Primeros pasos [Maxi - Shigure]

Great Palm me gustó más que Kuraigana. No era porque, en comparación, se tratase de un lugar más sombrío, o porque todo estuviese en ruinas. Era más bien por aquellos ojos castaños que me juzgaban.

—Uhh, uhh —gruñó, con el ceño fruncido—. ¡Uhu huh!

—¡Eso lo será tu madre! —le respondí manteniendo una sonrisa en mi cara.

Al momento me tiré al suelo y empecé a reírme yo solo de mi propio chiste hasta que se me saltaron las lágrimas. Una tontería, lo sé, pero en la vida hay que reírse. Sobre todo cuando lo haces de un bicho enorme y peludo, con cola y un trasero que parecía llevar un letrero que decía «pégame». Yo intenté mantener la compostura, pero cada vez que ese espécimen sacudía sus nalgas, no podía evitar soltar una fuerte carcajada.

—Vale, vale —dije cuando me recuperé del ataque de risa—. Ya está. Te estaba preguntando si sabías dónde estaba...

El bicho peludo no me dejó terminar. Dejó caer su espada —no sabía de dónde la había sacado— sobre mí, interrumpiéndome. Reaccioné con rapidez, salté, di una voltereta lateral y desenfundé mi tridente en el aire. Al caer al suelo, apunté mi arma contra él, mostrando un afilado... ¿Mango? «Oh, oh, lo he cogido al revés» pensé mientras me volvía a atacar, esta vez con un ataque lateral. Realicé otra acrobacia y, en esta ocasión, aterricé en su cara, golpeándola con una portentosa patada, para dar otra voltereta hacia atrás y ponerme en guardia.

—Sí, ¡ahora sí! —grité, emocionado, al darme cuenta de que estaba sujetando mi tridente por el lado que era. A su vez, el bicho peludo me lanzó una mirada furiosa. Había empezado a sangrar por la nariz—. ¡Ja, ahora sí que te ves más feo!

Aquel monstruo velludo se abalanzó una vez más contra mí. Lanzó una serie de ataques, a cada cuál más peligroso. Por mi parte, me dispuse a saltar y corretear a su alrededor. Aquello parecía enfurecerle.

—¡Uuuuuhhhh! ¡Uhhhhuuuu uuuhhhhhh! —gritó. Parecía realmente irritado.

—Está bien, si insistes... —le respondí. Al parecer, quería que terminásemos con aquel juego de una vez. O tal vez tenía hambre; la verdad es que no entendía nada de lo que decía.

Di una última voltereta hacia atrás y, al caer, me impulsé en el rocoso suelo para abalanzarme sobre aquella criatura. Su espada descendió, buscando cercenar mi cabeza mientras me acercaba a él.

—¡Maxi... —murmuré mientras me agachaba para esquivar y me impulsaba nuevamente para saltar— Kick!

Durante el salto extendí mi pierna hacia arriba con toda mi fuerza, propinando una fuerte patada contra el mentón del bicho peludo. Sus ojos se pusieron blancos, y al momento se encontraba desmayado en el suelo.

—Sí, sí, sí, sí, ¡sí! ¡Soy el mejor! —grité eufórico. Adoraba ganar.

Shigure se encontraba en una isla que parecía sacada de una historia de ancianos, poblada por yokais y otros seres de la noche. Lo que más le llamaba la atención a la guerrera, era que, aunque la isla estaba desierta de humanos, los únicos seres que habitaban en ella eran una especie de monos grandes con armas además de armaduras. Parecían ser inteligentes, al menos lo suficiente como para entender señas básicas humanas. Los monos miraban con celo a Shigure mientras esta caminaba por el bosque. Algunos iban con espadas, otros con lanzas y algunos iban con arcos. Lo mejor era no provocarlos, pues aparte de que parecían ser muchos, también parecían ser fuertes. Pero la pregunta era: ¿Qué traía a Shigure a una isla como aquella? ¿Alejada de Kami- sama? La respuesta era simple. Cazar a un criminal y recuperar unos papeles que comprometían a la Revolución. El susodicho era un contrabandista que había traicionado a la Revolución y había escapado con intención de vender información a la Legión. Era tiempo de impedir que eso ocurriera.

Los pasos de la samurái le habían llevado ante un viejo castillo que había visto mejores tiempos. Si no recordaba mal, muchos años atrás vivía en aquel lugar un antiguo Shichibukai. Famoso por ser el mejor espadachín de su tiempo. Lo sabía porque en la biblioteca del cuartel general habían libros que hablaban de las leyendas de los viejos tiempos. Subió las escaleras y puso las manos sobre el portón. Era un poco pesado y estaba lleno de polvo. Empujó con fuerza hasta que se abrió por la mitad y ella entró. La decoración resultaba un tanto gótica. Algunos cuadros del lugar parecían ser de paisajes de pesadilla, algunos retratos de posiblemente antiguos dueños del lugar. Entró a lo que parecía ser un salón de estar. Los muebles estaban llenos de polvo y el único habitante era el silencio.

Fue paseándose por cada habitación. No sabía realmente que buscaba, solo tenía curiosidad por ver la zona. Subió a los pisos superiores. El ruido de la madera podrida rechinaba. Pero entonces lo vio. En una de las habitaciones grandes, en la cual había una gran cama. Esta estaba limpia y desecha. En un escritorio había libros que parecían recientes y varias mochilas por los alrededores. Shigure llevó su mano derecha a una de sus espadas y se puso alerta. No estaba sola ya, en aquel castillo.

Para mi sorpresa, esa cosa peluda no era la única en la isla. En la lóbrega costa de arena negra, dónde el viento azotaba la piel, no había nadie. Pero cuando me adentré en un sombrío bosque descubrí un millar de ojos café juzgándome desde las copas de los árboles. Mientras, yo sonreía.

—Cosa peluda, cosa peluda —entonaba mientras caminaba despreocupado—. ¡He derrotado a una cosa peluda!

Me daban ganas de echarme a bailar. Sinceramente, de no haber estado arrastrando al ser peludo que había derrotado, lo hubiera hecho. ¿Por qué lo arrastraba? Muy fácil. Ya había sido derrotado, no hubiera estado bien abandonarlo. Y, teniendo en cuenta las caras de pocos amigos de sus compañeros del bosque, era mejor que lo llevase a otro sitio. ¡Quién sabía lo que le harían al pobre!

Realmente tenía ganas de menear el esqueleto. Pero no tenía tiempo para eso: tenía que buscar a Joey- Además, un bailarín debe conocer a su público, y las cosas peludas no parecían amantes de la música ni los buenos movimientos.

Continué mi camino, tarareando una canción que evocaba mi felicidad. Sí, estaba contento. Se trataba de la primera vez que me aventuraba tan lejos, ¡y para pelear contra un burdo criminal! Gracias al dinero de la recompensa, podría empezar a costear mi carrera como músico y bailarín, igual que Melody Escamaflauta, ¡y sería alguien famoso! ¿Cómo no iba a estar contento? Rebosaba alegría. Eran mis primeros pasos para saltar a la fama.

Al poco descubrí un castillo tan grande como el barrio en el que me crié. O tan grande como la catedral del barrio en el que me crié. Nunca entendí por qué los sacerdotes necesitaban tanto espacio, aunque si se lo pedías amablemente te daban algo de comer. Eran majos, a pesar de su incomprensible necesidad de espacio. Por su parte, quién viviese en aquel lugar debía de ser, como mínimo, un sacerdote. O un rey. Aunque si se trataba de un rey, debía de ser pobre. ¿Tendría vendas para la cosa peluda? No sabía de medicina, pero cuando alguien era apalizado se le ponían vendas. Esperaba que tuviese.

Aquel sitio era raro. La única utilidad que le veía a los muros derruidos y el ambiente deprimente era para grabar un videoclip musical. Quizás lo grabase en cuanto tuviese dinero. Lo primero que iba a conseguir era una cámara. Y alguien que pudiese grabarle. Aunque primero la cámara.

Subí unas escaleras, mientras la cabeza de aquella cosa rebotaba repetidamente provocando golpes secos que resonaban por los pasillos. En un momento dado, descorché la cantimplora y bebí un poco. No hacía calor, y me había vuelto a hidratar justo después de la pelea, pero había aprendido a beber mucha agua. Me gustaba estar siempre fresco como una rosa.

—¿Hola? —llamé, cansado de seguir buscando en aquel sitio tan grande.

—Hola... hola... hola... —dijo una voz cercana y a la vez lejana.

—¿Dónde estás? —pregunté, intrigado.

—Estás... estás... estás...

—Nooo, ¿dónde estás tú?

—Tú... tú... tú...

Aunque aquella voz me sonaba extrañamente familiar, parecía que se estaba burlando de mí. Hice una mueca con la boca e insistí.

—Nooo, tú.

—Tú... tú... tú...

Vale, sí, se estaba riendo de mí.

—Ahora sí que te vas a enterar. ¡No te vas a la librar de una buena GOLPIZA! —grité, enfatizando quizás demasiado la última palabra.

—GOLPIZA... GOLPIZA... GOLPIZA...

Shigure estaba alerta. Con una de sus katana en mano, comenzó a caminar lentamente en dirección al pasillo. Tenía que estar atenta. A lo mejor el criminal estaba escondido o le estaba preparando una emboscada. Intentó agudizar su oído. De momento, solo el silencio la respondía. Estuvo atenta a las esquinas. Mirando alguna sombra que delatara la presencia de alguien. Volvió a revisar con más cuidado las otras habitaciones. Miró detrás de puertas, armarios, debajo de las camas. No dejó ni una esquina sin volver a mirar. Llegó a la conclusión de que era probable de que no se encontrara dentro del castillo en ese momento. Sin embargo, aún estaba con la katana en mano. No quería pecar subestimando a su objetivo. Se disponía a bajar las escaleras bajo la atenta mirada de un gran cuadro de un hombre anciano, el cual portaba un porte digno. Y fue entonces cuando oyó gritar a alguien. A Shigure le dolían los oídos. Era alguien con una voz bastante chillona.

Se asomó por la barandilla. Vio una silueta pequeña que parecía sostener algo o alguien. Estaba justo en el primer piso. Fui bajando las escaleras silenciosamente. O al menos intentando que el paso del tiempo de la madera delatara mi presencia ante esa persona. A Shigure le extrañó. ¿Estaba hablando con su propio eco? Fue bajando lentamente. En guardia. No sabía si era uno solo o más de uno. Pensó que podría ser el criminal. Si resultaba serlo, era uno muy tonto. La guerrera rechinaba los dientes. Esa voz chillona conseguía sacarle de sus casillas. Respiró profundamente para volver a la calma. Y en una esquina lo vio. Un... ser pequeño azul. Y tenía consigo uno de los monos de la isla, el cual parecía estar malherido. Aquel ser era un gyojin. O al menos eso creía la samurái. En el cuartel había visto unos cuantos. Pero este parecía ser más pequeño que los otros. Se acercó cautelosamente con la intención de hacerle unas cuantas preguntas.

- Saludos. ¿Quién eres y que haces aquí? - Miró rápidamente al mono, su instinto de médico le decía que debía atender al primate - ¿Estas con el criminal que busco?

Escuché crujir la madera. Bien, aquel cobarde finalmente se estaba acercando. ¿Habría decidido venir a enfrentarse a mí? Aceptaría el desafío, sin duda, aunque antes debía buscar las vendas para mi nuevo peludo amigo.

Me quedé atento, escuchando cómo se acercaban sus pasos, alzando la mirada, desafiante. Eso sí, sin perder mi sonrisa. ¿Por qué sonreía? Muy fácil, quería que todos me vieran sonreír. Era algo así como mi impronta, significase lo que significase eso.

Quién apareció entre la escalera resultó ser una mujer humana. Era bonita, aunque portaba una espada peculiar, ligeramente curvada y con un solo filo. ¿También seguiría ella el camino de la espada? No podía dejar de sonreír.

—Aaaah... Soy... ¡Aguas lodosas! Me has pillado con la guardia baja —miré hacia los lados, nervioso—. Dame un segundo.

Solté al ser peludo y lo dejé en el suelo para esconderme detrás de una pared. Sí, tenía que curarlo, pero también tenía otras prioridades. Prioridades muy importantes.

—Llegado desde la profundidad más profunda —empecé a entonar con un tono deliberadamente más grave— y rodeado por un halo de esplendor, les presento al talento supremo, el que ilumina la noche con su voz única y sus pasos imposible. El único, el inimitable, el incomparable... ¡MAXI! —grité finalmente, pegando un brinco con voltereta para aparecer desde mi escondite, aterrizando con una pose triunfal—. ¿Qué te ha parecido? Todavía estoy trabajando en mi presentación, pero te tiene que haber sorprendido. ¿Verdad que sí?

Vi como miraba al ser peludo que derroté antes mientras me hacía otra pregunta. Me encogí de hombros. Ya estaban pensando mal de él: eso le pasaba por mirarme con mala cara. Nadie, absolutamente nadie me había mirado bien desde que pisé la isla. Salvo, quizás, aquella mujer. ¿Sería ella Joey?

—Tanto como criminal... Sí, tiene mal carácter, y el pobre puede que no atienda a razones, pero yo no lo llamaría criminal. ¿Quién no se ha encontrado perdido en algún momento de su vida? Ah, por casualidad no llevarás vendas encima. Es que aquí, el del mal carácter, necesita una ayudita. No encaja bien las patadas en la boca. Esto... ¿Tu nombre? Lo necesito para añadirte al club de fans de Maxi. Número actual de miembros: cero. Ya sé, ya sé, no es mucho. Bueno, no es nada. ¡Pero imagina lo importante que te volerías cuando me haga famoso! ¡Serías mi primera fan! ¿No sería eso maravilloso? —mis ojos no dejaban de brillar como los de un cachorrito.

A Shigure le pareció extraño el ser que se encontraba enfrente suya. ¿Era un niño? Su personalidad y su forma de hablar parecían las de un zagal. La sonrisa de... ¿rana? ¿Anguila? Le daba, de algún modo, un sentimiento de incomodidad. Pero ya Shigure no pudo evitar relajarse y esbozar una sonrisa ella también cuando aquel ,que se presentó con el nombre de Maxi, hizo una presentación teatral. A la samurái no le parecía alguien peligroso, más bien, le daba ganas de darle un dulce. ¿Se dedicaría al circo? Esa pirueta fue asombrosa. Pensó que cuando la joven se refería al criminal estaba hablando del mono. Shigure lo miró con pena. El pobre mono parecía estar hecho unos zorros. Envainó la espada y sacó su equipo de primeros auxilios. No notaba que el tal Maxi fuera un peligro para ella. Y además, el primate necesitaba ayuda médica. Por suerte, cuando lo examinó solo tenía moratones y algún que otro hueso roto. Nada que unas vendas y descanso absoluto no pudieran arreglar. Lo vendó y le acarició la cabeza para tranquilizarlo.

- Mi nombre es Shigure. Pertenezco al clan Minamoto. Estoy buscando a un hombre prófugo de la justicia que ha robado unos papeles que pertenecen a unos amigos míos - Sonrío amablemente al gyojin - ¿Así que quieres ser famoso? ¿En que te especializas? - Preguntó inocente la guerrera.

A Shigure cada vez le parecía mas tierno Maxi. Realmente era como hablar con un niño. Tenía una inocencia y una honestidad que Shigure se le salía una actitud de madre desde el corazón. Aunque pensándolo bien. Si era tan fuerte como para vencer a uno de los monos, igual sería buena idea el pedirle ayuda para capturar al criminal. Había oído que los gyojin son una raza fuerte. Quizás dos mentes eran mejor que una. En este caso, músculos extra.

- Te propongo una cosa, Maxi - Sonrió cálidamente - Si me ayudas a capturar al hombre malo que estoy buscando y recuperar lo que robó, me uniré a tu club de fans. ¿Qué te parece el trato? -

―Encantado, Shigure del clan Minamoto.

La mujer era tranquila, y algo formal. Pero resultó llevar encima varias vendas, por lo que no pude parar de sonreír al ver como las envolvía alrededor de la cosa peluda. Era un alivio saber que lo había dejado en buenas manos.

―Ohhhh ―exclamé, impresionado―. Eres muy buena, yo no lo habría hecho tan bien.

Sí, sin duda tenía buena mano para las vendas. Y parecía maja.

―Sí, sí, ¡sí! ―dije de pronto, ante su pregunta―. Quiero ser así de famoso ―junté mis brazos para luego separarlos dejando todo el espacio que pude en medio― para que todo el mundo me conozca. ¿No sería divertido? Ah, y canto muy bien, pero mi especialidad es el baile. ¡Atenta!

Me alejé un poco de Shigure y comencé a realizar unos pasos simples pero enérgicos. A los pocos segundos, me agaché para coger impulso y salté hacia delante. Con un golpe seco, mis manos se apoyaron en suelo mientras el resto de mi cuerpo se elevaba en el aire y, aprovechando el impulso, estiro mis piernas y las hago girar. Muevo los brazos al mismo ritmo de las piernas, luchando por mantener el equilibrio y el impulso. Era un movimiento sencillo, pero que requería mucha atención para salir bien.

Tras varios segundos más, doy unas últimas vueltas aún más rápido y culmino empujando con los brazos para dar una vuelta sobre mí mismo y caer frente a Shigure. Sin dejar de sonreír.

―¿Eh, eh? ¿Qué te ha parecido? Has flipado. Es que es para flipar.

Poco después la mujer espadachina me propuso un trato. Un trato que no podía rechazar. ¿Estaba sucediendo de verdad? ¿Iba a tener finalmente mi primer fan? Mi cara reflejaba la emoción que era incapaz de ocultar, y comencé a pegar brincos de alegría.

―Sí, sí, sí y ¡sí! ¡Trato hecho! ¿Dónde está ese hombre malo? Yo también persigo a un malo maloso, podemos buscarlos juntos. ¡Y después te convertirás en mi primer fan! ¡Qué emoción! Este está siendo el mejor día de mi vida.

Y era cierto. Primero había ganado una pelea contra el ser peludo que afortunadamente parecía estar recuperándose, y después había conseguido a Shigure quien había prometido convertirse en su primer fan. Si conseguía atrapar a Joey, iba a ser un día redondo. ¡Quién lo hubiera imaginado!

Shigure le dio los últimos retoques al mono. Este se relajó cuando entendió que no quería hacerle daño. Para ser un primate, tenía un brillo inteligente en su mirada. Lo único que esperaba que sus amigos no estuvieran enfadados y estuvieran esperando a la samurai y a Maxi a la salida del castillo. Shigure contempló como el pequeño gyojin hacía muestra de su baile. Realmente tenía un gran sueño. La dama admiraba a la gente que vivía por sus sueños y vivía su libertad al máximo. El mundo del espectáculo podía ser duro y más cuando el que tenía tal ambición pertenecía a una raza, la cual, aún había gente racista contra ella. Cuando el pequeño acabó su espectáculo de muestra, Shigure aplaudió con una sonrisa de una madre orgullosa. Shigure de niña quería también adentrarse en el mundo de la música tocando el shamisen. Pero cuando descubrió el mundo del kendo, dejó a un lado la música.


- ¿También sigues a alguien? Quizás estemos buscando al mismo sinvergüenza. Estuve revisando el castillo y encontré que alguien, hasta hace poco , estaba usando una de las habitaciones de arriba. Eso quiere decir que está cerca. Habrá que andarse con cuidado - Dijo poniéndose de pie.


Se escuchó un ruido de fuera. Como alguien gritando y una especie de conjunto de gritos animales. Lo que estaba diciendo Shigure. Por los chillidos, parecía ser que alguien se estaba enfrentando a los monos. El que curó Shigure oyó también los gritos. Intentó levantarse, pero Shigure puso su mano gentilmente sobre su pecho. Le indicó que aún no estaba en condiciones para forzarse. Tenía que curar sus heridas antes de meterse en más líos. La guerrera desenvainó una de sus katanas y caminó en dirección a la puerta principal. Hizo un gesto a Maxi para que la acompañara. A medida que se iba acercando a la puerta principal, el ruido iba en crescendo. Cuando salió al exterior, había un hombre alto con una maza peleando contra los primates. Shigure alucinó. Algunos de ellos iban incluso con viejas armaduras. Algunos de los monos yacían en el suelo, heridos. Realmente aquel individuo.


-¡Malditos sacos de pulgas! ¡Dejadme en paz! - gritó el hombre mientras alzaba una vez más su arma.

El hombre se giró hacia la guerrera y su nuevo acompañante. Sus ojos rezumaban odio y enfado.

- ¡Así que me han seguido hasta aquí! ¡Vamos también tengo para vosotros! - Exclamó.

Shigure miró a Maxi. Le invitó a dar el primer paso. Quería ver de lo que era capaz en combate. Al hacer esos bailes tan exóticos seguro que era ágil en combate también.

Aquel bicho peludo se encontraba mejor. ¡Shigure tenía manos mágicas! Yo no habría sabido hacerlo igual, ni mucho menos. Poner vendas parecía fácil, pero un arte totalmente complejo. ¿Cómo sabía Shigure cuánto tenías que apretar? Era todo un misterio para mí.

—¿Entonces tú no vives aquí? —le pregunté a Shigure, ladeando la cabeza. Creía que era ella la dueña del lugar, pero resultaba no ser así. Me pareció un poco raro, pero no le di más importancia—. No te preocupes, cuidado es mi segundo nombre. Maxi Cuidado —comencé a reírme de mi propio chiste.

De pronto se escucharon ruidos. Los reconocí de inmediato: sonidos de lucha. Golpes, gente corriendo y... ¿Eso eran más cosas peludas gritando? Seguí a Shigure enseguida. La verdad es que, aunque ella no me hubiera hecho ninguna seña, habría ido de todas formas. Al igual que nunca me perdía una actuación o un concierto cuando me llegaba la noticia, tampoco me perdía un combate cuando aparecía. La gente moviéndose de forma calculada para evitar ataques, contrarrestarlos y después devolverlos... Era casi como bailar. Casi como un arte. Y era muy divertido.

Justo frente a la puerta principal había toda una muchedumbre de primos de Cuchu —así había bautizado a la cosa peluda que había derrotado y cuyas heridas había sanado Shigure—, un poco rabiosos. Gritaban mucho. Y tenían esa misma mirada que había visto en los otros cuando llegué a la isla. ¿Por qué todos miraban tan mal? Quizás nadie les había enseñado a sonreír y por eso estaban siempre de mal humor.

Frente a los primos de Cuchu, se alzaba un hombre, armado con una maza. Varias cosas peludas yacían a sus pies, derrotadas. «Wow, hay que ser fuerte para hacer eso» pensé asombrado. Y entonces me di cuenta de un detalle. Saqué un papel que tenía guardado dentro de mi chaleco y lo desenrollé, estudiándolo con detalle.

—¡Ahí va, pero si ese es el Joey maloso! —dije, sorprendido. No había esperado encontrarlo tan pronto, normalmente era más difícil.

El hombre se volvió, iracundo, hacia nosotros, y pareció avanzar hacia Shigure. Era lo lógico, ya que ella había sacado su espada, pero estaba mal. Se iba a convertir en su primera fan, y como todo artista de respeto debía cuidarla y protegerla. Me adelanté, sacando a la vez mi tridente e interponiéndome en su camino.

—¡Detente ahí, malvado Joey! Yo, el gran y maravilloso Maxi, lucharé contra ti.

Uno de los primos peludos de Cuchu saltó sobre Joey, pero este giró sobre sí mismo y arremetió con la maza, mandándolo a volar por los aires. El resto se mantuvieron a una distancia prudencial, esperando su momento. Yo continué avanzando hasta Joey, preparado para pelear. ¿Que por qué sabía que tenía que pelear? No estaba tan seguro, pero me parecía lo adecuado. Si no era el momento, siempre podía pedir perdón después.

Corrí hacia él, agachándome para evitar un golpe, y me deslicé entre sus piernas para darme la vuelta y descargar una patada por detrás que lo echó a volar junto al peludo que había volado antes.

—Je, esto será fácil —dije, sonriendo.

A Shigure cada vez le caía mejor Maxi. Era como un hermano menor para ella. Y eso le agradaba puesto que tenía hermanos mayores, algunos le miraban por encima del hombro. Pero ella no era así. Si alguna vez tenía un hermano menor o algo parecido, sería amable y buena con él. Maxi parecía dispuesto a pelear con el maleante al que llamaba Joey. Este había echado hacia un lado de un golpe a otro de los monos. Maxi se escabulló de uno de sus golpes y parecía dispuesto a propinarle un golpe. Shigure fue a ayudar. Aprovechándose de su velocidad, se abalanzó hacia el enemigo aprovechando su punto ciego, puesto que estaba pendiente de Maxi en aquel momento. Iba a darle un corte, pero logró reaccionar a tiempo bloqueando la espada de Shigure. El hombre parecía tener buenos reflejos, no parecía ser el típico mucho musculo y poco cerebro. Pero Shigure ya previó  que bloquearía el primer tajo. Suerte que ella tenía dos espadas. Con su otra mano, desenvainó y le propinó un corte en la pierna derecha. Lo sensato era reducir su capacidad de movimiento.

Pero no se quería arriesgar a un golpe, así que saltó hacia atrás. Los monos observaban con atención. Esperaban el mejor momento para meterse ellos también en la refriega. El hombre estaba solo contra un contingente de primates, una guerrera y un gyojin con miras de artista. El hombre no se achantó. Con un rugido, sus músculos parecieron hacerse algo más grandes y salía espuma de su boca. Dio un golpe al suelo con su arma y dejó un pequeño boquete en el suelo. Parecía que se había vuelto una bestia. Los primates retrocedieron por instinto.  La mirada del hombre estaba en blanco pero se abalanzó hacia Maxi. Parecía que en ese estado la herida que le hizo Shigure no la notaba. Aun quedaba ver cual sería la respuesta del gyojin ante la acometida salvaje del criminal. Shigure estuvo en guardia por si acaso tuviera que auxiliar a su acuático nuevo amigo. Quizás con dos atacándole de ambos lados pudieran agotarle con ataques preventivos.

Retiro lo dicho. Quizás no fuera a ser tan fácil. El maloso de Joey había resistido mi ataque, y ahora arremetía contra varios amigos o primos de Cuchu. Se habían inmiscuido en el combate, pero Joey los enviaba a volar con facilidad, y eso que parecían fuertes. Casi hasta resultaba emocionante.

Shigure, por su parte, intervino alcanzándole con su espada, aunque Joey fue capaz de reaccionar con rapidez y reducir los daños. Al parecer, sabía lo que se hacía.

-Halaaa -expresé, mirando a Shigure, mis ojos dos estrellas-. ¡Dos espadas, qué chulo!

Las espadas siempre me habían gustado, desde el momento que aprendí a pelear con el tridente. Las había grande y pequeñas, con un filo o con dos, curvas o rectas, y siempre era increíble verlas en acción. Al ver cómo Shigure usaba no una sino dos, me emocioné.

Y de pronto Joey se vio rodeado. Shigure con sus dos espadas, los colegas de Cuchu juzgándolos con sus profundas miradas y yo, tan sonriente como siempre. Tal vez no fuera una tarea fácil, pero parecía que tenía las de perder.

-¿Cómo vas a pelear contra todos nosotros? -pregunté inocentemente. Joey me echó una mirada cargada de furia, y de pronto pegó un bramido que hizo que más de uno se estremeciera. Pareció volverse más grande, como si sus músculos hubiesen crecido, y una extraña espuma blanca salía de su boca. Su mirada seguía mostrando su furia, y apuntaba directamente a mí-. Oh, así es cómo lo vas a hacer.

Se abalanzó sobre mí sin miramientos, descargando un poderoso puñetazo descendente. Raudo, usé su puño como plataforma para saltar y me impulsé hacia arriba. Esta vez, Joey fue aún más rápido y volvió a lanzarme un puñetazo cuando me encontraba en mitad del salto. Lo bloqueé con el mango del tridente, pero fui empujado varios metros hacia atrás, rodando por el suelo. Tenía que practicar un poco más las caídas.

-¿Cómo se ha vuelto tan fuerte? -me pregunté.

Joey volvió a atacarme, esta vez pretendiendo aplastarme con sus dos puños. Logré rodar sobre sí mismo para evitar el golpe que hizo crujir el suelo y reincorporarme. Una vez lo logré, flexioné las rodillas y di un salto con todas mis fuerzas. Mi cabeza impactó contra la suya y, cuando me alejé, de su nariz había comenzado a manar sangre. Volví a sonreír.

Joey rugió, aún más fuerte que antes, y comenzó a lanzar golpes a lo loco, sin ningún objetivo en particular. La verdad, parecía haber perdido un poco el juicio. ¿Habría sido cosa de mi cabezazo?

El hombre mostró una increíble fuerza. Max se metió en la pelea haciendo gala de su agilidad para esquivar los golpes del criminal. Sin embargo, aunque bloqueara los ataques fue enviado hacia atrás unos cuantos metros. Pero lejos de rendirse, se lanzó de nuevo hacia el enemigo escurriéndose entre sus brazos para darle un buen cabezazo. El cual pareció que le hizo daño. Pero lejos de acabar, aquel individuo continuó con su acometida. Parecía que estaba fuera de sí. Según las leyendas de la tierra de Shigure. parecía poseído por un oni o peor, ser uno mismo. Golpeaba al aire y al suelo sin un objetivo fijo. Shigure comenzó a correr alrededor suyo, intentando calcular el tempo para meterse a atacar sin que los puños de aquel loco la tocaran. El hombre ya llegaba al punto de soltar espuma por la boca. La joven samurai se lanzó al ataque cuando el hombre volvió a golpear el suelo con furia. Le propinó un corte en el costado y otro rápidamente en la pierna. Sin embargo, no le dio tiempo de salir de la zona de ataque. Bloqueó una patada con una de sus espadas y salió despedida hacia atrás.

No perdió tiempo en reponerse, porque captó la atención de nuevo de su enemigo. Este hizo otro agujero en el suelo con su puño derecho. Shigure no podía arriesgarse a recibir de lleno uno de esos golpes. Podría romperle varios huesos de un solo ataque. Sin embargo, si que se comió una patada. La sintió de lleno en la boca del estómago y no pudo evitar doblarse de dolor, escupiendo un poco de sangre. Maldición, la había puesto en jaque. No iba lograr reaccionar a tiempo. El oni se disponía a elevar sus puños con furia, al son de un grito digno de un monstruo. ¿Podría ser que su viaje acabaría en una isla en mitad de la nada? ¿En un castillo de un reino olvidado? Recordó las palabras de su maestra Yumiko. "Si alguna vez, sientes que vas a morir. Recuerda irte con una sonrisa y en paz" Shigure sonrió y dejó su mente en blanco. Dejándose llevar.

Pero por alguna extraña razón, el tiempo pareció ir mas despacio y podía ver venir el ataque de su enemigo. ¿Acaso era su propio cuerpo que se negaba a morir de esa manera?

La acometida de Joey seguía. Me sorprendía, me sorprendía mucho, la fuerza de ese hombre. Normalmente los hombres eran más débiles, nada que ver con los gyojins como yo, pero tras varios golpes seguía atacando sin parar.

Sí, era fuerte, pero también estaba loco.

―Bueeeno, va siendo hora de ponerle fin a la actuación ―canturreé despreocupado.

Shigure había hecho un buen trabajo. No parecía tan fuerte como el grandullón de Joey, pero había resistido hasta aquel momento y había logrado asestarle buenos golpes durante el combate. Sin duda, era muy capaz. ¡Cómo esperaba de mi primera fan! Hasta había aprendido a esquivar de maravilla sus golpes tal y como demostraban sus últimos movimientos. ¡Casi parecía magia!

Sonreí y volví a encarar al grandullón. Ahora que lo miraba mejor, parecía un pelín cansado. Su respiración era más irregular, y estaba cubierto de sudor. Su postura no era la misma y sus hombros estaban más caídos. Sí, el desgraciado Joey estaba en las últimas.

―Si sigues atacando a lo loco no vas a llegar muy lejos ―le expliqué, pero no me hizo caso.

Siguió lanzando ataques a la desesperada. Lanzó por los aires a varios bichos peludos y agrietó el suelo en más de una ocasión. Lo dicho, para ser humano, era fuerte. Pero yo lo era más.

Enarbolé mi tridente y corrí hacia él. Lancé el arma hacia arriba, salté detrás de ella, la agarré por la parte trasera del mago, con los dientes mirando hacia abajo, y la lancé contra Joey. El tridente clavó uno de sus pies al suelo, inmovilizándolo. Aterricé sobre el mango del tridente y di un pequeño para alcanzar su cabeza. A la altura idónea, preparé el puño.

―¡Maxi... ―comencé a decir.

De mi puño empezaron a surgir unas chispas amarillas. Mi habilidad especial. Aquello que me volvía único. Mi electrum.

―... Punch!

Golpeé a Joey en la cara, descargando sobre él toda mi fuerza. Siendo tan fuerte como era, lo soportaría. Aún cargado de electrum. Al fin y al cabo las chispas eran más una molestia que un elemento especialmente dañino.

Joey salió despedido hacia atrás, pero al estar su pie clavado al suelo, cayó de espaldas sin alejarse del sitio. Por mi parte, caí al suelo dando una voltereta e hice una referencia. El espectáculo era el espectáculo.

―¡Muchas gracias, damas y caballeros! ―dije a los bichos peludos―. Habéis sido un público maravilloso.

Shigure logró de alguna manera zafarse del golpe debido al instinto de supervivencia. ¿Pero que era aquello que sintió? Era como si pudiera ver en cámara lenta a su enemigo. Tenía que volver a intentarlo una vez más para asegurarse de que no había sido una alucinación por sus heridas. Maxi llegó en el momento adecuado y se dispuso a continuar su arremetida contra el criminal. Se lanzó hacia él y se aprovechó de su tridente para lanzarle un golpe especial a su adversario. ¿Eran chispas lo que había saltado? El pequeño no solo era ágil, también era fuerte. Lanzó hacia atrás al objetivo y cayó violentamente de espaldas. Maxi, haciendo gala de su gusto por el mundo del arte, realiza una reverencia.  Shigure sonrió ante la inocencia del pequeñín. Parecía que el combate había terminado pero el hombre se levantó una vez más. Tenía una cara de pocos amigos y estaba sudando como un cerdo. Estaba al límite de sus fuerzas. Se forzó a si mismo a entrar de nuevo en ese trance de guerrero loco con una sonrisa torcida. La samurái comprendió que el hombre no pensaba rendirse y lucharía hasta el final.


Shigure dio un paso al frente. Concentrándose en la sensación de antes, quería volver a vivirlo. Puso sus katanas en posición de ataque y se inclinó hacia delante. Solo tendría un momento, un instante. El hombre no era el único que estaba cansado. La guerrera también estaba cansada y las heridas le estaban comiendo la stamina. El graznido de un cuervo en la distancia marcó el momento del choque final. Shigure se lanzó hacia delante, dejando que su instinto decidiera su final. El hombre dio un grito y se preparó para lanzar un fuerte derechazo hacia la cabeza.  En el momento en que Shigure y el hombre iban a dar su último golpe hacia el otro, Shigure se sintió viva. Más viva que nunca. Volvió a sentir como el golpe de su adversario iba lentamente hacia ella. La guerrera aprovechando el momentum, giró hacia la derecha esquivando el golpe y propinando un tajo en el pecho de su rival. El hombre cayó de rodillas y dejó soltar una sonrisa cansada.

- Al menos ha sido una buena pelea... - Dijo antes de caer al suelo en su propia sangre.

—Oh, vamos —solté cuando vi al hombretón volver a levantarse—. ¿En serio? Acabas de arruinar mi escena final.

Vale, tenía que admitir que aquel hombre era insistente. Y fuerte. Nunca he detestado la debilidad, pero respetaba la fuerza. Y aquel hombre la tenía, aunque se le iba un poco la olla. Esos actos de locura desmedida le acabarían por afectar con el tiempo, aunque... ¿Quién era yo para expresar mi opinión? Realmente no tenía ni idea, solo era una impresión. Lo que no quitaba que hubiera arruinado mi momento.

—Vale, tipo duro, me vas a obligar a repetirlo y ahora perderá su encanto, pero tú te lo has buscado.

Me dispuse a volver a propinar otro golpe como el anterior, con el que estaba seguro —o casi seguro— de que le derribaría, pero Shigure se adelantó. Y fue... Precioso. El momento no duró más que unos pocos segundos, puede que aún menos, pero todos los espectadores nos vimos abducidos. Parecía que el grandullón iba a acabar con la espadachina, pero en el último instante se apartó del golpe con una distancia milimétricamente calculada y lanzó un contraataque que lo derribó definitivamente. Y lo más impactante no había sido el final en sí, sino lo inesperado e instintivo que había sido el golpe. Algo como aquello no se veía todos los días.

—Maravilloso —dije sin dirigirme a nadie en concreto.

Me acerqué a Shigure, más feliz que un niño el día de su cumpleaños.

—¡Sí! —grité entusiasmado—. ¡Ahora te vas a convertir en mi primera fan!

Salté contento, percatándome de que estaba dando mis primeros pasos para convertirme en un profesional del baile. Poco a poco, el boca a boca me volvería famoso.

—Y nada, me llevaré a este chico malo conmigo para que me den mi dinero. A ver —empecé a contar con los dedos—, necesito un barco, provisiones y... Algo más de lo que no me acuerdo. No pasa nada, ya me acordaré más tarde —miré a Shigure—. ¿Y tú qué harás ahora? No te olvides de expandir mi nombre como el mejor bailarín que has conocido, ¿eh?

Quizás podría haberle ofrecido que me acompañase, pero seguro que tenía sus propios asuntos. No importaba, si quería volver a encontrarme solo tenía que ir a uno de mis futuros espectáculos y proclamarse como mi primera fan. ¡Pan comido!

El adversario de Shigure, pese a ser un criminal, realmente la puso contra las cuerdas. La obligó a adaptarse y evolucionar. Maxi corrió a su encuentro a felicitarla por tal combate y la manada de monos se inclinaron a modo de respeto. Iba a acercarse más a Maxi pero apenas se podía poner en pie. Los golpes que recibió se estaban pasando factura. Se apoyó con una de mis espadas a modo de bastón. Echó un vistazo al hombre que yacía en el suelo. Con esto, había logrado poner fin a un enemigo de la Revolución además de recuperar los documentos. Con ello se ponía un broche a su primera misión oficial como revolucionaria. Se llevó la mano a las costillas y se mordió los labios. Iba a necesitar que su nuevo amigo la ayudara.  Podría llegar  a perder el conocimiento por el dolor, o tal vez no. Pero no quería llevarse una mala sorpresa. Todavía estaba pensativa. Había vuelto a vivir esa sensación de nuevo. Sintió como el mundo iba más lento otra vez. Quizás podría entrenar lo que fuera aquello. Le daba la sensación que podría llegar a serle útil en el futuro. Sonrió a Maxi.

- Una promesa es una promesa, amigo mío. Me aseguraré de promover tu espectáculo. Solo hazme dos pequeños favores - Dijo antes de sacar de nuevo su bolsa médica - Primero acompáñame un rato, voy a vendar mis heridas y necesito que te asegures que no pierda el conocimiento  -

El segundo favor era más una visión a futuro. Realmente esperaba que el pequeño lograra cumplir su sueño. La inocencia de un niño era tan brillante como el calor de mil soles. Se sentó en el suelo y volvió a sonreír, pero esta vez de una forma más amplia y cálida.

- Cuando llegues a dar tu primer concierto, me gustaría estar en primera fila para disfrutar el show -

Shigure esperaba volver a encontrarse con Maxi y quien sabe, vivir grandes aventuras venideras.