Natsuki Yui
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Al fin quedaba atrás aquella época de mi vida, aquel trágico pasado, al menos para mí. Yo no podía quejarme de nada, muchos perdieron a sus familias, eso es más duro, ¿no? No sé, yo no los vi morir, no los perdí, pero la verdad es que nunca los tuve, no fui más que una herramienta, era otra posesión para ellos, y por esa razón no tardé más de lo que pude en dejar la isla aquella, cuyo nombre no quiero volver a oír nunca más.
Habían pasado ya tres días. Tres largos e interminables días en los cuales yo, subida en una simple balsa de madera que robé en el puerto de mi ciudad a un anciano pescador, no sin antes dejarle como pago una bolsa llena de berries, había estado surcando los mares hasta, al fin, llegar a una pequeña isla. Cuando la divisé a lo lejos me alegré muchísimo, pues apenas me quedaba comida para uno o dos días más en aquella barca y a cada rato me veía en la peor de las situaciones teniendo que comer pescado crudo para subsistir, que con mis dotes de cocina casi estaría mejor crudo, la verdad. No tardaría mucho en llegar, así que me fui preparando para lo que me deparara aquella isla. Apenas tenía unos berries así que debería trabajar duro para sobrevivir, aunque mi plan era ir a una isla cercana llena de revolucionarios para sumarme a su causa, eso ahora estaba bastante distante, y debía centrarme en comenzar mi nueva vida con buen pie. Tan buen punto la barca llegó a la costa, yo, con toda mi buena fe e ilusión, fui a salir de esta con alegría dando un pequeño salto. Para mi desgracia mi pie chocó contra el borde de la balsa y tropecé, cayendo de boca contra la arena.
-¡Ahh! ¡Jopé, me he llenado de arena! ¡Voy a estar comiendo arena una semana! –Gritaba yo mientras trataba de espolsarme entera, algo prácticamente imposible. Desistí en mi banal intento en cuestión de segundos y decidí darme mejor un baño en la playa, sin apenas pensar en ello, pero algo fue bastante extraño… Primero me quité la blusa y la dejé apoyada en la embarcación, para después quitarme aquella corta minifalda también, y dirigirme a la costa, pero, en el momento en que entré al mar, comencé a sentirme muy cansada, debilitada, sentía como todo mi cuerpo se hacía más pesado y me volvía lenta y torpe. –Qué… ¿Qué me pasa? –Me preguntaba yo mientras me salía del agua andando despacio por aquella sensación. Lo primero que pensé es que me había mareado o algo, aunque había tenido comida durante mi viaje, alguna de las frutas que me comí no me sentó nada bien, en especial una con un sabor demasiado desagradable para ser algo en buen estado. Tras tumbarme un rato a contemplar como el sol iba saliendo, pensativa acerca de la causa de mi malestar, no pude evitar caer en una cosa: Al tumbarme me había vuelto a llenar de arena. Al pensar en aquello me levanté y de nuevo volví a tratar de espolsarme, pero al haberme mojado ahora la arena estaba pegada a mi cuerpo, por lo que me era mucho más difícil que al principio. –Jopee, todo me sale mal… -Decía mientras caminaba hacia mi pequeña barca y metía en una mochila mi blusa y mi falda, para después echar esta a mi hombro e ir hacia el interior de la isla, caminando prácticamente desnuda por esta.
Cuando al fin llegué a un pequeño poblado me quedé desconcertada al ver como una gran multitud de gente se colocaba a mí alrededor. Eran todos unos hombres vigorosos con kimono de kárate, así que no tardé en deducir dónde estaba, y era la Isla del Kárate tan famosa por sus luchadores de este estilo, los karatekas, que allí se formaban. Parecía que iba por buen camino hacia Saint Reia al menos, era un consuelo después de este “gran” inicio. Para tratar de huir un poco de aquel tumulto me metí en una pequeña casa que había justo detrás, dónde vi que todos quedaron sorprendidos al mirarme, lógicamente. –Etto... ¡Hola! Me llamo Yui, pero pueden llamarme Yuki si lo prefieren y… si no es indiscreción… ¿Podría usar su ducha? –La madre de la familia se rio, y el padre se había quedado con la boca abierta. Estaban todos comiendo, al parecer arroz con pasta de miso, y aquel bocado que el padre iba a dar se quedó suspendido, pues su atención estaba ahora puesta sobre la preciosa joven semidesnuda que entró en su casa, o séase, yo. No tardaron en decirme que sí, así que me di una larga ducha de agua caliente, con la cual toda la arena de mi cuerpo desapareció, aunque también tuve una sensación de malestar, pero ni por asomo tan grande como antes. Comenzaba a pensar que podía ser por el agua, pero eso no era más que una memez, ninguna enfermedad que yo conociera podía hacerte “alérgico” al agua.
Una vez hube acabado y cuando ya me había vestido me fui de aquella casa dándoles las gracias por su amabilidad, algo mosca todavía pensativa en aquello que me pasó esas dos veces. Mientras caminaba por la calle, absorta en mis pensamientos, choqué contra alguien y con el choque caí al suelo, no sé si la otra persona también. Mientras acariciaba mi culo para calmar el dolor, con los ojos cerrados por este, me enfadé con aquella otra persona, pese a tener yo la culpa por no mirar. – ¡Mira por donde andas, jopé! Que no miramos ni por donde andamos, ¿eh? –Decía yo toda enfadada a aquella persona que ni conocía, probablemente eso me traería problemas…
Habían pasado ya tres días. Tres largos e interminables días en los cuales yo, subida en una simple balsa de madera que robé en el puerto de mi ciudad a un anciano pescador, no sin antes dejarle como pago una bolsa llena de berries, había estado surcando los mares hasta, al fin, llegar a una pequeña isla. Cuando la divisé a lo lejos me alegré muchísimo, pues apenas me quedaba comida para uno o dos días más en aquella barca y a cada rato me veía en la peor de las situaciones teniendo que comer pescado crudo para subsistir, que con mis dotes de cocina casi estaría mejor crudo, la verdad. No tardaría mucho en llegar, así que me fui preparando para lo que me deparara aquella isla. Apenas tenía unos berries así que debería trabajar duro para sobrevivir, aunque mi plan era ir a una isla cercana llena de revolucionarios para sumarme a su causa, eso ahora estaba bastante distante, y debía centrarme en comenzar mi nueva vida con buen pie. Tan buen punto la barca llegó a la costa, yo, con toda mi buena fe e ilusión, fui a salir de esta con alegría dando un pequeño salto. Para mi desgracia mi pie chocó contra el borde de la balsa y tropecé, cayendo de boca contra la arena.
-¡Ahh! ¡Jopé, me he llenado de arena! ¡Voy a estar comiendo arena una semana! –Gritaba yo mientras trataba de espolsarme entera, algo prácticamente imposible. Desistí en mi banal intento en cuestión de segundos y decidí darme mejor un baño en la playa, sin apenas pensar en ello, pero algo fue bastante extraño… Primero me quité la blusa y la dejé apoyada en la embarcación, para después quitarme aquella corta minifalda también, y dirigirme a la costa, pero, en el momento en que entré al mar, comencé a sentirme muy cansada, debilitada, sentía como todo mi cuerpo se hacía más pesado y me volvía lenta y torpe. –Qué… ¿Qué me pasa? –Me preguntaba yo mientras me salía del agua andando despacio por aquella sensación. Lo primero que pensé es que me había mareado o algo, aunque había tenido comida durante mi viaje, alguna de las frutas que me comí no me sentó nada bien, en especial una con un sabor demasiado desagradable para ser algo en buen estado. Tras tumbarme un rato a contemplar como el sol iba saliendo, pensativa acerca de la causa de mi malestar, no pude evitar caer en una cosa: Al tumbarme me había vuelto a llenar de arena. Al pensar en aquello me levanté y de nuevo volví a tratar de espolsarme, pero al haberme mojado ahora la arena estaba pegada a mi cuerpo, por lo que me era mucho más difícil que al principio. –Jopee, todo me sale mal… -Decía mientras caminaba hacia mi pequeña barca y metía en una mochila mi blusa y mi falda, para después echar esta a mi hombro e ir hacia el interior de la isla, caminando prácticamente desnuda por esta.
Cuando al fin llegué a un pequeño poblado me quedé desconcertada al ver como una gran multitud de gente se colocaba a mí alrededor. Eran todos unos hombres vigorosos con kimono de kárate, así que no tardé en deducir dónde estaba, y era la Isla del Kárate tan famosa por sus luchadores de este estilo, los karatekas, que allí se formaban. Parecía que iba por buen camino hacia Saint Reia al menos, era un consuelo después de este “gran” inicio. Para tratar de huir un poco de aquel tumulto me metí en una pequeña casa que había justo detrás, dónde vi que todos quedaron sorprendidos al mirarme, lógicamente. –Etto... ¡Hola! Me llamo Yui, pero pueden llamarme Yuki si lo prefieren y… si no es indiscreción… ¿Podría usar su ducha? –La madre de la familia se rio, y el padre se había quedado con la boca abierta. Estaban todos comiendo, al parecer arroz con pasta de miso, y aquel bocado que el padre iba a dar se quedó suspendido, pues su atención estaba ahora puesta sobre la preciosa joven semidesnuda que entró en su casa, o séase, yo. No tardaron en decirme que sí, así que me di una larga ducha de agua caliente, con la cual toda la arena de mi cuerpo desapareció, aunque también tuve una sensación de malestar, pero ni por asomo tan grande como antes. Comenzaba a pensar que podía ser por el agua, pero eso no era más que una memez, ninguna enfermedad que yo conociera podía hacerte “alérgico” al agua.
Una vez hube acabado y cuando ya me había vestido me fui de aquella casa dándoles las gracias por su amabilidad, algo mosca todavía pensativa en aquello que me pasó esas dos veces. Mientras caminaba por la calle, absorta en mis pensamientos, choqué contra alguien y con el choque caí al suelo, no sé si la otra persona también. Mientras acariciaba mi culo para calmar el dolor, con los ojos cerrados por este, me enfadé con aquella otra persona, pese a tener yo la culpa por no mirar. – ¡Mira por donde andas, jopé! Que no miramos ni por donde andamos, ¿eh? –Decía yo toda enfadada a aquella persona que ni conocía, probablemente eso me traería problemas…
- Spoiler:
- Bueno, si alguno quiere ser esa persona adelante, si no, NPC random jaja La cosa sería que narrarais como llegáis y que nos conozcamos por algo, con alguna trama sencillita, que soy nueva :3 jaja Yo había pensado que haya un tipo muy abusón maestro de kárate con un grupo que asuste a todo el mundo y entre los 3 ocuparnos de él ^^ Pero lo que me digáis, tampoco soy de hacer esquemas jaja mola más improvisar -3-
Crimson
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Isla de espadachines, isla de samuráis, isla mujeres, isla de okamas, isla de karatekas... Ese inmenso mundo estaba lleno de islas muy peculiares y ahora en el South Blue, pues hacía relativamente poco que había vuelto a los Blues, siguiendo el rastro de su tripulación que se hallaba algo esparcida por esos cuatro mares, había terminado parando en aquella isla de artistas marciales, muchos de ellos entrenados desde pequeños para ser los mejores. su experiencia le decía que a pesar de ser una isla especializada en ese tipo de entrenamiento, terminarían siendo la gran mayoría unos blandengues sin capacidad de hacer nada ni de defenderse.
¿Y cómo estaba tan seguro?. Pues porque en la anterior noche ya había tumbado a un par de ellos en una taberna de la zona. Dos supuestos maestros le habían retado pues él estaba intentando ligar con una de sus alumnas y les parecía que eso no iba con los principios del dojo. Así que se levantaron y fueron a por él, ofreciéndole "amablemente" que se marchase y dejase a su pupila en paz. Ella estaba a gusto con él y lo único que le molestaba en ese momento era la interrupción de sus dos senseis que le dejaban en evidencia. El pirata cordialmente les soltó distintos improperios hacia sus respectivas madres con una sonrisa e ignorándoles totalmente después y siguiendo a lo suyo con aquella joven rubia, que tendría alrededor de unos diecinueve años. Según le estaba contando se había metido en ese dojo a esa, tardía, edad pues tenía ganas de aprender a defenderse de muchos hombres que la acosaban. Era obvio el por qué. Incluso él la pudo ver nada más entrar, resaltando entre todas las demás por esa cabellera dorada.
No se tomaron a bien las palabras del pelinegro (no sabía por qué, si lo hizo con toda la educación del mundo, incluso tratándoles de usted) e intentaron darle una paliza. Mala decisión. Alguien como él que ya había estado en Grand Line, no estaba en la misma liga que ellos. Por lo que no tardó mucho en dejarlos en el suelo noqueados sin siquiera tener que usar sus armas. Se habían metido con el tío equivocado, Pero lamentablemente ése acto le costó caro, pues le dieron lástima a la chica y se fue a ayudarlos, fulminando con la mirada a Crimson, que tras éso se marchó, lanzando unos billetes encima de aquellos dos para que se paguen los gastos y para cubrir el precio de la cuenta.
Así llegó a ese día, dispuesto a comerse el mundo por segunda vez, saliendo de la pensión en dónde se hospedaba a la calle. Pero para su sorpresa, y al igual que hace escasas semanas, una morena se topó directamente contra él, rebotando y cayendo al suelo de culo. Bajó la vista y observó detenidamente, algo sorprendido, a aquella jovencita que le replicaba enfadada, su tono era bastante infantil para la edad que aparentaba. La tomó de los brazos y la levantó en un movimiento sutil y la puso frente a él.
-No hace falta que choques "accidentalmente"-matizó mucho en esta palabra- y así tener una excusa para conocerme. Si querías hablar conmigo sólo tenías que saludarme-le respondió con una sonrisa en la cara-
¿Y cómo estaba tan seguro?. Pues porque en la anterior noche ya había tumbado a un par de ellos en una taberna de la zona. Dos supuestos maestros le habían retado pues él estaba intentando ligar con una de sus alumnas y les parecía que eso no iba con los principios del dojo. Así que se levantaron y fueron a por él, ofreciéndole "amablemente" que se marchase y dejase a su pupila en paz. Ella estaba a gusto con él y lo único que le molestaba en ese momento era la interrupción de sus dos senseis que le dejaban en evidencia. El pirata cordialmente les soltó distintos improperios hacia sus respectivas madres con una sonrisa e ignorándoles totalmente después y siguiendo a lo suyo con aquella joven rubia, que tendría alrededor de unos diecinueve años. Según le estaba contando se había metido en ese dojo a esa, tardía, edad pues tenía ganas de aprender a defenderse de muchos hombres que la acosaban. Era obvio el por qué. Incluso él la pudo ver nada más entrar, resaltando entre todas las demás por esa cabellera dorada.
No se tomaron a bien las palabras del pelinegro (no sabía por qué, si lo hizo con toda la educación del mundo, incluso tratándoles de usted) e intentaron darle una paliza. Mala decisión. Alguien como él que ya había estado en Grand Line, no estaba en la misma liga que ellos. Por lo que no tardó mucho en dejarlos en el suelo noqueados sin siquiera tener que usar sus armas. Se habían metido con el tío equivocado, Pero lamentablemente ése acto le costó caro, pues le dieron lástima a la chica y se fue a ayudarlos, fulminando con la mirada a Crimson, que tras éso se marchó, lanzando unos billetes encima de aquellos dos para que se paguen los gastos y para cubrir el precio de la cuenta.
Así llegó a ese día, dispuesto a comerse el mundo por segunda vez, saliendo de la pensión en dónde se hospedaba a la calle. Pero para su sorpresa, y al igual que hace escasas semanas, una morena se topó directamente contra él, rebotando y cayendo al suelo de culo. Bajó la vista y observó detenidamente, algo sorprendido, a aquella jovencita que le replicaba enfadada, su tono era bastante infantil para la edad que aparentaba. La tomó de los brazos y la levantó en un movimiento sutil y la puso frente a él.
-No hace falta que choques "accidentalmente"-matizó mucho en esta palabra- y así tener una excusa para conocerme. Si querías hablar conmigo sólo tenías que saludarme-le respondió con una sonrisa en la cara-
Natalia
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Isla Karate, destinada únicamente al entrenamiento de las personas a base de la fuerza bruta y varias tácticas de luchadores que la joven Katniss no tomaba como un estilo de lucha viable para ella dado que le tenia mas confianza a las herramientas de cocina como lo era su cucharon o los cuchillos que se encontraban bajo su ropa a buen resguardo y de manera de obtener un fácil acceso a ellos. Ahora bien, teniendo todo el dinero de una familia noble y sin ser conocida como una pirata de buena cuenta la fémina de orbes rojos so pretendía hacer una cosa en aquella isla y eso no era mas que vacacionar y tal vez, con algo de suerte, armar un tablero de ajedrez en la isla con el cual moverse a sus anchas para conseguir algo de importancia como lo puede ser el favor de un maestro de esa isla destinada, como ya se dijo, a estilos de pelea puramente físicos.
Había llegado con una tripulación de marineros contratos en el Reino de Goa por ella y mismamente se habían ido a seguir sus caminos una vez recibieran su paga. Y aunque suene sorprender los Berries acumulados por el sufrimiento ajeno de la familia Granger seguían estando ahí, a montones para ser usados por la cocinera que no paraba de derrochar partes de la fortuna como si esta fuera interminable, algo que realmente tenia mucho sentido si se hiciera cuenta de las estafas de su abuelo y su madre.
El sol brillaba sobre la roja tela del traje de Katniss, una bella pieza compuesta por por una camisa blanca escondida bajo la chaqueta de tonos rojos, como ya se dijo, que termina con un dobles justo por medio del antebrazo. En tanto los pantalones sumamente elegantes terminan de caer hasta sus tobillos donde se pueden ver unas botas de un tono blanco demasiado impecable, al menos hasta donde el pantalón permite verlo. En tanto su larga cabellera negra se encontraba peinada en una larga coleta tomada de forma extraña por detrás que en conjunto con su seria expresión y facciones apagadas e imponentes terminaba de mostrar el titulo de nobleza que la fémina ostenta siendo aun mas notable al caminar e ignorarlos a todos y todo como si estos fueran mas que meras decoraciones que rodean un imponente pastel de bodas.
-Po... Por allá- Un joven de orbes negros y cabellera rubia se dedicaría a indicarle donde se encontraba la mejor pastelería de la isla tal cual le había exigido la pelinegra que le dijera. Sin modales o respeto, sin dar las gracias o mostrarse amable, simplemente le ordeno que le dijera lo que ella quería saber dado que para ella todo se lograba de esa manera. Extraños métodos de educación los que presenta la nobleza, aunque son lo suficientemente autoritarios e imponentes como para tratar de ponerse en contra aunque eso no eliminaba a la gente inculta que no entiende lo que es un titulo tan importante siendo que cada tanto se puede ver a algún que otro salvaje de las praderas intentando mostrarse leal a sus ideales, esas cosas estúpidas de la vida humana -Tsk- Es simple sonido se escaparía de los labios de la chica al recordar a esa clase de personas, como si estas tuvieran derecho a oponerse a una orden directa.
Una vez llegara a su destino ingresaría en la dichosa pastelería con suma delicadeza impuesto por su feminidad y su belleza mientras se sentaba en una silla que daba de lado al ventanal que cubría la pared cruzándose de piernas posteriormente como si fuera que ya estaba esperando demasiado siendo que siquiera llevaba un minuto ahí dentro. En eso llegaría una joven con un atuendo completamente ridículo, seguramente parte del uniforme, entregándole una carta que rápidamente rechazo para pedir lo mismo que siempre pedía -Su mejor postre y un café para acompañar- Sin por favor o gracias simplemente era un orden que tenia que cumplir mientras ella miraba a las afueras como la gente caminaba tranquila sin notar la presencia de una noble como lo era aquella mujer -¿Y bien? Ya te estas demorando- Al decir aquellas palabras si la miraría a los ojos mostrando su imponente mirada compuesta por unos orbes absurdamente rojos que mostraban algo malo sino hacia lo que le pedía.
Poco después llegaría un pequeño flan al cual la pelinegra simplemente había probado para negarse a continuar indicando que era un asco, sin excusas ni explicaciones dado que esas cosas eran para aquellos que se las merecen y en aquel sitio no esperaba encontrar de esos. En tanto le decía como tenían que preparar el postre su mirada perdida en el ventanal noto como una chica, algo hermosa siendo realistas, chocaba contra un hombre bastante tosco y absurdamente falto de respeto a simple vista. Por el momento no haría mas que ver la situación dado que le parecía interesante.
Natsuki Yui
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En apenas unos segundos después de chocar sentí como, la persona con quien había chocado, me levantaba y me ponía justo frente a él. Levanté la mirada para poder ver bien a aquel tonto que se chocó conmigo. Era un chico más alto que yo por mucho, me veía realmente como una niña muy pequeña a su lado, y eso en parte me gustaba, y la verdad es que, con el sol iluminando su figura desde atrás, tenía una apariencia interesante, le daba un halo de misterio que me intrigaba. Por desgracia se desveló como un auténtico idiota cuando abrió la boca, diciendo que yo me había chocado con él adrede sólo para que se fijara en mí. Cuando me dijo eso me separé de él de forma brusca y, tras apartarle la mirada e hinchar mis mofletes como acostumbraba a hacer cuando me enfadaba, le traté de mandar a paseo de una forma que él lo entendiera. –Si quisiera conocer a alguien como tú me iría a un circo, payaso. –Y tras decir aquello me fijé en que mi katana estaba tirada en el suelo, se me cayó en el momento en que aquel idiota chocó contra mí por no mirar por dónde iba, ya que aunque hubiera sido mi culpa yo seguía en mis trece de que él era el tonto que se cruzó sin ir mirando. Coloqué la katana sobre mi pie haciéndola girar sobre sí misma y, con un rápido movimiento de este, la mandé a volar hacia arriba, para después cogerla con la mano al vuelo. –*Espero que no se me haya roto al caerse…* - Pensé yo, mirando a aquel tipo fríamente a los ojos, pues habría sido sólo culpa suya de ser así, para después, mientras lo miraba con odio, desenvainar la hoja de mi katana para ver su estado. Seguramente él pudo asustarse al ver cómo desenvainaba y lo miraba con odio, pudo pensar que lo iba a matar, y yo, preocupada de que pudiera pensar eso al caer en la cuenta de aquello, traté de decirle que no le haría nada. –Etto… No te estaba amenazando, ¿eh? Sólo he sacado mi espada para comprobar que no estaba rota, porque es antigua, y espero que no sea frágil, no la he usado nunca, soy nueva con ella, soy… -Y seguía hablando desvaríos varios en pos de justificar el haberla desenfundado, aunque mientras iba diciendo eso, al estar nerviosa, no podía dejar de mover la espada de un lado a otro de forma brusca, denotando lo realmente nueva que era en aquellas lindes.
Pasado un rato finalmente me calmé, aunque de la vergüenza de hacer la tonta con la espada y haber quedado como una chiquilla me puse tremendamente colorada, y sólo atisbé a gritarle algo. – ¡Te… Tengo que irme! –Y tras decir aquello salí corriendo de allí, muerta de vergüenza, hasta un local cercano dónde entré para tomar algún dulce que me hiciera olvidar aquel mal trago.
Nada más entrar vi que había una chica muy bien vestida y muy elegante discutiendo con la dependienta. Se la veía muy arrogante, de la clase de chica pija y consentida que yo tanto odiaba, pero pese a ello y no sabría decir por qué, me resultaba atractiva. Tenía un aura de madurez que me atraía y unos ojos preciosos, muy intensos y pasionales, que contrastaban con aquella actitud fría y taimada. Decidí enterarme de lo que pasaba, en el momento en que la curiosidad apareció se me olvidó la vergüenza. Siempre fui muy curiosa, era uno de mis muchísimos defectos, y quise saber de qué hablaban. La camarera de la barra dónde me senté nada más llegar me miró mientras observaba a la joven y no tardó en darse cuenta de mi necesidad de saber lo que pasaba.
-Es sólo otro cliente arrogante… Los turistas son todos unos exquisitos, aquí servimos la comida a tipos rudos, no hay remilgos ni delicadezas, pero las pijas como ella siempre se quejan de todo… -Dijo aquella fornida mujer, cuyo brazo era fácilmente tan grueso como mi cabeza.
-Ahora verá… Le voy a explicar un par de cosas… -Me levanté con intención de reprocharle aquella actitud de pusilánime, de niña consentida, y me acerqué hasta dónde estaba ella sentada. -¡Tú! –Le dije con los mofletes hinchados, muy enfadada. -¿Cómo puedes venir aquí… -Tras decir esto cogí una cuchara de su mesa. -… tomar su comida… -Le di ahora una cucharada a su flan, con todo el morro del mundo. Al fin y al cabo tenía hambre ya, y tenía buena pinta. -… y decir que este gran flan no es sencillamente…? –Antes de terminar mi frase metí el flan en mi boca. Tras esto miré a la camarera con cara de amargada. -… Apesta… -Le dije sacando la lengua. Al fin y al cabo yo podía odiar a la gente pija, consentida, mimada o malcriada, pero yo fui, y casi seguía siendo, una de ellas, así que en cosas como estas mis gustos eran refinados y acostumbrados a “delicatesen”. Al decir aquello la mujer de la barra me gritó como una histérica “¿Así es como le explicas tú un par de cosas?”, pero ahora ignoraba a aquella grotesca mujer con apariencia de hombre y sólo me fijaba en la joven con aires de madurez. Me senté en frente suya y, aunque se la veía antipática y posiblemente no quisiera mi compañía, me quedé mirándola ensimismada durante un rato, con una sonrisa en mi cara y los ojos iluminados, para finalmente decirle algo tras reunir el valor necesario para hablarle. –Me llamo Yui. Es un placer. –Tras decir esto le sonreí y ladeé la cabeza, esperando ahora que ella también se presentara y saber así el nombre de aquella guapa y formal joven.
Pasado un rato finalmente me calmé, aunque de la vergüenza de hacer la tonta con la espada y haber quedado como una chiquilla me puse tremendamente colorada, y sólo atisbé a gritarle algo. – ¡Te… Tengo que irme! –Y tras decir aquello salí corriendo de allí, muerta de vergüenza, hasta un local cercano dónde entré para tomar algún dulce que me hiciera olvidar aquel mal trago.
Nada más entrar vi que había una chica muy bien vestida y muy elegante discutiendo con la dependienta. Se la veía muy arrogante, de la clase de chica pija y consentida que yo tanto odiaba, pero pese a ello y no sabría decir por qué, me resultaba atractiva. Tenía un aura de madurez que me atraía y unos ojos preciosos, muy intensos y pasionales, que contrastaban con aquella actitud fría y taimada. Decidí enterarme de lo que pasaba, en el momento en que la curiosidad apareció se me olvidó la vergüenza. Siempre fui muy curiosa, era uno de mis muchísimos defectos, y quise saber de qué hablaban. La camarera de la barra dónde me senté nada más llegar me miró mientras observaba a la joven y no tardó en darse cuenta de mi necesidad de saber lo que pasaba.
-Es sólo otro cliente arrogante… Los turistas son todos unos exquisitos, aquí servimos la comida a tipos rudos, no hay remilgos ni delicadezas, pero las pijas como ella siempre se quejan de todo… -Dijo aquella fornida mujer, cuyo brazo era fácilmente tan grueso como mi cabeza.
-Ahora verá… Le voy a explicar un par de cosas… -Me levanté con intención de reprocharle aquella actitud de pusilánime, de niña consentida, y me acerqué hasta dónde estaba ella sentada. -¡Tú! –Le dije con los mofletes hinchados, muy enfadada. -¿Cómo puedes venir aquí… -Tras decir esto cogí una cuchara de su mesa. -… tomar su comida… -Le di ahora una cucharada a su flan, con todo el morro del mundo. Al fin y al cabo tenía hambre ya, y tenía buena pinta. -… y decir que este gran flan no es sencillamente…? –Antes de terminar mi frase metí el flan en mi boca. Tras esto miré a la camarera con cara de amargada. -… Apesta… -Le dije sacando la lengua. Al fin y al cabo yo podía odiar a la gente pija, consentida, mimada o malcriada, pero yo fui, y casi seguía siendo, una de ellas, así que en cosas como estas mis gustos eran refinados y acostumbrados a “delicatesen”. Al decir aquello la mujer de la barra me gritó como una histérica “¿Así es como le explicas tú un par de cosas?”, pero ahora ignoraba a aquella grotesca mujer con apariencia de hombre y sólo me fijaba en la joven con aires de madurez. Me senté en frente suya y, aunque se la veía antipática y posiblemente no quisiera mi compañía, me quedé mirándola ensimismada durante un rato, con una sonrisa en mi cara y los ojos iluminados, para finalmente decirle algo tras reunir el valor necesario para hablarle. –Me llamo Yui. Es un placer. –Tras decir esto le sonreí y ladeé la cabeza, esperando ahora que ella también se presentara y saber así el nombre de aquella guapa y formal joven.
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Sus arrogantes palabras no sentaron bien a aquella joven muchacha. Era una apuesta arriesgada ya que ella se lo podía tomar de dos formas. Podía reírse de su comentario y tomárselo a broma o podía alterarse si se lo tomaba en serio. Alejándose de forma brusca e inflando los mofletes, como si de una niña pequeña se tratase, le replicó llamándole payaso. Enfadada pareció apuntarle de forma algo débil y pobre con una katana que acababa de recoger del suelo. Luego al darse cuenta de ello se excusó diciendo que simplemente "comprobaba si no estaba rota". Se puso colorada al decirlo a la vez que daba sablazos al aire con unos movimientos poco fluidos. En sus manos parecía más una escoba que un arma. El pirata simplemente movía la cabeza lado a lado esquivando esos tajos.
-"¿Pero qué le pasa a ésta niña?"-se preguntaba mirándola con cara algo extrañada. Antes de que pudiera decirle nada ella dijo que tenía que irse, entre tartamudeos, y salió corriendo. Tan repentinamente como había aparecido se había largado. Era una jovencita muy extraña y sus comportamientos erráticos lo habían dejado perplejo y confuso. No si quiera había tenido tiempo de poder contestarle a algo. Simplemente había sido muy inesperado. -"Las que están más buenas siempre son las que están más locas"-pensó al ver como ese bonito culo se marchaba a toda velocidad, entrando poco después en una tienda cercana. -Otra vez será, morenaza-dijo, aunque sería inaudible para ella, puesto que ya se había marchado, mientras sacaba unos cuentos billetes para gastarlos en alguna que otra taberna. Sí, era aún muy temprano pero para él siempre era buen momento para hartarse a beber.
Entró en un bar que tenía justo a tres locales de distancia. Se sentó junto la barra apoyando la espalda contra ésta y estirando mucho los brazos vigilando a todas aquellas muchachas que había. Ninguna parecía estar sola. Mejor, prefería los retos. -¿Qué va a pedir?-escuchó detrás de él, interrumpiéndole de sus pensamientos. Con un leve gesto del cuello hizo ver que había notado que le hablaban -Bourbon-respondió de forma seca y siguió a lo suyo. Algo le llamó la atención. La misma rubia de ayer estaba en ese antro. Sus dos maestros la reprochaban por no ponerse antes de su parte y por haber dejado que un tipejo (Crimson) la corteje, También la culpaban de la humillación recibida. El resto de chavales que les rodeaban les aplaudían y aclamaban, metiéndose todos con la pobre muchacha. Tiraron una copa al suelo, rompiéndola y vertiendo todo su contenido por la madera. La obligaron a que se la bebiese. El resto enmudecieron por un momento para depués echarse a reír al ver como se agachaba, dispuesta a hacer lo que le ordenaban con lágrimas en los ojos. -Estos tíos no aprenden-dijo levantándose de un salto y caminando directamente ante ellos. -¿Qué pasa? ¿Es que no os pareció suficiente la paliza de ayer?-preguntó irónico desenfundando su O wazamono. -Esta vez no os voy a perdonar la vida.-amenazó con una tétrica sonrisa.
Ella se irguió rápidamente intentando apartarte pues no quería que les hicieses nada. Estaba plenamente convencida de que era su culpa y que se lo merecía. -No seas estúpida, me los voy a cargar ahora mismo-le decía enfadado intentando quitársela de encima. Los dos maestros y sus respectivos alumnos se pusieron de pie dispuestos a pelear, cogiendo botellas con sus manos para golpear al estúpido zagal que acababa de interrumpirlos por segunda vez.
-"¿Pero qué le pasa a ésta niña?"-se preguntaba mirándola con cara algo extrañada. Antes de que pudiera decirle nada ella dijo que tenía que irse, entre tartamudeos, y salió corriendo. Tan repentinamente como había aparecido se había largado. Era una jovencita muy extraña y sus comportamientos erráticos lo habían dejado perplejo y confuso. No si quiera había tenido tiempo de poder contestarle a algo. Simplemente había sido muy inesperado. -"Las que están más buenas siempre son las que están más locas"-pensó al ver como ese bonito culo se marchaba a toda velocidad, entrando poco después en una tienda cercana. -Otra vez será, morenaza-dijo, aunque sería inaudible para ella, puesto que ya se había marchado, mientras sacaba unos cuentos billetes para gastarlos en alguna que otra taberna. Sí, era aún muy temprano pero para él siempre era buen momento para hartarse a beber.
Entró en un bar que tenía justo a tres locales de distancia. Se sentó junto la barra apoyando la espalda contra ésta y estirando mucho los brazos vigilando a todas aquellas muchachas que había. Ninguna parecía estar sola. Mejor, prefería los retos. -¿Qué va a pedir?-escuchó detrás de él, interrumpiéndole de sus pensamientos. Con un leve gesto del cuello hizo ver que había notado que le hablaban -Bourbon-respondió de forma seca y siguió a lo suyo. Algo le llamó la atención. La misma rubia de ayer estaba en ese antro. Sus dos maestros la reprochaban por no ponerse antes de su parte y por haber dejado que un tipejo (Crimson) la corteje, También la culpaban de la humillación recibida. El resto de chavales que les rodeaban les aplaudían y aclamaban, metiéndose todos con la pobre muchacha. Tiraron una copa al suelo, rompiéndola y vertiendo todo su contenido por la madera. La obligaron a que se la bebiese. El resto enmudecieron por un momento para depués echarse a reír al ver como se agachaba, dispuesta a hacer lo que le ordenaban con lágrimas en los ojos. -Estos tíos no aprenden-dijo levantándose de un salto y caminando directamente ante ellos. -¿Qué pasa? ¿Es que no os pareció suficiente la paliza de ayer?-preguntó irónico desenfundando su O wazamono. -Esta vez no os voy a perdonar la vida.-amenazó con una tétrica sonrisa.
Ella se irguió rápidamente intentando apartarte pues no quería que les hicieses nada. Estaba plenamente convencida de que era su culpa y que se lo merecía. -No seas estúpida, me los voy a cargar ahora mismo-le decía enfadado intentando quitársela de encima. Los dos maestros y sus respectivos alumnos se pusieron de pie dispuestos a pelear, cogiendo botellas con sus manos para golpear al estúpido zagal que acababa de interrumpirlos por segunda vez.
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