[Rol Moderado] La Gruta de las Maravillas [Kirigaya Kazuto y Allen D. Walker]

Shellstown, una ciudad al cargo de la Marina que se sitúa en el East Blue. Noticias sobre un pirata importante habían llegado a los oídos de los mandamases, queriendo retenerle en la ciudad como fuera. Por ende, se movilizaron grandes cantidades de reclutas y oficiales, que peinaron la zona como mejor solían hacer: en grupos de diez. Armados con rifles, espadas y mazas, los marines buscaban por cada rincón de la ciudad al susodicho pirata, de nombre Kirito. La situación era la siguiente: apresarle, ni más ni menos. Aquella era una ciudad dada a la Justicia, y no podían permitir que un sucio hombre del mar como aquel pisara la tierra que ellos mismos habían labrado.

La acción se desarrollaba en el interior de una hamburguesería, donde uno de los reclutas había encontrado al hombre en cuestión y pedía refuerzos por su Den Den Mushi. No tardarían demasiado en llegar, pero una vez que el recluta confirmó su mensaje, salió despedido del establecimiento con una cara total de miedo. No por el pirata, sino por lo que se avecinaba. Y solamente había una forma de no morir, una que ellos mismos tendrían que buscar. Mientras tanto, un pelotón de doce marines comenzaron a llamar a los clientes del bar para que salieran afuera, apuntándoles con sus armas y preparándose para disparar en cuanto vieran a Kirito.

Los personajes salieron rápidamente al exterior de la taberna hamburguesera, mientras que uno de ellos, Kirito, llevaba de rehén a un hombre cuya vida era insignificante. Para darle una lección al chico, y con el consentimiento del capataz de la Marina asignado a aquel grupo, una bala salió de la recámara de uno de los rifles, destrozando la cabeza del rehén y desparramando lo sesos por el suelo y por el cuerpo de su captor.

- Niño, no me toques los huevos. Aquí el único insecto eres tú

Dijo dicho hombre con una sonrisa siniestra, alzando una de sus manos para dar el alto y preparación a los demás artilleros.

- ¡Preparad armas!

La gente de los alrededores empezó a chillar, mientras la sangre del cadáver comenzaba a recorrer el cuerpo de Kirito. Los rifles estaban preparados para disparar, ¿cómo podrían escapar?

Tal vez no se hubieran dado cuenta, pero cerca de ellos había un pequeño estanque. Un estanque del cuál se decía que teletransportaba a todo aquel que se hundiera en él hacia la llamada "Gruta de las Maravillas". Pero solo era un mito, y no había sido probado nunca. Estaba a la suficiente distancia como para llegar con una herida de bala como mucho, o también podrían quedarse allí parados y morir agujereados. Creer en un mito, o morir en la realidad. ¿Cuál eligirían?

Empleando todas vuestras habilidades de combate, os enfocásteis sobre el cuello de la criatura acuática que os atacaría sin pasión alguna, pues no érais más que pequeños conejillos para su comida. Sorpresivamente, la calidad de los espadazos propinados por Kirito consiguió partir la cabeza del animal con relativa sencillez, mientras que el balazo de Allen esparcía un poco de veneno por los lares anexados a su posición. La criatura cayó sin cabeza sobre las rocas, mientras que una voz se escuchaba por la gruta, como si estuviera en todas las partes:

- Mukukukuku ... Mal, muy mal ~

Rió el conejo, mientras que algo extraño ocurría delante de las narices de aquellos dos individuos. El cuello de la criatura comenzó a exhalar un gas tóxico, a la par que sus entrañas se revolvían. Todo lo que se encontraba a un metro de dicho gas se disolvió, aunque fueran grandes rocas. Y del corte en el cuello nacieron dos cabezas idénticas a la original, rugiendo y lanzando escupitajos venenosos hacia ambos personajes.

- En esta cueva tenéis lo necesario para vencerlo. Si lo lográis, seréis dignos del tesoro. Si no, apilaré vuestros cadáveres con los que lo intentaron anteriormente. Compañía no os faltará si morís, por eso no os preocupéis ... Mukukuku ~

Habían topado con una Hidra, fiero animal que cada vez que cortaban una de sus cabezas, hacía crecer el doble con relativa facilidad. Las dos cabezas se movían por separado, cada una de ellas lanzando veneno a uno de los dos personajes que se encontraban dentro de la Gruta. Un solo toque de dicha sustancia y estarían muertos, pues era un veneno tan corrosivo que resquebrajaba y pulverizaba la piedra en cuestión de milisegundos.

[AF - Venenoso]

El corte lanzado por Kirito cortó una de las cabezas de la Hidra, y a tiempo para que no se multiplicase, el fuego de Allen cauterizó la herida de una de las cabezas. La otra, simplemente había sido atacada por la devolución de su propio veneno, que al contacto con el fuego, explotó debido a la mezcla de gases y combustión. El cuerpo del monstruo saltó por los aires en distintos trozos, además de impregnar el cuerpo de los dos personajes de un hedor verdoso bastante asqueroso, seguramente sangre o bilis del enemigo. La zona de agua donde se había encontrado formó olas por la explosión, que incluso sacudió los cimientos de la cueva e hizo caer alguna que otra estalactita hacia donde se encontraban los dos piratas. La voz del conejo volvió a resonar por la caverna, diciendo con una voz un tanto pesarosa:

- Oh no, pobre mascota. Solo le quedaba un año para tener la mayoría de edad ... Mukukuku ~

Una vez que el aire viciado se desperdigó un poco por las habilidades de Kirito, los dos personajes se encontraron a solas en aquel lugar, sin nadie más en las inmediaciones. Sin embargo, era como si la presencia del conejo estuviera imbuida de cada trozo de piedra, de cada gota de agua que conformaba la gran charca de la zona. De repente, un sonido empezó a escucharse en el pedrusco central de la caverna, donde se podía ver perfectamente como unas escaleras que subían aparecían frente a los indecisos ojos de los allí presentes. Tal vez fueran las escaleras que llevaban al tesoro del que les habían hablado anteriormente, o a lo mejor solo era el pasaje a un peligro más. En todo caso, debían de ser ellos los que decidieran.

Pero la charca no había sido deshabitada del todo con la muerte del monstruo, puesto que réplicas iguales pero de unos cinco o seis centímetros se encontraban merodeando por el interior. Si pensaban cruzar a nado, o empleando alguna barca improvisada, morirían sin remedio, puesto que portaban el mismo veneno y colmillos afilados que el padre.