Byakuro Kyoya
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Byakuro aún estaba en el barco en el que había llegado a aquella isla. Había sido un viaje bastante tranquilo desde su isla. Aún recordaba el maldito sabor de aquella fruta en la boca. Le apetecía comer algo para quitarse aquella sensación tan extraña del paladar. El aire cálido del desierto se hacía notar según se acercaban a la costa. Aquella isla era el famoso reino de Arabasta, un lugar conocido mundialmente, entre otras cosas, por su casa real y por la enorme ciudad-casino de Rainbase. Tal vez se decidiera a ir al enorme casino si tenía la oportunidad, pero por ahora lo que más le apetecía era una bebida fría y un aperitivo. En cuanto uno de los marineros extendió la pasarela hacia el muelle, Byakuro saltó al puerto, y se dispuso a recorrer la ciudad en busca de algún lugar donde cumplir ambas cosas. Y si de paso se encontraba a alguna persona interesante por el camino, no estaría de más pasar un buen rato. El sol de mediodía irradiaba con fuerza en las calles. Se veía a la legua que era un extranjero, con su camisa negra y sus pantalones del mismo color, con una cadena colgando del lado derecho. Llevaba sus pulseras de pinchos, pero no así el collar, que le molestaría debido al excesivo calor. A la espalda llevaba su bastón, y una bolsa donde guardaba sus cosas, entre ellas a Klaus. Al menos su mascota estaba a la sombra.
Sus pasos lo llevaron a través de un bazar en la calle, en el cual los tenderos anunciaban sus productos a voz en grito. Carnes en salazón, pescados de todos los mares, enormes sacos llenos de especias de color y olor exótico, un sinfín de abalorios de metales semipreciosos, grandes expositores con estatuas de mármol, y un sinfín de puestos que hacían las delicias de los compradores al tiempo que llenaban los bolsillos de los vendedores y de los rateros. Byakuro pasó al lado de un puesto especializado en fruta. Los había de todos los tipos y tamaños, pero ninguno se parecía a la que él se había comido. Sintió como algo se movía por su espalda, y su camaleón subió a su hombro, desde la espalda. Klaus, que era el nombre de aquel animal, pareció mirarlo con uno de sus ojos verdes. Byakuro le pasó el dedo por la espalda y el lagarto no se movió del sitio. Por el rabillo del ojo, vio como un chico, apenas un niño que no debía llegar a los quince años metía la mano en la bolsa de un descuidado comprador y sacaba unas cuantas monedas. Byakuro lo observó todo en silencio. En aquel sitio debía haber bastante pobreza, pese a la opulencia que parecía mostrar al público.
Pasó por al lado de otro puesto de frutas, y tampoco allí parecía estar la fruta que se había comido. Siguió caminando mientras salía del bullicio. Llegó a un lugar menos concurrido por la gente, donde al menos podía caminar sin chocar con las demás personas. Observó a una distancia de unos cien metros un restaurante de aspecto lujoso, de dos pisos. Aquel parecía un lugar tan bueno como cualquier otro para saciar su hambre, así que empezó a caminar hacia él. El calor era absurdo, así que agradecería toda la sombra que pudiera tener. El sol brillaba con fuerza en el cielo, justo sobre su cabeza. Klaus no se movía en absoluto en su hombro, mimetizándose. Ahora parecía una especie de extraña hombrera negruzca sobre la camisa que llevaba. Llegó a la entrada del bar y dio un primer paso hacia el interior con aire sonriente. Nada más entrar, se acercó a la barra y se puso a jugar con su camaleón mientras esperaba a que lo atendieran.
Sus pasos lo llevaron a través de un bazar en la calle, en el cual los tenderos anunciaban sus productos a voz en grito. Carnes en salazón, pescados de todos los mares, enormes sacos llenos de especias de color y olor exótico, un sinfín de abalorios de metales semipreciosos, grandes expositores con estatuas de mármol, y un sinfín de puestos que hacían las delicias de los compradores al tiempo que llenaban los bolsillos de los vendedores y de los rateros. Byakuro pasó al lado de un puesto especializado en fruta. Los había de todos los tipos y tamaños, pero ninguno se parecía a la que él se había comido. Sintió como algo se movía por su espalda, y su camaleón subió a su hombro, desde la espalda. Klaus, que era el nombre de aquel animal, pareció mirarlo con uno de sus ojos verdes. Byakuro le pasó el dedo por la espalda y el lagarto no se movió del sitio. Por el rabillo del ojo, vio como un chico, apenas un niño que no debía llegar a los quince años metía la mano en la bolsa de un descuidado comprador y sacaba unas cuantas monedas. Byakuro lo observó todo en silencio. En aquel sitio debía haber bastante pobreza, pese a la opulencia que parecía mostrar al público.
Pasó por al lado de otro puesto de frutas, y tampoco allí parecía estar la fruta que se había comido. Siguió caminando mientras salía del bullicio. Llegó a un lugar menos concurrido por la gente, donde al menos podía caminar sin chocar con las demás personas. Observó a una distancia de unos cien metros un restaurante de aspecto lujoso, de dos pisos. Aquel parecía un lugar tan bueno como cualquier otro para saciar su hambre, así que empezó a caminar hacia él. El calor era absurdo, así que agradecería toda la sombra que pudiera tener. El sol brillaba con fuerza en el cielo, justo sobre su cabeza. Klaus no se movía en absoluto en su hombro, mimetizándose. Ahora parecía una especie de extraña hombrera negruzca sobre la camisa que llevaba. Llegó a la entrada del bar y dio un primer paso hacia el interior con aire sonriente. Nada más entrar, se acercó a la barra y se puso a jugar con su camaleón mientras esperaba a que lo atendieran.
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El cazador se hallaba tirado sin más, intentando soportar el enorme calor que sofocaba aquel maldito lugar. Realmente odiaba el desierto. No podía entender como alguien era capaz de vivir allí, con todo aquel calor, la arena por todas partes y esos molestos camellos que siempre intentaban comerse su gorro. Actualmente se encontraba tumbado sin ninguna elegancia bajo un toldo viejo y raído en el porche de una pequeña casa abandonada. No había encontrado un sitio mejor donde refugiarse del implacable Sol.
Estaba en Nanohana, una ciudad portuaria del caluroso reino de Arabasta, por lo que parecía, el peor lugar del mundo. Ni siquiera tenía claro el motivo por el que había ido hasta allí, simplemente se aburría y había decidido echar un vistazo a la primera isla que vio. Pero de haber sabido el clima que había allí jamás se habría acercado. Sin embargo ya que estaba allí no iba a marcharse sin más, especialmente después de su reciente descubrimiento.
Se hallaba deambulando por una de las calles comerciales más abarrotadas. Por todas partes había gente vendiendo y comprando alimentos, ropa y demás bienes, todos ellos vestidos con amplias túnicas y vestidos propios del desierto. Mientras buscaba algo con lo que refrescarse, oyó una interesante conversación. Se trataba de dos hombres, aparentemente piratas o mercenarios, que hablaban sobre una leyenda referente al reino. Según decían en algún lugar de Arabasta había oculto una roca en la que habían grabados varios secretos legendarios. El cazador sonrió ante esta afirmación, era evidente que hablaban sobre los famosos Poneglyphs, una serie de enormes rocas en los que se narraban secretos e historias que el Gobierno Mundial intentaba mantener en ocultos a toda costa.
El día se estaba poniendo interesante. Evidentemente para encontrarlo, si es que de verdad había alguno en aquella isla, tendría que pasar semanas explorando todas las ciudades del reino sin ninguna garantía de encontrar lo que buscaba. Y eso era algo que no le interesaba, no soportaría el calor tanto tiempo. Tal vez en un futuro lo intentara. Mientras tanto se dedicaría a vagabundear por Nanohana por si tenía suerte y lo encontraba allí. O al menos eso tenía pensado hacer. Al cabo de un rato no pudo más y tuvo que tumbarse en el primer sitio que vio.
Allí era donde se encontraba, en la puerta de una chabola de las afueras medio en ruinas esperando a que anocheciese. Por desgracia la sed que le asaltaba se iba volviendo inaguantable y sabía que más pronto que tarde tendría que reemprender la marcha. Realmente odiaba el desierto.
Estaba en Nanohana, una ciudad portuaria del caluroso reino de Arabasta, por lo que parecía, el peor lugar del mundo. Ni siquiera tenía claro el motivo por el que había ido hasta allí, simplemente se aburría y había decidido echar un vistazo a la primera isla que vio. Pero de haber sabido el clima que había allí jamás se habría acercado. Sin embargo ya que estaba allí no iba a marcharse sin más, especialmente después de su reciente descubrimiento.
Se hallaba deambulando por una de las calles comerciales más abarrotadas. Por todas partes había gente vendiendo y comprando alimentos, ropa y demás bienes, todos ellos vestidos con amplias túnicas y vestidos propios del desierto. Mientras buscaba algo con lo que refrescarse, oyó una interesante conversación. Se trataba de dos hombres, aparentemente piratas o mercenarios, que hablaban sobre una leyenda referente al reino. Según decían en algún lugar de Arabasta había oculto una roca en la que habían grabados varios secretos legendarios. El cazador sonrió ante esta afirmación, era evidente que hablaban sobre los famosos Poneglyphs, una serie de enormes rocas en los que se narraban secretos e historias que el Gobierno Mundial intentaba mantener en ocultos a toda costa.
El día se estaba poniendo interesante. Evidentemente para encontrarlo, si es que de verdad había alguno en aquella isla, tendría que pasar semanas explorando todas las ciudades del reino sin ninguna garantía de encontrar lo que buscaba. Y eso era algo que no le interesaba, no soportaría el calor tanto tiempo. Tal vez en un futuro lo intentara. Mientras tanto se dedicaría a vagabundear por Nanohana por si tenía suerte y lo encontraba allí. O al menos eso tenía pensado hacer. Al cabo de un rato no pudo más y tuvo que tumbarse en el primer sitio que vio.
Allí era donde se encontraba, en la puerta de una chabola de las afueras medio en ruinas esperando a que anocheciese. Por desgracia la sed que le asaltaba se iba volviendo inaguantable y sabía que más pronto que tarde tendría que reemprender la marcha. Realmente odiaba el desierto.
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El calor pegaba con fuerza en el maldito desierto, aquella isla era horrible sin duda alguna. Era caluroso y la persona que no tuviera agua las pasaría muy mal para salir con vida de aquel maldito lugar. La ciudad de Nanohana parecía estar bien, había mercados y bares y la gente iba de un lado a otro de forma tranquila y con sus típicas ropas del lugar. Era un clima que a los que estaban acostumbrados no les desagradaba. En lo alto de una de las casas más grandes, se encontraba una figura en cuclillas observando toda la ciudad. Su pelo era blanco y pinchudo hacia arriba, portaba una máscara de zorro blanco que le tapaba el rostro dejando solo ver su ojo derecho donde había un agujero. Vestía con una malla de color negro y unos pantalones negros largos. En su espalda portaba una enorme espada de color negra con el mando marrón, en dicho mango había muchas gemas incrustadas, se trataba de Kokuto Yoru, la espada del Shichibukai que vivió antaño conocido como Dracule Mihaw, era una espada legendaria. En su cintura llevaba el mango de una espada Masamune y puñal oculto en el cinturón. En sus pies había unas sandalias negras.
Se trataba de Wesker D. Kakashi. Un agente del gobierno que por el momento tenía el alto rango de CP3. Pensaba seguir ascendiendo pero por el momento estaba en esa posición. La cosa que le había llevado a la ciudad del calor era sin duda una misión pues no pensaba en ir de vacaciones a un sitio tan horrible. Su objetivo era claro, debía de eliminar a tres contrabandistas de los cuales tenía ya la información en unas tarjetas que llevaba en sus bolsillos. Estos hombres eran demasiado molestos y según sus historiales no eran personas que mereciesen la vida, el verdugo de sus cuellos había de ser Kakashi, era su objetivo y no solía fallar en sus misiones. El gobierno mundial confiaba en su disciplinado agente espadachín, poco a poco había aumentado sus habilidades y ahora había obtenido un mejor manejo de su arte del Rokushiki llegando a dominar una técnica más avanzada. Con lo que sabía por el momento sumado a su habilidad con la espada y su inteligencia, le bastaba y sobraba para lo que tenía que hacer en aquel lugar llamado Arabasta. Desde luego iba a quejarse a sus superiores, últimamente todos tenían vacaciones menos él.
- Esto no es justo, yo debería estar ahora mismo en una playa tumbado tomando el sol leyendo mi libro sobre las chicas del bikini transparente, pero no, tienen que mandarme al lugar más caluroso de la tierra a por tres contrabandistas.
Dijo mientras suspiraba observando la ciudad desde las alturas. Estaba al menos a unos veinte metros, lo que suponía una buena caída y un precioso funeral si se tropezaba, de todas formas no le importaba mucho estar tan alto. Debía cumplir su objetivo fuese como fuese, llevó la mano al mango de su Masamune y sacó su arma que hizo un sonido de acero afilado al salir de su funda. El enmascarado observó que la hoja estaba en perfectas condiciones y volvió a guardarla en su sitio para después pegar una pequeña carcajada y salir corriendo rumbo al borde del tejado. Sin pensárselo pegó un enorme salto mientras se dejaba caer, parecía que el muy loco quería suicidarse pero tenía todo planeado, notaba como el viento levantaba su pelo mientras se precipitaba a la muerte despacio, o al menos eso parecía porque estaba claro que la historia del espadachín “Última Sombra” No acababa ahí.
Se trataba de Wesker D. Kakashi. Un agente del gobierno que por el momento tenía el alto rango de CP3. Pensaba seguir ascendiendo pero por el momento estaba en esa posición. La cosa que le había llevado a la ciudad del calor era sin duda una misión pues no pensaba en ir de vacaciones a un sitio tan horrible. Su objetivo era claro, debía de eliminar a tres contrabandistas de los cuales tenía ya la información en unas tarjetas que llevaba en sus bolsillos. Estos hombres eran demasiado molestos y según sus historiales no eran personas que mereciesen la vida, el verdugo de sus cuellos había de ser Kakashi, era su objetivo y no solía fallar en sus misiones. El gobierno mundial confiaba en su disciplinado agente espadachín, poco a poco había aumentado sus habilidades y ahora había obtenido un mejor manejo de su arte del Rokushiki llegando a dominar una técnica más avanzada. Con lo que sabía por el momento sumado a su habilidad con la espada y su inteligencia, le bastaba y sobraba para lo que tenía que hacer en aquel lugar llamado Arabasta. Desde luego iba a quejarse a sus superiores, últimamente todos tenían vacaciones menos él.
- Esto no es justo, yo debería estar ahora mismo en una playa tumbado tomando el sol leyendo mi libro sobre las chicas del bikini transparente, pero no, tienen que mandarme al lugar más caluroso de la tierra a por tres contrabandistas.
Dijo mientras suspiraba observando la ciudad desde las alturas. Estaba al menos a unos veinte metros, lo que suponía una buena caída y un precioso funeral si se tropezaba, de todas formas no le importaba mucho estar tan alto. Debía cumplir su objetivo fuese como fuese, llevó la mano al mango de su Masamune y sacó su arma que hizo un sonido de acero afilado al salir de su funda. El enmascarado observó que la hoja estaba en perfectas condiciones y volvió a guardarla en su sitio para después pegar una pequeña carcajada y salir corriendo rumbo al borde del tejado. Sin pensárselo pegó un enorme salto mientras se dejaba caer, parecía que el muy loco quería suicidarse pero tenía todo planeado, notaba como el viento levantaba su pelo mientras se precipitaba a la muerte despacio, o al menos eso parecía porque estaba claro que la historia del espadachín “Última Sombra” No acababa ahí.
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Alex vio como el camarero se le acercaba. Era un hombre de tez morena, como todos por allí, y vestía ropas de tela fina y holgadas, para no asarse de calor en aquel lugar. El hombre era ya mayor, debía rondar los cuarenta años, y se acercó sonriente frente al chico, mientras se frotaba las manos en un mandil blanco de tela.
- Bienvenido, ¿qué te pongo?
- Una bebida bien fría, a ser posible un zumo de frutas. Y de comer, lo que tengas por aquí. -le respondió el muchacho mientras llevaba la mano al hombro y acariciaba a Klaus. El camaleón no ronroneaba ni emitía ningún sonido por el estilo, pero parecía gustarle aquel gesto.
Mientras el camarero iba a por el pedido de Byakuro, éste se giró en el taburete, observando la clientela del lugar. Había unos cuantos hombres sentados aquí y allá. Un grupo llamó la atención del chico. Tres hombres bastante corpulentos, ataviados con ropas del desierto, y con los rostros tapados por paños y turbantes. Parecían mantener una conversación entre ellos, hablando en susurros. También había una mujer en una mesa cercana, con ropas holgadas que pese a cubrirle el pelo no lograban ocultar su belleza. Si no estuviera ansioso por beber algo para quitarse el mal sabor, seguramente se habría acercado a coquetear con ella. Suspiró mientras apoyaba los codos en la barra. A su nariz llegaban un sinfín de olores variados de todo tipo de comida servida en el local en aquel momento. Llevó la mano al bastón y lo sacó de sus enganches. También se quitó la mochila y la dejó a un lado. Tenía la espalda empapada en sudor, y agradeció el frescor del lugar. Escuchó un ruido a su espalda y se giró para ver cómo el camarero dejaba ante él un vaso lleno de un líquido de color anaranjado y una bandejita con algo que parecía ser un pequeño filete de carne de color oscuro con un tenedor y un cuchillo. Sin pensárselo dos veces, cogió el tenedor y lo hincó en la carne, que soltó un delicioso jugo. Además de querer quitarse el mal sabor, sus tripas exigían comida. Hacía varias horas que no había comido nada de nada, y le apetecía llenar la barriga con algo que no fuera carne en salazón y pan, como los últimos días que había pasado en el barco.
- Bienvenido, ¿qué te pongo?
- Una bebida bien fría, a ser posible un zumo de frutas. Y de comer, lo que tengas por aquí. -le respondió el muchacho mientras llevaba la mano al hombro y acariciaba a Klaus. El camaleón no ronroneaba ni emitía ningún sonido por el estilo, pero parecía gustarle aquel gesto.
Mientras el camarero iba a por el pedido de Byakuro, éste se giró en el taburete, observando la clientela del lugar. Había unos cuantos hombres sentados aquí y allá. Un grupo llamó la atención del chico. Tres hombres bastante corpulentos, ataviados con ropas del desierto, y con los rostros tapados por paños y turbantes. Parecían mantener una conversación entre ellos, hablando en susurros. También había una mujer en una mesa cercana, con ropas holgadas que pese a cubrirle el pelo no lograban ocultar su belleza. Si no estuviera ansioso por beber algo para quitarse el mal sabor, seguramente se habría acercado a coquetear con ella. Suspiró mientras apoyaba los codos en la barra. A su nariz llegaban un sinfín de olores variados de todo tipo de comida servida en el local en aquel momento. Llevó la mano al bastón y lo sacó de sus enganches. También se quitó la mochila y la dejó a un lado. Tenía la espalda empapada en sudor, y agradeció el frescor del lugar. Escuchó un ruido a su espalda y se giró para ver cómo el camarero dejaba ante él un vaso lleno de un líquido de color anaranjado y una bandejita con algo que parecía ser un pequeño filete de carne de color oscuro con un tenedor y un cuchillo. Sin pensárselo dos veces, cogió el tenedor y lo hincó en la carne, que soltó un delicioso jugo. Además de querer quitarse el mal sabor, sus tripas exigían comida. Hacía varias horas que no había comido nada de nada, y le apetecía llenar la barriga con algo que no fuera carne en salazón y pan, como los últimos días que había pasado en el barco.
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El cazador miró al cielo y suspiró resignado, parecía ser que no tendría más opción que levantarse. Agarró su espada, se levantó de la hamaca a duras penas y comenzó a caminar pesadamente con la lengua fuera, quejándose cada dos por tres de la temperatura. Entre el calor y su tendencia a dramatizar, la marcha se le iba a hacer eterna. Por otra parte, su atuendo tampoco ayudaba para nada a suavizar el trecho que le separaba de la ciudad. Iba vestido con un pantalón largo de color negro y una camisa naranja, con una corbata de un intenso y chillón color violeta que incluso hacía daño a los ojos. Por suerte llevaba consigo un gorra de color marrón que le cubría parcialmente del sol, de no ser por ella ya se le habría cocido la cabeza.
Al cabo de lo que le pareció un siglo, llegó hasta la zona más céntrica de Nanohana. Break suspiró aliviado al ver que por allí había bastantes edificios y toldos que proporcionaban sombra. Sin perder un segundo buscó desesperado algo que beber, esperaba que no le cobrasen ya que no llevaba dinero encima. Por suerte tenía sus trucos. Rápidamente agarró una especie de cuenco de madera de una tienda y a continuación se acercó hasta un puesto de frutas. Allí usó su habilidad y convirtió en gas la pata de una de las mesas donde se colocaban las cestas, haciéndolas caer. Aprovechando la leve confusión, cogió una fruta rojiza de aspecto apetecible, todo ello mientras caminaba sin detenerse. Tal vez no tuviera agua pero al menos podía hacer zumo. Colocó la fruta en el cuenco y utilizó sus poderes para convertirla en un líquido rojo. No estaba especialmente frío pero era mejor que nada.
Tras saciar su sed momentáneamente, se dispuso a buscar un bar o una taberna donde beber como es debido. Por suerte encontró un pequeño local de dos plantas con pinta de caro. "Mejor. Ya que no voy a pagar, al menos comeré gratis en un buen sitio." -pensó el cazador mientras se acercaba al restaurante. Junto a él avanzaba otro hombre bastante grande que se dirigía también al local. Sin detenerse, el cazador se acercó hasta la puerta y hundiendo y moviendo su espada en la pared hizo un agujero en esta, justo al lado de la puerta y más o menos del mismo tamaño, por el que entró pidiendo a voces algo de beber. Afortunadamente en aquel lugar las construcciones no eran muy sólidas.
Mientras entraba al local, se percató de que el trozo de la pared que había derribado había caído encima de una mesa donde había sentados tres hombres con las caras tapadas que le miraban con rabia y sorpresa. Era evidente que nadie se esperaba que un loco apareciera por la pared en lugar de usar la puerta. El hombre que iba junto a él lo miró anonadado por lo extraño y lo innecesario de aquel gesto. Break sonrió, realmente le gustaba llamar la atención.
Al cabo de lo que le pareció un siglo, llegó hasta la zona más céntrica de Nanohana. Break suspiró aliviado al ver que por allí había bastantes edificios y toldos que proporcionaban sombra. Sin perder un segundo buscó desesperado algo que beber, esperaba que no le cobrasen ya que no llevaba dinero encima. Por suerte tenía sus trucos. Rápidamente agarró una especie de cuenco de madera de una tienda y a continuación se acercó hasta un puesto de frutas. Allí usó su habilidad y convirtió en gas la pata de una de las mesas donde se colocaban las cestas, haciéndolas caer. Aprovechando la leve confusión, cogió una fruta rojiza de aspecto apetecible, todo ello mientras caminaba sin detenerse. Tal vez no tuviera agua pero al menos podía hacer zumo. Colocó la fruta en el cuenco y utilizó sus poderes para convertirla en un líquido rojo. No estaba especialmente frío pero era mejor que nada.
Tras saciar su sed momentáneamente, se dispuso a buscar un bar o una taberna donde beber como es debido. Por suerte encontró un pequeño local de dos plantas con pinta de caro. "Mejor. Ya que no voy a pagar, al menos comeré gratis en un buen sitio." -pensó el cazador mientras se acercaba al restaurante. Junto a él avanzaba otro hombre bastante grande que se dirigía también al local. Sin detenerse, el cazador se acercó hasta la puerta y hundiendo y moviendo su espada en la pared hizo un agujero en esta, justo al lado de la puerta y más o menos del mismo tamaño, por el que entró pidiendo a voces algo de beber. Afortunadamente en aquel lugar las construcciones no eran muy sólidas.
Mientras entraba al local, se percató de que el trozo de la pared que había derribado había caído encima de una mesa donde había sentados tres hombres con las caras tapadas que le miraban con rabia y sorpresa. Era evidente que nadie se esperaba que un loco apareciera por la pared en lugar de usar la puerta. El hombre que iba junto a él lo miró anonadado por lo extraño y lo innecesario de aquel gesto. Break sonrió, realmente le gustaba llamar la atención.
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Byakuro vio como un trozo de pared se desprendía y caía sobre la mesa de los tres hombres encapuchados, provocando un enorme alboroto en el local. Un hombre apareció en el hueco, con una espada en la mano, y exigiendo una bebida. A su lado había un hombre que lo miraba sorprendido. Aquel tipo era un escandaloso, y el hecho de entrar por un agujero de la pared no hacía si no aumentar el nivel excentricismo de aquella situación. A Byakuro no le gustaba. Le parecía estrafalario y extremadamente ruidoso. Le acababa de amargar el aperitivo, en cierto modo. Dejó a un lado el filete y agarró el bastón con la mano derecha. Se acercó al extraño que acababa de entrar en el local, con una sonrisa afable y una expresión inocente.
- Amigo, no está bien entrar así en un restaurante. Podrías molestar a alguien, ¿sabes? -lo miró sin borrar la sonrisa de la cara en ningún momento.
Ignoró a uno de los hombres, que se arrastraba por el suelo, saliendo de debajo de los escombros que había dejado el tipo en su peculiar entrada. Luego, colocó el bastón en una posición relajada y fluída, y le dijo al tipo de la espada:
- Si quieres una bebida, más te vale ir a otro sitio. No creo que estos amigos estén con humor para verte tras haberles tirado un muro en la cabeza. Y la verdad, has estropeado la paz de este lugar, y mi pequeño descanso. -lo miró aún sonriente-. Te aconsejo que te vayas a buscar bebida a otro lugar. -dicho esto, agarró el bastón con firmeza con ambas manos, sin saber la posible reacción de aquel tipo a sus palabras. Con el bastón podría cubrirse de un ataque con la espada con relativa facilidad. Y si el tipo era violento, él podía derribarlo en apenas un segundo con uno de los movimientos más sencillos del Ryū yōshiki.
El ambiente alrededor de ellos dos se había tensado, y la gente había dejado de comer, observando cautelosos la escena. Los tres hombres se estaban recuperando de la impresión al lado de los dos cazadores, mientras un poco de aire caliente del desierto entraba por el boquete de la pared.
- Amigo, no está bien entrar así en un restaurante. Podrías molestar a alguien, ¿sabes? -lo miró sin borrar la sonrisa de la cara en ningún momento.
Ignoró a uno de los hombres, que se arrastraba por el suelo, saliendo de debajo de los escombros que había dejado el tipo en su peculiar entrada. Luego, colocó el bastón en una posición relajada y fluída, y le dijo al tipo de la espada:
- Si quieres una bebida, más te vale ir a otro sitio. No creo que estos amigos estén con humor para verte tras haberles tirado un muro en la cabeza. Y la verdad, has estropeado la paz de este lugar, y mi pequeño descanso. -lo miró aún sonriente-. Te aconsejo que te vayas a buscar bebida a otro lugar. -dicho esto, agarró el bastón con firmeza con ambas manos, sin saber la posible reacción de aquel tipo a sus palabras. Con el bastón podría cubrirse de un ataque con la espada con relativa facilidad. Y si el tipo era violento, él podía derribarlo en apenas un segundo con uno de los movimientos más sencillos del Ryū yōshiki.
El ambiente alrededor de ellos dos se había tensado, y la gente había dejado de comer, observando cautelosos la escena. Los tres hombres se estaban recuperando de la impresión al lado de los dos cazadores, mientras un poco de aire caliente del desierto entraba por el boquete de la pared.
- OFF:
- Kakashi me ha dicho que se retira, así que continúo el rol
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Su entrada no pareció ser bien recibida ni por los clientes no por los empleados del restaurante. Más bien había servido para ganarse la enemistad de más de uno. El cazador los ignoró, no le interesaba toda aquella gente, solo estaba allí para poder tomar algo y no para preocuparse por el resto. Se disponía a ir hacia la barra y pedir una bebida cuando un tipo peliazul se le acercó.
Aquel hombre parecía ser parecido a él, ya que mientras le amenazaba sutilmente no dejó de sonreír en ningún momento. Break lo miró en silencio durante unos segundos, a él y al resto de comensales. Uno de ellos se encontraba saliendo de debajo del trozo de pared que había derribado. Debido a la relativa fragilidad del material con el que estaba construido el edificio no había sufrido heridas graves. En ese momento volvió a mirar al joven frente a él quien, mientras le invitaba "amablemente" a largarse, agarraba con fuerza el curioso bastón metálico que portaba. El cazador sonrió sarcásticamente, miró fijamente a los ojos del peliazul y le respondió sin ningún tipo de preocupación por la situación, como si para él no fuese más que una broma o un simple juego. Sin embargo estaba preparado para todo, en cualquier momento podía empezar una pelea y era lo bastante inteligente como para saber que un enfrentamiento directo no era la mejor opción.
-Oi, oi. Deberías ser más respetuoso, ¿no te parece? Entre tú y yo, no soy muy dado a usar las puertas. Mientras hablaba, con un tono de voz tranquilo y amable, no dejaba de mover su espada ya envainada alrededor de sí mismo, con movimientos giratorios. Mientras tanto, su mirada permanecía absorta y atenta a los continuos giros que realizaba con su espada negra, sin siquiera mirar al hombre frente a él.-Baja esa cosa antes de que alguien resulte herido. -le dijo señalando el arma que llevaba aquel tipo.
En ese momento se abrió la puerta, un hombre calvo de unos dos metros de altura entró con un enorme barril mientras miraba incrédulo el boquete abierto en la pared. Aprovechando que iba distraído, Break usó su espada y, con un movimiento aparentemente fortuito, la colocó entre las piernas del hombre e hizo que tropezara, tirando el barril sobre el chico peliazul. Parecería que debido a que estaba jugueteando con su espada, había provocado un pequeño accidente que terminaría con aquella discusión tan molesta. Mientras el hombre del barril caía en dirección al tipo del bastón, Break aprovechó para escabullirse y llegar hasta la barra. Mientras oía el sonido del barril rompiéndose, pidió una bebida fría y esbozó una sonrisa burlona.
Aquel hombre parecía ser parecido a él, ya que mientras le amenazaba sutilmente no dejó de sonreír en ningún momento. Break lo miró en silencio durante unos segundos, a él y al resto de comensales. Uno de ellos se encontraba saliendo de debajo del trozo de pared que había derribado. Debido a la relativa fragilidad del material con el que estaba construido el edificio no había sufrido heridas graves. En ese momento volvió a mirar al joven frente a él quien, mientras le invitaba "amablemente" a largarse, agarraba con fuerza el curioso bastón metálico que portaba. El cazador sonrió sarcásticamente, miró fijamente a los ojos del peliazul y le respondió sin ningún tipo de preocupación por la situación, como si para él no fuese más que una broma o un simple juego. Sin embargo estaba preparado para todo, en cualquier momento podía empezar una pelea y era lo bastante inteligente como para saber que un enfrentamiento directo no era la mejor opción.
-Oi, oi. Deberías ser más respetuoso, ¿no te parece? Entre tú y yo, no soy muy dado a usar las puertas. Mientras hablaba, con un tono de voz tranquilo y amable, no dejaba de mover su espada ya envainada alrededor de sí mismo, con movimientos giratorios. Mientras tanto, su mirada permanecía absorta y atenta a los continuos giros que realizaba con su espada negra, sin siquiera mirar al hombre frente a él.-Baja esa cosa antes de que alguien resulte herido. -le dijo señalando el arma que llevaba aquel tipo.
En ese momento se abrió la puerta, un hombre calvo de unos dos metros de altura entró con un enorme barril mientras miraba incrédulo el boquete abierto en la pared. Aprovechando que iba distraído, Break usó su espada y, con un movimiento aparentemente fortuito, la colocó entre las piernas del hombre e hizo que tropezara, tirando el barril sobre el chico peliazul. Parecería que debido a que estaba jugueteando con su espada, había provocado un pequeño accidente que terminaría con aquella discusión tan molesta. Mientras el hombre del barril caía en dirección al tipo del bastón, Break aprovechó para escabullirse y llegar hasta la barra. Mientras oía el sonido del barril rompiéndose, pidió una bebida fría y esbozó una sonrisa burlona.
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El tipo balanceaba su espada de forma juguetona mientras le decía a Byakuro que bajara su bastón. Con este movimiento, hizo tropezar y caer a un enorme hombre cargado con un barril. El hombre se precipitó sobre Byakuro mientras el otro chico se movía y se acercaba a la barra. Byakuro movió el bastón a su izquierda, inclinándolo un poco y apoyándolo en el suelo para hacer de palanca y poder moverse con rapidez hacia un lado.
En su movimiento hacia la derecha, vio como el hombre caía hacia adelante, aplastando el barril con su fuerte cuerpo al caer al suelo, y llenando todo de un líquido oscuro que empezó a extenderse. Un poco del vino salpicó los pantalones de Byakuro, que hizo un gesto de fastidio. El hombre se levantó y miró su camiseta, completamente tintada de violeta. Estaba empapado en vino. A Byakuro aquello lo puso de mal humor. Acababa de desperdiciarse una gran cantidad de vino con el gesto de aquel hombre de la espada. Lo buscó con la mirada y lo vio apoyado en la barra, pidiendo una bebida. Estaba al lado de donde había estado él mismo un minuto antes. Su plato aún seguía allí. Cogió su bastón de nuevo con ambas manos y se acercó a la barra. Aquel tipo era odioso y no tenía ninguna razón para no atacarle, pero montar un escándalo en aquel lugar no era una buena idea. Se sentó en su sitio de nuevo y cogió su bebida y su carne. Se las tomó en apenas un instante mientras observaba al tipo a su lado. Cuando hubo acabado, dejó unos berries en la mesa, esperando a que el camarero pasara para recogerlos. Se colocó el bastón de nuevo en la espalda, inclinándolo algo más de lo habitual, y se levantó del sitio. Al girarse para encararse hacia la puerta, su bastón se movió hacia la cabeza del otro tipo rápidamente. Sonrió burlonamente. No pretendía hacerle daño, tan solo darle un golpe como pequeña venganza por la jugarreta del barril.
- Una comida deliciosa, ahora si me disculpa... -dijo mientras se dirigía hacia la puerta, ignorando el enorme agujero en la pared. Cuando pasó al lado de la mesa de los tres encapuchados, vio como murmuraban entre ellos en un tono no muy amable. Uno de ellos tenía la mano en la empuñadura de su espada. Byakuro pasó de largo, ignorándolos. No era problema suyo si aquellos tipos querían meterse en problemas con el espadachín repelente, y no pensaba evitarlo o interferir de ningún modo.
El exterior seguía tan caldeado como cuando había entrado en el restaurante, si no más. La verdad es que la calle estaba prácticamente desierta. Decidió ir hacia la zona del puerto, que seguramente sería mucho más fresca y agradable que la zona central a nivel de calor y sofoco. Empezó a caminar entre los edificios de piedra blanca, buscando la sombra entre los callejones. Un par de personas estaban en la calle, sentadas en bancos a la sombra de los edificios, pero salvo por ellos, aquel lugar era ahora como una ciudad fantasma. Se acercaba la hora de comer, y la temperatura debía rondar los cuarenta y cinco grados. Nanohana era en aquel momento un enorme horno. Solo que en lugar de galletas, lo que se estaba cociendo era la gente en la calle. Byakuro tomó un desvío y se internó en un callejón sombrío y más o menos fresco. Empezó a caminar hasta que se dio cuenta de que algo sonaba tras de él. Otras pisadas. Se giró para ver quien era, pero el sol de la calle principal hizo de contraluz, y durante unos instantes solo logró vislumbrar una silueta que se aproximaba.
En su movimiento hacia la derecha, vio como el hombre caía hacia adelante, aplastando el barril con su fuerte cuerpo al caer al suelo, y llenando todo de un líquido oscuro que empezó a extenderse. Un poco del vino salpicó los pantalones de Byakuro, que hizo un gesto de fastidio. El hombre se levantó y miró su camiseta, completamente tintada de violeta. Estaba empapado en vino. A Byakuro aquello lo puso de mal humor. Acababa de desperdiciarse una gran cantidad de vino con el gesto de aquel hombre de la espada. Lo buscó con la mirada y lo vio apoyado en la barra, pidiendo una bebida. Estaba al lado de donde había estado él mismo un minuto antes. Su plato aún seguía allí. Cogió su bastón de nuevo con ambas manos y se acercó a la barra. Aquel tipo era odioso y no tenía ninguna razón para no atacarle, pero montar un escándalo en aquel lugar no era una buena idea. Se sentó en su sitio de nuevo y cogió su bebida y su carne. Se las tomó en apenas un instante mientras observaba al tipo a su lado. Cuando hubo acabado, dejó unos berries en la mesa, esperando a que el camarero pasara para recogerlos. Se colocó el bastón de nuevo en la espalda, inclinándolo algo más de lo habitual, y se levantó del sitio. Al girarse para encararse hacia la puerta, su bastón se movió hacia la cabeza del otro tipo rápidamente. Sonrió burlonamente. No pretendía hacerle daño, tan solo darle un golpe como pequeña venganza por la jugarreta del barril.
- Una comida deliciosa, ahora si me disculpa... -dijo mientras se dirigía hacia la puerta, ignorando el enorme agujero en la pared. Cuando pasó al lado de la mesa de los tres encapuchados, vio como murmuraban entre ellos en un tono no muy amable. Uno de ellos tenía la mano en la empuñadura de su espada. Byakuro pasó de largo, ignorándolos. No era problema suyo si aquellos tipos querían meterse en problemas con el espadachín repelente, y no pensaba evitarlo o interferir de ningún modo.
El exterior seguía tan caldeado como cuando había entrado en el restaurante, si no más. La verdad es que la calle estaba prácticamente desierta. Decidió ir hacia la zona del puerto, que seguramente sería mucho más fresca y agradable que la zona central a nivel de calor y sofoco. Empezó a caminar entre los edificios de piedra blanca, buscando la sombra entre los callejones. Un par de personas estaban en la calle, sentadas en bancos a la sombra de los edificios, pero salvo por ellos, aquel lugar era ahora como una ciudad fantasma. Se acercaba la hora de comer, y la temperatura debía rondar los cuarenta y cinco grados. Nanohana era en aquel momento un enorme horno. Solo que en lugar de galletas, lo que se estaba cociendo era la gente en la calle. Byakuro tomó un desvío y se internó en un callejón sombrío y más o menos fresco. Empezó a caminar hasta que se dio cuenta de que algo sonaba tras de él. Otras pisadas. Se giró para ver quien era, pero el sol de la calle principal hizo de contraluz, y durante unos instantes solo logró vislumbrar una silueta que se aproximaba.
Break Baskerville
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-Otra más. -pidió en cuanto hubo vaciado su primera jarra. No estaba muy acostumbrado al alcohol, pero con aquel calor le valía cualquier cosa que estuviese a menos de 100 grados. Aquel sitio le gustaba, parecía ser bastante caro pero aun así les gustaba. Era un lugar acogedor e incluso le habían servido después de romper la pared, algo que agradecía. Parecía que la disculpa improvisada que acababa de darle al dueño del restaurante había servido para calmar los ánimos, eso, y el hecho de haber prometido que le pagaría los daños.
Sin embargo no todo el mundo estaba de tan buen humor como él. Cuando quiso darse cuenta, el tipo al que le había caído el barril de vino se sentó a su lado y terminó su almuerzo de mala gana. No parecía tener intención de pelear, al menos no directamente ya que cuando se marchaba le propinó un golpe en la cabeza con su bastón, de una forma aparentemente accidental. Break no pudo hacer más que sonreír y dejarlo pasar, tenía asuntos más importantes con los que lidiar.
El primero de ellos, los tres hombres que ya desenfundaban las armas a su espalda. El cazador ni siquiera se molestó en girarse, en cuanto oyó el sonido de la espada surcando el aire hacia él, el cazador convirtió en gas las patas de su taburete haciendo que cayese y así evitar el golpe. Los cuatro trozos de madera, flotaban ahora por el aire convertidos en un gas del color de la madera. Break acercó la mano hacia una de las volutas de gas y en cuanto lo tocó este se volvió sólido de nuevo, pudiendo utilizarla para golpear a uno de los hombres en el ojo y después en la nuca. Dejó caer el trozo de madera y alzó su espada todavía envainada. Cuando los otros dos tipos se acercaban, Break lanzó el arma sobre su cabeza y golpeó una de las bombillas de la enorme lámpara que colgaba sobre el techo, aprovechando la distracción de sus enemigos para convertir la guardia de sus espadas en líquido, haciendo caer las hojas. El cazador agarró al vuelo su espada negra y salió del local ante la atónita mirada de los dos hombres.
No tenía intención de perder el tiempo allí, aquellos tipos le habían dado un objetivo muy interesante. Se trataba de un pirata famoso en el North Blue que se había adentrado en la Grand Line no hacía mucho y sobre cuya cabeza había una recompensa no excesivamente alta pero si lo bastante jugosa como para llamar su atención. Para su desgracia dudaba de su capacidad para poder enfrentarlo él solo, así que tal vez necesitara algo de ayuda, no le hacía mucha gracia pero no quería acabar muerto en el desierto. Antes de salir se aseguró de que la situación de verdad era como él pensaba.
-Oi, vosotros. -dijo refiriéndose a los dos hombres. -¿Vuestro jefe está aquí verdad? Tengo entendido que tiene una recompensa bastante interesante. Me gustaría que le avisarais de que le estoy buscando. -hizo una breve pausa y después continuó. -Decidle que MadHatter va en busca de su cabeza.
Sin embargo no todo el mundo estaba de tan buen humor como él. Cuando quiso darse cuenta, el tipo al que le había caído el barril de vino se sentó a su lado y terminó su almuerzo de mala gana. No parecía tener intención de pelear, al menos no directamente ya que cuando se marchaba le propinó un golpe en la cabeza con su bastón, de una forma aparentemente accidental. Break no pudo hacer más que sonreír y dejarlo pasar, tenía asuntos más importantes con los que lidiar.
El primero de ellos, los tres hombres que ya desenfundaban las armas a su espalda. El cazador ni siquiera se molestó en girarse, en cuanto oyó el sonido de la espada surcando el aire hacia él, el cazador convirtió en gas las patas de su taburete haciendo que cayese y así evitar el golpe. Los cuatro trozos de madera, flotaban ahora por el aire convertidos en un gas del color de la madera. Break acercó la mano hacia una de las volutas de gas y en cuanto lo tocó este se volvió sólido de nuevo, pudiendo utilizarla para golpear a uno de los hombres en el ojo y después en la nuca. Dejó caer el trozo de madera y alzó su espada todavía envainada. Cuando los otros dos tipos se acercaban, Break lanzó el arma sobre su cabeza y golpeó una de las bombillas de la enorme lámpara que colgaba sobre el techo, aprovechando la distracción de sus enemigos para convertir la guardia de sus espadas en líquido, haciendo caer las hojas. El cazador agarró al vuelo su espada negra y salió del local ante la atónita mirada de los dos hombres.
No tenía intención de perder el tiempo allí, aquellos tipos le habían dado un objetivo muy interesante. Se trataba de un pirata famoso en el North Blue que se había adentrado en la Grand Line no hacía mucho y sobre cuya cabeza había una recompensa no excesivamente alta pero si lo bastante jugosa como para llamar su atención. Para su desgracia dudaba de su capacidad para poder enfrentarlo él solo, así que tal vez necesitara algo de ayuda, no le hacía mucha gracia pero no quería acabar muerto en el desierto. Antes de salir se aseguró de que la situación de verdad era como él pensaba.
-Oi, vosotros. -dijo refiriéndose a los dos hombres. -¿Vuestro jefe está aquí verdad? Tengo entendido que tiene una recompensa bastante interesante. Me gustaría que le avisarais de que le estoy buscando. -hizo una breve pausa y después continuó. -Decidle que MadHatter va en busca de su cabeza.
Byakuro Kyoya
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- Spoiler:
- OFF: Dado que Iro no aparece, continúo con esto...
El hombre pasó por su lado, propinándole un pequeño empujón para apartarlo de su camino. Byakuro lo miró con cara de pocos amigos y se hizo a un lado, agarrando su bastón y clavándolo en el suelo arenoso para mantener el equilibrio. Tras él, el tipo entró en el restaurante. Tal vez hubiera problemas. Aquel hombre no parecía como los otros. Tal vez fuera más fuerte. Byakuro agarró el bastón y en silencio se acercó de nuevo al restaurante. El bandido había entrado, agachándose para no golpearse con el marco de la puerta. Una vez dentro, se puso a mirar el lugar. La gente que seguía dentro lo miraba con cierto aire de temor. Byakuro supuso que había acertado. Aquel hombre era alguien duro.
Byakuro agarró con firmeza su bastón. El tipo del agujero en la pared estaba hablando con los bandidos de la mesa. Y el luchador pudo ver como el gigantón de la cara de cicatrices desenvainaba su sable con intenciones hostiles hacia el otro. Otro alborotador. Byakuro suspiró y empuño su arma, lanzándose a por el tipo con la punta del tridente por delante, dispuesto a clavárselo en la parte baja de la espalda.
El hombre gritó soltando una maldición mientras una mancha de sangre se formaba donde el tridente se había clavado en la carne. El hombre se giró y Byakuro sacó el tridente manchado de rojo.
- ¿Quieres morir, enano? -le dijo el gigantón con la espada desenvainada y mirándolo con una furia hirviente.
- No me gustan los alborotadores. El tipo de ahí atrás te lo puede decir. -respondió el chico mientras señalaba al tío del agujero. Dicho esto, se colocó en postura de guardia. La gente dentro del restaurante empezó a entrar en pánico. Aquello iba a convertirse en una pelea en toda regla, y no una simple disputa de borrachos.
Break Baskerville
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Justo antes de que pudiese salir del local, un enorme hombre armado entró y se dirigió hacia él desenvainando un gran sable. El cazador ya se disponía a enfrentarse a él, cuando de repente el mismo tipo peliazul con el que había tenido una pequeña bronca decidió atacar al hombre del sable con una especie de tridente. Esto provocó que la gente del restaurante comenzase a marcharse rápidamente y al final quedaron solo ellos tres, sin contar a los bandidos que ya había desarmado.
-Oye, este tipo es mi recompensa, así que no te metas. –le recriminó Break al tipo del tridente. Acababa de reconocer al hombre del sable como el pirata a quien buscaba y cuya recompensa tenía pensada cobrar. Un tal Dannels o algo así, no es que le importase demasiado su nombre, solo la recompensa de 14.000.000 de berries que ofrecían por su captura. Antes de que el cazador pudiera continuar, el pirata le interrumpió con amenazas y se vio obligado a hacerle callar.-Calla un momento vale. Y tú, el del tridente ¿es qué no te han enseñado a no quietarle la presa a la gente? Si no te importa deja que yo me encargue de él.
Esto último pareció enfurecer al pirata, quien descargó un potente golpe con su sable hacia Break. Este lo esquivó colándose por el agujero de la pared y en cuanto el pirata se giró, apareció por la puerta y hundió la espada en su pierna izquierda, mermando su movimiento. Sin embargo esto no le impidió lanzar otro corte que hizo trizas la puerta y casi toda la pared. El cazador saltó hacia atrás y puso distancia de por medio, tenía que analizar a su rival y sabía que el cuerpo a cuerpo no le favorecía.
Mientras el tal Dannels se abalanzaba a por él, Break buscaba su punto débil para así poder explotarlo a su favor. Sin embargo lo único que vio que podía ser una ventaja en el combate era le velocidad, una baza que no dudaría en utilizar. En cuanto el sable volaba hacia su cabeza, el rubio rodó por el suelo y lanzó una estocada de nuevo a la pierna. Iba a neutralizar su movimiento y luego se ocuparía de acabar con él, aunque sin llegar a matarlo. Valía mucho más vivo que muerto, no solo por su recompensa sino por la información que aquel tipo, tras pasar varios días en Arabasta, podía tener sobre sobre lo que Break había venido a buscar.
-Oye, este tipo es mi recompensa, así que no te metas. –le recriminó Break al tipo del tridente. Acababa de reconocer al hombre del sable como el pirata a quien buscaba y cuya recompensa tenía pensada cobrar. Un tal Dannels o algo así, no es que le importase demasiado su nombre, solo la recompensa de 14.000.000 de berries que ofrecían por su captura. Antes de que el cazador pudiera continuar, el pirata le interrumpió con amenazas y se vio obligado a hacerle callar.-Calla un momento vale. Y tú, el del tridente ¿es qué no te han enseñado a no quietarle la presa a la gente? Si no te importa deja que yo me encargue de él.
Esto último pareció enfurecer al pirata, quien descargó un potente golpe con su sable hacia Break. Este lo esquivó colándose por el agujero de la pared y en cuanto el pirata se giró, apareció por la puerta y hundió la espada en su pierna izquierda, mermando su movimiento. Sin embargo esto no le impidió lanzar otro corte que hizo trizas la puerta y casi toda la pared. El cazador saltó hacia atrás y puso distancia de por medio, tenía que analizar a su rival y sabía que el cuerpo a cuerpo no le favorecía.
Mientras el tal Dannels se abalanzaba a por él, Break buscaba su punto débil para así poder explotarlo a su favor. Sin embargo lo único que vio que podía ser una ventaja en el combate era le velocidad, una baza que no dudaría en utilizar. En cuanto el sable volaba hacia su cabeza, el rubio rodó por el suelo y lanzó una estocada de nuevo a la pierna. Iba a neutralizar su movimiento y luego se ocuparía de acabar con él, aunque sin llegar a matarlo. Valía mucho más vivo que muerto, no solo por su recompensa sino por la información que aquel tipo, tras pasar varios días en Arabasta, podía tener sobre sobre lo que Break había venido a buscar.
Byakuro Kyoya
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Byakuro se apartó unos metros, viendo la pelea desde una distancia de seguridad. El otro tipo se movía con velocidad, eludiendo golpes y contraatacando en rápidos movimientos y fintas que el gigantón no podía esquivar debido a su enorme tamaño. El tipo se movía con bastante agilidad, haciendo pequeños ataques en partes del cuerpo como las rodillas o los codos. Llegado un punto, el hombre grande recibió un corte interesante en el brazo que le obligó a soltar el enorme espadón y encorvarse. Byakuro aprovechó el momento para acercarse de un salto a él y colocarle la punta de su tridente en la nuca. El espectáculo había sido interesante sin duda. Pero no pensaba dejar que aquel tipejo enorme se escapara, y pese a que no subestimaba la capacidad marcial del otro cazador, no quería dejar nada al azar. Si notaba el más mínimo movimiento, apretaría con el arma, justo entre las vértebras, para sesgar la médula espinal y matar al bandido de un solo golpe.
- Bien, señor bandido. Reconozco que has luchado bien contra este tipo, pero esto se acabó. Por favor, no sigas provocando este alboroto, onegai. Estaría bien si te entregaras y nos dejaras hacer el resto. Con un poco de suerte, estoy seguro que mi "compañero" no será muy duro contigo. Tan solo colabora. -mientras decía esto, una sonrisa se dibujaba en su rostro, completamente afable y alegre, y su tono era el mismo que el empleado para hablar con un niño pequeño que había cometido una travesura.
Dicho esto, apretó ligeramente su arma, obligando al bandido a agacharse y finalmente tumbarse en el suelo. Luego se puso de pie sobre su espalda, sin apartar ni por un momento el tridente, pero con una ligera separación sobre el cuello para dejarle hablar con normalidad. Su voz se volvió despreocupada.
- ¡Ay, hombre! Tengo un par de preguntitas para ti. La primera es: ¿Cuánta recompensa tienes sobre tu cabeza? Porque no creo que un tipo fuerte y duro como tú no tenga recompensa. Y la segunda: ¿Podrías darte prisa en responder? No es que me importe quedarme aquí sobre tu espalda apuntándote con mi arma, pero hace calor y me apetecería disfrutar de algo fresquito en un lugar a la sombra -mientras decía estas últimas palabras con un tono inocente, acercó la punta central del tridente a la nuca del hombre -. Y tú... -dijo dirigiéndose a Break-. No sé cuanto interés tienes en la recompensa de este tipo, pero sería verdaderamente amable por tu parte si me dieras lo necesario para comprar un pasaje al próximo puerto. No me gustaría tener que buscar alguna rata callejera apaleada para cobrar su recompensa, y este sudor pegajoso no es de mi total agrado, ¿sabes? -dicho esto, cerró los ojos y sonrió de nuevo. Un instante después los abrió de nuevo, y con frialdad miró al bandido-. ¿Y bien, escoria?
- Bien, señor bandido. Reconozco que has luchado bien contra este tipo, pero esto se acabó. Por favor, no sigas provocando este alboroto, onegai. Estaría bien si te entregaras y nos dejaras hacer el resto. Con un poco de suerte, estoy seguro que mi "compañero" no será muy duro contigo. Tan solo colabora. -mientras decía esto, una sonrisa se dibujaba en su rostro, completamente afable y alegre, y su tono era el mismo que el empleado para hablar con un niño pequeño que había cometido una travesura.
Dicho esto, apretó ligeramente su arma, obligando al bandido a agacharse y finalmente tumbarse en el suelo. Luego se puso de pie sobre su espalda, sin apartar ni por un momento el tridente, pero con una ligera separación sobre el cuello para dejarle hablar con normalidad. Su voz se volvió despreocupada.
- ¡Ay, hombre! Tengo un par de preguntitas para ti. La primera es: ¿Cuánta recompensa tienes sobre tu cabeza? Porque no creo que un tipo fuerte y duro como tú no tenga recompensa. Y la segunda: ¿Podrías darte prisa en responder? No es que me importe quedarme aquí sobre tu espalda apuntándote con mi arma, pero hace calor y me apetecería disfrutar de algo fresquito en un lugar a la sombra -mientras decía estas últimas palabras con un tono inocente, acercó la punta central del tridente a la nuca del hombre -. Y tú... -dijo dirigiéndose a Break-. No sé cuanto interés tienes en la recompensa de este tipo, pero sería verdaderamente amable por tu parte si me dieras lo necesario para comprar un pasaje al próximo puerto. No me gustaría tener que buscar alguna rata callejera apaleada para cobrar su recompensa, y este sudor pegajoso no es de mi total agrado, ¿sabes? -dicho esto, cerró los ojos y sonrió de nuevo. Un instante después los abrió de nuevo, y con frialdad miró al bandido-. ¿Y bien, escoria?
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-Su recompensa es de 14.000.000. -dijo el cazador contestando a la pregunta que el otro tipo había hecho al pirata caído. Este había sido derrotado fácilmente por el tipo del tridente, quien había decidido intervenir en la pelea y, por lo que parecía llevarse parte de la recompensa. Aunque Break no se esperaba que le pidiera dinero para llegar a la siguiente isla y así ahorrarse tener que buscar a otro delincuente con el que pagarse el viaje. El rubio estaba a punto de mandarle a tomar viento cuando recordó que no era el dinero lo que le importaba. -Si claro, ¿porqué no? Llevaremos a este tipo a algún cuartel y podrás llevarte lo que quieras.. - No es que le importase que el joven del tridente se llevase parte del dinero, pues no lo necesitaba, aunque esperaba que no decidiera coger toda la recompensa y que la calurosa estancia en ese maldito desierto fuese infructuosa.
No tenía problema en darla algo de dinero al peliazul, al fin y al cabo le había ahorrado tener que derribar a esa mole por su cuenta, algo que podría haberle llevado un rato de no haber atacado este por sorpresa con su extraño tridente. Break se acercó al pirata y se tomó la libertad de llevarse su arma y, usando su habilidad convertirla en una nube de gas para evitar que la pudiera usar contra ellos de nuevo. Estaba preparado para entregarle al primer marine que viese por la zona, pero antes quería saber algo. No tenía mucha esperanza en que aquel pirata de poca monta supiese algo sobre los Poneglyphs pero no perdía nada por probar.
-Bueno, si no te importa tengo que preguntarle algo antes de nada. -le dijo al peliazul mientras se acercaba al pirata y se agachaba para evitar que el corrillo de gente que se había acercado a presenciar la pelea pudiera oírle. -No creo que los marines tarden mucho en llegar, así que démonos prisa. Según tengo entendido llevas un tiempo en este lugar, así que dime, ¿qué sabes sobre esas rocas en las que se escribe la historia? - No estaba muy seguro de que alguien como él tuviese la más mínima idea de que le estaba hablando pero aun así no podía desaprovechar una posible fuente de información. Y a juzgar por la expresión de incredulidad y sorpresa que se reflejaba ne su rostro era evidente que no tenía ni idea de nada. Supuso que no le quedaría más remedio que marcharse de allí con la recompensa, quitando la parte que el otro tipo decidiera llevarse.
No tenía problema en darla algo de dinero al peliazul, al fin y al cabo le había ahorrado tener que derribar a esa mole por su cuenta, algo que podría haberle llevado un rato de no haber atacado este por sorpresa con su extraño tridente. Break se acercó al pirata y se tomó la libertad de llevarse su arma y, usando su habilidad convertirla en una nube de gas para evitar que la pudiera usar contra ellos de nuevo. Estaba preparado para entregarle al primer marine que viese por la zona, pero antes quería saber algo. No tenía mucha esperanza en que aquel pirata de poca monta supiese algo sobre los Poneglyphs pero no perdía nada por probar.
-Bueno, si no te importa tengo que preguntarle algo antes de nada. -le dijo al peliazul mientras se acercaba al pirata y se agachaba para evitar que el corrillo de gente que se había acercado a presenciar la pelea pudiera oírle. -No creo que los marines tarden mucho en llegar, así que démonos prisa. Según tengo entendido llevas un tiempo en este lugar, así que dime, ¿qué sabes sobre esas rocas en las que se escribe la historia? - No estaba muy seguro de que alguien como él tuviese la más mínima idea de que le estaba hablando pero aun así no podía desaprovechar una posible fuente de información. Y a juzgar por la expresión de incredulidad y sorpresa que se reflejaba ne su rostro era evidente que no tenía ni idea de nada. Supuso que no le quedaría más remedio que marcharse de allí con la recompensa, quitando la parte que el otro tipo decidiera llevarse.
Byakuro Kyoya
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Mientras el rubio se agachaba a hablar con el bandido, Byakuro entró de nuevo en el restaurante y se acercó a la barra. Saltó al otro lado y agarró un Den-Den Mushi y llamó al cuartel marine. En un rato llegaría un grupo de hombres a buscar al bandido y se lo llevarían al cuartel.
En efecto. Tras cinco minutos, cinco hombres uniformados se acercaron y agarraron al gigantón, llevándolo hacia el cuartel local. Cuando llegaron al lugar, un hombre con aspecto de oficial indicó a los dos cazadores que pasaran para cobrar la recompensa. A Byakuro no le hacía gran falta mucho dinero, por lo que al ver la recompensa de catorce millones sobre la mesa, agarró un pequeño montón de billetes, aproximadamente un millón, lo que le daría para subsistir un tiempo, y sonriente, se dirigió a Break:
- La próxima vez, por favor, intenta utilizar la puerta. No peleas mal, pero tu forma de entrar en los sitios es demasiado... escandalosa para mi gusto. Espero que si nos volvemos a ver algún día, hayas aprendido a utilizar las puertas y no abrir boquetes en la pared. -sonriente, se dirigió a la puerta. Saldría rumbo a cualquier otra isla en cuanto pudiese. Aquel calor lo empezaba a agobiar.
En efecto. Tras cinco minutos, cinco hombres uniformados se acercaron y agarraron al gigantón, llevándolo hacia el cuartel local. Cuando llegaron al lugar, un hombre con aspecto de oficial indicó a los dos cazadores que pasaran para cobrar la recompensa. A Byakuro no le hacía gran falta mucho dinero, por lo que al ver la recompensa de catorce millones sobre la mesa, agarró un pequeño montón de billetes, aproximadamente un millón, lo que le daría para subsistir un tiempo, y sonriente, se dirigió a Break:
- La próxima vez, por favor, intenta utilizar la puerta. No peleas mal, pero tu forma de entrar en los sitios es demasiado... escandalosa para mi gusto. Espero que si nos volvemos a ver algún día, hayas aprendido a utilizar las puertas y no abrir boquetes en la pared. -sonriente, se dirigió a la puerta. Saldría rumbo a cualquier otra isla en cuanto pudiese. Aquel calor lo empezaba a agobiar.
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Marines, realmente eran molestos. Para Break aquella gente no era más que un arma, un grupo de marionetas al servicio de quienes ostentaban el poder y solo servían para mantener una falsa ilusión de paz y control en un mundo que cada vez más carecía de ambas cosas. En cualquier caso, mientras los veía acercarse solo podía pensar en ellos como en una fuente de ingresos y poco más. Les entregaría a aquel pirata de tres al cuarto y se marcharía de allí con la mitad de la recompensa que le correspondía. Al cabo de un rato ya había cobrado, era sorprendente la cantidad de efectivo de la que disponía aquella gente, supuso que el control de la mayoría del mundo era un negocio bastante rentable.
Se disponía a coger su parte del dinero y marcharse de una vez por todas de aquella especie de horno, aunque le sorprendió que el peliazul solo cogiera aproximadamente un millón de berries. El tipo se marchó, no sin antes dejarle claro que su forma de irrumpir en los sitios era cuanto menos irresponsable. El cazador sonrió pensando en lo iluso que era de su parte pensar que alguien como él iba a cambiar sus extrañas manías.
-Oi, oi. ¿Seguro que no quieres nada más? -le dijo a voz en grito mientras salía él también de la base de la marina. -Si no lo quieres se lo tiraré a la gente para que se lo reparta como quiera. -Mientras hablaba agarró una bolsa en la que guardaba el resto de la parte que le correspondía al otro tipo quien, sorprendentemente también resultó ser cazador. El espadachín se la lanzó con fuerza intentando premeditadamente darle en la cabeza, como un último gesto de malicia y rivalidad con aquel hombre cuyo nombre ni siquiera sabía. Aunque eso tampoco importaba pues él no habría desvelado su verdadero nombre de cualquier forma.
Sin esperar a ver que ocurría se escabulló rápidamente entre las callejuelas y se dirigió al puerto de la ciudad en busca de una salida de aquel sofocante desierto. Curiosamente pensaba volver en breve, en cuanto estuviese algo más preparado para soportar aquel terrible clima. Al fin y al cabo no tenía pensado dejar escapar una fuente de información tan importante como podría ser un Poneglyph oculto en algún lugar de Arabasta. Aquello podía suponer una paso increíble en su constante investigación y aunque no fuera así era incapaz de evitar lanzarse en busca de lo desconocido.
Se disponía a coger su parte del dinero y marcharse de una vez por todas de aquella especie de horno, aunque le sorprendió que el peliazul solo cogiera aproximadamente un millón de berries. El tipo se marchó, no sin antes dejarle claro que su forma de irrumpir en los sitios era cuanto menos irresponsable. El cazador sonrió pensando en lo iluso que era de su parte pensar que alguien como él iba a cambiar sus extrañas manías.
-Oi, oi. ¿Seguro que no quieres nada más? -le dijo a voz en grito mientras salía él también de la base de la marina. -Si no lo quieres se lo tiraré a la gente para que se lo reparta como quiera. -Mientras hablaba agarró una bolsa en la que guardaba el resto de la parte que le correspondía al otro tipo quien, sorprendentemente también resultó ser cazador. El espadachín se la lanzó con fuerza intentando premeditadamente darle en la cabeza, como un último gesto de malicia y rivalidad con aquel hombre cuyo nombre ni siquiera sabía. Aunque eso tampoco importaba pues él no habría desvelado su verdadero nombre de cualquier forma.
Sin esperar a ver que ocurría se escabulló rápidamente entre las callejuelas y se dirigió al puerto de la ciudad en busca de una salida de aquel sofocante desierto. Curiosamente pensaba volver en breve, en cuanto estuviese algo más preparado para soportar aquel terrible clima. Al fin y al cabo no tenía pensado dejar escapar una fuente de información tan importante como podría ser un Poneglyph oculto en algún lugar de Arabasta. Aquello podía suponer una paso increíble en su constante investigación y aunque no fuera así era incapaz de evitar lanzarse en busca de lo desconocido.
- Spoiler:
- Bueno por mi esto ya está. Si quieres postear de nuevo perfecto, sino ya lo pondré el jueves en el tema para la moderación. Te dejo la pasta ahí para que la cojas y no solo 1 millón xD
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