Byakuro y Shiki en la isla de los animales largos

Byakuro llevaba un rato viendo pasar a aquel león. No era una manada. Solo era un león, pero muy largo. Era la mezcla perfecta entre un león y un perro salchicha. O un perro espagueti. No se podía saber. Los cuartos traseros del animal acabaron llegando tras un rato, y continuaron su camino. Vaya, aquella era una isla muy rara. Byakuro empezó a caminar por aquella vasta llanura. A veces se encontraba con algún árbol extremadamente alto, o una extraña formación rocosa estirada, pero en aquel lugar no había nada más.

- Esto es muy aburrido, Klaus. ¿Por qué hemos tenido que acabar aquí? -el cazador suspiró y creó una luciérnaga en su mano. El sol se acababa de poner hacía un par de minutos, y en aquella penumbra, el insecto brillaba como una diminuta estrella voladora.

Era un espectáculo precioso. Byakuro creó un par de insectos más, y los dejó volando a su alrededor. Escuchó un sonido lejano, como si de un aullido se tratase. ¿Lobos? ¿Tal vez algo interesante? El chico empezó a caminar hacia el lugar del que provenían los sonidos, una extraña montaña muy alta y delgada. En la falta, un tunel entraba en las profundidades, y afuera, un grupo de extraños animales alargados, similares a coyotes, lo observaban.

- Etto... vaya. -murmuró Byakuro, preparando su bastón mientras los coyotes le gruñían y rodeaban.

Byakuro pegó un respingo al ver como una flecha pasaba a su lado, hacia uno de los coyotes. Claro que la cosa habría sido mejor si la saeta hubiera impactado en el objetivo, claro. Daba igual, ahora había dejado de ser el centro de atención de la mayor parte de los animales. Los observó durante un instante. Generó una serie de enormes púas de roca bajo tres de ellos, y fue recorriendo el conjunto de animales de un lado al otro, como una oleada. Cuando un animal era empalado, la púa desaparecía hundiéndose en el suelo de nuevo para aparecer otra igual un par de coyotes más allá.

Un par de animales empezaron a correr de vuelta a su guarida en el túnel. Byakuro apuntó con su bastón tridente a los animales mientras se alejaban a toda velocidad. Cuando el peligro hubo pasado, se giró para ver quién había disparado aquella flecha. Una figura a unos cuantos metros, en la oscuridad. Envió sus luciérnagas hacia ella, para ver quien era. Los insectos revolotearon alrededor de la chica, iluminándola parcialmente. Byakuro creyó ver unos rasgos familiares.

- Tú... me suenas de algo... -murmuró el chico, mientras se acercaba a la chica. Paso a paso, en la penumbra, hasta quedarse a un par de metros de ella, iluminado únicamente por la luna que acababa de salir en el cielo y sus luciérnagas.

¿Quién era aquella chica? El cazador vio su pelo oscuro, sus ojos expresivos, y su expresión de alegría. Tardó un par de segundos en reconocerla. Demasiadas mujeres habían pasado por su vida. Y entonces cayó en la cuenta: Jaya, un tiempo atrás. Una agradable tarde en la playa, un bikini azul mojado con agua de mar.

- Helena, hacía tiempo... -miró su expresión triste y sus palabras le sentaron como una patada en el estómago-. ¡No, no estés triste! -el cazador le puso las manos en los brazos, y apretó con suavidad-. Claro que no me he olvidado de ti... -Klaus gruñó en el hombro de Byakuro y empezó a caminar pasito a pasito por su brazo hasta llegar al hombro de la chica-. Mira, Klaus también se acuerda de ti. -el animal empezó a cambiar de color, para ponerse de un color ambarino, como los ojos de la chica.

La penumbra iba adueñándose del cielo nocturno, y las luciérnagas se convirtieron en la única luz además de la luna del cielo. Era bastante íntimo y agradable. A lo lejos, un grupo de grillos empezó a amenizar la noche con su serenata.