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¡Reencuentro! ¡Los novatos de la Justicia! [Privado Amaiar-Silver][Pasado] {Dom 21 Feb 2016 - 20:13}
Hacía buen tiempo, y las nubes susurraban promesas de grandeza a los reclutas recién llegados. En ese día llegaba otro barco con gente nueva (y no tan nueva) al Cuartel de la Marina, en el Reino de Lvneel. No era la primera vez que Amaiar presenciaba el acto desde que lo habían destinado allí, tras su graduación unas semanas antes, por lo que decidió pasar el rato ayudando donde se le necesitase, como de costumbre, en vez de recibir a los nuevos integrantes en persona. Pensó que ya los iría conociendo poco a poco.
En los últimos días se había estado adecuando a la zona, conociendo los distintos lugares de interés, y acomodándose a su nueva estancia. El Centro era bastante grande, tenía que reconocerlo, pero no tanto como el Cuartel General que había en el Mar abierto, por lo que en comparación, no le costó nada. Ya le conocían en algunas partes del Cuartel, gracias a su entusiasmo para las tareas que, de otra forma, prácticamente nadie querría hacer. El mantenimiento del lugar era tedioso, pero el pensamiento de que alguien tenía que hacerlo, y que de esa forma estaba ayudando al progreso de la Justicia (de alguna forma), empujaban al muchacho a seguir adelante.
Particularmente, se le había solicitado en la cocina. Los recién llegados llegarían con hambre, seguramente, por lo que toda mano de obra extra se agradecía. Especialmente las de alguien con experiencia como él. Turnándose con otros reclutas no tan entusiastas, se dedicó a pelar patatas, fregar los platos, calentar las raciones y servirlas, entre otras cosas. Estaba contento de poder hacer algo productivo, pero no podía evitar la sensación de preguntarse cuánto faltaba para que le enviaran a una misión de verdad… Perdido en sus ensueños, Amaiar casi no se da cuenta de lo poco que faltó para que se le estropearan los guisados. Asegurándose de que nadie más había notado su despreocupación, volvió a poner sus empeños en preparar un almuerzo que el resto de reclutas no detestaran.
En éstas estaba cuando se fijó a lo lejos en una presencia familiar. No podía estar seguro, incluso con la gran vista que tenía, pero por un momento le pareció ver en el pasillo a un viejo amigo dirigirse a la zona de los catres. "No, no es posible". Pensó Amaiar. "A él lo mandaron a otro sitio bastante más lejos. No puede ser él. Aunque conociéndole podría haberla liado con algún oficial, y conseguido que le destinasen a un nuevo cuartel... Bueno, de todas formas tendrá que pasar por barra tarde o temprano, así que tendré ocasiones de sobra para confirmarlo". Y con estas ideas, el chico se centró de nuevo en su tarea.
En los últimos días se había estado adecuando a la zona, conociendo los distintos lugares de interés, y acomodándose a su nueva estancia. El Centro era bastante grande, tenía que reconocerlo, pero no tanto como el Cuartel General que había en el Mar abierto, por lo que en comparación, no le costó nada. Ya le conocían en algunas partes del Cuartel, gracias a su entusiasmo para las tareas que, de otra forma, prácticamente nadie querría hacer. El mantenimiento del lugar era tedioso, pero el pensamiento de que alguien tenía que hacerlo, y que de esa forma estaba ayudando al progreso de la Justicia (de alguna forma), empujaban al muchacho a seguir adelante.
Particularmente, se le había solicitado en la cocina. Los recién llegados llegarían con hambre, seguramente, por lo que toda mano de obra extra se agradecía. Especialmente las de alguien con experiencia como él. Turnándose con otros reclutas no tan entusiastas, se dedicó a pelar patatas, fregar los platos, calentar las raciones y servirlas, entre otras cosas. Estaba contento de poder hacer algo productivo, pero no podía evitar la sensación de preguntarse cuánto faltaba para que le enviaran a una misión de verdad… Perdido en sus ensueños, Amaiar casi no se da cuenta de lo poco que faltó para que se le estropearan los guisados. Asegurándose de que nadie más había notado su despreocupación, volvió a poner sus empeños en preparar un almuerzo que el resto de reclutas no detestaran.
En éstas estaba cuando se fijó a lo lejos en una presencia familiar. No podía estar seguro, incluso con la gran vista que tenía, pero por un momento le pareció ver en el pasillo a un viejo amigo dirigirse a la zona de los catres. "No, no es posible". Pensó Amaiar. "A él lo mandaron a otro sitio bastante más lejos. No puede ser él. Aunque conociéndole podría haberla liado con algún oficial, y conseguido que le destinasen a un nuevo cuartel... Bueno, de todas formas tendrá que pasar por barra tarde o temprano, así que tendré ocasiones de sobra para confirmarlo". Y con estas ideas, el chico se centró de nuevo en su tarea.
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No podía dejar de dar vueltas, una y otra vez, por la cubierta del barco. Estaba inquieto. Era lo que más odiaba de que me cambiasen de destino, el traslado. En mi opinión se perdía demasiado tiempo viajando, y no sentía especial atracción por la navegación. En cierto modo, no me transmitía demasiada seguridad estar en una gigantesca masa de madera y metal en mitad del mar. Pensamientos cuanto menos curiosos para un aprendiz de ingeniero y mecánico como yo, pero que no podía evitar. Después de todo, no hay nada como estar en tierra firme y disfrutar de un buen banquete. Fue con esos pensamientos en mente, la tranquilidad de un nuevo hogar y la promesa de buena comida, que pasé la mayoría de las horas de la última mañana de travesía. Pues antes del mediodía ya se podía ver el puerto de mi nuevo destino, el afamado reino de Lvneel.
Cuando finalmente atracamos, era de los primeros en fila para bajar del barco. Al igual que yo, muchos otros nuevos reclutas venían con sus corazones llenos de ímpetu y esperanza de una próspera carrera al servicio de la Marina. La mayoría de ellos jóvenes recién salidos de la academia. Mientras que yo, habiéndome graduado dos años antes que el resto, seguía siendo aún un simple recluta que no había conseguido ni un ascenso. Aunque eso se debía en gran parte a que todos los superiores que me habían tocado en mis anteriores destinos no eran más que una panda de ineptos, demasiado acomodados en sus puestos, que habían olvidado lo que significaba ser un marine.
"Espero tener más suerte esta vez".
Nada más llegar a los muelles la primera impresión que me dieron no era muy diferente de la del resto de los que había visitado. Barcos, marines y mercantes en su mayoría, anclados a lo largo del puerto. Y decenas de trabajadores de aspectos muy variados ocupados en sus quehaceres. Me tomé unos segundos para aspirar profundamente, me eché la mochila al hombro, me ceñí mi gorra de marine con orgullo y eché a caminar, en compañía del resto de reclutas, en dirección al cuartel.
Para mi sorpresa, la imagen que encontré al dejar los muelles no era para nada lo que esperaba. La mayoría de los comercios estaban cerrados, las calles sucias y deterioradas, con prácticamente nadie en ellas. Fue entonces cuando comencé a pensar que el gran número de nuevos marines destinados a ese lugar íbamos por algún motivo en concreto. Como fuese, tendría tiempo de enterarme bien de todo una vez en el cuartel. Así que me apresuré a llegar a este, siguiendo siempre al grupo y esperando que no tardásemos en llegar a donde nos llevasen y comenzar a recibir misiones lo antes posible.
Cuando finalmente atracamos, era de los primeros en fila para bajar del barco. Al igual que yo, muchos otros nuevos reclutas venían con sus corazones llenos de ímpetu y esperanza de una próspera carrera al servicio de la Marina. La mayoría de ellos jóvenes recién salidos de la academia. Mientras que yo, habiéndome graduado dos años antes que el resto, seguía siendo aún un simple recluta que no había conseguido ni un ascenso. Aunque eso se debía en gran parte a que todos los superiores que me habían tocado en mis anteriores destinos no eran más que una panda de ineptos, demasiado acomodados en sus puestos, que habían olvidado lo que significaba ser un marine.
"Espero tener más suerte esta vez".
Nada más llegar a los muelles la primera impresión que me dieron no era muy diferente de la del resto de los que había visitado. Barcos, marines y mercantes en su mayoría, anclados a lo largo del puerto. Y decenas de trabajadores de aspectos muy variados ocupados en sus quehaceres. Me tomé unos segundos para aspirar profundamente, me eché la mochila al hombro, me ceñí mi gorra de marine con orgullo y eché a caminar, en compañía del resto de reclutas, en dirección al cuartel.
Para mi sorpresa, la imagen que encontré al dejar los muelles no era para nada lo que esperaba. La mayoría de los comercios estaban cerrados, las calles sucias y deterioradas, con prácticamente nadie en ellas. Fue entonces cuando comencé a pensar que el gran número de nuevos marines destinados a ese lugar íbamos por algún motivo en concreto. Como fuese, tendría tiempo de enterarme bien de todo una vez en el cuartel. Así que me apresuré a llegar a este, siguiendo siempre al grupo y esperando que no tardásemos en llegar a donde nos llevasen y comenzar a recibir misiones lo antes posible.
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Viendo que tenía un momento libre en su cambio de turno, Amaiar se movió con disimulo hacia una zona de la cocina no transitada. Últimamente había adquirido la costumbre de hacer experimentos con distintos sabores y platillos, con el fin de observar y aprender de los éxitos (o errores. Casi siempre errores), y usar dichos conocimientos en la creación de recetas propias. En ese día, el joven decidió aprovechar las patatas y verduras que habían sobrado para hacer un puchero sencillo... pero en vez de carne, utilizó pescado como base. Un experimento rápido, fácil, y disimulable como un plato más.
Cuando el preparado estuvo en, lo que normalmente sería, su punto perfecto, el marine destapó el caldero y olió con fuerza. Arrugó un poco la nariz ante el fuerte olor que desprendía semejante atrocidad al principio, pero tras unos momentos, llegó a pensar que tampoco estaba tan mal. Pensando en a quién podría hacer probarlo esa vez se hallaba, cuando otro recluta se acercó, posiblemente alertado por el olor, y antes de dar ocasión a Amaiar para evitarlo, se llevó el caldero a la zona de servir diciendo con una sonrisa:
-Gracias, nos estábamos quedando sin puchero.
-¡Espera! ¡Ese no es...! - Amaiar no tuvo ocasión de terminar la frase, pues le daba miedo reconocer públicamente su extraña afición, la cual sólo compartía con unos pocos.
Algo atemorizado, se asomó con cautela para ver las reacciones que su horrenda creación podría provocar...
Cuando el preparado estuvo en, lo que normalmente sería, su punto perfecto, el marine destapó el caldero y olió con fuerza. Arrugó un poco la nariz ante el fuerte olor que desprendía semejante atrocidad al principio, pero tras unos momentos, llegó a pensar que tampoco estaba tan mal. Pensando en a quién podría hacer probarlo esa vez se hallaba, cuando otro recluta se acercó, posiblemente alertado por el olor, y antes de dar ocasión a Amaiar para evitarlo, se llevó el caldero a la zona de servir diciendo con una sonrisa:
-Gracias, nos estábamos quedando sin puchero.
-¡Espera! ¡Ese no es...! - Amaiar no tuvo ocasión de terminar la frase, pues le daba miedo reconocer públicamente su extraña afición, la cual sólo compartía con unos pocos.
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Tras un rato caminando por las calles llegamos al fin al cuartel. No era muy grande, especialmente si lo comparaba con el Cuartel del North Blue del que venía. Algo que me sorprendió, pues en un reino de tanto renombre como lo era Lvneel esperaba una mayor presencia de la marina. Ese detalle, junto con el claro deterioro que había podido observar durante todo el camino por la ciudad, no terminaban de cuadrarme. Como fuere, una vez habíamos llegado a nuestro destino nos condujeron por varios pasillos hasta llegar a una zona abierta en el interior del propio cuartel. Allí nos dejaron esperando otro rato, hasta que finalmente hicieron acto de presencia tres hombres, al parecer oficiales, pero ninguno con un rango superior al de Comandante a juzgar por su vestimenta y apariencia.
- Soy el Teniente-Comandante al cargo de este cuartel. - Se apresuró a presentarse uno de ellos. Dijo también su nombre, pero no presté la suficiente atención como para recordarlo - Los dos hombres que me acompañan son los oficiales bajo mi mando. Todos y cada uno de vosotros seréis divididos en grupos y asignados a uno de ellos. Se encargarán de daros vuestros nuevos trabajos y supervisaros. Trabajad duro, cumplid con vuestro deber y seréis recompensados. No lo hagáis, y acabaréis fregando letrinas en el agujero más lejano y oscuro al que pueda enviaros. Eso es todo.
Tras su inspirador discurso se marchó por donde había venido, dejando a los dos oficiales en compañía de otro pequeño grupo de marines, que comenzaron a asignar los grupos y trabajos que deberíamos desempeñar.
- El recluta Jack Silver: Grupo A; patrulla.
Hubiera preferido trabajar en el taller, es donde me sentía más cómodo, pero el trabajo de patrulla no estaba mal. Al fin y al cabo, en primera línea es donde un marine de verdad lucha por la justicia. Y me facilitaba la tarea que tenía en mente, descubrir el porqué del estado del reino. El oficial al que me habían asignado era un tipo alto, corpulento y con cara de pocos amigos. En resumen, compatibilidad cero. Pero como solía decirme a mí mismo, al menos desde que me habían obligado a ir a esas sesiones para tratar mis supuestos problemas de insubordinación e ira reprimida, no tiene que caerme bien para hacer mi trabajo.
Aclarados todos los puntos del día, y viendo que aún era temprano y tenía un par de horas antes de comenzar el turno, decidí no perder un instante y eché a correr por los pasillos hasta encontrar la cafetería. Nada más llegar, me hice con una bandeja y me puse en cola, esperando recibir una buena ración. A diferencia de mi nuevo oficial al mando, si que me convendría llevarme bien con el encargado de la cocina.
- Soy el Teniente-Comandante al cargo de este cuartel. - Se apresuró a presentarse uno de ellos. Dijo también su nombre, pero no presté la suficiente atención como para recordarlo - Los dos hombres que me acompañan son los oficiales bajo mi mando. Todos y cada uno de vosotros seréis divididos en grupos y asignados a uno de ellos. Se encargarán de daros vuestros nuevos trabajos y supervisaros. Trabajad duro, cumplid con vuestro deber y seréis recompensados. No lo hagáis, y acabaréis fregando letrinas en el agujero más lejano y oscuro al que pueda enviaros. Eso es todo.
Tras su inspirador discurso se marchó por donde había venido, dejando a los dos oficiales en compañía de otro pequeño grupo de marines, que comenzaron a asignar los grupos y trabajos que deberíamos desempeñar.
- El recluta Jack Silver: Grupo A; patrulla.
Hubiera preferido trabajar en el taller, es donde me sentía más cómodo, pero el trabajo de patrulla no estaba mal. Al fin y al cabo, en primera línea es donde un marine de verdad lucha por la justicia. Y me facilitaba la tarea que tenía en mente, descubrir el porqué del estado del reino. El oficial al que me habían asignado era un tipo alto, corpulento y con cara de pocos amigos. En resumen, compatibilidad cero. Pero como solía decirme a mí mismo, al menos desde que me habían obligado a ir a esas sesiones para tratar mis supuestos problemas de insubordinación e ira reprimida, no tiene que caerme bien para hacer mi trabajo.
Aclarados todos los puntos del día, y viendo que aún era temprano y tenía un par de horas antes de comenzar el turno, decidí no perder un instante y eché a correr por los pasillos hasta encontrar la cafetería. Nada más llegar, me hice con una bandeja y me puse en cola, esperando recibir una buena ración. A diferencia de mi nuevo oficial al mando, si que me convendría llevarme bien con el encargado de la cocina.
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Y allí se encontraba él, escondido detrás de una puerta como un niño tras las faldas de su madre. Una imagen para nada apropiada, se dijo a sí mismo, para un recluta de la fuerza armada más numerosa después de los Piratas. Numerosa, que no poderosa, se recordó. De lo contrario todo sería mucho más fácil…
Sin aguantar más la presión, decidió que tenía que enfrentar sus responsabilidades con la frente alta, así que avisó de que su descanso había terminado, y procedió a sustituir al confundido muchacho que se hallaba sirviendo, el cual se sentó a pelar verduras con un signo de interrogación gigante por rostro (figuradamente).
No pasaron ni tres personas arrugando la nariz ante el caldero, cuando Amaiar se fijó en que un poco más allá, hacia el final de la cola, un recluta había llegado corriendo. “Debe tener bastante hambre para correr así por un plato de este… mejunje” – pensó. – “Ya veremos si se le quita cuando pueda olerlo” – se dijo a sí mismo con amargura. Tenía la impresión de que se le escapaba un detalle por alto, pero no pudo darse cuenta de lo que era hasta que lo tuvo directamente de frente:
Jack Silver, excompañero (¿O ahora otra vez compañero?) de Amaiar, con una sonrisa más grande que la cara, esperando a que le sirviese una buena ración como en los viejos tiempos. Suspirando, el cocinero le puso su correspondiente cuenco, mientras se inclinaba ligeramente hacia adelante y susurraba: -No digas nada. Tira este cuenco y encuéntrate conmigo dentro de diez minutos en la puerta de servicio. – Tras lo cual, procedió a indicarle con la cabeza que prosiguiera la fila, y continuó sirviendo platos como si nada hubiese ocurrido.
Un minuto más tarde, tras convencer al primer recluta mencionado de que necesitaba hacer algo urgente, y dejarle sirviendo de nuevo con aún más preguntas que antes, Amaiar volvió a la cocina. En realidad le daba un poco de pena por el recién llegado, que se dejaba manipular pensando que el cocinero tenía mucho más tiempo de servicio de lo que de verdad llevaba. En la cocina se apresuró a calentar un poco de carne suelta y acompañarla con algo de verdura, y consiguió marcarse un record personal de “tiempo tardado en freír unas patatas” en un par de minutos, las cuales añadió al plato también. Por último cogió una magdalena de la sección desayuno, y con el plato en la mano se escurrió hacia la puerta de servicio, la cual entreabrió para ver si su amigo estaba esperándole.
Sin aguantar más la presión, decidió que tenía que enfrentar sus responsabilidades con la frente alta, así que avisó de que su descanso había terminado, y procedió a sustituir al confundido muchacho que se hallaba sirviendo, el cual se sentó a pelar verduras con un signo de interrogación gigante por rostro (figuradamente).
No pasaron ni tres personas arrugando la nariz ante el caldero, cuando Amaiar se fijó en que un poco más allá, hacia el final de la cola, un recluta había llegado corriendo. “Debe tener bastante hambre para correr así por un plato de este… mejunje” – pensó. – “Ya veremos si se le quita cuando pueda olerlo” – se dijo a sí mismo con amargura. Tenía la impresión de que se le escapaba un detalle por alto, pero no pudo darse cuenta de lo que era hasta que lo tuvo directamente de frente:
Jack Silver, excompañero (¿O ahora otra vez compañero?) de Amaiar, con una sonrisa más grande que la cara, esperando a que le sirviese una buena ración como en los viejos tiempos. Suspirando, el cocinero le puso su correspondiente cuenco, mientras se inclinaba ligeramente hacia adelante y susurraba: -No digas nada. Tira este cuenco y encuéntrate conmigo dentro de diez minutos en la puerta de servicio. – Tras lo cual, procedió a indicarle con la cabeza que prosiguiera la fila, y continuó sirviendo platos como si nada hubiese ocurrido.
Un minuto más tarde, tras convencer al primer recluta mencionado de que necesitaba hacer algo urgente, y dejarle sirviendo de nuevo con aún más preguntas que antes, Amaiar volvió a la cocina. En realidad le daba un poco de pena por el recién llegado, que se dejaba manipular pensando que el cocinero tenía mucho más tiempo de servicio de lo que de verdad llevaba. En la cocina se apresuró a calentar un poco de carne suelta y acompañarla con algo de verdura, y consiguió marcarse un record personal de “tiempo tardado en freír unas patatas” en un par de minutos, las cuales añadió al plato también. Por último cogió una magdalena de la sección desayuno, y con el plato en la mano se escurrió hacia la puerta de servicio, la cual entreabrió para ver si su amigo estaba esperándole.
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El hambre me iba invadiendo, mientras esperaba mi turno. Me estaba impacientando, hasta el punto de que me vi tentado de comenzar a golpear al resto de los reclutas y abrirme paso a bandejazos hasta la comida. Sin embargo, conseguí mantener la calma hasta que finalmente me tocaba. Para entonces, las ganas de comer eran tales que mi olfato obvió el extraño olor que desprendía el caldero del puchero y ni reconocí el rostro de quien me lo servía. Al menos hasta que el mismo se dirigió a mí, indicándome que me deshiciera de mi ración y me reuniese con él.
Tratando de entender lo que había ocurrido continué mi camino hasta llegar a una de las salidas de la sala, y me detuve junto a la papelera. Miré el contenido del recipiente que tenía delante, en apariencia un estofado normal, pero ciertamente con un olor algo extraño. Debía tirarlo, probablemente ni siquiera fuese comestible, pero tenía tanta hambre...
Minutos más tarde estaba fuera, en uno de los pasillos laterales, esperando junto a la puerta que supuse sería la de servicio y preguntándome si más tarde lamentaría haberme comido ese puchero en lugar de tirarlo. No pasó mucho más tiempo hasta que la puerta se abrió, e interrumpiendo mis pensamientos apareció tras esta un rostro que finalmente reconocí. Mi antiguo compañero y uno de los pocos amigos que había hecho durante mis años de academia, Amaiar. Y por si la sorpresa no fuese lo suficientemente agradable, llevaba es sus manos una bandeja con carne y patatas. Me abalancé sobre él y me hice con el plato, para acto seguido comenzar a engullir como si llevase días sin comer. Realmente me alegraba de volver a verle, pero tenía claras mis prioridades.
- Cuanto tiempo sin verte. - Le dije entre bocados - ¿Te destinaron aquí?
Tratando de entender lo que había ocurrido continué mi camino hasta llegar a una de las salidas de la sala, y me detuve junto a la papelera. Miré el contenido del recipiente que tenía delante, en apariencia un estofado normal, pero ciertamente con un olor algo extraño. Debía tirarlo, probablemente ni siquiera fuese comestible, pero tenía tanta hambre...
Minutos más tarde estaba fuera, en uno de los pasillos laterales, esperando junto a la puerta que supuse sería la de servicio y preguntándome si más tarde lamentaría haberme comido ese puchero en lugar de tirarlo. No pasó mucho más tiempo hasta que la puerta se abrió, e interrumpiendo mis pensamientos apareció tras esta un rostro que finalmente reconocí. Mi antiguo compañero y uno de los pocos amigos que había hecho durante mis años de academia, Amaiar. Y por si la sorpresa no fuese lo suficientemente agradable, llevaba es sus manos una bandeja con carne y patatas. Me abalancé sobre él y me hice con el plato, para acto seguido comenzar a engullir como si llevase días sin comer. Realmente me alegraba de volver a verle, pero tenía claras mis prioridades.
- Cuanto tiempo sin verte. - Le dije entre bocados - ¿Te destinaron aquí?
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– Cuanto tiempo sin verte. – Le dijo entre bocados – ¿Te destinaron aquí?
Su amigo, tan impaciente como estaba por comer, apenas mostró regocijo por el reencuentro. Si no lo conociera mejor, Amaiar hubiera pensado que no esperaba el reencuentro. Pero sabiendo lo que sabía, solo suspiró, sonrió y respondió:
– Yo también me alegro de verte, Silver. Bueno, en cierto sentido. A mí me destinaron aquí, pero estoy seguro de que a ti no, así que si estás delante mío ahora mismo, significa que te han trasladado… ¿Qué has hecho esta vez, granuja? – Viendo que estaba terminando el plato (aunque notó cómo evadía las verduras con la destreza de un espadachín), sacó la magdalena y se la ofreció. En el fondo se alegró de comprobar que, primero, no había perdido visión, y segundo, volvía a acertar con sus suposiciones. Pequeñas victorias personales, pensó.
Su amigo, tan impaciente como estaba por comer, apenas mostró regocijo por el reencuentro. Si no lo conociera mejor, Amaiar hubiera pensado que no esperaba el reencuentro. Pero sabiendo lo que sabía, solo suspiró, sonrió y respondió:
– Yo también me alegro de verte, Silver. Bueno, en cierto sentido. A mí me destinaron aquí, pero estoy seguro de que a ti no, así que si estás delante mío ahora mismo, significa que te han trasladado… ¿Qué has hecho esta vez, granuja? – Viendo que estaba terminando el plato (aunque notó cómo evadía las verduras con la destreza de un espadachín), sacó la magdalena y se la ofreció. En el fondo se alegró de comprobar que, primero, no había perdido visión, y segundo, volvía a acertar con sus suposiciones. Pequeñas victorias personales, pensó.
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La carne estaba realmente buena, al igual que el acompañamiento. A excepción de la lechuga y el tomate, que los detestaba y que con la maestría de un profesional y ningún disimulo los fui dejando a un lado. Mientras continuaba disfrutando de la comida, mi viejo amigo me contó que, en efecto, había sido destinado aquí al terminar la academia. Y supuso también de manera acertada que a mí me habían trasladado.
- Así es, este es mi nuevo destino. Y no es la primera vez que me trasladan, ya sabes, diferencia de opiniones con quien no debía. - Mi explicación parecía divertirle, como de costumbre. Aunque eso no era algo que me molestase.
Para cuando me había terminado el almuerzo él ya me estaba ofreciendo una magdalena, que gustoso acepté. Tras terminarla de dos bocados me puse de nuevo en pie, ya que me había sentado en mitad del pasillo a comer, y esperé a que mi compañero hiciese lo propio.
- Aún me queda un rato hasta que comience mi primer turno. Si estás libre ahora, podrías enseñarme un poco esto. - Le ofrecí.
- Así es, este es mi nuevo destino. Y no es la primera vez que me trasladan, ya sabes, diferencia de opiniones con quien no debía. - Mi explicación parecía divertirle, como de costumbre. Aunque eso no era algo que me molestase.
Para cuando me había terminado el almuerzo él ya me estaba ofreciendo una magdalena, que gustoso acepté. Tras terminarla de dos bocados me puse de nuevo en pie, ya que me había sentado en mitad del pasillo a comer, y esperé a que mi compañero hiciese lo propio.
- Aún me queda un rato hasta que comience mi primer turno. Si estás libre ahora, podrías enseñarme un poco esto. - Le ofrecí.
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- ¿Turno? Ah, la patrulla. Supongo que estarás contento en primera línea, en vez de fregando pasillos y pelando patatas como yo. - Dijo Amaiar con cierta amargura. Que quisiera ayudar no significaba que le gustasen todos los tipos de trabajo. Y si bien estaba más que acostumbrado, también encontraba tedioso la labor de limpieza, entre otras cosas. Prosiguió: - Si, he conseguido librar algo de tiempo, pero tendré que compensarlo luego. De momento no me molesta. La verdad es que comparado con el Cuartel General es pequeño, lo verás enseguida.
Con esas palabras dio comienzo un paseo por el cuartel. El más joven guiando al más experimentado, irónicamente. Pasaron por los "dormitorios", el campo de entrenamiento, diferentes secciones de oficio como la carpintería y la herrería, y la zona de descanso, entre otros. En total estuvieron más de una hora caminando y charlando, contándose cosas triviales y anécdotas, y hablando de lo que les depararía el futuro.
- Y ya estamos de vuelta en la cafetería, puerta de servicio y acceso a la cocina. - Dijo Amaiar. - Como mencioné antes, es difícil perderse ya que todo está cerca... - Hizo una pausa antes de continuar: - Dime, ¿Crees que nos espera algo mejor que esto? ¿Algo distinto, único y especial que recordar? Llevo varias semanas, pero nadie parece contarme nada sobre lo que está pasando, y fingen pensar que no me he dado cuenta de que algo huele a chamusquina, así que me aburro esperando a que nos den más detalles y nos llamen a hacer algo útil y productivo de verdad...
Con esas palabras dio comienzo un paseo por el cuartel. El más joven guiando al más experimentado, irónicamente. Pasaron por los "dormitorios", el campo de entrenamiento, diferentes secciones de oficio como la carpintería y la herrería, y la zona de descanso, entre otros. En total estuvieron más de una hora caminando y charlando, contándose cosas triviales y anécdotas, y hablando de lo que les depararía el futuro.
- Y ya estamos de vuelta en la cafetería, puerta de servicio y acceso a la cocina. - Dijo Amaiar. - Como mencioné antes, es difícil perderse ya que todo está cerca... - Hizo una pausa antes de continuar: - Dime, ¿Crees que nos espera algo mejor que esto? ¿Algo distinto, único y especial que recordar? Llevo varias semanas, pero nadie parece contarme nada sobre lo que está pasando, y fingen pensar que no me he dado cuenta de que algo huele a chamusquina, así que me aburro esperando a que nos den más detalles y nos llamen a hacer algo útil y productivo de verdad...
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- Realmente, no me importaría trabajar en la cocina. - Bromeé. Si bien no es que se me diese especialmente bien cocinar, trabajar cerca de la comida no podía estar tan mal.
Como le pedí, me guio por el cuartel, indicándome donde estaban los lugares más importantes al tiempo que me ponía al tanto de cómo funcionaban las cosas ahí. Básicamente, me contó lo que necesitaba saber para sobrellevar el día a día sin meterme en demasiados líos. Hacia el final de la visita, cuando ya nos dirigíamos de vuelta a la cafetería, decidí preguntarle sin rodeos por el estado de la isla. Pues tenía la esperanza de que el supiese algo al respecto. Mas no hubo suerte, pues como me contó llevaba poco tiempo trabajando ahí y aún no había podido averiguar mucho.
- Espero que sí. - Respondí a su pregunta - Al menos yo no me alisté para esto. Tendremos que trabajar duro y esforzarnos al máximo para comenzar a ascender. Después de todo, no podremos hacer mucho por la justicia si no nos lo ganamos antes. - Le dije con una amplia sonrisa, acompañando mis palabras con alguna que otra sonora palmada en su espalda - En cuanto a lo que sucede en esta isla, lo cierto es que a mi también me preocupa. Desde que llegué he visto algunas cosas que me escaman... Por ahora será mejor que me vaya ya. No quiero llegar tarde a mi primer turno. Nos vemos luego en la cena, y te contaré lo que averigüe.
Tras despedirnos, me dirigí sin perder un instante a la entrada del cuartel. Donde en teoría debía encontrarme con mis nuevos compañeros de patrulla.
Como le pedí, me guio por el cuartel, indicándome donde estaban los lugares más importantes al tiempo que me ponía al tanto de cómo funcionaban las cosas ahí. Básicamente, me contó lo que necesitaba saber para sobrellevar el día a día sin meterme en demasiados líos. Hacia el final de la visita, cuando ya nos dirigíamos de vuelta a la cafetería, decidí preguntarle sin rodeos por el estado de la isla. Pues tenía la esperanza de que el supiese algo al respecto. Mas no hubo suerte, pues como me contó llevaba poco tiempo trabajando ahí y aún no había podido averiguar mucho.
- Espero que sí. - Respondí a su pregunta - Al menos yo no me alisté para esto. Tendremos que trabajar duro y esforzarnos al máximo para comenzar a ascender. Después de todo, no podremos hacer mucho por la justicia si no nos lo ganamos antes. - Le dije con una amplia sonrisa, acompañando mis palabras con alguna que otra sonora palmada en su espalda - En cuanto a lo que sucede en esta isla, lo cierto es que a mi también me preocupa. Desde que llegué he visto algunas cosas que me escaman... Por ahora será mejor que me vaya ya. No quiero llegar tarde a mi primer turno. Nos vemos luego en la cena, y te contaré lo que averigüe.
Tras despedirnos, me dirigí sin perder un instante a la entrada del cuartel. Donde en teoría debía encontrarme con mis nuevos compañeros de patrulla.
Amaiar Silverfang
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Respondiendo a su última pregunta, Silver le dio un par de sus tradicionales palmadas en la espalda a Amaiar. Éste se juró a sí mismo que no le había roto ninguna vértebra, pero bien que el dolor que sintió fue similar. Dado que se le cortó la respiración (como de costumbre), no pudo pedirle que dejara de hacer aquello con la mano del brazo mecánico, al menos antes de que su compañero se fuera, y se hizo una nota mental de que tenía que acordarse la próxima vez, por su propio bien.
Tras ver a su amigo partir, suponía que no por mucho tiempo, decidió que si podía hacer algo con su tiempo también en ese momento libre que tenía, el día podría considerarse bastante completo. Decidió dirigirse a su zona de descanso y hospedaje (a la cual, por dejarlo simple llamó "su cuarto"), pues había algo que llevaba tiempo probando tarde tras tarde. Una vez allí se aseguró de que no había nadie y sacó sus espadas de debajo del colchón maltrecho que hacía las veces de cama. No es que su posesión fuera desconocida, pero alguien podría pensar cosas raras si lo veía en ese momento. Cuando sostuvo las espadas, ocurrió.
Su mente se vio abrumada por confusas imágenes, y tuvo que sentarse para no perder el equilibrio. Entre las escenas que pasaban rápidamente dentro de su cabeza, había un patrón. Amaiar se concentró e intentó ralentizar la serie, llegando a frenarla tras unos segundos. No era la primera vez que lo hacía, pero aún no se había acostumbrado. Se preguntaba si era cosa de las espadas, pues él no recordaba haber hecho eso nunca con ninguna otra arma. Confundido presuponía que parte de la leyenda sobre que las espadas estaban encantadas era cierta, y trató de indagar más en el asunto. Una gota de sudor corrió su frente por un lado, y palabras sin sentido acompañaban ciertas imágenes. "Kanshou" se mostraba junto a la espada negra. "Bakuya" junto a la blanca. Y se veía a sí mismo lanzando una mientras sostenía la otra en la mano contraria. La espada lanzada daba la vuelta en medio del aire y volvía como si fuera un bumerán a su persona. Y luego, salía del trance y se encontraba de nuevo mirando el techo del cuarto, respirando entrecortadamente, y preguntándose si podía sacar conclusiones a partir de lo poco que sabía...
Tras ver a su amigo partir, suponía que no por mucho tiempo, decidió que si podía hacer algo con su tiempo también en ese momento libre que tenía, el día podría considerarse bastante completo. Decidió dirigirse a su zona de descanso y hospedaje (a la cual, por dejarlo simple llamó "su cuarto"), pues había algo que llevaba tiempo probando tarde tras tarde. Una vez allí se aseguró de que no había nadie y sacó sus espadas de debajo del colchón maltrecho que hacía las veces de cama. No es que su posesión fuera desconocida, pero alguien podría pensar cosas raras si lo veía en ese momento. Cuando sostuvo las espadas, ocurrió.
Su mente se vio abrumada por confusas imágenes, y tuvo que sentarse para no perder el equilibrio. Entre las escenas que pasaban rápidamente dentro de su cabeza, había un patrón. Amaiar se concentró e intentó ralentizar la serie, llegando a frenarla tras unos segundos. No era la primera vez que lo hacía, pero aún no se había acostumbrado. Se preguntaba si era cosa de las espadas, pues él no recordaba haber hecho eso nunca con ninguna otra arma. Confundido presuponía que parte de la leyenda sobre que las espadas estaban encantadas era cierta, y trató de indagar más en el asunto. Una gota de sudor corrió su frente por un lado, y palabras sin sentido acompañaban ciertas imágenes. "Kanshou" se mostraba junto a la espada negra. "Bakuya" junto a la blanca. Y se veía a sí mismo lanzando una mientras sostenía la otra en la mano contraria. La espada lanzada daba la vuelta en medio del aire y volvía como si fuera un bumerán a su persona. Y luego, salía del trance y se encontraba de nuevo mirando el techo del cuarto, respirando entrecortadamente, y preguntándose si podía sacar conclusiones a partir de lo poco que sabía...
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Cuando al fin llegué a la entrada del cuartel ya se encontraban allí reunidos el resto de reclutas que, al igual que yo, habían sido asignados al Grupo A, encargado de las patrullas. Me acercaba a ellos con intención de saludarles para así darme a conocer a mis nuevos compañeros, pero no tuve tiempo, pues enseguida llegó el oficial con el que poco antes habíamos estado en el patio.
El tipo, con la misma expresión de seriedad con la que nos había hablado anteriormente, comenzó a dar órdenes sin perder ni un instante en explicaciones. Fuimos divididos en cuatro grupos, de cinco reclutas cada uno, y se nos asignó un área diferente de la isla a cada grupo. El primero fue enviado a la zona residencial, donde al parecer vivía la mayoría de nobles y demás gente influyente; otro al área comercial, donde se encontraban la mayoría de los negocios de cara al turismo de la isla, que según había oído era una de sus principales fuentes de ingreso; el tercero fue asignado a los barrios bajos de la ciudad, donde vivía la mayor parte de los habitantes de esta; el cuarto grupo, al que me asignaron, fuimos enviados a patrullar el puerto y los alrededores de este; y por último, el quinto grupo, dirigido por el propio oficial, serían los encargados del mismísimo palacio real.
Me alegré de no estar en los grupos uno y cinco, pues tratar con nobles y la realeza no era uno de mis fuertes. Me habría sido más fácil tratar con los problemas de la ciudad si me hubiese tocado el grupo tres, pero pensé que el puerto también podía valer. Al fin y al cabo, las tabernas donde se reuniesen los trabajadores serían el mejor lugar para reunir información.
Finalizados los preparativos, y cada vez más decidido a averiguar qué era lo que realmente estaba ocurriendo en esa isla, me encaminé al mismo puerto en el que había desembarcado esa misma mañana. Luciendo con orgullo mi gorra de marine y una amplia sonrisa en el rostro, y acompañado por mis nuevos compañeros. Mi nuevo trabajo comenzaba y esta vez estaba convencido de que todo iría mucho mejor. O al menos, no podía ir peor.
El tipo, con la misma expresión de seriedad con la que nos había hablado anteriormente, comenzó a dar órdenes sin perder ni un instante en explicaciones. Fuimos divididos en cuatro grupos, de cinco reclutas cada uno, y se nos asignó un área diferente de la isla a cada grupo. El primero fue enviado a la zona residencial, donde al parecer vivía la mayoría de nobles y demás gente influyente; otro al área comercial, donde se encontraban la mayoría de los negocios de cara al turismo de la isla, que según había oído era una de sus principales fuentes de ingreso; el tercero fue asignado a los barrios bajos de la ciudad, donde vivía la mayor parte de los habitantes de esta; el cuarto grupo, al que me asignaron, fuimos enviados a patrullar el puerto y los alrededores de este; y por último, el quinto grupo, dirigido por el propio oficial, serían los encargados del mismísimo palacio real.
Me alegré de no estar en los grupos uno y cinco, pues tratar con nobles y la realeza no era uno de mis fuertes. Me habría sido más fácil tratar con los problemas de la ciudad si me hubiese tocado el grupo tres, pero pensé que el puerto también podía valer. Al fin y al cabo, las tabernas donde se reuniesen los trabajadores serían el mejor lugar para reunir información.
Finalizados los preparativos, y cada vez más decidido a averiguar qué era lo que realmente estaba ocurriendo en esa isla, me encaminé al mismo puerto en el que había desembarcado esa misma mañana. Luciendo con orgullo mi gorra de marine y una amplia sonrisa en el rostro, y acompañado por mis nuevos compañeros. Mi nuevo trabajo comenzaba y esta vez estaba convencido de que todo iría mucho mejor. O al menos, no podía ir peor.
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Amaiar se levantó de la cama con la intención de resolver sus incógnitas de una vez por todas. No estaba dispuesto a vivir siempre a la sombra de la duda, por lo que se ajustó las armas y avanzó con cierta velocidad por el pasillo. Ya desde hacía un tiempo se le conocía por el lugar, y se sabía lo mucho que era de agradecer en sus aportaciones, por lo que nadie le decía nada, y todos hacían la vista gorda. El chico pensaba que no estaba mal como recompensa por los favores que siempre hacía. Cinco minutos hablando con la gente adecuada, y podía conseguir acceso a zonas que normalmente requerirían un rango o dos más para permitirle el paso.
Pasó las horas investigando, preguntando y removiendo papeles hasta que encontró lo que buscaba. Localizó la información pertinente, devolvió todo a su sitio, y se encaminó a puerto. Por lo que había oído, el grupo de Silver debía patrullar esa zona en concreto. Pero él sabía que era más un ejercicio de disciplina que de seguridad real, pues si algo o alguien accediera por puerto, habrían muchos más marines mucho mejor preparados que cinco reclutas mal adiestrados. Convencido de que su amigo no aprendería mucho de la experiencia en cuanto a actitud se refiere, consiguió mover algunos hilos, y se presentó delante de dicho grupo cuando aún estaban empezando la actividad.
- Escuchad, reclutas. Se me ha ordenado que os informe de que vuestras actividades patrulleras serán más aprovechables si os juntáis con el grupo tres. Además de esta forma también dispondréis de más efectivos si surge algún percance en los peligrosos barrios bajos. - Mantuvo una cara seria todo el rato, y evitó mirar directamente a Jack, para que no se notara la complicidad del asunto. Prosiguió: - Os acompañaré e informaré al grupo tres de estas nuevas instrucciones para que no hayan problemas luego con los registros y papeleos. Sin más dilación, espero por vuestro bien que no haya quejas al respecto... - Miró de forma sombría cada una de las caras, sabiendo que superaba en físico e influencia a cada uno de ellos (salvo quizá a Silver, con cuya colaboración esperaba contar), por si alguno pensaba ignorarle.
Y dicho eso, se dispuso a la cabeza de la marcha, sin mirar si le seguían o no, rumbo a los barrios bajos de Lvneel, convencido de que si el Destino no iba a buscarle, tendría que ir él mismo a buscar su Destino.
Pasó las horas investigando, preguntando y removiendo papeles hasta que encontró lo que buscaba. Localizó la información pertinente, devolvió todo a su sitio, y se encaminó a puerto. Por lo que había oído, el grupo de Silver debía patrullar esa zona en concreto. Pero él sabía que era más un ejercicio de disciplina que de seguridad real, pues si algo o alguien accediera por puerto, habrían muchos más marines mucho mejor preparados que cinco reclutas mal adiestrados. Convencido de que su amigo no aprendería mucho de la experiencia en cuanto a actitud se refiere, consiguió mover algunos hilos, y se presentó delante de dicho grupo cuando aún estaban empezando la actividad.
- Escuchad, reclutas. Se me ha ordenado que os informe de que vuestras actividades patrulleras serán más aprovechables si os juntáis con el grupo tres. Además de esta forma también dispondréis de más efectivos si surge algún percance en los peligrosos barrios bajos. - Mantuvo una cara seria todo el rato, y evitó mirar directamente a Jack, para que no se notara la complicidad del asunto. Prosiguió: - Os acompañaré e informaré al grupo tres de estas nuevas instrucciones para que no hayan problemas luego con los registros y papeleos. Sin más dilación, espero por vuestro bien que no haya quejas al respecto... - Miró de forma sombría cada una de las caras, sabiendo que superaba en físico e influencia a cada uno de ellos (salvo quizá a Silver, con cuya colaboración esperaba contar), por si alguno pensaba ignorarle.
Y dicho eso, se dispuso a la cabeza de la marcha, sin mirar si le seguían o no, rumbo a los barrios bajos de Lvneel, convencido de que si el Destino no iba a buscarle, tendría que ir él mismo a buscar su Destino.
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Durante el trayecto por la ciudad apenas hablé con el resto de reclutas. La mayoría acababan de salir de la academia así que estaban demasiado nerviosos. Traté de animar el ambiente un par de veces con algún comentario ingenioso, pero el camino fue corto y no hubo mucho tiempo para charlas. Acabábamos de llegar al puerto y estábamos discutiendo acerca de cómo debíamos llevar a cabo nuestro trabajo cuando alguien nos interrumpió. Era una voz que no me costó reconocer, y a la que le puse cara en cuanto me di la vuelta. Mi antiguo compañero Amaiar estaba ante nosotros. Me disponía a preguntarle que ocurría, pero no me dio tiempo, pues enseguida comenzó a hablar dirigiéndose al grupo. Nos comunicó que había habido un cambio de planes, y que debíamos dirigirnos a los barrios bajos, donde nos reuniríamos con el tercer grupo para ayudarles con las labores de patrulla de la zona.
“No soy el único que quiere averiguar que ocurre aquí”. Pensé satisfecho. Aunque no sabía cómo lo había hecho, supuse que el cambio era cosa suya para facilitarnos el trabajo, lo cual me alegró. En cuanto terminó de hablar, se dio la vuelta y puso rumbo de nuevo hacia la ciudad, con intención de acompañarnos. El resto de reclutas se miraban entre ellos, confusos, no terminaban de comprender el porqué del cambio en las órdenes.
- No perdamos tiempo pues. - Me apresuré a decir, para no darles tiempo a hacer preguntas. Acto seguido yo también comencé a caminar tras los pasos de mi amigo, de nuevo en compañía del resto del grupo.
Ese fue mi primer día en Lvneel, un día que comenzó como cualquier otro pero que sería el comienzo de algo tan grande que ni podíamos imaginarlo.
“No soy el único que quiere averiguar que ocurre aquí”. Pensé satisfecho. Aunque no sabía cómo lo había hecho, supuse que el cambio era cosa suya para facilitarnos el trabajo, lo cual me alegró. En cuanto terminó de hablar, se dio la vuelta y puso rumbo de nuevo hacia la ciudad, con intención de acompañarnos. El resto de reclutas se miraban entre ellos, confusos, no terminaban de comprender el porqué del cambio en las órdenes.
- No perdamos tiempo pues. - Me apresuré a decir, para no darles tiempo a hacer preguntas. Acto seguido yo también comencé a caminar tras los pasos de mi amigo, de nuevo en compañía del resto del grupo.
Ese fue mi primer día en Lvneel, un día que comenzó como cualquier otro pero que sería el comienzo de algo tan grande que ni podíamos imaginarlo.
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- Dos novatos por la isla ( privado Kenneth y Danio)
- La cuestión de la justicia [Privado][Pasado][Prometeo y Nayelis]
- La justicia no es solo de los hombres. [Privado Oxama-Nassor]
- El Nacimiento De La Justicia. [Grupal Hikari No Gadian] [Privado-Pasado]
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