Página 1 de 2. • 1, 2
Lexa
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Siempre creyó en su existencia, ni siquiera dudó cuando los adultos le dijeron ochenta y tres veces que era una mentira, que era una fantasía inventada por los ricos para regalarles juguetes caros a sus hijos. Su fe ciega en el Gordo le hizo convencer a unos “marineros” que la llevaran al Palo Norte bajo la promesa de riquezas, gloria y fama. Por eso, nada más llegar a la isla jaló uno de los botones de su chaqueta y se lo ofreció al capitán del barco con una sonrisa de oreja a oreja.
-¿Qué es esto? -preguntó el capitán, su cara deformada por el alcohol. Era un tipo alto y fornido con pata de palo, parche en el ojo y garfio en la izquierda-. ¿Por qué me pasas esto? ¿Dónde están las riquezas que me prometiste?
-Aquí -respondió Lexa, señalando con los labios el botón brillante-. Es un botón.
-Sé lo que es, niña estúpida. ¿Dónde está el oro? -insistió el capitán, sus venas de la sien comenzando a hincharse en señal de enfado.
-¿Oro? Estás confundido. Yo te prometí riquezas, no oro -contestó Lexa, su ceja arqueada y su mano estirada-. ¿Lo vas a querer o no? Se me está cansando el brazo.
El capitán del barco golpeó la mano de Lexa y el botón saltó hacia el agua, encontrando un destino incierto y posiblemente fatídico. Los ojos de Lexa, tristes y expresivos, siguieron como en cámara lenta el botón que desaparecía entre las olas del mar.
-¡No juegues conmigo, perra! ¡Dame el oro! -rugió el capitán, intentando agarrar a Lexa del cuello de la chaqueta, pero antes de lograrlo la niña se encontraba cerca de la baranda del barco-. Espera, ¿no irás a…?
-¡¿Por qué hiciste eso?! -le preguntó con los ojos llorosos, su voz cargada de rabia e impotencia, antes de saltar directo hacia el agua.
Cualquiera pensaría que estaba escapando de su promesa, pero en realidad estaba haciendo lo contrario. Quería recuperar el botón para pagar la amabilidad de los marineros que le hicieron limpiar la cubierta del barco, cocinar por diez noches y alimentar a los esclavos que transportaban en el sótano. La generosidad debía ser devuelta con más generosidad, ¿no?
-¡Atrápenla! ¡La perra mentirosa quiere escapar! -ordenó el capitán y luego lanzó la botella de ron al mar.
Los marineros (o piratas malvados, ya que estamos) abrieron fuego con sus potentes fusiles y dispararon hacia el mar, creyendo que así capturarían a Lexa. La verdad es que nadie quería mojarse porque hacía frío y en las aguas del Paraíso siempre había cosas raras y feas, muy raras y feas.
Lexa, acordándose de que no había ganado el concurso de nado de primaria porque no sabía nadar, comenzó a debatirse con las olas mientras era arrastrada mar adentro y luego escupida hacia la costa, repitiéndose este ciclo una y otra vez. Las balas pasaban milimétricamente cerca de su cuerpo, pero al final se perdían en la infinidad del océano.
Y así estuvo por lo menos unos diez minutos hasta que una morsa le rescató más por casualidad que por tener buenas intenciones porque, si algo aprendió Lexa del Nacional Jeografic, fue que jamás se debe confiar en una morsa.
-¿Qué es esto? -preguntó el capitán, su cara deformada por el alcohol. Era un tipo alto y fornido con pata de palo, parche en el ojo y garfio en la izquierda-. ¿Por qué me pasas esto? ¿Dónde están las riquezas que me prometiste?
-Aquí -respondió Lexa, señalando con los labios el botón brillante-. Es un botón.
-Sé lo que es, niña estúpida. ¿Dónde está el oro? -insistió el capitán, sus venas de la sien comenzando a hincharse en señal de enfado.
-¿Oro? Estás confundido. Yo te prometí riquezas, no oro -contestó Lexa, su ceja arqueada y su mano estirada-. ¿Lo vas a querer o no? Se me está cansando el brazo.
El capitán del barco golpeó la mano de Lexa y el botón saltó hacia el agua, encontrando un destino incierto y posiblemente fatídico. Los ojos de Lexa, tristes y expresivos, siguieron como en cámara lenta el botón que desaparecía entre las olas del mar.
-¡No juegues conmigo, perra! ¡Dame el oro! -rugió el capitán, intentando agarrar a Lexa del cuello de la chaqueta, pero antes de lograrlo la niña se encontraba cerca de la baranda del barco-. Espera, ¿no irás a…?
-¡¿Por qué hiciste eso?! -le preguntó con los ojos llorosos, su voz cargada de rabia e impotencia, antes de saltar directo hacia el agua.
Cualquiera pensaría que estaba escapando de su promesa, pero en realidad estaba haciendo lo contrario. Quería recuperar el botón para pagar la amabilidad de los marineros que le hicieron limpiar la cubierta del barco, cocinar por diez noches y alimentar a los esclavos que transportaban en el sótano. La generosidad debía ser devuelta con más generosidad, ¿no?
-¡Atrápenla! ¡La perra mentirosa quiere escapar! -ordenó el capitán y luego lanzó la botella de ron al mar.
Los marineros (o piratas malvados, ya que estamos) abrieron fuego con sus potentes fusiles y dispararon hacia el mar, creyendo que así capturarían a Lexa. La verdad es que nadie quería mojarse porque hacía frío y en las aguas del Paraíso siempre había cosas raras y feas, muy raras y feas.
Lexa, acordándose de que no había ganado el concurso de nado de primaria porque no sabía nadar, comenzó a debatirse con las olas mientras era arrastrada mar adentro y luego escupida hacia la costa, repitiéndose este ciclo una y otra vez. Las balas pasaban milimétricamente cerca de su cuerpo, pero al final se perdían en la infinidad del océano.
Y así estuvo por lo menos unos diez minutos hasta que una morsa le rescató más por casualidad que por tener buenas intenciones porque, si algo aprendió Lexa del Nacional Jeografic, fue que jamás se debe confiar en una morsa.
Sowon
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Conocía los rumores sobre los trabajadores del lugar, de hecho su única ambición para estar en ese lugar helado vistiendo un kimono que se confundía con la nieve del mismo era para perfeccionar su destreza en la fabricación de objetos. Pese a salir del trabajo habitual de la forja, estaba trabajando en la manera de adquirir habilidad de distintos ámbitos y muchas veces el camino menos ortodoxo le daba buenos resultados.
Le preocupaba haber viajado tanto para nada, no conocía sobre las exigencias laborales de los minks ni tampoco si sería posible convencerles de aprender. Se encontraba cerca del pino cuando el silencio se vió interrumpido por disparos, gritos y lo que parecía una discusión en la lejanía. Su curiosidad le ganó al sentido común, caminando de cara al peligro y contemplando a un par de marineros borrachos disparando al agua según sus palabras para atrapar a una ladrona.
—¿Cuanto me pagarán?—
Preguntó con una mirada vacía de sus ojos grises, los hombres se frenaron a admirarle, como era costumbre se asemejaba a una fantasma de las nieves o una aparicion angelical para unos marineros sin mucho afecto femenino.
—No tenemos dinero señorita, esa perra debía pagarnos pero nos quiso embaucar con un puñetero botón.—
—Si tal es el caso, matarla es innecesario, su cabeza no vale nada y ustedes no tienen dinero. Es tan... innecesario, les recomiendo abandonar este lugar aqui no hay más que animales fabricando muñecos y creo que el dinero que tienen llega una vez al año.—
La mujer hizo una reverencia apelando al sentido común, ellos tampoco tenían valor, no era necesario un combate y ninguna parte ganaría algo tras un derramamiento de sangre. Tras debatirlo el hombre del garfio cedió y se dispuso a abandonar la isla a sabiendas que podrían encontrar mejor dinero y clima en otra isla.
Unos minutos después, la herrera caminó por la orilla de la isla, solo para encontrar al objetivo de quienes se encontraban ya a la distancia. Una chica de peculiar cabello junto a una morza que extrañamente no se la había comido como almuerzo. El animal se adentró al agua dejando a Sowon y la peculiar muchacha frente a frente o mejor dicho a la herrera mirando desde arriba a una imprudente jovencita empapada y que todavía no se había reincorporado.
—Saltar al agua, en un lugar así, tiene mucha suerte al seguir en una pieza señorita... Si me disculpa puedo ofrecerle ropa seca a un módico precio o si lo prefiere un trueque que beneficie a ambas partes.—
Le indicó con su mano que le siguiese hasta el pino, donde podría ofrecerle las prendas y charlar sin riesgos de que una ola les arrastrase al fondo del mar.
Le preocupaba haber viajado tanto para nada, no conocía sobre las exigencias laborales de los minks ni tampoco si sería posible convencerles de aprender. Se encontraba cerca del pino cuando el silencio se vió interrumpido por disparos, gritos y lo que parecía una discusión en la lejanía. Su curiosidad le ganó al sentido común, caminando de cara al peligro y contemplando a un par de marineros borrachos disparando al agua según sus palabras para atrapar a una ladrona.
—¿Cuanto me pagarán?—
Preguntó con una mirada vacía de sus ojos grises, los hombres se frenaron a admirarle, como era costumbre se asemejaba a una fantasma de las nieves o una aparicion angelical para unos marineros sin mucho afecto femenino.
—No tenemos dinero señorita, esa perra debía pagarnos pero nos quiso embaucar con un puñetero botón.—
—Si tal es el caso, matarla es innecesario, su cabeza no vale nada y ustedes no tienen dinero. Es tan... innecesario, les recomiendo abandonar este lugar aqui no hay más que animales fabricando muñecos y creo que el dinero que tienen llega una vez al año.—
La mujer hizo una reverencia apelando al sentido común, ellos tampoco tenían valor, no era necesario un combate y ninguna parte ganaría algo tras un derramamiento de sangre. Tras debatirlo el hombre del garfio cedió y se dispuso a abandonar la isla a sabiendas que podrían encontrar mejor dinero y clima en otra isla.
Unos minutos después, la herrera caminó por la orilla de la isla, solo para encontrar al objetivo de quienes se encontraban ya a la distancia. Una chica de peculiar cabello junto a una morza que extrañamente no se la había comido como almuerzo. El animal se adentró al agua dejando a Sowon y la peculiar muchacha frente a frente o mejor dicho a la herrera mirando desde arriba a una imprudente jovencita empapada y que todavía no se había reincorporado.
—Saltar al agua, en un lugar así, tiene mucha suerte al seguir en una pieza señorita... Si me disculpa puedo ofrecerle ropa seca a un módico precio o si lo prefiere un trueque que beneficie a ambas partes.—
Le indicó con su mano que le siguiese hasta el pino, donde podría ofrecerle las prendas y charlar sin riesgos de que una ola les arrastrase al fondo del mar.
Lexa
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Lexa, sentada con el pecho apoyado en las rodillas, vio a la morsa salvadora adentrarse en las frías aguas del Palo Norte. Estaba triste. Había perdido el botón, los marineros le habían disparado y ahora se despedía de su única amiga. Pero debía mantenerse fuerte porque, en el fondo, sabía que el Gordo les daba las batallas más duras a sus mejores guerreros. Así, convencida de que todo estaría bien, se incorporó de un salto y alzó el puño en señal de victoria.
-¡Jo, jo, jo! ¡Todo estará bien! -se dio ánimos a sí misma, imitando la sonrisa del Gordo (o como pensaba que era).
De pronto, sintió una presencia y se giró enseguida. Sus ojos repararon en una figura femenina de porte imponente y dueña de una belleza helénica, aunque tenía cara de bebé y eso hacía que fuera difícil tomarle en serio. Iba vestida con un paño blanco y extraño como si fuera una cortina mal hecha, pero Lexa no era quién para juzgar a la gente.
-Je, es lo que siempre digo: tengo muy buena suerte -alardeó Lexa, alejándose del mar dando pequeños saltitos en zigzag como si fuera una niña pequeña.
Los tiernos copitos de nieve, el viento que comenzaba a soplar con fuerza y las nubes grises amontonadas en el cielo, le hicieron entender que había sido una mala idea meterse en el agua porque ahora tenía frío. La guapísima le había ofrecido ropas a cambio de un módico precio, pero ya no le quedaban más botones para ofrecer.
-Prendas secas… Eso estaría bien, pero no quiero unas cortinas como las tuyas. Son feas, ¿sabes? -le dijo con tanta sinceridad que rozaba la grosería-. Por cierto, ¿no eres un poco alta? ¡Soy muy buena operando a la gente! Puedo cortarte un poco las piernas por aquí y por allá y estarás más cerca del suelo, así las caídas dolerán menos. No quiero alardear, pero soy muy componente -agregó con el pecho inflado y una sonrisa de orgullo. Claro, la guapísima no tenía por qué saber que sus últimos diez pacientes habían fallecido y no precisamente por estar enfermos.
El viento volvió a soplar y Lexa rompió su postura de confianza. Se abrazó con fuerza como si eso bastara para volver a entrar en calor, la escarcha apoderándose de las puntas de su cabello y ropas mojadas. Entonces recordó que era distinta, que la gente morena era caliente y por eso el Gobierno Mundial los odiaba. Tal vez había entendido mal el mensaje, pero la esencia era la misma. Así, Lexa se dio un baño de llamas y comenzó a exhalar una nube de vapor de su cuerpo y ropas, de paso derritiendo la nieve a su alrededor.
-Ah, qué rico… Mucho, mucho mejor… ¿Quieres un poco de fuego? Hace frío aquí fuera -le ofreció, tendiendo su mano envuelta en llamas-. ¡Ay, es cierto! ¡No te he dicho mi nombre! Soy Lexa, Lex para los amigos, pero aún no somos amigas así que no me llames Lex, ¿vale? -terminó con una sonrisa alegre.
-¡Jo, jo, jo! ¡Todo estará bien! -se dio ánimos a sí misma, imitando la sonrisa del Gordo (o como pensaba que era).
De pronto, sintió una presencia y se giró enseguida. Sus ojos repararon en una figura femenina de porte imponente y dueña de una belleza helénica, aunque tenía cara de bebé y eso hacía que fuera difícil tomarle en serio. Iba vestida con un paño blanco y extraño como si fuera una cortina mal hecha, pero Lexa no era quién para juzgar a la gente.
-Je, es lo que siempre digo: tengo muy buena suerte -alardeó Lexa, alejándose del mar dando pequeños saltitos en zigzag como si fuera una niña pequeña.
Los tiernos copitos de nieve, el viento que comenzaba a soplar con fuerza y las nubes grises amontonadas en el cielo, le hicieron entender que había sido una mala idea meterse en el agua porque ahora tenía frío. La guapísima le había ofrecido ropas a cambio de un módico precio, pero ya no le quedaban más botones para ofrecer.
-Prendas secas… Eso estaría bien, pero no quiero unas cortinas como las tuyas. Son feas, ¿sabes? -le dijo con tanta sinceridad que rozaba la grosería-. Por cierto, ¿no eres un poco alta? ¡Soy muy buena operando a la gente! Puedo cortarte un poco las piernas por aquí y por allá y estarás más cerca del suelo, así las caídas dolerán menos. No quiero alardear, pero soy muy componente -agregó con el pecho inflado y una sonrisa de orgullo. Claro, la guapísima no tenía por qué saber que sus últimos diez pacientes habían fallecido y no precisamente por estar enfermos.
El viento volvió a soplar y Lexa rompió su postura de confianza. Se abrazó con fuerza como si eso bastara para volver a entrar en calor, la escarcha apoderándose de las puntas de su cabello y ropas mojadas. Entonces recordó que era distinta, que la gente morena era caliente y por eso el Gobierno Mundial los odiaba. Tal vez había entendido mal el mensaje, pero la esencia era la misma. Así, Lexa se dio un baño de llamas y comenzó a exhalar una nube de vapor de su cuerpo y ropas, de paso derritiendo la nieve a su alrededor.
-Ah, qué rico… Mucho, mucho mejor… ¿Quieres un poco de fuego? Hace frío aquí fuera -le ofreció, tendiendo su mano envuelta en llamas-. ¡Ay, es cierto! ¡No te he dicho mi nombre! Soy Lexa, Lex para los amigos, pero aún no somos amigas así que no me llames Lex, ¿vale? -terminó con una sonrisa alegre.
Sowon
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Peculiar se quedaba corto para describir lo que sus ojos tenían enfrente, la muchacha apenas parecía comprender su propia suerte y que nada se la hubiera desayunado al caer al agua. Escuchó su opinión sobre su kimono, algo que ciertamente no acostumbraba a recibir, no era que fuese posible complacer el gusto de los demás pero todos quedaban impresionados por los patrones tan realistas de sus diseños e incluso ella se sentía cubierta por un manto de nieve que poseía movimiento y no una cortina horrible.
Sonrió, cerrando sus ojos y adoptando un rostro de ingenuidad, una expresión tan atípica en ella que resultaba mas aterradora que hermosa incluso en su perfecto rostro.
—Estoy segura que no quizo decir eso...—
Expresó con un sútil cambio en su voz, uno más lúgubre y seco como el viento que movía su cabello. Abrió sus ojos al terminar la frase, una mirada afilada y punzante que buscaba indagar en aquel desprestigio a su arte. Sin embargo, sus pensamientos se vieron interrumpidos ante la inusual propuesta de ser cortada, algo que reavivó las fantasías de su cabeza. El imaginar ser cortada, su sangre escapando de su cuerpo para ser saboreada por esa piel morena y aquellos ojos impregnados de emociones que se retorcían en las entrañas del placer prohibido. Hacía mucho tiempo que su cuerpo experimentaba el placer de una forma tan morbosa y vívida, de hecho llegó a extrañarlo, pero nuevamente había trabajo que hacer. Al recorrer a la muchacha con sus ojos recayó en la falta de instrumentos que sirviesen para cortarle limpiamente, tomó aire disimuladamente para emprender su estrategia.
—No parece tener un objeto adecuado para dicha tarea, pero puedo forjarte uno, claro está que necesitaré todas mis extremidades para eso. Pero no niego, que en un punto de mi vida, pueda necesitar que mi sangre acaricie sus manos la vida de una herrera no está excenta de accidentes y cortes...—
Suspiró para volver a su estado habitual, todavía dibujando con su mente los trazos carmesí en la piel de la muchacha. Se encontraba en eso cuando las llamas le interrumpieron, su rostro pareció advertir que se encontraba frente a un tesoro. No todos los morenos eran Lunarios, era una raza muy extraña y que casi sonaban a un mito en las bibliotecas del mundo. Pero allí estaba, frente a una de esas extrañas rarezas que podrían reportarle más millones de los soñados.
Lexa no parecía alguien muy despierta, o tal vez le subestimaba, de todos modos no había emprendido un viaje para cazar pese a deleitarse con la idea de que su espada pudiera saborear la sangre de una mujer tan única. Nego con su cabeza ante la propuesta de necesitar fuego, la idea de quemarse viva no le atraía tanto como la de ver su sangre derramada y además podría arruinar la tela de su trabajo.
—Deberé rechazar su oferta, pero, en cuanto a la ropa tengo muchos estilos diferentes. Los kimonos no se venden tan bien en ciertas islas y para su fortuna traje algunos accesorios como los que usan en este lugar basados en un panfleto. Podemos ver como le quedan, aunque son algo reveladores si me permite la advertencia. Es un placer señorita Lexa, mi nombre es Sowon para lo que necesite.—
Y con ese comentario dio media vuelta mostrando una sonrisa renovada y comenzó a caminar esperando a ser seguida. No había comentado nada sobre su raza e incluso mantuvo la boca cerrada ante sus más que fundadas sospechas. Deseaba evitar toda clase de conflictos hasta no adquirir el conocimiento que tanto anhelaba encontrar.
Sonrió, cerrando sus ojos y adoptando un rostro de ingenuidad, una expresión tan atípica en ella que resultaba mas aterradora que hermosa incluso en su perfecto rostro.
—Estoy segura que no quizo decir eso...—
Expresó con un sútil cambio en su voz, uno más lúgubre y seco como el viento que movía su cabello. Abrió sus ojos al terminar la frase, una mirada afilada y punzante que buscaba indagar en aquel desprestigio a su arte. Sin embargo, sus pensamientos se vieron interrumpidos ante la inusual propuesta de ser cortada, algo que reavivó las fantasías de su cabeza. El imaginar ser cortada, su sangre escapando de su cuerpo para ser saboreada por esa piel morena y aquellos ojos impregnados de emociones que se retorcían en las entrañas del placer prohibido. Hacía mucho tiempo que su cuerpo experimentaba el placer de una forma tan morbosa y vívida, de hecho llegó a extrañarlo, pero nuevamente había trabajo que hacer. Al recorrer a la muchacha con sus ojos recayó en la falta de instrumentos que sirviesen para cortarle limpiamente, tomó aire disimuladamente para emprender su estrategia.
—No parece tener un objeto adecuado para dicha tarea, pero puedo forjarte uno, claro está que necesitaré todas mis extremidades para eso. Pero no niego, que en un punto de mi vida, pueda necesitar que mi sangre acaricie sus manos la vida de una herrera no está excenta de accidentes y cortes...—
Suspiró para volver a su estado habitual, todavía dibujando con su mente los trazos carmesí en la piel de la muchacha. Se encontraba en eso cuando las llamas le interrumpieron, su rostro pareció advertir que se encontraba frente a un tesoro. No todos los morenos eran Lunarios, era una raza muy extraña y que casi sonaban a un mito en las bibliotecas del mundo. Pero allí estaba, frente a una de esas extrañas rarezas que podrían reportarle más millones de los soñados.
Lexa no parecía alguien muy despierta, o tal vez le subestimaba, de todos modos no había emprendido un viaje para cazar pese a deleitarse con la idea de que su espada pudiera saborear la sangre de una mujer tan única. Nego con su cabeza ante la propuesta de necesitar fuego, la idea de quemarse viva no le atraía tanto como la de ver su sangre derramada y además podría arruinar la tela de su trabajo.
—Deberé rechazar su oferta, pero, en cuanto a la ropa tengo muchos estilos diferentes. Los kimonos no se venden tan bien en ciertas islas y para su fortuna traje algunos accesorios como los que usan en este lugar basados en un panfleto. Podemos ver como le quedan, aunque son algo reveladores si me permite la advertencia. Es un placer señorita Lexa, mi nombre es Sowon para lo que necesite.—
Y con ese comentario dio media vuelta mostrando una sonrisa renovada y comenzó a caminar esperando a ser seguida. No había comentado nada sobre su raza e incluso mantuvo la boca cerrada ante sus más que fundadas sospechas. Deseaba evitar toda clase de conflictos hasta no adquirir el conocimiento que tanto anhelaba encontrar.
Lexa
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Lexa ladeó un poco la cabeza como si no entendiera las palabras de la guapísima. Parecía estar más interesada en cosas de gente degenerada y mal de la cabeza que estar más cerca del suelo. Bueno, tampoco podía culpar a los demás por ser tontos, si al final la naturaleza era tan injusta como impredecible.
-Me da un poquito de asco la sangre, la verdad -confesó Lex, rascándose la nuca con cierto dejo de vergüenza-. Pensaba en atarte de las piernas con unas cuerdas y jalar hasta romper los huesos, eso no salpica sangre, aunque te ves bien fuerte. ¿Vas mucho al gimnasio? -le preguntó, reprimiendo el impulso de tantear los músculos de la guapísima.
La guapísima, que pronto se presentó como Sowon (pero que llamaría guapísima de todas maneras), rechazó el fuego y Lexa solo se encogió de hombros. Chasqueó los dedos, más por espectáculo que por otra cosa, e hizo desaparecer las llamas.
-Eres un poco fanática de la ropa, ¿estás segura de que no estás cucú? Conozco un par de psicólogos que pueden ayudarte -mintió porque en verdad no conocía a ninguno, pero quería caerle bien.
-Métele la cabeza en la nieve y roba sus calcetines. Oh, seguro que lleva unos calcetines muy buenos -escuchó de repente. Era una de las Voces, pero por suerte para la guapísima no había aparecido una de las autoritarias ni sádicas.
-¿Me dejas ver tus calcetines? -le preguntó de la nada mientras caminaba a su lado-. N-No es que q-quiera robarlos ni m-meterte la cabeza en la nieve, s-solo quiero verlos -agregó de inmediato tan nerviosa como alguien que está a punto de hacer un acto criminal.
Luego de esa pregunta tan innecesaria, Lexa continuó caminando con paso firme hacia la ciudad, esperando encontrar alguna pista sobre el paradero del Gordo. Había escuchado cientos de historias sobre el hombre que cruzaba el mundo entero en apenas una noche. Tales eran sus poderes que sus trabajadores laburaban trescientos sesenta y cuatro días al año, solo descansaban uno y nadie se quejaba. ¡Nadie! Era el sueño húmedo de cualquier esclavista de las Islas Malditas: tener un ejército de enanos adictos al trabajo mal pagado.
Poco rato después (con o sin la compañía de la guapísima) llegó al centro de la ciudad. Todo a su alrededor era sencillamente maravilloso. Algunas casas parecían galletitas de jengibre y otras eran bastones de caramelo, incluso había otras en forma de cajas de regalo. Los habitantes del Palo Norte también eran extraños. Parecían humanos, pero tenían orejas deformes y todos hacían sonidos raros. “Mee, “muu”, “guau, guau”. Casi parecía que estaba en un zoológico.
Fue entonces que vio un edificio que resaltaba por encima de todos los demás, como un monumento dedicado a la alegría. La Fábrica. Se trataba de un enorme muñeco de nieve con bufanda y muchas, muchas lucecitas de todos colores. La entrada era una chimenea con dos soldados de madera, cada uno de seis metros de alto. Sus ojos negros e inertes escondían algo oscuro y preocupante, pero como nadie le daba importancia Lexa pensó que solo era su imaginación. Había duendecillos (hombres vestidos de verde) por todos lados, cargando regalos y juguetes de allá para acá.
Uno de los duendecillos tropezó y se estampó contra la nieve. Lexa, impulsada por la encantadora idea de ayudar a uno de los trabajadores del Gordo, corrió para ayudarle. Le tendió una mano amiga con una sonrisa honesta, pero a cambio recibió una mirada de desprecio y enfado. El duendecillo le empezó a insultar en idioma de gente pequeña (y ni tan pequeña porque, en realidad, era un hombre de metro setenta).
-¡Oye, no seas grosero! ¿Quién te dijo que fornicaba con cabras? -gruñó Lexa y dio un paso hacia delante, fuerte y firme, tan fuerte y firme que reventó uno de los juguetitos del duendecillo-. Ups, eso fue sin querer.
-¡Noooo, monstruo! ¡Te lo cargaste! -acusó el duendecillo, los ojos abiertos como platos ante la desagradable sorpresa-. Todo el mundo sabrá que eres enemiga del jefe, del que vuela por las noches y fuma… Ejem, no. Mi señor es un santo, no consume cosas. Como sea, puedo guardar silencio si me ayudas a reparar mis juguetes pendientes y organizar las cartas de los niños.
-Me da un poquito de asco la sangre, la verdad -confesó Lex, rascándose la nuca con cierto dejo de vergüenza-. Pensaba en atarte de las piernas con unas cuerdas y jalar hasta romper los huesos, eso no salpica sangre, aunque te ves bien fuerte. ¿Vas mucho al gimnasio? -le preguntó, reprimiendo el impulso de tantear los músculos de la guapísima.
La guapísima, que pronto se presentó como Sowon (pero que llamaría guapísima de todas maneras), rechazó el fuego y Lexa solo se encogió de hombros. Chasqueó los dedos, más por espectáculo que por otra cosa, e hizo desaparecer las llamas.
-Eres un poco fanática de la ropa, ¿estás segura de que no estás cucú? Conozco un par de psicólogos que pueden ayudarte -mintió porque en verdad no conocía a ninguno, pero quería caerle bien.
-Métele la cabeza en la nieve y roba sus calcetines. Oh, seguro que lleva unos calcetines muy buenos -escuchó de repente. Era una de las Voces, pero por suerte para la guapísima no había aparecido una de las autoritarias ni sádicas.
-¿Me dejas ver tus calcetines? -le preguntó de la nada mientras caminaba a su lado-. N-No es que q-quiera robarlos ni m-meterte la cabeza en la nieve, s-solo quiero verlos -agregó de inmediato tan nerviosa como alguien que está a punto de hacer un acto criminal.
Luego de esa pregunta tan innecesaria, Lexa continuó caminando con paso firme hacia la ciudad, esperando encontrar alguna pista sobre el paradero del Gordo. Había escuchado cientos de historias sobre el hombre que cruzaba el mundo entero en apenas una noche. Tales eran sus poderes que sus trabajadores laburaban trescientos sesenta y cuatro días al año, solo descansaban uno y nadie se quejaba. ¡Nadie! Era el sueño húmedo de cualquier esclavista de las Islas Malditas: tener un ejército de enanos adictos al trabajo mal pagado.
Poco rato después (con o sin la compañía de la guapísima) llegó al centro de la ciudad. Todo a su alrededor era sencillamente maravilloso. Algunas casas parecían galletitas de jengibre y otras eran bastones de caramelo, incluso había otras en forma de cajas de regalo. Los habitantes del Palo Norte también eran extraños. Parecían humanos, pero tenían orejas deformes y todos hacían sonidos raros. “Mee, “muu”, “guau, guau”. Casi parecía que estaba en un zoológico.
Fue entonces que vio un edificio que resaltaba por encima de todos los demás, como un monumento dedicado a la alegría. La Fábrica. Se trataba de un enorme muñeco de nieve con bufanda y muchas, muchas lucecitas de todos colores. La entrada era una chimenea con dos soldados de madera, cada uno de seis metros de alto. Sus ojos negros e inertes escondían algo oscuro y preocupante, pero como nadie le daba importancia Lexa pensó que solo era su imaginación. Había duendecillos (hombres vestidos de verde) por todos lados, cargando regalos y juguetes de allá para acá.
Uno de los duendecillos tropezó y se estampó contra la nieve. Lexa, impulsada por la encantadora idea de ayudar a uno de los trabajadores del Gordo, corrió para ayudarle. Le tendió una mano amiga con una sonrisa honesta, pero a cambio recibió una mirada de desprecio y enfado. El duendecillo le empezó a insultar en idioma de gente pequeña (y ni tan pequeña porque, en realidad, era un hombre de metro setenta).
-¡Oye, no seas grosero! ¿Quién te dijo que fornicaba con cabras? -gruñó Lexa y dio un paso hacia delante, fuerte y firme, tan fuerte y firme que reventó uno de los juguetitos del duendecillo-. Ups, eso fue sin querer.
-¡Noooo, monstruo! ¡Te lo cargaste! -acusó el duendecillo, los ojos abiertos como platos ante la desagradable sorpresa-. Todo el mundo sabrá que eres enemiga del jefe, del que vuela por las noches y fuma… Ejem, no. Mi señor es un santo, no consume cosas. Como sea, puedo guardar silencio si me ayudas a reparar mis juguetes pendientes y organizar las cartas de los niños.
Sowon
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
La herrera soltó una pequeña risita, un supuesto médico con asco a la sangre, no era la mejor opción en cuanto a profesión. Se preguntaba como haría para realizar operaciones que requiriesen cortes precisos y no medidas tan rudimentarias que podrían conllevar a una muerte segura como esa parecida más a una tortura medieval que un proceso profesional. Observó a Lexa nuevamente mientras negaba con la cabeza, su cuerpo nunca le había parecido tan fuerte y su ejercicio era más en la forja a la hora de martillar metales por horas y noches enteras.
—Un médico con temor por la sangre suena a un grave error de profesión, si bien no salpicaría sangre por doquier un fallo de cálculos podría arrancarlas de cuajo y en ese instante estaría contra una oleada de sangre. No siempre es posible evitar algo que nos recorre por dentro como gusanos en la tierra... En cuanto a mi forma física, mi mayor ejercicio involucra la forja, podemos decir que es mi gimnasio personal.—
Su rostro mostró una sonrisa ante las palabras sobre su cordura, si bien las tomó a broma ya que para ella era la más cuerda en aquel mundo rodeado de personas avariciosas y objetos defectuosos que necesitaban ser reparados.
—Si no le ayudaron a usted dudo que me sean de utilidad.—
Respondió bromeando mientras llevaba su mano a su boca para cubrir su evidente risa, no estaba tratando de insultarle más bien se tomó a chiste todo el asunto del psicologo y su supuesta obsesión con la ropa la cual no era tal si no que respondía a sus métodos de venta.
—¿Mis calcetines? No llevo ninguno...—
Movió su kimono para mostrar los pies desnudos cubiertos solo por sus sandalias tradicionales, la nieve no mostraba perturbar su andar, estaba acostumbrada a caminar sobre brazas y entornos extremos al momento de forjar y un poco de nieve no le iba a alterar en lo absoluto. Se preguntaba si Lexa era una fetichista de los pies o algo parecido, luego la loca era ella solo por querer ver un poco de sangre.
El pino resguardaba entre sus ramas una ciudad de dudosa construcción, con aquel toque navideño y rodeado de minks de diversas especies. Sowon había escuchado de que últimamente abundaban más de estos fuera de su tierra natal pero era la primera vez que les tenía de cerca y todos aparentaban actuar como animales, probablemente era tanto estress acumulado en forma de trabajo.
Bebió algo de agua en uno de los edificios, momentos durante los cuales Lexa se perdió de su vista para su desgracia o fortuna. Al encontrarla uno de los minks le regañaba por cierto incidente, obligando a la muchacha a pagar en ordenar cartas y reparar juguetes. La herrera observó a ambos mientras se debatía internamente con cual tarea comenzar o de cual mantener alejada a Lexa.
Ninguna parecía adecuada para ella, dejarla sola con las cartas podría resultar en un incendio y no le había parecido ser alguien con mucha destreza al sugerir partir extremidades para realizar una operación. Suspiró mientras daba un paso delante y se presentaba con una reverencia, con todo el asunto de sus calcetines no habían tenido tiempo de probar sus trajes.
—Tomaré primero la tarea de ordenar las cartas, supongo que no me será complicado reparar juguetes o construir algunos nuevos si es que mi compañera destruye más de los que repara.—
Se movió hacia una mesa de la esquina donde habían cartas y a su alrededor bolsas repletas con más y más papeles. Sería una tarea ardua y tediosa pero al menos movería un poco más su cerebro de lo planeado. Tras comenzar a ordenar las cartas de manera alfabetica tal y como el mink le había mostrado, movió sus ojos para vigilar a Lexa cada cierto tiempo, temía que fuese demasiado impulsiva o tosca para cumplir la tarea de reparar juguetes sin montar un incendio ¿Pero mejor perder madera a quemar todas esas cartas verdad?
—Un médico con temor por la sangre suena a un grave error de profesión, si bien no salpicaría sangre por doquier un fallo de cálculos podría arrancarlas de cuajo y en ese instante estaría contra una oleada de sangre. No siempre es posible evitar algo que nos recorre por dentro como gusanos en la tierra... En cuanto a mi forma física, mi mayor ejercicio involucra la forja, podemos decir que es mi gimnasio personal.—
Su rostro mostró una sonrisa ante las palabras sobre su cordura, si bien las tomó a broma ya que para ella era la más cuerda en aquel mundo rodeado de personas avariciosas y objetos defectuosos que necesitaban ser reparados.
—Si no le ayudaron a usted dudo que me sean de utilidad.—
Respondió bromeando mientras llevaba su mano a su boca para cubrir su evidente risa, no estaba tratando de insultarle más bien se tomó a chiste todo el asunto del psicologo y su supuesta obsesión con la ropa la cual no era tal si no que respondía a sus métodos de venta.
—¿Mis calcetines? No llevo ninguno...—
Movió su kimono para mostrar los pies desnudos cubiertos solo por sus sandalias tradicionales, la nieve no mostraba perturbar su andar, estaba acostumbrada a caminar sobre brazas y entornos extremos al momento de forjar y un poco de nieve no le iba a alterar en lo absoluto. Se preguntaba si Lexa era una fetichista de los pies o algo parecido, luego la loca era ella solo por querer ver un poco de sangre.
El pino resguardaba entre sus ramas una ciudad de dudosa construcción, con aquel toque navideño y rodeado de minks de diversas especies. Sowon había escuchado de que últimamente abundaban más de estos fuera de su tierra natal pero era la primera vez que les tenía de cerca y todos aparentaban actuar como animales, probablemente era tanto estress acumulado en forma de trabajo.
Bebió algo de agua en uno de los edificios, momentos durante los cuales Lexa se perdió de su vista para su desgracia o fortuna. Al encontrarla uno de los minks le regañaba por cierto incidente, obligando a la muchacha a pagar en ordenar cartas y reparar juguetes. La herrera observó a ambos mientras se debatía internamente con cual tarea comenzar o de cual mantener alejada a Lexa.
Ninguna parecía adecuada para ella, dejarla sola con las cartas podría resultar en un incendio y no le había parecido ser alguien con mucha destreza al sugerir partir extremidades para realizar una operación. Suspiró mientras daba un paso delante y se presentaba con una reverencia, con todo el asunto de sus calcetines no habían tenido tiempo de probar sus trajes.
—Tomaré primero la tarea de ordenar las cartas, supongo que no me será complicado reparar juguetes o construir algunos nuevos si es que mi compañera destruye más de los que repara.—
Se movió hacia una mesa de la esquina donde habían cartas y a su alrededor bolsas repletas con más y más papeles. Sería una tarea ardua y tediosa pero al menos movería un poco más su cerebro de lo planeado. Tras comenzar a ordenar las cartas de manera alfabetica tal y como el mink le había mostrado, movió sus ojos para vigilar a Lexa cada cierto tiempo, temía que fuese demasiado impulsiva o tosca para cumplir la tarea de reparar juguetes sin montar un incendio ¿Pero mejor perder madera a quemar todas esas cartas verdad?
Lexa
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
La guapísima apareció en el momento preciso para reemplazar a Lexa en sus deberes como organizadora de cartas y reparadora de juguetes. Pensó en escabullirse, incluso comenzó a caminar disimuladamente hacia cualquier otro sitio lejos de La Fábrica, pero el duendecillo vio a través de sus intenciones y, rompiendo un poco las leyes de la física, la arrastró de la oreja.
-¡Ay, ay, ay! ¡Eso duele, sucio trabajador con sueldo mínimo! -se quejó Lexa, terminando junto al montón de cartas que había en un rincón. Unos metros más allá había una puerta de madera y algo le decía que no quería ver lo que había del otro lado.
Miró hacia la derecha y ahí vio a la guapísima, seleccionando las cartas. Lexa no entendía por qué se había involucrado, pero tampoco necesitaba darle más vueltas al asunto. Eso sí, esperaba que no exigiera un pago porque se le habían acabado los botones, y los cordones de los zapatos eran aún más valiosos como para ofrecérselos.
El duendecillo les dijo que ordenasen las cartas en orden alfabético, pero Lexa pensaba que ese era un método anticuado y poco efectivo, así que empezó a ordenarlas según prioridad. Había muchas cartas de niños ricos, lo sabía porque era imposible que un pobre pidiera una bicicleta de esas caras. Por lo general, pedían salud para su abuela que estaba por morir, acabar con la guerra que azotaba su pueblo o un poco de agua para beber.
Resentida por la desigualdad social, Lexa comenzó a devorar las cartas de los niños ricos para que no recibieran regalos. Las masticaba mucho y luego las escupía con una sonrisa de maldad, mientras que las cartas de los niños pobres las apilaba ordenadamente. Era un método mucho más efectivo y justo para nada parecido a eso de ordenar las cosas alfabéticamente. Además, también era una metodología propia de una niña muy, muy lista.
-Si seguimos a este ritmo, vamos a terminar en un par de horas -se alegró Lexa, continuando con su maravilloso trabajo de organización.
De pronto, apareció otro duendecillo (uno de piel muy blanca y panza prominente) con un carro de metal.
-Cuando terminen con ese montón procedan con este otro -ordenó con gesto serio, acomodándose las gafas, y luego miró a Lexa que se echaba una carta a la boca-. ¿Qué estás haciendo?
-Eftoy fabajanfo -respondió con la boca llena-, eftas fosas fafen mal.
-¡Deja de comerte las cartas, niña estúpida! -gruñó el duendecillo, quitándole el papel de la boca.
-¡Pero si así es más rápido! -protestó la morena-. ¡La guapísima me dijo que lo hiciera así! -culpó a su compañera, apuntándola con el índice.
En ese momento, ni la guapísima ni la morena esperaban que organizar cartas supusiese una tarea mental agotadora y demandante.
-¡Ay, ay, ay! ¡Eso duele, sucio trabajador con sueldo mínimo! -se quejó Lexa, terminando junto al montón de cartas que había en un rincón. Unos metros más allá había una puerta de madera y algo le decía que no quería ver lo que había del otro lado.
Miró hacia la derecha y ahí vio a la guapísima, seleccionando las cartas. Lexa no entendía por qué se había involucrado, pero tampoco necesitaba darle más vueltas al asunto. Eso sí, esperaba que no exigiera un pago porque se le habían acabado los botones, y los cordones de los zapatos eran aún más valiosos como para ofrecérselos.
El duendecillo les dijo que ordenasen las cartas en orden alfabético, pero Lexa pensaba que ese era un método anticuado y poco efectivo, así que empezó a ordenarlas según prioridad. Había muchas cartas de niños ricos, lo sabía porque era imposible que un pobre pidiera una bicicleta de esas caras. Por lo general, pedían salud para su abuela que estaba por morir, acabar con la guerra que azotaba su pueblo o un poco de agua para beber.
Resentida por la desigualdad social, Lexa comenzó a devorar las cartas de los niños ricos para que no recibieran regalos. Las masticaba mucho y luego las escupía con una sonrisa de maldad, mientras que las cartas de los niños pobres las apilaba ordenadamente. Era un método mucho más efectivo y justo para nada parecido a eso de ordenar las cosas alfabéticamente. Además, también era una metodología propia de una niña muy, muy lista.
-Si seguimos a este ritmo, vamos a terminar en un par de horas -se alegró Lexa, continuando con su maravilloso trabajo de organización.
De pronto, apareció otro duendecillo (uno de piel muy blanca y panza prominente) con un carro de metal.
-Cuando terminen con ese montón procedan con este otro -ordenó con gesto serio, acomodándose las gafas, y luego miró a Lexa que se echaba una carta a la boca-. ¿Qué estás haciendo?
-Eftoy fabajanfo -respondió con la boca llena-, eftas fosas fafen mal.
-¡Deja de comerte las cartas, niña estúpida! -gruñó el duendecillo, quitándole el papel de la boca.
-¡Pero si así es más rápido! -protestó la morena-. ¡La guapísima me dijo que lo hiciera así! -culpó a su compañera, apuntándola con el índice.
En ese momento, ni la guapísima ni la morena esperaban que organizar cartas supusiese una tarea mental agotadora y demandante.
Sowon
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Estaba tan dentro de su tarea, ordenando las cartas que apenas había sentido a la joven morena tragando papeles a un costado de su posición, no había hablado ni movido la boca en todo ese tiempo en el cual solo ordenaba las cartas tal y como le habían ordenado, demandando un uso de su mente bastante activo al tener que memorizar los nombres para no mezclarlos siendo su tarea movilizada de la forma más mecánica, correcta y sin favoritismo que podía realizar. Al ser cuestionada sobre lo que su compañera estaba haciendo, se encogió de hombros sonriendo con amabilidad. El mink que le miraba pareció perderse en sus ojos grises, siendo que ahora ambos se interrogaban con la mirada para encontrar al culpable, uno que no era la propia herrera claramente.
—Señor, no tengo idea de que está hablando. Como ve aquí tiene estas cartas ordenadas tal cual me ha dicho, puedo seguir con mi trabajo si se retira... imploro que considere el desliz de mi asistente, tiene cierta forma de hacer las cosas, pero como comprenderá no es mi intención acortar el tiempo que me demande.—
La voz de la herrera pareció calmar al mink quien indicó que siguieran pero prohibió que comieran más cartas, trayendo leche y galletas para que se ocuparan de tener los estómagos llenos y no con papeles. La mujer tomó algo y mordisqueó las galletas antes de seguir con su tarea, a juzgar con la cantidad de cartas no bastaría una noche o dos para organizar todo, siendo evidente que aún quedaban más paquetes por llegar y los animales no parecían haber tenido un descanso en años de tan alterados que podían ponerse con tan solo unos errores de novato.
—No quieras adelantar o escapar de la tarea, solo hará que te sea mucho más tediosa, tampoco cuestiones lo que diga el jefe. Si de verdad quieres conocer al rojo, será mejor que causes una buena impresión, podemos estar toda la semana con esto. ¿Quién te apura? Solo con el trabajo duro se logran grandes cosas y el placer al terminar la labor se vuelve mucho mayor...—
Expresó con seriedad aunque con una sonrisa honesta, la herrera lo estaba pasando bien ejercitando el cerebro y sin tener que forzar mucho sus manos. Simplemente tomaba descansos breves para estirarse o tomar algo, vigilando ahora en estos recesos a su inusual compañera, no deseaba intervenir por ella en una segunda oportunidad aunque visto lo ocurrido no debería ser la última vez que la requirieran como mediadora ante una muchacha que claramente no estaba hecha para un oficio tan estructurado como el que se llevaba a cabo en ese lugar.
—Señor, no tengo idea de que está hablando. Como ve aquí tiene estas cartas ordenadas tal cual me ha dicho, puedo seguir con mi trabajo si se retira... imploro que considere el desliz de mi asistente, tiene cierta forma de hacer las cosas, pero como comprenderá no es mi intención acortar el tiempo que me demande.—
La voz de la herrera pareció calmar al mink quien indicó que siguieran pero prohibió que comieran más cartas, trayendo leche y galletas para que se ocuparan de tener los estómagos llenos y no con papeles. La mujer tomó algo y mordisqueó las galletas antes de seguir con su tarea, a juzgar con la cantidad de cartas no bastaría una noche o dos para organizar todo, siendo evidente que aún quedaban más paquetes por llegar y los animales no parecían haber tenido un descanso en años de tan alterados que podían ponerse con tan solo unos errores de novato.
—No quieras adelantar o escapar de la tarea, solo hará que te sea mucho más tediosa, tampoco cuestiones lo que diga el jefe. Si de verdad quieres conocer al rojo, será mejor que causes una buena impresión, podemos estar toda la semana con esto. ¿Quién te apura? Solo con el trabajo duro se logran grandes cosas y el placer al terminar la labor se vuelve mucho mayor...—
Expresó con seriedad aunque con una sonrisa honesta, la herrera lo estaba pasando bien ejercitando el cerebro y sin tener que forzar mucho sus manos. Simplemente tomaba descansos breves para estirarse o tomar algo, vigilando ahora en estos recesos a su inusual compañera, no deseaba intervenir por ella en una segunda oportunidad aunque visto lo ocurrido no debería ser la última vez que la requirieran como mediadora ante una muchacha que claramente no estaba hecha para un oficio tan estructurado como el que se llevaba a cabo en ese lugar.
Lexa
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Lexa le dirigió una mirada de desaprobación a su “compañera”. No era ninguna asistente ni trabaja para nadie. Era un espíritu libre que hacía lo que quería… la mayor parte del tiempo. Era cierto que había sido capturada por la autoridad del duendecillo, que ahora empezaba a pensar que todo se trataba de una trampa, pero también era verdad que las cartas de los niños habían atrapado su interés.
Sacó una piruleta de su bolsillo (una de las limpias, no le gustan las usadas por otras personas) y se la echó a la boca.
-Haré lo que yo quiera hacer y cuestionaré todo lo que quiera cuestionar -determinó Lexa más seria que de costumbre, como si de verdad fuese algo importante para ella-. ¿Y cómo sabes que quiero conocer al Gordo? ¿Me estás espiando? -le preguntó con el ceño fruncido, sus ojos fulgurantes y peligrosos-. Sí que eres rara y no rara de graciosa, rara de rara.
Tiró las cartas como una niña frustrada y luego abandonó el rinconcito en donde estaba trabajando. Las palabras de la guapísima eran las palabras de una tonta, de una vendida al sistema, de una normie que despreciaba la libertad. No había nada más valioso en el mundo que tomar decisiones, por el contrario, no había nada más horrible que seguir la voluntad de otra persona sin siquiera cuestionarla. Lexa comenzaba a pensar que la guapísima era todo lo que detestaba en la vida.
Comenzó a recorrer La Fábrica con paso tranquilo como si no tuviera decenas de pilas de cartas por revisar. Estaba toda hecha de madera a excepción de los marcos de las ventanas que parecían estar hechos de caramelo. Subió las escaleras que estaban prohibidas (o eso decía el cartel que estaba en la base) hasta llegar a la segunda planta. Un pasillo largo y sin puertas a los lados apareció frente a ella. No había cuadros ni muñecos de nieve, tampoco soldaditos de madera ni bastones acaramelados. Era extrañamente monótono a diferencia de lo colorido y diverso que era el Palo Norte.
Presa de la curiosidad, caminó con paso decidido por uno, dos y diez minutos… ¿No había pasado ya la misma raya en forma de pez las últimas siete veces? La quedó mirando y cientos de maravillosas llegaron a su cabeza. ¿Estaba en un bucle temporal? ¿Acaso había encontrado el punto físico exacto donde las leyes del universos dejaban de tener sentido? ¿O en realidad era la magia del Gordo? Tantas preguntas interesantes por responder y Lexa llegó a la conclusión de que simplemente alguien había dibujado muchas rayas.
-¡Jo, jo, jo! ¡Un gordo bonachón soy yo! -comenzó a imitar al Gordo, o más bien pensando cómo sonaría una imitación de él-. ¡Jo, jo, jo! ¡Vino, cerveza y ron quiero yo!
-Comando de voz activado -se escuchó una voz robótica en el pasillo como si proviniese de las entrañas de La Fábrica.
De pronto, la puerta más grande que había visto en su vida apareció de la nada justo frente a ella. Arqueada, maciza y toda de madera, esta carecía de cerrojo ni había forma aparente de abrirla. Maravillada por su gran descubrimiento, y esperando que no fuera una de las alucinaciones que de vez en cuando tenía, Lexa comenzó a estudiarla. Lo hizo primero con la mirada y luego comenzó a olfatearla como si fuera un perro policial. Estaba haciendo lo que cualquier científica haría: usar sus sentidos para llegar a una respuesta. Sin embargo, como la vista ni el olfato le condujeron al conocimiento, utilizó medios poco ortodoxos. Lexa le pasó la lengua, sintiendo la aspereza de la puerta, y entonces todo cambió.
-¡Whoaaa! ¡¿Y esto qué es?!
Lexa se encontraba en medio de una habitación circular con muchas escaleras, estanterías repletas de cartas y una imponente escalinata central que conducía a quién sabía dónde. Allí no había frío ni calor, solo una temperatura perfecta. El olor a dulce y chocolate caliente inundaba cada espacio de lo que, en principio, debía ser una especie de biblioteca.
Un sobre cayó del cielo justo en las manos de Lexa. Era dorado, pesaba lo que un papel pesa y tenía un nombre inscrito: Slade (alias, Deathstroke). Abrió con delicadeza el sobre y retiró la carta de su interior para llevarse la ingrata sorpresa de que estaba escrito en un idioma que era incapaz de entender.
-En esta habitación se encuentran todos los deseos que pidieron de niño las personas más importantes que ha visto nuestro mundo. Solo un alma noble y sincera es capaz de entender su contenido -anunció la misma voz robótica de antes como respondiendo la pregunta de Lexa.
Sacó una piruleta de su bolsillo (una de las limpias, no le gustan las usadas por otras personas) y se la echó a la boca.
-Haré lo que yo quiera hacer y cuestionaré todo lo que quiera cuestionar -determinó Lexa más seria que de costumbre, como si de verdad fuese algo importante para ella-. ¿Y cómo sabes que quiero conocer al Gordo? ¿Me estás espiando? -le preguntó con el ceño fruncido, sus ojos fulgurantes y peligrosos-. Sí que eres rara y no rara de graciosa, rara de rara.
Tiró las cartas como una niña frustrada y luego abandonó el rinconcito en donde estaba trabajando. Las palabras de la guapísima eran las palabras de una tonta, de una vendida al sistema, de una normie que despreciaba la libertad. No había nada más valioso en el mundo que tomar decisiones, por el contrario, no había nada más horrible que seguir la voluntad de otra persona sin siquiera cuestionarla. Lexa comenzaba a pensar que la guapísima era todo lo que detestaba en la vida.
Comenzó a recorrer La Fábrica con paso tranquilo como si no tuviera decenas de pilas de cartas por revisar. Estaba toda hecha de madera a excepción de los marcos de las ventanas que parecían estar hechos de caramelo. Subió las escaleras que estaban prohibidas (o eso decía el cartel que estaba en la base) hasta llegar a la segunda planta. Un pasillo largo y sin puertas a los lados apareció frente a ella. No había cuadros ni muñecos de nieve, tampoco soldaditos de madera ni bastones acaramelados. Era extrañamente monótono a diferencia de lo colorido y diverso que era el Palo Norte.
Presa de la curiosidad, caminó con paso decidido por uno, dos y diez minutos… ¿No había pasado ya la misma raya en forma de pez las últimas siete veces? La quedó mirando y cientos de maravillosas llegaron a su cabeza. ¿Estaba en un bucle temporal? ¿Acaso había encontrado el punto físico exacto donde las leyes del universos dejaban de tener sentido? ¿O en realidad era la magia del Gordo? Tantas preguntas interesantes por responder y Lexa llegó a la conclusión de que simplemente alguien había dibujado muchas rayas.
-¡Jo, jo, jo! ¡Un gordo bonachón soy yo! -comenzó a imitar al Gordo, o más bien pensando cómo sonaría una imitación de él-. ¡Jo, jo, jo! ¡Vino, cerveza y ron quiero yo!
-Comando de voz activado -se escuchó una voz robótica en el pasillo como si proviniese de las entrañas de La Fábrica.
De pronto, la puerta más grande que había visto en su vida apareció de la nada justo frente a ella. Arqueada, maciza y toda de madera, esta carecía de cerrojo ni había forma aparente de abrirla. Maravillada por su gran descubrimiento, y esperando que no fuera una de las alucinaciones que de vez en cuando tenía, Lexa comenzó a estudiarla. Lo hizo primero con la mirada y luego comenzó a olfatearla como si fuera un perro policial. Estaba haciendo lo que cualquier científica haría: usar sus sentidos para llegar a una respuesta. Sin embargo, como la vista ni el olfato le condujeron al conocimiento, utilizó medios poco ortodoxos. Lexa le pasó la lengua, sintiendo la aspereza de la puerta, y entonces todo cambió.
-¡Whoaaa! ¡¿Y esto qué es?!
Lexa se encontraba en medio de una habitación circular con muchas escaleras, estanterías repletas de cartas y una imponente escalinata central que conducía a quién sabía dónde. Allí no había frío ni calor, solo una temperatura perfecta. El olor a dulce y chocolate caliente inundaba cada espacio de lo que, en principio, debía ser una especie de biblioteca.
Un sobre cayó del cielo justo en las manos de Lexa. Era dorado, pesaba lo que un papel pesa y tenía un nombre inscrito: Slade (alias, Deathstroke). Abrió con delicadeza el sobre y retiró la carta de su interior para llevarse la ingrata sorpresa de que estaba escrito en un idioma que era incapaz de entender.
-En esta habitación se encuentran todos los deseos que pidieron de niño las personas más importantes que ha visto nuestro mundo. Solo un alma noble y sincera es capaz de entender su contenido -anunció la misma voz robótica de antes como respondiendo la pregunta de Lexa.
Sowon
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
La mujer seguía tan concentrada en las cartas que apenas se había percatado de que al leer una de las mismas había mezclado su contenido con la respuesta a Lexa, en lugar de haber dicho algo como enfadar a los jefes le había dicho "conocer al gordo" tal como la carta pedía. Sowon levantó una ceja tras ser acusada de espiar personas, era en lo que menos gastaríaa su tiempo, suavizó el tono a la par que respondía.
—Disculpe es que estaba muy atenta a las cartas lo que le quise decir es que no haga enfa... ¿Pero será tan maleducada? ¿Dónde se metió?—
La herrera abrió los ojos en mitad de su explicación para percatarse de que estaba sola con una montaña de cartas y la lunaria había desaparecido del mapa sin dejar rastro. Algo extraño teniendo en cuenta que hasta el momento era un desastre andante que hacía ruido en todo lugar. Observó a su alrededor solo para ver cartas y algunos minks tan centrados en su trabajo que no tenían idea del paradero de la morena.
—Está bien, seguiré el trabajo y tal vez la busque luego...—
Suspiró algo agotada mentalmente, no era que la vida de la morena le preocupase o que se cargase el pino de un incendio, solo le importaba poder trabajar para mejorar el ritmo de su cerebro y manos cosa que no podría hacer si todo terminaba ardiendo en llamas.
Tras un buen tramo de tiempo en los cuales la morena no volvió a aparecerse por voluntad propia, una bocina se escuchó en todo el lugar, los minks se retiraron de sus puestos de trabajo y se dirigieron como zombies sin voluntad hasta un salón grande lleno de mesas y comida. Era la hora de la cena y todos los trabajadores incluida la herrera tenían permitido relajarse, incluso a la mujer le habían casi obligado a dejar el puesto.
—Supongo que un descanso no me viene mal, tampoco está en este comedor comiendo todo lo que hay. Vaya a saberse dónde se metió...—
La herrera cargó unas botellas de agua y comenzó a mirar por el lugar buscando a la morena donde fuese que pudiera haberse metido, pronto había recorrido todos los lugares autorizados sin encontrar ni un rastro. Se paró frente a unas escaleras prohibidas y llevó una mano a su frente, era muy probable que se hubiera metido ahí y ahora estuviese quien sabe donde.
—Solo espero que no haga nada muy alocado...—
Comenzó a subir las escaleras, llegando a un piso superior muy djferente a todo lo colorido de abajo. Era extraño que alguien tan infantil como lo había demostrado la morena, comiendo cartas, haciendo berrinches y saltando a aguas congeladas le viese un interés a un sitio tan frío, serio y en parte vacío.
Dudó en bajar nuevamente, pensando que tal vez la morena se había escondido en algún sitio, pero prefirió probar suerte y recorrer los pasillos por si en ese lugar había algún manual o arma que pudiese serle de utilidad en su trabajo. No perdía nada por intentarlo, la actividad estaba prohibida de momento y aquel lugar parecía algún tipo de garage donde apilaban cosas, si bien todas las puertas se encontraban selladas con algún tipo de mecanismo.
—Disculpe es que estaba muy atenta a las cartas lo que le quise decir es que no haga enfa... ¿Pero será tan maleducada? ¿Dónde se metió?—
La herrera abrió los ojos en mitad de su explicación para percatarse de que estaba sola con una montaña de cartas y la lunaria había desaparecido del mapa sin dejar rastro. Algo extraño teniendo en cuenta que hasta el momento era un desastre andante que hacía ruido en todo lugar. Observó a su alrededor solo para ver cartas y algunos minks tan centrados en su trabajo que no tenían idea del paradero de la morena.
—Está bien, seguiré el trabajo y tal vez la busque luego...—
Suspiró algo agotada mentalmente, no era que la vida de la morena le preocupase o que se cargase el pino de un incendio, solo le importaba poder trabajar para mejorar el ritmo de su cerebro y manos cosa que no podría hacer si todo terminaba ardiendo en llamas.
Tras un buen tramo de tiempo en los cuales la morena no volvió a aparecerse por voluntad propia, una bocina se escuchó en todo el lugar, los minks se retiraron de sus puestos de trabajo y se dirigieron como zombies sin voluntad hasta un salón grande lleno de mesas y comida. Era la hora de la cena y todos los trabajadores incluida la herrera tenían permitido relajarse, incluso a la mujer le habían casi obligado a dejar el puesto.
—Supongo que un descanso no me viene mal, tampoco está en este comedor comiendo todo lo que hay. Vaya a saberse dónde se metió...—
La herrera cargó unas botellas de agua y comenzó a mirar por el lugar buscando a la morena donde fuese que pudiera haberse metido, pronto había recorrido todos los lugares autorizados sin encontrar ni un rastro. Se paró frente a unas escaleras prohibidas y llevó una mano a su frente, era muy probable que se hubiera metido ahí y ahora estuviese quien sabe donde.
—Solo espero que no haga nada muy alocado...—
Comenzó a subir las escaleras, llegando a un piso superior muy djferente a todo lo colorido de abajo. Era extraño que alguien tan infantil como lo había demostrado la morena, comiendo cartas, haciendo berrinches y saltando a aguas congeladas le viese un interés a un sitio tan frío, serio y en parte vacío.
Dudó en bajar nuevamente, pensando que tal vez la morena se había escondido en algún sitio, pero prefirió probar suerte y recorrer los pasillos por si en ese lugar había algún manual o arma que pudiese serle de utilidad en su trabajo. No perdía nada por intentarlo, la actividad estaba prohibida de momento y aquel lugar parecía algún tipo de garage donde apilaban cosas, si bien todas las puertas se encontraban selladas con algún tipo de mecanismo.
Lexa
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Los segundos se convirtieron en minutos; los minutos, en horas. Al principio revisaba los sobres con un entusiasmo genuino, pero luego de haber hecho más de cincuenta intentos por leer el contenido de las cartas comenzaba a frustrarse. El caos que había dentro de la cabeza de Lexa era comparable con el desorden dentro de la habitación misteriosa. Había papeles por todos sitios, incluso en donde físicamente no debería haber ninguno (como la rendija que estaba en una esquina).
Fue entonces que, luego de tantos intentos, se preguntó por qué estaba revisando las cartas de hombres cuyos nombres conocía, pero sonaban tan lejanos. Dexter Black, Zane D. Kenshin, Therax Palatiard, Drake… Todos eran nombres impresionantes, la mayoría de ellos piratas famosos que sacudieron el mundo en su respectivo tiempo. Había algunos que seguían con vida así que seguramente el Gordo no había cumplido sus deseos, por eso estaban vivos. ¿Qué otra explicación podía existir? Cualquiera de los fósiles andantes tendría más de cien o ciento cincuenta años.
-¿Y esta? -se preguntó, callando las voces en su cabeza.
Entre el montón de cartas doradas había una que destacaba por sobre todas las otras, y no precisamente porque fuera más resplandeciente, grandiosa o más dorada, sino por todo lo contrario: era negra como el corazón de una bruja que vende su alma al diablo. Dominada por la curiosidad y dejándose llevar por sus impulsos, Lexa gateó hasta la carta negra y la contempló por unos largos segundos antes de tomarla con delicadeza.
Sus ojos se abrieron de par en par y su boca dio lugar a una perfecta “O” que simbolizaba una combinación entre horror y asombro. Hasta ahora había encontrado las cartas de los muchachitos buenos de la historia (secuestrar mujeres y engatusarlas como hacía Zane no era tan grave, la verdad). Sin embargo, la carta que ahora descansaba impaciente en sus manos pertenecía a una de las figuras más crueles y aterradoras de la historia: Katharina.
Decidida a usar hasta sus últimas dotes intelectuales por descubrir el contenido de la carta de Katharina, Lexa sacó papel y un bolígrafo de su mochila. Transcribió los símbolos inentendibles y comenzó a probar distintas combinaciones. Al principio eran ideas tontas y no llegaban a buen puerto, pero después del décimo intento fue capaz de descifrar tan solo una palabra. Nuevamente, sus ojos se abrieron de par en par y su boca dio lugar a una perfecta “O”.
-“Muerte”, ¿es lo que quiere decir…? -habló consigo misma, fijándose en el símbolo de calavera que había escrito en la carta-. Ahora que caigo… ¿Por qué estas cartas están encriptadas con símbolos tan tontos? Seguro que el Gordo no es un tipo tan avispado como yo, je.
Y así continuó con su tarea de descifrar el contenido de las cartas secretas de la historia hasta que el sonido de la puerta la distrajo.
Fue entonces que, luego de tantos intentos, se preguntó por qué estaba revisando las cartas de hombres cuyos nombres conocía, pero sonaban tan lejanos. Dexter Black, Zane D. Kenshin, Therax Palatiard, Drake… Todos eran nombres impresionantes, la mayoría de ellos piratas famosos que sacudieron el mundo en su respectivo tiempo. Había algunos que seguían con vida así que seguramente el Gordo no había cumplido sus deseos, por eso estaban vivos. ¿Qué otra explicación podía existir? Cualquiera de los fósiles andantes tendría más de cien o ciento cincuenta años.
-¿Y esta? -se preguntó, callando las voces en su cabeza.
Entre el montón de cartas doradas había una que destacaba por sobre todas las otras, y no precisamente porque fuera más resplandeciente, grandiosa o más dorada, sino por todo lo contrario: era negra como el corazón de una bruja que vende su alma al diablo. Dominada por la curiosidad y dejándose llevar por sus impulsos, Lexa gateó hasta la carta negra y la contempló por unos largos segundos antes de tomarla con delicadeza.
Sus ojos se abrieron de par en par y su boca dio lugar a una perfecta “O” que simbolizaba una combinación entre horror y asombro. Hasta ahora había encontrado las cartas de los muchachitos buenos de la historia (secuestrar mujeres y engatusarlas como hacía Zane no era tan grave, la verdad). Sin embargo, la carta que ahora descansaba impaciente en sus manos pertenecía a una de las figuras más crueles y aterradoras de la historia: Katharina.
Decidida a usar hasta sus últimas dotes intelectuales por descubrir el contenido de la carta de Katharina, Lexa sacó papel y un bolígrafo de su mochila. Transcribió los símbolos inentendibles y comenzó a probar distintas combinaciones. Al principio eran ideas tontas y no llegaban a buen puerto, pero después del décimo intento fue capaz de descifrar tan solo una palabra. Nuevamente, sus ojos se abrieron de par en par y su boca dio lugar a una perfecta “O”.
-“Muerte”, ¿es lo que quiere decir…? -habló consigo misma, fijándose en el símbolo de calavera que había escrito en la carta-. Ahora que caigo… ¿Por qué estas cartas están encriptadas con símbolos tan tontos? Seguro que el Gordo no es un tipo tan avispado como yo, je.
Y así continuó con su tarea de descifrar el contenido de las cartas secretas de la historia hasta que el sonido de la puerta la distrajo.
Sowon
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Tras recorrer los largos pasillos, la herrera estaba por desistir cuando ante sus ojos contempló una puerta de mayor envergadura pero por sobre todo con su seguridad burlada, a lo mejor su compañera era alguien bastante más inteligente de lo que aparentaba para poder burlar semejante puerta. Observó a los costados, no había cámaras, seguridad o alarmas visibles, tampoco nadie subía desde hace rato al lugar. Era probable que al estar la actividad detenida por la cena incluso los que resguardaban ese piso se retiraban y en ese cambio de guardia la morena se había salido con la suya sin saberlo. Con delicadeza abrió la puerta, contemplando a su peculiar compañera rodeada de papeles, cartas y una sala que tenía el aspecto de ser alguna especie de depósito.
—Al fin la encuentro señorita Lexa, ¿Puede decirme dónde estamos? Las actividades se han detenido por la cena y me sorprendió no verla en el comedor, también tenemos suerte porque al parecer todos los empleados dejaron esta zona liberada...—
La voz robótica volvió a encenderse ante las palabras de Sowon, respondiendo con la frase que describía el lugar: "En esta habitación se encuentran todos los deseos que pidieron de niño las personas más importantes que ha visto nuestro mundo. Solo un alma noble y sincera es capaz de entender su contenido" La mujer suspiró mientras escuchaba la voz, ella no era un alma noble o sincera, era un objeto roto y torcido cuya inocencia se había perdido desde hacía años. Contempló a su compañera, ciertamente era una persona que aún mantenía la inocencia y actuaba de manera infantil en cuerpo de mujer, no le sorprendería que ella pudiese descifrar el contenido de los sobres con tan solo unos intentos.
—Solo los deseos, pero no los regalos y solo de la infancia. Es un contenido revelador si alguien tiene interés en los fósiles que han dejado este mundo o si alguno era un genio dotado desde temprana edad... ¿Hay algo de interés? ¿Recetas de herrería? ¿Descripciones de armas? ¿Algún recado a la humanidad?—
La voz de Sowon era filosa, mientras avanzaba lentamente hasta la posición de Lexa, podría decirse que la oscuridad acentuaba su falta de tacto y a lo mejor le volvía mucho más cercana a las sombras que contenía en su interior. Sus ojos grises se clavaban como estacas en los sobres y cartas, como si buscase a alguna persona que hubiera destacado en su campo, aunque solo conocía los nombres por algunas hazañas de piratería y no tanto por lo que hicieran en sus tiempos libres. Ojalá también estuviesen los pensamientos de cada herramienta que hubiese ayudado a esa persona a inscribir su nombre en tinta indeleble en las páginas de la historia.
—Disculpe, supongo que me emocioné un poco... No le recomendaría quedarnos mucho más, puede quedarse alguna carta y descifrarla en otro lugar, si nos atrapan aquí podrían expulsarnos y todavía necesito entrenar mi mente un poco más...—
Expresó finalmente inclinando su cuerpo en una reverencia leve, comenzando su camino hasta la puerta, según ella no había mucho de interés en ese lugar. Ella no era el alma noble que pudiese descifrar el contenido y que sean solo escritos de niños deseando cosas como un trineo, un juguete, un arma no le generaba el deseo de perder su tiempo en descifrar su contenido. Distinto hubiera sido que esas cartas contuvieran secretos de la herrería, la sastrería o la ubicación de un arma de incalculable valor histórico.
—Al fin la encuentro señorita Lexa, ¿Puede decirme dónde estamos? Las actividades se han detenido por la cena y me sorprendió no verla en el comedor, también tenemos suerte porque al parecer todos los empleados dejaron esta zona liberada...—
La voz robótica volvió a encenderse ante las palabras de Sowon, respondiendo con la frase que describía el lugar: "En esta habitación se encuentran todos los deseos que pidieron de niño las personas más importantes que ha visto nuestro mundo. Solo un alma noble y sincera es capaz de entender su contenido" La mujer suspiró mientras escuchaba la voz, ella no era un alma noble o sincera, era un objeto roto y torcido cuya inocencia se había perdido desde hacía años. Contempló a su compañera, ciertamente era una persona que aún mantenía la inocencia y actuaba de manera infantil en cuerpo de mujer, no le sorprendería que ella pudiese descifrar el contenido de los sobres con tan solo unos intentos.
—Solo los deseos, pero no los regalos y solo de la infancia. Es un contenido revelador si alguien tiene interés en los fósiles que han dejado este mundo o si alguno era un genio dotado desde temprana edad... ¿Hay algo de interés? ¿Recetas de herrería? ¿Descripciones de armas? ¿Algún recado a la humanidad?—
La voz de Sowon era filosa, mientras avanzaba lentamente hasta la posición de Lexa, podría decirse que la oscuridad acentuaba su falta de tacto y a lo mejor le volvía mucho más cercana a las sombras que contenía en su interior. Sus ojos grises se clavaban como estacas en los sobres y cartas, como si buscase a alguna persona que hubiera destacado en su campo, aunque solo conocía los nombres por algunas hazañas de piratería y no tanto por lo que hicieran en sus tiempos libres. Ojalá también estuviesen los pensamientos de cada herramienta que hubiese ayudado a esa persona a inscribir su nombre en tinta indeleble en las páginas de la historia.
—Disculpe, supongo que me emocioné un poco... No le recomendaría quedarnos mucho más, puede quedarse alguna carta y descifrarla en otro lugar, si nos atrapan aquí podrían expulsarnos y todavía necesito entrenar mi mente un poco más...—
Expresó finalmente inclinando su cuerpo en una reverencia leve, comenzando su camino hasta la puerta, según ella no había mucho de interés en ese lugar. Ella no era el alma noble que pudiese descifrar el contenido y que sean solo escritos de niños deseando cosas como un trineo, un juguete, un arma no le generaba el deseo de perder su tiempo en descifrar su contenido. Distinto hubiera sido que esas cartas contuvieran secretos de la herrería, la sastrería o la ubicación de un arma de incalculable valor histórico.
Lexa
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Sintió los pasos a su espalda acompañados del viento frío que se colaba por la puerta recién abierta. Estuvo a punto de girarse para ver quién era, pero cuando escuchó la voz perdió el interés.
-Ah, eres tú -dijo desilusionada, como si en realidad esperase que fuera otra persona.
Dibujó una calavera tuerta en su hoja de dibujar símbolos y se quedó mirándola, intentando ver más allá de ella. Tenía espadas atravesadas y le faltaba un ojo… Arrugó la cara y se concentró en el signo como si eso le ayudara a descifrar la respuesta. De pronto, se bañó en la cálida luz dorada de la iluminación y la verdad surgió en su cabeza.
-¡Muerte a los piratas! -anunció y alzó los brazos en señal de victoria hasta que se dio cuenta del significado-. ¿Qué clase de niña estúpida querría eso? ¡Larga vida a los piratas! ¡Yeeehaw!
Su gran descubrimiento fue sepultado por la aburrida voz de la guapísima, preguntando por recetas de herrería, descripciones de armas o recados para la humanidad. El contenido del mensaje no era el problema, sino el tono. ¿Por qué tenía que sonar tan latera? Lexa necesitaba sentir la emoción de la aventura, de lo desconocido y lo peligroso. En cambio, la guapísima era una persona que “hacía lo que se suponía que tenía que hacer”.
-¿Por qué siempre estás tan tensa? -terminó por preguntarle, sin aún dirigirle la mirada-. A veces está bien solo disfrutar el momento, ¿sabes?
Fue entonces que la puerta se cerró o, visto de otra manera, alguien cerró la puerta. Lexa se giró de inmediato con la sensación de que algo andaba mal, siempre que estaba por suceder algo tenía ese pinchazo en el pecho. Tal vez era su imaginación, pero podía sentir una presencia demoniaca que se propagaba como una de esas enfermedades que te deja en cuarentena.
-Oh, oh -expresó Lexa como asumiendo que estaba pasando algo malo-. Tenemos que salir de aquí.
-Oh, querida mía, eso no podrá ser posible. Tú te quedarás y la de las tetas bonitas también -escuchó Lexa dentro de su cabeza-. Tócaselas, anda, tócaselas. Sé que lo deseas, yo lo sé…
Y encima había aparecido otra de las Voces: Barry, el Matagansos. Quizás no era la peor ni de las más parlanchinas, pero era de las más molestas. Inducía a Lexa a hacer actos de degeneración sexual, aunque tenía una gran fuerza de voluntad para resistir las propuestas cochinas de Barry.
Lexa se apresuró a la puerta e intentó abrirla, pero como temía esta se hallaba completamente cerrada. Con la mirada barrió el interior de la biblioteca en busca de una salida, pero solo encontró cartas, estantes y a una guapísima que estaba ahí parada.
-Bueno, no podemos salir -concluyó, rindiéndose así de fácil-. Esto está bien cerrado así que tendremos que esperar que alguien nos saque de aquí.
-Tendrás que pasar la noche con ella. A que te mueres por saber cómo saben sus dedos… -susurró seductoramente Barry.
La imagen de Lexa deleitándose con unos dedos con salsa picante como si fueran pollo frito era tan inocente como perturbadora.
Sacudió la cabeza para regresar a tierra y entonces se le ocurrió que sería buena idea hacer una fogata para pasar la noche, después de todo, en el Palo Norte hacía mucho frío. Es más, ya empezaba a sentirlo. Sí, comenzaba a hacer frío, mucho frío. Exhaló un poco de vaho y caminó en busca de material para encender una fogata. Vandalizó las estanterías y juntó las cartas de algunos antiguos marines famosos como Kodama, y empezó a hacer fuego para calentarse.
-Je, siempre me han caído mal los marines -confesó Lexa, sonriendo diabólicamente.
-Ah, eres tú -dijo desilusionada, como si en realidad esperase que fuera otra persona.
Dibujó una calavera tuerta en su hoja de dibujar símbolos y se quedó mirándola, intentando ver más allá de ella. Tenía espadas atravesadas y le faltaba un ojo… Arrugó la cara y se concentró en el signo como si eso le ayudara a descifrar la respuesta. De pronto, se bañó en la cálida luz dorada de la iluminación y la verdad surgió en su cabeza.
-¡Muerte a los piratas! -anunció y alzó los brazos en señal de victoria hasta que se dio cuenta del significado-. ¿Qué clase de niña estúpida querría eso? ¡Larga vida a los piratas! ¡Yeeehaw!
Su gran descubrimiento fue sepultado por la aburrida voz de la guapísima, preguntando por recetas de herrería, descripciones de armas o recados para la humanidad. El contenido del mensaje no era el problema, sino el tono. ¿Por qué tenía que sonar tan latera? Lexa necesitaba sentir la emoción de la aventura, de lo desconocido y lo peligroso. En cambio, la guapísima era una persona que “hacía lo que se suponía que tenía que hacer”.
-¿Por qué siempre estás tan tensa? -terminó por preguntarle, sin aún dirigirle la mirada-. A veces está bien solo disfrutar el momento, ¿sabes?
Fue entonces que la puerta se cerró o, visto de otra manera, alguien cerró la puerta. Lexa se giró de inmediato con la sensación de que algo andaba mal, siempre que estaba por suceder algo tenía ese pinchazo en el pecho. Tal vez era su imaginación, pero podía sentir una presencia demoniaca que se propagaba como una de esas enfermedades que te deja en cuarentena.
-Oh, oh -expresó Lexa como asumiendo que estaba pasando algo malo-. Tenemos que salir de aquí.
-Oh, querida mía, eso no podrá ser posible. Tú te quedarás y la de las tetas bonitas también -escuchó Lexa dentro de su cabeza-. Tócaselas, anda, tócaselas. Sé que lo deseas, yo lo sé…
Y encima había aparecido otra de las Voces: Barry, el Matagansos. Quizás no era la peor ni de las más parlanchinas, pero era de las más molestas. Inducía a Lexa a hacer actos de degeneración sexual, aunque tenía una gran fuerza de voluntad para resistir las propuestas cochinas de Barry.
Lexa se apresuró a la puerta e intentó abrirla, pero como temía esta se hallaba completamente cerrada. Con la mirada barrió el interior de la biblioteca en busca de una salida, pero solo encontró cartas, estantes y a una guapísima que estaba ahí parada.
-Bueno, no podemos salir -concluyó, rindiéndose así de fácil-. Esto está bien cerrado así que tendremos que esperar que alguien nos saque de aquí.
-Tendrás que pasar la noche con ella. A que te mueres por saber cómo saben sus dedos… -susurró seductoramente Barry.
La imagen de Lexa deleitándose con unos dedos con salsa picante como si fueran pollo frito era tan inocente como perturbadora.
Sacudió la cabeza para regresar a tierra y entonces se le ocurrió que sería buena idea hacer una fogata para pasar la noche, después de todo, en el Palo Norte hacía mucho frío. Es más, ya empezaba a sentirlo. Sí, comenzaba a hacer frío, mucho frío. Exhaló un poco de vaho y caminó en busca de material para encender una fogata. Vandalizó las estanterías y juntó las cartas de algunos antiguos marines famosos como Kodama, y empezó a hacer fuego para calentarse.
-Je, siempre me han caído mal los marines -confesó Lexa, sonriendo diabólicamente.
Sowon
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
¿Acaso esperaba a alguien más? Si fuese algún guardia seguramente no hubiera molestado en saludarla. Continuó su camino mientras escuchaba las palabras sobre los piratas, al parecer una de esas grandes mentes había pedido la muerte de la piratería y la mujer solo pudo coincidir con la lunaria ante sus palabras.
—Un deseo idiota la verdad, los piratas reportan buenos beneficios ya que no tienen miedo en gastar su dinero robado y pagan muy bien por cosas simples. No veo sentido a su extinción aunque me temo que sería imposible eliminarlos incluso si ese deseo se cumpliese...—
Las palabras de Sowon retumbaron como ecos, se había detenido al ver que no le seguían, luego se vio cuestionada por su forma de actuar. "Tensa" era la palabra, dudó que alguien pudiese notar algún desperfecto en una rutina que estaba grabada a fuego como la marca en una hoja forjada. Aunque bien era sabido que su impaciencia muchas veces le hacía parecer tensa y apurada.
—No siempre lo estoy, solo cuando busco mejorar suelo impacientarme para no quedar atrás. El mundo es un lugar competitivo y desalmado, si no me apurase seguiría estancada como aquel día en que me liberé. Pero, para su información si hay una cosa que disfruto y me tomo tiempo...—
Estaba por continuar cuando la puerta se cerró y terminaron atrapadas ahí con el agua justa de su calabaza y sin mucho espacio para compartir. Se llevó un trago a la boca, sabiendo que a duras penas aguantaría con tan poco liquido.
—Demonios... supongo que no se abrirá sin un comando o alguien desde el exterior. Esta cosa es resistente y todo por unas tontas cartas de niños que a nadie le importan...—
Expresó la herrera con frustración, mientras observaba lo que la chica ahora se disponía a hacer una fogata en medio de papeles desparramados. Y no solo eso si no que seguía alimentando las llamas con papeles y más papeles. Para su desgracia tenía razón, estaba sellado a cal y canto sin ninguna manija o teclado para intentar abrirse.
—Deberías apagar eso antes de calcinarnos a ambas, no tengo mucha agua pero supongo que podremos sobrevivir, cierra los ojos si eres impresionable. No pienso morir aquí, no después de todo lo que hice por esos miseros animales...—
Sowon retiró las mangas de su kimono dejando la calabaza en el suelo y empleando su espada aguja para pinchar uno de sus brazos y verter un poco de sangre en la misma lo suficiente para volverla a llenar gracias al agua ya existente dentro. La eescharcha de su espada cicatrizó dolorosamente la pequeña incisión, al menos tendrían para beber en caso de permanecer toda la noche encerradas. El hecho de estar encerrada con una loca que podría quemarlas vivas mientras dormían no le generaba mucha confianza, pero al menos sería una buena fuente de bebida y alimento.
—La próxima será a tu cuenta, ¿Recuerdas que dije que tengo paciencia en una cosa? Si no quieres conocerla será mejor que encontremos como salir de aquí. Búsca una carta o algo que sea llamativo pero no toques nada extraño o puede que sea una trampa. Si tienes hambre puedo cortarte un dedo y lo cocinamos en esa fogata, descuida, no va a doler... y yo también me cortaré uno así ambas llevaremos un recuerdo permanente...—
Ordenó Sowon y sin tardar mucho se puso a rebuscar entre las tontas cartas alguna especie de clave que les permitiese abrir la puerta. Nuevamente se convencía que ser buena persona no era lo suyo pero al menos podría beber la sangre de un lunario si no encontraban una salida y su espada estaba ansiosa por saborear un manjar tan exquisito. Sus últimas palabras indicaban un raro gusto por el canibalismo mutuo como solución al hambre, por desgracia no estaba tan hambrienta como su arma, pasaría poco tiempo hasta que su verdadero ser tomase control de su voluntad los espacios cerrados no eran un buen estímulo.
—Un deseo idiota la verdad, los piratas reportan buenos beneficios ya que no tienen miedo en gastar su dinero robado y pagan muy bien por cosas simples. No veo sentido a su extinción aunque me temo que sería imposible eliminarlos incluso si ese deseo se cumpliese...—
Las palabras de Sowon retumbaron como ecos, se había detenido al ver que no le seguían, luego se vio cuestionada por su forma de actuar. "Tensa" era la palabra, dudó que alguien pudiese notar algún desperfecto en una rutina que estaba grabada a fuego como la marca en una hoja forjada. Aunque bien era sabido que su impaciencia muchas veces le hacía parecer tensa y apurada.
—No siempre lo estoy, solo cuando busco mejorar suelo impacientarme para no quedar atrás. El mundo es un lugar competitivo y desalmado, si no me apurase seguiría estancada como aquel día en que me liberé. Pero, para su información si hay una cosa que disfruto y me tomo tiempo...—
Estaba por continuar cuando la puerta se cerró y terminaron atrapadas ahí con el agua justa de su calabaza y sin mucho espacio para compartir. Se llevó un trago a la boca, sabiendo que a duras penas aguantaría con tan poco liquido.
—Demonios... supongo que no se abrirá sin un comando o alguien desde el exterior. Esta cosa es resistente y todo por unas tontas cartas de niños que a nadie le importan...—
Expresó la herrera con frustración, mientras observaba lo que la chica ahora se disponía a hacer una fogata en medio de papeles desparramados. Y no solo eso si no que seguía alimentando las llamas con papeles y más papeles. Para su desgracia tenía razón, estaba sellado a cal y canto sin ninguna manija o teclado para intentar abrirse.
—Deberías apagar eso antes de calcinarnos a ambas, no tengo mucha agua pero supongo que podremos sobrevivir, cierra los ojos si eres impresionable. No pienso morir aquí, no después de todo lo que hice por esos miseros animales...—
Sowon retiró las mangas de su kimono dejando la calabaza en el suelo y empleando su espada aguja para pinchar uno de sus brazos y verter un poco de sangre en la misma lo suficiente para volverla a llenar gracias al agua ya existente dentro. La eescharcha de su espada cicatrizó dolorosamente la pequeña incisión, al menos tendrían para beber en caso de permanecer toda la noche encerradas. El hecho de estar encerrada con una loca que podría quemarlas vivas mientras dormían no le generaba mucha confianza, pero al menos sería una buena fuente de bebida y alimento.
—La próxima será a tu cuenta, ¿Recuerdas que dije que tengo paciencia en una cosa? Si no quieres conocerla será mejor que encontremos como salir de aquí. Búsca una carta o algo que sea llamativo pero no toques nada extraño o puede que sea una trampa. Si tienes hambre puedo cortarte un dedo y lo cocinamos en esa fogata, descuida, no va a doler... y yo también me cortaré uno así ambas llevaremos un recuerdo permanente...—
Ordenó Sowon y sin tardar mucho se puso a rebuscar entre las tontas cartas alguna especie de clave que les permitiese abrir la puerta. Nuevamente se convencía que ser buena persona no era lo suyo pero al menos podría beber la sangre de un lunario si no encontraban una salida y su espada estaba ansiosa por saborear un manjar tan exquisito. Sus últimas palabras indicaban un raro gusto por el canibalismo mutuo como solución al hambre, por desgracia no estaba tan hambrienta como su arma, pasaría poco tiempo hasta que su verdadero ser tomase control de su voluntad los espacios cerrados no eran un buen estímulo.
Lexa
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Lexa ignoró los comentarios deprimentes de la guapísima porque estaba siendo exagerada. Solo se habían quedado atrapados en una sala prohibida a la que aparentemente nadie tenía acceso, o al menos no la gran mayoría de los duendecillos que trabajaban en La Fábrica. Sin embargo, si había entrado, debía haber una forma de escapar; así funcionaba el mundo, ¿o acaso ser guapa le privaba de pensamientos comunes?
-No te preocupes por el fuego, soy muy buena controlándolo -aseguró mientras armaba una pila de madera y le lanzaba un “beso ardiente”-. En las Islas Malditas no había nadie que hiciera mejores incendios que yo. Ay, qué buenos tiempos aquellos…
Estaba demasiado concentrada -y divertida, para qué mentir- en la fogata como para fijarse en lo que hacía la guapísima. Solo podía escuchar gemidos y pinchazos, pero nada que fuera de lo común para la gente guapa. ¿No eran buenos drogándose? Sin embargo, Lexa se giró cuando escuchó la propuesta de comer dedos asados. Una mutilación mutua. Canibalismo entre hermanas. Podía ser el comienzo de la Hermandad Oscura, ambas jurando lealtad en la biblioteca prohibida del Gordo, pero…
-Nah, gracias. Eso no es lo que haría un pirata -rechazó Lexa, encogiéndose de hombros sin prestar demasiada atención-. Tú quédate tranquila que tampoco pasa nada malo. Una vez estuve dos semanas encerrada en… ¿Cómo se llama la parte de debajo de un barco? Bueno, estuve encerrada ahí. ¡Dos semanas! Bebí mi propia orina para no morir y aguanté el hambre por ¿sabes cuánto tiempo? ¡Dos semanas! Si yo pude, tú también podrás.
Acercó la mochila que siempre llevaba a todos lados y la abrió sin cuidado, incluso con cierta emoción en el gesto. Revolvió el interior hasta encontrar lo que tanto buscaba: una botella. Se la pasó a la guapísima con una sonrisa en la cara.
-Toma, pero no te la bebas toda que solo tengo dos botellas. No me mires raro, siempre hay que andar con un poco de agua -aconsejó Lexa, señalándose la cabeza en señal de que era muy lista, o al menos más que la guapísima.
De pronto, mientras las cartas de los marines ardían, Lexa escuchó el sutil sonido de algo rodando, algo muy pequeño y brillante, algo como… ¡Un botón! La niña se levantó de inmediato y persiguió el objeto brillante cual gato persigue un poco de lana. Se abalanzó sobre el botón, pero este rodó más y más lejos. Lo persiguió hasta llegar a una sala completamente rectangular compuesta por distintos pisos en los que había un montón de juguetes, aunque todos compartían algo: estaban rotos.
-Reparen estos juguetes y podrán salir de este lugar -ordenó la Voz, no de esas que solo sonaban en la cabeza de Lexa, sino la del corazón de La Fábrica.
Entusiasmada por el montón de juguetes que tenía en frente, Lexa olvidó la fogata y el botón, y se lanzó en una nueva aventura: probar su destreza reparando cosas de madera.
-No te preocupes por el fuego, soy muy buena controlándolo -aseguró mientras armaba una pila de madera y le lanzaba un “beso ardiente”-. En las Islas Malditas no había nadie que hiciera mejores incendios que yo. Ay, qué buenos tiempos aquellos…
Estaba demasiado concentrada -y divertida, para qué mentir- en la fogata como para fijarse en lo que hacía la guapísima. Solo podía escuchar gemidos y pinchazos, pero nada que fuera de lo común para la gente guapa. ¿No eran buenos drogándose? Sin embargo, Lexa se giró cuando escuchó la propuesta de comer dedos asados. Una mutilación mutua. Canibalismo entre hermanas. Podía ser el comienzo de la Hermandad Oscura, ambas jurando lealtad en la biblioteca prohibida del Gordo, pero…
-Nah, gracias. Eso no es lo que haría un pirata -rechazó Lexa, encogiéndose de hombros sin prestar demasiada atención-. Tú quédate tranquila que tampoco pasa nada malo. Una vez estuve dos semanas encerrada en… ¿Cómo se llama la parte de debajo de un barco? Bueno, estuve encerrada ahí. ¡Dos semanas! Bebí mi propia orina para no morir y aguanté el hambre por ¿sabes cuánto tiempo? ¡Dos semanas! Si yo pude, tú también podrás.
Acercó la mochila que siempre llevaba a todos lados y la abrió sin cuidado, incluso con cierta emoción en el gesto. Revolvió el interior hasta encontrar lo que tanto buscaba: una botella. Se la pasó a la guapísima con una sonrisa en la cara.
-Toma, pero no te la bebas toda que solo tengo dos botellas. No me mires raro, siempre hay que andar con un poco de agua -aconsejó Lexa, señalándose la cabeza en señal de que era muy lista, o al menos más que la guapísima.
De pronto, mientras las cartas de los marines ardían, Lexa escuchó el sutil sonido de algo rodando, algo muy pequeño y brillante, algo como… ¡Un botón! La niña se levantó de inmediato y persiguió el objeto brillante cual gato persigue un poco de lana. Se abalanzó sobre el botón, pero este rodó más y más lejos. Lo persiguió hasta llegar a una sala completamente rectangular compuesta por distintos pisos en los que había un montón de juguetes, aunque todos compartían algo: estaban rotos.
-Reparen estos juguetes y podrán salir de este lugar -ordenó la Voz, no de esas que solo sonaban en la cabeza de Lexa, sino la del corazón de La Fábrica.
Entusiasmada por el montón de juguetes que tenía en frente, Lexa olvidó la fogata y el botón, y se lanzó en una nueva aventura: probar su destreza reparando cosas de madera.
Sowon
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Lexa era cuanto menos curiosa, más que incomodarle la actitud de Sowon parecía disfrutar rechazando sus propuestas y dando la vuelta a cada situación. Al recibir la botella lanzó una mirada de reproche, si hubiera dicho que tenía agua no hubiera necesitado llenar su botella con su propia sangre, sin dudas la lunaria estaba a otro nivel de pensamiento. Un nivel que Sowon no comprendía, no llegaba a vislumbrar en su pasado, esa actitud risueña como una niña pequeña fue un privilegio que le habían negado a la mujer durante toda su infancia. Tal vez por esto se había mantenido callada y simulando buscar algo mientras la lunaria le hablaba, le contaba cosas de un barco y se jactaba de saber controlar los incendios.
Su mente divagó por recuerdos turbulentos, ignorando incluso su necesidad de ver sangre y de comerse a la joven morena por pura supervivencia. Volvió en sí para encontrarse sola, con el fuego sin ningún cuidado y la lunaria desaparecida. Lo primero fue crear un trozo de tela para extinguir el fuego a golpes, una tarea que no le demandó mucho esfuerzo pero sí tiempo. Después de todo aquel fuego sin vigilancia por poco consumía parte de una estantería y de no ser por Sowon pronto hubieran ardido entre pilares ardientes.
Una vez apaciguado el fuego, la herrera buscó con sus ojos a la lunaria que de no haber pasado horas mirando al pasado debería seguir por allí. Le costó un tiempo encontrar una ruta diferente que no le llevase a un callejón sin salida, sin embargo, pudo completar su trayecto a la sala de juguetes rotos dónde pudo ver a su peculiar compañera en una nueva tarea de reparar juguetes.
—Supongo que tiene una suerte muy peculiar al encontrar cosas en plena oscuridad. Veamos, tardaremos un buen rato en reparar todo, pero es mejor que no tener nada que hacer y solo esperar a la muerte...—
Sowon tomó entre sus manos un muñeco, su destreza sin dudas era algo lejos de la comprensión humana. Con sutiles e imperceptibles movimientos lograba reparar los muñecos en tan solo minutos y los más complicados solo le suponían una tardanza inferior a la media hora. Si bien era una trabajadora eficiente, no lograba llegar a su ritmo habitual, tal vez por el trabajo anterior de ordenar cartas.
—¿Qué será este lugar? Suena a una sala de torturas para cualquier trabajador, pese a reparar los juguetes no veo un final a corto plazo. Mientras más reparo más juguetes llegan a mis manos.. Espere un minuto... ¿Sabe como hacerlo verdad?—
Sowon clavó la mirada a su compañera reparando en su trabajo, temía que todo lo que estuviera reparando fuese complicado porque la morena estuviese rompiendo en exceso los juguetes ya estropeados. Tras verle comer cartas todo era posible, tomó un juguete y suspiró con desgano, realmente odiaba ser niñera de otro pero ambas estaban juntas en esto y de no hacerlo no saldría nunca de aquel lugar. Ojalá tener ocho manos y poder encargarse por si sola de esa tarea.
—Preste atención Señorita Lexa... solo le mostraré una vez... primero debe encontrar en que está roto. Por ejemplo a este juguete se le rompió la pata, por lo que debe reemplazarla. Busque bien una pata indicada, no la primera que vea... haga que coincida. Una vez encontrada debe poner poco... y reitero... poco pegamento o arruinará la madera. Le sugiero que me deje a mí la fabricación de piezas de tela rota o cualquier desperfecto en cuanto a costura se refiera...—
La mujer brindó un tutorial preciso y directo de como reparar en menos de cinco minutos al muñeco y colocarlo para que el pegamento hiciera su trabajo. Aún así se cruzó de brazos y vigiló a la lunaria hasta que esta pudiera ser capaz de repararlos correctamente. Era una maestra bastante exigente.
Su mente divagó por recuerdos turbulentos, ignorando incluso su necesidad de ver sangre y de comerse a la joven morena por pura supervivencia. Volvió en sí para encontrarse sola, con el fuego sin ningún cuidado y la lunaria desaparecida. Lo primero fue crear un trozo de tela para extinguir el fuego a golpes, una tarea que no le demandó mucho esfuerzo pero sí tiempo. Después de todo aquel fuego sin vigilancia por poco consumía parte de una estantería y de no ser por Sowon pronto hubieran ardido entre pilares ardientes.
Una vez apaciguado el fuego, la herrera buscó con sus ojos a la lunaria que de no haber pasado horas mirando al pasado debería seguir por allí. Le costó un tiempo encontrar una ruta diferente que no le llevase a un callejón sin salida, sin embargo, pudo completar su trayecto a la sala de juguetes rotos dónde pudo ver a su peculiar compañera en una nueva tarea de reparar juguetes.
—Supongo que tiene una suerte muy peculiar al encontrar cosas en plena oscuridad. Veamos, tardaremos un buen rato en reparar todo, pero es mejor que no tener nada que hacer y solo esperar a la muerte...—
Sowon tomó entre sus manos un muñeco, su destreza sin dudas era algo lejos de la comprensión humana. Con sutiles e imperceptibles movimientos lograba reparar los muñecos en tan solo minutos y los más complicados solo le suponían una tardanza inferior a la media hora. Si bien era una trabajadora eficiente, no lograba llegar a su ritmo habitual, tal vez por el trabajo anterior de ordenar cartas.
—¿Qué será este lugar? Suena a una sala de torturas para cualquier trabajador, pese a reparar los juguetes no veo un final a corto plazo. Mientras más reparo más juguetes llegan a mis manos.. Espere un minuto... ¿Sabe como hacerlo verdad?—
Sowon clavó la mirada a su compañera reparando en su trabajo, temía que todo lo que estuviera reparando fuese complicado porque la morena estuviese rompiendo en exceso los juguetes ya estropeados. Tras verle comer cartas todo era posible, tomó un juguete y suspiró con desgano, realmente odiaba ser niñera de otro pero ambas estaban juntas en esto y de no hacerlo no saldría nunca de aquel lugar. Ojalá tener ocho manos y poder encargarse por si sola de esa tarea.
—Preste atención Señorita Lexa... solo le mostraré una vez... primero debe encontrar en que está roto. Por ejemplo a este juguete se le rompió la pata, por lo que debe reemplazarla. Busque bien una pata indicada, no la primera que vea... haga que coincida. Una vez encontrada debe poner poco... y reitero... poco pegamento o arruinará la madera. Le sugiero que me deje a mí la fabricación de piezas de tela rota o cualquier desperfecto en cuanto a costura se refiera...—
La mujer brindó un tutorial preciso y directo de como reparar en menos de cinco minutos al muñeco y colocarlo para que el pegamento hiciera su trabajo. Aún así se cruzó de brazos y vigiló a la lunaria hasta que esta pudiera ser capaz de repararlos correctamente. Era una maestra bastante exigente.
Lexa
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Tomó un soldado de madera sin una pata y lo contempló durante un par de minutos, como si en él viera algo más que un juguete roto. Por un momento se preguntó si tenía vida porque esos ojos negros tenían una impresión de dolor. ¿Y si había un alma atrapada en el soldadito? La Fábrica era un lugar donde los sueños se hacían realidad, y Lexa sabía que había muchísima gente con sueños perturbadores, de gente esquizofrénica. ¿Qué es eso de querer encontrar un trabajo estable, pasar diez horas en la oficina y luego llegar a ver la tele? Mira que habiendo tantas cosas divertidas…
Abrió otra vez la mochila y sacó un set de instrumentos de ingeniería. Era un oficio similar a la artesanía, aunque trataban otra clase de mecanismos. Todo estaba en saber diferenciar los sonidos. Las máquinas hacían “brum, brum” y los juguetes de madera “tsa, tsa”, cualquier artesano experimentado sabría la diferencia. Así que Lexa rompió otro juguete para reparar el primero y poco a poco fue integrándole piezas hasta que el soldadito de madera dejó de ser solo un soldadito de madera, ahora se había convertido en el Terreneitor 4000, un robot relativamente funcional con ruedas y una batería improvisada.
-Je, qué fácil es reparar juguetes -alardeó para sí misma-. Aunque quizás no está bien romper los otros que no están tan rotos… Bueno, da igual. Algo se me ocurrirá después.
Continuó jugando, su linterna de cabeza iluminando su mesa de trabajo -el suelo-, hasta que la guapísima volvió a aparecer. Había tardado un poco más que de costumbre, siempre aparecía de la nada y cuando las cosas se empezaban a poner interesantes. También decía cosas muy raras como torturar gente y esperar la muerte.
-¿Por qué eres tan dramática? Mira, aquí no pasa nada. Solo es una sala con juguetes -aseguró la niña, señalando el entorno e ignorando convenientemente aquellos juguetes que podían tener forma de aparato de tortura.
Como si necesitara de una maestra, la guapísima tomó la iniciativa de decirle a Lexa cómo hacer su trabajo. ¿Es que no había mostrado lo buena que era en todo? Le pidieron ordenar las cartas en orden alfabético y no solo hizo eso, sino que también eliminó las cartas de los niños ricos por hacer un poco de justicia social; intentó descifrar las cartas importantes y quemó las de los marines porque le caían mal; y ahora… Bueno, convertía los juguetes en algo más que solo juguetes.
-¡Mira, este dispara! -interrumpió a la guapísima, ignorando sus palabras. Jaló de la cuerda instalada al camión de madera y este disparó misiles de plástico-. ¿Crees que si nos lo proponemos podamos construir un robot gigaaaaante? ¡En serio, uno muy muy grande!
Y así, Lexa trabajó hasta que el cansancio se apoderó de su cuerpo.
La mañana siguiente pasó más rápido que la tarde anterior, y el tiempo pronto se convirtió en una ilusión inmensurable. Al principio Lexa se quejaba de que tenía hambre, pero enseguida los juguetes robaban su atención y luego iba con las cartas. Ya había descubierto más de esos símbolos intrigantes y difíciles de descifrar. Además, estaba haciendo un gran trabajo construyendo al Robot Gigante. El armazón sería de madera, aunque tendría dificultades para instalar el sistema de cableado porque básicamente se le habían acabado los cables, pero algo se le iba a ocurrir.
Abrió otra vez la mochila y sacó un set de instrumentos de ingeniería. Era un oficio similar a la artesanía, aunque trataban otra clase de mecanismos. Todo estaba en saber diferenciar los sonidos. Las máquinas hacían “brum, brum” y los juguetes de madera “tsa, tsa”, cualquier artesano experimentado sabría la diferencia. Así que Lexa rompió otro juguete para reparar el primero y poco a poco fue integrándole piezas hasta que el soldadito de madera dejó de ser solo un soldadito de madera, ahora se había convertido en el Terreneitor 4000, un robot relativamente funcional con ruedas y una batería improvisada.
-Je, qué fácil es reparar juguetes -alardeó para sí misma-. Aunque quizás no está bien romper los otros que no están tan rotos… Bueno, da igual. Algo se me ocurrirá después.
Continuó jugando, su linterna de cabeza iluminando su mesa de trabajo -el suelo-, hasta que la guapísima volvió a aparecer. Había tardado un poco más que de costumbre, siempre aparecía de la nada y cuando las cosas se empezaban a poner interesantes. También decía cosas muy raras como torturar gente y esperar la muerte.
-¿Por qué eres tan dramática? Mira, aquí no pasa nada. Solo es una sala con juguetes -aseguró la niña, señalando el entorno e ignorando convenientemente aquellos juguetes que podían tener forma de aparato de tortura.
Como si necesitara de una maestra, la guapísima tomó la iniciativa de decirle a Lexa cómo hacer su trabajo. ¿Es que no había mostrado lo buena que era en todo? Le pidieron ordenar las cartas en orden alfabético y no solo hizo eso, sino que también eliminó las cartas de los niños ricos por hacer un poco de justicia social; intentó descifrar las cartas importantes y quemó las de los marines porque le caían mal; y ahora… Bueno, convertía los juguetes en algo más que solo juguetes.
-¡Mira, este dispara! -interrumpió a la guapísima, ignorando sus palabras. Jaló de la cuerda instalada al camión de madera y este disparó misiles de plástico-. ¿Crees que si nos lo proponemos podamos construir un robot gigaaaaante? ¡En serio, uno muy muy grande!
Y así, Lexa trabajó hasta que el cansancio se apoderó de su cuerpo.
La mañana siguiente pasó más rápido que la tarde anterior, y el tiempo pronto se convirtió en una ilusión inmensurable. Al principio Lexa se quejaba de que tenía hambre, pero enseguida los juguetes robaban su atención y luego iba con las cartas. Ya había descubierto más de esos símbolos intrigantes y difíciles de descifrar. Además, estaba haciendo un gran trabajo construyendo al Robot Gigante. El armazón sería de madera, aunque tendría dificultades para instalar el sistema de cableado porque básicamente se le habían acabado los cables, pero algo se le iba a ocurrir.
Sowon
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Su compañera seguía cuestionando su propia actitud, ahora poniendo la etiqueta de dramática sobre su cabeza y asegurando que no pasaba nada. Sowon no lo veía de una forma tan suave, odiaría quedarse toda la vida reparando juguetes y teniendo que beber su sangre para sobrevivir mientras comía los restos de una especie que valdría millones en el mercado.
Si bien su explicación fué precisa su compañera nuevamente optó por desafiarla, ahora creando juguetes más parecidos a robots en miniatura que a los que ella reparaba. Aún así al ser preguntada por algo a gran escala su rostro se iluminó, si bien reparar juguetes no sonaba mal la mujer tenía una idea mucho mejor que podría ahorrarle dias de trabajo a ambas.
—¿Gigante? Puede que no esté tan equivocada. Me gustaría crear este que dispara pero frente a la puerta. Aunque deberá ayudarme con el fuego y yo puedo crear las piezas que necesite, simplemente debemos priorizar el mecanismo del cañón.—
La herrera no tardó en volver hasta la sala de la puerta, tomando ladrillos de las estanterías y metiendo cartas al azar dentro de la pequeña forja improvisada para luego indicarle a Lexa que la encendiera mientras traía en una bolsa de tela los juguetes rotos que contuvieran grandes cantidades de metal para fundir.
—Voy a forjar un arpón, uno grande, tal vez necesite que arranque una o dos estanterías de la otra sala y las rompa en pedazos más pequeños. ¿Puedo contar con su colaboración? Una vez listo, lo dispararemos a esa puerta y la arrancaremos de cuajo. ¿No suena divertido? No solo la atravezará como mantequilla si no que la hará volar de ese lugar... solo tardaré unos días en realizar la pieza y la cadena, por suerte hay un martillo y podré usar esta mesa dura como un yunque improvisado...—
Sowon pasó sus días reparando algunos juguetes al principio aunque luego se adentraba en la forja y calculaba los golpes necesarios para poder forjar la cadena y el arpón, una pieza que demandaba mucho trabajo dado la escacez del metal y que su forja tampoco era lo mejor del mundo, siendo que no podía forjar a partir de una sola pieza y debía dividir el arma en cuatro piezas diferentes que luego pediría a Lexa amablemente poder usarla como un soplete. Era lo bueno de tener a una morena que se prendiese fuego y tuviera la ilusión de ver un robot gigante.
Martillazo a martillazo el tiempo se iba consumiendo a un ritmo de trabajo intenso del cual solo el agua y la sangre parecían ser testigos. Tras forjar finalmente la pieza final del arpón, observó a Lexa mientras la herrera descansaba sentada en un rincón, el sudor recorría su rostro y había empleado gran parte del metal pero para su fortuna solo faltaba unir las piezas y luego pasar al mecanismo del robot.
—Señorita Lexa, venga un minuto por favor, creo que esto le va a gustar. Necesito que use su fuego, mucho fuego y muy caliente en donde le indico, me da igual si dispara por todos lados mientras no me de a mí por lo cual puede hacerlo como guste. Solo no debe derretirlo o quemarlo, cuando vea que el metal adquiera un color naranja casi amarillo los mantiene presionados y apunta su fuego a la unión hasta sentirlos firmes, los he marcado con flechas para que entienda hacia donde apuntar cada ficha como si fuese un rompecabezas...—
La mujer marcó cada pieza con un dibujo de llamas y trató de hacerlo pasar como un juego tan infantil como los que Lexa había disfrutado. Usando alguno de esos símbolos raros con significados más parecidos a juegos como el de aquella calavera sacando la lengua o la pequeña llama llorando, que por lo poco que había visto las cartas se referían a estados de ánimo. Se apartó esperando que la lunaria estuviera satisfecha con las piezas que había forjado tras tantas horas y quizás días de trabajo en los que apenas había dormido. Pronto descubriría si todo su esfuerzo valía la pena.
Si bien su explicación fué precisa su compañera nuevamente optó por desafiarla, ahora creando juguetes más parecidos a robots en miniatura que a los que ella reparaba. Aún así al ser preguntada por algo a gran escala su rostro se iluminó, si bien reparar juguetes no sonaba mal la mujer tenía una idea mucho mejor que podría ahorrarle dias de trabajo a ambas.
—¿Gigante? Puede que no esté tan equivocada. Me gustaría crear este que dispara pero frente a la puerta. Aunque deberá ayudarme con el fuego y yo puedo crear las piezas que necesite, simplemente debemos priorizar el mecanismo del cañón.—
La herrera no tardó en volver hasta la sala de la puerta, tomando ladrillos de las estanterías y metiendo cartas al azar dentro de la pequeña forja improvisada para luego indicarle a Lexa que la encendiera mientras traía en una bolsa de tela los juguetes rotos que contuvieran grandes cantidades de metal para fundir.
—Voy a forjar un arpón, uno grande, tal vez necesite que arranque una o dos estanterías de la otra sala y las rompa en pedazos más pequeños. ¿Puedo contar con su colaboración? Una vez listo, lo dispararemos a esa puerta y la arrancaremos de cuajo. ¿No suena divertido? No solo la atravezará como mantequilla si no que la hará volar de ese lugar... solo tardaré unos días en realizar la pieza y la cadena, por suerte hay un martillo y podré usar esta mesa dura como un yunque improvisado...—
Sowon pasó sus días reparando algunos juguetes al principio aunque luego se adentraba en la forja y calculaba los golpes necesarios para poder forjar la cadena y el arpón, una pieza que demandaba mucho trabajo dado la escacez del metal y que su forja tampoco era lo mejor del mundo, siendo que no podía forjar a partir de una sola pieza y debía dividir el arma en cuatro piezas diferentes que luego pediría a Lexa amablemente poder usarla como un soplete. Era lo bueno de tener a una morena que se prendiese fuego y tuviera la ilusión de ver un robot gigante.
Martillazo a martillazo el tiempo se iba consumiendo a un ritmo de trabajo intenso del cual solo el agua y la sangre parecían ser testigos. Tras forjar finalmente la pieza final del arpón, observó a Lexa mientras la herrera descansaba sentada en un rincón, el sudor recorría su rostro y había empleado gran parte del metal pero para su fortuna solo faltaba unir las piezas y luego pasar al mecanismo del robot.
—Señorita Lexa, venga un minuto por favor, creo que esto le va a gustar. Necesito que use su fuego, mucho fuego y muy caliente en donde le indico, me da igual si dispara por todos lados mientras no me de a mí por lo cual puede hacerlo como guste. Solo no debe derretirlo o quemarlo, cuando vea que el metal adquiera un color naranja casi amarillo los mantiene presionados y apunta su fuego a la unión hasta sentirlos firmes, los he marcado con flechas para que entienda hacia donde apuntar cada ficha como si fuese un rompecabezas...—
La mujer marcó cada pieza con un dibujo de llamas y trató de hacerlo pasar como un juego tan infantil como los que Lexa había disfrutado. Usando alguno de esos símbolos raros con significados más parecidos a juegos como el de aquella calavera sacando la lengua o la pequeña llama llorando, que por lo poco que había visto las cartas se referían a estados de ánimo. Se apartó esperando que la lunaria estuviera satisfecha con las piezas que había forjado tras tantas horas y quizás días de trabajo en los que apenas había dormido. Pronto descubriría si todo su esfuerzo valía la pena.
Lexa
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Los próximos días, Lexa se llenó el estómago a base de caramelos y dulces. En una de sus tantísimas incursiones acabó en una especie de bóveda subterránea en la que había conservas y muchísimo chocolate, pero no le gustaban las legumbres ni la comida con sabor a lata. Pensó que sería mejor cocinar unas botas de cuero que encontró. como en una de esas películas donde asedian castillos y los protagonistas resisten.
Por supuesto que tuvo avances en descifrar el enrevesado código del Gordo y ahora dominaba casi diez símbolos. Descubrió que el dibujo de una estrella, sorprendentemente, significaba “estrella”. Podía parecer obvio, pero el contexto era lo importante. Al final no se necesitaba un alma noble ni una persona lista, sino alguien lo suficientemente aburrido como para querer leer lo que la guapísima había etiquetado de “tonterías”. La inteligencia era más que solo arrojar respuestas rápidas y precisas, también había cierto grado de intelecto en la persistencia y la curiosidad.
Su interés por las cartas de los antiguos piratas fue opacado solo por el deseo de construir el robot más grande del Palo Norte. Había ciertos límites físicos (no había forma de levantar partes pesadas sin maquinaria, aunque habían improvisado un sistema de poleas), pero en general el proyecto marchaba bien. Eso sí, hubo unos cuantos… imprevistos. Una noche, Lexa se fue a dormir sin apagar la fogata que había hecho con los restos de juguetes. Si no hubiera sido por la guapísima, habrían tenido que empezar de cero. En otra ocasión, desesperada por querer tomar un poco de sol, intentó echar abajo la puerta a base de “catapultazos”. En el intento destruyó casi una cuarta parte de los juguetes que servían para construir al gran robot.
Sin embargo, ni los imprevistos más desafortunados consiguieron tirar el ánimo de Lexa. Provista de un optimismo inquietante, continuó con el proyecto incluso sacrificando horas de sueño. Sus manos estaban cansadas y sus dedos comenzaban a tomar el molde para el destornillador. Más preocupante, encontró unas gafas y tomó la oportunidad para decir que su vista empezaba a deteriorarse por pasarse tanto tiempo leyendo, aunque solo lo hacía por puro teatro. En cualquier caso, los días de encierro que, en un principio debían ser tortuosos y eternos, pasaron tan rápido que Lexa ni siquiera se dio cuenta de lo mal que comenzaba a oler todo ahí dentro.
Había trabajado codo a codo con la guapísima, pero a ratos porque Lexa se distraía fácil y pasaba de tarea en tarea. Un ratito leía las cartas; otro, rompía juguetes y armaba cosas más grandes. Un día, mientras trabajaba en el sistema eléctrico del gran robot, la guapísima llamó a Lexa para pedirle un favor, uno muy importante.
-Hmm… Ya veo… Así que esto es lo que quieres… ¿Estás segura? Puede ser pegriloso -comentó Lexa con su mejor pose de científica seria y alarmante-. Pero si eso es lo que en serio quieres…
Era la primera vez que haría algo así, por lo general usaba el fuego para encender fogatas y gastar bromas. Lo que la guapísima le pedía requería de cierta potencia, una que no sabía si poseía. Ni siquiera entendía bien cómo era capaz de generar llamas, era consciente hasta cierto punto de que tenía un origen racial distinto, pero no sabía nada sobre los suyos ni si había otros miembros. Lo bueno es que Lexa tampoco les daba demasiadas vueltas a las cosas y, sin detenerse a pensar si podía hacerlo o no, hizo el gesto de una pistola y disparó un intento de rayo láser. Al principio la llama era demasiado gruesa y difícil de dirigir, pero bastaron unos pocos segundos para comprimirla y apuntar con voluntad. Al cabo de unos pocos minutos -y mucho esfuerzo de Lexa- el proceso de soldamiento terminó.
-Soy… la… mejor… -dijo entrecortada, su corazón retumbando aceleradamente en su pecho.
Por supuesto que tuvo avances en descifrar el enrevesado código del Gordo y ahora dominaba casi diez símbolos. Descubrió que el dibujo de una estrella, sorprendentemente, significaba “estrella”. Podía parecer obvio, pero el contexto era lo importante. Al final no se necesitaba un alma noble ni una persona lista, sino alguien lo suficientemente aburrido como para querer leer lo que la guapísima había etiquetado de “tonterías”. La inteligencia era más que solo arrojar respuestas rápidas y precisas, también había cierto grado de intelecto en la persistencia y la curiosidad.
Su interés por las cartas de los antiguos piratas fue opacado solo por el deseo de construir el robot más grande del Palo Norte. Había ciertos límites físicos (no había forma de levantar partes pesadas sin maquinaria, aunque habían improvisado un sistema de poleas), pero en general el proyecto marchaba bien. Eso sí, hubo unos cuantos… imprevistos. Una noche, Lexa se fue a dormir sin apagar la fogata que había hecho con los restos de juguetes. Si no hubiera sido por la guapísima, habrían tenido que empezar de cero. En otra ocasión, desesperada por querer tomar un poco de sol, intentó echar abajo la puerta a base de “catapultazos”. En el intento destruyó casi una cuarta parte de los juguetes que servían para construir al gran robot.
Sin embargo, ni los imprevistos más desafortunados consiguieron tirar el ánimo de Lexa. Provista de un optimismo inquietante, continuó con el proyecto incluso sacrificando horas de sueño. Sus manos estaban cansadas y sus dedos comenzaban a tomar el molde para el destornillador. Más preocupante, encontró unas gafas y tomó la oportunidad para decir que su vista empezaba a deteriorarse por pasarse tanto tiempo leyendo, aunque solo lo hacía por puro teatro. En cualquier caso, los días de encierro que, en un principio debían ser tortuosos y eternos, pasaron tan rápido que Lexa ni siquiera se dio cuenta de lo mal que comenzaba a oler todo ahí dentro.
Había trabajado codo a codo con la guapísima, pero a ratos porque Lexa se distraía fácil y pasaba de tarea en tarea. Un ratito leía las cartas; otro, rompía juguetes y armaba cosas más grandes. Un día, mientras trabajaba en el sistema eléctrico del gran robot, la guapísima llamó a Lexa para pedirle un favor, uno muy importante.
-Hmm… Ya veo… Así que esto es lo que quieres… ¿Estás segura? Puede ser pegriloso -comentó Lexa con su mejor pose de científica seria y alarmante-. Pero si eso es lo que en serio quieres…
Era la primera vez que haría algo así, por lo general usaba el fuego para encender fogatas y gastar bromas. Lo que la guapísima le pedía requería de cierta potencia, una que no sabía si poseía. Ni siquiera entendía bien cómo era capaz de generar llamas, era consciente hasta cierto punto de que tenía un origen racial distinto, pero no sabía nada sobre los suyos ni si había otros miembros. Lo bueno es que Lexa tampoco les daba demasiadas vueltas a las cosas y, sin detenerse a pensar si podía hacerlo o no, hizo el gesto de una pistola y disparó un intento de rayo láser. Al principio la llama era demasiado gruesa y difícil de dirigir, pero bastaron unos pocos segundos para comprimirla y apuntar con voluntad. Al cabo de unos pocos minutos -y mucho esfuerzo de Lexa- el proceso de soldamiento terminó.
-Soy… la… mejor… -dijo entrecortada, su corazón retumbando aceleradamente en su pecho.
Sowon
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Por suerte Lexa había encontrado casi por suerte aquella despensa y no habían pasado hambre, pese a llevar dietas completamente opuestas y el aroma que ya empezaba a sentirse demasiado como para ignorarse. Ambas mujeres habían pasado sus días ocupadas en ciertas tareas, Sowon pese a no tener mucho interés por el código de las cartas apreciaba la dedicación de la lunaria por descifrarlo y algunas veces le acompañaba en su búsqueda de símbolos tan solo para probar si leyendo cartas en voz alta o lanzando frases en código lograban abrir la puerta. Para su desgracia no había forma, más aún cuando Lexa a veces se pasaba de descuidada y desperdiciaba tiempo en arranques de ira, haber destrozado tantos juguetes podría ser perjudicial al largo plazo.
Contempló con gran interés el proceso de soldado, claramente la morena no tenía experiencia en ese estilo e improvisaba sobre la marcha, Sowon tampoco había dado ninguna indicación y simplemente la empujó ahí a que sirviese de soplete sin mucho más en la mesa que el arma, las flechas y los símbolos que indicaban como unirlas. Afortunadamente la niña logró unir las piezas tras un largo esfuerzo, la herrera sujetó los hombros de Lexa al verle algo cansada y asintió con la mirada ante su alardeo. Un gesto que no era nada común en alguien como Sowon, tras tantas puyas entre ambas y diferencias en cuanto a las cosas habían conectado en un solo objetivo: el de derribar esa puerta como diese lugar.
—Nada mal para ser su primera vez y en condiciones tan adversas, apenas hay imperfecciones pero nada daña la estructura general. Deberemos conectarlo al sistema de disparo del robot cuanto antes y probar. Simplemente deberemos encontrar la velocidad correcta para que atraviese la puerta y luego jalar hacia dentro. —
La mujer observó el arpón golpeando este contra el suelo comprobando que nada se rompiera y como era de esperarse su forja seguía impecable, el piso fue el que sufrió un pequeño rayón al soltarse una leve chispa debido a la colisión. Era una pieza firme y sólida de metal brillante, sin mucho más detalle que un pulido precioso debido al poco material con el que contaban, unido a este una larga cadena que dejaba un eslabón abierto para engancharse en el sistema de lanzamiento que el robot gigante debía tener. A la herrera no le interesaba el tamaño del aparato si no que fuese capaz de lanzar con fuerza el arpón y si algo fallaba suponía que las dos tendrían fuerza suficiente para lanzarlo y que lograse romper la puerta como si se tratase de un trozo de mantequilla. Las armas de Sowon no eran simples y frágiles armas, había trabajado lo suficiente para poder crear verdaderas obras que resistieran el paso del tiempo.
—Le dejaré a usted la instalación del arma mientras busco algunas provisiones por si debemos realizar la tarea de manera manual. Cuando este arpón sea disparado, esa puerta solo tendrá unos segundos de vida... estoy segura de que nunca enfrentó un arpón como este y tampoco tiene el grosor suficiente como para amortiguar el impacto, reconozco ese tipo de acero y cede ante puntas gruesas, sus láminas están diseñadas para frenar balas y disparos pero no para amortiguar el peso de un arpón con tanto peso en la punta y mucho menos para ser jaladas en contra de su posición.—
La explicación de Sowon retumbó por la sala, aburrida, lenta y precisa. Bebió un poco del agua que todavía quedaba y se dirigió hasta la sala de provisiones, dejando a Lexa ultimar los detalles, haber forjado e ideado todo un plan para aprovechar a Lexa como una herramienta más le había despertado bastante, tal vez su forma de entrenar y progresar involucraba un poco más que reparar juguetes y leer cartas, el hecho de aprovechar y transformar las cosas como el hecho de crear una forja improvisada, extraer material de su entorno y fabricar un soplete lunario sin dudas habían expandido sus capacidades a un punto que ni ella misma hubiera pensado la primera vez que piso aquella isla en busca de un aburrido entrenamiento rutinario.
Contempló con gran interés el proceso de soldado, claramente la morena no tenía experiencia en ese estilo e improvisaba sobre la marcha, Sowon tampoco había dado ninguna indicación y simplemente la empujó ahí a que sirviese de soplete sin mucho más en la mesa que el arma, las flechas y los símbolos que indicaban como unirlas. Afortunadamente la niña logró unir las piezas tras un largo esfuerzo, la herrera sujetó los hombros de Lexa al verle algo cansada y asintió con la mirada ante su alardeo. Un gesto que no era nada común en alguien como Sowon, tras tantas puyas entre ambas y diferencias en cuanto a las cosas habían conectado en un solo objetivo: el de derribar esa puerta como diese lugar.
—Nada mal para ser su primera vez y en condiciones tan adversas, apenas hay imperfecciones pero nada daña la estructura general. Deberemos conectarlo al sistema de disparo del robot cuanto antes y probar. Simplemente deberemos encontrar la velocidad correcta para que atraviese la puerta y luego jalar hacia dentro. —
La mujer observó el arpón golpeando este contra el suelo comprobando que nada se rompiera y como era de esperarse su forja seguía impecable, el piso fue el que sufrió un pequeño rayón al soltarse una leve chispa debido a la colisión. Era una pieza firme y sólida de metal brillante, sin mucho más detalle que un pulido precioso debido al poco material con el que contaban, unido a este una larga cadena que dejaba un eslabón abierto para engancharse en el sistema de lanzamiento que el robot gigante debía tener. A la herrera no le interesaba el tamaño del aparato si no que fuese capaz de lanzar con fuerza el arpón y si algo fallaba suponía que las dos tendrían fuerza suficiente para lanzarlo y que lograse romper la puerta como si se tratase de un trozo de mantequilla. Las armas de Sowon no eran simples y frágiles armas, había trabajado lo suficiente para poder crear verdaderas obras que resistieran el paso del tiempo.
—Le dejaré a usted la instalación del arma mientras busco algunas provisiones por si debemos realizar la tarea de manera manual. Cuando este arpón sea disparado, esa puerta solo tendrá unos segundos de vida... estoy segura de que nunca enfrentó un arpón como este y tampoco tiene el grosor suficiente como para amortiguar el impacto, reconozco ese tipo de acero y cede ante puntas gruesas, sus láminas están diseñadas para frenar balas y disparos pero no para amortiguar el peso de un arpón con tanto peso en la punta y mucho menos para ser jaladas en contra de su posición.—
La explicación de Sowon retumbó por la sala, aburrida, lenta y precisa. Bebió un poco del agua que todavía quedaba y se dirigió hasta la sala de provisiones, dejando a Lexa ultimar los detalles, haber forjado e ideado todo un plan para aprovechar a Lexa como una herramienta más le había despertado bastante, tal vez su forma de entrenar y progresar involucraba un poco más que reparar juguetes y leer cartas, el hecho de aprovechar y transformar las cosas como el hecho de crear una forja improvisada, extraer material de su entorno y fabricar un soplete lunario sin dudas habían expandido sus capacidades a un punto que ni ella misma hubiera pensado la primera vez que piso aquella isla en busca de un aburrido entrenamiento rutinario.
Lexa
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Hizo uso de un improvisado pero sofisticado sistema de poleas y cableado para instalar el arpón que la guapísima había construido con tanto esmero. Podía considerarse un trabajo rudimentario en muchos aspectos, pero habían puesto el espíritu en aquello. Soportaron hambre y frío, aguantaron reparar juguetes por largas jornadas y encima tuvo que descifrar el enrevesado código del Gordo, todo para el momento decisivo, para el momento de la verdad.
Lexa se encontraba en lo alto del andamio que habían construido y tenía puestas unas gafas de mecánica, más por apariencia que por funcionalidad, la verdad. El gran robot, un coloso de madera y metal de casi cinco metros, estaba de pie justo frente a la puerta. Había una separación de quince metros, esa era la distancia a la que se encontraba la libertad.
-¡Hemos esperado años por este momento! -comenzó Lexa con el discurso, imaginando que estaba frente a una gran audiencia-. ¡Años de sudor, lágrimas y sangre! ¡Años de aguantar fechorías laborales! ¡Pero ya no más! ¡Todo nuestro esfuerzo ha conducido a este momento! ¡Todo ha sido para fabricar al…! -Sacó la hoja de los apuntes porque no se había aprendido el nombre del robot-. ¡Todo ha sido para fabricar al Robocop 3500 Versión Alfa y Beta ‘One Link’!
Imaginó que era ovacionada por aplausos y gritos de ánimo y euforia. Con la mirada llena de determinación, tomó el control de mando con fuerza. Era el momento. Nada ni nadie evitaría que el arpón arrancase la puerta. El corazón de Lexa empezó a retumbar como los bombos de una hinchada de fútbol. Tucum, tucum. Tomó una gran bocanada de aire y cerró los ojos para luego sonreír, esperando que el Gordo estuviera satisfecho con tremendo esfuerzo.
-Je, nadie ha construido un juguete tan grande -alardeó para sí misma.
Y entonces presionó el botón.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco… Contaron hasta veinte y no pasó nada.
-Ay, qué mensa. Presioné el botón de desinstalar software, pero el robot no tiene ningún programa, así que todo debería ir bien -se excusó, rascándose la nuca en señal de arrepentimiento.
Ahora sí, presionó el botón correcto (el más grande) y el robot comenzó a cargarse de energía. La habitación zumbaba como si fuera una torre de alta tensión, y las manos de la gran máquina emanaban chispas eléctricas. Todo fue un gran espectáculo de luces, pero quedó solo en eso.
-¿No funciona…? ¡Ah, cierto! ¡El robot está en modo “espectáculo”, ahora lo cambio a modo “destrucción mundial”! -se dio cuenta la ingeniera.
Cuando Lexa giró una perilla, la cara del robot pasó de ser amigable a estar enfadada. Incluso los colores de la máquina cambiaron, tornándose entre negros y rojos. Todo muy agresivo y destructivo. Lexa estaba preparada para presionar el botón, esta vez de manera decisiva, cuando la puerta de la biblioteca prohibida comenzó a abrirse lentamente.
-¡POR FAVOR, YA BASTA! ¡HAN PASADO LA PRUEBA! ¡HAN PASADO TODAS LAS PRUEBAS, PERO POR FAVOR NO SIGAN DESTRUYENDO MI CASITA!
De la puerta apareció un anciano casi tan grande como el Robocop 3500 Versión Alfa y Beta ‘One Link’. Tenía la cara arrugada como una pasa, una barba blanca y frondosa y llevaba un traje rojo como una fresa. Si no lo acompañara un séquito de renos, Lexa no se habría dado cuenta de quién era ese hombre. Porque sí, se había dado cuenta de que era el tipo al que buscaba.
-¡Gordo! ¡Eres tú! -exclamó con una sonrisa de oreja a oreja-. ¡Quería verte! ¡He hecho todo esto para poder verte! -continuó, bajando de un salto del andamio y echando a correr.
-¡QUÉDATE DONDE ESTÁS, MOJÓN CON PATAS! ¡CARBÓN PARA TI! ¡CARBÓN! -rugió el hombre entre lágrimas de desesperación y locura-. ¡Tenían solo una misión! ¡Reparar los juguetes, no romperlos y crear esta… cosa! ¡Y tú! -el Gordo se giró hacia la guapísima-. ¡SE SUPONÍA QUE ENCARRILARÍAS A ESTA NIÑA DEL CAOS, NO AVIVAR SUS LOCURAS!
-Pero… ¿Y el robot? ¿No lo quieres? -preguntó Lexa tras detenerse en seco, desanimada.
-¡SOLO QUIERO QUE SE VAYAN DE LA ISLA! ¡LARGO DE AQUÍ Y NO VUELVAN, JAMÁS! -ordenó el Gordo, cayendo de rodillas frente a la biblioteca manchada, quemada, desordenada y casi enteramente destruida.
Lexa, al ver que el hombre al que había querido conocer desde que era niña la rechazaba con crueldad, estalló en lágrimas y echó a correr fuera de la biblioteca, perdiéndose entre los pasillos de La Fábrica.
Lexa se encontraba en lo alto del andamio que habían construido y tenía puestas unas gafas de mecánica, más por apariencia que por funcionalidad, la verdad. El gran robot, un coloso de madera y metal de casi cinco metros, estaba de pie justo frente a la puerta. Había una separación de quince metros, esa era la distancia a la que se encontraba la libertad.
-¡Hemos esperado años por este momento! -comenzó Lexa con el discurso, imaginando que estaba frente a una gran audiencia-. ¡Años de sudor, lágrimas y sangre! ¡Años de aguantar fechorías laborales! ¡Pero ya no más! ¡Todo nuestro esfuerzo ha conducido a este momento! ¡Todo ha sido para fabricar al…! -Sacó la hoja de los apuntes porque no se había aprendido el nombre del robot-. ¡Todo ha sido para fabricar al Robocop 3500 Versión Alfa y Beta ‘One Link’!
Imaginó que era ovacionada por aplausos y gritos de ánimo y euforia. Con la mirada llena de determinación, tomó el control de mando con fuerza. Era el momento. Nada ni nadie evitaría que el arpón arrancase la puerta. El corazón de Lexa empezó a retumbar como los bombos de una hinchada de fútbol. Tucum, tucum. Tomó una gran bocanada de aire y cerró los ojos para luego sonreír, esperando que el Gordo estuviera satisfecho con tremendo esfuerzo.
-Je, nadie ha construido un juguete tan grande -alardeó para sí misma.
Y entonces presionó el botón.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco… Contaron hasta veinte y no pasó nada.
-Ay, qué mensa. Presioné el botón de desinstalar software, pero el robot no tiene ningún programa, así que todo debería ir bien -se excusó, rascándose la nuca en señal de arrepentimiento.
Ahora sí, presionó el botón correcto (el más grande) y el robot comenzó a cargarse de energía. La habitación zumbaba como si fuera una torre de alta tensión, y las manos de la gran máquina emanaban chispas eléctricas. Todo fue un gran espectáculo de luces, pero quedó solo en eso.
-¿No funciona…? ¡Ah, cierto! ¡El robot está en modo “espectáculo”, ahora lo cambio a modo “destrucción mundial”! -se dio cuenta la ingeniera.
Cuando Lexa giró una perilla, la cara del robot pasó de ser amigable a estar enfadada. Incluso los colores de la máquina cambiaron, tornándose entre negros y rojos. Todo muy agresivo y destructivo. Lexa estaba preparada para presionar el botón, esta vez de manera decisiva, cuando la puerta de la biblioteca prohibida comenzó a abrirse lentamente.
-¡POR FAVOR, YA BASTA! ¡HAN PASADO LA PRUEBA! ¡HAN PASADO TODAS LAS PRUEBAS, PERO POR FAVOR NO SIGAN DESTRUYENDO MI CASITA!
De la puerta apareció un anciano casi tan grande como el Robocop 3500 Versión Alfa y Beta ‘One Link’. Tenía la cara arrugada como una pasa, una barba blanca y frondosa y llevaba un traje rojo como una fresa. Si no lo acompañara un séquito de renos, Lexa no se habría dado cuenta de quién era ese hombre. Porque sí, se había dado cuenta de que era el tipo al que buscaba.
-¡Gordo! ¡Eres tú! -exclamó con una sonrisa de oreja a oreja-. ¡Quería verte! ¡He hecho todo esto para poder verte! -continuó, bajando de un salto del andamio y echando a correr.
-¡QUÉDATE DONDE ESTÁS, MOJÓN CON PATAS! ¡CARBÓN PARA TI! ¡CARBÓN! -rugió el hombre entre lágrimas de desesperación y locura-. ¡Tenían solo una misión! ¡Reparar los juguetes, no romperlos y crear esta… cosa! ¡Y tú! -el Gordo se giró hacia la guapísima-. ¡SE SUPONÍA QUE ENCARRILARÍAS A ESTA NIÑA DEL CAOS, NO AVIVAR SUS LOCURAS!
-Pero… ¿Y el robot? ¿No lo quieres? -preguntó Lexa tras detenerse en seco, desanimada.
-¡SOLO QUIERO QUE SE VAYAN DE LA ISLA! ¡LARGO DE AQUÍ Y NO VUELVAN, JAMÁS! -ordenó el Gordo, cayendo de rodillas frente a la biblioteca manchada, quemada, desordenada y casi enteramente destruida.
Lexa, al ver que el hombre al que había querido conocer desde que era niña la rechazaba con crueldad, estalló en lágrimas y echó a correr fuera de la biblioteca, perdiéndose entre los pasillos de La Fábrica.
Sowon
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Al volver de la sala de provisiones observó todo el show, la lunaria de verdad parecía metida en ese personaje de cientifica loca. No recordaba haberle puesto nombres tan exagerados como destrucción total o un modo agresivo, se preguntaba si acaso Lexa había ido muy lejos y que tanto se podría controlar a un robot loco. Pero antes de que pudieran probar el arpón un gigante barbudo entró a los gritos regañando a Lexa y a ella misma por haber colaborado.
—Señor, todo el mundo sabe que no soy ninguna niñera ni encamino personas si no me pagan para ello y usted no me ha contratado... por lo cual no he incumplido ninguna parte del trato.—
Una sonrisa burlona se vislumbró en su rostro aunque pronto cambió a una mueca de enfado al ver que su preciada herramienta salía del cuarto al parecer llorando. Tanto le había tomado encontrarla para que se fuese otra vez, negó con la cabeza mientras se acercaba a un rincón de la sala, jalando lo que parecía una pared de metal para revelar un espacio escondido tras tres trozos de tela, en este se encontraban varios juguetes reparados.
—Lo están, durante ciertas noches me escabullía y reparaba juguetes por mi cuenta, detrás de estas telas. Cuando mi soplete despertaba volvía a la forja con los juguetes irreparables y los fundía. Solo he quemado nimiedades, cartas apenas legibles, otras que tiró la morena y juguetes rotos. También he usado estantes de metal para forjar la cadena y la mayor parte de las piezas. Ahora si me disculpa tengo una herramienta perdida y pienso recuperarla antes de marcharme.—
La mujer hizo una leve reverencia dejando a los minks examinando los juguetes reparados, pese al haber fingido rendirse los primeros días desconfiaba de que aquel robot pudiese ser funcional y se dedicó a fingir haberse sometido al plan de Lexa simplemente para forzar una reacción. Después de todo, solo ella podía usar a otros como objeto, su mirada gris más que penetrante se mostró triunfadora ante el barbudo.
Tardó en encontrar a Lexa, finalmente llegando a su ubicación por mera casualidad. Se mantuvo distante observando sus reacciones, a Sowon le seguía pareciendo alguien peligrosa pero quizás por terquedad, orgullo o mera utilidad deseaba tenerla cerca. Algo en la morena causaba que terminasen envueltas en situaciones un tanto particulares, respiró profundamente mientras estiraba su cuerpo en la tan ansiada libertad.
—Si busca consuelo no soy la indicada, si te soy sincera no me interesa en lo más minímo lo que ese peludo dijo o sus razones para llorar. Tampoco lo que haga... Pero, sería un insulto de mi parte dejarte por tu cuenta cuando hemos estado juntas y no me han pagado por mi arpón.—
La mujer sonrió con malicia mientras extendía su mano a la morena, sus ojos buscaban la mirada de la misma.
—Vamos, levantese del suelo y reclamemos nuestro merecido pago. No es tiempo de lamentos, nos intentaron usar como esclavos y es momento de teñir esta isla en una danza de sangre y fuego... usted y yo... tenemos negocios pendientes señorita Lexa.—
—Señor, todo el mundo sabe que no soy ninguna niñera ni encamino personas si no me pagan para ello y usted no me ha contratado... por lo cual no he incumplido ninguna parte del trato.—
Una sonrisa burlona se vislumbró en su rostro aunque pronto cambió a una mueca de enfado al ver que su preciada herramienta salía del cuarto al parecer llorando. Tanto le había tomado encontrarla para que se fuese otra vez, negó con la cabeza mientras se acercaba a un rincón de la sala, jalando lo que parecía una pared de metal para revelar un espacio escondido tras tres trozos de tela, en este se encontraban varios juguetes reparados.
—Lo están, durante ciertas noches me escabullía y reparaba juguetes por mi cuenta, detrás de estas telas. Cuando mi soplete despertaba volvía a la forja con los juguetes irreparables y los fundía. Solo he quemado nimiedades, cartas apenas legibles, otras que tiró la morena y juguetes rotos. También he usado estantes de metal para forjar la cadena y la mayor parte de las piezas. Ahora si me disculpa tengo una herramienta perdida y pienso recuperarla antes de marcharme.—
La mujer hizo una leve reverencia dejando a los minks examinando los juguetes reparados, pese al haber fingido rendirse los primeros días desconfiaba de que aquel robot pudiese ser funcional y se dedicó a fingir haberse sometido al plan de Lexa simplemente para forzar una reacción. Después de todo, solo ella podía usar a otros como objeto, su mirada gris más que penetrante se mostró triunfadora ante el barbudo.
Tardó en encontrar a Lexa, finalmente llegando a su ubicación por mera casualidad. Se mantuvo distante observando sus reacciones, a Sowon le seguía pareciendo alguien peligrosa pero quizás por terquedad, orgullo o mera utilidad deseaba tenerla cerca. Algo en la morena causaba que terminasen envueltas en situaciones un tanto particulares, respiró profundamente mientras estiraba su cuerpo en la tan ansiada libertad.
—Si busca consuelo no soy la indicada, si te soy sincera no me interesa en lo más minímo lo que ese peludo dijo o sus razones para llorar. Tampoco lo que haga... Pero, sería un insulto de mi parte dejarte por tu cuenta cuando hemos estado juntas y no me han pagado por mi arpón.—
La mujer sonrió con malicia mientras extendía su mano a la morena, sus ojos buscaban la mirada de la misma.
—Vamos, levantese del suelo y reclamemos nuestro merecido pago. No es tiempo de lamentos, nos intentaron usar como esclavos y es momento de teñir esta isla en una danza de sangre y fuego... usted y yo... tenemos negocios pendientes señorita Lexa.—
Lexa
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Tenía la mirada puesta en el horizonte, sus brazos descansando sobre la baranda de madera. El balcón tenía unas vistas preciosas al pueblo montado sobre una de las tantas ramas del gran pino que formaba la isla. Los duendecillos se movían como diminutas hormigas dentro de un hormiguero, cada una cumpliendo con su función, casi como si estuvieran programados.
Todavía no entendía por qué el Gordo se había enfadado. ¿Acaso no había levantado el juguete más grande de todos? ¿Qué clase de niño no querría tener un robot gigante semi-funcional? Había que hacerle algunos pocos ajustes, eso es verdad, pero tampoco estaba tan mal como para haber sido regañada de una manera tan cruel. El Gordo había lastimado el corazón de Lexa y la niña estaba resentida.
-Un momento…
Fue entonces que Lexa se fijó en los duendecillos. Al principio, pareció verlos contentos con sus trabajos, pero no cantaban ni bailaban, sino que pasaban la gran parte del tiempo en La Fábrica trabajando y siendo infelices. ¡Si hasta tenían horas estrictas para comer! ¿Qué clase de tortura era esa? Un dulce se antoja a cualquier hora, en cualquier momento del día. Las caras cansadas y frustradas de los duendecillos Algo estaba sucediendo en lo que debía ser la cuna de la libertad y alegría, algo malvado…
-¡Es un impostor! -dejó escapar sin darse cuenta, teniendo una revelación digna de alguien tan lista-. ¡Por eso se ha enfadado!
Fue la conclusión más inteligente a la que llegó, no es como si haber destrozado las instalaciones de La Fábrica fuera demasiado grave. Todo debía ser una gran mentira: los juguetes, las cartas, los renos… Uno de ellos incluso parecía estar borracho, ¿qué clase de reno se emborracha? Solo por la emoción omitió las banderas rojas que tenía La Fábrica.
De pronto, tuvo una gran iluminación. Eureka. Había solo una manera de llamar la atención del Gordo, del verdadero y no del farsante, y esa era liberar a los duendecillos y destruir al impostor. Lo aniquilaría. Aún no sabía si hacerle comer dulces hasta reventar o ser arrastrado por los renos durante setenta y siete días, pero tendría un castigo severo.
Y como si la mente de Lexa no funcionara lo suficientemente mal, apareció la guapísima para avivar las locuras de la pirata. Lo único que entendió de sus palabras fue ‘esclavos’, ‘fuego’ y ‘Lexa’. Era fácil reconocer su propio nombre, ¿no?
-¡No hay tiempo para lloriqueos, mi noble guardiana! ¡Juntas hemos de liberar a los duendecillos de la tiranía de La Fábrica! ¡Juntas haremos que el Impostor pague hasta el último de sus pecados! -respondió Lexa como si de pronto estuviera dentro de una novela épica del señor de los collares.
Al mismo tiempo que planeaban vengarse en contra de La Fábrica, el Robocop 3500 Versión Alfa y Beta ‘One Link’ comenzaba a arder.
Todavía no entendía por qué el Gordo se había enfadado. ¿Acaso no había levantado el juguete más grande de todos? ¿Qué clase de niño no querría tener un robot gigante semi-funcional? Había que hacerle algunos pocos ajustes, eso es verdad, pero tampoco estaba tan mal como para haber sido regañada de una manera tan cruel. El Gordo había lastimado el corazón de Lexa y la niña estaba resentida.
-Un momento…
Fue entonces que Lexa se fijó en los duendecillos. Al principio, pareció verlos contentos con sus trabajos, pero no cantaban ni bailaban, sino que pasaban la gran parte del tiempo en La Fábrica trabajando y siendo infelices. ¡Si hasta tenían horas estrictas para comer! ¿Qué clase de tortura era esa? Un dulce se antoja a cualquier hora, en cualquier momento del día. Las caras cansadas y frustradas de los duendecillos Algo estaba sucediendo en lo que debía ser la cuna de la libertad y alegría, algo malvado…
-¡Es un impostor! -dejó escapar sin darse cuenta, teniendo una revelación digna de alguien tan lista-. ¡Por eso se ha enfadado!
Fue la conclusión más inteligente a la que llegó, no es como si haber destrozado las instalaciones de La Fábrica fuera demasiado grave. Todo debía ser una gran mentira: los juguetes, las cartas, los renos… Uno de ellos incluso parecía estar borracho, ¿qué clase de reno se emborracha? Solo por la emoción omitió las banderas rojas que tenía La Fábrica.
De pronto, tuvo una gran iluminación. Eureka. Había solo una manera de llamar la atención del Gordo, del verdadero y no del farsante, y esa era liberar a los duendecillos y destruir al impostor. Lo aniquilaría. Aún no sabía si hacerle comer dulces hasta reventar o ser arrastrado por los renos durante setenta y siete días, pero tendría un castigo severo.
Y como si la mente de Lexa no funcionara lo suficientemente mal, apareció la guapísima para avivar las locuras de la pirata. Lo único que entendió de sus palabras fue ‘esclavos’, ‘fuego’ y ‘Lexa’. Era fácil reconocer su propio nombre, ¿no?
-¡No hay tiempo para lloriqueos, mi noble guardiana! ¡Juntas hemos de liberar a los duendecillos de la tiranía de La Fábrica! ¡Juntas haremos que el Impostor pague hasta el último de sus pecados! -respondió Lexa como si de pronto estuviera dentro de una novela épica del señor de los collares.
Al mismo tiempo que planeaban vengarse en contra de La Fábrica, el Robocop 3500 Versión Alfa y Beta ‘One Link’ comenzaba a arder.
Sowon
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
La mujer arqueó una ceja al escuchar a la mujer hablar, ¿Liberar? ¿Tiranía? ¿Pecados? Su peculiar compañera ahora llevaba un discurso típico de la armada revolucionaria en sus panfletos de propaganda. ¿Acaso no era una pirata? La mente de Sowon dio unas cuantas vueltas a la idea, si quería que le pagasen debería ser discreta y no meterse en primera plana, lo único que le faltaba era arruinar todo o ser declarada una criminal. Bueno, con una lunaria andando pocos se fijarían en ella y menos si todo ardía, siempre podía simular ser una turista parte de las víctimas.
—¿No es eso trabajo de la armada revolucionaria? Aunque mientras me paguen con dinero no intervendré en sus ideas, por muy cuestionables que me puedan resultar. Ahora si lo que desea es armar un revuelo, supongo que estos minks se han vuelto adictos a las galletas. Es lo único que pude apreciar cuando busqué en el comedor.—
La mujer bebió un poco de agua de su calabaza, para poner sus manos en los hombros de Lexa y mirarle a los ojos. Sus ojos grises parecían haber planeado algo y necesitaba la ayuda de la lunaria para su plan.
—Preste atención, me escabulliré a la cocina y ocultaré las llaves, las cuelgan cerca de esta. Usted corra la voz de que no habrá galletas hasta que no se dignen a pagar a las mujeres explotadas en la fábrica. Es decir a nosotras, en especial a mí... hmm ¿Algo se quema? ¿O solo es usted? No hay tiempo para eso, inicia la operación sin galleta no hay fiestas...—
La mujer olfateó algo quemarse aunque lo descartó para centrarse en su plan, después de todo un incendio dejaría partes de la fábrica sin vigilancia. Suspiró pensando también en la vigilancia, debería haber una sala de cámaras y eso no quedaría sin resolver.
Llegó hasta el piso inferior y tomó el manojo de llaves, dejando un trozo de tela falso en su lugar, acto seguido se escabulló entre los pasillos, buscando la sala de vigilancia, había llegado la hora de borrar toda evidencia de su estadía en aquel lugar.
—¿No es eso trabajo de la armada revolucionaria? Aunque mientras me paguen con dinero no intervendré en sus ideas, por muy cuestionables que me puedan resultar. Ahora si lo que desea es armar un revuelo, supongo que estos minks se han vuelto adictos a las galletas. Es lo único que pude apreciar cuando busqué en el comedor.—
La mujer bebió un poco de agua de su calabaza, para poner sus manos en los hombros de Lexa y mirarle a los ojos. Sus ojos grises parecían haber planeado algo y necesitaba la ayuda de la lunaria para su plan.
—Preste atención, me escabulliré a la cocina y ocultaré las llaves, las cuelgan cerca de esta. Usted corra la voz de que no habrá galletas hasta que no se dignen a pagar a las mujeres explotadas en la fábrica. Es decir a nosotras, en especial a mí... hmm ¿Algo se quema? ¿O solo es usted? No hay tiempo para eso, inicia la operación sin galleta no hay fiestas...—
La mujer olfateó algo quemarse aunque lo descartó para centrarse en su plan, después de todo un incendio dejaría partes de la fábrica sin vigilancia. Suspiró pensando también en la vigilancia, debería haber una sala de cámaras y eso no quedaría sin resolver.
Llegó hasta el piso inferior y tomó el manojo de llaves, dejando un trozo de tela falso en su lugar, acto seguido se escabulló entre los pasillos, buscando la sala de vigilancia, había llegado la hora de borrar toda evidencia de su estadía en aquel lugar.
Lexa
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Lexa tenía un plan. La guapísima tenía un plan. Todo el mundo tenía un plan, entonces ¿por qué las cosas estaban saliendo tan mal?
En cosa de minutos, La Fábrica se había transformado en una sinfonía caótica. Los duendecillos se habían entregado a la anarquía y el fuego devoraba juguetes, libros y estantes. ¡Todo estaba ardiendo! ¡Hasta los corazones de los que fueron oprimidos por el Impostor! Diría que las llamas de la libertad empezaron con el incendio accidental -o no- del Robocop 3500 Versión Alpha y Beta ‘One Link’, pero no se intensificó hasta que los duendecillos notaron que las galletas habían desaparecido de la despensa. La falta de azúcar liberó sus cabezas y les hizo darse cuenta de una cosa: estaban siendo explotados.
Los guardias quisieron luchar y oponerse al llamado a la libertad, pero también descubrieron que estaban siendo explotados y levantaron sus armas (todas de juguete, claro) contra el Impostor. Con Lexa a la cabeza, los duendecillos marcharon furiosos al despacho del Impostor sin ninguna idea en la cabeza. Solo sentían que nada había valido la pena. ¡Nada! Perderse el nacimiento de un hijo, ausentarse al funeral de una madre, quedarse haciendo horas libres sin remuneración extra… ¡Todo ese sufrimiento para nada! Y Lexa compartía el sentimiento de los duendecillos. Pasó horas leyendo cartas y arreglando juguetes, pasó horas diseñando los planos del robot gigantesco para que todo terminara en un ‘largo de aquí y no vuelvas más’.
Ni carbón ni piedad: era hora de la venganza.
Algunos duendecillos asaltaban las habitaciones de La Fábrica como auténticos piratas, pero los verdaderos guerreros acompañaban a Lexa mientras de fondo sonaba la canción de la libertad.
-¡Esta noche estaremos a salvo cuando su cabeza esté colgada en mi pared! ¡Hay que matar al Impostor! -anunció Lexa y, como si se tratara de un musical, comenzó a cantar-. ¡Arrasemos el castillo del Impostor! ¡¿Quién está conmigo?!
-Au, au, au -gritaron los duendecillos-. ¡Las antorchas prender! ¡Contamos con Lexa para vencer! ¡Hay que ir sin temor al castillo del Impostor!
Lexa montó un caballo (que apareció por obra de magia) y tomó el primer tridente que vio (también salió de la nada) para cabalgar por las largas escaleras de La Fábrica. Cantando y rabiosos, los duendecillos subieron peldaño por peldaño hasta llegar a la Gran Puerta. Demostrando sus increíbles habilidades de carpintería, los duendecillos armaron un ariete y empezaron a golpear con fuerza.
-¡Ha llegado tu hora, Impostor! -rugió Lexa, entrando al despacho.
Sin embargo, estaba vacío. Completamente vacío. ¿Qué estaba pasando?
En cosa de minutos, La Fábrica se había transformado en una sinfonía caótica. Los duendecillos se habían entregado a la anarquía y el fuego devoraba juguetes, libros y estantes. ¡Todo estaba ardiendo! ¡Hasta los corazones de los que fueron oprimidos por el Impostor! Diría que las llamas de la libertad empezaron con el incendio accidental -o no- del Robocop 3500 Versión Alpha y Beta ‘One Link’, pero no se intensificó hasta que los duendecillos notaron que las galletas habían desaparecido de la despensa. La falta de azúcar liberó sus cabezas y les hizo darse cuenta de una cosa: estaban siendo explotados.
Los guardias quisieron luchar y oponerse al llamado a la libertad, pero también descubrieron que estaban siendo explotados y levantaron sus armas (todas de juguete, claro) contra el Impostor. Con Lexa a la cabeza, los duendecillos marcharon furiosos al despacho del Impostor sin ninguna idea en la cabeza. Solo sentían que nada había valido la pena. ¡Nada! Perderse el nacimiento de un hijo, ausentarse al funeral de una madre, quedarse haciendo horas libres sin remuneración extra… ¡Todo ese sufrimiento para nada! Y Lexa compartía el sentimiento de los duendecillos. Pasó horas leyendo cartas y arreglando juguetes, pasó horas diseñando los planos del robot gigantesco para que todo terminara en un ‘largo de aquí y no vuelvas más’.
Ni carbón ni piedad: era hora de la venganza.
Algunos duendecillos asaltaban las habitaciones de La Fábrica como auténticos piratas, pero los verdaderos guerreros acompañaban a Lexa mientras de fondo sonaba la canción de la libertad.
-¡Esta noche estaremos a salvo cuando su cabeza esté colgada en mi pared! ¡Hay que matar al Impostor! -anunció Lexa y, como si se tratara de un musical, comenzó a cantar-. ¡Arrasemos el castillo del Impostor! ¡¿Quién está conmigo?!
-Au, au, au -gritaron los duendecillos-. ¡Las antorchas prender! ¡Contamos con Lexa para vencer! ¡Hay que ir sin temor al castillo del Impostor!
Lexa montó un caballo (que apareció por obra de magia) y tomó el primer tridente que vio (también salió de la nada) para cabalgar por las largas escaleras de La Fábrica. Cantando y rabiosos, los duendecillos subieron peldaño por peldaño hasta llegar a la Gran Puerta. Demostrando sus increíbles habilidades de carpintería, los duendecillos armaron un ariete y empezaron a golpear con fuerza.
-¡Ha llegado tu hora, Impostor! -rugió Lexa, entrando al despacho.
Sin embargo, estaba vacío. Completamente vacío. ¿Qué estaba pasando?
Contenido patrocinado
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Página 1 de 2. • 1, 2
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.