La cuestión de la justicia [Privado][Pasado][Prometeo y Nayelis]

«Ten cuidado en tu viaje, muchacho, pues te adentrarás en las profundidades del bosque que se encuentra en la Isla de Dawn. Quiero que averigües si los rumores son ciertos. ¡Porta el estandarte de la revolución con orgullo, hijo!».

La doctora quiso acompañarme a mi nueva misión, pero mis superiores dijeron que tenían otra cosa pensada para ella, algo que requería de sus fabulosas habilidades médicas. Últimamente viajaba con frecuencia y, si bien tenía sus aspectos negativos pues no podía permanecer demasiado tiempo con Elizabeth, conocer el mundo con mis propios ojos era fascinante. Ahora conocería la Isla de Dawn, un gran trozo de roca ubicado en el mar del este, considerado el más débil de todos. Mi superior me había hablado sobre algunas cosas a tener en cuenta, cosas que debía evitar a toda costa si es que quería permanecer con vida. El Reino de Goa era gobernado por nobles y nosotros éramos sus enemigos declarados, por lo que en ningún momento podrían descubrir que yo pertenecía al Ejército Revolucionario.

Ahora mismo me encontraba en la Villa Foosha, un alegre condominio de casas de madera muy sencillas y bonitas. Había llegado hacía unos días para conseguir información respecto a los rumores que merodeaban por el lugar. Se hablaba sobre un espíritu que vivía en el bosque, uno que algunos consideraban benigno; otros, malvado. A la revolución no le importaba si de verdad se tratase de una entidad abstracta, solo querían saber si les podía ser de utilidad o no. Esa mirada injustamente fría no me convencía del todo, pero tampoco es que estuviéramos haciendo algo malo. Además, no podía negar que no me llamaba la atención averiguar la existencia de los espíritus.

Partí al bosque cargando nada más que una mochila con provisiones para una semana, tres odres de agua y un equipo adecuado para la incursión. Había abandonado la idea de llevar el traje negro y elegante que tanto le gustaba a la doctora, eligiendo una camiseta blanca y unos pantalones negros. También llevaba un sombrero de explorador para protegerme del sol. En la mochila llevaba una cuerda, mi equipo de cocina y un libro de recetas para echarle un vistazo por si me aburría demasiado.

—Así que espíritus, ¿eh?

Había despertado aquel día haciendo mi rutina habitual por lo que consideraba mis dominios.  Había logrado en muy poco tiempo que el bosque estuviera protegido tanto de sus propios habitantes como de las amenazas exteriores. Ahora me llamaban "Dríade" "Náyade" "Fantasma" o "Espíritu del bosque", bueno, al menos de este modo habría un respeto hacia mi y un cierto temor justificado.

Había regresado hace un par de horas de la entrada del bosque tras haber ido a recoger la ofrenda que los niños solían dejarme para que les bendijera sus cosechas, y a cambio yo solía dejarles cestas repletas de fruta y otro tipo de comidas propias del bosque. Ahora me encontraba en el claro donde tenía mi pequeña casa -tronco junto al lago. Estaba recogiendo bayas de la morera que había crecido junto a mi puerta, todo parecía tranquilo.

Sin embargo, a los pocos minutos algunos animales comenzaron a rodear el claro, preocupados. Algunos graznaban,otros rugían y otros más pequeos gemían como dándome la alerta de que había pasado algo....eso solo pude significar una cosa.

¿Un intruso?

Dejé de recoger moras en seguida, me levanté y comencé a caminar hacia la entrada del bosque. Normalmente nadie se aventuraba a su interior, y menos conmigo dentro. Tan solo esperaba no tener que hacerle crecer raíces en su interior ya que los intrusos suelen ser problemáticos....o piratas. Así que portando mi vestido blanco y brazaletes simulando a una Náyade o a la propia Afrodita comencé a caminar con paso tranquilo hasta la zona donde había sido detectado el intruso.

Cuando logré divisar al intruso no era más que un muchacho ¿Se habría perdido? Quizás entró en el bosque por error así que no parecía ser un pirata o un asesino...aunque las apariencias pueden engañar. Me quedé mirando curiosa a ver que hacía desde una distancia segura, y la verdad por algún motivo, no me pareció una amenaza al ser solo uno. Estaba segura de que quería algo, pues normalmente venían grupos enteros a robarme y me parecía muy raro que solo viniera un aventurero.

Extendí mi mano hacia adelante y los árboles que tenía frente al chico comenzaron a crujir y a hacer ruidos de madera ruda. Parecía que el bosque estaba alertando con sus ruidos al muchacho, con el objetivo de que se machara. Algunos animales comenzaron a aparecer cerca de él, en las lindes del camino. Solo le observaban, como si estuvieran esperando órdenes hasta que los árboles que tenía delante aquel chico se desplazaron para hacer un pasillo frente a él. Al fondo, se podía ver el claro de césped donde estaba la pequeña casa de la Náyade, y el río cristalino que adornaba dicho claro atravesándolo de lado a lado. Era un lugar idílico, donde algunos animales dormían, otros paseaban, las plantas y arbustos crecían con mayor tamaño en esa zona. A lo lejos me encontraba yo acariciando un ciervo de gran cornamenta de espaldas al pasillo que acababa de abrir, a la espera, de mi "invitado".

Me percaté del sospechoso crujido de los árboles, y di un respingo al ver los demoníacos conejos que me observaban desde los matorrales. Mi corazón comenzó a latir cada vez más rápido. Madre de todos los homúnculos, no quería encontrarme con esas tortuosas alimañas en una misión, pero tampoco tenía otra opción. Debía demostrarles a mis superiores que podían confiar en mí. Retomé la caminata, manteniéndome alerta por si en realidad esas criaturitas estaban diseñando un plan macabro para acabar conmigo y comerse mis intestinos. Lo había leído en un libro, “El ataque de los cien conejos”. Cansados de comer zanahoria y lechuga los diablillos de orejas largas se organizaron e hicieron la revolución contra el hombre.

Estaba tan preocupado de los animalillos que no me di cuenta de que el bosque se abría paso ante mí, como si fuera una especie de dios al que rendir homenaje. Bueno, soy un homúnculo, algo como eso jamás podría suceder. Seguí avanzando y me detuve a los pocos metros tras observar la magnificencia de la madre naturaleza. Mis ojos advertían un claro de ensueño, un río de aguas cristalinas y los rayos del sol se filtraban entre los huecos de las hojas de los árboles. El único problema de tal lugar de fantasía era la presencia de incontables criaturitas aparentemente indefensas. Sin embargo, ninguna de esas cosas era especialmente bondadosa. Sí, yo lo sabía. No tenía pruebas, pero tampoco dudas.

Mi cobardía ante los no-humanos me había impedido fijarme en la mujer que acariciaba valientemente la cornamenta de un ciervo. ¿Cómo…? No, espera. Si alguien gozara de tal valentía esa debía ser el espíritu del bosque, la ninfa a la que yo había ido a buscar. Un homúnculo como yo jamás podría acercarse con tanta seguridad a una bestia de esas dimensiones. Entonces, me fijé en sus rasgos. Si bien no era tan atractiva como la doctora —sería imposible que una mujer lo fuese—, muchos hombres abandonarían a sus esposas para irse con ella. Parecía un verdadero ángel; lástima que en realidad solo hubiese uno, y su nombre fuera Elizabeth von Weidenberg. No obstante, lo que menos me importaba era cómo se viera por fuera. ¿Cómo tendría que ser su corazón si es que podía domar a una de esas… cosas? Madre de todos los homúnculos, no quería seguir acercándome.

Respiré profundamente una y otra vez en un intento de calmar mis nervios, y avancé hacia el espíritu. Las miradas de las criaturitas me ponían los pelos de punta, pero si imaginaba que en realidad eran humanos las cosas se pondrían más fácil. He de admitir que imaginar un conejo con el rostro de una chica fue cuanto menos morboso.

—Debes ser el espíritu del que me han hablado —dije tras reunir el coraje necesario para enfrentar la situación—. Soy Prometeo. He venido por ti.

Dejé de acariciar al ciervo en el momento en que aquel muchacho se dirigió a mi. Con un aceno de cabeza el ciervo se retiró al a linde del claro mientras que el resto de animales parecían haber captado la misma señal. Una vez el claro estuvo despejado no me acerqué al forastero, es más, me quedé inmóvil y con rostro serio. Nadie entraba en mi bosque sin mi consentimiento y menos para hacerle daño. Aquel tipo no parecía venir de malas...pero todos acaban viniendo para hacer daño.

Le hice un ademán para que se acercara  hasta donde estaba yo, y lo árboles, crujían detrás del forastero como invitándole a cruzar el claro. Según fue avanzando hacia mi me hizo una afirmación, a la cual, le respondí.

-¿Y vienes en son de paz o de guerra? De ser lo primero las ofrendas se dejan en el bosque y no he pedido ninguna...de ser lo segundo no seríais el primero que cruza mi bosque y no sale de el. ¿Que debo pensar? y sobre todo ¿Que quieres de mi?- dije con un tono calmado mientras juntaba mis manos estiradas hacia el suelo.

La senda que se había abierto para que el muchacho pasara hasta el claro comenzó a cerrarse, como si los árboles tuvieran pies y volvieran a blindar el claro donde nos encontrábamos. Podía parecer un poco paranoica, pero de no serlo, ahora sería cenizas junto a todo lo que me importa. Él único motivo por el que no le hacía crecer semillas en su interior era porque me había llamado la atención. No parecía peligroso y si se ha atrevido a entrar aquí a pesar de las advertencias....o era muy valiente o un necio.

-Responde- insistí manteniendo el tono de voz muy tranquilo.

Miré inexpresivo al espíritu con las manos en los bolsillos, preguntándome qué debería hacer. Fue una sorpresa haberme encontrado a la mujer tan pronto, de hecho, creía que tardaría días, y si es que no semanas, en hallar su paradero. Daba la impresión de que quería ser encontrada, quería que los humanos que entrasen al bosque la viesen y contemplasen su belleza. ¿Le aburrirá estar todo el tiempo en el bosque? Cambiando un poco la perspectiva, ese lugar era una jaula como en la que yo pasé casi toda mi vida. Sin embargo, a diferencia de la mía creía que los barrotes que la ataban al bosque no los podías tocar con las manos, pero sí sentir con el corazón. Quizás eran ideas, pensamientos, sentimientos, algo que no le dejaba escapar.

«Igual soy un homúnculo y puede que no entienda nada de lo que de verdad piensa una mujer», pensé al instante.

—Eres como yo —le dije finalmente, ignorando el hecho de que el bosque se hubiese cerrado a mis espaldas—. Estás… atrapada en este lugar y ni siquiera pareces darte cuenta de ello. Cuando me encomendaron venir a este bosque me hablaron sobre un espíritu, una entidad protectora que cuida este bosque, pero cuando te vi supe que mi superior estaba equivocado. —Me acerqué lentamente hacia la mujer hasta que la distancia entre nosotros era apenas de unos cinco metros. Necesitaba explicarle porqué pensaba que era un ser humano y no un espíritu—. Sé que no eres lo que todo el mundo cree que eres, los espíritus tienen alas y brillan como el sol, y tú no.

Escuché el crujir de las ramas y me incomodé.

—Tengo órdenes de comprobar si los rumores son falsos o no, y con solo verte puedo decir que no eres un espíritu. Podría marcharme ya y volver satisfecho a casa, pero antes…, antes quisiera oír tu historia.

Arqueé la ceja ante su comentario de "Eres igual que yo" ¿Que era igual?¿ Que sabía aquel muchacho de mi? parecía que nada. Había empalado a gente por menos debido a que no me gustaban las largas conversaciones y menos que me preguntaran o pusieran en duda mi cometido. Extendí mi mano hacia adelante con rostro serio como indicándole que parara y no se acercara más a mi...o no respondía de lo que pudiera hacerle.

-¿Y que soy según tú?-dije con tono seco- Parece que el que está atrapado aquí eres tu no yo. Este es mi hogar, no molesto ni me molestan y todos contentos. Dices además que no soy lo que soy, pero hago cosas que otras personas no y por ello vivo aquí.



De mi mano comenzó a brotar una flor rojiza similar a una rosa de pequeño tamaño.

-Los lugareños me llaman espíritu aunque el término adecuado es Náyade o Ninfa- precisé- Parece que ellos no entienden que no soy divino, sino que ayudo a los que considero dignos y ambles. Pero tu eres de lo más extraño puesto que vienes aquí, preguntas por lo que soy, quieres verme y por mi pasado apenas acabo de conocerte. Disculpa si pienso mal, pero normalmente tras estas preguntas suele venir una patrulla de caza a por mi.

Volteé la mano hacia abajo y la flor desapareció deshaciéndose en pétalos y me giré dándole la espalda y poniendo rumbo hacia el roble que dominaba el claro.

-Si dices saber ya cosas de mi, por otros, permíteme que sea yo la que te pregunte- dije señalándole un tocón que había cerca para que tomara asiento.

-Estás respirando más de lo debido aquí, y has visto este claro, a mi y a los animales...así que por favor, cuéntame sobre ti, tu objetivo y el porqué debo fiarme de ti...si me convences...quizás puedas permanecer aquí y saber sobre mi.

Cuando llegué a la altura del tronco del roble me di la vuelta mirando al muchacho, giré mi muñeca y las ramas del propio roble se torcieron formando una pequeña "silla" donde me senté.

La mujer dijo muchas cosas sobre ella, mas no se presentó. Suponía que estaba atrapado en el bosque, cuando en realidad no lo estaba. Una criatura que puede volar solo es prisionera de sus sentimientos. No quería incomodarla; mucho menos molestarla. Y ya había confirmado los rumores, podía volver a la base y decirles a mis superiores que no había ninguna criatura de ensueño en el Bosque Intermediario de la Isla de Dawn, solo una mujer con habilidades extraordinarias. Tenía la impresión de que el supuesto espíritu buscaba razones para sobreponer su existencia a las de los demás. También había leído que había humanos así, personas con problemas existenciales. Igual podía equivocarme, después de todo, solo soy un homúnculo incapaz de comprender las dimensiones de la humanidad.

El truco que hizo con la flor no me llamó demasiado la atención, no porque no fuera impresionante, sino porque las flores no me iban. Las encontraba aburridas y no podía comprender la belleza que los humanos le atribuían. Y entonces, la mujer comenzó a decir que era una náyade, una ninfa y, según lo que había leído durante mi estancia en la Jaula de Cristal, esas cosas eran criaturas sacas de mitos, de leyendas. Sin embargo, despertó mi curiosidad cuando habló sobre una patrulla de caza.

—Desde luego no eres un espíritu —respondí a su primera pregunta—. Ya dije que los espíritus tienen alas, son pequeños y brillan como luciérnagas. Creo que eres prisionera de tu propio propósito, bueno, todos lo somos. —Tomé asiento en el tocón y me puse cómodo como si fuera mi propia casa—. Entenderás mi suposición cuando te cuente mi historia, pero espero que también me cuentes la tuya. Y no te preocupes, no tengo intenciones de cazarte.

Por alguna razón que mi mente de homúnculo no comprendía me sentía identificado con esa mujer. «Un propósito», me dije. «Un destino». Sí, yo estaba seguro de lo que decía; estaba seguro de que esa mujer era prisionera en una cárcel sin barrotes.

—Como dije ya, soy Prometeo, un experimento del Gobierno Mundial con propósitos investigativos que terminaron transformándose en militares. Soy un homúnculo, un humano creado artificialmente; si no hubiera escapado, ahora mismo sería una máquina de guerra y habría quitado más vidas de las que alguna vez hubiese querido —contesté y luego le di un buen sorbo al odre—. Pasé gran parte de mi corta vida en la Jaula de Cristal, una habitación blanca suspendida en un oscuro vacío, siendo observado las veinticuatro horas del día y en cada momento. Así como esas paredes de cristal fueron mi prisión, este bosque es la tuya. Fuera de este lugar hay un vasto mundo a la espera de ser descubierto, y me gustaría que lo vieras. Ahora pertenezco al Ejército Revolucionario y lucho por un mundo mejor para la humanidad. Mi viaje no ha hecho más que comenzar y si puedo hacer que otros escapen de sus cárceles invisibles, siento que habré aportado un granito de arena a mi causa.

Mientras el homúnculo y la diosa hablan en el claro del bosque, un grupo de tres hombres y una mujer se adentra en este, portando armas y cargando pesadas mochilas.