Allen vs Rayder

El pelinegro avanzaba solitario por la isla de Little Garden. Sus tres espadas colgaban del mismo lado derecho de la cadera, mientras que la bolsita de los Diales reposaba en su parte izquierda. Ataviado con los ropajes más oscuros que podía poseer dicha persona, Rayder miraba de un lado hacia otro con sus incoloros ojos, buscando algo que le pudiera llamar la atención. Sin embargo, había un motivo concreto por el que había llegado a dicha isla, y es que había quedado con su maestro, Allen. Supuestamente, deberían de encontrarse en un claro de aquel lugar, lo suficientemente grande como para pudieran moverse sin tener árboles en varios metros a la redonda. No tenía claro el porqué de dicha visita, aunque seguramente querría ponerle a prueba por sus duros entrenamientos con respecto a la energía. Tal vez quisiera testear el poder de su discípulo, o simplemente ver hasta qué punto había conseguido dominar sus enseñanzas.

- Bueno, pues habrá que esperar ~

Comentó, llegando al gran claro que parecía ser el lugar de encuentro. Había alguna que otra roca en toda la extensión de la zona, así que se dirigió hacia una de ellas para tumbarse al sol. Cruzando una de las piernas por encima de la otra, suspiró y bostezó de seguido, mientras que cerraba los ojos y se preparaba para echar un sueñecito. Cuando viniera Allen, esperaba estar dispuesto para recibirle, y si no solo tendría que despertarle. Total, no era muy difícil hacerlo, pues el oído del pelinegro era tan fino que hasta cazaba moscas por la noche. Pero se abandonó al sueño, debido a que estaba cansado del largo viaje hacia la isla, así que se cerró en los brazos de Morfeo, esperando a que su amigo-maestro-enemigo llegase. La hora de la verdad no estaría muy lejos.

Un poco de baba caía por las comisuras de los labios del pelinegro, el cuál se encontraba en el quinto sueño de aquel día. Sus párpados estaban completamente cerrados, y la expresión de su cara era lo más tierna posible para un hombre de su edad. No había nada que pudiera molestarle en aquel instante, a excepción de lo que ocurrió minutos después de su llegada a la isla y corto letargo. Una voz dulce y agradable empezó a cantar en sus oídos, a una distancia no demasiado lejana de su posición. Rápidamente, abrió los párpados y mostró unos ojos en forma de corazón, con una sonrisa flagrante en sus labios. Apoyando las manos en la piedra sobre la que estaba tumbado, se irguió con cuidado mientras que sacudía su cabeza para mirar a todos los lados, buscando aquella voz que le perseguía en sueños. Para su tristeza, solo se encontró con un Allen de pelo blanco y juguetón que portaba una pistola en una de sus manos. ¿Acaso había sido dicha arma la que estaba hablando? ¡No lo podía creer! Sus orbes dejaron aquella forma cariñosa y volvieron a tornarse en la incoloridad que siempre le caracterizaba. Rascó su cabeza durante unos instantes, para luego ponerse de pie y dirigirse hacia donde se encontraba su amigo-maestro-rival. Tendiéndole la mano derecha, de forma que la estrechase, el pelinegro se presentó con una media sonrisa en su cara y un guiño de ojos. Su otra mano estaba posada en el mango de sus espadas, en el lado derecho de su cadera. Así, su voz comenzó a hablar:

- Cada vez que nos encontramos me sorprendes con algo nuevo e interesante. ¿De dónde has sacado a esa dulzura de pistola? ¿No podrá convertirse en una chica de verdad, no? Sería una pena desaprovecharla ... - Dijo con una sonrisa, soltando una leve carcajada que murió entre susurros con el paso del tiempo. Una vez que el apretón de manos terminó, el chico dio una palmada en el hombro derecho de Allen, para añadir a sus frases previas. - Me alegro de verte, tío. Cuéntame, ¿por qué querías verme? - Preguntó, deseando saber el verdadero motivo de por qué había sido llamado y citado en aquella extraña isla. Cierto era que se lo preguntaba desde hacía tiempo, pero no había una forma mejor de descubrirlo que preguntárselo a él mismo en persona.

Así que se separó dos pasos exactos hacia atrás, de forma que cruzó los brazos por debajo de su pecho y clavó ambos ojos sobre el cuerpo del chico. Observó que iba armado, así que claramente vendría con intenciones ofensivas. Una sonrisa se mostró en su rostro, y alzó la cabeza hacia los lados para que los huesos de su cuello crujieran. Su pecho se hinchó de aire, para luego relajarse con el paso del tiempo hasta que la misma capacidad cardíaca de Rayder hizo lo mismo. Esperaba una respuesta por parte del peliblanco, y sencillamente, si quería comenzar una pelea, quería hacerlo cuanto antes. Estaba preparado para enfrentarle, no tenía miedo y no se echaría para atrás. Un hombre debe saber imponer su fuerza en el momento que es necesario, y mostrar debilidad ante un compañero no haría nada más que hacer que este último se tomase más confianzas de las que pudiera. Si quería avanzar por el escalafón de todo pirata, tenía que caminar por su senda. Y allí estaba, esperando un reto con los ojos en llamas de avaricia y codicia por comenzar.