El secreto del bosque[Rol moderado][Uslex]

Lo que en un principio parecía una leve llovizna había desembocado en un auténtico monzón. Se encontraba empapado hasta los huesos frente a una disyuntiva: izquierda o derecha. Mientras meditaba bajo la lluvia, se permitió recordar cómo había llegado hasta esa situación.

Horas antes había arribado a Villmark después de toda una odisea por el South Blue. Había echado de menos su tierra natal, pero la nostalgia no era lo único que le había empujado a volver. Durante sus viajes había oído rumores, historias, que hablaban sobre un secreto oculto en las profundidades del bosque de las Crántulas. Al principio pensó que eran tan sólo fábulas que los marineros explicaban en sus delirios de borracho para ganar la atención de sus congéneres. Pero isla tras isla el relato se repetía, cambiando un detalle por otro, más o menos adornado, pero siempre la misma historia. Finalmente la curiosidad pudo con el escepticismo y decidió que en cuando llegase a casa lo primero que haría sería investigar qué misterio se ocultaba en aquel ponzoñoso lugar.

Tras una breve visita a la manada y a Yaya, cogió algunas provisiones. Sobre todo un odre con sangre suficiente para saciar su sed durante un día, un par de raciones de comida que le había preparado Yaya y un par de recambios para sus lanzarredes. Preparado para su expedición tomó camino hacia el bosque de las Crántulas. Pronto las nubes amenazantes de tormenta que cubrían gran parte de la isla, comenzaron a desembarazarse de su carga. Había ido avanzando a buen ritmo mientras la lluvia caía tenuemente, pero pronto había comenzado a diluviar lo cual había hecho que redujese su paso. Finalmente había llegado al desvío, ambos caminos conducían a su destino, pero sabía que uno era más seguro que el otro. El problema es que no lograba recordar cuál.

Y ahí es donde se encontraba, detenido en la encrucijada mientras hacia un esfuerzo mental por recordar cuál era el camino correcto. No podía prorrogar la decisión mucho más tiempo, corría el peligro de caer enfermo si no conseguía ponerse a resguardo de la lluvia. Sabía que por cualquiera de los dos caminos podría encontrar la forma de guarecerse, así que hizo de tripas corazón y se encaminó por el camino de la izquierda.

-Brubrubru, hogar dulce hogar-dijo para sí mismo de forma sarcástica, mientras se adentraba en el bosque.

Después de varias horas caminando penosamente bajo la incesante tormenta, por fin parecía que estaba aclarando. Pero a pesar de que el sol brillaba en lo alto del cielo, allí abajo en el sotobosque apenas penetraba su luz. A lo lejos, en el algún paraje oscuro del bosque, se oía el rugir de las bestias salvajes. Después de doce años viviendo en Villmark seguía estremeciéndose al oír determinados gruñidos, a saber que aberraciones monstruosas moraban en lo profundo de aquellos bosques ancestrales. Esperaba no tener que descubrirlo nunca.

Por suerte, al oeste de su situación, a apenas unos cien metros de donde se encontraba, vislumbró lo que parecía ser una pequeña ciénaga. Eso solamente podía significar una cosa, se encontraba en el margen del bosque de las crántulas. A medida que avanzaba hacia la ciénaga el olor acre del agua estancada se iba haciendo cada vez más intenso y las nubes de insectos voladores ya comenzaban a hacerse notar. Además, la reciente lluvia había hecho que el terreno se presentase aún más enfangado de lo normal; lo cual dificultaba enormemente que se moviese de forma ágil y rápida.

Apenas había avanzado veinte metros en la ciénaga cuando un árbol le cortaba el paso con sus raíces. Era un monumental mangle, tan alto y espeso que en su copa bien podría haberse construido una pequeña aldea y su tronco era tan grueso que en su interior cabrían unas cinco personas sin tener que preocuparse por el espacio. Sus raíces eran tan gruesas como el tronco de un abeto y sobresalían varios metros sobre el agua de la ciénaga, provocando que la única forma de avanzar fuese trepando por las raíces del coloso de madera. Selu comenzó a subir por una de las raíces, yendo con sumo cuidado ya que sus pies embarrados hacían que le costase más mantener el equilibrio.

Después de caerse un par de veces, había conseguido alcanzar la parte más elevada del sistema radicular, cuando vio algo que le llamó la atención. En el tronco del mangle se abría un gigantesco hueco, de dimensiones similares a una puerta. A Selu le pareció ver algo en su interior, así que decidió ir a investigarlo, eso sí, siempre en guardia. Si te descuidas un poco en territorio crántula podrías acabar siendo la cena de algún insecto nauseabundo.  

Al entrar al árbol descubrió que aquello no era un simple hueco, sino que se trataba de túnel escarbado en el árbol y que se adentraba hacia el oscuro interior de este. No parecía que hubiese una forma más rápida de cruzar el pantano que por aquel conducto, además sentía curiosidad por saber qué podría ocultarse allí abajo; así que se adentró en el túnel.

A los pocos metros de haber entrado, la luz del exterior dejó de llegar al interior del árbol y el chico se vio envuelto por una insondable oscuridad. Esperó unos segundos en la oscuridad hasta que sus ojos se hubiesen adaptado a ella, aun así no era capaz de ver más allá de unos pocos centímetros. Así que tuvo que ir avanzando poco a poco, valiéndose de sus manos y pies para reconocer el terreno y saber por dónde debía de seguir avanzando. Tras varios minutos avanzando, Selu tenía la sensación de que más que el interior de un árbol, aquello parecía una galería excavada en la tierra. Esta reflexión resulto ser más acertada de lo que pensaba, ya que el tacto cálido y rugoso de la madera fue sustituido por el frescor y humedad de la tierra del pantano. No le hacía ni pizca de gracia encontrarse a saber cuántos metros bajo el pantano y en aquella absoluta penumbra; pero empujado más por el orgullo que por el valor, decidió continuar avanzando.

Fue entonces cuando un extraño olor comenzó e llenar el túnel, al principio no detectaba exactamente que era, pero a medida que iba avanzando se iba haciendo más fuerte. Era el hedor más nauseabundo y repulsivo que había tenido la desgracia de oler jamás. Con cada paso que daba el hedor se hacía más y más fuerte, el chico tenía que hacer verdaderos esfuerzos para contener las náuseas. Se planteó brevemente el volver tras sus pasos, pero perdería demasiado tiempo, además no estaba seguro de poder encontrar el camino de vuelta. Así que se cubrió la nariz como pudo y siguió avanzando.De vez en cuando mientras avanzaba le parecía escuchar un extraño sonido, como un alteo o un zumbido en la lejanía, pero quiso suponer que se trataban de sonidos que originaba la misma tierra. El olor era ya insoportable cuando a lo lejos divisó algo de claridad.

-Aquello tiene que ser la salida-dijo para sí mismo mientras aceleraba el paso con la promesa de aire puro.

Al avanzar unos cuantos metros más, el túnel por el que había estado avanzando todo el tiempo, desembocó en una enorme caverna. A pesar de que la claridad que se filtraba desde el exterior le permitía ver bastante mejor, no era capaz de ver ni las paredes, ni el techo de la cueva; lo que daba aún más impresión de que debía de ser enorme. Unas gigantescas columnas de roca nación en el suelo de la caverna y se alzaban hacia el techo perdiéndose en las sombras que lo ocultaban. El fétido tufo parecía originarse en aquella cámara, allí era más insoportable que en los túneles. El chico pensó que fuese lo que fuese que había vivido allí debería haber muerto, ningún ser vivo podría ser capaz de emitir aquel olor putrefacto sin darse nauseas a sí mismo.

El chico continuó avanzando despacio pero con convicción hacia la salida. Entonces volvió a escuchar aquel ruido como un aleteo o un zumbido, parecía proceder justo de arriba, del techo de la cueva. Selu miró hacía allí tratando de ver algo entre la negrura, pero no atisbó el más mínimo movimiento que indicase que pudiese haber alguna criatura oculta, pero por si acaso decidió avanzar con cautela. Cuando pasó por al lado de uno de los pilares algo llamó su atención. Eran unas extrañas bayas con forma de dodecaedro y de color ambarino y a pesar de que la peste era insufrible, al saber que la salida estaba ya a su alcance, le pudo más la curiosidad y se acercó para ver de qué se trataba.

Apiladas en la base de la columna había por lo menos nueve de aquellas bayas del tamaño de un pomelo. Selu se agachó al suelo, cogió una de ellas y la examinó de cerca, parecía jugosa a la vista y tenía un tacto liso y suave. Selu la puso a trasluz para ver si podía contemplar su interior, dentro de la baya pudo ver como se movía lo que parecía un enorme gusano. El chico dejó caer la baya al suelo con asco, al caer en la cuenta de que aquello no eran bayas, sino huevos. Al echar un vistazo rápido pudo observar que montones de estos huevos se encontraban repartidos por toda la cueva. Habría cientos, puede que miles. Estaba fascinado contemplando aquella escena cuando notó como algo le mordía el brazo.

-¡Aargh!-gritó de dolor Selu.- ¿Pero qué demo...?

Pero Selu dejó la rase a medias cuando contempló el enorme gusano blanco que colgaba de su brazo izquierdo. Era tan grande como una rata, y tenía un aspecto viscoso y repulsivo. El chico agitó el brazo violentamente para intentar deshacerse del gusano, pero no aflojaba su presa. Tuvo que arrancárselo con estirando con la otra mano, para después lanzarlo lo más lejos que pudo. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que varios de estos gusanos, se acercaban reptando hacia donde estaba él. Se puso en pie justo a tiempo para esquivar a otra de estas criaturas que se hacía lanzado directa hacia su hombro.  Al ver caer el parásito a sus pies, el chico lo aplastó fuertemente con el pie, quedándole este completamente embadurnado con los fluidos del gusano y un repugnante hedor le llegó hasta la nariz.

-¡Qué asco! Estúpidos y repugnantes bichos- exclamó el chico bastante asqueado- Ahora veréis.

Tras proferir esta amenaza el chico buscó por la cueva, esquivando a los gusanos que saltaban hacia él, hasta que encontró lo que buscaba. El chico se agachó y cogió una gran roca y comenzó a aplastar a aquellas alimañas. Cuando ya había aplastado a cinco o seis de aquellas criaturas, el resto de ellos huyeron hacia la oscuridad mientras emitían un lastimero gemido.

-¡Eso, eso ahora huid llorando a buscar a vuestra mamá! Bichejos asquerosos.  Brubrubru-exclamó el chico al ver que los gusanos retrocedían.

Pero entonces volvió a escuchar aquel extraño sonido procedente del techo de la cueva. Al principio sonaba como un murmullo, un leve zumbido, pero pronto se convirtió en un frenético aleteo que se acercaba hacia él a gran velocidad. De las sombras que cubrían el techo surgió todo un enjambre de horribles insectos. Eran muy similares a las chiches, pero con varias diferencias, su caparazón era de color rojo herrumbre y de él nacían un par de alas que batían con ímpetu, sus patas anteriores eran similares a las de una mantis religiosa y rematando su abdomen presentaban un afilado aguijón.

-Vaya, vaya, mamá está furiosa-dijo el chico al ver como aquel enjambre caía sobre él.

Selu sabía que en su forma humana no tenía nada que hacer contra los cientos de insectos que se arrojaban sobre él. Así que optó por cambiar a su forma híbrida para enfrentarse a aquellas sabandijas. En unos segundos estaban sobre él, así que comenzó a repartir zarpazos a diestra y siniestra.

-Entiendo que estéis enfadados. En serio. Yo también lo estaría si apestase así todo el día – les dijo a los insectos.

Selu era capaz de hablar con los animales, al haberse criado con ellos desde pequeño, pero aquellas criaturas no parecían ser lo suficientemente inteligentes como para razonar con ellas. Lo único que repetían y otra vez era, “matar” y “comer” Por suerte, no necesitaba más de dos zarpazos para deshacerse de una de esas criaturas, pero cada vez que se libraba de una, otras tres ocupaban su lugar. Además cada vez que mataba a uno de esos insectos despedían aquel insoportable hedor. El repugnante hedor comenzaba a afectarle a la cabeza, se movía con más torpeza, todo le daba vueltas y comenzaba a ver borroso. Pronto cometió su primer fallo, calculó mal la posición de uno de los insectos y erró al atacarle, momento que el insecto aprovechó para clavarle una de sus afiladas patas delanteras. A este le siguió otro y otro más. Supo que si no salía pronto de allí, acabaría siendo el tentempié de aquellas sabandijas. Pero una nube de insectos rabiosos se interponía entre él y la salida, además varios de aquellos asquerosos gusanos blancos le habían alcanzado y le mordisqueaban por todo el cuerpo. Solamente podía hacer una cosa. Selu extendió los brazos y comenzó a girar vertiginosamente.

-Torbellino de garras (AF)

Mientras giraba a toda velocidad sentía como sus garras destripaban a cualquier ser vivo que intentase acercarse a él. Así mismo los gusanos que seguían fijados a él acabaron por soltarse debido a la fuerza centrífuga del movimiento. En unos segundos dejó de notar nada así que cesó el ataque. A su alrededor se acumulaban decenas de cuerpos mutilados de insecto. El resto del enjambre se había apartado y permanecían revoloteando alrededor del chico, pero a una distancia segura. El haber realizado aquella técnica, sumado al insufrible hedor que emanaba de los cadáveres que le rodeaban, hicieron que aún se sintiese más mareado. Con gran dificultad localizó la salida y comenzó a dirigirse hacia ella tan rápido como su condición le permitía. Cuando llevaba varios metros corriendo oyó como un enjambre de insectos iba tras de él, iba tambaleándose de un lado a otro, como si estuviese ebrio y más de una ocasión estuvo a punto de caerse de bruces al suelo. Solo unos metros más y estaría fuera de aquella cueva infernal, estaba al límite, unos segundos más y caería inconsciente debido a aquella peste.

Cuando por fin salió al exterior una bocanada de aire fresco y limpio inundó sus pulmones, mientras que la luz del día le cegaba temporalmente. Oyó como los insectos se quedaban revoloteando a escasos metros detrás de él, supuso que también cegados por la luz del Sol. Cuando se adaptó a la claridad se giró rápidamente para recibir a sus perseguidores. Una docena de insectos salieron de la madriguera dispuestos a acabaran con él, pero ahora que su mente comenzaba a aclararse fue sencillo acabar con ellos.

Cuando se hubo desecho del último de ellos, volvió a su forma humana y se tumbó en el suelo. Permaneció así un par de minutos en silencio escuchando su propia respiración y los sonidos del pantano. Tras este rato de reposo, se levantó del suelo y contempló los desperfectos, estaba lleno de pequeños mordiscos y arañazos por todo el cuerpo, pero nada grave. Con las fuerzas recuperadas Selu se puso en marcha, para seguir con su búsqueda.

-Espero que ese secreto del bosque merezca la pena- dijo para sí mismo mientras continuaba su incursión en el Bosque de las Crántulas.