Nat y Alex en busca de la carne perfecta

Alex paseaba con Nat por las calles de la ciudad. Habían escuchado en sus viajes que la carne de aquella isla era especialmente deliciosa, y el médico quería comprobarlo por sí mismo. Un montón de restaurantes en las calles los tentaban a entrar para probar las deliciosas hamburguesas y carnes a la plancha, tan tiernas y sabrosas que era consideradas un lujo para los paladares más exigentes.

Estaban caminando por una calle bastante transitada. El médico llevaba una chaqueta negra, abrochada hasta el cuello, con el símbolo de una enorme calavera blanca en la espalda y dos tibias cruzadas en la parte de delante. Llevaba su inseparable maletín, e iba con la cabeza cubierta por la capucha de la sudadera, completamente negra. El día estaba nublado, pero no amenazaba con llover. Era más bien un día de nubes blancas y viento fresco. Y aquella era otra de las razones por las que Derian había parado el barco. Aunque aún no hubiera empezado, se avecinaba una fuerte tormenta que podría hacer peligrar el barco en alta mar. Por eso habían anclado allí. Alex se crujió los nudillos en el bolsillo derecho de la chaqueta. Quería probar de una maldita vez aquella carne de fama mundial.

Ambos acabaron llegando a un prado interior en la ciudad. Era como una ironía espacial. Una pradera con vacas en el interior de una ciudad de cemento y ladrillo. Las vacas pastaban tranquilamente. Sin embargo, había algo extraño en el prado. Había una especie de bolas saltarinas de color verduzco que no dejaban de rebotar de aquí para allá. Cuando una de aquellas bolas se acercaba demasiado a una de las vacas del prado, el animal llevaba la boca hacia delante y la devoraba. Alex quedó sorprendido por completo. No se esperaba aquella escena.

- ¿Qué demonios son esas cosas? -preguntó a Nat con sorpresa.

En ese momento, un sonido interrumpió al médico. Un hombre daba un anuncio a voces: Se celebraba un concurso de comer hamburguesas. El médico sonrió para sí. Tal vez pudiera obtener algo interesante al fin y al cabo. Y dado que una de sus aficiones era comer, incluso tal vez llegara a ganar.

Hacía un día estupendo. El sol brillaba en el horizonte sobre un cielo azul, reinando desde lo alto sobre los mundos tangibles. Aquello era la verdadera soberanía, con su fulgor primaveral reflejado en cada ápice de tierra, dominando cada centímetro, dando permiso a los habitantes del mundo para vivir. A veces lo sentía tiránico, acalorando a la gente, dando verdaderas muestras de un calor insoportable, unas temperaturas que hacían a los viejos morir y a los niños llorar. Aquel día paseaba con el médico de la tripulación por una ciudad que le interesaba más bien poco, aunque corrían rumores de que la carne en aquellos lugares era más tierna y jugosa que en ningún lugar del mundo. Un bello paraje donde existía la universidad bovina, y las vacas licenciadas tenían un sabor único, lleno de matices excitantes y a la vez clásicos, haciendo una combinación perfecta.

Derian les había dado el día libre, y aunque para él un día libre sólo significaba "ve a comprar comida" estaba dispuesto a disfrutar del día, incluida a la hora de la cena. Era una tradición que tenían; si Nat tenía que comprar, Derian no cenaba. Y como Derian no cumplía aquello, él se encargaba de echarle buenas cantidades de ajo a la comida aquellos días. Era un toma y daca entre cocinero y shichibukai, una enemistad irresoluble. En el fondo le caía bien, pero tenía ganas de asesinarlo, y aquello no iba a cambiar nunca. Sin embargo se limitaba a hacerle chiquilladas y pequeñas perrerías, como si peleas de hermanos se trataran. Muchas veces el noble se enfadaba y volvía a roncar en su ataúd, aunque otras veces trataba de cocinar él, tarea harto difícil con cuchillos de madera para alguien que no supiera usarlos. Una vez hasta creyó verlo entrar a la cocina con Vanator, y a la mañana siguiente descubrió varios tajos en las encimeras. Aquel hombre no sabía controlarse, iba a tener que regalarle una caja de bombones o un vestido para hacerlo algo feliz.

- ¿Qué demonios son esas cosas? -preguntó Alex con sorpresa, señalando a unas bolas verdes que rebotaban, acercándose a las vacas y siendo devoradas por aquellas.

-Yo me pregunto más bien qué hace una granja bovina en medio de una ciudad, aunque esas cosas...-miró de nuevo, y le pareció que aquellas cosas tenían patas-. Aunque creo que acabo de entender el por qué del prado- dijo, señalando al edificio de justo al lado. La entrada de ganado tenía un rótulo, y ponía "Universidad Bovina". Sin duda eran amantes de la carne.

Mientras le decía aquello, un hombre comenzó a gritar. Al parecer comenzaba un concurso de comer hamburguesas. Miró al médico a los ojos, y le pareció que aquello eran ojos de desafío. Sabía que con el saque que tenían ambos, podrían ganar el concurso. Sin embargo, entre los dos no sabía cuál podría más. Una segunda voz gritó; al parecer el reto iba a comenzar. Fue corriendo a sentarse en un puesto, y miró a sus rivales. No parecían muy competentes, algunos niños y hombres al borde de la diabetes, gordos como el pepino volador de Ohara. El reto iba entre Empanadilla y él, y pensaba ganarlo. Una vez estuvo sentado, se prepararon ambos para la competición. ¿Quién ganaría?

Condiciones del combate:

Alex se sentó al lado de Nat. Había unos diez competidores en total. Alex vio que el reto era comerse quince hamburguesas en el menor tiempo posible. Observó alrededor y vio a uno de los organizadores del evento, un hombre con traje y un pinganillo que estaba hojeando unas hojas de papel. El médico se acercó y le preguntó:

- Buenos días. ¿Es usted uno de los organizadores de la competición?
- Así es, ¿ocurre algo, señor? -el hombre lo miró con cierta sorpresa.
- En efecto. Me preguntaba si se podría hacer un pequeño cambio... -se le acercó al oido y le murmuró unas palabras. El hombre pareció pensárselo durante unos momentos, hasta que al final respondió.
- No veo por qué no... ahora mismo lo aviso a los responsables.

Alex sonrió y volvió a su sitio. Miró con suspicacia a Nat y se crujió los nudillos frente a él. En unos minutos llevarían las hamburguesas a la mesa. Alex sonreía. Habiendo logrado lo que se proponía, no podía perder. Estaba en juego su orgullo.

Tras unos cinco minutos, llegó un grupo de gente con varios carritos llenos de fuentes tapadas. Los hombres, uniformados de blanco y con gorros de cheff, se colocaron frente a los competidores y les fueron colocando las bandejas en frente, tapadas.

- A mi señal -comenzó el organizador de traje- podréis abrir las fuentes y comenzar a comer. El objetivo es comer quince hamburguesas en el tiempo mínimo. El ganador se llevará una muestra de la mejor carne de esta ciudad para su disfrute personal, además de un trofeo y un cuantioso premio en metálico de 10.000 berries. -los competidores se miraban nerviosos. La tensión se palpaba en el aire. Todos estaban listos para empezar a devorar. El organizador sacó una pistola de fogueo y apuntó al cielo, sacando un cronómetro al mismo tiempo. Alex sonreía con suficiencia. ¡Bang!

Todos en las mesas abrieron las enormes fuentes, agarrando con avidez las hamburguesas. Alex hizo lo propio con la suya, y la mayoría de los participantes miraron asombrados cómo el médico se llevaba a la boca la primera de sus quince deliciosas empanadillas de carne.

Mordiscos contundentes [AMF]

Aquel médico fullero había ido a hablar con los organizadores, antes de sentarse junto a él con una sonrisa de suficiencia. Ya estaba preparando una de las suyas. Nat sabía que el médico era bastante inteligente, y seguramente se le habría ocurrido alguna estrategia para ganar. Tal vez hubiera pedido algún tipo de ventaja, como pedir hamburguesas de un tamaño menor, o con pan integral, que llenaba bastante menos. Cualquier cosa con tal de ganar era capaz de hacer aquel tipo. Las bandejas comenzaron a llegar, cubiertas por una semiesfera opaca, imposibilitando ver todo lo que había que comer. Pero sabía que algo tenía aquella fuente, algo ocultaba para que Alex estuviera tan seguro, casi repanchingado sobre su silla. A la señal del juez, se levantaron las tapas, y quedó bien a la vista qué había pedido aquel hombre.

Nat miró aquellas empanadillas grotescamente grandes, que rompían con las hamburguesas de todos los demás participantes. En unos segundos, casi todos a su alrededor llevaban media hamburguesa, aunque él ni había empezado. Tenía que darles ventaja si quería hacerlo interesante. Sin embargo cuando miró al médico vio un horripilante espectáculo. Sentado a su lado, manchada la cara con una masa densa de salsa de tomate y pimiento, mezclada con jugo de la ternera que salía de las comisuras de los labios, bajando por la cara hasta mancharle el cuello y parte de la camisa. Su boca parecía tan llena como para reventar, y en sus manos manchadas de salsa y restos de pan, pegados a las yemas de sus dedos, la quinta empanadilla que estaba zampando. Se quedó casi boquiabierto. "En fin, parece que habrá verdadera competición", pensó para sí mientras cogía con una mano la primera hamburguesa.

Comenzó a dar mordiscos con saña, acabando la hamburguesa de dos bocados y cogiendo otra. El ketchup corría por sus manos, pero por suerte no se desparramaba por su boca. Su ropa estaba a salvo. Esperaba que comenzar con aquel ritmo le sirviera para alcanzar a su rival.

Mordiscos devastadores+brazos molinillo [AMF]

Alex ya habia comido cuatro empanadillas cuando a su lado,el cocinero agarró la primera hamburguesa. El médico observó cómo Nat se la llevaba a la boca y el producto cárnico desaparecía entre sus dientes. Había que reconocer que el tipo tenía potencia. El médico decidió esperar por él. El resto de los competidores iban aún por la segunda o tercera hamburguesa cuando Nat se acabó la cuarta. Alex lo miró con una sonrisa amistosa y le dijo:

- Parece que esto es entre tu y yo. -mientras lo hacía, agarró con firmeza la empanadilla y se la llevó a la boca. Aquella carne estaba verdaderamente deliciosa.

El médico calculó cómo de saciado lo iba a dejar aquella empanadilla. No valía la pena pasarse de listo y acabar empachado y con un lavado de estómago. Decidió tomárselo con un poco más de calma. El único competidor real era Nat. El premio de la carne y los berries estaba asegurado, y ahora tan solo habíaque disfrutar de aquel manjar.

Mordió con delicadeza la empanadilla, saboreándola y disfrutando de cada ingrediente. Sin duda, deliciosa. Superaba todas sus expectativas a cada momento, con una nueva textura o matiz en el sabor.

Tomar relajado la empanadilla [AI]

Mientras disfrutaba de su comida, uno de los participantes alzó el brazo. No llegaba a más. Alex sonrió y bebió un poco de agua.

- Parece que esto es entre tu y yo- Dijo el médico, al tiempo que se llevaba una empanadilla a la boca y comenzaba a saborearla relajado, aunque con una ferocidad extraña. Se sorprendía de la aptitud de aquel tipo para zampar sin ninguna dificultad. ¿Tal vez lo estuviera despreciando dejándolo alcanzarle? Tal vez sólo intentara hacer la competición algo más interesante, o una salvaguarda por si perdía. "Te dejé ganar", tal vez dijera aquello. Había mil trampas en las que aquel liante podría tratar de buscar escudo si caía derrotado.

- No sólo lo parece. Observa a tu alrededor- dijo, mientras señalaba uno por uno-. Aquel aún no ha terminado la primera, ese ya está amarillento. No tardará mucho en vomitar, y ese que lleva cuatro... está descalificado por tirar dos bajo la mesa. ¡Juez! Mire los pies del número siete!- Sonó un bang y el juez anunció el abandono por trampas de aquel tipo-. Los demás van por el mismo camino, y yo no pienso perder.

Miró bien a los ojos a Alex, y aunque aquella competición sospechaba que acabaría por ser un empate no iba a dar su brazo a torcer. No pensaba dejarle ganar tan fácilmente, iba a darle una competición entretenida. Miró por un instante a los demás, y se fijó en que parecían mayormente empachados, y el que predijo Caspio vomitó. "Otro más descalificado", pensó mientras algunos empezaban la tercera bastante desganados, como si ya estuvieran hartos de comer. El tipo de al lado de Alex miró la tranquilidad con la que ambos habían comido tal cantidad y directamente se retiró. "Uno menos". Sólo quedaban siete a parte del doctor y él, y estaba seguro que antes de llegar a la sexta hamburguesa sólo serían dos. El juez lo miraba, parecía creer que el cocinero ya no tenía apetito, mas con una sonrisa dibujada en los labios le susurró "Tranquilo", y agarró una hamburguesa con cada mano.

Abriendo al máximo su boca, con todo lo que podía soportar de tensión, y trató de meterse una y luego otra, para comenzar a masticar ambas dentro de su boca. Era mucha carne y pan para hacerlo de una vez, o podría acabar muerto por aquella competición. Metió en su boca algo del agua que tenía en la jarra sobre la mesa, para si pasaba algo, la masa se diluyera y bajase mejor.
Me las tomo como Juanolas [AF]

Se paró tras aquello, medio aturdido, pero orgulloso de su aptitud, y esperó la reacción de Alex.

Alex observó a Nat meterse dos empanadillas en la boca a la vez. Suspiró. Él no iba a desaprovechar aquella cata de deliciosa carne. Se llevó la sexta empanadilla a la boca y la empezó a masticar. El cocinero llevaba seis hamburguesas, y parecía dispuesto a ganar aquello a toda costa. Alex suspiró, mientras comía con lentitud la empanadilla. Aquella masa empanada rellena de carne y verdura le estaba sabiendo a gloria divina. Vio como un tipo que se había comido tres hamburguesas de golpe caía redondo, llevándose las manos a la barriga. "Empacho por hamburguesas... pobre hombre." pensaba mientras comía a un ritmo relajado y calmado. Se dio un respiro para crujirse los nudillos y agarró otra empanadilla del plato, mientras se acababa la que ya llevaba a medias de un bocado. Antes de ponerse con la séptima, se llevó los dedos a la boca y los chupó.

- Esto está para chuparse los dedos, ¿no crees? -sonrió. Parecía que Nat se lo estaba tomando muy en serio, comiendo sin parar. Alex suspiró. Le había dado bastante ventaja, y el cocinero ya llevaba siete hamburguesas. Si seguía a aquel ritmo iba a empacharse. No es que le importara mucho, pero luego tendría que darle bicarbonato para que se le pasara el dolor de barriga. Observó la séptima empanadilla en su mano. Se le ocurrió algo. Podría ayudarle a no empachar y comer todas las empanadillas restantes sin apenas notarlo. Mientras a su alrededor todos los competidores se afanaban en comer, Alex llevó la mano a su vaso de agua. Lo llenó generosamente con agua y bebió con tranquilidad. Cuando sintió que el agua estaba en su estómago, empezó a generar cloro. En las paredes de su estómago. En grandes cantidades. Tras unos momentos sintió como se empezaba a generar calor en su barriga. Seguramente tendría ya bastante ácido generado. Suspiró, como aburrido y abatido ante las empanadillas. Hizo una seña al juez para que se acercase:

- ¿Ocurre algo, señor? ¿Quiere retirarse? -le preguntó el hombre.
- Oh, no... solo quería que se quedara aquí al lado para anunciarme vencedor. -dijo mientras cogía dos empanadillas y se las llevaba a la boca.

Empezó a masticar a toda velocidad, tragando trozos de comida que se disolvían al llegar a su estómago de forma rápida. Sentía como no se llenaba, y seguía comiendo a toda velocidad. Dejó de contar las empanadillas al llegar a la quinta. Cuando se metió la última en la boca, llenó un vaso con agua para licuar el ácido del estómago y evitar daño en las paredes del órgano. Bebió un largo trago de agua y sonrió.

Devorar empanadillas + Un poco de ácido extra en el estómago [AB]

Se aburría. ¿Qué sentido tenía aquella competición? Comer por comer y diez mil berries. Vaya porquería. El precio de una buena comida era infinito, y desperdiciar aquellos manjares por un premio tan ínfimo era una atrocidad. Soltó la hamburguesa y la dejó en la fuente. Siguió observando un poco y lentamente todos los comensales iban abandonando la competición, Salvo Alex, que parecía no tener fondo. Llevaba ya once empanadillas y había hablado con el juez para autoproclamarse campeón. "Maldito fantoche", pensó mientras algo burbujeaba de forma anómala en el estómago del médico. "Se va a hacer daño si sigue comiendo así", pensó mientras observaba todo el panorama. Gente vomitando, tipos tirados por el suelo agarrándose la tripa, y entre el público, una figura misteriosa, estoica, situada a parte del mundo con un gigantesco calabacín en la mano. "¿Otra vez tú? Hoy vas a hacerme interesante el juego". Alex ya llevaba trece. Tenía que hacerlo, y deprisa.

-Doctor Cooper. ¿Eso que hay en la empanadilla son pepinillos?

Miró de nuevo hacia el hombre de la máscara y ya no estaba. "Catorce". De repente se escuchó un chasquido y Pandaman saltó de entre el público, haciendo remolinos con su bastón. fue corriendo hacia la mesa y la destrozó a golpes, tirando por tierra cada gramo de alimento mientras la gente abucheaba al enmascarado. Gritos acerca del fruto prohibido se escuchaban entre golpe y golpe, y finalmente el hombre se marchó. Todos los espectadores estaban extrañados por aquello, aunque no decían nada. Detrás de ellos, un enmascarado danzaba con su hortaliza, saltando y corriendo. La única pregunta era, ¿Le habría dado tiempo a Alex de agarrar la última empanadilla antes de que Pandaman arrasara con todo?

-¡Concurso inválido!- gritó el juez-. Por la intromisión de un perturbado, esto se termina aquí.

Fue menos espectacular de lo que esperaba, pero divertido igualmente. En el suelo un par de personas habían sido pisoteadas por el hombre panda mientras impartía justicia, pero su empacho los hacía no sentir nada más.

Pandaman [AB]

Alex llevaba catorce empanadillas. Apenas se sentía lleno, ya que el ácido había ayudado en gran parte a digerirlas a toda velocidad. Nat dijo algo a su lado, a lo que no prestó atención. Iba a disfrutar de su última empanadilla con calma. La agarró un instante antes de que la mesa se hundiera bajo un enorme bastón verde. Un bastón que el médico ya había visto en una ocasión. Maldita sea, aquello no podía ser. Acabaría por volverse loco si Pandaman volvía a aparecer. Alzó la mirada poco a poco, siguiendo el bastón, los brazos y el pecho del intruso. Cuando vio las orejas, la cara y las letras en la frente, estalló. Gritó como un histérico mientras el hombre panda destruía todo a su alrededor. El médico se llevó la empanadilla a la boca. No iba a poder disfrutarla a gusto. La agarró con los dientes, en una pose cómica para cualquiera que lo estuviese viendo, y la hizo desaparecer en unos segundos, devorada. Justo terminó la empanadilla cuando Pandaman se retiró corriendo, y el organizador gritó, con un inicio de ataque de histeria:

- ¡Concurso inválido! Por la intromisión de un perturbado, esto se termina aquí.

Alex miró a Pandaman con odio mientras desaparecía corriendo por la calle. Luego observó a Nat y a los demás participantes. Algunos estaban vomitando y otros se llevaban las manos a la barriga. Alex suspiró y se acercó al organizador, diciéndole:

- Mira, soy médico, déjame tratar a estos tipos... creo que puedo hacerlo. Los empachos no son una situación agradable. -dicho esto, llevó la mano a su maletín y sacó una botella de agua. No podía darles mucho ácido, pero sí que podía ayudar con un poco de disolvente en pequeñas cantidades. Se puso a rebuscar en el maletín mientras le daba un sorbo a la botella de agua, rebajando el ácido estomacal. Al final, encontró unas sales digestivas. Suspiró aliviado y le dio el paquetito al presentador. Con aquello debía llegar para tratar a los tipos que habían participado. Ahora solo quedaba ver si pese a todo había ganado el concurso. Aún con el incidente, había comido sus quince empanadillas. Quería sus berries y su premio.

Nat se escabulló riendo mientras Alex terminaba su décimo quinta empanadilla para un concurso que estaba ya clausurado. No habría ganador, y aquello le resultaba extremadamente cómico. Por el ruido de las tripas de Alex sabía que estaba teniendo una mala digestión, y era probable que enfermara o al menos cogiera algún tipo de reacción intestinal. Y todo para diez mil míseros berries... Había que ser tonto. Desde luego la presencia de Pandaman en la zona no era un presagio reconfortante, pero había producido buenas risas y seguramente ahora desapareciera por fin. Aunque no podía evitar la sospecha de que se lo encontraría de nuevo.

Caminó al lado de la universidad bovina, lamentándolo por las pobres vacas mientras buscaba la entrada para humanos. Allí podría comprar buen género, y la ternera de aquellos lares sería muy apreciada, aunque Drake se la zamparía de un bocado y Derian se la comería aún sangrante. Tenían ambos serios problemas para comer. El único más o menos que daba buena cuenta de sus manjares era el médico, pese a su adicción a las empanadillas. "¿Por dónde se entra a este sitio?", pensó mientras recorría el centro de matanza totalmente sellado, buscando la entrada de nuevo, que finalmente encontró. Se acercó a un pequeño mostrador, y observó todo lo que había. Cualquier producto cárnico imaginable estaba allí: aguja, falda, croca, entrecot, solomillo, pezuña, vísceras y despojos... de todo lo que se pudiera imaginar.

-¿Cuánto cuesta cada entrecot? Quiero 20- dijo, mientras iba señalando más cosas y el dependiente apuntaba y pesaba, tomando datos, precios, unidades, y demás cosas, para acabar metiéndolo todo en una bolsa y pasándole la nota-. Es un precio razonable.

Pagó y cogió la gran bolsa, que debía pesar cerca de quince quilos, llena de carnes de exquisita textura, y con una grasa que estaba claro daría un juguillo y un color especial a la parrilla cuando la preparase. La luz del día era cegadora, pero por suerte llevaba su sombrero. Sólo le faltaba reencontrarse con Alex. ¿Qué habría sido de él durante su escapada para comprar carne? Deseaba escuchar una historia en que Pandaman le atizaba con el calabacín, o hacía alguna inutilidad manifiesta de nuevo. Aunque, por otro lado, ya había tenido suficiente con el encuentro en Ohara.

Alex se volvió a la mesa. Pese a haberse comido las quince empanadillas estaba completamente vacío. El ácido había hecho su función. El presentador estaba dirigiendo a los coordinadores del evento para tratar a todos los que se encontraban en el suelo, con las manos en la barriga, quejándose.

Se sirvió un vaso de agua mientras veía como todos eran tratados. Esperaba al menos una pequeña compensación por aquello. Miró con fastidio la calle por la que Pandaman se había ido. Aquel tipo aparecía en los momentos más inoportunos. Suspiró mientras esperaba para saber si al final el premio iba a ser entregado o no.

Se acercó al presentador y le hizo un gesto, tirándole del hombro de la camisa:

- Perdone... ¿al final ocurrirá algo con el premio? Es decir, he comido mis quince hamburguesas. -dijo, con el ceño torcido. Suspiró y se encogió de hombros.
- Lo siento, señor, pero el concurso ha sido invalidado. El premio va a quedar desierto. -miró con cara de circunstancias al médico.
- Está bien... entonces puede ser que merezca algo por, no sé... ¿haber ayudado a todos los participantes? -lo miró con mala leche. Él quería el maldito premio del concurso. Aquellos berries le venían bien. No quería estar dependiendo de Derian siempre.

Algún día mataría a Pandaman. Lo haría. Para evitar sus malditas apariciones. Sonrió de forma extraña. El organizador miró al médico con un poco de miedo. Alex volvió a la normalidad. Miró al tipo, que parecía extrañamente perturbado por algo. Tal vez lo hubiera visto sonreír así. Estaba de mal humor. No había ganado el premio.

Salió de la ciudad. Iría a las montañas a ver qué se encontraba. Tal vez hubiera algo interesante alli fuera.

"Un monento", pensó durante unos instantes, recordando Ohara... "Sería divertido verlo una última vez, aunque fuera para recibir un coscorrón". No, definitivamente no, no pensaba ver a Pandaman en un tiempo, al menos hasta que pudiera propinarle una severa paliza, o evitar aquel siniestro calabacín que acompañaba siempre que lo veía al enmascarado con pezoneras rosas. Los encuentros eran divertidos, pero altamente destructivos, y aquello sin una verdadera razón, o sin estar muy aburrido, o borracho... Bueno, en verdad casi siempre le gustaba ver destrucción, pero aquel día no estaba animado para aquello. "En fin... Sigamos caminando".

Caminaba por las calles, mirando detenidamente cada detalle, cada lugar, cada rincón, examinando las tiendas buscando ver algo extravagante, pero no lo veía. Qué ciudad más aburrida, de verdad. No había nada que hacer, ni gente que matar, ni bebida, ni mujeres de moral laxa. "Ay, la laxitud de la humanidad, cuánto bien ha hecho a la vida sexual de tantos, y al estómago de muchos", pensaba, convencido de que a él le hacía bien en ambos aspectos. "Sin duda". Tenía hambre y ganas de sexo, pero no había nada así a la vista, por lo que se dirigió de vuelta al barco, lentamente, avanzando con calma sobre las calles empedradas, mirando al suelo y al cielo, alternativamente, cargando la carne, convencido de que en aquel calor la carne llegaría hecha a la nave.

Y llegó. El barco estaba atracado, y seguramente Drake y Derian estuvieran durmiendo, sin imaginarse de aquellos incidentes que habría sufrido el médico y él, aunque él se había divertido, pero quién sabe qué era del doctor, aunque se lo había ganado, por tramposo, que era un tramposo. Ojalá dijera "pepinillo" y le golpeara Pandaman con toda su justicia.

El médico, sin saber muy bien cómo, había terminado en el puerto. Él se había dirigido hacia las montañas, pero las callejuelas y los edificios pegados entre sí no le dejaban ver el paisaje que lo rodeaba, y había acabado volviendo al muelle. Suspiró. Aquel día había sido bastante aburrido. No, más que aburrido, decepcionante.

Llegó al barco y entró en él. Se tiró en su camarote, aplastando la almohada con la cara. Escuchó ruidos afuera. Tal vez Nat acabara de llegar. No importaba. Cerró los ojos y se durmió. A veces no merecía la pena salir del barco.

Escuchó más ruidos afuera. A saber lo que estaba ocurriendo en cubierta. Sólo esperaba que el barco se moviera de una maldita vez y no volvieran a pasar por aquella isla. Pandaman tenía la maldición de hacer que Alex odiara todas las islas en las que apareciera. Algún día lo mataría... o al menos le pegaría una colleja tan grande que se le quitarían las ganas de aparecer en una buena temporada.

Miró al horizonte, majestuoso. El dorado del sol se reflejaba en el mar, dejando un brillo naranja en las olas. La vela de plata levaba anclas y el olor a sal comenzaba a penetrar de nuevo en sus pulmones. Había sido un buen día, muy agradable, de comer una carne exquisita, y tenía ganas de prepararla en una plancha, sin estropearla en una hamburguesa. Una buena parrillada de carnes nobles, vaca vieja y buey, junto con algún aderezo deberían quedar exquisitos. No podía tampoco evitar pensar en cómo quedarían ligeramente maceradas, tal vez con un poco de vino tinto o un pequeño chorro de vinagre balsámico. Las posibilidades eran infinitas.

El barco zarpaba, y Nat seguía mirando. Cada vez más lejos de la orilla, más lejos de la isla, más lejos de aquella deliciosa carne y la universidad bovina. Sólo quedaba por hacer una cosa para despedirse bien del lugar. No era muy seguro, y probablemente arrastrase a Nat y a Alex a otra aventura de difícil escape, pero debía hacerlo. Era por el bien, por la diversión, y porque no había probado una gota de Alcohol en todo el día, pero debía hacerlo. Se dirigió a la cocina y ordenó las cosas, experimentó un poco con sabores y, finalmente, volvió a salir a cubierta. Debía hacerlo.

-Adiós pequeña isla- dijo, mientras observaba el movimiento de las olas, calmadas y continuas. Hasta otro momento... Pepinillos.