Iku Hanna
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Turnos: Kyle-Kaín-Kyle...
Escenario: Pequeña isla antiguamente bajo el control del Gobierno Mundial. Terminó siendo tomada por los revolucionarios y ahora es una pequeña base para los más novatos entre las filas rebeldes.
- Los retos se decidirán por moderación.
- Los ganadores de los combates recibirán 1500 de experiencia. Los perdedores 750. En caso de empate, ambos 750.
- Sin fecha límite, el combate termina cuando uno no puede luchar más.
- Sin saltos de turnos.
- Se conservarán las cicatrices, pero no hay posibilidad de muerte, desmembramiento o pérdida de visión, audición u otros daños irreversibles para el personaje.
- Las tres islas para los combates preferiría que fueran tres distintas. No me importa que la elija el moderador o el propio rival.
¡SUERTE!
Helado-chan
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-¡¿Alguien más quiere acabar igual que todos los demás?!- gritó, alzando la mano que tenía libre hacia una explanada a su izquierda, llena de cuerpos inertes cubiertos en su mayoría de sangre. Todos revolucionarios. Todos muertos. ¿Era la misión, no? Eliminar enemigos de las filas revolucionarias. ¿Qué más daba quién lo hiciera y cómo? O al menos así pensaba Nyre, quien había tomado el control de mi cuerpo antes de la llegada a la isla.
No menos de veinte reclutas habían sucumbido a Umbra, la guadaña blanca que con tanto cariño guardaba desde la infancia, mientras que otros diez aproximadamente lo rodeaban; algunos temblando de puro terror, otros a punto de echarse a correr. Y en el rostro de Nyre una sonrisa terrorífica, mezcla de la satisfacción que sentía al degollar cuellos y algo parecido a diversión.
-Ya me estoy cansando de vosotros.- dictó para lanzarse hacia los pocos que quedaban en pie. El primero cayó casi sin enterarse de lo que había pasado, con el filo de Umbra hundido en el pecho de forma lateral. El revolucionario que estaba al lado del primero soltó la espada y echó a correr. O al menos lo intentó. Nyre sujetó con fuerza la guadaña, disminuyó su peso a la mitad gracias al poder de la Juryo, y se la lanzó con una fuerza digna de un dios. El arma primero sesgó el aire con un silbido metálico para terminar con un crujido de huesos; se había clavado en la parte media de su columna.
Nyre con gran velocidad se colocó encima del chico muerto qu eya estaba tirado en el suelo. Pisó con fuerza su espalda, disfrutando del sonido de sus huesos partirse y de los demás huyendo de puro terror, y extrajo el arma de su cuerpo, relamiéndose por saber cuál sería su próximo rival.
No menos de veinte reclutas habían sucumbido a Umbra, la guadaña blanca que con tanto cariño guardaba desde la infancia, mientras que otros diez aproximadamente lo rodeaban; algunos temblando de puro terror, otros a punto de echarse a correr. Y en el rostro de Nyre una sonrisa terrorífica, mezcla de la satisfacción que sentía al degollar cuellos y algo parecido a diversión.
-Ya me estoy cansando de vosotros.- dictó para lanzarse hacia los pocos que quedaban en pie. El primero cayó casi sin enterarse de lo que había pasado, con el filo de Umbra hundido en el pecho de forma lateral. El revolucionario que estaba al lado del primero soltó la espada y echó a correr. O al menos lo intentó. Nyre sujetó con fuerza la guadaña, disminuyó su peso a la mitad gracias al poder de la Juryo, y se la lanzó con una fuerza digna de un dios. El arma primero sesgó el aire con un silbido metálico para terminar con un crujido de huesos; se había clavado en la parte media de su columna.
Nyre con gran velocidad se colocó encima del chico muerto qu eya estaba tirado en el suelo. Pisó con fuerza su espalda, disfrutando del sonido de sus huesos partirse y de los demás huyendo de puro terror, y extrajo el arma de su cuerpo, relamiéndose por saber cuál sería su próximo rival.
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Kaín había llegado a aquella isla por un motivo muy simple. Necesitaba dinero. La marina siempre pagaba algo, por poco que fuera, a quien matara revolucionarios, después de todo, les estaban haciendo el trabajo sucio.
El cazador llegó a la isla con la esperanza de encontrarse algún cargo alto con una recompensa medianamente decente, pero no tuvo esa suerte. Durante todo el día se dedicó a matar reclutas, pequeños críos imberbes que apenas sabían sujetar el arma. La única satisfacción que obtuvo Kaín durante la mañana de aquel aburrido día fue el hecho de que varios de los revolucionarios lo reconocieron. Al parecer estaba empezando a ganarse un nombre. Eso estaba bien, aunque tampoco es que le importase demasiado.
Mientras vagaba sin rumbo alguno por la isla, Kaín escuchó gritos y ruidos de batalla. Era evidente que alguien, o algo, estaba cazando a sus presas, los jóvenes revolucionarios. Kaín avanzó hacia el ruido con calma, pues no quería perder el enorme saco en el que llevaba diferentes pruebas de los revolucionarios que había ido matando, desde partes de sus cuerpos hasta pequeñas insignias distintivas y armas. Esperaba que, al menos, le pagaran todo a mil berries el kilo.
Antes de llegar al lugar de la batalla Kaín se cruzó con un joven que corría despavorido, con una espada en la mano. Otro recluta revolucionario. Kaín aprovechó que el joven huía despavorido, sin prestarle atención, para propinarle una poderosa patada en la cara. El sonido de huesos rotos advirtió a Kaín de la muerte del revolucionario. Eran demasiado débiles hasta para sobrevivir a un simple golpe como aquel.
El cazador llegó al lugar y vio una pequeña montaña de cadáveres, todos aparentemente revolucionarios. Depositó su saco contra los cadáveres y se acercó al combate. Una sola persona, armada con una guadaña blanca, se enfrentaba, o más bien jugaba, con un pequeño grupo de revolucionarios. Era evidente que poseía una habilidad mucho mayor que la de los reclutas y, dado que Kaín ya había conseguido más que suficientes pruebas como para sacar un par de miles de berries, lo justo para vivir un tiempito, decidió que era hora de divertirse.
Se acercó con calma a la espalda de dos de los asustados reclutas y apoyó sus manos, o más concretamente su mano y su "mano", en las cabezas de los dos. Acto seguido las hizo colisionar con gran fuerza. Los dos reclutas cayeron al suelo al instante. Kaín ignoró a los demás y se dirigió directamente al sujeto de la guadaña blanca.
-Hey, psicópata.- Dijo con su habitual tono suave pero firme.- ¿Que tal si dejas de jugar con el ganado y nos entretenemos un poco, eh?- Kaín no sabía como reaccionaría aquel sujeto pero, por si las moscas, activó su haki observación y se preparó, alerta.
El cazador llegó a la isla con la esperanza de encontrarse algún cargo alto con una recompensa medianamente decente, pero no tuvo esa suerte. Durante todo el día se dedicó a matar reclutas, pequeños críos imberbes que apenas sabían sujetar el arma. La única satisfacción que obtuvo Kaín durante la mañana de aquel aburrido día fue el hecho de que varios de los revolucionarios lo reconocieron. Al parecer estaba empezando a ganarse un nombre. Eso estaba bien, aunque tampoco es que le importase demasiado.
Mientras vagaba sin rumbo alguno por la isla, Kaín escuchó gritos y ruidos de batalla. Era evidente que alguien, o algo, estaba cazando a sus presas, los jóvenes revolucionarios. Kaín avanzó hacia el ruido con calma, pues no quería perder el enorme saco en el que llevaba diferentes pruebas de los revolucionarios que había ido matando, desde partes de sus cuerpos hasta pequeñas insignias distintivas y armas. Esperaba que, al menos, le pagaran todo a mil berries el kilo.
Antes de llegar al lugar de la batalla Kaín se cruzó con un joven que corría despavorido, con una espada en la mano. Otro recluta revolucionario. Kaín aprovechó que el joven huía despavorido, sin prestarle atención, para propinarle una poderosa patada en la cara. El sonido de huesos rotos advirtió a Kaín de la muerte del revolucionario. Eran demasiado débiles hasta para sobrevivir a un simple golpe como aquel.
El cazador llegó al lugar y vio una pequeña montaña de cadáveres, todos aparentemente revolucionarios. Depositó su saco contra los cadáveres y se acercó al combate. Una sola persona, armada con una guadaña blanca, se enfrentaba, o más bien jugaba, con un pequeño grupo de revolucionarios. Era evidente que poseía una habilidad mucho mayor que la de los reclutas y, dado que Kaín ya había conseguido más que suficientes pruebas como para sacar un par de miles de berries, lo justo para vivir un tiempito, decidió que era hora de divertirse.
Se acercó con calma a la espalda de dos de los asustados reclutas y apoyó sus manos, o más concretamente su mano y su "mano", en las cabezas de los dos. Acto seguido las hizo colisionar con gran fuerza. Los dos reclutas cayeron al suelo al instante. Kaín ignoró a los demás y se dirigió directamente al sujeto de la guadaña blanca.
-Hey, psicópata.- Dijo con su habitual tono suave pero firme.- ¿Que tal si dejas de jugar con el ganado y nos entretenemos un poco, eh?- Kaín no sabía como reaccionaría aquel sujeto pero, por si las moscas, activó su haki observación y se preparó, alerta.
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