Teravan Finger-bullet
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
- ¡Qué calor hace! Debe haber como mínimo 40 grados... - Dijo con su característica voz grave el hombre, pasándose su rechoncha mano por la frente, impregnando de sudor la manga de la camisa. Era de esperar que tuviese calor, pues la vestimenta que portaba no era la más adecuada para un intenso día de verano, y su oronda figura no ayudaba a paliar el efecto. Varias manchas oscuras poblaban su blanca camisa, cubierta en la parte del pecho por un chaleco de color rojizo. Caminaba pesadamente, como si estuviesen tirando de él con una cuerda, y su respiración, agitada, debía de poder oírse desde el otro extremo de la calle.
- Eres un exagerado, si te hubiese cambiado de ropa como te dije, no sufrirías tanto. Te está bien empleado, Rox. - Respondió su interlocutor. A él tampoco le entusiasmaba el calor, pero no había sido ni de lejos el día más agobiante de la última semana. Llevaba una ropa más acorde: una camiseta de asas de color blanco y unos pantalones de la marina. Había dejado la chaqueta del uniforme en el cuartel, lo cual le podría acarrear problemas, aunque el personal de aquella isla ya empezaba a acostumbrarse a sus formas. Sacudió su cabeza, de tal forma que su pelo rojizo ondeó levemente, retirándose de la frente. Acto seguido se pasó una mano por el mismo, para que mantuviese su forma en esa posición.
Rox refunfuñó, dando por terminado el sermón, y aceleró el paso de una forma un tanto cómica, para situarse al lado de Teravan. No era una tarea sencilla, pues sus piernas eran mucho más cortas y estaba en peor forma física. Siempre había deseado tener un cuerpo tan bien formado como el del oficial, mas en ese momento habría dado cualquier cosa por no tener que cargar con el peso de su enorme barriga y de sus temblorosas extremidades. - ¿Podríamos ir un poco más despacio? - Preguntó jadeante. - No tenemos ninguna prisa, aún es mediodía. - Se detuvo, apoyándose con las manos en las rodillas. Teravan se giró y le miró con hastío, cansado de tener que esperar por su compañero de guardia. Era la tercera vez que tenían que descansar en dos horas de paseo por la ciudad, a pesar de que los brillantes adoquines facilitaban mucho el tránsito, y el calor empezaba a hacer mella en el espíritu del tirador.
Suspiró, llevándose nuevamente una mano a la frente, le tendió su cantimplora y aminoró la marcha, otra vez, para que su rechoncho acompañante pudiese recuperar fuerzas. Observó con pesar cómo se terminaba todo el agua del recipiente, y deseó con todas sus fuerzas que pudiesen regresar al cuartel antes de que todo el mundo saliese de sus puestos de trabajo.
- Sí, un día precioso... - Dijo con resignación.
- Eres un exagerado, si te hubiese cambiado de ropa como te dije, no sufrirías tanto. Te está bien empleado, Rox. - Respondió su interlocutor. A él tampoco le entusiasmaba el calor, pero no había sido ni de lejos el día más agobiante de la última semana. Llevaba una ropa más acorde: una camiseta de asas de color blanco y unos pantalones de la marina. Había dejado la chaqueta del uniforme en el cuartel, lo cual le podría acarrear problemas, aunque el personal de aquella isla ya empezaba a acostumbrarse a sus formas. Sacudió su cabeza, de tal forma que su pelo rojizo ondeó levemente, retirándose de la frente. Acto seguido se pasó una mano por el mismo, para que mantuviese su forma en esa posición.
Rox refunfuñó, dando por terminado el sermón, y aceleró el paso de una forma un tanto cómica, para situarse al lado de Teravan. No era una tarea sencilla, pues sus piernas eran mucho más cortas y estaba en peor forma física. Siempre había deseado tener un cuerpo tan bien formado como el del oficial, mas en ese momento habría dado cualquier cosa por no tener que cargar con el peso de su enorme barriga y de sus temblorosas extremidades. - ¿Podríamos ir un poco más despacio? - Preguntó jadeante. - No tenemos ninguna prisa, aún es mediodía. - Se detuvo, apoyándose con las manos en las rodillas. Teravan se giró y le miró con hastío, cansado de tener que esperar por su compañero de guardia. Era la tercera vez que tenían que descansar en dos horas de paseo por la ciudad, a pesar de que los brillantes adoquines facilitaban mucho el tránsito, y el calor empezaba a hacer mella en el espíritu del tirador.
Suspiró, llevándose nuevamente una mano a la frente, le tendió su cantimplora y aminoró la marcha, otra vez, para que su rechoncho acompañante pudiese recuperar fuerzas. Observó con pesar cómo se terminaba todo el agua del recipiente, y deseó con todas sus fuerzas que pudiesen regresar al cuartel antes de que todo el mundo saliese de sus puestos de trabajo.
- Sí, un día precioso... - Dijo con resignación.
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