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Los rayos de sol se colaban por los ventanales haciendo un juego de sombras. Los tonos ocres se fundían con la luz. Fui hasta el ventanal y apoyé la mano en el marco de madera. Estuve un buen rato de pie observando el interior de la isla. Las águilas volaban en lo alto y rodeaban los picos de las montañas. Sus gañidos se podía escuchar desde kilómetros de distancia. Las águilas imperiales de Reddo Teikoku eran muy conocidas por la fiereza que poseían. Un gran símbolo de poder. Deslicé la mano por el marco de la ventana sintiendo la suavidad de la madera hasta que, finalmente, la apoyé en la cadera.
Llevaba una semanas en la habitación recuperándome de la quemadura que recibí en la espalda. Al menos no era visible y nadie se daría cuenta del castigo que recibí por culpa de padre. Le salvaba la vida y encima era injustamente castigada... Me daba rabia pensar en todo aquello. Tras eso llamaron a la puerta. Grité que pasaran y el emperador entró. Padre no me había visitado desde el incidente con lo cual me sorprendió verlo. Parecía preocupado así que se acercó rápidamente a mí.
-Princesa... Yo... No debí haberte hecho aquello. Estaba estresado y lo pagué contigo. No quería hacerle daño a mi tesoro más preciado.
-Pues le hiciste daño, además aunque te disculpes la marca que tengo no se irá.
-¿Me perdonas? - De todas formas no me quedaba más remedio que aceptar sus disculpas, yo creo que entendía lo que le pasaba, parecía muy arrepentido de verdad. Asentí apartando la mirada. Luego me dio un beso en la frente y se retiró de la habitación. Según él debía descansar otra semana más para estar bien del todo. De repente había empezado a preocuparse como lo hacía cuando era pequeña. Miré por última vez tras el ventanal. El sol estaba empezando a esconderse tras las montañas dejando tras de sí un manto anaranjado en el cielo. Después me senté frente al escritorio, sin apoyarme al respaldo de la silla y cogí un peine. Extendí mi cabello una y otra vez para cepillarlo. Esto era un aburrimiento. Necesitaba diversión en mi vida.
Llevaba una semanas en la habitación recuperándome de la quemadura que recibí en la espalda. Al menos no era visible y nadie se daría cuenta del castigo que recibí por culpa de padre. Le salvaba la vida y encima era injustamente castigada... Me daba rabia pensar en todo aquello. Tras eso llamaron a la puerta. Grité que pasaran y el emperador entró. Padre no me había visitado desde el incidente con lo cual me sorprendió verlo. Parecía preocupado así que se acercó rápidamente a mí.
-Princesa... Yo... No debí haberte hecho aquello. Estaba estresado y lo pagué contigo. No quería hacerle daño a mi tesoro más preciado.
-Pues le hiciste daño, además aunque te disculpes la marca que tengo no se irá.
-¿Me perdonas? - De todas formas no me quedaba más remedio que aceptar sus disculpas, yo creo que entendía lo que le pasaba, parecía muy arrepentido de verdad. Asentí apartando la mirada. Luego me dio un beso en la frente y se retiró de la habitación. Según él debía descansar otra semana más para estar bien del todo. De repente había empezado a preocuparse como lo hacía cuando era pequeña. Miré por última vez tras el ventanal. El sol estaba empezando a esconderse tras las montañas dejando tras de sí un manto anaranjado en el cielo. Después me senté frente al escritorio, sin apoyarme al respaldo de la silla y cogí un peine. Extendí mi cabello una y otra vez para cepillarlo. Esto era un aburrimiento. Necesitaba diversión en mi vida.
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¿Estaba loco? Debía estarlo, pues se había colado de nuevo en Reddo Teikkoku. De hecho, llevaba ya un día entero, desde la noche anterior que había entrado volando en la isla completa y se hubo instalado en el templo de la Montaña del Dragón, ahora vacío. Había vuelto para una única cosa. Ver a su hermana. Cuando dejó Reddo Teikkoku tras la muerte de su maestro, no tuvo ocasión de decirle nada. Probablemente ni supiera que el chico había sido desterrado del todo. Sabía que la princesa se encontraba en el imperio, pues aún no había terminado sus asuntos allí. Sin embargo, prefirió no molestarla por la noche cuando vino y esperar al anochecer del día siguiente. Y ya era la hora.
Cambió a su forma híbrida y voló propulsado por las llamas, dirigiéndose a la parte trasera del palacio, justo donde en lo más alto de una de las torres se encontraba el balcón que conectaba la habitación de la princesa con el exterior. La silueta del dragón era una pequeña mancha negra sombreada por los rayos del sol que se escondía a lo lejos. Llegó justo a los pies del palacio, cambiando a forma humana. No quería que su hermana lo viera aún como dragón. Usando el Geppou, del Rokushiki, empezó a golpear el mismo aire mientras subía. No era tan genial como usar sus alas para volar, pero estaba bien.
No tardó en posarse de pie justo en la baranda del balcón. Pudo ver, tras el ventanal abierto, como su hermana se peinaba frente al espejo. El chico sonrió y bajó de la baranda al interior del balcón.
- Lo cierto es que no recordaba este cuarto tan pequeño- dijo con una sonrisa y claridad, esperando que su hermana lo oyera.
Cambió a su forma híbrida y voló propulsado por las llamas, dirigiéndose a la parte trasera del palacio, justo donde en lo más alto de una de las torres se encontraba el balcón que conectaba la habitación de la princesa con el exterior. La silueta del dragón era una pequeña mancha negra sombreada por los rayos del sol que se escondía a lo lejos. Llegó justo a los pies del palacio, cambiando a forma humana. No quería que su hermana lo viera aún como dragón. Usando el Geppou, del Rokushiki, empezó a golpear el mismo aire mientras subía. No era tan genial como usar sus alas para volar, pero estaba bien.
No tardó en posarse de pie justo en la baranda del balcón. Pudo ver, tras el ventanal abierto, como su hermana se peinaba frente al espejo. El chico sonrió y bajó de la baranda al interior del balcón.
- Lo cierto es que no recordaba este cuarto tan pequeño- dijo con una sonrisa y claridad, esperando que su hermana lo oyera.
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Por suerte una semana se pasaba rápido. Ordenaría a las criadas que me entretuviesen, era una buena opción. Dejé el peine sobre la mesa y luego acaricié mi cabello con las manos, deslizándolas con suavidad. Sin embargo una en mi cuarto hizo que me levantase de golpe. Empujé la silla hacia atrás y me quedé mirando al hombre. Era alto y con el cabello largo, pero aquella quemadura le delataba siempre.
-Zuko - Dije inconscientemente.
Una alegría me invadió por completo. Me acerqué a él corriendo para darle un fuerte abrazo. Había estado dos años sin saber de él. De todas formas no entendía que hacía aquí, se suponía que nuestro padre lo había expulsado del imperio y si lo veían aquí tratarían de matarle seguramente. Zuko estaba mucho más loco que yo.
-¿Qué estás haciendo aquí? - Pregunté con efusividad y emocionada. Sin embargo, mi expresión se volvió seria. Le di dos puñetazos en el brazo. -¿Cómo te atreves a meterte aquí? ¿Es que quieres que te pillen? ¡He estado dos años sin saber de ti! ¿Pretendes matarme de un susto?
Tras aquel berrinche, aunque no fue un berrinche del todo, me calmé. Me estresaba con facilidad en situaciones así. Me crucé de brazos y esbocé una pequeña sonrisa. - En el fondo me alegra que hayas vuelto.
-Zuko - Dije inconscientemente.
Una alegría me invadió por completo. Me acerqué a él corriendo para darle un fuerte abrazo. Había estado dos años sin saber de él. De todas formas no entendía que hacía aquí, se suponía que nuestro padre lo había expulsado del imperio y si lo veían aquí tratarían de matarle seguramente. Zuko estaba mucho más loco que yo.
-¿Qué estás haciendo aquí? - Pregunté con efusividad y emocionada. Sin embargo, mi expresión se volvió seria. Le di dos puñetazos en el brazo. -¿Cómo te atreves a meterte aquí? ¿Es que quieres que te pillen? ¡He estado dos años sin saber de ti! ¿Pretendes matarme de un susto?
Tras aquel berrinche, aunque no fue un berrinche del todo, me calmé. Me estresaba con facilidad en situaciones así. Me crucé de brazos y esbocé una pequeña sonrisa. - En el fondo me alegra que hayas vuelto.
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El dragón aceptó el abrazo de su hermana, rodeándola con sus propios brazos y cerrando los ojos al sentir su tacto después de tanto tiempo. Al separarse, la princesa le dio dos puñetazos en el hombro, a los cuales Zuko fingió dolor en su rostro y se frotó el brazo con una sonrisa. Lo había hecho demasiado obvio y seguramente su hermana lo notaría, pero le daba igual. Cuando hubo terminado de hablar y de preguntar, el chico se sentó en la cama y la miró.
- ¿En el fondo? Me vas a hacer llorar- se tumbó en la cama con los brazos estirados, aún con las piernas fuera como si siguiese sentado-. Si te soy sincero, los guardias que tenemos no podrían verme ni aunque me paseara en frente suya. Espera... ¿He dicho tenemos? Supongo que ya no puedo decir eso... Aún no me acostumbro.
Volvió a quedar sentado sobre la cama, mirando a su hermana. Lo cierto era que la chica había cambiado bastante desde entonces, pero seguía teniendo cara de niña pequeña. Zuko sonrió ante su propio pensamiento, apartando la mirada, pensando que volvería a pegarle si decía eso en voz alta. Se puso de pie y se acercó a Azula, dispuesto a abrazarla y decirle lo mucho que la había echado de menos, cuando de golpe sonó la puerta.
- ¿Princesa? -sonó desde fuera- Vuestro padre quiere que bajéis a cenar. ¿Queréis que entre a arreglaros?
Zuko no se esperaba que viniera una sirvienta a aquellas horas. Rápidamente, cogió la mano de su hermana y tiró de ella hasta el balcón. En el caso de que se dejara llevar, llegaría hasta la baranda y se pondría de pie en esta, quedándose de cuclillas. Se daría vuelta para mirar a su hermana y le tendería la mano, con una sonrisa en la cara, esperando que confiara en él.
- ¿En el fondo? Me vas a hacer llorar- se tumbó en la cama con los brazos estirados, aún con las piernas fuera como si siguiese sentado-. Si te soy sincero, los guardias que tenemos no podrían verme ni aunque me paseara en frente suya. Espera... ¿He dicho tenemos? Supongo que ya no puedo decir eso... Aún no me acostumbro.
Volvió a quedar sentado sobre la cama, mirando a su hermana. Lo cierto era que la chica había cambiado bastante desde entonces, pero seguía teniendo cara de niña pequeña. Zuko sonrió ante su propio pensamiento, apartando la mirada, pensando que volvería a pegarle si decía eso en voz alta. Se puso de pie y se acercó a Azula, dispuesto a abrazarla y decirle lo mucho que la había echado de menos, cuando de golpe sonó la puerta.
- ¿Princesa? -sonó desde fuera- Vuestro padre quiere que bajéis a cenar. ¿Queréis que entre a arreglaros?
Zuko no se esperaba que viniera una sirvienta a aquellas horas. Rápidamente, cogió la mano de su hermana y tiró de ella hasta el balcón. En el caso de que se dejara llevar, llegaría hasta la baranda y se pondría de pie en esta, quedándose de cuclillas. Se daría vuelta para mirar a su hermana y le tendería la mano, con una sonrisa en la cara, esperando que confiara en él.
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Pero qué irónico era mi querido hermano. Había cambiado demasiado. Era alto y con el pelo largo, incluso su cicatriz parecía haberse empequeñecido, pero seguía siendo tan visible como siempre. Se sentó en mi cama y yo me quedé de brazos cruzados mirándolo. La verdad es que lo notaba diferente, aquel tono de voz tan subidito y tan creído me desconcertaba. Le tenía que haber pasado algo raro en la montaña del dragón. En ese momento me acordé de lo que padre me había contado sobre él, pero al decírselo una sirvienta interrumpió llamando a la puerta.
- ¿Princesa? -sonó desde fuera- Vuestro padre quiere que bajéis a cenar. ¿Queréis que entre a arreglaros?
No tenía ni idea de qué responderle así que cuando iba en dirección hacia la puerta Zuko agarró mi mano y tiró arrastrándome hasta el pequeño balcón. ¿Qué estaba haciendo? Le iban a acabar pillando por estúpido. La sirvienta volvió a llamar a la puerta, cada vez con más fuerza y su tono parecía preocupante. Supongo que tendría miedo de lo que le dijese mi padre por no haber hecho lo que le ordenó.
Llegamos a la baranda y Zuko estaba subido en ella. Le cogí de la mano y apoyé el pie en ella para tener mejor equilibrio. Estaba a su misma altura, ambos sobre aquella barandilla. Miré hacia abajo y la altura era exagerada, luego le dediqué una mirada confusa. La sirvienta quería entrar, pero no quedaba mucho tiempo.
-No sé lo que pretendes hacer... - Dije preocupada. - Pero confío en ti. - Sonreí.
- ¿Princesa? -sonó desde fuera- Vuestro padre quiere que bajéis a cenar. ¿Queréis que entre a arreglaros?
No tenía ni idea de qué responderle así que cuando iba en dirección hacia la puerta Zuko agarró mi mano y tiró arrastrándome hasta el pequeño balcón. ¿Qué estaba haciendo? Le iban a acabar pillando por estúpido. La sirvienta volvió a llamar a la puerta, cada vez con más fuerza y su tono parecía preocupante. Supongo que tendría miedo de lo que le dijese mi padre por no haber hecho lo que le ordenó.
Llegamos a la baranda y Zuko estaba subido en ella. Le cogí de la mano y apoyé el pie en ella para tener mejor equilibrio. Estaba a su misma altura, ambos sobre aquella barandilla. Miré hacia abajo y la altura era exagerada, luego le dediqué una mirada confusa. La sirvienta quería entrar, pero no quedaba mucho tiempo.
-No sé lo que pretendes hacer... - Dije preocupada. - Pero confío en ti. - Sonreí.
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El agente sonrió cuando su hermana le dio la mano. Se puso de pie sobre la baranda cuando la princesa se subió. Respiró hondo y colocó una mano en el hombro de la chica. Entonces saltó, intentando llevarse a su hermana consigo.
Empezó a caer de cabeza directo al suelo junto a su hermana. Usó el fuego para propulsarse y colocarse justo bajo esta mientras caía. Se transformó enseguida en su forma completa, dejando que el cuerpo de la princesa cayese a salvo en su espalda. Esperando que se agarrara fuerte, alzó el vuelo, intentando estar lo más estable posible para que no cayese. Batía sus alas con majestuosidad, mientras su figura se perfilaba en el sol poniente.
Voló hasta el templo del dragón, en una de las zonas más altas de la montaña. Aterrizó cerca de un acantilado rocoso que daba a la puesta de sol. Esperaría a que su hermana bajase de su lomo y entonces cambiaría de nuevo a forma humana. Miraría hacia el sol con una sonrisa, para luego sentarse en el suelo e invitar a su hermana que lo hiciera también, para ver la puesta de sol.
- Espero no haberte asustado.
Empezó a caer de cabeza directo al suelo junto a su hermana. Usó el fuego para propulsarse y colocarse justo bajo esta mientras caía. Se transformó enseguida en su forma completa, dejando que el cuerpo de la princesa cayese a salvo en su espalda. Esperando que se agarrara fuerte, alzó el vuelo, intentando estar lo más estable posible para que no cayese. Batía sus alas con majestuosidad, mientras su figura se perfilaba en el sol poniente.
Voló hasta el templo del dragón, en una de las zonas más altas de la montaña. Aterrizó cerca de un acantilado rocoso que daba a la puesta de sol. Esperaría a que su hermana bajase de su lomo y entonces cambiaría de nuevo a forma humana. Miraría hacia el sol con una sonrisa, para luego sentarse en el suelo e invitar a su hermana que lo hiciera también, para ver la puesta de sol.
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En cuanto él se había subido a la barandilla, dudé de lo que había dicho anteriormente. ¿Qué estaba haciendo? Pensé. Quizás tenía que haberle hecho caso a padre al decirle que no le buscase, pero en este caso era él quien había venido y... de eso no me había dicho nada. Colocó su mano en mi hombro y luego le miré. Estaba rematadamente loco, pero era mi hermano, compartíamos la locura. Respiré hondo y, varias veces antes, eché un par de visuales hacia el suelo. Sé que el palacio imperial era alto, pero ahora me parecía una inmensidad.
Y se lanzó al vacío, llevándome consigo. Un subidón de adrenalina recorrió mi cuerpo. Quería gritar de miedo, pero me había quedado sin palabras. Estaba cayendo al vacío y Zuko me había soltado. Le miré, atemorizada. Por una vez estaba sintiendo miedo. Quería activar mis poderes, pero me sentía incapaz. Aquella sensación me había dejado inútil así que cerré los ojos fuertemente para ignorar la distancia de la caída.
Sin embargo ocurrió algo que me sorprendió. Noté como escamas debajo de mi cuerpo y que ya no estaba cayendo. Abrí los ojos lentamente y vi lo que había frente a mí. ¡Estaba montada sobre un dragón! Durante un momento creí que me la había pegado y eran alucinaciones mías, pero no, era real. El dragón era muy real. Al caer en el dragón, anteriormente, iba acurrucada hacia él sin separarme por miedo a caer. Tras estar un buen rato volando me estiré un poco apoyando las manos sobre las escamas.
La brisa cálida movía mi cabello de un lado a otro. Desde lo alto podía ver las luces de las casas encenderse y las chimeneas echar un humo que se fundía con el olor de la naturaleza. El dragón era veloz como un río, majestuoso y gigantesco. En el cielo se podía observar un juego de colores debido al ocaso, todos ellos eran distintas tonalidades de ocre. Me sentí libre durante el vuelo y feliz, como nunca antes lo había estado, mi miedo había desaparecido.
Finalmente llegamos a lo alto de una montaña, en la cual había un templo, supongo que sería uno de los más que había abandonados. Desde ella las vistas eran preciosas. Aterrizó y bajé de un salto. El dragón volvió a ser Zuko. Estaba contenta, pero a la vez enfadada con él.
-¡Cómo no me has dicho que eras un dragón! - Le empujé. - No sabes el susto que me diste al tirarme. - Dije algo enfurruñada, pero duró poco porque luego volvía a estar feliz por estar en un lugar como ese con mi hermano.
Y se lanzó al vacío, llevándome consigo. Un subidón de adrenalina recorrió mi cuerpo. Quería gritar de miedo, pero me había quedado sin palabras. Estaba cayendo al vacío y Zuko me había soltado. Le miré, atemorizada. Por una vez estaba sintiendo miedo. Quería activar mis poderes, pero me sentía incapaz. Aquella sensación me había dejado inútil así que cerré los ojos fuertemente para ignorar la distancia de la caída.
Sin embargo ocurrió algo que me sorprendió. Noté como escamas debajo de mi cuerpo y que ya no estaba cayendo. Abrí los ojos lentamente y vi lo que había frente a mí. ¡Estaba montada sobre un dragón! Durante un momento creí que me la había pegado y eran alucinaciones mías, pero no, era real. El dragón era muy real. Al caer en el dragón, anteriormente, iba acurrucada hacia él sin separarme por miedo a caer. Tras estar un buen rato volando me estiré un poco apoyando las manos sobre las escamas.
La brisa cálida movía mi cabello de un lado a otro. Desde lo alto podía ver las luces de las casas encenderse y las chimeneas echar un humo que se fundía con el olor de la naturaleza. El dragón era veloz como un río, majestuoso y gigantesco. En el cielo se podía observar un juego de colores debido al ocaso, todos ellos eran distintas tonalidades de ocre. Me sentí libre durante el vuelo y feliz, como nunca antes lo había estado, mi miedo había desaparecido.
Finalmente llegamos a lo alto de una montaña, en la cual había un templo, supongo que sería uno de los más que había abandonados. Desde ella las vistas eran preciosas. Aterrizó y bajé de un salto. El dragón volvió a ser Zuko. Estaba contenta, pero a la vez enfadada con él.
-¡Cómo no me has dicho que eras un dragón! - Le empujé. - No sabes el susto que me diste al tirarme. - Dije algo enfurruñada, pero duró poco porque luego volvía a estar feliz por estar en un lugar como ese con mi hermano.
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- Si te lo hubiese dicho no habría sido tan divertido -dijo el chico riendo al recibir el empujón de su hermana.
El chico seguía sentado en el suelo, tal vez esperando a que su hermana se uniese a él, mirando hacia la puesta de sol. Tras ellos se encontraba el templo donde el muchacho había estado casi dos años entrenando. La nostalgia y los recuerdos del viejo dragón que lo enseñó llenaron su mente, en una mezcla de recuerdos dolorosos, melancólicos y felices. Sonrió para si, algo triste.
"Si has venido para devolverme ya es algo tarde, ladrón" -dijo el dragón de su interior.
Zuko no le contestó. Miró al frente, donde el cielo estaba cada vez más oscuro y el sol cada vez más oculto. La cúpula celeste no tardó en tornarse negra por completo, salpicada por las estrellas y bañada por la luz de la luna al otro lado, aún invisible para ellos. Entonces, el chico rompió el silencio por fin.
- Aquí fue donde me entrenaron. Aquí llevé las habilidades del Control del Fuego al máximo y conseguí la capacidad de transformarme en... bueno, ya lo has visto. Me alegro de no haberme comido la fruta que te regalé, creo que así soy más fuerte que tú- dijo con una sonrisa amistosa, buscando picarla-. Lo cierto es... Que todo este tiempo que he estado fuera... nadie me ha aceptado o querido como tú lo haces. He conocido gente, pero ninguna de esas personas ha querido apoyarme o mantenerse a mi lado. Normalmente, por esto- se señaló la cicatriz de la cara, sonriendo-. ¿Quién quiere un amigo deforme, eh? Me alegro de estar aquí contigo una vez más... te eché de menos.
Dicho aquello, se tumbó sobre la roca mirando hacia arriba, tal vez esperando una respuesta. El corazón le iba a mil por hora, pues no solía abrirse así con nadie. Sin embargo, estar junto a su hermana... le provocaba sensaciones que nadie más podía. Y aquello le preocupaba.
El chico seguía sentado en el suelo, tal vez esperando a que su hermana se uniese a él, mirando hacia la puesta de sol. Tras ellos se encontraba el templo donde el muchacho había estado casi dos años entrenando. La nostalgia y los recuerdos del viejo dragón que lo enseñó llenaron su mente, en una mezcla de recuerdos dolorosos, melancólicos y felices. Sonrió para si, algo triste.
"Si has venido para devolverme ya es algo tarde, ladrón" -dijo el dragón de su interior.
Zuko no le contestó. Miró al frente, donde el cielo estaba cada vez más oscuro y el sol cada vez más oculto. La cúpula celeste no tardó en tornarse negra por completo, salpicada por las estrellas y bañada por la luz de la luna al otro lado, aún invisible para ellos. Entonces, el chico rompió el silencio por fin.
- Aquí fue donde me entrenaron. Aquí llevé las habilidades del Control del Fuego al máximo y conseguí la capacidad de transformarme en... bueno, ya lo has visto. Me alegro de no haberme comido la fruta que te regalé, creo que así soy más fuerte que tú- dijo con una sonrisa amistosa, buscando picarla-. Lo cierto es... Que todo este tiempo que he estado fuera... nadie me ha aceptado o querido como tú lo haces. He conocido gente, pero ninguna de esas personas ha querido apoyarme o mantenerse a mi lado. Normalmente, por esto- se señaló la cicatriz de la cara, sonriendo-. ¿Quién quiere un amigo deforme, eh? Me alegro de estar aquí contigo una vez más... te eché de menos.
Dicho aquello, se tumbó sobre la roca mirando hacia arriba, tal vez esperando una respuesta. El corazón le iba a mil por hora, pues no solía abrirse así con nadie. Sin embargo, estar junto a su hermana... le provocaba sensaciones que nadie más podía. Y aquello le preocupaba.
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Siempre tuvo esa facilidad para hacer que me irritase, sabe que me pasa con cualquier cosa y encima lo hace aposta. Cosas como aquella me sacaban de quicio y... y... y yo no podía hacer nada. Total, me tendría que aguantar como siempre. Malditas manías. Decidí olvidar todo lo que rondaba por mi mente. Habían pasado tantas cosas en tan poco tiempo, en... cuestión de minutos todo había vuelto a cambiar. Tan desesperada estaba por alejarme del palacio un poco de tiempo que me fugué con mi hermano, como papá se enterase... no nos íbamos a librar ninguno del castigo que tendríamos.
A lo mejor... otra quemadura. Me estremecí. Vamos Azula, cálmate y disfruta del momento. Caminé hacia él y me senté a su lado, apoyando hombro con hombro. Zuko parecía estar ensimismado con sus palabras mientras miraba al horizonte. La verdad es que yo también, aquellas vistas parecían sacadas de una obra de arte. De vez en cuando echaba una mirada a los alrededores, las estructuras antiguas que poseía la montaña eran abrumadoras y majestuosas. Zuko tenía buen gusto, era obvio, yo también lo tenía.
Escuché sus palabras atentamente, cada una de ellas me conmovía. Así que este lugar resultó ser el motivo de que mi hermano se hubiese separado de mí. Me crucé de brazos cuando decía que era más fuerte que yo, puede que el fuese un dragón, pero yo seguiría siendo mejor y en eso no podía ganarme. Finalmente, le miré. Sus últimas palabras me habían conmovido. Cuando terminó de hablar me hubiese gustado tumbarme junto a él, pero por desgracia la quemadura de mi espalda me impedía rozar algo y, solo con tocar el suelo, esta me provocaría un dolor agudo.
Me acerqué un poco a él, apoyando el codo sobre el suelo y con la otra mano, la pasé por la zona de su quemadura. No recordaba su rostro sin ella, yo ya me había acostumbrado. - Que le den a esa gente. - Dije de golpe. - Siempre me tendrás a mí, para ayudarte y apoyarte en lo que necesites. Eres mi hermano al fin y al cabo, haría cualquier cosa por ti. - Sonreí. - ¿Te vas a poner sentimental Zuzú? - Le dije con cierto sarcasmo tratando de picarlo. - No te recordaba con esa faceta. - Tomé una pausa. - Yo también te eché de menos.
A lo mejor... otra quemadura. Me estremecí. Vamos Azula, cálmate y disfruta del momento. Caminé hacia él y me senté a su lado, apoyando hombro con hombro. Zuko parecía estar ensimismado con sus palabras mientras miraba al horizonte. La verdad es que yo también, aquellas vistas parecían sacadas de una obra de arte. De vez en cuando echaba una mirada a los alrededores, las estructuras antiguas que poseía la montaña eran abrumadoras y majestuosas. Zuko tenía buen gusto, era obvio, yo también lo tenía.
Escuché sus palabras atentamente, cada una de ellas me conmovía. Así que este lugar resultó ser el motivo de que mi hermano se hubiese separado de mí. Me crucé de brazos cuando decía que era más fuerte que yo, puede que el fuese un dragón, pero yo seguiría siendo mejor y en eso no podía ganarme. Finalmente, le miré. Sus últimas palabras me habían conmovido. Cuando terminó de hablar me hubiese gustado tumbarme junto a él, pero por desgracia la quemadura de mi espalda me impedía rozar algo y, solo con tocar el suelo, esta me provocaría un dolor agudo.
Me acerqué un poco a él, apoyando el codo sobre el suelo y con la otra mano, la pasé por la zona de su quemadura. No recordaba su rostro sin ella, yo ya me había acostumbrado. - Que le den a esa gente. - Dije de golpe. - Siempre me tendrás a mí, para ayudarte y apoyarte en lo que necesites. Eres mi hermano al fin y al cabo, haría cualquier cosa por ti. - Sonreí. - ¿Te vas a poner sentimental Zuzú? - Le dije con cierto sarcasmo tratando de picarlo. - No te recordaba con esa faceta. - Tomé una pausa. - Yo también te eché de menos.
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Zuko miró a su hermana a los ojos cuando ésta se apoyó a su lado, colocando su mano en la cicatriz. El dragón, de forma instintiva, llevó la suya hasta la suave mano de la princesa, tocándola con delicadeza, como si fuese a romperse. Escuchó sus palabras, sintiendo como el pulso se le aceleraba. ¿Qué era lo qué sentía? Llevaba mucho tiempo sintiéndolo, con dudas. Azula era su hermana y la quería. Sin embargo... ¿Eso era todo? Siempre había pensado que lo que lo unía a su hermana era algo mucho más que fraternidad.
Había rehuido de sus sentimientos demasiado tiempo. La había echado de menos más que a nadie. Siempre lo había achacado a que era su hermana y nada más, pero... ¿Era eso siquiera cierto? Mientras la miraba a los ojos ambarinos, los suyos parecían a punto de llorar. No entendía lo que le pasaba. No entendía nada, pero al mismo tiempo lo entendía todo. Tal vez... no quería verlo. Durante un instante, sus recuerdos volaron a tiempos lejanos, cuando el príncipe recién entraba en la adolescencia. Cuando no era más que un general en adiestramiento y no tenía siquiera la cicatriz.
El pequeño Zuko miraba la puesta de sol desde la parte más alta del enorme barco de hierro. A su lado estaba su tío Iroh. El viento mecía su frondosa barba que, hasta donde recordaba Zuko, siempre había sido blanca como la nieve. El general estaba sonriente y feliz, gordo y campechano, ensimismado en los tonos anaranjados del cielo.
- Tío Iroh... ¿Cómo sé cuándo estoy en... enam...? -ni siquiera se atrevía a decirlo...
- Ah, bueno... Hay un viejo proverbio del imperio. Bueno, en realidad son más de uno. Solo odias el camino cuando no estás en casa. Solo echas de menos el sol cuando nieva o llueve. Solo sabes que amas a alguien cuando no está.
Se había enamorado antes de chicas y sabía lo que se sentía. Por eso mismo le preocupaba tanto pensar que sentía aquello mismo por su hermana. Sin embargo, en aquel momento no pensaba. Se había pasado demasiado tiempo pensando, pensando en su hogar y en Azula. Todo mientras estaba fuera. ¿Por qué sus pensamientos volvían a la isla? No le quedaba nada allí... Excepto ella. ¿Por qué seguir pensando? Se dejó llevar por sus instintos... Llevó la mano a la mejilla de Azula cuando está terminó de hablar, se levantó ligeramente y acercó los labios a los de la princesa, cerrando los ojos en el proceso.
De ser correspondido, sería un beso corto y sencillo, pero que a Zuko le pareciera una eternidad. Por su cabeza correrían mil pensamientos, mil dudas. Primero su padre, contándole como los reyes del pasado solían casarse entre hermanos para mantener la sangre pura y diciéndole que ya no se hacía porque era... antinatural. La quemadura que le hizo su padre como castigo, la decepción que éste sentiría de enterarse de aquello. Mil y una dudas recorrían su cabeza, mil y una posibilidades. Pero al final, solo había silencio, tranquilidad... y ella. Solo ella. Su mundo y nada más.
Había rehuido de sus sentimientos demasiado tiempo. La había echado de menos más que a nadie. Siempre lo había achacado a que era su hermana y nada más, pero... ¿Era eso siquiera cierto? Mientras la miraba a los ojos ambarinos, los suyos parecían a punto de llorar. No entendía lo que le pasaba. No entendía nada, pero al mismo tiempo lo entendía todo. Tal vez... no quería verlo. Durante un instante, sus recuerdos volaron a tiempos lejanos, cuando el príncipe recién entraba en la adolescencia. Cuando no era más que un general en adiestramiento y no tenía siquiera la cicatriz.
El pequeño Zuko miraba la puesta de sol desde la parte más alta del enorme barco de hierro. A su lado estaba su tío Iroh. El viento mecía su frondosa barba que, hasta donde recordaba Zuko, siempre había sido blanca como la nieve. El general estaba sonriente y feliz, gordo y campechano, ensimismado en los tonos anaranjados del cielo.
- Tío Iroh... ¿Cómo sé cuándo estoy en... enam...? -ni siquiera se atrevía a decirlo...
- Ah, bueno... Hay un viejo proverbio del imperio. Bueno, en realidad son más de uno. Solo odias el camino cuando no estás en casa. Solo echas de menos el sol cuando nieva o llueve. Solo sabes que amas a alguien cuando no está.
Se había enamorado antes de chicas y sabía lo que se sentía. Por eso mismo le preocupaba tanto pensar que sentía aquello mismo por su hermana. Sin embargo, en aquel momento no pensaba. Se había pasado demasiado tiempo pensando, pensando en su hogar y en Azula. Todo mientras estaba fuera. ¿Por qué sus pensamientos volvían a la isla? No le quedaba nada allí... Excepto ella. ¿Por qué seguir pensando? Se dejó llevar por sus instintos... Llevó la mano a la mejilla de Azula cuando está terminó de hablar, se levantó ligeramente y acercó los labios a los de la princesa, cerrando los ojos en el proceso.
De ser correspondido, sería un beso corto y sencillo, pero que a Zuko le pareciera una eternidad. Por su cabeza correrían mil pensamientos, mil dudas. Primero su padre, contándole como los reyes del pasado solían casarse entre hermanos para mantener la sangre pura y diciéndole que ya no se hacía porque era... antinatural. La quemadura que le hizo su padre como castigo, la decepción que éste sentiría de enterarse de aquello. Mil y una dudas recorrían su cabeza, mil y una posibilidades. Pero al final, solo había silencio, tranquilidad... y ella. Solo ella. Su mundo y nada más.
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Aquel momento había parecido un cuento de hadas que llevaba tiempo esperando. ¿De repente mi hermano se había convertido en el protagonista de la historia? Eso parecía. Tenía una sensación que me inundaba. Tal vez fuese miedo, temor, o simplemente felicidad, pero era una felicidad extraña. El mismo sentimiento que padecía lo tuve cuando mi hermano se había ido por primera vez. Cerré los ojos durante aquel precioso momento. Una eternidad guardada en beso. Un beso que hacía acelerar los corazones.
Perdí la noción del tiempo, ignoré lo que me rodeaba al alrededor y me centré solo en él. Abrí los ojos y me quedé mirándolo. Una sonrisa tonta se me había puesto, a mí. Desde siempre había sido imposible sacarme algo así, pero él lo había conseguido y con tan solo un simple beso. El tiempo se paralizó a nuestro alrededor. Me había quedado en blanco sin saber qué hacer. Me separé de él, quedándome separada. El fulgor de la noche comenzaba a expandirse por el cielo, dejando paso a un cielo con estrellas y una gran luna llena.
Sin embargo, no me atrevía a mirar a Zuko. ¿Qué pasaría ahora? Todo había cambiado en este momento. Era mi hermano, le quería, pero él me quería de otra forma. Aunque pensándolo bien… ¿no habría sentido yo lo mismo hacia él? Nunca tuve ninguna otra sensación que no fuese sin él. De todas formas algo me asustaba, ¿qué pensaría padre y el imperio? Sería todo un caos y… y… agh, mi cabeza ya no daba para más en este momento. Quería reír y llorar a la vez.
-Azula ¿Qué crees que estás haciendo? – Resonó una voz en mi cabeza. No levanté la mirada del suelo. Estaba bloqueada. A saber qué pensaría Zuko de mí en estos momentos. – Azula, ¿por qué te torturas a ti misma?
-No… no lo sé. Tengo miedo de lo que pueda pasar.
-¿Acaso te harán algo por querer a alguien? Sé que te han dicho que no debes mostrar sentimientos por nadie, pero Zuko es la persona en la que más debes confiar. – No tenía palabras para reprochar. – Azula, haz por una vez lo que tú quieres, no te dejes manipular por ellos.
-¡Cállate!
-Deja de creer que estás bien, por dios estás hablando con una voz que no existe, estás muy hundida y el único que puede ayudarte es él.
Ignoré la voz moviendo la cabeza de un lado a otro y luego me giré hacia Zuko, quedándome en la misma posición que antes. Quería que sonriera, como lo hacía cuando estaba conmigo, cuando estábamos los dos solos sin que nada nos molestase. Le dediqué un dulce beso, hasta que los dos necesitamos respirar, para mí pareció ser demasiado corto, pero durante él sería un momento de eternidad.
-Quedémonos aquí. Nadie nos buscaría, solo nos necesitamos el uno al otro. Seríamos más felices que nunca. – Dije alegremente apoyando la cabeza en su hombro.
Perdí la noción del tiempo, ignoré lo que me rodeaba al alrededor y me centré solo en él. Abrí los ojos y me quedé mirándolo. Una sonrisa tonta se me había puesto, a mí. Desde siempre había sido imposible sacarme algo así, pero él lo había conseguido y con tan solo un simple beso. El tiempo se paralizó a nuestro alrededor. Me había quedado en blanco sin saber qué hacer. Me separé de él, quedándome separada. El fulgor de la noche comenzaba a expandirse por el cielo, dejando paso a un cielo con estrellas y una gran luna llena.
Sin embargo, no me atrevía a mirar a Zuko. ¿Qué pasaría ahora? Todo había cambiado en este momento. Era mi hermano, le quería, pero él me quería de otra forma. Aunque pensándolo bien… ¿no habría sentido yo lo mismo hacia él? Nunca tuve ninguna otra sensación que no fuese sin él. De todas formas algo me asustaba, ¿qué pensaría padre y el imperio? Sería todo un caos y… y… agh, mi cabeza ya no daba para más en este momento. Quería reír y llorar a la vez.
-Azula ¿Qué crees que estás haciendo? – Resonó una voz en mi cabeza. No levanté la mirada del suelo. Estaba bloqueada. A saber qué pensaría Zuko de mí en estos momentos. – Azula, ¿por qué te torturas a ti misma?
-No… no lo sé. Tengo miedo de lo que pueda pasar.
-¿Acaso te harán algo por querer a alguien? Sé que te han dicho que no debes mostrar sentimientos por nadie, pero Zuko es la persona en la que más debes confiar. – No tenía palabras para reprochar. – Azula, haz por una vez lo que tú quieres, no te dejes manipular por ellos.
-¡Cállate!
-Deja de creer que estás bien, por dios estás hablando con una voz que no existe, estás muy hundida y el único que puede ayudarte es él.
Ignoré la voz moviendo la cabeza de un lado a otro y luego me giré hacia Zuko, quedándome en la misma posición que antes. Quería que sonriera, como lo hacía cuando estaba conmigo, cuando estábamos los dos solos sin que nada nos molestase. Le dediqué un dulce beso, hasta que los dos necesitamos respirar, para mí pareció ser demasiado corto, pero durante él sería un momento de eternidad.
-Quedémonos aquí. Nadie nos buscaría, solo nos necesitamos el uno al otro. Seríamos más felices que nunca. – Dije alegremente apoyando la cabeza en su hombro.
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Desde lo más hondo de su alma, y sin poder evitarlo, se alegró de que hubiese sido correspondido. La sonrisa que Azula le dedicó le hizo ver que tampoco le había desagradado. Se quedó mirando sus labios, sintiendo que quería más. Se inclinó ligeramente hacia delante, buscando conseguir lo que quería, pero la chica apartó la vista. Parecía pensativa y dudosa, y con razón. Sin embargo, el joven no se sentía de la misma forma. Solo la quería a ella, nada más. ¿No debería sentirse confuso él también? Ese tipo de cosas estaban prohibidas, pero en aquel momento le daba absolutamente igual. Zuko la miró. Nunca la había visto tan guapa como en aquel momento. Se mordió el labio inferior.
Siempre había sabido que su hermana era bella, pero nunca antes la había mirado como la estaba mirando ahora. Con amor romántico, con deseo, incluso lujuria. Se dio cuenta de que su hermana lo miraba a los ojos. Se quedó en silencio, esperando una respuesta. Entonces lo besó. Cerró los ojos y dejó que sus labios hablaran por él. Sin palabras y sin sonido emitían un único mensaje: "Te quiero". Ni siquiera se dio cuenta de lo que hacía cuando su mano se movió y se posó suavemente sobre la mejilla de la chica, dando una suave caricia, tal vez aguantándola para que no se separase. No quería que lo hiciese, quería estar así para siempre.
Finalmente, se separó. Zuko posó su frente en la de ella y la miró a los ojos. Ella posó la cabeza en su hombro, quedando ambos tumbados y le pidió que se quedarán allí. El dragón movió la mano buscando la de su hermana y, al encontrarla, la cogería y se mantendría a esta, dando suaves caricias con el dedo índice de forma cariñosa. Sonrió, pero entonces las dudas llegaron a su mente. Sabía que ese tipo de prácticas estaban muy mal vistas socialmente. Sabía que, años atrás, los miembros de la familia real solían casarse entre hermanos para mantener pura la sangre, hasta que el acto empezó a verse herético y las costumbres pararon. Aún así, algunos eslabones de la familia tuvieron sus matrimonios concertados con primos. Su padre, Ozai, había sido casado con su prima, la cual era la madre de ambos. ¿Dónde estaba el límite? ¿Acaso se querían aquellos matrimonios? No, no tenían lo que él sentía por Azula. Finalmente, el príncipe habló y, a pesar de que intentó hacerlo firme y decidido, no pudo evitar que los nervios le ganasen y su voz fuese algo temblorosa.
- Azula... Yo... Soy consciente de que esto... está mal. Según la gente, según el mundo... no debería sentir lo que siento. Si Padre se llegase a enterar... -miró a un lado, intentando alejar aquel pensamiento de su cabeza- ... sin embargo... No me importa. Ahora lo tengo claro. Siempre has sido tú. No le tengo miedo a nada... siempre y cuando estés conmigo -la miró a los ojos de nuevo, perdiéndose en ellos. Después, miró sus labios otra vez, deseando volver a probarlos-. Te quiero.
Siempre había sabido que su hermana era bella, pero nunca antes la había mirado como la estaba mirando ahora. Con amor romántico, con deseo, incluso lujuria. Se dio cuenta de que su hermana lo miraba a los ojos. Se quedó en silencio, esperando una respuesta. Entonces lo besó. Cerró los ojos y dejó que sus labios hablaran por él. Sin palabras y sin sonido emitían un único mensaje: "Te quiero". Ni siquiera se dio cuenta de lo que hacía cuando su mano se movió y se posó suavemente sobre la mejilla de la chica, dando una suave caricia, tal vez aguantándola para que no se separase. No quería que lo hiciese, quería estar así para siempre.
Finalmente, se separó. Zuko posó su frente en la de ella y la miró a los ojos. Ella posó la cabeza en su hombro, quedando ambos tumbados y le pidió que se quedarán allí. El dragón movió la mano buscando la de su hermana y, al encontrarla, la cogería y se mantendría a esta, dando suaves caricias con el dedo índice de forma cariñosa. Sonrió, pero entonces las dudas llegaron a su mente. Sabía que ese tipo de prácticas estaban muy mal vistas socialmente. Sabía que, años atrás, los miembros de la familia real solían casarse entre hermanos para mantener pura la sangre, hasta que el acto empezó a verse herético y las costumbres pararon. Aún así, algunos eslabones de la familia tuvieron sus matrimonios concertados con primos. Su padre, Ozai, había sido casado con su prima, la cual era la madre de ambos. ¿Dónde estaba el límite? ¿Acaso se querían aquellos matrimonios? No, no tenían lo que él sentía por Azula. Finalmente, el príncipe habló y, a pesar de que intentó hacerlo firme y decidido, no pudo evitar que los nervios le ganasen y su voz fuese algo temblorosa.
- Azula... Yo... Soy consciente de que esto... está mal. Según la gente, según el mundo... no debería sentir lo que siento. Si Padre se llegase a enterar... -miró a un lado, intentando alejar aquel pensamiento de su cabeza- ... sin embargo... No me importa. Ahora lo tengo claro. Siempre has sido tú. No le tengo miedo a nada... siempre y cuando estés conmigo -la miró a los ojos de nuevo, perdiéndose en ellos. Después, miró sus labios otra vez, deseando volver a probarlos-. Te quiero.
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Nuestras miradas se habían fundido en una sola. En nuestros ojos podíamos reflejarnos el uno al otro, pero estábamos diferentes. Sonrojos y rubores, sonrisas tontas, parecíamos dos niños pequeños que acababan de conocerse y estaban nerviosos por la imagen que pudiéramos ocasionarnos. Que tonta era... Siempre había estado confusa ante el hecho de estar con Zuko. Él siempre había sido una parte fundamental de mi, cuando él desaparecía faltaba una parte de mi vida, como si estuviésemos conectados por un lazo invisible.
Zuko era mi lado opuesto, era lo que nos convertía en un solo ser. El uno sin el otro no tenía sentido que existiera. Éramos hermanos al fin y al cabo. Sabía que esto traería consecuencias tanto para nosotros como para el imperio. A nuestro padre no le parecería bien esto, pondría problemas o excusas para mantenernos separados. ¿Qué pensaría toda la nobleza de Reddo Teikoku? Se sentirían... avergonzados de que les gobernase una unión de esta manera. No, no podía permitir que ocurriera algo así, lo sentía mucho por mi hermano, pero el honor era más importante que el amor. Tan solo debíamos mantenerlo... en secreto.
Sonreí. No era consciente de todos mis gestos en aquel momento. Ignoraba lo que me rodeaba y tan solo me dedicaba cerrar los ojos y pensar en la situación. Estaba como en una nube. Una sensación tan dulce que parecía irreal... me daba miedo pensar que nada de esto existiera y lo estuviese creando mi subconsciente o que fuese una alucinación causada por la quemadura que padre me había hecho.
Respiré profundamente y me convencí a mi misma de que todo esto era real. Dejé una mano apoyada en su abdomen y le miré. Esbocé una sonrisa en cuanto escuché la voz temblorosa de mi hermano, era muy mono cuando se comportaba así. Sus palabras me conmovieron y, me hubiese gustado corresponder con lo mismo, pero tan solo pude dedicarle un beso largo y apasionado. Dulce y suave. Una explosión de sentimientos se transmitió del uno al otro. Por desgracia, el aire era fundamental en nuestras vidas así que tuvimos que tomar un respiro.
-Disfrutemos de esta noche en silencio. Quiero que sea para nosotros, que nadie se entere nunca de que esta será nuestra montaña, que sea nuestro pequeño secreto - Tomé una pausa mientras mis dedos recorrían el lado de su rostro quemado. - Prométemelo. - Le pedí con dulzura. Finalmente anocheció por completo. Las estrellas comenzaron a iluminar el cielo con su débil luz y, la luna, las ayudó. Miré al cielo y luego a él. Cerré los ojos y le dediqué un dulce beso. En aquel momento despertaríamos nuestras emociones ocultas. Solo las estrellas y la luna serían los testigos de lo ocurrido en la montaña. Un encuentro fugaz y apasionado que, no sería la última vez en repetirse.
Zuko era mi lado opuesto, era lo que nos convertía en un solo ser. El uno sin el otro no tenía sentido que existiera. Éramos hermanos al fin y al cabo. Sabía que esto traería consecuencias tanto para nosotros como para el imperio. A nuestro padre no le parecería bien esto, pondría problemas o excusas para mantenernos separados. ¿Qué pensaría toda la nobleza de Reddo Teikoku? Se sentirían... avergonzados de que les gobernase una unión de esta manera. No, no podía permitir que ocurriera algo así, lo sentía mucho por mi hermano, pero el honor era más importante que el amor. Tan solo debíamos mantenerlo... en secreto.
Sonreí. No era consciente de todos mis gestos en aquel momento. Ignoraba lo que me rodeaba y tan solo me dedicaba cerrar los ojos y pensar en la situación. Estaba como en una nube. Una sensación tan dulce que parecía irreal... me daba miedo pensar que nada de esto existiera y lo estuviese creando mi subconsciente o que fuese una alucinación causada por la quemadura que padre me había hecho.
Respiré profundamente y me convencí a mi misma de que todo esto era real. Dejé una mano apoyada en su abdomen y le miré. Esbocé una sonrisa en cuanto escuché la voz temblorosa de mi hermano, era muy mono cuando se comportaba así. Sus palabras me conmovieron y, me hubiese gustado corresponder con lo mismo, pero tan solo pude dedicarle un beso largo y apasionado. Dulce y suave. Una explosión de sentimientos se transmitió del uno al otro. Por desgracia, el aire era fundamental en nuestras vidas así que tuvimos que tomar un respiro.
-Disfrutemos de esta noche en silencio. Quiero que sea para nosotros, que nadie se entere nunca de que esta será nuestra montaña, que sea nuestro pequeño secreto - Tomé una pausa mientras mis dedos recorrían el lado de su rostro quemado. - Prométemelo. - Le pedí con dulzura. Finalmente anocheció por completo. Las estrellas comenzaron a iluminar el cielo con su débil luz y, la luna, las ayudó. Miré al cielo y luego a él. Cerré los ojos y le dediqué un dulce beso. En aquel momento despertaríamos nuestras emociones ocultas. Solo las estrellas y la luna serían los testigos de lo ocurrido en la montaña. Un encuentro fugaz y apasionado que, no sería la última vez en repetirse.
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La respuesta a sus palabras fue un largo beso que el dragón aceptó enseguida. Ya ni siquiera sabía donde estaba. Por lo que a él respectaba, en aquel momento solo existía Azula. Pudo notar una extraña dulzura en sus labios. Una dulzura que la muchacha no solía demostrar cuando hablaba, cuando trataba con los demás. Las manos del príncipe recorrieron su cuerpo, posándose en su cintura con sumo cuidado, como si quisiese disfrutar cada segundo del momento. Y así lo hizo. Cuando sus labios se separaron, escuchó las palabras de Azula, a la vez que juntaba su frente con la de ella. Sus palabras le golpearon como una flecha que hizo que empezar a pensar de nuevo.
Era verdad... Todo aquello debía mantenerse en secreto. Zuko ya era un paria social, expulsado del imperio por su padre, el desterrado y deshonrado. No podía permitir que le pasase lo mismo a Azula. Pero... ¿Y qué? ¿Es qué acaso no tenía derecho a ser féliz? ¿Por qué debía renunciar a sus sueños? ¿Por qué debía renunciar a ella? Quiso decírselo. Quiso mirarla a los ojos, hablarle y después perderse en ella, en los rincones de su cuerpo. Quiso decirle:
"Vámonos. Dejemos esta isla, dejemoslo todo. Podemos vivir solos, juntos, lejos de aquí, sin miedo a lo que digan de nosotros, felices..."
Pero no lo hizo. Miró hacia abajo, pensativo, y finalmente habló.
- Te lo prometo.
Y aquella noche no durmieron. Aquella noche, los dos hermanos fueron uno, rodeados de hierba, rocas, bosque y piezas de ropa desperdigadas por el suelo. Una noche que el dragón recordaría durante el resto de su vida, una noche que nunca lo abandonaría. El principio de todo lo que siempre había esperado sin saberlo y que ahora tenía absolutamente claro.
Era verdad... Todo aquello debía mantenerse en secreto. Zuko ya era un paria social, expulsado del imperio por su padre, el desterrado y deshonrado. No podía permitir que le pasase lo mismo a Azula. Pero... ¿Y qué? ¿Es qué acaso no tenía derecho a ser féliz? ¿Por qué debía renunciar a sus sueños? ¿Por qué debía renunciar a ella? Quiso decírselo. Quiso mirarla a los ojos, hablarle y después perderse en ella, en los rincones de su cuerpo. Quiso decirle:
"Vámonos. Dejemos esta isla, dejemoslo todo. Podemos vivir solos, juntos, lejos de aquí, sin miedo a lo que digan de nosotros, felices..."
Pero no lo hizo. Miró hacia abajo, pensativo, y finalmente habló.
- Te lo prometo.
Y aquella noche no durmieron. Aquella noche, los dos hermanos fueron uno, rodeados de hierba, rocas, bosque y piezas de ropa desperdigadas por el suelo. Una noche que el dragón recordaría durante el resto de su vida, una noche que nunca lo abandonaría. El principio de todo lo que siempre había esperado sin saberlo y que ahora tenía absolutamente claro.
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