Un samurai sin señor [Byakuro y Shun]

Una melodía extraña, de alguna clase de instrumento de viento, llenaba el aire en aquella zona de la ciudad. Quienes la escuchaban sentían, por algún motivo, la profunda tristeza que transmitía aquel sonido. Sentado en el borde de una pasarela de madera, a varias decenas de metros sobre la superficie del mar, estaba un hombre de mediana edad. Vestía un kimono azul como el de los habitantes de Wano, y en su cinto llevaba dos espadas, una más grande que la otra. La larga era una katana, y tanto la vaina como el mango y la guarda eran de color blanco. La otra era una wakizashi con esas mismas partes en azul. Llevaba gafas y el pelo recogido en una coleta alta, excepto por dos mechones de pelo que le caían a los lados de la cara. Su rostro expresaba melancolía, a juego con su canción.

La música era lo único capaz de aliviar su intenso dolor. Aunque ni eso podía calmar el agujero que había dejado la Pérdida en su vida. Tras años de exilio sin un lugar al que llamar hogar, había encontrado a una nueva familia y a un señor al que servir. Un hombre fuerte, justo y poderoso. Y ahora, cuando se sentía feliz y completo de nuevo, Alex lo apartaba de su lado. Recordó el último encuentro con la gente de Lupus, y cerró los ojos, apretándolos con fuerza. Un samurai no podía permitirse el lujo de llorar. Por eso, su música era su llanto. Era su manera de expresar todas aquellas lacerantes emociones que lo destruían por dentro y que su estricto código le impedía expresar. Sin ella, se habría vuelto loco de dolor.

El Rey de los Cazadores había decidido que el gremio se separaría. Aun no sabía si sería temporal o permanente, pero al parecer tenía asuntos personales que quería resolver. Hacía ya casi un mes de eso, y el ronin desde entonces no había hecho nada en particular. Se había limitado a viajar de isla en isla, siguiendo la pista a criminales menores y tratando de mantenerse ocupado para evitar pensar. Pero a veces, eso era imposible. Entonces ahogaba sus penas con música y sake. A veces con más sake del que estaría bien visto en su país natal para un guerrero. Le avergonzaba reconocerlo. Sin embargo, nadie era quién para juzgarle. Acababa de perder por segunda vez en la vida un lugar al que pertenecer. Volvía a estar solo en el mundo, y sin objetivo ni meta que perseguir.

Su dolor era el dolor de un hombre que ya tan sólo espera a la muerte, tratando de espantar a los fantasmas de su pasado hasta el día en que fuesen a reclamar su vida.

Algo interrumpió el lamento de Shun. Lo notó acercarse por sus pasos antes de escucharlo hablar, pero hasta ese momento no le había dado importancia. Nada la tenía. Incluso casi deseó que fuese alguien con intenciones de retarlo. Un buen combate a muerte sería la mejor manera de olvidarse de sus penas, y reafirmar su sino como samurai. Sin embargo, no era eso lo que el destino le guardaba para aquel momento. Una voz joven y alegre lo sacó de su ensimismamiento y lo hizo girarse. Frente a él había un hombre de pelo blanco, con una marca violeta bajo el ojo izquierdo. Su aspecto le resultaba familiar, pero no hubiese sabido decir de qué. Bajó el instrumento, y observó el horizonte.

- Hay dolores capaces de minar la voluntad hasta del hombre más disciplinado - contestó, con una mirada cargada de cansancio vital.

Por un instante le tentó la posibilidad de comenzar a hablar y desahogarse. Contar sus penas y los tormentos que azotaban su mente. Sin embargo, hablar de aquellas cosas con un completo desconocido tal vez no fuese lo mejor ni lo más sensato del mundo. Es más, ¿qué hacía aquel tipo allí hablando con él? Tal vez lo había reconocido como el Kari no Ryoshu Shun Hiroyuki... lo cual podía implicar que tuviese intenciones hostiles hacia él. Activó su mantra, para llevarse una tremenda sorpresa. Empalideció de la impresión, y miró al chico como si hubiese visto a un muerto. Entonces, tras unos instantes se serenó y esbozó una sonrisa amarga.

- Entiendo... ¿has venido a llevarme contigo? Has tardado, Shinigami-sama. ¿Era necesario alargar tanto mi tormento?

Un ser sin aura... aquello sólo podía ser varias cosas desde su punto de vista: o una ilusión generada por alguien que pretendía hacerle daño, o un Dios de la Muerte que había venido a llevarse su alma al otro mundo. O eso, o definitivamente se había vuelto loco. Tal vez fuese eso último... o tal vez fuese a reunirse con Hinari e Ichiro. Cerró los ojos e inspiró lentamente para calmarse, reprimiendo un suspiro de tristeza. El recuerdo de su mujer e hijo aun dolía...

- Estoy listo - dijo, únicamente.

¿Barco? ¿Así que los Shinigamis se llevaban a los muertos en un barco? Fascinante. Y así que tenía poco espacio... ¿habría entonces muchos Shinigamis con una flota espectral para poder hacer todo el trabajo? En fin, era inútil preguntarse aquello. Comenzó a hacerse a la idea de dejar el mundo, cuando el Shinigami comenzó a pronunciar unas palabras muy extrañas. ¿Estaba frente a un Dios de la Muerte de verdad? ¿En serio necesitaban entrenar? Enarcó una ceja, extrañado, y siguió al chico. Un bastón... no parecía precisamente la clase de arma que hubiese asociado a un mensajero de la Muerte. Mientras caminaban, comenzó a pensar sobre el tema y las respuestas del chico. Algo no encajaba... ¿se habría equivocado en sus precipitadas conclusiones? En cuanto llegaron a lo alto de la cresta, en lugar de ponerse en guardia lo miró con extrañeza.

- Espera... tú no eres un Shinigami, ¿verdad?

Ahora quería descubrir qué era aquel hombre que carecía de aura. ¿Sería alguna clase monstruo? ¿Un oni? ¿Alguien que había perdido su alma? O tal vez debía plantearse seriamente la teoría de que se estaba volviendo loco...

- Eres consciente... de que no tienes aura, ¿no? - le dijo, parando para elegir con cuidado sus palabras - Es como si no estuvieses vivo.

Definitivamente estaba perdiendo la chaveta... si era un mero cazador, un humano, ¿cómo podía no detectar su aura? Su nombre le dio una pista de por qué podía ser eso: era Byakuro Kyoya, otro de los seis Kari no Ryoshu. ¿Existía alguien tan temible que hasta podía anular su presencia para evitar ser detectado? Qué poder más asombroso... y terrorífico, dado que implicaba que no podría estar seguro de su auténtico poder hasta que no combatiese contra él. Pero el joven peliblanco volvió a desmontar sus teorías: Byakuro no estaba vivo del todo. ¿A qué se referiría con eso? Aquello era cada vez más raro. En todo caso, no parecía precisamente un oni o un fantasma. Simplemente era un humano particularmente... raro. Shun asintió secamente mientras le estrechaba la mano y dijo:

- He oído hablar de vos.

El otro le preguntó su nombre, ante lo cual el samurai se sacó el sombrero cónico que llevaba colgando a la espalda. Dejó caer el fardo que llevaba con sus cosas, y apoyó el kasa en este. Acto seguido se colocó bien las gafas empujándolas hacia arriba con un dedo y dijo:

- Shun Hiroyuki, samurai de Wano - contestó - Decíais que queríais una pelea, ¿no es así, Byakuro-san? Yo no rehuyo un reto, así que acepto el desafío.

Retrocedió de un salto hacia atrás y la derecha, para dejar algo de espacio y que sus pertenencias no quedasen entre ambos. Con gesto serio, agarró la vaina de Meiyo (su katana) con la mano izquierda y la colocó en posición de desenvaine, girándola de tal manera que el filo quedase ligeramente hacia arriba. Acto seguido apoyó la mano sobre el mango, mientras activaba su mantra. No había mejor manera que conocer a un hombre que combatiendo.

- Cuando queráis - le indicó.

Al ver el ataque, Shun arqueó una ceja. ¿Era ese su estilo de combate? ¿Lanzar bastones? Ni siquiera iba particularmente rápido. Entonces se fijó en un fino hilo que salió de la mano del cazador, uniéndose al arma en pleno vuelo. "Entiendo. El problema será el retorno."El tono negro metálico del color del arma le indicó que había sido imbuida en haki, así que se agachó y se preparó para cargar de frente contra su rival y lanzarle un fuerte iai. Sin embargo, en ese momento Byakuro puso una cara extraña, como de alarma, y empezó a tirar del hilo. El recubrimiento de haki desapareció, y el bastón se desvió. Por un momento el samurai miró la escena un tanto estupefacto, pero al instante siguiente se recuperó.

- Casi logra distraerme...

Byakuro era un Kari no Ryoshu. Claramente aquello era alguna clase de estratagema para que bajase la guardia. Sin embargo, fuera lo que fuera, no iba a dejar que completase su plan. A una velocidad sobrehumana, se lanzó hacia el cazador con las manos sobre la katana, listo para el iai. No empleó toda su velocidad; no era un combate real. Ni siquiera llegó a ser una cuarta parte de la que podía alcanzar, aunque seguía siendo bastante rápido. Mientras se acercaba al cazador, comenzó a desenvainar. Sin embargo, a medio camino del golpe, giró el arma para golpear con el lado sin filo. No quería causarle un daño real. Trazó el ataque de manera ascendente, desde la cadera derecha de Byakuro a su hombro izquierdo. Sabiendo que su rival era usuario de haki, imbuyó su arma en este.

- Kuchibue no Ken, ¡iai! [Haki armadura nvl. 3]

La cara de Shun fue inicialmente de la más franca sorpresa, y luego fue pasando al desconcierto más absoluto, al tiempo que se echaba para atrás para evitar el corte. ¿Se había cortado el brazo? ¿Y sangraba negro? ¿Y por qué el brazo se había convertido en la misma sustancia que la sangre? Escuchó el ruido del bastón tras él, cortando el aire, y se volvió intangible. El bastón dividió horizontalmente la cabeza de Shun en dos mitades. Los bordes eran ligeramente azulados y ondeaban como si fuese tela movida por el viento. Entonces volvieron a a unirse.

- Qué dem... ¿eres usuario? Eso no me lo esperaba.

Era obvio que Byakuro no se estaba tomando el entrenamiento en serio. No tenía el mismo rígido concepto que tenían los practicantes de kenjutsu con respecto al entrenamiento. Envainó la espada algo decepcionado, pues si no iban a ir medianamente en serio no le apetecía entrenar.

- ¿Por qué te has cortado el brazo?

La voz del samurai denotaba cierta intriga. La verdad es que no acababa de entender las intenciones del otro...

Las palabras de Byakuro lo alertaron (a la vez que su haki) pero ya lo había pillado por sorpresa. Un brazo surgido de la tinta agarró su tobillo, y el cazador le lanzó un veloz ataque. Como acto reflejo, Shun agarró con la mano izquierda la vaina de Meiyo y le dio un golpe con el pulgar a la guarda para sacar la katana de la vaina. Entonces agarró el mango del arma a medio desenvainar e interpuso la hoja imbuida en haki en la trayectoria del bastón, todo eso a una gran velocidad. Había sido por puro instinto, porque su haki no había percibido ningún ataque. El samurai arqueó una ceja.

- Ya veo que eres un buen luchador. Disculpa mi malinterpretación de tu actitud - sus ojos brillaron - No tenías intención de golpearme.

El brazo que le aprisionaba se soltó cuando el otro lo pisó. Desapareció, y volvió a crecer en su lugar original. Interpretándolo como una señal de que había acabado el entrenamiento, soltó la katana y dejó que volviera a la vaina por la propia fuerza de la gravedad. Esta se envainó sola con un ruido metálico. Entonces Byakuro le preguntó por qué estaba tan triste, ante lo que Shun adoptó una expresión taciturna. Acababa de conocer aun a Byakuro... ¿estaba bien contarle a un desconocido sus penas? Se giró, y observó el horizonte desde lo alto de la cresta, con una expresión melancólica.

- Byakuro-san - dijo, con un tono de cansancio - ¿Alguna vez has sentido que no tienes nada ni nadie en esta vida? - esbozó una mueca y se colocó bien las gafas - Ni sueños que perseguir, ni compañeros con los que beber, ni un hogar al que regresar. La soledad y desesperanza más absolutas.

No le quedaba nada. Había tenido sueños y metas, pero habían muerto junto a su aldea natal y su señor. Había tenido incontables nakamas en su larga vida, pero estaban en su mayoría todos muertos, o le habían abandonado. Había amado, con fuerza e intensidad, pero hasta eso le había arrebatado. Era una cáscara vacía, un hombre que tan sólo se aferraba desesperadamente a lo último que le quedaba en la vida: su espada. Lo único que le restaba era continuar leal a sus principios, cazando criminales hasta el día en que sobreviniera su muerte.

Shun miró a Byakuro, inexpresivo. Entendía bien los sentimientos del joven. Seguir adelante era posible mientras quedasen fuerzas. Más aun si lograbas encontrar nakamas. Sin embargo, Shun había perdido los ánimos al disolverse Lupus Custos, y se había dejado llevar. Observando las cicatrices del otro, se giró hacia él y se empezó a abrir el kimono para mostrar su torso. Una gran variedad de cicatrices quedó a la vista. Casi parecía que estuviera tatuado de tantas marcas que tenía.

- Veo que tu padecimiento no fue mucho menor que el mío - dijo Shun.

Desde que había obtenido la Kaze Kaze había sido herido en muy contadas ocasiones. Sin embargo, durante la destrucción de Kamashi, había sido torturado hasta casi la locura por los bandidos. Sólo lo dejaron tranquilo cuando se quedó inconsciente y lo dieron por muerto. Aunque conservaba recuerdos peores de aquel día que su propio padecimiento. Se colocó el kimono de nuevo, conteniendo el dolor de los recuerdos. Las heridas físicas sanaban y dejaban de causar sufrimiento. Las heridas del alma podían llegar en cambio a ser una carga peor que las cadenas. Y tantas como llevaba Shun consigo le habían llevado a perder la esperanza. Por eso, cuando escuchó las palabras de Byakuro, lo miró sorprendido.

- ¿Me llevarías contigo, a un completo desconocido? - por primera vez en todo el rato, esbozó una media sonrisa y soltó una leve carcajada por lo bajo - Eres un hombre extraño, Byakuro-san.