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Los pasos de aquella persona sonaban despacio por el lugar, el día estaba totalmente soleado y el cielo azulado como de costumbre. Una leve brisa soplaba haciendo que los campos de maíz se movieran levemente. El tipo que paseaba por el camino iba vestido totalmente de negro, unas gafas de Sol adornaban su rostro y su pelo era rubio y echado hacia atrás. Una gabardina negra tapaba su cuerpo, además de una camiseta de manga larga ajustada y un pequeño chaleco. En sus pies había unas botas y en sus manos unos guantes, caminaba con la cabeza bien alta y en completo silencio. De repente un pequeño ruido llegó hasta sus oídos, sin embargo decidió continuar a lo suyo, se trataba de un carro llevado por dos caballos, sobre este iban dos hombres de edad avanzada. El primero un tipo de sombrero blanco y cabellos grisáceos mientras que el segundo tenía la cabeza rapada y vestía ropas más sencillas como una simple camiseta de tirantes blanca. El más elegante fue el primero que decidió hablar tras parar el ritmo de los dos animales y hacer que estos quedaran cerca del misterioso hombre que tan solo vestía con ropas negras.
- Oiga amigo ¿Quiere que le llevemos hasta el pueblo? Hace mucho calor para ir así vestido y de paso se ahorra camino.
La mirada de aquel cazador de recompensas ahora se fijó en el hombre del sombrero blanco que le había hablado. La oferta era bastante tentadora teniendo en cuenta que el pueblo estaba algo lejos aún y tener que caminar tanto le cansaba. Tenía asuntos en esa isla y ahora iba a atenderlos con total tranquilidad, permaneció unos segundos callado sin articular palabra o gesto con la boca, después de unos momentos se acercó despacio. Colocó uno de sus pies en la rueda frenada del carro y después se subió colocándose en medio de esos dos hombres, dejó sus manos en las rodillas acomodándose de forma tranquila y después giró la cabeza mirando al que le había invitado. Después de unos momentos le habló en un tono serio pero bastante tranquilo, con toda la confianza del mundo y poniendo su mano izquierda en el hombro derecho de aquella amable persona.
- Le agradezco las molestias caballero. Pensaba que ya no quedaba gente amable en este mundo, estaba equivocado al parecer. Es un placer viajar con ustedes dos.
No tardaron mucho en llegar al pueblo, la gente caminaba de un lado a otro haciendo cosas típicas de todos los días. Mujeres andaban hablando con barras de pan metidas en bolsas y los críos jugaban por las calles de forma tranquila y diciendo cosas como qué querían ser el rey de los piratas o el almirante de la marina. Eso hizo sonreír de lado al rubio, el cual ahora pegó un pequeño suspiro mientras divisaba una taberna llamada “El Marine Del Orgullo”. Se despidió de aquellos dos señores y bajó del carro con lentitud y tranquilidad, después empezó a caminar hacia aquel sitio. Deslizó la mano por el pomo de la puerta abriéndola con calma para echar un vistazo alrededor. Había personas comiendo sin molestar, otras armando ruido debido a la bebida y un hombre en mitad del sitio contando historias sobre monstruos gigantes de las profundidades marinas, el público alzaba las copas escuchándole y divirtiéndose con el bonito espectáculo. El cazador ladeó un poco la cabeza para después dirigirse hacia una mesa del final y sentarse con calma, segundos después alzó la mano y un tipo se acercó muy despacio hacia su posición, era el camarero. Era bastante joven, de unos veinte años y a juzgar por su forma de moverse era un novato en el lugar, le preguntó lo que deseaba tomar y el hombre de negro le respondió con tranquilidad.
- Pues me gustaría tomar un plato de almejas y un mosto fresquito si no le importa.
El chico asintió y se fue enseguida apuntando en una pequeña libreta lo que aquella persona había pedido. Kasai se acomodó de nuevo dejando su gabardina abierta y mostrando las fundas de dos pistolas que portaba consigo, además no se quitó las gafas, se quedó con ellas puestas mientras miraba tranquilamente a su alrededor. Después de unos momentos el hombre le trajo lo pedido y se fue, cogió el vaso de hielo y mosto con una mano y lo llevó a su boca dándole un pequeño trago para después notar como bajaba despacio por su garganta. La sensación del frescor le agradó y el sabor era bastante bueno, dejó la bebida en la mesa y pegó la espalda a la pared de madera, pues al estar en la última mesa tenía esta detrás. Desde su posición vigilaba la puerta, la barra y el resto de aquel local, era una de las mejores posiciones, llamaba mucho la atención y parecía un extranjero o un espía pero eso le daba igual. No cambiaba casi nunca su estilo de vestir y aunque lo hiciera el color negro siempre estaba presente. Era su color favorito después de todo, ahora entraron dos hombres que vestían como monjes, túnicas negras con el símbolo de una enorme cruz dorada en la espalda. Empezaron a meterse entre las personas hasta sentarse ambos en una mesa, eso hizo que el tirador diera otro sorbo a su bebida.
- Interesante…
Dijo simplemente estando atento a todos los movimientos de esas dos personas, los acechaba despacio como si de una fiera se tratase. Ellos pidieron dos simples vasos de agua y algunas aceitunas, cosa que no parecía ser muy sospechosa, pero de todas formas no importaba al rubio, que continuaba mirándoles disimuladamente desde su posición. Acto seguido la puerta se abrió dejando paso a unos seis clientes más que empezaron a tomar asiento tranquilamente sin armar mucho jaleo, demasiada gente en medio, pero el tirador sabía lo que estaba haciendo y no iba a parar su operación especial.
- Oiga amigo ¿Quiere que le llevemos hasta el pueblo? Hace mucho calor para ir así vestido y de paso se ahorra camino.
La mirada de aquel cazador de recompensas ahora se fijó en el hombre del sombrero blanco que le había hablado. La oferta era bastante tentadora teniendo en cuenta que el pueblo estaba algo lejos aún y tener que caminar tanto le cansaba. Tenía asuntos en esa isla y ahora iba a atenderlos con total tranquilidad, permaneció unos segundos callado sin articular palabra o gesto con la boca, después de unos momentos se acercó despacio. Colocó uno de sus pies en la rueda frenada del carro y después se subió colocándose en medio de esos dos hombres, dejó sus manos en las rodillas acomodándose de forma tranquila y después giró la cabeza mirando al que le había invitado. Después de unos momentos le habló en un tono serio pero bastante tranquilo, con toda la confianza del mundo y poniendo su mano izquierda en el hombro derecho de aquella amable persona.
- Le agradezco las molestias caballero. Pensaba que ya no quedaba gente amable en este mundo, estaba equivocado al parecer. Es un placer viajar con ustedes dos.
No tardaron mucho en llegar al pueblo, la gente caminaba de un lado a otro haciendo cosas típicas de todos los días. Mujeres andaban hablando con barras de pan metidas en bolsas y los críos jugaban por las calles de forma tranquila y diciendo cosas como qué querían ser el rey de los piratas o el almirante de la marina. Eso hizo sonreír de lado al rubio, el cual ahora pegó un pequeño suspiro mientras divisaba una taberna llamada “El Marine Del Orgullo”. Se despidió de aquellos dos señores y bajó del carro con lentitud y tranquilidad, después empezó a caminar hacia aquel sitio. Deslizó la mano por el pomo de la puerta abriéndola con calma para echar un vistazo alrededor. Había personas comiendo sin molestar, otras armando ruido debido a la bebida y un hombre en mitad del sitio contando historias sobre monstruos gigantes de las profundidades marinas, el público alzaba las copas escuchándole y divirtiéndose con el bonito espectáculo. El cazador ladeó un poco la cabeza para después dirigirse hacia una mesa del final y sentarse con calma, segundos después alzó la mano y un tipo se acercó muy despacio hacia su posición, era el camarero. Era bastante joven, de unos veinte años y a juzgar por su forma de moverse era un novato en el lugar, le preguntó lo que deseaba tomar y el hombre de negro le respondió con tranquilidad.
- Pues me gustaría tomar un plato de almejas y un mosto fresquito si no le importa.
El chico asintió y se fue enseguida apuntando en una pequeña libreta lo que aquella persona había pedido. Kasai se acomodó de nuevo dejando su gabardina abierta y mostrando las fundas de dos pistolas que portaba consigo, además no se quitó las gafas, se quedó con ellas puestas mientras miraba tranquilamente a su alrededor. Después de unos momentos el hombre le trajo lo pedido y se fue, cogió el vaso de hielo y mosto con una mano y lo llevó a su boca dándole un pequeño trago para después notar como bajaba despacio por su garganta. La sensación del frescor le agradó y el sabor era bastante bueno, dejó la bebida en la mesa y pegó la espalda a la pared de madera, pues al estar en la última mesa tenía esta detrás. Desde su posición vigilaba la puerta, la barra y el resto de aquel local, era una de las mejores posiciones, llamaba mucho la atención y parecía un extranjero o un espía pero eso le daba igual. No cambiaba casi nunca su estilo de vestir y aunque lo hiciera el color negro siempre estaba presente. Era su color favorito después de todo, ahora entraron dos hombres que vestían como monjes, túnicas negras con el símbolo de una enorme cruz dorada en la espalda. Empezaron a meterse entre las personas hasta sentarse ambos en una mesa, eso hizo que el tirador diera otro sorbo a su bebida.
- Interesante…
Dijo simplemente estando atento a todos los movimientos de esas dos personas, los acechaba despacio como si de una fiera se tratase. Ellos pidieron dos simples vasos de agua y algunas aceitunas, cosa que no parecía ser muy sospechosa, pero de todas formas no importaba al rubio, que continuaba mirándoles disimuladamente desde su posición. Acto seguido la puerta se abrió dejando paso a unos seis clientes más que empezaron a tomar asiento tranquilamente sin armar mucho jaleo, demasiada gente en medio, pero el tirador sabía lo que estaba haciendo y no iba a parar su operación especial.
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El cazador continuaba observando a los dos monjes con toda la paciencia del mundo. No pudo evitar ver que aquel local cada vez estaba más lleno. Finalmente era el momento de empezar la fiesta. Tomó una de las almejas, comiéndosela y sintiendo el delicioso sabor que poseía. Adoraba aquel alimento, y mucho más cuando las servían con perejil o una buena bebida como era el caso. El vino sin alcohol estaba demasiado bueno, y bastante fresquito también. Debía reconocer que le daba pena no poder disfrutar un poco más. Pero lo primero era el motivo por el que había ido hasta allí. Mostró una expresión calmada entonces, colocándose disimuladamente en pie, y mirando a su alrededor. Activó su visión celestial, comenzando a mirar las almas de las personas. Había muy pocas verdes, la mayoría azules. El rubio entonces sonrió de lado al fijarse en los dos monjes. – Premio… – Susurró al ver el tono negro de sus inmundas almas. Estaban llenas de maldad.
Esos imbéciles no se le iban a escapar. Cada uno valía solo dos millones, pero habían asesinado a niños inocentes. La justicia siempre vencía, por lo que el yonkaikyo iba a impartir justicia en ese momento. Con una velocidad sobrehumana desapareció de la vista de las personas. En menos de medio segundo, estaba sentado en la mesa de los monjes. Tenía una pistola en cada mano, y apuntaba a las cabezas de los dos tipos que tenía frente a sus ojos. – Ni un movimiento. – Mencionó tranquilamente. Uno de ellos, no tardó mucho en tratar de sacar su propia arma. Entonces el cazador apretó el gatillo, volándole el hombro derecho en el acto. El hombre quedó en el suelo, dando voces. El otro al ver lo pasado decidió quedarse callado. Los clientes comenzaron a salir por la puerta mientras temblaban de miedo. Para ellos, un criminal había ejecutado a dos hombres de Dios. No era para nada así. De hecho, el rubio miró a uno de los camareros entonces. – Avisa a la marina. – Dijo simplemente. El tipo no entendió nada, pero eso hizo.
Kasai entonces se sentó en una silla, apuntando a los dos monjes asesinos con toda la tranquilidad del mundo. Su visión celestial continuaba activada en todo momento. De esa forma podía ver todo el mal que fuese entrando en el bar. Su haki observación también estaba activado. El rubio tomó una aceituna, metiéndola en su boca de repente. Comenzó a masticarla con toda la calma del mundo, y después sonrió de nuevo. – Matar niños no es un buen negocio. Os vais a pudrir en una celda de Impel Down. – Nada más decir aquello, uno de los tipos trató de ponerse en pie, pero el cazador le apuntó al momento. El monje entonces se sentó sin hacer o decir nada más. Los tenía bien pillados por los huevos, y a decir verdad no los iba a dejar libres. El peor crimen del mundo era el asesinato, y mucho peor si era contra personas que no podían defenderse.
Esos imbéciles no se le iban a escapar. Cada uno valía solo dos millones, pero habían asesinado a niños inocentes. La justicia siempre vencía, por lo que el yonkaikyo iba a impartir justicia en ese momento. Con una velocidad sobrehumana desapareció de la vista de las personas. En menos de medio segundo, estaba sentado en la mesa de los monjes. Tenía una pistola en cada mano, y apuntaba a las cabezas de los dos tipos que tenía frente a sus ojos. – Ni un movimiento. – Mencionó tranquilamente. Uno de ellos, no tardó mucho en tratar de sacar su propia arma. Entonces el cazador apretó el gatillo, volándole el hombro derecho en el acto. El hombre quedó en el suelo, dando voces. El otro al ver lo pasado decidió quedarse callado. Los clientes comenzaron a salir por la puerta mientras temblaban de miedo. Para ellos, un criminal había ejecutado a dos hombres de Dios. No era para nada así. De hecho, el rubio miró a uno de los camareros entonces. – Avisa a la marina. – Dijo simplemente. El tipo no entendió nada, pero eso hizo.
Kasai entonces se sentó en una silla, apuntando a los dos monjes asesinos con toda la tranquilidad del mundo. Su visión celestial continuaba activada en todo momento. De esa forma podía ver todo el mal que fuese entrando en el bar. Su haki observación también estaba activado. El rubio tomó una aceituna, metiéndola en su boca de repente. Comenzó a masticarla con toda la calma del mundo, y después sonrió de nuevo. – Matar niños no es un buen negocio. Os vais a pudrir en una celda de Impel Down. – Nada más decir aquello, uno de los tipos trató de ponerse en pie, pero el cazador le apuntó al momento. El monje entonces se sentó sin hacer o decir nada más. Los tenía bien pillados por los huevos, y a decir verdad no los iba a dejar libres. El peor crimen del mundo era el asesinato, y mucho peor si era contra personas que no podían defenderse.
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El pistolero continuaba custodiando a los dos monjes. Su mirada era calmada, cosa que no podía verse por las gafas de Sol que llevaba. Todo estaba saliendo bien, o al menos eso parecía. En poco tiempo, un marine entró al local. Kuro sonrió de lado pensando que por fin habían llegado, y era hora de cobrar. Esos idiotas iban a probar el frío de los barrotes. Justo entonces pudo ver cómo el hombre caía al suelo desplomándose. El arma clavada en su espalda hizo al rubio soltar un pequeño suspiro. No tenía tiempo para estar allí sentado. En ese momento los dos monjes, se lanzaron por él en un acto desesperado. El tirador apretó el gatillo de su pistola dos veces. Ambos criminales cayeron al suelo con heridas en el pecho. Si morían sería una pena, pero él debía ver que cojones estaba pasando fuera, y por ello los miró de forma seria. No le hacía nada de gracia haber tenido que dispararles, pero los idiotas se lo habían buscado ellos solos.
Se puso en pie, mirándolos de forma fría. – Si os movéis os mataré cuando vuelva. No creo que corráis más que yo. – Muy cierto. El tirador podía moverse a velocidades inhumanas, y mucho más transformado. No tardó mucho en caminar hacia la salida, hasta que se fijó en la persona que estaba allí sentada. De hecho, se puso en pie y caminó a la salida. Justo entonces el rubio lo miró con su visión celestial. Su color no era oscuro, por lo que no debía ser un mal tipo. – Socio ¿Sabes qué diablos está pasando? – Le preguntó de forma calmada mientras metía un par de balas más en la pistola que había tenido que usar. No quería quedarse sin proyectiles en mitad de un tiroteo. A fuera tal vez encontraba cosas interesantes. Lo que lamentó fue haber visto morir a un pobre marine, le había dado mucha rabia el no poder evitarlo.
Se puso en pie, mirándolos de forma fría. – Si os movéis os mataré cuando vuelva. No creo que corráis más que yo. – Muy cierto. El tirador podía moverse a velocidades inhumanas, y mucho más transformado. No tardó mucho en caminar hacia la salida, hasta que se fijó en la persona que estaba allí sentada. De hecho, se puso en pie y caminó a la salida. Justo entonces el rubio lo miró con su visión celestial. Su color no era oscuro, por lo que no debía ser un mal tipo. – Socio ¿Sabes qué diablos está pasando? – Le preguntó de forma calmada mientras metía un par de balas más en la pistola que había tenido que usar. No quería quedarse sin proyectiles en mitad de un tiroteo. A fuera tal vez encontraba cosas interesantes. Lo que lamentó fue haber visto morir a un pobre marine, le había dado mucha rabia el no poder evitarlo.
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La primera impresión que tuvo el pistolero de aquel hombre, fue bastante buena. Parecía un tipo relajado, y de los que no causaban problemas. Sus palabras le parecieron un poco engreídas, pero eso no era del todo malo. El rubio se quedó pensando en qué hacer. Lo normal era salir fuera, y ayudar al resto de marines. No se fiaba mucho de los otros dos monjes que tenía detrás, de hecho, tal vez los dejaba a cargo de aquel tipo que tenía delante. El problema es que pese a que acaba de conocerlo, y su aura no era sucia, podía liberarlos por pena o algo similar. Soltó un pequeño suspiro entonces, y echó un vistazo hacia los monjes a su espalda. Estaban realmente acojonados, y por ello no pudo evitar sonreír de lado. A lo mejor se preocupaba demasiado, y eso tampoco era cuestión.
De repente, el techo cedió, quedando un tipo tirado en el suelo con los ojos cerrados. Era otro marine, y no pudo evitar fruncir el ceño. Debía darse prisa de una vez. Entonces apareció un tipo con un libro, y ojos cerrados. El pistolero usó su visión celestial para ver como de bueno o malo podía ser. Ese cabrón tenía un jodido brillo oscuro que no podía con él. Encima, tuvo la osadía de matar a un marine frente a los ojos de él. El ceño del rubio se frunció, y encima lo que dijo el tipo le ofendió. Ese anormal no sabía lo que era la fe. Trató de estirar su mano hacia él, pero de repente ese hombre de ojos cerrados, impactó su pierna en el pecho del tirador. Kuro cayó de espaldas al suelo, sintiendo un dolor punzante en el pecho. Cerró los ojos soltando un enorme suspiro. Le dolía a horrores, pues el terreno físico no era lo suyo desde luego. Eso se lo dejaba a otros.
Kasai se colocó en pie, mirando con odio a su oponente, no le pensaba dejar hacer lo que le diese la gana, y por ello se relamió. Justo entonces su mantra le advirtió de que los monjes de su espalda no pensaban estarse quietos. Se dio la vuelta a toda velocidad, y los pudo ver ir por él de forma violenta. De dos disparos, terminó con la vida de aquellos indeseables. A continuación se volvió a girar, observando al imbécil que tenía frente a sus ojos. – La verdadera fe, es esto, chaval. – Dijo para después lanzar un puñetazo al aire, del que salió un leve cañonazo de llamas blancas que lo prendieron. El hombre gritó de dolor, notando las poderosas llamas quemarle debido a su maldad. Se tiró al suelo comenzando a quejarse del dolor que estaba sintiendo.
De repente, el techo cedió, quedando un tipo tirado en el suelo con los ojos cerrados. Era otro marine, y no pudo evitar fruncir el ceño. Debía darse prisa de una vez. Entonces apareció un tipo con un libro, y ojos cerrados. El pistolero usó su visión celestial para ver como de bueno o malo podía ser. Ese cabrón tenía un jodido brillo oscuro que no podía con él. Encima, tuvo la osadía de matar a un marine frente a los ojos de él. El ceño del rubio se frunció, y encima lo que dijo el tipo le ofendió. Ese anormal no sabía lo que era la fe. Trató de estirar su mano hacia él, pero de repente ese hombre de ojos cerrados, impactó su pierna en el pecho del tirador. Kuro cayó de espaldas al suelo, sintiendo un dolor punzante en el pecho. Cerró los ojos soltando un enorme suspiro. Le dolía a horrores, pues el terreno físico no era lo suyo desde luego. Eso se lo dejaba a otros.
Kasai se colocó en pie, mirando con odio a su oponente, no le pensaba dejar hacer lo que le diese la gana, y por ello se relamió. Justo entonces su mantra le advirtió de que los monjes de su espalda no pensaban estarse quietos. Se dio la vuelta a toda velocidad, y los pudo ver ir por él de forma violenta. De dos disparos, terminó con la vida de aquellos indeseables. A continuación se volvió a girar, observando al imbécil que tenía frente a sus ojos. – La verdadera fe, es esto, chaval. – Dijo para después lanzar un puñetazo al aire, del que salió un leve cañonazo de llamas blancas que lo prendieron. El hombre gritó de dolor, notando las poderosas llamas quemarle debido a su maldad. Se tiró al suelo comenzando a quejarse del dolor que estaba sintiendo.
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El rubio observó con calma al chico que atravesó al asesino con su espada. Parecía un poco molesto, pero si no le gustaba asesinar a seres malignos, era problema suyo. La palabra de la justicia debía ejercerse de cualquier forma, pero no permitiría que los malos tipos continuaran libres. Había hecho lo que consideraba correcto, y no iba a dar explicaciones de ninguna forma. Kasai entonces soltó un pequeño suspiro y ocultó sus armas en las fundas. Miró un poco a su alrededor, y después se estiró un poco. Los músculos debían estirarse de vez en cuando, y no quedarse quietos.
En ese momento el chico dijo su nombre, y por ello el cazador le mostró una sonrisa calmada. No era para nada una mala persona, pues eliminar a los subordinados del diablo ayudaba a que el mundo fuese un sitio mucho más justo y mejor. – Mi nombre es Kasai Kuro, Yonkaikyo del gobierno mundial, y cazador. – Una vez dijo aquello, escuchó lo de ir fuera. No entendía el motivo, pero si los compañeros de aquel imbécil estaban allí, estaría encantado de hacerlo. Le sorprendió un poco el brillo de la katana del tipo, pero no tanto como para ponerse en guardia. Poder moverse casi a la velocidad del sonido le daba mucha ventaja.
Entonces de un leve movimiento colocó la mano en el pomo de la puerta, y de esa forma abrió despacio, dejando pasar primero al tipo de la espada, y manteniendo su haki activado. Ese hombre le dio un leve motivo para desconfiar, pero tampoco había que exagerar mucho las cosas. Había muchas armas que brillaban en el mundo.
En ese momento el chico dijo su nombre, y por ello el cazador le mostró una sonrisa calmada. No era para nada una mala persona, pues eliminar a los subordinados del diablo ayudaba a que el mundo fuese un sitio mucho más justo y mejor. – Mi nombre es Kasai Kuro, Yonkaikyo del gobierno mundial, y cazador. – Una vez dijo aquello, escuchó lo de ir fuera. No entendía el motivo, pero si los compañeros de aquel imbécil estaban allí, estaría encantado de hacerlo. Le sorprendió un poco el brillo de la katana del tipo, pero no tanto como para ponerse en guardia. Poder moverse casi a la velocidad del sonido le daba mucha ventaja.
Entonces de un leve movimiento colocó la mano en el pomo de la puerta, y de esa forma abrió despacio, dejando pasar primero al tipo de la espada, y manteniendo su haki activado. Ese hombre le dio un leve motivo para desconfiar, pero tampoco había que exagerar mucho las cosas. Había muchas armas que brillaban en el mundo.
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Una vez salieron al exterior, el cazador pudo contemplar el terrible espectáculo que estaba sucediendo. Aquellos capullos que parecían haber salido de una sexta, estaban siendo arrestados y eliminados. A simple vista, parecía que la marina por fin estaba cumpliendo su trabajo. No pudo evitar mostrar una sonrisa ante aquel arresto. Ahora la gente de la isla podría vivir más tranquila a fin de cuentas. Hacía tiempo que el rubio no estaba en una situación como aquella, donde debía mirar y no meterse a fondo en los problemas de los demás. Ahora confiaba un poco más en la marina, pero siempre había excepciones. Nunca iba a olvidar lo ocurrido en la batalla contra los Gyojines, y toda aquella gente muerta. En ese entonces él no había comenzado su camino como cazador.
En ese momento, unos soldados se acercaron hasta el chico que le acompañaba, y comenzaron a hablarle. Pese a la conversación, no muy amistosa, un superior empezó a acercarse. Llevaba un puro en la boca, y eso hizo al rubio sonreír de lado. Esperaba que le contasen lo que había pasado en aquel lugar, pero en ese momento aquel hombre preguntó por él. Le sorprendieron dos cosas: La primera que no le viese estando prácticamente al lado del otro joven. La segunda que supiera que se encontraba en aquella isla. La verdad es que le pilló por sorpresa, pero no había que ser exquisitos con aquellas cosas. Lo siguiente que hizo el pistolero fue levantar la mano, indicando que estaba allí mismo.
- Señor, aquí me tiene. Ya he visto su magnífico trabajo, pero le he dejado a unos cuantos dentro del local. Podéis quedaros con el mérito, yo he terminado aquí.
Dijo en un tono calmado mientras se estiraba y ocultaba sus pistolas, poniendo el cierre en las empuñaduras para que no pudieran arrebatárselas. Después de aquello notó un gesto militar por parte del tipo del puro, el cual se apresuró a entrar al interior de aquel sitio. Kasai entonces no solo bostezó con fuerza, sino que además se acercó al chico de la espada que brillaba. Le miró a los ojos con toda la calma del mundo, y después le ofreció la mano con una sonrisa amable en el rostro.
- Ha sido un placer conocerte, pero ahora debo marchar ¿Quieres que les pida que te dejen un vehículo?
En ese momento, unos soldados se acercaron hasta el chico que le acompañaba, y comenzaron a hablarle. Pese a la conversación, no muy amistosa, un superior empezó a acercarse. Llevaba un puro en la boca, y eso hizo al rubio sonreír de lado. Esperaba que le contasen lo que había pasado en aquel lugar, pero en ese momento aquel hombre preguntó por él. Le sorprendieron dos cosas: La primera que no le viese estando prácticamente al lado del otro joven. La segunda que supiera que se encontraba en aquella isla. La verdad es que le pilló por sorpresa, pero no había que ser exquisitos con aquellas cosas. Lo siguiente que hizo el pistolero fue levantar la mano, indicando que estaba allí mismo.
- Señor, aquí me tiene. Ya he visto su magnífico trabajo, pero le he dejado a unos cuantos dentro del local. Podéis quedaros con el mérito, yo he terminado aquí.
Dijo en un tono calmado mientras se estiraba y ocultaba sus pistolas, poniendo el cierre en las empuñaduras para que no pudieran arrebatárselas. Después de aquello notó un gesto militar por parte del tipo del puro, el cual se apresuró a entrar al interior de aquel sitio. Kasai entonces no solo bostezó con fuerza, sino que además se acercó al chico de la espada que brillaba. Le miró a los ojos con toda la calma del mundo, y después le ofreció la mano con una sonrisa amable en el rostro.
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Una sonrisa ladeada se formó en el rostro del tirador cuando aquel chico le ofreció galletas. Tomó unas cuantas, y entonces se las llevó a la boca, empezando a masticar con toda la calma del mundo. Debía admitir que el sabor era bastante bueno, y a lo mejor debía comprar a partir de ese día galletas de la misma marca. En ese momento, escuchó las palabras de aquel chico. Iba a ser una pena, pero él debía de marchar ya, y no tenía tiempo que perder. El tiempo de un Yonkaikyo del gobierno mundial era bastante peligroso, y ocupado.
- Lo siento, socio. A mí me gustaría, pero tengo bastantes cosas que hacer. Te daré mi número para cuando quieras quedar o algo.
Dicho aquello, le tendió una hoja con unos números. Claramente le había dado el verdadero, pues no tenía nada malo ir haciendo amigos por ahí. En ese momento, se estiró un poco y se dio la vuelta, caminando hasta una esquina. Entonces le hizo un gesto de despedida con la mano, y cerró los ojos despacio. Un brillo dorado comenzó a invadirle completamente, pues estaba a punto de teletransportarse a otra isla desde allí. El objetivo sería Reino Sakura. Así podría dar un rápido vistazo antes de irse a otra.
- Esta rutina va a terminar conmigo.
Mencionó en un tono tranquilo mientras se cruzaba de brazos, suspirando y esperando a que su técnica le llevase lejos de aquel sitio.
- Lo siento, socio. A mí me gustaría, pero tengo bastantes cosas que hacer. Te daré mi número para cuando quieras quedar o algo.
Dicho aquello, le tendió una hoja con unos números. Claramente le había dado el verdadero, pues no tenía nada malo ir haciendo amigos por ahí. En ese momento, se estiró un poco y se dio la vuelta, caminando hasta una esquina. Entonces le hizo un gesto de despedida con la mano, y cerró los ojos despacio. Un brillo dorado comenzó a invadirle completamente, pues estaba a punto de teletransportarse a otra isla desde allí. El objetivo sería Reino Sakura. Así podría dar un rápido vistazo antes de irse a otra.
- Esta rutina va a terminar conmigo.
Mencionó en un tono tranquilo mientras se cruzaba de brazos, suspirando y esperando a que su técnica le llevase lejos de aquel sitio.
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