Roland von Klauswitz
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Jamás habría imaginado que algún día se pondría gafas de sol, es decir, ¿alguna vez había existido un árbol con gafas de sol? Sin embargo, por extraño que pudiera parecer, en ese momento las necesitaba, la curiosa isla a la que se acercaba resultaba de lo más extraña y la absurda cantidad de cristales que la rodeaban en forma de cúpula la convertían en una gigantesca bola brillante. No estaba muy seguro del motivo por el que a alguien se le antojaría construir una cúpula de vidrio alrededor de una isla, pero fuera lo que fuera le extrañaba casi tanto como que no se hubiese roto todavía.
Se trataba de la Isla de los Destellos, un lugar que según se decía era gobernado con mano de hierro por una especie de loco adicto a la vigilancia, que no dudaba en espiar continuamente a los ciudadanos a través de su innecesario pero increíble sistema de espejos. Kodama jamás se habría acercado a ese lugar de no ser porque tenía una misión que cumplir. Por lo visto, el estúpido sobrino de un alto cargo había decidido dar una vuelta por el mar y por circunstancias de la vida había acabado allí. El problema era que por culpa de la paranoia del constructor de la cúpula de espejos la isla se había convertido en una especie de laberinto del que difícilmente se podía salir. Lo cierto era que no le hacía mucha gracia pasarse por allí pero no le quedaba otra.
Alrededor del mediodía desembarcó en uno de los accesos al sur de la isla, sin poder evitar fijarse en la ausencia de vigilancia. Por lo que sabía, esa isla no estaba bajo el control del Gobierno Mundial y era evidente que no querían provocar un incidente interponiéndose en una misión de la Marina, aunque le recomendaron no bajar la guardia. Nunca se sabía cuándo podía recibir un ataque. La entrada al interior de la cúpula era un túnel de unos tres metros de largo, más o menos el grosor del vidrio, y parecía que aquella entrada hacía las veces de puerto. El roble atravesó la abertura del cristal y quedó boquiabierto con lo que vio más allá: una selva completamente brillante y plagada de espejos, los cuales formaban un asombroso e inquietante espectáculo de luces. Según tenía entendido, aquel era el sistema de vigilancia que mantenía a raya a los posibles rebeldes contra el tiránico gobierno del lugar. Lo cierto era que le ponía los pelos de punta… o lo habría hecho de haber tenido.
Se trataba de la Isla de los Destellos, un lugar que según se decía era gobernado con mano de hierro por una especie de loco adicto a la vigilancia, que no dudaba en espiar continuamente a los ciudadanos a través de su innecesario pero increíble sistema de espejos. Kodama jamás se habría acercado a ese lugar de no ser porque tenía una misión que cumplir. Por lo visto, el estúpido sobrino de un alto cargo había decidido dar una vuelta por el mar y por circunstancias de la vida había acabado allí. El problema era que por culpa de la paranoia del constructor de la cúpula de espejos la isla se había convertido en una especie de laberinto del que difícilmente se podía salir. Lo cierto era que no le hacía mucha gracia pasarse por allí pero no le quedaba otra.
Alrededor del mediodía desembarcó en uno de los accesos al sur de la isla, sin poder evitar fijarse en la ausencia de vigilancia. Por lo que sabía, esa isla no estaba bajo el control del Gobierno Mundial y era evidente que no querían provocar un incidente interponiéndose en una misión de la Marina, aunque le recomendaron no bajar la guardia. Nunca se sabía cuándo podía recibir un ataque. La entrada al interior de la cúpula era un túnel de unos tres metros de largo, más o menos el grosor del vidrio, y parecía que aquella entrada hacía las veces de puerto. El roble atravesó la abertura del cristal y quedó boquiabierto con lo que vio más allá: una selva completamente brillante y plagada de espejos, los cuales formaban un asombroso e inquietante espectáculo de luces. Según tenía entendido, aquel era el sistema de vigilancia que mantenía a raya a los posibles rebeldes contra el tiránico gobierno del lugar. Lo cierto era que le ponía los pelos de punta… o lo habría hecho de haber tenido.
Dexter Black
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- off:
- Sé que me odias, pero se me olvidó con todo el lío xD
-De verdad, señor agente- dijo el dragón, preocupado por haber llamado demasiado la atención-. Le juro que ese espejo estaba así cuando llegué- aquello no era del todo falso, cuando él había llegado había roto sin querer uno de los muchos espejos de la cúpula de destellos. Antes de que llegara estaba bien, pero cuando llegó estaba roto. Bueno, más o menos...
-Que no, que usted se viene conmigo al cuartelillo- aquel hombre vestía un traje verde moho y un sombrero de calidad plástico similar a lo que en Dressrosa llamarían Tricornio, un casco negro con una pantalla vertical paralela a alguna parte del cilindro donde la cabeza tomaba lugar. Y además olía mal. No mal de sudor y trabajo, sino a alcohol y orines. Se ve que en aquel lugar no contaba con un buen grupo de profesionales para defender la isla, sino que daban uniforme a cualquier borracho que encontraban. Era patético en cierto modo, aunque se sentía afortunado de que no fuera gente similar a él, porque no podría escapar-. Deje de dar tirones, no hay discusión. ¡No me obligue a golpearlo!- su aliento fétido casi dolió a Dexter, que lanzó un manotazo a la cara del hombre, haciéndolo caer al suelo tras tambalearse momentáneamente, y salió corriendo.
No quería meterse en líos, aunque parecía que aquello fuera inevitable, como si tuviera un imán para ellos, y no se le despegaran del culo. Cuanto más lo pensaba más claro estaba que el destino quería que la gente lo conociera, aunque muchas veces se notaba que deseaba ponerle difícil entablar relaciones amistosas. Primero aquel chiquillo en el North Blue, luego Nadia, el reencuentro con Tom... Tanta gente que los hados habían puesto en su camino para ver si tropezaba definitivamente, y seguía levantándose. Salvo en aquel momento.
Estaba en el suelo, había caído de culo al chocar contra algo que no quebró en el acto. Era de madera, tenía hojas y gafas de sol. El dragón estaba sorprendido de encontrar aquello en esa isla. Era Kodama.
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Los reflejos cada vez eran más molestos, tanto que se veía obligado a caminar mirando hacia el suelo para que sus ojos no acabasen hechos polvo. Por doquier había pequeños espejos colocados en los lugares más insospechados: incrustados en las rocas, colgando en las ramas de los árboles, incluso llegó a ver alguno enganchado en un pájaro. Había visto su reflejo tantas veces en los últimas minutos que casi se confundía a sí mismo con el resto de árboles del bosque. Y todo eso sin tener en cuenta la increíble cúpula de espejos que cubría la isla y que era la causante de la ausencia de la más mínima brisa.
No estaba seguro de cuanto tiempo llevaba allí, pero había llegado a la conclusión de que se hallaba completa e irremediablemente perdido. A pesar de que habían varios caminos que indicaban la ruta hacia la ciudad, la enorme cantidad de cristales, luces e imágenes reflejadas en la gran cúpula imposibilitaban que pudiera seguir la senda más sencilla. Por suerte al cabo de un rato el cielo se nubló parcialmente y la cantidad de destellos disminuyó agradablemente. Ahora al menos podía ver por donde iba sin quedarse ciego. No entendía como alguien podía vivir en un lugar así y acostumbrarse a eso. Sin embargo, era momento de reemprender su misión.
El hombre-árbol echó un vistazo hacia arriba, buscando cualquier referencia, marca o daño en la cúpula que le permitiera orientarse, aunque lo único que vio fue una curiosa perspectiva de un pueblo. Antes no se había dado cuenta, pero en cada uno de los grandes espejos que cubrían la isla se podía ver una escena diferente: un claro del bosque donde entrenaban un par de soldados, un perro intentando cazar a un pájaro, el pirata buscado Dexter Black justo detrás de un extraño tipo con pinta de árbol y lo que parecía ser una vaca con un gorrito de fiesta. Todo ello reunido en un grupo de cristales sin el más mínimo orden, como si fuera el collage más raro del mundo, cosa que en realidad era.
Fue entonces, cuando se giró para seguir su camino y vio que una de las figuras reflejadas en la cúpula se movía de la misma forma, cuando cayó en la cuenta de lo que estaba viendo. Bajó la mirada unos centímetros, se apartó las gafas de sol que le habían prestado y observó durante unos segundos al pirata sentado en el suelo frente a él. Por un momento pensó que no era más que una alucinación producto de las luces o algo así, aunque no tardó en darse cuenta de que era de verdad. Su primer impulso al saber que se trataba de un pirata fue desenvainar sus armas y arrestarlo, como un acto instintivo que le había proporcionado su experiencia como marine. Sin embargo no tardó en recordar que aquel no era un mal tipo, al menos que él supiera. Ya había coincidido con él hacía tiempo, aunque no recordaba como había terminado el día.
-Tienes varias hojas en el pelo. -fue lo primero que dijo el Roble. A unos metros entre los árboles podía oír como varias personas se acercaban a la carrera, acercándose a ellos cada vez más. El marine se llevó una mano a la empuñadura de su espada, pues no se fiaba de demasiados humanos últimamente. Su experiencia en Sabaody le había enseñado a no ser confiado y era una lección que había aprendido bien. Al final esos tipos resultaron ser soldados, seguramente persiguiendo al infame pirata que se había colado en su isla. Lo cierto era que le vendría bien que los vieran, ya que así le guiarían hasta su líder y podría pedirle que usase sus espejos para ayudarle con su tarea, pero por otro lado sería muy molesto tener que explicar porque no arrestaba a un pirata.
-Vosotros dos. -dijeron los soldados mientras les apuntaban con sus armas. No parecían en muy buena forma y de hecho uno de ellos parecía agotado por la carrera. -Los intrusos deben ser llevados al castillo, así que deponed las armas y acompañadnos. Seguro que seremos recompensados por entregar a un pirata como este y a su... ¿árbol?
-Creo que os habéis confundido. -dijo Kodama. -Soy capitán de la Marina y este hombre... es... bueno, está arrestado bajo mi custodia por ahora. Aunque si me lleváis a ese castillo me vendría bien, ya llevaremos luego a este tipo al barco para que, bueno ya sabéis, para que los esposen y lo decapiten o lo que sea. -No es que tuviera intención de arrestar a Dexter, al menos si no la liaba demasiado, pero no le apetecía quedarse allí más tiempo. Cumpliría su misión rápidamente y ya se las apañaría para que el pirata se escabullese sin parecer negligente.
No estaba seguro de cuanto tiempo llevaba allí, pero había llegado a la conclusión de que se hallaba completa e irremediablemente perdido. A pesar de que habían varios caminos que indicaban la ruta hacia la ciudad, la enorme cantidad de cristales, luces e imágenes reflejadas en la gran cúpula imposibilitaban que pudiera seguir la senda más sencilla. Por suerte al cabo de un rato el cielo se nubló parcialmente y la cantidad de destellos disminuyó agradablemente. Ahora al menos podía ver por donde iba sin quedarse ciego. No entendía como alguien podía vivir en un lugar así y acostumbrarse a eso. Sin embargo, era momento de reemprender su misión.
El hombre-árbol echó un vistazo hacia arriba, buscando cualquier referencia, marca o daño en la cúpula que le permitiera orientarse, aunque lo único que vio fue una curiosa perspectiva de un pueblo. Antes no se había dado cuenta, pero en cada uno de los grandes espejos que cubrían la isla se podía ver una escena diferente: un claro del bosque donde entrenaban un par de soldados, un perro intentando cazar a un pájaro, el pirata buscado Dexter Black justo detrás de un extraño tipo con pinta de árbol y lo que parecía ser una vaca con un gorrito de fiesta. Todo ello reunido en un grupo de cristales sin el más mínimo orden, como si fuera el collage más raro del mundo, cosa que en realidad era.
Fue entonces, cuando se giró para seguir su camino y vio que una de las figuras reflejadas en la cúpula se movía de la misma forma, cuando cayó en la cuenta de lo que estaba viendo. Bajó la mirada unos centímetros, se apartó las gafas de sol que le habían prestado y observó durante unos segundos al pirata sentado en el suelo frente a él. Por un momento pensó que no era más que una alucinación producto de las luces o algo así, aunque no tardó en darse cuenta de que era de verdad. Su primer impulso al saber que se trataba de un pirata fue desenvainar sus armas y arrestarlo, como un acto instintivo que le había proporcionado su experiencia como marine. Sin embargo no tardó en recordar que aquel no era un mal tipo, al menos que él supiera. Ya había coincidido con él hacía tiempo, aunque no recordaba como había terminado el día.
-Tienes varias hojas en el pelo. -fue lo primero que dijo el Roble. A unos metros entre los árboles podía oír como varias personas se acercaban a la carrera, acercándose a ellos cada vez más. El marine se llevó una mano a la empuñadura de su espada, pues no se fiaba de demasiados humanos últimamente. Su experiencia en Sabaody le había enseñado a no ser confiado y era una lección que había aprendido bien. Al final esos tipos resultaron ser soldados, seguramente persiguiendo al infame pirata que se había colado en su isla. Lo cierto era que le vendría bien que los vieran, ya que así le guiarían hasta su líder y podría pedirle que usase sus espejos para ayudarle con su tarea, pero por otro lado sería muy molesto tener que explicar porque no arrestaba a un pirata.
-Vosotros dos. -dijeron los soldados mientras les apuntaban con sus armas. No parecían en muy buena forma y de hecho uno de ellos parecía agotado por la carrera. -Los intrusos deben ser llevados al castillo, así que deponed las armas y acompañadnos. Seguro que seremos recompensados por entregar a un pirata como este y a su... ¿árbol?
-Creo que os habéis confundido. -dijo Kodama. -Soy capitán de la Marina y este hombre... es... bueno, está arrestado bajo mi custodia por ahora. Aunque si me lleváis a ese castillo me vendría bien, ya llevaremos luego a este tipo al barco para que, bueno ya sabéis, para que los esposen y lo decapiten o lo que sea. -No es que tuviera intención de arrestar a Dexter, al menos si no la liaba demasiado, pero no le apetecía quedarse allí más tiempo. Cumpliría su misión rápidamente y ya se las apañaría para que el pirata se escabullese sin parecer negligente.
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-Oh, sí, por supuesto. Cortarme la cabeza es la solución a todo en la Marina- dijo, con cierta sorna, mirando al hombre árbol-. Aún no habéis aprendido que hay mejores formas de matar, como leerme vuestras interminables cartas de queja hacia cómo soy un maleducado, o darme discursos eternos de los que no me puedo escaquear. Claro, como soy un Pirata ya todo pasa por alejar mi cabeza del cuello. Salvajes que sois.
Tendió hacia Kodama las manos al levantarse, esperando que lo esposara si quería. Esperaba que de hacerlo no usase Kairoseki, o lo tendría bastante complicado para huir luego sin que pareciese una negligencia del Marine. "En fin, mejor las retiro", pensó mientras se daba la vuelta hacia el tipo que lo había acorralado. De verdad que tenía un aspecto espantoso, como si se estuviera pudriendo en vida.
-Y de verdad, ese espejo estaba roto cuando llegué. Además, ¿Por qué necesitáis tantos espejos? ¿No sabéis hacer cámaras de seguridad? Yo podría construiros algunas, y sería bastante más discreto que este percal que tenéis montado. No sé, digo yo.
Se puso al lado de Kodama, un paso por detrás de él, haciendo entender al otro que se entregaba voluntariamente a la Marina, para así librarse de la presión a la que estaba sometido por romper un maldito cristal. Que lo habría pagado, por Dios. Menuda gente más rara había por el mundo.
-Bueno, ¿A qué hay que ir a ver al rey ahora, Señor Árbol?- no dijo su nombre por no meterlo en un apuro, no fuera a buscarle un lío mientras el otro lo salvaba. Y también tenía cierta curiosidad por conocer al rey de aquel sitio. Por cómo era la isla, podría ser un Sombrerero o algo peor. ¿Tal vez un Den Den Mushi?
Tendió hacia Kodama las manos al levantarse, esperando que lo esposara si quería. Esperaba que de hacerlo no usase Kairoseki, o lo tendría bastante complicado para huir luego sin que pareciese una negligencia del Marine. "En fin, mejor las retiro", pensó mientras se daba la vuelta hacia el tipo que lo había acorralado. De verdad que tenía un aspecto espantoso, como si se estuviera pudriendo en vida.
-Y de verdad, ese espejo estaba roto cuando llegué. Además, ¿Por qué necesitáis tantos espejos? ¿No sabéis hacer cámaras de seguridad? Yo podría construiros algunas, y sería bastante más discreto que este percal que tenéis montado. No sé, digo yo.
Se puso al lado de Kodama, un paso por detrás de él, haciendo entender al otro que se entregaba voluntariamente a la Marina, para así librarse de la presión a la que estaba sometido por romper un maldito cristal. Que lo habría pagado, por Dios. Menuda gente más rara había por el mundo.
-Bueno, ¿A qué hay que ir a ver al rey ahora, Señor Árbol?- no dijo su nombre por no meterlo en un apuro, no fuera a buscarle un lío mientras el otro lo salvaba. Y también tenía cierta curiosidad por conocer al rey de aquel sitio. Por cómo era la isla, podría ser un Sombrerero o algo peor. ¿Tal vez un Den Den Mushi?
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