De caza en la capital del agua [Pasado - Zackary, Rong y Aaron]

El sonido del agua era de lo más relajante, capaz de transportar al rubio a un estado de completa paz mental. No dejaba de sorprenderle el diseño de aquella ciudad y en ocasiones se sorprendía preocupándose más por la arquitectura del lugar que por la misión que debía completar. El día era soleado en Water Seven, como de costumbre en la capital del agua, y, también como de costumbre, Zack tenía que llevar a cabo una discreta tarea para el Gobierno Mundial. Su trabajo aquel día consistía en buscar a dos revolucionarios huidos del barco que los transportaba a la prisión durante una tormenta. Le resultaba curioso que hubieran conseguido escapar a pesar de que el barco hubiera naufragado pero la suerte era algo esquivo que él no tenía tiempo ni ganas de cuestionarse. Normalmente habrían enviado a unos cuantos marines para darles caza pero en ese caso el Gobierno Mundial sospechaba que pudieran tener conexiones con alguien importante en la isla y que les ayudaría a escapar.

El Ángel Negro desembarcó con calma tras dar una vuelta completa alrededor de la isla con el objetivo de comprobar el número de barcos que había. Él y su grupo habían avistado varios barcos piratas pero dado que su barco estaba camuflado pudieron evitar enfrentamientos innecesarios, aunque no podían descartar que los revolucionarios pudiesen colarse en alguno o hacer un trato para que alguna tripulación pirata los sacase de la isla. En cualquier caso eso no era asunto suyo; su tarea era encontrarlos en la ciudad, del control de los barcos que entraban o salían ya se ocupaban otros. Una vez en el puerto el joven agente se encaminó al centro de la ciudad en busca del ayuntamiento. Si de verdad esos criminales tenían alguna relación con algún funcionario influyente aquel sería el mejor lugar por donde empezar.

Al contrario que la mayoría de agentes, Zack vestía con una chaqueta blanca más propia de un cocinero que de un agente secreto. Por suerte sus superiores solían mostrar cierta flexibilidad con su forma de vestir siempre y cuando mantuviera al máximo el éxito en su trabajo. Además odiaba las corbatas. No tardó mucho en darse cuenta de que no conseguiría llegar caminando debido a la absurda cantidad de canales acuáticos que plagaban la ciudad. Resultaba mucho más fácil desplazarse por el agua que por las calles, así que preguntó y se acercó al puesto de alquiler de botes. No pudo evitar esbozar una sonrisa cuando vio que tendría que montar en una especie de lagarto para navegar por la ciudad. Un día curioso, sin duda.

Había llegado a Water Seven, la ciudad de los carpinteros. Desembarqué del barco y lo primero que hice fue ir al primer bar que me encontré a pedirme algo de comer. Estaba hambriento. La comida del barco no me gustaba ya que solamente servían pescado crudo. Me atendió una joven de ojos celestes muy bonitos. La verdad, me ponía algo sonrojado cuando me dirigía hacia ella. Le pedí tortas con chocolate. Tardó un par de minutos en traérmelo. Con su gran sonrisa y simpatía me trajo el alimento y me lo colocó amablemente en la mesa. Se retiró con cortesía y me dispuse a comer mientras observaba que aquel restaurante estaba lleno de turistas a los cuales, la gran mayoría, le pasaba lo mismo que a mí, no comieron nada en el barco.

Terminé de comer y llamé a la camarera sutilmente. Se acercó y me dijo que eran 45 berries por lo que abrí mi bolsa y los solté. Tras levantarme, la muchacha se quedó mirándome. Yo me sonrojé y ella se sonrojó. Nos quedamos un rato mirándonos hasta que un hombre el cual me sacaba una cabeza, vestido con una gabardina negra con lunares rojos pasó entre nosotros dos y nos interrumpió. La mujer se despidió como si estuviera nerviosa y se largó hacia dentro del restaurante. Yo, sin entender lo que sucedía y echándole una mirada a aquel hombre me dispuse a irme.

La ciudad era enorme, diría que la más grande donde había estado. Lo que más me sorprendió fue tener que montarme en una canoa para atravesar un canal el cual daba a una parte de la ciudad inaccesible a pie. Un hombre con los ojos rasgados me tendió la mano para ayudarme pisar tierra. Le di las gracias y se quitó su sombrero redondo haciendo una reverencia. Las personas allí eran demasiado amables con los turistas, tal vez quisieran algo, pero no lo sabía.

Las tiendas se veían lujosas, parecía como si estuviera en la parte rica de la ciudad. Me apoyé en la valla que daba hacia el canal para contemplar la vista y que me diera la brisa en el rostro para relajarme mientras observaba si ocurría algo.

Aquel extraño animal era de lo más útil. Se llamaba Yagara y parecía ser el medio de transporte más usado en aquella isla ya que eran capaces de moverse con total soltura por la inmensa cantidad de canales que plagaban la ciudad. El único problema era que al que le había tocado montar a él parecía gustarle demasiado la carne y cada dos por tres seguía su olfato y lo llevaba a una zona comercial donde la vendían. El rubio no encontró ninguna otra forma de poder continuar el camino que no fuese comprarle algo de comer pero no parecía que aquel extraño ser fuese fácilmente saciable. Había gastado casi todo su dinero y la criatura aún le miraba con cara de cordero degollado. Era realmente molesto.

-Ey, no voy a comprarte nada más. Muévete o devuélveme el dinero que me ha costado alquilar tus servicios. -Por desgracia el animal era eso, un animal, así que difícilmente le entendía. Al cabo de un rato de intentos absurdos para hacer que el Yagara se pusiese de nuevo en marcha no le quedó más remedio que moverse por sus propios métodos. No le gustaba la idea de tener que usar sus poderes en un lugar tan concurrido, al fin y al cabo la discreción era algo importante para su oficio y prefería que nadie se fijase en él de no ser necesario, pero era extremadamente molesto lidiar con esa obstinada criatura. El agente utilizó los poderes de su fruta y de su espalda brotaron un par de majestuosas alas justo antes de que se elevara cual águila real.

Una vez alzado el vuelo adoptó su forma completa y se elevó todo lo que pudo para que un ave tan poco común allí como la que él era no llamase la atención. Supuso que pocas veces se habían visto águilas en Water Seven pero no creía que nadie se fijara en un ave. Mientras sobrevolaba los edificios utilizaba su prodigiosa visión para buscar posibles amenazas en las calles, al gin y al cabo no sería raro encontrar criminales conocidos en una isla de la Grand Line. Nunca se podía bajar la guardia y menos si era un lugar famoso por sus excelentes carpinteros. Zack alcanzó la zona de astilleros y se posó en lo alto de una enorme grúa desde la que gozaba de unas vistas privilegiadas. Había tardado apenas unos minutos en llegar; debía haber volado desde el principio.