, decidí mi próximo destino.
Y bueno, así es como llegué a esa pintoresca isla, Venichi. Desembarqué al atardecer acompañado de Kirara y Arrhenius, dejando a los demás cuidando la embarcación. Era una isla muy bonita. Casas coloniales alumbradas con hermosas lámparas de metal y calles húmedas y empedradas que reflejaban las luces de la noche. Era un lugar muy activo, decenas de comercios y restaurantes que te invitaban a detenerte para probar su comida, además de un considerable flujo de gente paseando en pareja. Me detuve en un café para pedir un pastel y relajarme un poco antes de buscar una posada para pasar la noche. Abrí la carta, las opciones de tés y cafés era maravillosa, incluso los pasteles se leían riquísimos. Pediría un té de frutos rojos y un pastel de tres leches.
-¡Extra extra!- pasó un niño con un periódico en la mano.
Confiabas en que el Desollador estuviese escondido. Tras vuestra batalla había huido pese a poder acabar contigo -probablemente muriendo él en el intento, pero podría haberlo hecho- y estabas casi convencida de que pasaría un tiempo sin matar, confiando en que te olvidaras pronto de él y no siguieses el hilo de sus siguientes asesinatos. Sin embargo, temías que en realidad solo hubiese refinado sus métodos o se hubiese escapado a alguna isla lo bastante cerrada como para que una noticia de ese calado no saliese del lugar. Necesitaba la piel para poder usar su fruta del diablo, por lo que no tenías claro que pudiese contenerse durante mucho tiempo habida cuenta de que el poder era su mayor obsesión.
Aun así, necesitabas descansar. Tus huesos curaban extremadamente deprisa, eso era cierto, pero aún tenías algunas secuelas del enfrentamiento. Apenas hacía un par de semanas que la hemorragia se había drenado por completo de tu pecho, y seguías notándote extremadamente frágil cada vez que tenías que hacer una tarea que exigiese algo de fuerza. Lo hacías, pero resultaba incómodo y hasta doloroso. Molesto era quizá la palabra más adecuada. El médico de la tripulación te había visto tras recogerte -un poco contra tu voluntad- del médico en Sakura, encontrando que algún órgano sí estaba herido. No desgarrado, por suerte, pero el trauma requería de tiempo para recuperarse por completo. Tal vez por eso habías decidido hacer de tripas corazón y tomarte unos días para recorrer Venichi sin preocuparte de nada más.
- Más vale que cuidéis el barco -habías amenazado.
- ¿No confías en mí? -había respondido Zion.
- Lo justo. Sigues siendo un criminal.
- De eso nada. Pagué mi precio y no he vuelto a delinquir, ¿recuerdas?
- No te han vuelto a coger -habías corregido-. Sé lo que te pago.
- Eso también suena un poco criminal.
Sonreíste.
- No la lieis mucho, ¿vale?
Le diste un pequeño abrazo y desembarcaste con cuidado. Te dolía un poco al caminar, pero era soportable. "Días tranquilos", te decías mentalmente. Museos, termas y teatros; ¿para qué más? Venichi era un lugar hermoso en el que a medida que te adentrabas más te iba absorbiendo, más te iba encandilando. Las paredes blancas en frontales renacentistas de mármol, a veces mate pero casi siempre brillante, impoluto. Las calles entre los puentes eran de adoquín, con algún que otro azulejo en las barreras de los canales y pulcritud en los puentes.
Antes de darte cuenta ya te habías perdido callejeando y el dolor apenas era un soplo constante al que era sencillo acostumbrarse. El aroma del mercado te atrajo y el del café terminó por ganarte; seguiste casi por instinto hasta dar con un café bastante cuco, desde luego con una calidad como mínimo aceptable. ¿Cuánto llevabas sin tomar un buen café que no hubiera hecho Hayato? Lo agradecías, claro, pero la experiencia de cafetería era... Era algo que muy difícilmente se podía comprar.
No lo pensaste mucho y te sentaste, con algo más de cuidado que de costumbre. Un niño pasó corriendo con un periódico en la mano y elegiste ignorarlo activamente; no podrías descansar si cogías los carteles del periódico, ¿pero y si...? No, no debías. Llamaste con la mano a una camarera, que te saludó con la amabilidad que su etiqueta sugería y te preguntó qué deseabas tomar.
- Buena pregunta -contestaste-. De momento un café solo, ¿pero tenéis brownies? Me apetece algo dulce.
Sonreíste al recordar a Prometio. Él estaba obsesionado con los dulces. ¿Qué habría sido de él?
Aun así, necesitabas descansar. Tus huesos curaban extremadamente deprisa, eso era cierto, pero aún tenías algunas secuelas del enfrentamiento. Apenas hacía un par de semanas que la hemorragia se había drenado por completo de tu pecho, y seguías notándote extremadamente frágil cada vez que tenías que hacer una tarea que exigiese algo de fuerza. Lo hacías, pero resultaba incómodo y hasta doloroso. Molesto era quizá la palabra más adecuada. El médico de la tripulación te había visto tras recogerte -un poco contra tu voluntad- del médico en Sakura, encontrando que algún órgano sí estaba herido. No desgarrado, por suerte, pero el trauma requería de tiempo para recuperarse por completo. Tal vez por eso habías decidido hacer de tripas corazón y tomarte unos días para recorrer Venichi sin preocuparte de nada más.
- Más vale que cuidéis el barco -habías amenazado.
- ¿No confías en mí? -había respondido Zion.
- Lo justo. Sigues siendo un criminal.
- De eso nada. Pagué mi precio y no he vuelto a delinquir, ¿recuerdas?
- No te han vuelto a coger -habías corregido-. Sé lo que te pago.
- Eso también suena un poco criminal.
Sonreíste.
- No la lieis mucho, ¿vale?
Le diste un pequeño abrazo y desembarcaste con cuidado. Te dolía un poco al caminar, pero era soportable. "Días tranquilos", te decías mentalmente. Museos, termas y teatros; ¿para qué más? Venichi era un lugar hermoso en el que a medida que te adentrabas más te iba absorbiendo, más te iba encandilando. Las paredes blancas en frontales renacentistas de mármol, a veces mate pero casi siempre brillante, impoluto. Las calles entre los puentes eran de adoquín, con algún que otro azulejo en las barreras de los canales y pulcritud en los puentes.
Antes de darte cuenta ya te habías perdido callejeando y el dolor apenas era un soplo constante al que era sencillo acostumbrarse. El aroma del mercado te atrajo y el del café terminó por ganarte; seguiste casi por instinto hasta dar con un café bastante cuco, desde luego con una calidad como mínimo aceptable. ¿Cuánto llevabas sin tomar un buen café que no hubiera hecho Hayato? Lo agradecías, claro, pero la experiencia de cafetería era... Era algo que muy difícilmente se podía comprar.
No lo pensaste mucho y te sentaste, con algo más de cuidado que de costumbre. Un niño pasó corriendo con un periódico en la mano y elegiste ignorarlo activamente; no podrías descansar si cogías los carteles del periódico, ¿pero y si...? No, no debías. Llamaste con la mano a una camarera, que te saludó con la amabilidad que su etiqueta sugería y te preguntó qué deseabas tomar.
- Buena pregunta -contestaste-. De momento un café solo, ¿pero tenéis brownies? Me apetece algo dulce.
Sonreíste al recordar a Prometio. Él estaba obsesionado con los dulces. ¿Qué habría sido de él?
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El café llegó a mi mesa, endulzado a la perfección y con un ligero sabor a caramelo, era indudablemente uno de los mejores que había probado, pediría otro en seguida. El niño siguió corriendo pregonando la última noticia.
-¡Siguen sin pista alguna de las cuatro mujeres que desaparecieron la semana pasada!
El rostro de los locatarios y trabajadores pareció dibujar una mueca. Los demás clientes comenzaron a cotillear entre ellos sobre la situación y una peculiar pareja compró un ejemplar al niño. En ese momento aquello no era mi problema, no había ido a una isla de vacaciones para preocuparme por algunas mujeres desaparecidas que ni siquiera conocía su apariencia.
Llegó el postre. Un mousse de fresa que sabía absolutamente fenomenal, hacía una gran combinación con el café. Por otro lado, Arrhenius disfrutaba de un pastel de chocolate para el solo mientras que mi tigresa reposaba sobre el piso con una oreja parada, para no perderse de nada. La noche reinaba ya sobre esa isla y la tranquilidad de comer con mis dos mascotas mientras observa la luz reflejarse en las calles mojadas era invaluable. Terminamos nuestros postres, una ronda de café más y nos levantamos de esa mesa dejando una generosa propina, ahora habría que buscar una buena posada para dormir fuera de la embarcación al menos por una noche.
Pasó una tropa de soldados, probablemente de la isla, haciendo un rondín. Eran diez y tenían cara de pocos amigos, al parecer desde la desaparición de esas mujeres era normal que la policía del lugar recorriera las calles en cuanto el Sol se ponía, querían asegurarse de que su pequeño paraíso turístico no sufriera de las noticias que pregonaba el niño. Me detuve en puesto de chocolates para comprar algunas provisiones cuando escuché a la dueña hablar con la señora de al lado.
-No quieren alarmarnos, pero al parecer han desaparecido otras tres personas -decía la chocolatera- es lo que he escuchado, los familiares han llamado incompetente al jefe de la policía -respondió la otra.
La chocolatera mi dio mi bolsa de golosinas y me fui feliz comiendo un chocolate relleno de avellana. El problema de secuestros de esa ciudad era mucho más grave de lo que parecía, tenía sentido que los altos mandos no quisieran que se hiciera público su pequeño problema o la gente dejaría de visitar esa isla. Al parecer tendría que andar con un poco de cuidado mientras rondara ese lugar Mientras buscábamos un lugar para pasar la noche Kirara olió algo que la hizo inquietarse.
-¿Qué pasa pequeña? -le pregunté mientras acariciaba su cabeza.
-¡Siguen sin pista alguna de las cuatro mujeres que desaparecieron la semana pasada!
El rostro de los locatarios y trabajadores pareció dibujar una mueca. Los demás clientes comenzaron a cotillear entre ellos sobre la situación y una peculiar pareja compró un ejemplar al niño. En ese momento aquello no era mi problema, no había ido a una isla de vacaciones para preocuparme por algunas mujeres desaparecidas que ni siquiera conocía su apariencia.
Llegó el postre. Un mousse de fresa que sabía absolutamente fenomenal, hacía una gran combinación con el café. Por otro lado, Arrhenius disfrutaba de un pastel de chocolate para el solo mientras que mi tigresa reposaba sobre el piso con una oreja parada, para no perderse de nada. La noche reinaba ya sobre esa isla y la tranquilidad de comer con mis dos mascotas mientras observa la luz reflejarse en las calles mojadas era invaluable. Terminamos nuestros postres, una ronda de café más y nos levantamos de esa mesa dejando una generosa propina, ahora habría que buscar una buena posada para dormir fuera de la embarcación al menos por una noche.
Pasó una tropa de soldados, probablemente de la isla, haciendo un rondín. Eran diez y tenían cara de pocos amigos, al parecer desde la desaparición de esas mujeres era normal que la policía del lugar recorriera las calles en cuanto el Sol se ponía, querían asegurarse de que su pequeño paraíso turístico no sufriera de las noticias que pregonaba el niño. Me detuve en puesto de chocolates para comprar algunas provisiones cuando escuché a la dueña hablar con la señora de al lado.
-No quieren alarmarnos, pero al parecer han desaparecido otras tres personas -decía la chocolatera- es lo que he escuchado, los familiares han llamado incompetente al jefe de la policía -respondió la otra.
La chocolatera mi dio mi bolsa de golosinas y me fui feliz comiendo un chocolate relleno de avellana. El problema de secuestros de esa ciudad era mucho más grave de lo que parecía, tenía sentido que los altos mandos no quisieran que se hiciera público su pequeño problema o la gente dejaría de visitar esa isla. Al parecer tendría que andar con un poco de cuidado mientras rondara ese lugar Mientras buscábamos un lugar para pasar la noche Kirara olió algo que la hizo inquietarse.
-¿Qué pasa pequeña? -le pregunté mientras acariciaba su cabeza.
"Días tranquilos", te forzabas a repetir con cada nueva pizca de información que no debías preocuparte. Había más gente apta, más personas que podían ocuparse de ello y tú tenías mucho dinero aún por gastar. Incluso tenías una reserva de cabezas de escoria para entregar en momento de necesidad y pagar los sueldos. No había nada que pudiese forzarte en ese momento a ir detrás de un grupo de secuestradores, mucho menos aún sin recuperarte del todo y sin haber preparado el terreno. No era así como funcionaban las cosas; para planteártelo necesitarías un sinfín de datos a los que no tenías acceso así como así. Familia de las víctimas, quizá, o pautas del crimen local. Pero allí estabas para descansar.
Sonreíste sinceramente cuando llegó el camarero con un café y tu brownie, agradeciendo de forma casi enérgica cuando lo puso sobre tu mesa. Era una pieza de bizcocho a medio subir, pero con aspecto increíble. Aún caliente, con una generosa bola de helado de vainilla... Se te hacía la boca agua, aunque había mucho helado. Se te ocurrió, no sin travesura, que podías hacer un affogato, y separaste una parte del helado para echarla en la taza del café.
- Es una bebida curiosa propia del Nuevo Mundo -explicaste al hombre, que te miraba con curiosidad-. Me lo enseñó mi padre hace años, aunque lo ideal es ahogar el helado y no al revés.
El camarero te observó por un momento, entonces algo incómodo, y finalmente habló:
- Tenemos affogato en la carta -terminó respondiendo, visiblemente incómodo. No estaba hecho a ese tipo de contestaciones, aunque de golpe notaste que no era curiosidad en su mirada, sino que en ese pequeño tiempo se había constreñido para no explicar la posibilidad-. Aunque aquí se toma como postre, con un chorro de café sobre el helado, y no con ese...
Desconectaste el cerebro por un momento. Por alguna razón sentías que habías hecho algo terrible, o al menos el tono cada vez más oscuro del camarero te hacía creer que estabas cometiendo un pecado horrible. ¿Toda la gente de Venichi sería igual?
Volviste en ti misma para darle las gracias una vez más, y se retiró. No le había gustado tu forma de tratar el café, o el helado, o ambos... Pero no era tu problema. Sacaste tu libreta del bolso y la férula que Joseph te había fabricado para dibujar. Una pluma, porque en esa libreta esbozabas a pluma, y mientras con una mano dabas cariño al helado con la otra empezaste a retratar todo lo que ibas viendo por la calle, sin prestarle demasiada atención pero captando cada uno de sus detalles. Al menos, todos los que no decidías ignorar.
Sonreíste sinceramente cuando llegó el camarero con un café y tu brownie, agradeciendo de forma casi enérgica cuando lo puso sobre tu mesa. Era una pieza de bizcocho a medio subir, pero con aspecto increíble. Aún caliente, con una generosa bola de helado de vainilla... Se te hacía la boca agua, aunque había mucho helado. Se te ocurrió, no sin travesura, que podías hacer un affogato, y separaste una parte del helado para echarla en la taza del café.
- Es una bebida curiosa propia del Nuevo Mundo -explicaste al hombre, que te miraba con curiosidad-. Me lo enseñó mi padre hace años, aunque lo ideal es ahogar el helado y no al revés.
El camarero te observó por un momento, entonces algo incómodo, y finalmente habló:
- Tenemos affogato en la carta -terminó respondiendo, visiblemente incómodo. No estaba hecho a ese tipo de contestaciones, aunque de golpe notaste que no era curiosidad en su mirada, sino que en ese pequeño tiempo se había constreñido para no explicar la posibilidad-. Aunque aquí se toma como postre, con un chorro de café sobre el helado, y no con ese...
Desconectaste el cerebro por un momento. Por alguna razón sentías que habías hecho algo terrible, o al menos el tono cada vez más oscuro del camarero te hacía creer que estabas cometiendo un pecado horrible. ¿Toda la gente de Venichi sería igual?
Volviste en ti misma para darle las gracias una vez más, y se retiró. No le había gustado tu forma de tratar el café, o el helado, o ambos... Pero no era tu problema. Sacaste tu libreta del bolso y la férula que Joseph te había fabricado para dibujar. Una pluma, porque en esa libreta esbozabas a pluma, y mientras con una mano dabas cariño al helado con la otra empezaste a retratar todo lo que ibas viendo por la calle, sin prestarle demasiada atención pero captando cada uno de sus detalles. Al menos, todos los que no decidías ignorar.
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Kirara erizó un poco su pelaje y comenzó a olisquear la zona, sin duda alguna había olido algo que le había llamado la atención. Volví a acariciar su cabeza para tratar de tranquilizarla, pero sus cinco sentidos estaban enfocados en encontrar la fuente de aquel misterioso olor, ¿qué olía yo? Solamente el aroma de la calle mojada y los postres que salían calientitos de los restaurantes, aún así decidí darle rienda suelta a los sentidos de la tigresa y seguir ese rastro, quizás se trataba de alguna carnicería muy buena o algo por el estilo.
Seguimos caminando por las calles empedradas al ritmo que marcaba el olfato de Kirara, yo comencé a comer uno de los panes que recién había comprado y le di la mitad a Arrhenius que tampoco entendía muy bien qué estaba pasando. Era una deliciosa dona rellena de nata, aunque era muy muy dulce, no empalagaba para nada, era un festival de sabor en mi boca, además de que la textura era simplemente preciosa, se deshacía por completo en tu boca. Los establecimientos de Venichi representaban una seria amenaza a mi economía.
La caminata continuó por varias calles más hasta llegar a un pequeño y sucio callejón, parecía que las puertas traseras de varios locales llevaban a ese lugar y la pcupaban como un vertedero, varias ratas salieron corriendo cuando vieron el enorme cuerpo de una tigresa entrar a ese rincón. El pelaje de Kirara se erizó de nuevo y comenzó a rugir levemente. Ciertamente ese lugar era muy extraño, no me daba buena espina. Cada paso que dábamos mis bestias dentro de ese callejón se sentía como si nos adentrarámos en una densa bruma, ¿esa sensación de nuevo? Algo estaba mal en ese lugar, algo verdaderamente podrido y retorcido. El mono araña comenzó a agitarse de igual manera, los tres nos encontrábamos en máxima alerta. Un chirrido agudo nos tomó por sorpresa, una de las puertas comenzó a abrirse, ¿sería ese el origen de tan denso ambiente? Tomé la empuñadura de mi espada y me preparé para lo peor.
-Aaaaay malditos clientes malagradecidos, mira que dejar tanta comida -una chica pelirroja, de tez blanca, alta y con un uniforme de mesera salió con dos bolsas de basura- si por mí fuera yo ya los habría molido a... ¡¿PERO QUÉ HACE UN TIGRE EN EL BASURERO?! -La camarera casi se desmaya al ver a la pequeña Kirara.
-Lo lamento, lo lamento, esta pequeña es Kirara, es mi mascota -me disculpe un tanto incrédulo y volteé a ver a la pelirroja, era preciosa- ¿tú quién eres? No deberías estar sacando la basura a estas horas -agregué con una sonrisa.
La atmósfera había cambiado por completo, aquella niebla retorcida parecía haberse desvanecido sin razón aparente tras la aparición de esa hermosa mujer.
Seguimos caminando por las calles empedradas al ritmo que marcaba el olfato de Kirara, yo comencé a comer uno de los panes que recién había comprado y le di la mitad a Arrhenius que tampoco entendía muy bien qué estaba pasando. Era una deliciosa dona rellena de nata, aunque era muy muy dulce, no empalagaba para nada, era un festival de sabor en mi boca, además de que la textura era simplemente preciosa, se deshacía por completo en tu boca. Los establecimientos de Venichi representaban una seria amenaza a mi economía.
La caminata continuó por varias calles más hasta llegar a un pequeño y sucio callejón, parecía que las puertas traseras de varios locales llevaban a ese lugar y la pcupaban como un vertedero, varias ratas salieron corriendo cuando vieron el enorme cuerpo de una tigresa entrar a ese rincón. El pelaje de Kirara se erizó de nuevo y comenzó a rugir levemente. Ciertamente ese lugar era muy extraño, no me daba buena espina. Cada paso que dábamos mis bestias dentro de ese callejón se sentía como si nos adentrarámos en una densa bruma, ¿esa sensación de nuevo? Algo estaba mal en ese lugar, algo verdaderamente podrido y retorcido. El mono araña comenzó a agitarse de igual manera, los tres nos encontrábamos en máxima alerta. Un chirrido agudo nos tomó por sorpresa, una de las puertas comenzó a abrirse, ¿sería ese el origen de tan denso ambiente? Tomé la empuñadura de mi espada y me preparé para lo peor.
-Aaaaay malditos clientes malagradecidos, mira que dejar tanta comida -una chica pelirroja, de tez blanca, alta y con un uniforme de mesera salió con dos bolsas de basura- si por mí fuera yo ya los habría molido a... ¡¿PERO QUÉ HACE UN TIGRE EN EL BASURERO?! -La camarera casi se desmaya al ver a la pequeña Kirara.
-Lo lamento, lo lamento, esta pequeña es Kirara, es mi mascota -me disculpe un tanto incrédulo y volteé a ver a la pelirroja, era preciosa- ¿tú quién eres? No deberías estar sacando la basura a estas horas -agregué con una sonrisa.
La atmósfera había cambiado por completo, aquella niebla retorcida parecía haberse desvanecido sin razón aparente tras la aparición de esa hermosa mujer.
La férula no era del todo cómoda, aunque asumías que eso se debía a la falta de costumbre. Era cierto que tenías los dedos ligeramente deformados por ello, si bien era apenas apreciable y nunca había sido un problema. Con todo, Joseph era médico y tenías la esperanza de que utilizando aquel artilugio la posición de tus dedos fuese poco a poco enderezándose de vuelta. En parte quizá por eso no fuese cómoda, porque solo llegaría a serla una vez esa deformación hubiese sido solventada de alguna forma. Aun así estabas hecha a convivir con el dolor, por lo que una sencilla molestia como esa no te impedía disfrutar del rasgueo de la pluma sobre el papel.
Aunque había comenzado dibujando la calle, la distracción y el movimiento de la gente había convertido poco a poco el paseo de la tinta en una conjunción de líneas rectas y curvas que no se parecía a nada que hubiese estado por allí, o quizá todo a la vez. A primera vista parecía una abstracción sin mucho sentido, un esquema de algo que nadie podía desentrañar sin saber qué había pretendido, pero tus ojos captaban otra realidad más allá: con precisión empezaste a añadir sombras y más líneas, esas ya centradas en escarbar la forma que se ocultaba entre el vaivén de la gente. Con pequeñas cruces ibas dándole volumen a una falda mientras con bucles casi perfectos trazabas un cabello que el viento agitaba. Al terminar una muchacha caminaba entre una masa de gente que se fundía con el fondo. Faltaban los colores, y algún que otro detalle en la mirada, pero el resultado se parecía mucho a cómo te veías reflejada en el portal de espejo que tenías casi en frente, o a cómo te habías visto ates de sentarte. Por un momento te sentiste orgullosa del dibujo, aunque cerraste de golpe el cuaderno cuando una voz sonó por encima de tu hombro.
- Bonito trazo -señaló. Tú te volviste hacia el dueño de aquellas palabras, un imponente hombre de gran envergadura vestido con un traje ajustado, el corte propio de Water Seven-. No mucha gente se atreve a bosquejar en tinta.
- ¿Nunca te han enseñado a no husmear por ahí? -contestaste de inmediato. De golpe te sentías muy expuesta.
Tus palabras habrían sido lo bastante duras como para alejar a cualquier pesado, pero no para amedrentar a un veneciano. Esa gente se movía por impulsos más allá de la comprensión inglesa. Hizo una mueca de desagrado, es verdad, pero luego sonrió como si nada de eso importase y caminó hasta que te tuvo frente a frente sin necesidad de que girases el cuello.
- Excuse mis modales, siñorina -se disculpó-, pero el sol me cegó por un momento al ver tu melena y sentí la necesidad de acercarme. -Gesticulaba mucho. No te gustaba que gesticulase tanto-. Solo creí necesario reconocer tu habilidad como artis...
Te levantaste abruptamente, dándole la espalda y echando a caminar, pero él no se dio por vencido. Apuraste un poco el paso, pero él seguía recortando distancia hasta que te tomó de la muñeca en un descuido.
- Por favor, deja que te invite a un limoncelo.
Respiraste profundamente, evitando el impulso de apuñalarle el antebrazo. En lugar de eso te quedaste quieta por un momento. Sin mirarlo a la cara, manteniéndote como cuando te había agarrado, hablaste:
- Tienes tres segundos para soltarme antes de que grite -amenazaste.
Podrías haberle cortado la mano, pero ya te habían tomado por loca en demasiadas islas. Por una vez ibas a arreglar las cosas -si podías- más o menos apaciblemente.
Aunque había comenzado dibujando la calle, la distracción y el movimiento de la gente había convertido poco a poco el paseo de la tinta en una conjunción de líneas rectas y curvas que no se parecía a nada que hubiese estado por allí, o quizá todo a la vez. A primera vista parecía una abstracción sin mucho sentido, un esquema de algo que nadie podía desentrañar sin saber qué había pretendido, pero tus ojos captaban otra realidad más allá: con precisión empezaste a añadir sombras y más líneas, esas ya centradas en escarbar la forma que se ocultaba entre el vaivén de la gente. Con pequeñas cruces ibas dándole volumen a una falda mientras con bucles casi perfectos trazabas un cabello que el viento agitaba. Al terminar una muchacha caminaba entre una masa de gente que se fundía con el fondo. Faltaban los colores, y algún que otro detalle en la mirada, pero el resultado se parecía mucho a cómo te veías reflejada en el portal de espejo que tenías casi en frente, o a cómo te habías visto ates de sentarte. Por un momento te sentiste orgullosa del dibujo, aunque cerraste de golpe el cuaderno cuando una voz sonó por encima de tu hombro.
- Bonito trazo -señaló. Tú te volviste hacia el dueño de aquellas palabras, un imponente hombre de gran envergadura vestido con un traje ajustado, el corte propio de Water Seven-. No mucha gente se atreve a bosquejar en tinta.
- ¿Nunca te han enseñado a no husmear por ahí? -contestaste de inmediato. De golpe te sentías muy expuesta.
Tus palabras habrían sido lo bastante duras como para alejar a cualquier pesado, pero no para amedrentar a un veneciano. Esa gente se movía por impulsos más allá de la comprensión inglesa. Hizo una mueca de desagrado, es verdad, pero luego sonrió como si nada de eso importase y caminó hasta que te tuvo frente a frente sin necesidad de que girases el cuello.
- Excuse mis modales, siñorina -se disculpó-, pero el sol me cegó por un momento al ver tu melena y sentí la necesidad de acercarme. -Gesticulaba mucho. No te gustaba que gesticulase tanto-. Solo creí necesario reconocer tu habilidad como artis...
Te levantaste abruptamente, dándole la espalda y echando a caminar, pero él no se dio por vencido. Apuraste un poco el paso, pero él seguía recortando distancia hasta que te tomó de la muñeca en un descuido.
- Por favor, deja que te invite a un limoncelo.
Respiraste profundamente, evitando el impulso de apuñalarle el antebrazo. En lugar de eso te quedaste quieta por un momento. Sin mirarlo a la cara, manteniéndote como cuando te había agarrado, hablaste:
- Tienes tres segundos para soltarme antes de que grite -amenazaste.
Podrías haberle cortado la mano, pero ya te habían tomado por loca en demasiadas islas. Por una vez ibas a arreglar las cosas -si podías- más o menos apaciblemente.
Charlotte Prometio
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
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Akuma no mi
Varios
Había sido un gran susto, no me esperaba la irrupción de aquella guapa pelirroja a mitad del callejón. La fuente de a tétrica aura que rodeaba el lugar también había desaparecido, ¿qué ser del inframundo podría haberla causado y por qué había desaparecido? Estaba un poco asustado, al igual que mis bestias. Seguía un poco desconcertado por la situación hasta que las palabras de la pelirroja me sacaron de mi pequeño trance.
-Ganándome la vida en este pedazo de restaurante, ¿qué más? -la pelirroja se veía exhausta y sacó un cigarro del bolsillo de su mandil- pero insisto, ¿qué hace un santísimo tigre en el basurero? -preguntó mientras inhalaba el humo del cigarro.
-Bue, bueno, esta pequeñita de aquí es mi compañera, responde al nombre de Kirara y es un amor -dije mientras la acariciaba la cabeza- ese de allá es Arrhenius -señalé al mono- ese no es tan agraciado como Kirara -claro que el hecho de tener ocho ojos no te hacía muy guapo, lo siento Arrhenius- ¿te sobra uno? -me llevé la mano a la boca.
La chica me dio uno de sus cigarrillos y comenzamos a fumar en aquel callejón.
-¿Estás ocupada acabando tu turno? Puedes enseñarme la ciudad si no haces nada -sonreí.
-Acabo en un par de horas, pero honestamente estoy muy cansado, pero -sacó una pluma y un papelito de su bolsa y comenzó a escribir- ¿qué tal si mañana me invitas un café? Búscame en esa dirección como a medio día, te esperaré con gusto -sonrió de oreja a oreja y se levantó para entrar de nuevo al restaurante- hasta entonces...
-Prometio y tú eres...
La pelirroja entró al restaurante con un sonrisa y sacudiendo la mano de un lado a otro, tendría que ganarme su nombre en la cita del día siguiente. Tomé el papel con mucho cuidado y lo guardé e mis bolsillos, lo iba a cuidar como si de un tesoro se tratase. Estaba tan content que por el resto de la noche olvidé todo lo relacionado a la siniestra aura que había envuelto el callejón tan sólo unos minutos antes. Partí acompañado de mis bestias para encontrar un buen lugar para dormir.
Aunque eran ya altas horas de la noche, aún había mucho movimiento por las calles de esa isla, estaban llenas de vida y la mayoría de los locales estaban aún atiborrados. No quise desaprovechar la situación y me detuve en un pequeño restaurante para tomar un té antes de dormir. Cuando terminé mi pequeña cena y nos pusimos en marcha a un hotel que me había recomendado la camarera del lugar, volví a sentir esa extraña aura, aquella sensación de muerte que me erizaba la piel; Kirara volvió a ponerse alerta. Se sentía más lejana, pero estaba ahí, esta vez no la perdería de vista. Salí corriendo a todo tren junto a mis bestias sólo para estrellarme a los pocos metros con un grandulón que clamaba ser un sargento de la policía local.
Oye, ¿puedes dejarme pasar? Tengo un poco de...
A mitad de la calle había una melena dorada, era la melena de... ¡Claro que tenía que ser ella!
-Ganándome la vida en este pedazo de restaurante, ¿qué más? -la pelirroja se veía exhausta y sacó un cigarro del bolsillo de su mandil- pero insisto, ¿qué hace un santísimo tigre en el basurero? -preguntó mientras inhalaba el humo del cigarro.
-Bue, bueno, esta pequeñita de aquí es mi compañera, responde al nombre de Kirara y es un amor -dije mientras la acariciaba la cabeza- ese de allá es Arrhenius -señalé al mono- ese no es tan agraciado como Kirara -claro que el hecho de tener ocho ojos no te hacía muy guapo, lo siento Arrhenius- ¿te sobra uno? -me llevé la mano a la boca.
La chica me dio uno de sus cigarrillos y comenzamos a fumar en aquel callejón.
-¿Estás ocupada acabando tu turno? Puedes enseñarme la ciudad si no haces nada -sonreí.
-Acabo en un par de horas, pero honestamente estoy muy cansado, pero -sacó una pluma y un papelito de su bolsa y comenzó a escribir- ¿qué tal si mañana me invitas un café? Búscame en esa dirección como a medio día, te esperaré con gusto -sonrió de oreja a oreja y se levantó para entrar de nuevo al restaurante- hasta entonces...
-Prometio y tú eres...
La pelirroja entró al restaurante con un sonrisa y sacudiendo la mano de un lado a otro, tendría que ganarme su nombre en la cita del día siguiente. Tomé el papel con mucho cuidado y lo guardé e mis bolsillos, lo iba a cuidar como si de un tesoro se tratase. Estaba tan content que por el resto de la noche olvidé todo lo relacionado a la siniestra aura que había envuelto el callejón tan sólo unos minutos antes. Partí acompañado de mis bestias para encontrar un buen lugar para dormir.
Aunque eran ya altas horas de la noche, aún había mucho movimiento por las calles de esa isla, estaban llenas de vida y la mayoría de los locales estaban aún atiborrados. No quise desaprovechar la situación y me detuve en un pequeño restaurante para tomar un té antes de dormir. Cuando terminé mi pequeña cena y nos pusimos en marcha a un hotel que me había recomendado la camarera del lugar, volví a sentir esa extraña aura, aquella sensación de muerte que me erizaba la piel; Kirara volvió a ponerse alerta. Se sentía más lejana, pero estaba ahí, esta vez no la perdería de vista. Salí corriendo a todo tren junto a mis bestias sólo para estrellarme a los pocos metros con un grandulón que clamaba ser un sargento de la policía local.
Oye, ¿puedes dejarme pasar? Tengo un poco de...
A mitad de la calle había una melena dorada, era la melena de... ¡Claro que tenía que ser ella!
Tuviste que dar un pequeño tirón, pero no opuso resistencia. Tampoco escuchaste sus pasos detrás de ti, si bien creíste oír algún tipo de maldición hacia tu familia que elegiste ignorar no sin darte la vuelta y enseñarle el dedo corazón. Sin dejar de caminar recogiste torpemente la libreta y la pluma; te retiraste la férula del dedo con algo de molestia solo para comprobar que te había rozado demasiado en una falange: Necesitabas cambiarle el acolchado. También suspiraste, pensando qué harías a continuación. El pecho te seguía doliendo, y caminar deprisa no lo mejoraba precisamente, aunque poco a poco te permitiste calmar el ritmo cuando estuviste completamente segura de que ese tipo no te seguía. Si bien, la verdad, no podías evitar pensar que hasta cierto punto habías sobreactuado.
- Y una mierda -te contestaste de inmediato.
Deambulaste un poco más por las calles mientras el sol de la tarde iba dejándote atrás. Poco a poco la noche llegaba y las calles blancas de Venichi cobraban un aspecto casi romántico, si bien ligeramente decadente. Era un ambiente encantador en cierto modo, aunque te habría gustado que las grandes calles estuviesen mejor iluminadas y los callejones menos atestados. Se podía caminar, más o menos, pero debías ir esquivando gente casi cada tres o cuatro pasos. Aunque, más pronto que tarde, alcanzaste una zona tranquila. Bueno, casi tranquila.
Había algo extraño en la zona, una suerte de ambiente enrarecido. La poca gente que quedaba por ahí miraba a un lado y a otro con notable nerviosismo, y en un cruce de caminos se agolpaba lo que por experiencia sabías que era una masa de curiosos. Algo morboso tenía que haber sucedido hacía muy poco, y aunque decidiste ignorarlo cuando doblaste la esquina te topaste de frente con un hombre de gran envergadura y aspecto imponente vestido de agente de la ley. Lucía un poderoso bigote de herradura trenzado y patillas que casi parecían unirse a este, pero estaban separados por una pequeña línea de piel. Una de ellas, la derecha, parecía ocultar una cicatriz que le recorría desde detrás de la sien hasta casi la mandíbula, y aunque no habrías apostado estabas segura de que tenía otra en el labio -bastante bien curada-. Era también muy alto, y aunque lucía una prominente panza también tenía dos brazos poderosos y grandes manos como las de un panadero.
Te miró por un momento. Tú te diste cuenta de que estabas parada mirándolo de forma no muy discreta. Asentiste con cierta vergüenza como si te disculpases y avanzaste deprisa hacia el lado contrario, pero ni cincuenta metros más adelante escuchaste una voz que conocías. Con algo de cautela te diste la vuelta para toparte con que Prometio estaba allí, concretamente junto al policía. Frunciste el ceño sin comprender qué estaba pasando, y aunque no veías la cara del agente estabas segura de que ambos compartíais esa preocupación, por lo que fuiste hacia allí con paso raudo -o lo que para ti era paso raudo-. Aquel día ibas bastante menos abrigada que el día que lo conociste, aunque confiabas en que se acordase de ti.
- Y una mierda -te contestaste de inmediato.
Deambulaste un poco más por las calles mientras el sol de la tarde iba dejándote atrás. Poco a poco la noche llegaba y las calles blancas de Venichi cobraban un aspecto casi romántico, si bien ligeramente decadente. Era un ambiente encantador en cierto modo, aunque te habría gustado que las grandes calles estuviesen mejor iluminadas y los callejones menos atestados. Se podía caminar, más o menos, pero debías ir esquivando gente casi cada tres o cuatro pasos. Aunque, más pronto que tarde, alcanzaste una zona tranquila. Bueno, casi tranquila.
Había algo extraño en la zona, una suerte de ambiente enrarecido. La poca gente que quedaba por ahí miraba a un lado y a otro con notable nerviosismo, y en un cruce de caminos se agolpaba lo que por experiencia sabías que era una masa de curiosos. Algo morboso tenía que haber sucedido hacía muy poco, y aunque decidiste ignorarlo cuando doblaste la esquina te topaste de frente con un hombre de gran envergadura y aspecto imponente vestido de agente de la ley. Lucía un poderoso bigote de herradura trenzado y patillas que casi parecían unirse a este, pero estaban separados por una pequeña línea de piel. Una de ellas, la derecha, parecía ocultar una cicatriz que le recorría desde detrás de la sien hasta casi la mandíbula, y aunque no habrías apostado estabas segura de que tenía otra en el labio -bastante bien curada-. Era también muy alto, y aunque lucía una prominente panza también tenía dos brazos poderosos y grandes manos como las de un panadero.
Te miró por un momento. Tú te diste cuenta de que estabas parada mirándolo de forma no muy discreta. Asentiste con cierta vergüenza como si te disculpases y avanzaste deprisa hacia el lado contrario, pero ni cincuenta metros más adelante escuchaste una voz que conocías. Con algo de cautela te diste la vuelta para toparte con que Prometio estaba allí, concretamente junto al policía. Frunciste el ceño sin comprender qué estaba pasando, y aunque no veías la cara del agente estabas segura de que ambos compartíais esa preocupación, por lo que fuiste hacia allí con paso raudo -o lo que para ti era paso raudo-. Aquel día ibas bastante menos abrigada que el día que lo conociste, aunque confiabas en que se acordase de ti.
Charlotte Prometio
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Claro que tenía que ser Alice, unca podría olvidar aquella melena dorada y su ligero, por no decir frágil, caminar. La última vez no había tenido tiempo de despedirme de ella ni mucho menos agradecerle por haberme salvado el pellejo en más de una ocasión a manos de ese tétrico desollador. Alcé la mano y comencé a agitarla de lado a lado.
-¡Aliceeeeee! -grité muy emocionado.
La atmósfera, aunque realmente no había cambiado tanto, de pronto se sintió más ligera con su presencia. Había estado buscándola de isla en isla y por fin había tenido la buena fortuna de volver a verla. En medio de mi alegría un pensamiento itrusivo vino a mí, ¿por qué de entre todas las islas, había venido a encontrarla en una con un sentimiento tan tétrico? Volteé a ver su ligera cara de sorpresa, olvidé esa intranquilad tras contemplar sus ojos; tenía que ponerme al corriente con ella, presentarle a mis compañeros animales. Di el primer paso para acercarme a ella, cuando sentí un jalón en el brazo. Giré la cabeza, era el oficial.
-Desacelera un poco pelirrojo, ¿por qué tanta prisa? -la mano de ese hombre era algo desagradable y bajaba sus ojos para clavar una mirada de clara desconfianza sobre mí- ¿cómo es que caminas tan campantemente con esa espada, tienes un permiso para portar armas?
Desde que dejé mi isla natal sentía cierto desprecio hacia los agentes de la justicia, dígase marines, soldados, policías o legionarios; la actitud arogante de ese sujeto no mejoraba nada mi idea sobre ellos. Le dirigí una mirada penetrante y haciéndole notar mi desprecio, en otras situaciones hubiera armado un gran revuelo por su poca gracia, pero Alice se encontraba en la isla y no quería perder un sólo momento que pudiese aprovechar con ella.
-Lo siento oficial, no sabía que necesitaba un permiso para portar espadas
Bueno, quizás yo había podido contener mis ganas de quitarle mi mano de encima y ocultar un poco mi agresividad, pero cierta acompañante felina no había captado muy bien la atmósfera. Al final Kirara no conocía la situación de la cazadora. La tigresa se acercó desafiante al oficial y le dirigió un pequeñedo gruñido digamos que no muy amistoso. La cara del hombre se desfiguró rápidamente, me soltó y dió unos pasitos hacia atrás.
-Bu, bueno, no sabía que cargabas con ese pequeño gatito -dijo tartamudeando un poco -anda ya, tenemos trabajo más importante del cuál encargarnos, sólo por esta vez lo dejaré pasar.
Me acerqué a Alice y la saludé moviendo efusivamente mi mano de un lado a otro.
-Qué coincidencia tan más bella, ¿cómo estás Alice?
-¡Aliceeeeee! -grité muy emocionado.
La atmósfera, aunque realmente no había cambiado tanto, de pronto se sintió más ligera con su presencia. Había estado buscándola de isla en isla y por fin había tenido la buena fortuna de volver a verla. En medio de mi alegría un pensamiento itrusivo vino a mí, ¿por qué de entre todas las islas, había venido a encontrarla en una con un sentimiento tan tétrico? Volteé a ver su ligera cara de sorpresa, olvidé esa intranquilad tras contemplar sus ojos; tenía que ponerme al corriente con ella, presentarle a mis compañeros animales. Di el primer paso para acercarme a ella, cuando sentí un jalón en el brazo. Giré la cabeza, era el oficial.
-Desacelera un poco pelirrojo, ¿por qué tanta prisa? -la mano de ese hombre era algo desagradable y bajaba sus ojos para clavar una mirada de clara desconfianza sobre mí- ¿cómo es que caminas tan campantemente con esa espada, tienes un permiso para portar armas?
Desde que dejé mi isla natal sentía cierto desprecio hacia los agentes de la justicia, dígase marines, soldados, policías o legionarios; la actitud arogante de ese sujeto no mejoraba nada mi idea sobre ellos. Le dirigí una mirada penetrante y haciéndole notar mi desprecio, en otras situaciones hubiera armado un gran revuelo por su poca gracia, pero Alice se encontraba en la isla y no quería perder un sólo momento que pudiese aprovechar con ella.
-Lo siento oficial, no sabía que necesitaba un permiso para portar espadas
Bueno, quizás yo había podido contener mis ganas de quitarle mi mano de encima y ocultar un poco mi agresividad, pero cierta acompañante felina no había captado muy bien la atmósfera. Al final Kirara no conocía la situación de la cazadora. La tigresa se acercó desafiante al oficial y le dirigió un pequeñedo gruñido digamos que no muy amistoso. La cara del hombre se desfiguró rápidamente, me soltó y dió unos pasitos hacia atrás.
-Bu, bueno, no sabía que cargabas con ese pequeño gatito -dijo tartamudeando un poco -anda ya, tenemos trabajo más importante del cuál encargarnos, sólo por esta vez lo dejaré pasar.
Me acerqué a Alice y la saludé moviendo efusivamente mi mano de un lado a otro.
-Qué coincidencia tan más bella, ¿cómo estás Alice?
Parpadeaste un par de veces, sonriente. Esperabas que se acordase, pero no pensabas que fuese a estar tan emocionado. Prometio era un muchacho peculiar que había aparecido en Sakura sin abrigo y que se había sumado a tu búsqueda del desollador sin pedir nada a cambio. Más que eso, era probable que sin él no hubieses sido capaz de sobrevivir. Te hizo cierta gracia al verlo darte cuenta de que el chico tenía un cierto talento para meterse en líos, aunque por suerte en esa ocasión no parecía uno tan grave como cuando lo habías conocido. En comparación, de hecho, toparse con un guardia que le recriminaba ir armado era una simple chiquillada. Aunque tú te bajaste ligeramente la falda, no fuese a darse cuenta de que llevabas una muslera llena de cuchillos bajo ella.
- ¡Muchas gracias agente! -exclamaste-. Yo me aseguraré de que no se meta en líos. Es un buen muchacho, aunque puede ser un poco especial a veces y... -Estabas hablando demasiado-. ¡Prome!
Le habrías dado un abrazo, pero aún no estabas del todo recuperada. Bah, qué demonios. Sonreíste con cierto dolor mientras lo rodeabas delicadamente, sin apretar demasiado tampoco. Tampoco podías; de alguna manera tu cuerpo se mostraba incapaz. Pero él te había salvado la vida, qué menos que mostrarle un poco de cariño y muchísimo agradecimiento.
Te separaste tras unos segundos. Parecía que él también se alegraba de verte, lo cual no pudo sino agradarte. Esperabas que las cosas no terminasen como había sucedido la última vez, aunque si pasaba por lo menos sabías que estabas en buenas manos. De todos modos tampoco había nada especialmente grave para que volvieseis a correr alguna clase de peligro sin necesidad... Bueno, eso querías pensar. La verdad es que el oficial no te daba buena espina y la gente de las calles cercanas estaba claramente nerviosa. Algo malo estaba sucediendo allí, eso estaba claro. Solo esperabas no tener que intervenir, aunque en el fondo querías buscar cualquier excusa para lanzarte a por tu chute de adrenalina.
- Estoy... Bien. -Inclinaste la cabeza hacia un lado, con una sonrisa-. No súper bien, pero podría estar peor si alguien no me hubiese cargado por la nieve hasta encontrar un médico. No estabas cuando desperté para darte las gracias, pero querría habértelas dado. Muchas gracias, Prome. No tengo claro cómo voy a poder pagártelo.
Era un agradecimiento sincero, de esos que habitualmente no dabas. El favor de Prometio te había mantenido con vida. Que hubiese querido e insistido en acompañarte era lo que había significado al final una diferencia entre vivir o morir. Se había arriesgado mucho por una desconocida; era una buena persona.
- ¿Y tú? -acabaste preguntando-. ¿Cómo estás tú? ¿Qué has estado haciendo estos meses? Seguro que viviendo aventuras en islas demasiado frías para ti y salvando más damiselas en apuros.
- ¡Muchas gracias agente! -exclamaste-. Yo me aseguraré de que no se meta en líos. Es un buen muchacho, aunque puede ser un poco especial a veces y... -Estabas hablando demasiado-. ¡Prome!
Le habrías dado un abrazo, pero aún no estabas del todo recuperada. Bah, qué demonios. Sonreíste con cierto dolor mientras lo rodeabas delicadamente, sin apretar demasiado tampoco. Tampoco podías; de alguna manera tu cuerpo se mostraba incapaz. Pero él te había salvado la vida, qué menos que mostrarle un poco de cariño y muchísimo agradecimiento.
Te separaste tras unos segundos. Parecía que él también se alegraba de verte, lo cual no pudo sino agradarte. Esperabas que las cosas no terminasen como había sucedido la última vez, aunque si pasaba por lo menos sabías que estabas en buenas manos. De todos modos tampoco había nada especialmente grave para que volvieseis a correr alguna clase de peligro sin necesidad... Bueno, eso querías pensar. La verdad es que el oficial no te daba buena espina y la gente de las calles cercanas estaba claramente nerviosa. Algo malo estaba sucediendo allí, eso estaba claro. Solo esperabas no tener que intervenir, aunque en el fondo querías buscar cualquier excusa para lanzarte a por tu chute de adrenalina.
- Estoy... Bien. -Inclinaste la cabeza hacia un lado, con una sonrisa-. No súper bien, pero podría estar peor si alguien no me hubiese cargado por la nieve hasta encontrar un médico. No estabas cuando desperté para darte las gracias, pero querría habértelas dado. Muchas gracias, Prome. No tengo claro cómo voy a poder pagártelo.
Era un agradecimiento sincero, de esos que habitualmente no dabas. El favor de Prometio te había mantenido con vida. Que hubiese querido e insistido en acompañarte era lo que había significado al final una diferencia entre vivir o morir. Se había arriesgado mucho por una desconocida; era una buena persona.
- ¿Y tú? -acabaste preguntando-. ¿Cómo estás tú? ¿Qué has estado haciendo estos meses? Seguro que viviendo aventuras en islas demasiado frías para ti y salvando más damiselas en apuros.
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Fue un abrazo muy tierno. Aunque no había pasado demasiado tiempo de aquella desventura en el reino de Sakura, se sentía como si hubiesen pasado años. Aquel evento con el desollador había marcado un antes y un después en mi visión sobre la vida, ahora era un poco más frío con mis oponentes, un tanto menos misericordioso si así se le podía decir. El haber visto a Alice tan mal herida había sido el punto de inflexión con el que había decidido hacerme más fuerte, un balde de agua helada que me mostró la realidad de mis habilidades, esperaba haber mejorado al menos un poco en comparación con aquella vez.
Las palabras de Alice reconfortaron mi corazón, la cazadora había sido la primer persona en ese mar tan grande con la que había podido construir un lazo de cariño. Sí, cariño era la palabra adecuada. Quería contarle sobre cómo la había buscado de un lado a otro para verla y más bien mostrarle mi gratitud a ella, pero me daba algo de pena admitir que había visitado un par de islas solamente para verla una vez más. Bueno y también para partir por la mitad al enfermo que nos había hecho pasar ese rato dan desagradable.
-Han sido unos meses muy movidos -movidos era lo menos- he hecho de todo, conocí a un tipo que no vas a creer...
Recordé que Alice era una cazadora de recompensas, quizás no era la mejor de las ideas contarle sobre cómo mi cabeza ya tenía un precio y que mi camino de la piratería iba avanzando como viento en popa. Aunque tal vez ella ya lo supiera.
-Bueno, lo más importante de todo -dije sonriendo- quiero que conozcas a este par -señalé felizmente a mi mono y a la tigresa- la pequeña de aquí se llama Kirara y es un tanto sobreprotectora y el pequeño mono con ocho ojos es Arrhenius, es literalmente un mono araña -solté una carcajada que no agradó al mono- creo que sé cómo puedes pagarme todo -aunque yo era el que más agradecimiento debía mostrar- deja que te invite un té o un postre, hay restaurantes muy buenos en estas calles -di un suspiro- yo soy el que debe darte las gracias Alice -la abracé suavemente.
La extraña atmosfera que había sentido unos momentos antes se me había olvidado por completo, la presencia de Alice me distraía del mundo exterior y solamente quería compartir un postre con la cazadora de porcelana.
Las palabras de Alice reconfortaron mi corazón, la cazadora había sido la primer persona en ese mar tan grande con la que había podido construir un lazo de cariño. Sí, cariño era la palabra adecuada. Quería contarle sobre cómo la había buscado de un lado a otro para verla y más bien mostrarle mi gratitud a ella, pero me daba algo de pena admitir que había visitado un par de islas solamente para verla una vez más. Bueno y también para partir por la mitad al enfermo que nos había hecho pasar ese rato dan desagradable.
-Han sido unos meses muy movidos -movidos era lo menos- he hecho de todo, conocí a un tipo que no vas a creer...
Recordé que Alice era una cazadora de recompensas, quizás no era la mejor de las ideas contarle sobre cómo mi cabeza ya tenía un precio y que mi camino de la piratería iba avanzando como viento en popa. Aunque tal vez ella ya lo supiera.
-Bueno, lo más importante de todo -dije sonriendo- quiero que conozcas a este par -señalé felizmente a mi mono y a la tigresa- la pequeña de aquí se llama Kirara y es un tanto sobreprotectora y el pequeño mono con ocho ojos es Arrhenius, es literalmente un mono araña -solté una carcajada que no agradó al mono- creo que sé cómo puedes pagarme todo -aunque yo era el que más agradecimiento debía mostrar- deja que te invite un té o un postre, hay restaurantes muy buenos en estas calles -di un suspiro- yo soy el que debe darte las gracias Alice -la abracé suavemente.
La extraña atmosfera que había sentido unos momentos antes se me había olvidado por completo, la presencia de Alice me distraía del mundo exterior y solamente quería compartir un postre con la cazadora de porcelana.
Prometio iba bien acompañado: Una preciosa y enorme tigresa de mirada viva y un... ¿Mono araña? Él lo había descrito así, pero a ti te resultaba un poco incómodo no saber hacia qué par de ojos dirigir la mirada. Tenía los dientes largos, muchos ojos y tres brazos a cada costado, y no quisiste preguntar si también excretaba seda porque se te hacía un poco desagradable. O gracioso; dudabas, en realidad, pero se te hacía un poco difícil. ¿De dónde había salido ese animal? ¿Quién lo había creado? Una vez habías leído de una isla en el East Blue, pero se te hacía tan surrealista la idea que habías terminado por desestimarla. Por lo visto, habías hecho mal.
- ¿Pequeña? -preguntaste-. ¿Entonces yo qué soy para ti, una pulguita? -Sonreíste a la tigresa. Parecía mansa, dentro de lo posible-. Pero es una preciosidad. ¿Puedo?
Con permiso del dueño te agacharías hasta la altura de Kirara, acercándote lentamente para no asustarla y llevando tu mano hasta su mejilla, hundiéndola en su pelaje. Unas pocas caricias sondándola hasta dirigirte a detrás de su oreja y acabarías usando ambas manos para masajearle el cuello como si se tratase de un gato muy grande. Y... Es probable que pusieses un tono algo infantil mientras piropeases al animal, porque contenerte delante de esa clase de animales no era algo a lo que realmente estuvieses muy acostumbrada. Y caray, pocas veces tenías oportunidad de acariciar un tigre doméstico.
Arqueaste una ceja. ¿Darte él las gracias? ¿A ti? Dejando de lado que lo habías ayudado a llegar a un pueblecito donde pudo comprarse un abrigo no habías hecho nada por él, pero sonreíste igualmente algo ruborizada. Prome te había salvado la vida, y aun así te daba las gracias como si fueses tú la que había hecho algo por él. Si no fuera porque en ese momento te dio un abrazo a traición incluso te habrías dado la vuelta, pero él fue más rápido. Para cuando te soltó ya habías decidido no discutir con él por quién había salvado a quién o por qué eras tú quien estaba en deuda. También estabas dispuesta a dejar que te invitase a un té, o a un macchiato. No eras tanto de café como de infusiones, pero había excepciones notables.
- Está bien -contestaste, aunque pusiste una expresión dubitativa-. Pero apenas conozco la isla, así que no sabría dónde tomarlo. Además... -Sonreíste, traviesa-. Quien invita le toca elegir. ¿Adónde vamos?
No sabías si era la mejor opción hincharte a postres o tomar cafés tan tarde, pero una noche era una noche y como mínimo no sería tan peligroso como las noches de fiesta en Dark Dome.
- ¿Pequeña? -preguntaste-. ¿Entonces yo qué soy para ti, una pulguita? -Sonreíste a la tigresa. Parecía mansa, dentro de lo posible-. Pero es una preciosidad. ¿Puedo?
Con permiso del dueño te agacharías hasta la altura de Kirara, acercándote lentamente para no asustarla y llevando tu mano hasta su mejilla, hundiéndola en su pelaje. Unas pocas caricias sondándola hasta dirigirte a detrás de su oreja y acabarías usando ambas manos para masajearle el cuello como si se tratase de un gato muy grande. Y... Es probable que pusieses un tono algo infantil mientras piropeases al animal, porque contenerte delante de esa clase de animales no era algo a lo que realmente estuvieses muy acostumbrada. Y caray, pocas veces tenías oportunidad de acariciar un tigre doméstico.
Arqueaste una ceja. ¿Darte él las gracias? ¿A ti? Dejando de lado que lo habías ayudado a llegar a un pueblecito donde pudo comprarse un abrigo no habías hecho nada por él, pero sonreíste igualmente algo ruborizada. Prome te había salvado la vida, y aun así te daba las gracias como si fueses tú la que había hecho algo por él. Si no fuera porque en ese momento te dio un abrazo a traición incluso te habrías dado la vuelta, pero él fue más rápido. Para cuando te soltó ya habías decidido no discutir con él por quién había salvado a quién o por qué eras tú quien estaba en deuda. También estabas dispuesta a dejar que te invitase a un té, o a un macchiato. No eras tanto de café como de infusiones, pero había excepciones notables.
- Está bien -contestaste, aunque pusiste una expresión dubitativa-. Pero apenas conozco la isla, así que no sabría dónde tomarlo. Además... -Sonreíste, traviesa-. Quien invita le toca elegir. ¿Adónde vamos?
No sabías si era la mejor opción hincharte a postres o tomar cafés tan tarde, pero una noche era una noche y como mínimo no sería tan peligroso como las noches de fiesta en Dark Dome.
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Alice parecía llevarse bastante bien con la tigresa, jugueteaban un poco y Kirara disfrutaba de la atención y mimos que recibía; me puso feliz su gran relación. En cuánto a Arrhenius, bueno yo ya sabía que no era el más agraciado, pero por lo mismo tampoco era que le importaran mucho los mimos o la atención; era más bien un poco huraño, cuando se enterara de que también lanzaba telaraña por su cola quedaría asqueada, seguro.
¿A dónde íbamos? Era una gran pregunta, tampoco conocía la isla, había llegado apenas hace unas horas. Bueno, lugares había de sobra, quizás escoger el lugar que mejor pinta tuviera sería una gran opción, la avenida principal estaba... comencé a girar la cabeza de lado a lado, recordé el camino y le señalé la dirección a Alice.
-En la avenida principal he visto algunos puestecillos y locales muy monos, estoy seguro de que encontraremos el mejor té de estos mares -sonreí nuevamente hacia ella- démonos prisa, no sé qué tan tarde cierren en esta isla.
La caminata por las calles acuáticas de Venichi no podían ser más que románticas, las calles empedradas y humedas, decenas de parejas caminando de la mano bajo la luz de la luna y el alumbrado tan detallado de las calles, acompañado de la refrescante brisa de los canales; incluso algunos gondoleros seguían ofreciendo su servicio con una tarifa más alta debido a que en sus propias palabras "el tour nocturno era mágico". Alice y yo seguimos intercambiando algunas palabras mientras recorríamos el encantado de la avenida principal, aunque fueran altas horas de la noche la mayoría de restaurantes seguían abiertos y con mucha afluencia.
-¿Qué tal ese? -señalé un anuncio tallado en piedra- parece un lugar tranquilo y algo me dice que tienen grandes bebidas -claro, es que el lugar se llamaba "fleurs, herbs et l´arôme de mon coeur".
Kirara parecía de igual manera atraída por los olores tan fuertes de las hierbas las infusiones de aquel lugar, tenía el visto bueno de mi tigresa, así que esperaba que el lugar fuera un sitio agradable para la cazadora.
¿A dónde íbamos? Era una gran pregunta, tampoco conocía la isla, había llegado apenas hace unas horas. Bueno, lugares había de sobra, quizás escoger el lugar que mejor pinta tuviera sería una gran opción, la avenida principal estaba... comencé a girar la cabeza de lado a lado, recordé el camino y le señalé la dirección a Alice.
-En la avenida principal he visto algunos puestecillos y locales muy monos, estoy seguro de que encontraremos el mejor té de estos mares -sonreí nuevamente hacia ella- démonos prisa, no sé qué tan tarde cierren en esta isla.
La caminata por las calles acuáticas de Venichi no podían ser más que románticas, las calles empedradas y humedas, decenas de parejas caminando de la mano bajo la luz de la luna y el alumbrado tan detallado de las calles, acompañado de la refrescante brisa de los canales; incluso algunos gondoleros seguían ofreciendo su servicio con una tarifa más alta debido a que en sus propias palabras "el tour nocturno era mágico". Alice y yo seguimos intercambiando algunas palabras mientras recorríamos el encantado de la avenida principal, aunque fueran altas horas de la noche la mayoría de restaurantes seguían abiertos y con mucha afluencia.
-¿Qué tal ese? -señalé un anuncio tallado en piedra- parece un lugar tranquilo y algo me dice que tienen grandes bebidas -claro, es que el lugar se llamaba "fleurs, herbs et l´arôme de mon coeur".
Kirara parecía de igual manera atraída por los olores tan fuertes de las hierbas las infusiones de aquel lugar, tenía el visto bueno de mi tigresa, así que esperaba que el lugar fuera un sitio agradable para la cazadora.
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