Hay amores que matan... [privado][Sidfried di Fenrir]

Era un día como cualquier otro, iba vestido como siempre, unos pantalones negros, una camiseta blanca, una chaqueta negra con capucha y como siempre, llevaba un parche en mi ojo derecho. Había venido a Ohara, sinceramente, por dos razones, o quizás por mas de dos razones, primera, porque en esa isla habitaban arqueólogos muy famosos, segunda, porque quería dibujar el árbol del conocimiento, que era un árbol muy famoso de esa isla y tercera, para escribir alguna historia. Mi mascota, que era una pequeña cría de gueopardo, era de color amarillo y con motas negras, me seguía por esa isla.

El ambiente estaba demasiado calmado, pero tampoco era malo del todo, así podría concentrarme más en mis cosas, y si por un casual me encontraba con alguien que armaba jaleo, podría pelear contra él. Llegué a lo que parecía ser una gran plaza con una gran fuente de agua y algún que otro banco, el suelo estaba cubierto de hierba y no parecía que hubiese nadie. -Parece un pueblo fantasma... me gusta...- Dije mientras sacaba de mi bolsa un pequeño cuaderno.

-Lo primero es la trama... oye, Kirara... ¿se te ocurre algo para eso?- Le pregunté, aunque era lo mismo que hablar con una pared, solo que está tenía sentimientos, y se movía, lo único que la igualaba a una pared es que no hablaba. Después de pensarlo bien, empecé a escribir el entorno de mi alrededor, como era la plaza, como eran los bancos, como estaba el cielo, que por cierto, estaba nublado, luego los bancos y las casas que se veían un poco mas lejos.

-El entorno donde se desarrollará la acción ya está creado... ahora solo me falta la trama y el protagonista...- Dije mientras acariciaba a Kirara, no era que me hiciera caso siempre, pero básicamente, era en las peleas que no me hacía caso nunca, por lo demás siempre me escuchaba con atención y solía cumplir mis ordenes, aunque eran básicamente sencillas. -Supongo que lo podría hacer de una chica que se pierde en un pueblo fantasma...- Dije esperando que no me viera nadie hablando solo, pues ya de por si parecía raro, no quería que lo pensaran aun más.

Seguía escribiendo la historia, mientras pensaba en ella y no prestaba demasiada atención alrededor. Kirara estaba a mi lado y quería que mirara hacia un tejado, pues me estaba jalando con su boca de mi chaqueta y ahí vi a alguien que me estaba observando. El chico tenía el pelo negro y ojos negros, al menos era lo que podía ver desde mi actual posición, pero debido a lo tímido que era, me avergoncé y me sonrojé, ya que deduje que me había estado observando hará rato. -¿Que querrá...?- Me pregunté murmurando a mi mismo mientras me levantaba.

Haber sido observado durante tanto rato, o al menos era lo que creía, me hacían ganas de pelear y esas cosas, así que le miré con una expresión seria. -¿Porque me observas, acaso quieres pelear?- Le pregunté bien serio mientras me subía a la terraza subiendo primero a un árbol y luego saltando desde este hasta la terraza. Saqué una pistola de un bolsillo de mi chaqueta con la mano derecha y le apunté al chico.

-Tienes diez segundos antes de que se me resbale el dedo y te disparé en la cabeza...- Le dije bien serio mientras le seguía observando con mi ojo izquierdo, esperando a que peleara contra mí y me ayudara a entrenar, aunque bien mirado, mas de cerca parecía alguien bastante apuesto, cosa que hizo que se sonrojara mi rostro y entonces, no tardé mucho en contar lo mas rápido que pude hasta diez y dispararle, aunque ladeé la cabeza y por ello la bala se desvió y iba en dirección de solo rozarle.

El chico logró esquivar mi mano tras dar un salto hacia atrás y además pudo bloquear el disparo con su espada. Tras eso había quedado a unos metros de mí y se impulsó con su pie izquierdo para hacerme un ataque en cruz con sus espadas; parecía que me estaba subestimando un poco, aunque el haber esquivado mi agarre hacia el cuello fue una buena idea para él.

Esperé a que el pelinegro estuviera a mas o menos un metro de mí, para luego saltar hacia la derecha y con el látigo el cual estaba suelto, ir directo a sus manos para atarle, o al menos para que le diera esa impresión. -Puede que sea como digas, o puede que quizás pase al revés...- Dije mostrando una cara sin expresiones y en última instancia, con un ágil movimiento de muñeca cuando el látigo tendría que estar a pocos centímetros de sus manos hacer que cambiara de trayectoria y fuera directo a su cara. (AM)