Rayder vs Sidfried D. Fenrir

El sol se alzaba en lo alto, prominente como el astro Rey que era, bañando con sus rayos a la isla que estaba en su zona. Esta tenía una abundante vegetación, y varios picos montañosos se hacían visibles tras las altas matas de árboles de ramas duras y hojas verdáceas. Por el cielo, aves de distintos tipos y plumajes, de un tamaño desproporcionado si lo comparamos con otras especies de otras islas, volaban batiendo sus alas en aquel manto azul sin nubes que pudieran ensombrecer el ambiente. El clima era caluroso, pero no demasiado como para considerarse tórrido. Aunque para qué mentir, hacía calor. Los bosques de aquel reino tapaban la mayor parte de la superficie terrenal, dando cobijo a muchas especies de animales. Sin embargo, también se contaba con la presencia de personas habitando la isla, un grupo de hombres y mujeres que luchaban día a día contra los grandes pájaros para labrarse una casa digna. Aquel lugar no era otro que el ya conocido Reino de Torino, una isla situada en el South Blue, con unas características bastante especiales ya señaladas. No solía ser demasiado visitada por los viajeros, y muchos de los que llegaban sólo tenían tres opciones: morir de hambre, ser asesinado por los residentes humanos de la isla, o bien, ser comidos por los reyes de las montañas: las aves de rapiña, cuyo tamaño impresionaría a un ornitólogo corriente en cuestión de segundos.

Y en la orilla de la playa, lanzando un ancla de acero corrugado al fondo del mar para mantener el bote a buen recaudo y que no se fuera de vuelta mar adentro, una persona hacía acto en aquel día que recordaría durante mucho tiempo. Con su pelo negro y su pendiente plateado perteneciente a la nobleza en la oreja izquierda, además de sus típicos ropajes tan oscuros como la misma noche, el hijo bastardo de la familia Backstraw ponía su pie en el Reino de Torino. Debido al calor que hacía, había abandonado su gabardina de cuero en el interior del navío, vistiendo unos pantalones negros combinados con unas botas del mismo color, y una camisa grisácea oscura remangada hasta los codos. De su cinturón colgaba una funda de espada, la cuál se encontraba dentro de ella y en la parte derecha de la cadera del joven. Su piel blanquecina concordaba a la perfección con los tonos oscuros de su traje, mientras que un anillo en el dedo corazón de su mano derecha y el ya mencionado pendiente que le catalogaba como noble, eran los únicos accesorios que le daban algo más de "vitalidad" y "color" a su repertorio físico.

- Es la hora de explorar. Ojalá pueda encontrar algo de comida, y estos árboles deben de tener unos frutos muy ricos - Comentó mientras que se colocaba unas gafas de sol en sus ojos, encerrando a aquellos orbes incoloros debajo de las lentes de cristal que le protegerían de los rayos del sol. Con un suave movimiento de su muñeca, las ajustó hasta que quedaron perfectamente colocadas.

Dando un pequeño salto, el pirata bajó a tierra, donde sus botas se hundieron un poco en la arena mojada de la playa. Sin más dilación, comenzó a andar por ella hasta el interior de la isla. La mayor parte de su extensión estaba formada por bosques y claros de pradera, además de las montañas en las que habitaban los pajarracos de mal agüero. Dejando su mano derecha apoyada en el mango de su espada negra, el pelinegro paseaba tranquilamente por aquellos lares, pero sin relajar sus cinco sentidos. Conocía de la existencia de los indígenas y las especies peligrosas de Torino, y no podía permitirse distraerse ni el más mínimo segundo. Tenía que estar atento, a lo mejor tendría que pasar por encima de trampas formadas por los humanos, o enfrentarse directamente a ellos. Mientras tanto, y con las gafas todavía puestas, el joven se aventuraba por los grandes matorrales hacia el interior del primer bosque, en el cuál la oscuridad era la que reinaba por encima de todas las cosas. Las copas de los altos árbole solían frenar la trayectoria de los rayos de sol, sumiendo aquellas zonas en un negro palpable. Y sin embargo, él iba tan contento que incluso se permitía silbar con aquellos finos labios, colocando su lengua dentro de la boca en una forma en que cada vez que expulsase aire de sus pulmones, ese sonido se transformase en un silbido fino y agradable de escuchar.

¿Quién sabe? A lo mejor con aquel entretenimiento llamaría la atención de las personas y animales que habitaban aquella isla. ¿Sería eso lo que él quería? Había que estar muy loco para embarcarse en tan tediosa cruzada, pero él lo hacía por simple diversión. Pronto, los silbidos comenzaron a transformarse en tarareos de una canción gratamente conocida por los piratas, a la par que su voz empezaba a entonar palabras que se encadenaron en una melodía:

Yo ho ~ Yo ho ~ Un gran pirata soy,
Saqueamos, robamos, sin nada importar,
brindad, compañeros ~ Yo ho ~
Yo ho ~ Yo ho ~ Un gran pirata soy ~

Decía el pelinegro, hasta que de repente, un sonido extraño se manifestó detrás de él, cerca de unos hierbajos. Dándose la vuelta con presteza y terminando de silbar, el ex-noble llevaba una de sus manos al mango de su espada, desenfundándola rápidamente y tomándola con la mano derecha. En su mente, el joven pensaba: "¿Qué ha sido eso?". El filo metálico relucía en aquel paraje oscuro, y la mano libre del pirata se quitaba las gafas de sol para meterlas en el interior de uno de sus bolsillos del pantalón. Mientras que los ojos incoloros se clavaban en el lugar del que nació el sonido que le alertó, su voz comenzó a hablar, a un tono medio:

- ¿Quién anda ahí? Sal y muéstrate, a no ser que quieras que mi espada prueba tu sangre - Añadió con matices serios, dando a entender que estaba preparado para lo que fuera. No había hecho nada más que llegar a la isla, y ya le estaban empezando a surgir los primeros problemas. La mano se cerró en torno al mango de la espada, sujetándola con fuerza, esperando la reacción del causante de aquel sonido.

Seguía blandiendo su espada, su mano derecha la aferraba con fuerza y firmeza, mientras que su pecho se inchaba hacia adelante, mostrando que no tenía miedo de lo que pudiera estar escondido detrás de los matorrales. No podía dejar que vieran un posible punto débil de él, pues es en esos momentos cuando los aprovechados empiezan a comerse el terreno del desfavorecido. Su mirada incolora seguía clavada en el lugar del que habían provenido aquellos sonidos de pasos que le habían alertado, controlando su respiración e intentando adivinar el por qué de aquella extraña visita. Ciertamente, no podía ver a la perfección quién o qué se escondía de sus ojos, así que comenzó a dar lentos pasos hacia adelante, acercándose con cautela y los cinco sentidos puestos en su cuerpo y su arma. Con cada paso que daba, intentaba que sus botas no se hundieran demasiado en la tierra para no hacer mucho ruido, al igual que miraba bien de reojo para no partir ninguna rama o patear alguna roca que pudiera provocar sonidos innecesarios.

"¿Qué me aguarda detrás de aquellos matorrales?", pensaba el ex-noble, acercándose cada vez más a su destino. Fue entonces cuando quedó a menos de un metro de él, cuando lo vio: un joven de no demasiada edad, que parecía perdido por su extravío de ojos. Portaba consigo tres katanas, así que pensó que se trataría de un enemigo. Debía de pertenecer al clan de los indígenas del Reino de Torino, una especie de cazador o algo por el estilo, aunque no tenía pinta de ser demasiado "mortífero" por su expresión. Eso sí, era un poco más alto que Rayder, mas era mucho más delgado. El noble tenía unos músculos más marcados bajo la ropa, mientras que el chico tenía un cuerpo delgado y fibroso. Y no supo por qué lo hizo, pero se lanzó a por él con su espada desenvainada. Realizando una finta para quedar cerca de aquel chico de pelo negro, el hijo bastardo de la familia Backstraw lanzaba un corte con la parte filosa de su espada hacia una de las rodillas del chico, girando como una peonza, concretamente la derecha desde el punto de vista del atacante.

- ¡Mōshon Sakugen! [AM] (Reducción de movimiento)

La espada fue cercenando lentamente la rodilla del chico, rasgando aquella parte de su pantalón, levantando la piel y dejando a la vista los músculos de su cuerpo, mientras que un torrente fino de sangre se hacía presente tras el corte efectuado. El chico no decía simplemente, pero aquella técnica "improvisada" había sido bastante efectiva. La profundidad del ataque parecía haber tocado el hueso de la rodilla del chico, por lo que sus movimientos se verían seriamente reducidos de aquí en adelante. Con una herida como esa, ya que no había opuesto ni la más mínima resistencia, le sería muy difícil caminar, e imposible el correr. Y como era un espadachín aficionado al Santoryu, según su número de espadas, aquello no le venía para nada bien. Siempre se ha dicho que un espadachín debe tener tres características: rapidez, agilidad y reflejos. Pues bien, con aquel último ataque de Rayder, el muchacho había perdido las dos primeras cualidades que todo hijo de la espada debería tener. Si no comenzaba a ponerse serio, lo tendría muy crudo en vista al futuro, puesto que el pirata no iba a darle la oportunidad de ser compasivo.

El suelo se había manchado de sangre, y esta comenzaba a filtrarse por la tierra que lo componía. Una bandada de pájaros de tamaño mediano salió volando de las copas de los árboles en cuanto el ataque sorpresa se produjo, asustados por la bestia que habitaba en el corazón de aquel chico de ojos incoloros, mostrándose ansioso por comenzar una pelea con aquella persona que había salido de los matorrales. Pero si este no se defendía, sería una batalla por un solo bando, siendo el único que no se contendría el pirata tripulante de la banda de Barba-Rubia. No tenía miedo, ni sentiría remordimientos con atacar a aquel chico de una forma seguida sin que pudiera hacer nada por detenerle, pero así eran las cosas. En este mundo, una persona sobrevive según si es más fuerte que la media o no. Y desde luego, Rayder no dejaría que se le catalogase como una persona mediocre, él había nacido para ser algo importante en el mundo actual. Así que con una sádica voz, intimidante y con ganas de "sangre", le dijo a la persona que tenía delante de sí:

- Más te vale que sepas usar esas tres espadas, o sino te ensartaré como a un cerdo. Te has ido a topar con la persona equivocada, chaval, hoy no ando de buen humor ... Y como podrás comprobar, puedo llegar a descontrolarme si no estoy relajado - Le comentó con unos ojos tan fríos como los de la propia muerte, mientras levantaba la hoja de su espada llena de sangre, pasando su lengua por el filo de esta, recogiéndola y tragándosela por su garganta.

Rápidamente el joven volvió a una posición de combate, preparándose para la posible reacción del chico, que ahora mismo tenía más de un problema, habiéndose encontrado con un pirata enfadado y enloquecido. Pocos días al año, Rayder se mostraba de esa manera, pero esos días se teñían de un rojo intenso, sobre todo por las víctimas que su espada recogía para sí.

Al lado del cuerpo del joven de pelo negro, un cadáver se encontraba con una herida de espada, atravesándolo de un extremo al otro. Un muerto, un cojo y un ex-noble, aquella era la situación actual, una que parecía ser de película. Y el otro chico, que había sido descubierto tras los matorrales, había sido herido de gravedad en la pierna, sin oponer ninguna resistencia. Tal vez la sorpresa de que supieran su posición le dejó en un estado de shock, o simplemente no tuvo suficiente tiempo de reacción para evitar la estocada de Rayder. Podía notarse a simple vista que aquel corte, que había cercenado su piel y alcanzado el hueso de la rodilla, le dolía en demasía, además de que sangraba sin pausa. Con aquella ventaja de su parte, el hijo bastardo de la familia Backstraw podría correr todo lo que quisiera alrededor del chico que tenía enfrente de sus incoloros ojos. Con semejante herida, no sería capaz de moverse adecuadamente, y alcanzar grandes velocidades le sería imposible. Atacar de esa forma, sin preguntar nada con anterioridad, podía ser considerado como una acción sucia, pero también es cierto que este mundo no es para aquellos que no se deciden. Y los que dominan siempre suelen ser aquellos con mejores capacidades intuitivas. Aunque bueno, podría hacerse una apología con la selva: un tigre nunca pregunta antes de atacar a su presa, que era lo mismo que había ocurrido en aquel bosquecillo del Reino de Torino. Y la verdadera batalla comenzaría en ese instante, poniendo la vida de ambos en peligro.

El joven que tenía delante de sí empezó a hablar, con una voz que le delató como un adolescente. Ni de coña habría pasado la mayoría de edad, ¿qué hacía un benjamín como aquel en una isla llena de peligros? Afirmó que Rayder debería cuidar mejor de sus espaldas, señalando de reojo al cadáver que había a su lado. ¿Un indígena? Qué mas daba, ya estaba muerto. Además, le dijo que como era un espadachín, lucharía por su katana. El que ganase de los dos se llevaría una katana del otro, por lo que era un premio que podría interesar para afilarse los dientes del ex-noble, o para quitarse los restos de comida de entre ellos. Asintiendo con la cabeza, el pelinegro dio su visto bueno ante la mención que había propuesto el chico adolescente de tres espadas, para luego comentarle con una mirada fría:

- Sólo te quedaban dos opciones tras haberte encontrado conmigo: salir corriendo, que no puedes debido a la herida de tu rodilla; o enfrentarte a mí, que es lo que has elegido. Y sí, el que gane tomará la espada del otro, en vez de la vida. Tendrás que esforzarte, ahora mismo estás en desventaja - Dijo señalando con la punta de la espada a su rodilla herida, todavía sangrando, para luego añadir. - Y yo sigo estando como una rosa - Enarcando una ceja y marcando una sonrisa agradable, para luego volver a tomar su arma con las dos manos.

El ambiente se tornaba oscuro, la poca luz que atravesaba las copas de los árboles y llegaba hasta el lugar donde ambos espadachines se encontraban hacía que unos pequeños reflejos salieran de sus espadas, nimios e insignificantes. Los pies del pelinegro comenzaron a moverse, alrededor del chico que tenía delante de sí. Este ya había preparado sus tres espadas, y la batalla comenzaría en cuanto uno de los dos se lanzase a por el otro. Claramente, sería el señor Backstraw el que realizaría el primer movimiento. Pero antes que nada tendría que probar al chico, tendría que saber cómo reaccionaría ante cualquier posible situación en ese estado tan malo en el que estaba. Dudaba de que fuera capaz de saltar con ese tajo en la rodilla, así que su mente pensó una pequeña estrategia, mientras que sus ojos no se despegaban de él, no fuera a ser que intentase atacarle. "Con semejante herida, no podrá correr, saltar, ni llegar a mi velocidad. Puedo aprovecharme de eso para colarme por su espalda, le costará seguir mis pasos", razonó mentalmente, mientras que miraba de reojo el campo de batalla, por si pudiera utilizar los elementos de su entorno a favor. Había algún que otro árbol, matorrales, el suelo era de una mezcla de áridos y tierra, y no había presencia de animales en metros a la redonda.

Conforme pasaba el tiempo, Rayder seguía girando alrededor del chico, buscando aquel juego de pies estropeado que debería tener en aquel momento, buscando que se tropezara o algo por el estilo. Tenía que encontrar sus puntos débiles, pues él era una persona que calculaba sus ataques siempre con un fin, sin malgastar sus posibilidades. Calculador, frío y letal, el ex-noble ponía en práctica los amplios conocimientos que había recibido en sus clases de espadachín en el dojo del Reino de Lvneel, dejando su espada por delante del cuerpo, con los brazos arqueados y las piernas lejos del filo. Dejó de sujetar su espada con dos manos para hacerlo únicamente con la mano derecha, intentando desequilibrar a su oponente.

- ¡Kurai Kurai No: Dangan! [AM] (Kurai-Kurai No, Bala)

Dijo mientras levantaba un dedo de su mano libre, la izquierda, y apuntaba con él al chico, como si su mano fuera una pistola. De los dedos del "cañón" de aquel arma, comenzó a crearse una pequeña bola puntiaguda de una sustancia oscura, que salió disparada a una buena velocidad hacia el centro del pecho del chico, a una altura de su corazón, solo que más centrado a su cuerpo. La velocidad que este mantenía, sumado a que entre ambos contrincantes no habría más de tres metros de distancia, haría que fuera algo difícil de esquivar. Por tanto, su aceleración sería capaz de hacer que atravesase una capa de madera como la de los troncos de los árboles. Si impactaba en su contrincante, lo atravesaría con facilidad. El chico podría rodar a los lados o pararlo con su espada, pero en esos momentos se vería cómo reaccionaría con esa pierna en mal estado, que era lo que finalmente quería comprobar Rayder. Ese era el poder de su Akuma No Mi, una sustancia oscura a la que podía dar la forma que quisiera. Era un dios creador, y ahora iba a dirigir su ira divina contra el joven que había osado proponerle un reto.

INFORMACIÓN:

El trozo de sustancia oscura que Rayder había lanzado contra el joven de pelo negro consiguió atravesarlo desde el pecho y salir por su espalda, estancándose en un tronco de árbol que había a unos cuántos pasos. Del centro de la herida comenzó a manar unos finos hilos de sangre, producto de aquel rápido ataque que había resultado ser efectivo. Mientras tanto, el pelinegro no perdía el tiempo y se lanzaba a por su enemigo con la espada al lado de una parte de su cadera, atravesando la poca distancia que lo separaba en muy pocos segundos y lanzando un fuerte corte diagonal ascendente desde la zona derecha de la cadera del chico, hasta su hombro izquierdo:

- Shōkan [AM] (Redención)

El filo hendía el aire buscando el cuerpo del enemigo. Su espada ya estaba sedienta por volver a probar la sangre que había tomado anteriormente sin pedir permiso. El combate avanzaba y, conforme más tiempo pasaba, más complicadas se ponían las cosas para el chico de las tres espadas. Si no comenzaba a responder pronto, terminaría muy pero que muy mal. Así, solo quedaba por ver si aceptaría este segundo ataque y su vitalidad se seguiría mermando, o renacería de su cenizas cual ave fénix. Pero para ello, lo que debía de hacer era demostrar coraje, y hasta el momento parecía que no había una pizca de él en su interior. Y alguien que no tiene coraje, solo le queda la muerte.