Ichizake
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El traqueteo rítmico de las ruedas del carruaje sobre el adoquinado era lo único que rompía el silencio sepulcral que envolvía a Gerald y sus dos acompañantes. Uno de ellos no dejaba de mirarle fijamente, era el que no había dudado en manifestar su asombro por sus ojos violetas. El segundo parecía más distraído, sin duda adormilado por el viaje nocturno. Por su parte, Gerald leía con detenimiento el burdo contrato que le habían proporcionado.
-El precio es excesivo. -dijo al cabo de un rato.
-La mercancía lo vale, señor Reiner. -contestó el primer hombre, un tipo delgado de barba recortada y modales refinados, que no parecía encajar nada en una isla como Jaya, un refugio de piratas en constante decadencia.
-Las cosas solo valen lo que uno esté dispuesto a pagar por ellas y yo no estoy dispuesto a pagar tanto.
Su respuesta no satisfizo al vendedor pero eso a él le daba igual. Habían intentado timarle demasiadas veces y, aunque no solía hacer negocios con piratas, los reconocía en cuanto los veía. Las ropas caras y las palabras educadas no le engañaban, y el repugnante perfume no enmascaraba del todo el sutil olor a ron y vómito que emanaba del otro tipo. Sabía lo que eran y sabía que intentarían robarle.
-Deja que las pruebe y ya verás como le parecen baratas. -intervino el segundo hombre.
Gerald aceptó hacer una prueba antes de decidir nada, pero sabía que no cambiaría de opinión. Aun así, no le quedaba otra más que seguir las reglas del juego. Bajo la falsa identidad del empresario Elliot Reiner debía mantener cierta reputación si no quería echar a perder la utilidad de ese nombre. Además, para su venganza necesitaba dinero y el tráfico de armas era un negocio en auge. No es que le agradase demasiado pero era un mal necesario.
Poco después de dejar atrás las calles adoquinadas del puerto, se adentraron en la ciudad de Mocktown y bajaron del carruaje frente a un lúgubre bar. Las calles estaban repletas de piratas borrachos y gente peleando pero, por alguna razón, a sus curiosos vendedores les había parecido apropiado utilizar un elegante carruaje totalmente fuera de lugar. Sin duda era un patético intento de aparentar que eran gente adinerada, aunque lo único que lograban con eso era atraer miradas de codicia.
Dentro del bar, siguió las instrucciones que le habían dado los dos hombres. Ellos no le acompañaban sino que allí se reuniría con la persona que tenía una muestra de las armas que iba a comprar. Gerald se sentó en una mesa cercana a la pared, dejo su espada y el maletín con el dinero sobre la silla contigua y esperó. Se preguntaba cuanto tardarían esos idiotas en intentar matarle.
-El precio es excesivo. -dijo al cabo de un rato.
-La mercancía lo vale, señor Reiner. -contestó el primer hombre, un tipo delgado de barba recortada y modales refinados, que no parecía encajar nada en una isla como Jaya, un refugio de piratas en constante decadencia.
-Las cosas solo valen lo que uno esté dispuesto a pagar por ellas y yo no estoy dispuesto a pagar tanto.
Su respuesta no satisfizo al vendedor pero eso a él le daba igual. Habían intentado timarle demasiadas veces y, aunque no solía hacer negocios con piratas, los reconocía en cuanto los veía. Las ropas caras y las palabras educadas no le engañaban, y el repugnante perfume no enmascaraba del todo el sutil olor a ron y vómito que emanaba del otro tipo. Sabía lo que eran y sabía que intentarían robarle.
-Deja que las pruebe y ya verás como le parecen baratas. -intervino el segundo hombre.
Gerald aceptó hacer una prueba antes de decidir nada, pero sabía que no cambiaría de opinión. Aun así, no le quedaba otra más que seguir las reglas del juego. Bajo la falsa identidad del empresario Elliot Reiner debía mantener cierta reputación si no quería echar a perder la utilidad de ese nombre. Además, para su venganza necesitaba dinero y el tráfico de armas era un negocio en auge. No es que le agradase demasiado pero era un mal necesario.
Poco después de dejar atrás las calles adoquinadas del puerto, se adentraron en la ciudad de Mocktown y bajaron del carruaje frente a un lúgubre bar. Las calles estaban repletas de piratas borrachos y gente peleando pero, por alguna razón, a sus curiosos vendedores les había parecido apropiado utilizar un elegante carruaje totalmente fuera de lugar. Sin duda era un patético intento de aparentar que eran gente adinerada, aunque lo único que lograban con eso era atraer miradas de codicia.
Dentro del bar, siguió las instrucciones que le habían dado los dos hombres. Ellos no le acompañaban sino que allí se reuniría con la persona que tenía una muestra de las armas que iba a comprar. Gerald se sentó en una mesa cercana a la pared, dejo su espada y el maletín con el dinero sobre la silla contigua y esperó. Se preguntaba cuanto tardarían esos idiotas en intentar matarle.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.