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Lover's Sonata [Eron - En Construcción ]  Empty Lover's Sonata [Eron - En Construcción ] {Miér 6 Jul 2016 - 2:15}


Capítulo 1: Sangre inocente.



Todos aquellos cuerpos en frente de la entrada a palacio no eran más que una pequeña parte de la masacre que había ocurrido a mis manos. Todos marines uniformados que osaron alzarse contra el imperio de Gazia con burdas mentiras, falacias en contra de mi esposa. Mi cabello ondeaba al viento mientras el cielo se nublaba rápidamente. El día se volvía lúgubre, siniestro y oscuro. Justo cuando iba a envainar un hombre se mostró en frente mía. Su cabellera roja, su barba, su felina sonrisa y sus aires de superioridad me resultaban familiares. Ya me había enfrentado a él en algún momento de mi vida, estaba seguro. También iba armado con una espada. Podía notar cómo el brillo de sus ojos me retaba, me reclamaba que me lanzase a por él.

- Tu sucio imperio caerá, Eron. -

Escuché aquellas palabras por su parte más no respondí. Alcé mi rostro con soberbia y me limité a observar sus movimientos. Caminaba hacia mí con paso lento y seguro de sí mismo. No me temía. No era capaz de entender cómo él no tenía miedo de alguien que acababa de destrozar a todo su ejército y seguir con vida. Ya me había convertido en un monstruo del que todos debían huir, ¿por qué él me encaraba? Corrí hacia él y nuestras espadas chocaron entre ellas, provocando que el dulce sonido que producía el acero fuese llevado por el viento. Una vez más. Y otra. Sentía como si leyese mis ataques, como si supiese lo que fuese a hacer en cada momento. Era una sensación agobiante y frustrante. Un rayo cayó entre ambos, haciendo que mi rival se viese obligado a saltar hacia atrás.

Miré hacia mi torso y solté un pequeño gruñido de molestia. Mis músculos comenzaron a hacerse más grandes, mi cabello se volvió blanco (al igual que mi barba). La ira recorría mis venas y me hacía desear la más cruel de las muertes para el insolente marine. - No puedes derrotar a un dios. - Sentencié. Volví a lanzarme a por él, pudiendo comprobar cómo le era difícil defenderse de mis golpes. Conseguí desarmarlo pero no sirvió de demasiado; su velocidad y reflejos era superior a la mía. De un momento a otro recibí un rodillazo en mi estómago que me separó de él. Dolía bastante y no pude evitar toser ante ello.

Miré de reojo hacia la entrada del palacio y allí se encontraba mi esposa, Sapphira. Su presencia me hacía sentir poderoso, inmortal. Volví a observar hacia mi enemigo y fruncí el ceño. Un montón de sentimientos cruzaban mi cuerpo, haciéndome impulsivo, y por tercera vez fui a por él. Seguía esquivando una y otra vez pero conseguí herirle en el abdomen. Sonreí, ¿por qué? El ver su sangre emanar, su dolor y su expresión de sufrimiento... Eso me gustaba. No, más que eso, me excitaba. No quise dejarle ni un respiro, comencé a atacarle repetidas veces tratando de provocar heridas no-letales. Mi velocidad había aumentado de un momento a otro. Le di una patada en todo el estómago y cayó al suelo, haciendo que algo de polvo se levantase. - Mucho hablar, poco hacer. - Tras dedicarle aquellas últimas palabras de desprecio me di la vuelta y un rayo cayó sobre su torso.

¿Si sabía quién era? Sí, él era la persona a quien le arrebaté el título de "Dragón a Media Noche". Él era el falso héroe que nos brindaba esperanzas... Y nos falló. Al menos a mi. Durante la pelea pude comprobar cómo su rencor se hacía más grande. Me odiaba. Pero no era lo suficientemente poderoso como para enfrentarse a nosotros; a Sapphira y a mi. No disponía de los conocimientos suficientes...

Volví al interior de mi hogar junto a mi mujer, a la sala del trono, y me senté sobre este. - No queda ninguno, estás libre. Te prometo que terminaré con la marina y el gobierno, no quedará ni uno. - Mi cuerpo regresó a su estado habitual. Mis prendas estaban totalmente destrozadas por el repentino cambio. Eso era lo de menos... Algo en mi interior cambió para siempre. Sólo deseaba matar, destrozar, ver sangre y ensuciarme las manos.

¿Es esto lo que llaman placer?


Intermedio: El jardín de los dioses.



Hacía escasos minutos que llegué a esa isla. Me encontraba en el puerto, observando cómo los habitantes observaban en mi dirección con una expresión de sorpresa muy notable. No estaban acostumbrados a recibir extranjeros, al menos eso me decía su actitud. Vestían prendas muy extrañas a mi parecer; túnicas blancas y sandalias. Algunos de ellos decoraban sus ropajes con adornos dorados y destacaban un poco más entre el resto, pero no se diferenciaban mucho. También eran visibles guerreros con armaduras que vigilaban las calles con sus espadas envainadas. Curioso lugar, sin duda alguna, y diferente a Arabasta.

Comencé a caminar, tomándome mi tiempo en observar algunas estatuas de mármol que decoraban los numerosos jardines de la ciudad. Los árboles, las flores y los arbustos estaban muy bien cuidados, al igual que los edificios y las calles. Era sencillo deducir que trataban de mantener aquello en buen estado. Mi curiosidad fue mayor y terminé por adentrarme en uno de los parques. Las plantas bloqueaban gran parte de la visibilidad pero el camino de piedras estaba despejado. Al final de este había un lago con un muelle y en él había una mujer de cabellos castaños sentada. Al verla detuve mis pasos y alcé una ceja. Realmente esperaba que estuviese en soledad.

Ella se giró y me observó, esbozando una alegre sonrisa pese a que no me conocía. - ¿Es esto el destino? - Escuché que decía, soltando una carcajada después.


Capítulo 2: Esa pequeña locura.



Por fin llegaba el amanecer y los rayos del sol se colaban por la ventana de mi cuarto. Yo ya estaba despierto y había decidido sentarme sobre la cama. Sapphira parecía descansar aún. Era tan dulce de aquella forma... Estiré mi mano para acariciar su mejilla y ella sonrió. No, no la había despertado, pero creo que era consciente de que hice aquello. Me levanté de la cama y estiré mis brazos. Cogí una túnica blanca y me vestí con ella. Caminé hacia la puerta y antes de poder salir del cuarto escuché un bostezo por lo que me giré. La dama con la que dormía se había sentado y se refregaba los ojos con ambas manos.

-Buenos días. -

Sonreí. Su voz era tan bonita, tan melodiosa. Adoraba escucharla. - Buenos días. - Me apoyé en la pared, admirando el cuerpo desnudo de la mujer una vez se hubo levantado. - ¿Tienes hambre? - Ella también se vistió y me miró con algo de alegría en sus ojos. Se acercó a mi y me dio un corto pero satisfactorio beso en los labios. - ¿Eso significa que sí o no? -

- Eso es un sí, Eron. -

- Vayamos al comedor, en ese caso. - Se agarró a mi brazo y comenzamos a caminar por los pasillos de aquel enorme lugar. Nuestros pasos resonaban en las paredes y en apenas cinco minutos llegamos hasta nuestro destino. Tomamos asiento en la enorme mesa, ocupando únicamente un pequeño pedazo de esta. En escasos segundos una sirvienta llegó preguntando que qué deseábamos desayunar.

- Yo... Bueno, un vaso de leche y una manzana me llega. -

- Comes muy poco, Sapphira. Yo realmente ni siquiera tengo hambre, pero una manzana estará bien. - La sierva se marchó.

- ¿Me dices que como poco y luego pides simplemente una manzana? Oh, con qué cara... -

Pese a que dijo aquello soltó una carcajada. Le hacía gracia que hiciese cosas "incoherentes" desde su punto de vista y siempre me las recriminaba. Bueno, soy consciente de que suelo hablar antes de pensar. Al menos esos últimos días que estaba siendo más social de lo habitual. - Sí, sí, lo sé. - Poco después volvió la misma mujer y nos dejó lo pedido sobre la mesa. Pude escuchar cómo Sapphira le agradecía, pero yo no dirigí ninguna palabra hacia ella. No consideraba que lo mereciese.

Estaba terminando de comer la manzana cuando un hombre irrumpió en el comedor. - ¡Emperador, emperatriz, unos miembros de la marina reclaman una audiencia! - Aquellas noticias no me gustaban en absoluto. Miré a mi mujer y ambos nos levantamos al mismo tiempo. Una vez en la sala del trono me tomé unos segundos mirando hacia los cinco hombres que había allí y me senté sobre el trono. Alcé mi rostro, esperando que dijesen algo.

- Emperador y emperatriz de Gazia, estamos aquí porque nos han informado de que ocultáis miembros de la revolución, les rogamos que nos los entreguen o nos veremos obligados a usar la fuerza. -

Alcé una ceja, totalmente confuso ante aquellas palabras. - Me temo que hay un error. Aquí no hay revolucionario alguno. - Afirmé sin temor alguno, seguro de lo que decía. No somos ni seremos aliados de su causa.

- Miente. Repito, permita que nos lo llevemos o usaremos la fuerza. -

Sapphira caminó hacia ellos bastante molesta y frunció el ceño, observando de arriba a abajo a los marines.

- No sé con qué cara venís a mi reino a juzgar las palabras de mi esposo, a insultarnos de tal forma y a acusarnos con falacias. Lamento que aquí no hallaréis lo que buscáis, marchad. -

Se dio la vuelta y, antes de que pudiese decir nada, le dispararon en el hombro. Su mirada llena de ira se alzó hacia a mi mientras que su mano se movió hasta su herida. Pude escuchar cómo me decía "acaba con ellos" y, casi por inercia, desenfundé mi espada y me abalancé hacia mis actuales objetivos. Me moví muy rápido gracias a los poderes que poseía ella y pude acabar sin problemas con ellos... Pero escuché pasos por todo el palacio. Sin temor alguno comencé a caminar por los pasillos, matando a todo aquel que no fuese sirviente nuestro, dejando un rastro de sangre tras de mí.

Pude limpiar de basura el interior y la entrada del lugar. Por algún motivo me sentía bien, libre de ataduras... ¿Me estaría volviendo loco?
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