El último reducto: Mariejoa (Capítulo: Parte II)

La explosión lo derribó y lo dejó aturdido, con lo que el halo desapareció y sus alas se volvieron negras de nuevo. Sacudió la cabeza, atontado, y se incorporó. El gyojin había explotado, sin más. ¿Qué narices había pasado? Notaba una presencia muy poderosa cerca. ¿Tendría algo que ver con aquello? En fin, los chicos parecían intactos. Escuchó entonces el discurso de su padre. ¡Mierda! ¡Llegaba tarde! Su padre estaba llevando a cabo su plan ante sus mismas narices. "No puedo confiar en que el Gobierno logre pararlo a tiempo. Lo mataré yo mismo. Karl debe llevar ya horas combatiendo y estar cansado. Lo destruiré con la energía divina de mi forma de Luzbel. Él no me hará daño... por alguna razón, aun me guarda cariño. Lo usaré como ventaja."

- Tengo cosas que hacer. Suerte, y procurad no morir - le dijo a los tres chicos.

Desplegó sus alas y alzó el vuelo rápidamente, elevándose en el aire. Comenzó a sobrevolar la ciudad. Había peleas por todos lados, pero la peor era cerca de los jardines del Gorosei. Vio una gigantesca explosión que reventó un enorme terreno, y una mujer de aspecto animalesco (¿Una zoan?) salió disparada. Entre el humo distinguió una figura. No cabía duda... era él. Pensó en atacarle a saco, pero no era tan idiota. Lo odiaba, pero no iba a dejarse cegar por sus emociones hasta ese punto. Bastante suicida es ya lo que voy a hacer" Voló hacia él velozmente, descendiendo de manera gradual. Se fijó por el camino en un hombre de pelo negro y ropas oscuras que parecía estar vigilando. Se elevó unos metros para pasar a una distancia prudencial y se dispuso a seguir volando.

- Padre, voy a por ti - dijo, con una mirada de determinación.

Isma no prestó atención cuando se llevaron al peliverde, este observando el panorama, que cada vez se tornaba más lúgubre. Pronto no habría más que un bando ganador, encima de una gran pila de cadáveres. ¿Un bando ganador? No, nadie ganaría en esta guerra. Ni el final de la corrupción por parte del gobierno era excusa para esta masacre. Lo único que conseguirían los revolucionarios sería alargar una guerra que ya debería haber acabado. Desconocía quién acabaría en pie, pero de un modo y otro, la guerra solo llevaba a más guerra. Nunca podrían conseguir lo que esperaban alzando sus armas en pos de combatir. Y por si fuera poco, el almirante Kurotora reveló su traición. Poniéndose de parte de los revolucionarios. Sus palabras, sin duda, traerían aliados a su causa, pero también grandes enemigos. Todo iba a explotar de un momento a otro, más de lo que ya lo había hecho. La verdadera bomba aún contaba los minutos para estallar al final.

Poco después vio una escena más cercana, algo que le dejó sin habla. Alex traía consigo y Farkas a Dark. Le faltaba un brazo, una pierna e incluso un ojo. -(¿Qué te ha pasado...?- Pensó Isma, viendo el estado deplorable del moreno. Él que se había alejado del grupo y ahora volvía destrozado. ¿Qué clase de monstruo le había hecho eso? Se maldijo a sí mismo. Quizás si le hubiese apoyado no estaría así, aunque, seguramente no hubiera sido capaz de seguirle los pasos al moreno, y se habría convertido en un estorbo. Alex pidió que lo atendieran. Ya estaba vendado, pero seguía siendo preocupante. Se acercó a él y le miró con decepción, pero decepción por sí mismo. -Lo siento, amigo. Todavía no soy suficiente fuerte ¿Verdad?- Decía este, esbozando una falsa sonrisa para evitar llorar una vez más. -Ojalá fuese como tú, como Shun o como Alex. Quizás así podría protegeros...- Continuó.

Alex lo interrumpió con un discurso. Alegando que estaba orgulloso de todos ellos. ¿Orgulloso? ¿De un cobarde? No, aquellas palabras no iban para él. O eso creía. No había hecho nada por sus compañeros, no tuvo el valor de luchar cuando más lo necesitaban y ahora uno de sus compañeros estaba inconsciente y al borde de la muerte si esas vendas no detenían la hemorragia. Pero ahora, el líder de los cazadores se debatía por lo que debía hacer. Pedía consejo a sus más cercanos para hacer lo correcto. Era una decisión difícil, y antes de que el cobarde pudiese contestar, apareció Rayne. ¿Rayne? Era la hija de Dark. Intentó golpear tanto a Isma como a Alex, antes de ir con su padre para lamentarse por lo ocurrido. Tras esto empezó a golpear al capitán de Lupus Custos por no proteger a su padre. Una vez pareció calmarse, le dio una dirección y le comentó su plan. Algo bastante insensato en un lugar como aquel, aunque nadie la escucharía. El metal de las espadas sonaba más fuerte que cualquier conversación.

-¿De piedra?- Preguntó Isma, esta vez con una sonrisa sincera. -Después de tanta desgracia, una buena noticia apaciguará su pena. Nada le devolverá a tu hermana, pero vosotras sois las únicas que podéis frenar ese dolor. Gracias por venir, Rayne.- Sabía que Dark, por muy orgulloso y cerrado que fuese, sentía un gran pesar por Kiseki. No podría olvidarla y tampoco querría. La única salida era aprender a vivir con ese dolor. Tras esto miró a Alex y le puso una mano en el hombro. -Yo soy el menos indicado para dar mi opinión o para decidir por ti. Tú eres el líder y tú tienes la última palabra. Todos confiamos en ti, pero si de algo sirve mi palabra, esta guerra ya no tiene cabida. La revolución solo traerá consigo más sangre y el gobierno no se echará atrás. No hay ganadores en una guerra que busca la cabeza de su enemigo como símbolo de victoria. Esto ha llegado demasiado lejos...- Ya no era cobardía, era realidad.

Resumen:

Joseph utilizó un den den mushi para pedir la asistencia de una unidad médica y en poco tiempo llegaron allí. Empezaron a tratar a todos los que podían, pero dieron prioridad a Garland que estaba en peor estado. Desinfectando las heridas y tratando las quemaduras con distintas cremas. Aquello no sería suficiente y el capitán lo seguía. Quería encontrar a Krauser, pero no podía seguir en esas condiciones. No le importaba morir por sus compañeros, por la marina, defendiendo lo que él creía justo y por lo que tantos años había luchado, pero ni si quiera era capaz de moverse. Su cuerpo había llegado al límite. El dolor era inhumano y sus piernas no respondían. Estaba sentado, con estas cruzadas, mientras los soldados le trataban las heridas.

No podía marcharse sin más. Sería una vergüenza para sus reclutas, para sus compañeros y para todo el ejército. Había gran cantidad de hombres que perderían la vida en esa batalla, que se sacrificarían en pos de defender sus creencias y lo que aman y él no podía ser menos. Apartó a los médicos de forma amable y se levantó entre muecas de dolor. Se le hizo difícil ponerse en pie y tuvo que apoyarse en su martillo. -(Vaya... ¿En serio este es mi límite? ¿Un simple calamar más grande de lo normal y un trío de delincuentes sin importancia?)- Pensaba este, recordando los viejos tiempos, cuando aún era Vice-almirante. -(Qué patético te has vuelto Garland. Los años no pasan en vano...)- Se hablaba a sí mismo para intentar aceptar la realidad.

-Perdonadme chicos... Que mal que me veáis así. No esperaba aguantar tan poco, pero me temo que no puedo continuar.- Mantuvo un tono agradable, no quería sonar triste, aunque quizás su expresión denotaba algo de melancolía. -Esto no es más que un contratiempo. Me recuperaré, pero ni si quiera puedo moverme. Soy incapaz de dar un paso. ¿Cómo puedo presentarme ante Krauser de esta forma?- Empezaba a plantearse la retirada por mucho que le doliese. No era su culpa, no podía hacer más. Tan solo sería un estorbo. -Sé que no tengo derecho a pediros nada en mi estado actual. Es lamentable, pero prometedme una cosa. Prometedme que no moriréis. No perdáis la vida en esta guerra, tenéis mucho camino por delante. Aún sois jóvenes y con vuestra determinación llegaréis alto. No hace falta que huyáis, pero no os sacrifiquéis en vano.- Tras estas palabras, el grandullón calló de bruces al suelo. Estaba inconsciente y no sentiría el golpe.

Uno de los marines de la unidad médica se acercó para ver su pulso y comprobar si continuaba respirando. Miró aliviado a los demás y les dijo que solo estaba durmiendo. Garland necesitaría reposo si quería que todas sus heridas sanasen y poder moverse con soltura. Pero esta vez no sería durante años. Ahora sus compañeros podrían tener una excusa para dejar la guerra. No era lo que buscaba, pero era la oportunidad perfecta. Debían poner a salvo a su compañero, y no solo a él. Aún si no habían sufrido tanto daño como este, Joseph y Kaishi también necesitaban tratamiento. Mientras estaba inmerso en sus sueños, no pudo escuchar el discurso de Karl ni todo lo que se avecinaba.

Resumen:

A pesar de sus palabras, en pos de calmar a sus compañeros, no consiguió nada. Había soltado un bonito discurso en vano, al menos para la mayoría. Su líder era el único que supo apreciarlo. Los demás en cambio se enfadaron porque pensaban que no se lo había comentado a ninguno por falta de confianza, e incluso empezaron a pensar que había favoritismos con la mujer. Era lógico que ella poseía armas psicológicas que ninguno de ellos podría conseguir, pero no había hecho nada para ganarse la atención de Madara. Simplemente actuaba como ella creía conveniente, siempre pensando en los demás y preocupándose por ellos, y lo único que recibió fue desprecio. Quizás se equivocaba al pensar que era un buen grupo. El líder era la única persona que le había demostrado que valía la pena estar allí. Los demás parecían un atajo de chicos inmaduros que se negaban a ver la realidad. Incluso prefirieron lamentarse por tonterías que por la pérdida de un amigo. -(Idiotas...)- Pensó ella, bastante decepcionada por la actuación de estos.

Siguió al moreno, que intentó concienciar al pelirosa, pero al parecer tampoco funcionó. La cosa se estaba caldeando, y en cualquier momento el dragón estallaría. Seguidamente, Madara agarró al hombre pez que habían derrotado y lo entregó a los cargos altos de la marina. Quizás obtenían una buena recompensa y una valoración positiva por tal hazaña. Aunque no había tiempo para minucias. De un momento a otro, hubo una gran explosión en el centro y una voz que alertaba la llegada de la revolución. Cientos de personas caían del cielo, descendiendo con paracaídas. Algunos perdían la vida mucho antes de llegar a tocar el suelo, pero no podrían acabar con todos. Sintió una ligera brisa, pero no le prestó atención. Ayane estaba desconcertada. Creía haber presenciado la peor guerra, y esta estaba aún por llegar. Incluso uno de los almirantes de la marina se había revelado y se había unido al gobierno. Era una locura, pero no más que la aparición de aquel idiota. El hermano de Madara se unió a los recién llegados y la chica pudo notar como su capitán presenciaba incrédulo aquella insensatez Incluso empezó a gritar para que este cediese de sus ideas. Si no hacía algo, todo acabaría muy mal.

-Mero mero no Beam.- Pronunció, a la vez que de sus manos salía un pequeño rayo hacia las piernas del moreno. Si conseguía petrificarle podría detenerlo durante un momento, aunque era increíblemente fuerte, probablemente la destrozaría sin más. Pero no fue así, ni si quiera llegó a hacer efecto. El rayo se desvaneció sin más y no surtió efecto. Al parecer la rabia lo consumía. Ya no había pensamientos impuros en aquel hombre, no al menos en aquel momento. Ayane suspiró y empezó a correr golpeando el rostro de su capitán poco después. Sabía que su fuerza era nula al lado del hombre dragón y que apenas la haría nada, pero si no lo calmaba, su ira llegaría demasiado lejos. -¡Tranquilízate, Madara!- Exclamó ella, zarandeándolo. Quizás no era la mejor forma, pero pocas eran viables. -Entiendo que puedas estar enfadado, pero no ganas nada dejando que tu ira te consuma. ¿Acaso no es tu hermano? Si es la mitad de fuerte que tú, ¿Qué es lo que temes?- Dijo esta, suponiendo que aquel hombre sería muy poderoso al tener la misma sangre. -No cometas una locura de la que te puedas arrepentir. Si quieres apoyar a tu hermano, adelante, yo te seguiré aunque me juegue la vida, pero no actúes bajo la furia. Haz lo que realmente sientes.- Mientras lo decía, dejó de zarandearlo y puso su dedo índice en la zona donde estaba el corazón.

Seguramente no saldría ilesa de aquella batalla. Si participaba era muy probable que muriese, pero no podía retroceder. Quería apoyar a su capitán y además, ¿Cómo demostraría que las mujeres eran igual de fuertes que los hombres si huía a la primera de cambio? Tenía que arriesgarse, aunque aún no estuviese preparada. Pero tampoco se suicidaría.

Resumen:

Saber que Shi se encontraba mejor me alegraba, así que nos dispusimos a seguir avanzando. Escuchamos un alarido a lo lejos, no sabía si sería buena idea ir en busca de aquello, pero... y si era algo importante? No podíamos dejar escapar una oportunidad. Y en cierto modo ya daba un poco igual, pues la vida sin peligro, no sería algo... entretenido. -Ese alarido está cada vez más cerca.- Esas palabras me salieron de golpe. Tenía curiosidad en cierto modo por ver lo que era, aunque al igual que un poco de preocupación por si nos veíamos en peligro, ya que con el estado de Shi poco podíamos hacer. A pesar de todo lo tenía claro, le protegería, por eso tenía ganas de ver lo que nos esperaba.

Alex no le había dejado ir con él a por Goru... y dado que acababa de jurarle lealtad, no podía desobedecer. Vaya fastidio. Aun encima, aquella guerra le traía malos recuerdos. Tiempos que prefería no recordar. Con un suspiro, se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y la katana sobre el hombro. Necesitaba meditar... y de paso, recuperar fuerzas y preparar su siguiente ataque.

- Avisadme si algo se acerca - dijo, sin abrir los ojos.

Quería estar a la altura de los combatientes que estaban en aquel lugar. Y para ello, iba a dejar ya preparado un ataque devastador y brutal. Respirando con lentitud y concentrándose en su poder, comenzó a hacer girar viento en círculos en el aire, a una decena de metros sobre él. Y poco a poco lo fue comprimiendo en un mismo lugar. Entonces comenzó a hacer girar más viento y que cada vez girase en círculos más cerrados, comprimiéndolo también en torno a la primera ráfaga. Siguiendo ese proceso, comenzó a crear una bola de aire comprimido de un tamaño no mucho mayor a un puño. Era un trabajo lento y que necesitaba la concentración que sólo un experto en la meditación como Shun podía alcanzar. En aquel pequeño punto había concentrado tanto aire como el que habría en una habitación. Una vez lo liberase, sería un golpe letal.