La hora de la verdad [Capítulo Parte II]

La isla es, por decirlo de alguna manera, oscura. Una nube negra hace permanente la noche en el Reino de Hallstat y las múltiples industrias, de dimensiones colosales, hacen imposible ver nada más allá de un gigantesco muro de hormigón hacia el interior. Para los que desde el interior de la Isla observan el panorama, los mismos muros hacen que el mar sea invisible, así como un campo extensivo de cultivo rodea todo el gran Castilo de Derian, asentado en una escarpada montaña sin ninguna aparente subida posible. También algunos pueden contemplar, fijándose bien, en unos pequeños agujeros en medio del suelo, que en la lejanía no parecen tener ninguna relevancia, pero andan cerca de los silos y graneros.

El paisaje en la costa es mucho más perturbador, sin embargo. De cara al mar, cientos de barcos avanzan desde todas las direcciones hasta Hallstat, y al Sureste un enorme submarino con la bandera de Derian encalla. Una buena forma de presentarse en la capital del Imperio, sin duda, aunque algo loca. En la zona Este, por otro lado, un gigantesco barco con quilla de Dragón avanza hacia Tierra Firme, y al Noroeste una serie de barcos sin bandera se acercan peligrosamente al territorio atacando todo lo que se cruza en su camino.

Parece que las hostilidades han comenzado, es hora de actuar.

El mar tenía un aspecto precioso, negro y profundo bajo el cielo nocturno, o lo que fuera que tiñera el cielo de negro. Era como si le llamase, como si le invitase a sumergirse en sus profundidades y perderse en el fondo marino. Frío, relajante y, sobre todo, silencioso. Arribor Neus echaba de menos el silencio y consideraba seriamente la posibilidad de zambullirse entre las olas y no volver jamás a la superficie. Y todo por culpa de su estúpida conciencia, esa pequeña parte de sí mismo que le dijo que no estaba bien dejar morir a alguien con el que no tenía problemas solo por ser irritante. Ojalá se hubiese caído solo de la barca, así no habría tenido problemas en dejarlo hundirse a plomo.

Aquel error le persiguió durante toda la semana que pasaron en alta mar. El Okama estaba innecesariamente agradecido, más teniendo en cuenta que fue su propio salvador quien le lanzó al agua y quien empezaba a dudar si tirarlo de nuevo. Este había pasado días ejercitando en el reducido espacio del bote, quejándose del "pasado-color-del-cielo-tan-de-año-pasado" y contándole cosas sobre su vida, hasta el punto de que, en lugar de palabras, empezó a oír un sonoro y agudo pitido cada vez que hablaba, lo que en realidad agradecía. Y lo peor de todo, si es que podía haber algo peor, era que el muy idiota no llevaba comida. ¿Quién se echaba a la mar sin provisiones? Bueno, él lo había hecho varias veces pero siempre tenía al menos una pipas a mano.

El hambre había hecho que un viaje duro de por sí, resultase insufrible. Cada vez que orinaba por la borda tardaba un buen rato, ya que sospechaba que el travesti clavaba sus pasionales ojos en su espalda; cuando lavaba su ropa en el mar tenía que hacerlo cuando el calvo y solía poner a Franklin a vigilar; además apenas dormía, unas veces por hambre, otras por miedo y otras porque sorprendía al Okama dibujándole en poses poco decentes. Eso le hizo enfadar tanto que tiró las pinturas y los lienzos por la borda. Y a punto estuvo de tirar también a Franklin cuando se rió de él. Pero sus risas pararon en cuanto vio que también había dibujos suyos.

Pero por fin, después de una interminable serie de imágenes mentales de sí mismo matándose o matando a su molesto guía, había llegado a Hallstat. Aunque ya casi ni se acordaba de que diablos quería hacer allí. Solo pensaba en encontrar algo de comer en algún lugar silencioso.

La costa de la capital del reino del conde... "¿Cómo puede tener un reino o un imperio y seguir siendo conde?", pensó... estaba aparentemente rodeada por un maldito muro de cemento que ni siquiera dejaba ver la isla a parte de una relativamente estrecha franja de tierra. Al principio pensó en escalarlo o atravesarlo pero según se acercaba vio que en realidad eran gigantescas construcciones. Fábricas, según le indicó su emocionado fan. No le importaba lo que hiciesen allí pero pensó que sería de agradecer encontrar una que fabricase galletas.

Antes incluso de que el bote tocara tierra, Arribor saltó sin previo aviso, agradeció de malas maneras el viaje y huyó con Franklin en el bolsillo antes de que el Okama pudiese seguirlos. "¿A quién quieres engañar?", dijo una vocecita en su mente, una que le había hablado cada vez más a menudo según transcurrían los últimos siete días. "Sabes que no te librarás de él así. Y lo peor es que seguro que alguien te ha visto llegar en ese ridículo barco con pompones". Pero tenía que intentarlo de todas maneras.

Echó a correr en dirección a... bueno, hacia delante, y acabó encontrando un tesoro sin darse cuenta. El tesoro en cuestión era una mesa de merendero, bastante fuera de lugar, pero le resultaba suficientemente atractiva como para que ni siquiera reparara en los soldados sentados a su alrededor. Franklin pareció oler también la comida porque salió de su chaqueta en su forma híbrida y se transformó en morsa una vez en el suelo. Arribor lo miró. Tenía ese brillo en los ojos que indicaba que no pensaba dejarle ni un bocado, y por experiencia sabía que tendría que ser más rápido que su mascota si quería comer algo.

Ambos se miraron durante un segundo, mientras varios soldados se acercaban a ellos, espada en mano. Luego echaron a correr como si alguien hubiese dado una señal que solo ellos oían. Los hombres frente a ellos volaron literalmente cuando los arrollaron sin siquiera verlos. No dejaba de extrañarle la estúpida velocidad a la que podía correr Franklin cuando tenía hambre. ¡Incluso le estaba adelantando! Iban a llegar ya a la mesa, donde había otros soldados. La morsa iba a ganarle y sabía que lo primero que haría sería babear toda la comida para que él no se la quitase. ¡Ya había llegado! Un hilillo de baba colgaba ya de su boca, sobre un jugoso pollo asado y...

-¡¡¡APÁRTATE, BESTIA!!! -exclamó con furia, pateando el cuelo gris de la morsa y mandándola por los aires, para luego lanzarse a por la comida, parando solo a "explicarles amablemente y con respeto" a los comensales armados que ellos no estaban invitados al festín.

Acciones:

"Hasg... no, eso no. Jarst... no, así tampoco es. ¿Cómo se llamaba este sitio? Ehmm... ¿Wellington? No, tampoco". Maki llevaba ya un buen rato intentando recordar el nombre de la isla a la que le habían llevado sus nuevos amigos. Sabía que tenía una "a" en alguna parte pero no recordaba mucho más. Casi echaba de menos cuando para él las islas, en vez de tener nombre, solo eran borrones oscuros visto desde debajo del agua. En aquellos tiempos era mucho más fácil porque él podía inventarse los nombres. Aunque curiosamente a todas solía llamarlas "Cacho de tierra en la superficie" y luego un número para diferenciarlas. Poner nombres nunca había sido lo suyo.

Ni siquiera se le había dado bien ponerse a sí mismo un nombre falso. Los ghouls le habían llamado Miss Terioso durante un tiempo, pero ya no recodaba de qué le sonaba aquel nombre y les dijo que dejasen de llamarle así. Durante la última semana, probó con varios nombres falsos más, sin recordar ya el motivo por el que necesitaba un nombre falso. Se hizo llamar Almirante Superstar, Men Tiroso y Armando el Mataghouls, aunque este último resulto un tanto desafortunado. Así que al final les confesó su verdadero nombre, todo para que al final acabasen llamándole "comandante".

El comandante llevaba ya una semana conviviendo con los ghouls y todavía no entendía porqué le habían llevado a Hestal, Garstal, Disneyland o cómo diablos se llamara aquel lugar. Era un sitio de lo más siniestro. Le daba miedo. Todo eran grandes edificios grises y huertos raros, además de un montón de gente yendo y viniendo. Una vez incluso le pareció ver a un árbol andar por ahí como si nada pero eso no tenía sentido. Con el cielo permanentemente negro ningún árbol podría andar, todo el mundo sabe que los árboles necesitan Sol para caminar.

Pero nada de eso importaba. "Si no te gusta, adáptate. Si no te gusta, adáptate", se repetía una y otra vez. Y eso hacía. Había aprendido rápidamente que los edificios grises no sabían bien, que su reina, Derian Markov, tenía una gran facilidad para dormirse y que Dimitri, el caracol lector de mentes era tan frío y distante que pensaba que seguía enfadado con él por haber intentado comérselo. Y eso no le convenía, no cuando se había dado cuenta de algo tan importante. El cielo siempre estaba oscuro, y eso solo podía significar una cosa.

-¡¡¡Es el fin del mundo!!! -gritó a todo pulmón cuando le explicaron que el cielo era siempre así y que en aquel lugar no salía el Sol. -Gastaos los ahorros, comeos todo lo de la nevera, da igual. El mundo se acabará hoy, chicos.

Había Arribado a las costas de una extraña isla, me encontraba escoltado por los guerreros contra los cuales había combatido tan solo asía una semana, tras una dura lucha, había logrado convencerlos de que no era su enemigo, no obstante para cerrar el trato al comprometer a ayudarlos a tomar venganza contra aquel que casi los aniquila. La decisión la había tomado en parte también porque al enfrentarme con ellos había matado a tres de los suyos y deseaba retribuirles esas perdidas de alguna forma la perdida de tan valientes guerreros.

Pude observar que el lugar en el que nos encontrábamos era aterrador, las sombras predominaban y ni un as de luz lograba penetrar entre las nubes, al observar en dirección al mar me percate de que un gran buque se aproximaba así nuestra posición. No sabia si eran enemigos o aliados solo sabia que ahora estaba en el bando de los guerreros Ireos por lo tanto, me quedaría apoyarles a derrotar al enemigo que pudiera surgir de aquel navío. Mientras tanto tome las precauciones que considere prudentes, empece a producir tanto adhesivo como me fue posible para cubrir una parte de la playa, sabia que mi máximo por el momento eran 500 litros, los cuales me permitieron cubrir una zona de unos 10 metros.

Luego me use a cubierto, esperando a que los que pasaran por esa zona se quedaran adheridos al suelo, use luego por precaución adherí a mi cuerpo un par de explosivos de esta forma podría tomarlos con rapidez de ser necesario. Ahora desde mi punto de observación me dispuse a esperar, debo admitir que me sentía un poco intranquilo, mientras reflexionaba sobre la circunstancias que me habían llevado a involucrarme en esta guerra. Solo esperaba salir bien librado de todo esto.

Aquel estaba siendo el trabajo de infiltración más duro de su vida. Los niveles de seguridad, si bien no eran nada que pudiera con él, eran un auténtico estorbo y entorpecían enormemente su trabajo. A medida descendía, tardaba más en avanzar. Si Derian se había tomado tantas molestias en ocultar lo que quiera que hubiese en el último nivel, desde luego había algo gordo de verdad. Había pasado de una vigilancia casi nula a un número muy elevado de guardias, hasta el punto de que prácticamente tenía que ir todo el rato con el mimetismo activado y esquivando al mismo tiempo a soldados y alarmas. Pero lo peor era el factor psicológico. Issei podía aguantar bien bajo presión. A pesar de que llevaba más de una semana sin ver el sol ni sentir ni una mísera brisa, soportaba bien la claustrofóbica atmósfera. Lo horrible era la tensión constante, y el estar sorteando alarmas y cámaras cada vez que salía de sus escondrijos. Lo peor es que no podía salir de los almacenes y salas que empleaba para descansar hasta que lo hiciesen otras personas, para evitar que las cámaras grabaran puertas abriéndose solas. Y más frustrante era no poder leer la mente de los guardias para anticiparse a sus movimientos o conseguir información. ¿A qué se debería? ¿Estaban al tanto de sus poderes y se habían blindado? No, eso era improbable. Debía haber otro motivo, y que aquello fuese algo accidental.

En aquel momento estaba en uno de los refugios que estaba empleando, un almacén. Tenía un plan para pasar al siguiente nivel, y aunque no era la mejor idea del mundo, comenzaba a agotársele el tiempo. Llevaba ya desde el día anterior perfeccionando un disfraz, y ahora sólo le faltaba ponérselo. Se puso una gabardina negra sobre su traje, y se quitó el sombrero. Acto seguido cogió el tinte que había improvisado con su kit de maquillaje, y se lo aplicó al pelo. Se tapó la cabeza con un plástico mientras este se le tintaba, y esperó agazapado en una esquina, rezando para que ningún guardia entrase. Una vez terminó, se sacó el plástico manchado y lo ocultó en unas cajas, comprobando a continuación la verosimilitud de su disfraz con un espejo. Se empalideció un poco la piel con el kit, y se puso unas lentillas con el iris gris claro. Ahora su disfraz era bastante impecable.

nuevo aspecto:

Escondió su sombrero, despidiéndose de él con cierta pena. Dado que era difícil que tuviese la oportunidad de recuperarlo, ya conseguiría un nuevo. Ahora venía lo difícil. Camuflado con su mimetismo, se desplazó a lo largo de la prisión evadiendo las trampas y a los guardias como lo había hecho hasta ahora, hasta llegar al centro de control de aquel piso. Aguardó hasta que un guardia salió, y se coló en la puerta en ese momento. Puso un pie para evitar que se cerrara, lo que lo dejaría atrapado dentro hasta que alguien volviese a pasar. La sala era pequeña, y estaba ocupada mayormente por un enorme aparato lleno de pantallas que mostraban lo que veían las cámaras de seguridad de ese sector. Un único guardia vigilaba en aquel momento las cámaras, con pinta de aburrido. El agente se acercó sigilosamente al panel de control y aprovechó un momento en que el hombre estaba bostezando para pulsar el botón del ascensor. El mismo comenzó a descender hacia aquel piso. Ahora le tocaba moverse con rapidez. Abrió un poco más la puerta entreabierta, tras comprobar que no había moros en la costa y tratando de no hacer ruido, y comenzó a moverse hacia el ascensor. Durante unos tensos segundos, creyó que no llegaría a tiempo o que le pillarían por el camino, pero logró llegar hasta el ascensor antes de que las puertas se abrieran. Se coló dentro en cuanto lo hicieron, se colocó en una esquina y se incorporó, volviéndose visible. Entonces salió con calma y seguridad del lugar, fingiendo un aire aburrido. Había tenido poco tiempo para estudiar al doctor Cooper, pero podía imitar algunos de los gestos que le había visto. Ignorando a todo el que se encontró por el camino, se dirigió al pasillo donde estaba la puerta al sexto nivel. Al llegar a este, miró al hombretón que la custodiaba, como evaluándolo y dijo:

- Vaya, eres de los grandes. Me pregunto cuánto durarías ante mi nuevo ácido - soltó una risa - Su Majestad me ha ordenado ir al sexto nivel. Asuntos de Estado, déjame pasar.

Don Falcopone estaba caminando por aquella ciudad de un aspecto peculiar sin preocuparse demasiado por los acontecimientos que estaban a punto de suceder, las personas no estaban precisamente relajadas o eso es lo que le parecia, al menos iba acompañado por uno de sus mas leales miembro de la Agencia, el buen Vincenzo, pocas han sido las veces que el Don ha estado en una ciudad subterranea...Aunque realmente estaba acostumbrado a visitar ciudades de los diferentes mares con el fin de aumentar mas mi influencia y favorecer mas el prestigio de la agencia Gialvanni, sin duda su padre Morello Gialvanni estaría orgulloso de el , Falcopone se quedo observando las construcciones del lugar y esas extrañas luces de la cual tuvo apartar la vista, es una ciudad subterranea, pero parece ser incluso que hasta habian construido una especie de "sol" con tanta iluminación, a medida que continuaba caminando por la calle con sus elegantes ropajes y despampanantes joyas, saco de su bolsillo derecho de la camisa uno de sus magnificos puros de alta calidad, le puso la boquilla dorada y lo encendip con delicadeza seguidamente dio una fuerte calada notando como el humo pasaba a sus pulmones, sin duda una sensación bastante agradable y tranquila, como de constumbre no solia expulsar el humo manteniendolo en su interior.

-Estoy cansado de viajar tanto... lo que uno hace con el fin de mantener una buena imagen-

Se quejo mientras se llevo su otra mano a la espalda crujiéndose sus huesos, la ultima vez donde habia estado fue en el North Blue donde habia realizado una obra benefica en el reino de Reino de Lvneel donando varios millones al gobierno para la construcción de nuevos hospitales y su incondicional apoyo al "orden" ademas de ser un medio para ganarse una buena postura ante el gobierno mundial. Sin embargo esta vez el Don pronto se vio sorprendido por los soldados que comenzaban a andar de arriba para abajo como locos, sin duda parecían que las cosas iban a ponerse feas de verdad y pronto.

-¡Toughjojojo!- dio otra calada a su puro mientras miraba a los soldados,

-Mira eso Vinci, parece ser que va a ver problemas, yo aqui soy un ciudadano honrado, si me pasa algo tendre que hablar con la buena marina, uno parece que ya no puede gozar del placer de ser generoso con los gobiernos vecinos-,

Falcopone saco un fajo de billetes de su bolsillo arrojandolo a los ciudadanos varios berries a su paso para recibir el apoyo de cuantos les rodeaba, si hay algo que le gustaba al Don era fardar de su poder economico y no dudara en aprovechar para ganarse el favor del pueblo para que lo relacionen como una buena figura para ellos.

-Mantengámonos expectantes a ver que es lo que ocurre, tal vez pueda sacar un buen pellizco de la situación...-

Donde coño me eh metido y que ah pasado con la chica que estaba en el mar.

Inaga había completado su camino llegando por fin a Hallstat, después de sortear la tormenta en mar abierto se sentía lleno de vida, la emoción de la aventura y la adrenalina liberada en su organismo son muy adictivas y el monje las adoraba. En su camino había divisado cientos de barcos, algunos piratas y otros sin bandera, alguna noche hasta le pareció escuchar gritos en el barco.

Cuando llego a Hallstat lo primero que le llamo su atención fueron las oscuras nubes antinaturales que cubrían la isla. Por si le hacía falta Inaga se coloco en el antebrazo un objeto que poseía desde hace bastante tiempo, hecho por un antiguo Shichibukai llamado bengala solar el cual si las cosas se ponían feas podría usar para “iluminar” el ambiente. Mientras vagaba por la isla escabulléndose de las múltiples patrullas busco refugio en unas cuevas, las cuales le llevaron a una bóveda enorme la cual parecía poseer un sol en miniatura.

Durante una semana Inaga vago por las catacumbas en busca de algunas inscripciones en las paredes e intentando preguntar a los habitantes de la cueva por la situación actual y el porqué de que se encontraban allí refugiados.

Durante este tiempo Inaga se movía en su estado gaseoso intentado escuchar alguna conversación que no tendrían si él se encontraba presente, para alimentarse se dedico a robar pocas cantidades de comida, lo justo para estar bien alimentado y sin falta de fuerzas.

Al cabo de siete días el monje empezó a escuchar fuertes ruidos en la superficie, por lo que se decidió a volver arriba para empezar el que sería un nuevo capítulo de su historia.

El viaje en la nave prácticamente me había puesto al límite de mi autocontrol, tanto por las ganas de matar algo como por el comportamiento del incorregible y odioso mapache que nos acompañaba, por mucho que dichas locuras nos hubieran llevado a buen destino. En más de una ocasión me enzarcé en violentas discusiones con Xanxus en las que, si bien nuestros gritos resonaron por todo el submarino, no llegamos a herirnos en ningún momento, aunque sí a empezar a mostrar levemente los signos iniciales de nuestras transformaciones.

Afortunadamente no hubo que lamentar ningún desperfecto ni enfrentamiento, puesto que ambos nos conocíamos bien y sabíamos el por qué de nuestros temperamentos y cuándo detenernos. Además, nuestras muestras de poderío habían aterrado lo suficiente al resto de mercenarios como para no oponerse a nosotros, y eso había facilitado sensiblemente nuestra travesía.

Y por fin, tras varios días de agobio general, todos pudimos respirar aire fresco. O lo que se suponía que era el aire fresco de aquella isla, pues le embargaba una terrible sensación que no había podido identificar pero que me ponía los pelos de punta. Con la ayuda de mi escudo que había llevado guardado durante todo el viaje para no impedir todavía más mis movimientos, cargué los cadáveres del submarino y los tiré al agua antes de dirigirme a tierra. Desconocía si ahí había alguno más que los tres navegantes muertos y el imbécil que me insultó, pues no presté mucha atención a si había matado o no a alguien durante el viaje para saciar mis instintos. De todas formas, su aspecto empezaba a ser deplorable y no quise acercármelos mucho por precaución, así que tampoco pude intentar identificarlos.

"Ya ves tú qué problema... si nos preguntan, diremos que dieron problemas y que nos querían vender al Gobierno Mundial, y problema solucionado."

Me sacudí las manos enguantadas, cargué el escudo sobre mi espalda con mis armas y pisé tierra, finalmente. Allí vi al pistolitas hablando con el mapache y, no muy lejos, la irritante joven que nos había conseguido llevar hasta allí. Con un suspiro exasperado, me dirigí al grupito intentando que la chica no fijara su atención sobre mí, tarea condenadamente difícil si se tenía en cuenta mi tamaño.

La señora me dio de forma amable, las cinco y yo emprendí mi camino de regreso. En siete putos días no hubo mucho que hacer, prácticamente era una extraña paz de la cual disfrutaba. Mientras tanto, aprovechando la semana, busqué al tipo de la foto pero sin resultado exitoso… Una semana no iba a bastar para encontrarlo. Suspiré de forma relajada mientras me estiraba en la roca en la cual estaba sentado, mirando cómo se acercaban los enemigos. Estaba a unos cuantos metros de la costa, casi al final de todo el ejército. ”Si que tardaron en llegar. Ya me estaba aburriendo” – pensaba con mucha calma. A pesar de la situación, estaba muy calmado, quizás, porque estaba confiado en mí fuerza o, incluso más probable, estaba subestimando a las fuerzas enemigas… Sí, definitivamente, era la segunda opción. ”Y por eso morirás… Otra vez.” – no pude evitar soltar una leve risita.

– Vienen los enemigos. Nuestros invitados han llegado… – empecé a decir con fuerza a todos mis soldados. – Por favor… Démosle una gran bienvenida. Hay que ganar esta batalla. – Dije mientras me bajaba de la piedra, me acomodaba mi camiseta negra y empezaba a avanzar al frente. Mi corazón empezaba a latir con mucha fuerza y no podía estar más emocionado. ¿Quiénes vendrían en esos enemigos? ¿Algún almirante? ¿Dexter? Sea quien sea solo esperaba que fuera un tipo bastante fuerte y que me hiciera dar mi cien por ciento ”Bien. Aquí vamos” – me hice tronar los huesos de la mano, del cuello y de la espalda. Estaba listo para quien viniera… O eso creía.

Mi mantra no tardó en reconocer dos presencias conocidas, más que conocidas y que, además, venían con un grupo bastante grande. Se trataba de Deathstroke y Worgluv ”¡¿Qué hacen aquí?!” – me grité a mí mismo tratando de creer lo que sentía… ¿En serio Dexter los había mandado a este lugar? Estúpido dragón, aunque… Tenerlos a ellos me podía servir, necesitaba el comunicador para ir viendo sus movimientos y, de ese modo, estar pendiente desde dónde y cómo atacaría. Podía servirme en caso de necesidad y podría ser el modo para que él supiera que estaba vivo.

– Escuchen, no se acerquen a donde este peleando. No aseguraré su sobrevivencia si lo hacen. Mientras, defiendan este lugar a muerte. No pasa nadie. – Ordené mientras me dirigía a donde estaban las presencias de mis nakamas. No tenía idea de cómo iban a reaccionar, pero si sabía lo que debía hacer. Detener su avance un tiempo y convencerlos de que me… ¿prestaran? Sí, prestaran aquel comunicador. No tardé mucho tiempo en llegar y ahí los vi. A su grupo y a ellos.

–Vaya sorpresa… De todos no me esperaba encontrármelos a ustedes. – me crucé de brazos mientras sonreía. – Seguramente los envió Dexter a esta isla, ¿verdad? – estaba ignorando al resto de su grupo, pero los miraba de vez en cuando para estar alerta a sus movimientos. – Si ese es el caso, el más probable de todos, lo siento. No pasaran. Si me dicen que vinieron a apoyar a Derian, podría pensarlo… ¿Qué harán, chicos? – dejé de estar cruzado de brazos mientras mi puño derecho brillaba con mi Busoushoku. – Les doy dos opciones, regresar por donde vinieron… O tratar de derrotarme… Lo cual sería imposible para todos ustedes. – Finalicé con un tono arrogante y egocéntrico. Esperaba que regresaran y no tener que luchar ante ellos, no era un traidor, pero ante tantos enemigos viéndonos no podía actuar de otra formas ”¡¿Qué más puedo hacer?!” – maldije el día en el que conocí a Derian, en el que perdí ante él y le quedé debiendo algo… Maldito sea ese vampiro.

Lo había logrado, en parte. Había logrado escapar y poder navegar en mi barco. Una maldita semana me había tardado en llegar a Hallstat. En el viaje, no hubo muchos problemas y logré descansar lo suficiente como para recuperar todas mis energías que había perdido en mi pelea ante aquel viejo del ajedrez. Lo recordaba con bastante claridad, fue un duro rival y lo quería enfrentar de nuevo. Al menos, tener la chance de hablar con él y ver su punto de vista sobre lo que pasaba con el mundo. Esperaba que sobreviviera a esta guerra… Y bueno, yo también debía sobrevivir. Aunque claro, eso era un hecho, era imposible que muriera. Mis nakamas me estaban esperando y debía volver con ellos, no los iba a abandonar.

Llegué a la par que unos barcos de la marina. Al menos tenía más gente a mi alrededor y de, alguna forma, eran mis propios refuerzos. No me gustaba la idea de colaborar la idea de tener que ayudar a esos malditos, pero si era por derrotar a ese maldito de Derian… Lo tenía que hacer. Aparte, no era idiota y sabía que no iba a poder derrotarlo solo. Suspiré con calma mientras empezaba a avanzar.

– Esta isla da miedo… – decía mientras notaba que la isla estaba en una eterna noche. – Es obvio que sea así… Si es un vampiro, querrá tener la ventaja siempre y tener sus poderes al máximo. Ese maldito… – solo pensar en él me enfadaba. Apreté mi puño derecho con fuerza. – No lo puedo perdonar. Debo acabar esta guerra, debo ir y vencer Derian – terminé por adelantar a los marines y quedarme a la cabeza. Mi caminar era algo rápido, pero aun así la idea era extraña y completamente suicida. Derian Markov era un Shichibukai bastante fuerza y, según lo que sabía, no había derrotas en su historial, lo cual no solo demostraba su poder, sino que, daba un historial horrible y sin precedentes. – Solo un poco más, chicos. Solo un poco más. Ya pronto volveré, chicos. – Finalicé con fuerza. ¿Qué iba a pasar? No tenía idea, solo había una cosa. Iba a derrocar a un tipo muy rudo y con ego más alto que Mariejoa. Su tiranía acababa ahora mismo.