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Era un día horrible. El cielo estaba en un tono negro debido a los terribles nubarrones del cielo. No iba a tardar mucho en empezar a llover a lo bestia. El viento había dejado de soplar hacía ya un par de horas. Las personas no salían de sus casas, o a lo mejor se alojaban en tabernas para pasar el rato con los demás. Era una buena forma de ver la vida para ellos. De hecho, en aquella isla corría el rumor de que, hacía muchos años, los gyojines conquistaron todo a su paso. La violencia de los peces podía ser legendaria, como se vio en la ciudad de los nobles. Una lástima que el Yonkaikyo no pudo unirse. Habría brindado paz a base de tiros. No era justo que esos desalmados hiciesen lo que les diese la gana, pero no todos eran así. Tan sólo unos pocos con malas pulgas.
De repente un brillo dorado surgió en la playa. En poco tiempo una silueta comenzó a formarse. Se trataba de un hombre rubio, con el pelo echado hacia atrás. Portaba unas gafas de Sol, una chaqueta de cuero, un pantalón, y unas botas. Vestía totalmente de negro. En su cintura había bastantes fundas de armas de fuego. Este hombre era el cazador y Yonkaikyo del gobierno mundial, Kasai Kuro. El líder de un gremio que se había quedado en la ruina por culpa de las traiciones, y abandonos sin lógica. El mundo era una basura, y el tirador lo sabía muy bien. De todas formas, le daba lo mismo, pues él continuaría impartiendo justicia. El hombre miró un poco a su alrededor, y después de unos momentos soltó un leve suspiro. – Joder, el tiempo está horrible por aquí. – Mencionó mirando el mar. Entrecerró los ojos despacio, notando unas leves gotas caer en sus hombros. Poco a poco fueron aumentando el número, y por ello soltó un suspiro mayor.
El rubio estaba allí para relajarse un poco. Estuvo todo un año entrenando hacía ya tiempo, y por ello se conocía el sitio a la perfección. De todas formas, se sentía bien en la playa pese al tiempo. Su mirada estaba fija en el océano. – Kasai, te vas a poner chorreando. – Dijo la voz del ser de luz que poseía por dentro. Él simplemente sonrió de lado, asintiendo con la cabeza a las palabras de su fiel compañero. – No me importa mucho, de hecho, creo que lo prefiero, amigo. – Dijo en un tono calmado mientras se sentaba en la arena. El cazador se sentía muy sólo, y su objetivo no había dado muchas señales de vida. El demonio Émile, pronto le daría caza, pero sentía que necesitaba mucho más poder para intentarlo, pues en su estado actual era una locura. Soltó un pequeño suspiro, y se colocó de brazos cruzados.
De repente un brillo dorado surgió en la playa. En poco tiempo una silueta comenzó a formarse. Se trataba de un hombre rubio, con el pelo echado hacia atrás. Portaba unas gafas de Sol, una chaqueta de cuero, un pantalón, y unas botas. Vestía totalmente de negro. En su cintura había bastantes fundas de armas de fuego. Este hombre era el cazador y Yonkaikyo del gobierno mundial, Kasai Kuro. El líder de un gremio que se había quedado en la ruina por culpa de las traiciones, y abandonos sin lógica. El mundo era una basura, y el tirador lo sabía muy bien. De todas formas, le daba lo mismo, pues él continuaría impartiendo justicia. El hombre miró un poco a su alrededor, y después de unos momentos soltó un leve suspiro. – Joder, el tiempo está horrible por aquí. – Mencionó mirando el mar. Entrecerró los ojos despacio, notando unas leves gotas caer en sus hombros. Poco a poco fueron aumentando el número, y por ello soltó un suspiro mayor.
El rubio estaba allí para relajarse un poco. Estuvo todo un año entrenando hacía ya tiempo, y por ello se conocía el sitio a la perfección. De todas formas, se sentía bien en la playa pese al tiempo. Su mirada estaba fija en el océano. – Kasai, te vas a poner chorreando. – Dijo la voz del ser de luz que poseía por dentro. Él simplemente sonrió de lado, asintiendo con la cabeza a las palabras de su fiel compañero. – No me importa mucho, de hecho, creo que lo prefiero, amigo. – Dijo en un tono calmado mientras se sentaba en la arena. El cazador se sentía muy sólo, y su objetivo no había dado muchas señales de vida. El demonio Émile, pronto le daría caza, pero sentía que necesitaba mucho más poder para intentarlo, pues en su estado actual era una locura. Soltó un pequeño suspiro, y se colocó de brazos cruzados.
Alice Branwen
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Pocas personas caminaban por las calles, y las que había, intentaban terminar con sus cosas lo más rápido posible. ¿Razón? Tan solo se tenía que mirar el cielo para averiguarlo. Se viera por donde se viera; lo único observable en el cielo era una enorme nube negra y gris. Sinceramente, no se necesitaba saber de climatología para saber que pronto se iba a poner a llover a lo bestia. Las almas que aún quedaban fuera, o era unos valientes de remate, o tan solo les gustaba la lluvia. El caso de la joven albina era muy distinto. Alice ya llevaba unos días en aquella isla, y aún no probaba los dulces que se podían ofrecer allí. Es por esa misma razón, que la chica ahora se encontraba en una repostería pidiendo algo... O esa era la idea. Muchas variedades de postres se desplegaban en el mostrador: desde tortas hasta helados. A la joven se le hacía agua la boca, no podía decidirse en que elegir; todos se veían absolutamente deliciosos.
– Esto... Señorita. ¿Ya eligió lo que va a comer? – dijo uno de los trabajadores del lugar, se podía notar que el tono de su voz era incierto.
Alice se llevó un dedo a la mejilla y se mordió suavemente el labio inferior. Fue una decisión difícil, pero, al cabo de unos segundos, la joven al fin había tomado su decisión. Como si de una niña pequeña se tratase, la chica apuntó a todo los dulces en el mostrador.
– Si, quiero un poco de cada uno – dijo la joven. La sonrisa de su rostro, y sus ojos azules brillantes, parecían brillar de la emoción.
Al pobre camarero casi se le cae de espalda, y luego decidió acatar la orden. No era la mejor idea hablarle a una mujer sobre su figura y hábitos alimenticios, a menos que quisieras sufrir una muerte dolorosa, claro está. De todas formas, la mujer estaba pagando, así que daba lo mismo. Luego de recibir el alimento, la mujer pagó y salió de la repostería... Pero se detuvo justo en la entrada. Frunció el ceño por algunos segundos al ver el cielo, pero luego volvió a adoptar su sonrisa infantil y se encogió de hombros mientras abría el paraguas que tenía en su mano. A ella le gusta que la lluvia caiga sobre su cuerpo, pero no quería arruinar sus dulces por gustos personales. También le gustaba el frío, aunque no era tan tonta para ir con pocas ropas por ahí, pese a que el poder de su fruta le otorgaba mucha resistencia al frío cuando pasaba a su forma híbrida.
Su atuendo de ese día consistía en una playera manga larga, sobre la cual llevaba un suéter de lana, su color era negro. Llevaba unos jeans ajustados de color azul cielo, y unas botas de lluvia del mismo color que el suéter. Llevaba su cabello albino suelto por esa ocasión, y una gorra de lana negra adornaba su cabeza. Su flequillo lo tenía suelto, por lo que tenía el cabello separando ambas secciones de su rostro.
La joven caminó en dirección a la playa mientras degustaba sus dulces que llevaba en una bolsa. La playa era el mejor lugar para comer dulces frescos... Ignorando el horrible clima, por supuesto.
– Esto... Señorita. ¿Ya eligió lo que va a comer? – dijo uno de los trabajadores del lugar, se podía notar que el tono de su voz era incierto.
Alice se llevó un dedo a la mejilla y se mordió suavemente el labio inferior. Fue una decisión difícil, pero, al cabo de unos segundos, la joven al fin había tomado su decisión. Como si de una niña pequeña se tratase, la chica apuntó a todo los dulces en el mostrador.
– Si, quiero un poco de cada uno – dijo la joven. La sonrisa de su rostro, y sus ojos azules brillantes, parecían brillar de la emoción.
Al pobre camarero casi se le cae de espalda, y luego decidió acatar la orden. No era la mejor idea hablarle a una mujer sobre su figura y hábitos alimenticios, a menos que quisieras sufrir una muerte dolorosa, claro está. De todas formas, la mujer estaba pagando, así que daba lo mismo. Luego de recibir el alimento, la mujer pagó y salió de la repostería... Pero se detuvo justo en la entrada. Frunció el ceño por algunos segundos al ver el cielo, pero luego volvió a adoptar su sonrisa infantil y se encogió de hombros mientras abría el paraguas que tenía en su mano. A ella le gusta que la lluvia caiga sobre su cuerpo, pero no quería arruinar sus dulces por gustos personales. También le gustaba el frío, aunque no era tan tonta para ir con pocas ropas por ahí, pese a que el poder de su fruta le otorgaba mucha resistencia al frío cuando pasaba a su forma híbrida.
Su atuendo de ese día consistía en una playera manga larga, sobre la cual llevaba un suéter de lana, su color era negro. Llevaba unos jeans ajustados de color azul cielo, y unas botas de lluvia del mismo color que el suéter. Llevaba su cabello albino suelto por esa ocasión, y una gorra de lana negra adornaba su cabeza. Su flequillo lo tenía suelto, por lo que tenía el cabello separando ambas secciones de su rostro.
La joven caminó en dirección a la playa mientras degustaba sus dulces que llevaba en una bolsa. La playa era el mejor lugar para comer dulces frescos... Ignorando el horrible clima, por supuesto.
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El pistolero continuaba mirando la lluvia caer. Cada vez que pensaba en que su presa podía estar matando personas inocentes, sentía un leve retortijón en el estómago. El rubio entonces suspiró un momento, justo para después relamerse un poco. El frío no era un problema para él, pues estaba acostumbrado. De hecho, pasaba mucho tiempo en Reino Sakura, y en terrenos similares. Odiaba el calor, y los sitios como los desiertos. Era un tipo un poco peculiar a decir vedad. En ese momento decidió centrarse un poco, y miró el agua de forma calmada. La verdad es que parecía estar de un humo de perros el mar también. El cazador alzó una ceja, conteniendo un suspiro después. El aburrimiento comenzaba a invadirle claramente. Miró un momento al cielo, pensando si allí arriba había vida o algo por el estilo. El poder de las frutas del diablo debía de proceder de alguna parte, y él quería saber de dónde.
De repente pudo ver una ola un poco más grande de lo normal acercarse a la playa. No pudo evitar sonreír de lado, pues planeaba romperla. Sacó su revólver, y tras asegurarse de que estaba cargado, entrecerró los ojos concentrándose. Del cañón de su arma se formó una especie de esfera de energía azulada que, no paraba de girar de un lado a otro. Estaba duplicando la potencia del proyectil con una de sus muchas técnicas. – Blue Storm… – Susurró despacio para después apretar el gatillo. La bala salió con una potencia descomunal, e imbuida en su energía especial de canalización. En poco tiempo, una explosión se formó. La ola quedó destruida, y la espuma llegó a la orilla con tranquilidad. Una vez lo hizo, metió su arma en su funda correspondiente, y soltó un leve suspiro. Su puntería continuaba siendo muy buena. Además, su técnica de disparo tenía mucha potencia, y por eso era considerado un tío peligroso.
Su haki de repente sintió una presencia cercana. El rubio pensó que con aquel temporal podía ser un hombre sin techo. En ese momento giró un poco la cabeza, y pudo ver a una chica de cabellos blancos, vestida de invierno, y muy guapa a decir verdad. El tirador entonces volvió a mirar al mar con toda la calma del mundo. – Viste su alma ¿Verdad? – Dijo el serafín en su mente. Él sonrió de lado, asintiendo después. Solía mirar el aura de todas las personas que veía. De esa forma podía atrapar criminales con facilidad. – Verde con toques azulados, de modo que no está mal, pero podría ser mejor. – Mencionó el cazador mientras la lluvia continuaba cayendo sobre su cuerpo. Se colocó la mano derecha en la mejilla, y volvió a mirar al mar. Después sonrió de forma calmada. – Me agrada tu compañía. – Dijo de repente el pistolero, refiriéndose a su fruta. Desde que Alex había desaparecido, no había podido fiarse de nadie. Putos traidores, el mundo estaba lleno de ellos. Muchos merecían el castigo divino, y sentir como se pudrían, pero, el rubio tenía ya sus propios planes.
De repente pudo ver una ola un poco más grande de lo normal acercarse a la playa. No pudo evitar sonreír de lado, pues planeaba romperla. Sacó su revólver, y tras asegurarse de que estaba cargado, entrecerró los ojos concentrándose. Del cañón de su arma se formó una especie de esfera de energía azulada que, no paraba de girar de un lado a otro. Estaba duplicando la potencia del proyectil con una de sus muchas técnicas. – Blue Storm… – Susurró despacio para después apretar el gatillo. La bala salió con una potencia descomunal, e imbuida en su energía especial de canalización. En poco tiempo, una explosión se formó. La ola quedó destruida, y la espuma llegó a la orilla con tranquilidad. Una vez lo hizo, metió su arma en su funda correspondiente, y soltó un leve suspiro. Su puntería continuaba siendo muy buena. Además, su técnica de disparo tenía mucha potencia, y por eso era considerado un tío peligroso.
Su haki de repente sintió una presencia cercana. El rubio pensó que con aquel temporal podía ser un hombre sin techo. En ese momento giró un poco la cabeza, y pudo ver a una chica de cabellos blancos, vestida de invierno, y muy guapa a decir verdad. El tirador entonces volvió a mirar al mar con toda la calma del mundo. – Viste su alma ¿Verdad? – Dijo el serafín en su mente. Él sonrió de lado, asintiendo después. Solía mirar el aura de todas las personas que veía. De esa forma podía atrapar criminales con facilidad. – Verde con toques azulados, de modo que no está mal, pero podría ser mejor. – Mencionó el cazador mientras la lluvia continuaba cayendo sobre su cuerpo. Se colocó la mano derecha en la mejilla, y volvió a mirar al mar. Después sonrió de forma calmada. – Me agrada tu compañía. – Dijo de repente el pistolero, refiriéndose a su fruta. Desde que Alex había desaparecido, no había podido fiarse de nadie. Putos traidores, el mundo estaba lleno de ellos. Muchos merecían el castigo divino, y sentir como se pudrían, pero, el rubio tenía ya sus propios planes.
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La joven continuaba caminando por las calles de Conomi, sin cuidado de lo que le rodea. Ella era feliz con sus dulces e ideales, no necesitaba nada más, salvo compañeros o amigos para pasar el rato. Un pequeño puchero apareció en el rostro de la joven, hace tiempo que ella no tenía alguna fiesta donde poder liberar sus emociones y frustraciones. Para su mala fortuna, la mayoría de las personas que estaban en la academia eran personas serias con un mástil metidos por el culo, aunque había excepciones, como siempre. Lorenz era uno de ellos, y la joven suponía que los CP1 con los que se juntaba también. Pero esos era un caso distinto, debido a sus obligaciones, era muy difícil que todos se juntaran en un lugar y divertirse. La joven albina era la única que aún no tenía rango oficial dentro de la Cipher Police, y tan solo le quedaban unos meses para poder demostrar su valía. De lo contrario, todo lo que había sufrido hasta ahora será en vano. La joven suspiró al recordar el pasado, a veces le daban ganas de olvidarse de sus sueños y mandar todo el mundo a la mierda. Lo único que la mantenía en pie, eran su promesa a su madre e Irene, nada más.
El sonido de algo chocar con suelo le sacó de sus pensamientos. La joven iba tan distraída, que llegó hasta la playa sin que se diera cuenta. Alice se mantuvo serena durante unos minutos, viendo como las olas golpeaban la arena. Eso, combinado con el exquisito sabor de sus dulces, provocaba cierta sensación de euforia en la joven; era algo que no podía explicar.
Musitó algo inaudible, y sacó un berlín de bolsa de compras, todavía viendo el paisaje que tenía en frente. En eso, notó que había alguien en la playa. Alice frunció el ceño, era demasiado peligroso estar tan cercas de las marejadas con ese clima. La albina miró a sus alrededores, y al ver que no había nadie, suspiró. Se ajustó lo mejor que pudo su suéter y bajó las escaleras que llevaban a la playa. Justo al tocar la arena, la agente vio como una ola enorme se acercaba hasta el hombre. Alice abrió sus ojos, y se disponía a gritar para avisarle al hombre... Pero no hubo la necesidad. Este sacó unas pistolas de quien sabe donde, y disparó contra la ola. La albina vio sorprendida como la masa de agua era destruida. La espuma llegó a la orilla, y todo quedó normal como antes.
Alice dudó o no si acercarse, pero luego se encogió de hombros. A paso lento fue hasta donde estaba el hombre rubio, y una vez que estaba lo suficientemente cerca, pudo contemplar bien sus facciones. La joven se dio cuenta que le conocía, y no era para menos. Ese hombre era uno de los cuatro Yonkaikyos, y el más fuerte si es que lo rumores eran ciertos.
– Cuando llegué a esta isla, tenía la certeza de que no iba a suceder nada interesante... Pero esa técnica con las pistolas fue sorprendente – dijo la joven, mientras mantenía su sonrisa habitual en su rostro. – No esperaba encontrarme con uno de los cuatro Yonkai en un mar como el East – Alice parpadeó un par de veces, llevándose un dedo a la mejilla – Por cierto, si sigues así, puede que te de hipotermia – terminó de hablar la albina, el tono de su voz denotaba preocupación. Ella no podía evitarlo, era una persona amable con todos por naturaleza... Salvo que le dieran razones para pensar distinto.
El sonido de algo chocar con suelo le sacó de sus pensamientos. La joven iba tan distraída, que llegó hasta la playa sin que se diera cuenta. Alice se mantuvo serena durante unos minutos, viendo como las olas golpeaban la arena. Eso, combinado con el exquisito sabor de sus dulces, provocaba cierta sensación de euforia en la joven; era algo que no podía explicar.
Musitó algo inaudible, y sacó un berlín de bolsa de compras, todavía viendo el paisaje que tenía en frente. En eso, notó que había alguien en la playa. Alice frunció el ceño, era demasiado peligroso estar tan cercas de las marejadas con ese clima. La albina miró a sus alrededores, y al ver que no había nadie, suspiró. Se ajustó lo mejor que pudo su suéter y bajó las escaleras que llevaban a la playa. Justo al tocar la arena, la agente vio como una ola enorme se acercaba hasta el hombre. Alice abrió sus ojos, y se disponía a gritar para avisarle al hombre... Pero no hubo la necesidad. Este sacó unas pistolas de quien sabe donde, y disparó contra la ola. La albina vio sorprendida como la masa de agua era destruida. La espuma llegó a la orilla, y todo quedó normal como antes.
Alice dudó o no si acercarse, pero luego se encogió de hombros. A paso lento fue hasta donde estaba el hombre rubio, y una vez que estaba lo suficientemente cerca, pudo contemplar bien sus facciones. La joven se dio cuenta que le conocía, y no era para menos. Ese hombre era uno de los cuatro Yonkaikyos, y el más fuerte si es que lo rumores eran ciertos.
– Cuando llegué a esta isla, tenía la certeza de que no iba a suceder nada interesante... Pero esa técnica con las pistolas fue sorprendente – dijo la joven, mientras mantenía su sonrisa habitual en su rostro. – No esperaba encontrarme con uno de los cuatro Yonkai en un mar como el East – Alice parpadeó un par de veces, llevándose un dedo a la mejilla – Por cierto, si sigues así, puede que te de hipotermia – terminó de hablar la albina, el tono de su voz denotaba preocupación. Ella no podía evitarlo, era una persona amable con todos por naturaleza... Salvo que le dieran razones para pensar distinto.
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El viento sopló con fuerza, haciendo que la chaqueta del tirador ondease un poco, y de esa forma le diese un aire distinto. El hombre cerró los ojos entonces, sintiéndose totalmente calmado y en paz consigo mismo. Lo que si era cierto, era que la jodida temperatura comenzaba a ser un poco molesta. Una cosa era resistir el frío, y otra muy distinta ser inmune. El tipo se quitó un momento las gafas de Sol, mostrando unos ojos dorados e intensos. Al momento se las puso de nuevo. No solía dejar que le vieran sus orbes, no al menos desconocidos. Por el momento continuaba siendo un poco desconfiado con aquel tipo de cosas, pero muy servicial para las demás. Si venían más olas, las rompería, pues el cazador había comprado munición hacía ya un par de días. Tenía más de quince mil, y por ello no le importaba disparar unas cuantas.
De repente, sintió la presencia anterior acercarse, y por ello no pudo evitar estar tranquilo. Ver el alma de las personas le daba mucha seguridad a la hora de hablar con ellas. Aunque Yoko también tenía un alma pura, como Misa, y habían resultado ser unas traidoras. En ese momento miró a la joven de forma seria, esperando a ver que le decía. Le dijo que su técnica con la pistola había sido sorprendente, y razón no le faltaba. La entrenó en aquella misma playa, disparando al mar. Después mencionó que no esperaba ver a uno de los Yonkaikyos en un lugar como aquel. Por último le previno sobre la hipotermia. El rubio le mostró una sonrisa amable, y calmada. Después le respondió con tranquilidad. – Suelo venir aquí a meditar. Últimamente da lo mismo en qué mar estés, hay peligro en todos lados. – Finalizó guiñándole el ojo. Después se dio cuenta de que llevaba gafas de Sol, era un genio.
Se colocó en pie despacio. Después se estiró un momento, y se quedó mirando el alma de la mujer de nuevo. Se encontraba cómodo con personas de aquel color. Aunque Nostariel pese a ser más azul, era muy agradable. – No te falta razón, amiga. De hecho, ya pretendía meterme en algún sitio o teletransportarme de nuevo. – Mencionó con un tono de pereza. Miró unos momentos a su alrededor, y no pudo ver a nadie más. Pudo comprobar que sus armas estaban todas en su sitio, y después de unos instantes la miró de nuevo. – Supongo que ya lo sabes, pero lo diré de todas formas: Mi nombre es Kasai Kuro. – Siempre había que presentarse de forma amable, y por ello lo hizo con toda la calma del mundo. Lo que no sabía era dónde ir, por lo que se rascó un poco la nuca. De hecho, no sabía si la peliblanca querría refugiarse o simplemente estaba de paso. Decidió dejar que fuese ella la que hablase. – “Olvidas cerrar el bolsillo de las balas píricas” – Dijo la voz del serafín en la mente del pistolero. El rubio sonrió cerrándolo entonces, y dándole las gracias internamente a su compañero.
De repente, sintió la presencia anterior acercarse, y por ello no pudo evitar estar tranquilo. Ver el alma de las personas le daba mucha seguridad a la hora de hablar con ellas. Aunque Yoko también tenía un alma pura, como Misa, y habían resultado ser unas traidoras. En ese momento miró a la joven de forma seria, esperando a ver que le decía. Le dijo que su técnica con la pistola había sido sorprendente, y razón no le faltaba. La entrenó en aquella misma playa, disparando al mar. Después mencionó que no esperaba ver a uno de los Yonkaikyos en un lugar como aquel. Por último le previno sobre la hipotermia. El rubio le mostró una sonrisa amable, y calmada. Después le respondió con tranquilidad. – Suelo venir aquí a meditar. Últimamente da lo mismo en qué mar estés, hay peligro en todos lados. – Finalizó guiñándole el ojo. Después se dio cuenta de que llevaba gafas de Sol, era un genio.
Se colocó en pie despacio. Después se estiró un momento, y se quedó mirando el alma de la mujer de nuevo. Se encontraba cómodo con personas de aquel color. Aunque Nostariel pese a ser más azul, era muy agradable. – No te falta razón, amiga. De hecho, ya pretendía meterme en algún sitio o teletransportarme de nuevo. – Mencionó con un tono de pereza. Miró unos momentos a su alrededor, y no pudo ver a nadie más. Pudo comprobar que sus armas estaban todas en su sitio, y después de unos instantes la miró de nuevo. – Supongo que ya lo sabes, pero lo diré de todas formas: Mi nombre es Kasai Kuro. – Siempre había que presentarse de forma amable, y por ello lo hizo con toda la calma del mundo. Lo que no sabía era dónde ir, por lo que se rascó un poco la nuca. De hecho, no sabía si la peliblanca querría refugiarse o simplemente estaba de paso. Decidió dejar que fuese ella la que hablase. – “Olvidas cerrar el bolsillo de las balas píricas” – Dijo la voz del serafín en la mente del pistolero. El rubio sonrió cerrándolo entonces, y dándole las gracias internamente a su compañero.
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Un viento recorrió la playa, provocando un leve estremecimiento en la joven, debido al frío. Al parecer, la temperatura de la isla estaba bajando y, aunque a la joven le gustaba el frío, todo tenía un límite. Por algunos instantes la albina contempló en convertirse en un oso polar para poder capear el frío, pero se contuvo; hacer eso no era algo tan práctico que digamos. Alice escuchó con atención la explicación del rubio el porqué estaba en esa isla, y no pudo evitar darle la razón al hombre. El mundo cada vez era más peligroso, hasta en la isla más inofensiva ocurrían tragedias. Esa era otra razón por la que la chica no abandonaría sus ideales de justicia, por muy utópicos que fueran. Eran lo que definían su existencia, y ella sabía muy bien que sus propios sueños podían terminar destruyéndola, pero poco le importaba. Alice decidió luchar hasta la muerte por sus sueños, de lo contrario, ella no podría verle la cara a su madre e Irene cuando muriese.}
– No es eso cierto. El mundo en verdad es peligroso, ya no hay paz que disfrutar, y la justicia parece ser algo vacío últimamente – dijo la joven mientras una sonrisa triste y melancólica aparecía en su rostro.
La joven continuó escuchando de forma tranquila las palabras del rubio, aunque tuvo que arquear una ceja en más de una ocasión. ¿Teletransportarse? Eso era raro. Habían rumores que decían que el Yonkaikyo consumió una Akuma no Mi rara, pero nadie sabe con certeza su tipo o sus poderes. El hombre terminó de hablar, diciendo su nombre al final. En parte, él tenía razón; la joven ya conocía su nombre, pero presentarse de esa forma hablaba muy bien de el.
– Un gusto, mi nombre es Alicia Branwen, pero dime Alice – respondió la albina, la sonrisa triste antes había desaparecido, tomando en su lugar la que habitualmente portaba. No le importaba presentarse con su apellido de noble. Muy pocas personas conocían a los Branwen, de hecho la joven juraba que solo en su isla eran conocidos. Para la gente en otros lados, solo era un apellido normal, salvo que la persona haya investigado a todos los nobles del mundo. Alice miró su bolsa, y vio que se había terminado sus dulces. Suspiró de forma triste y miró al hombre nuevamente.
– Bueno, hay un sitio acá donde sirven cosas geniales, además tiene un ambiente agradable y estufas. Si gustas, puedo llevarte hacia allá – se guardó para si misma que iba usar eso como excusa para comprarse mas dulces. Si, la joven tenía un severo caso de "diente dulce". Podía acabarse todos los postres de una isla si se lo propone, y lo mejor era que su figura nunca cambiaba.
– No es eso cierto. El mundo en verdad es peligroso, ya no hay paz que disfrutar, y la justicia parece ser algo vacío últimamente – dijo la joven mientras una sonrisa triste y melancólica aparecía en su rostro.
La joven continuó escuchando de forma tranquila las palabras del rubio, aunque tuvo que arquear una ceja en más de una ocasión. ¿Teletransportarse? Eso era raro. Habían rumores que decían que el Yonkaikyo consumió una Akuma no Mi rara, pero nadie sabe con certeza su tipo o sus poderes. El hombre terminó de hablar, diciendo su nombre al final. En parte, él tenía razón; la joven ya conocía su nombre, pero presentarse de esa forma hablaba muy bien de el.
– Un gusto, mi nombre es Alicia Branwen, pero dime Alice – respondió la albina, la sonrisa triste antes había desaparecido, tomando en su lugar la que habitualmente portaba. No le importaba presentarse con su apellido de noble. Muy pocas personas conocían a los Branwen, de hecho la joven juraba que solo en su isla eran conocidos. Para la gente en otros lados, solo era un apellido normal, salvo que la persona haya investigado a todos los nobles del mundo. Alice miró su bolsa, y vio que se había terminado sus dulces. Suspiró de forma triste y miró al hombre nuevamente.
– Bueno, hay un sitio acá donde sirven cosas geniales, además tiene un ambiente agradable y estufas. Si gustas, puedo llevarte hacia allá – se guardó para si misma que iba usar eso como excusa para comprarse mas dulces. Si, la joven tenía un severo caso de "diente dulce". Podía acabarse todos los postres de una isla si se lo propone, y lo mejor era que su figura nunca cambiaba.
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L a chica no tardó mucho en decir su hombre. Era Alice, y un apellido un poco raro, pero el rubio no iba a ponerse a mirar cómo sonaba cada apellido, por lo que simplemente sonrió de forma calmada. Su chaqueta volvió a ondear debido al viento, y una mueca de desagrado a eso salió de repente de su rostro. Menos mal que se había levantado ya, el frío que hacía era horrible. Si la ola le hubiese mojado, habría sido terrible. Entonces si le hubiese dado una verdadera hipotermia, y posiblemente habría tenido que ir a un médico. Él se dedicaba a la ingeniería, y no conocía mucho el tema de las pastillas y demás. No pudo evitar pensar en sí mismo como un tipo con bata blanca, y eso le causó una leve risa interna. – “Precioso” – Dijo el ser de luz de forma irónica al visualizarlo también. Cierto era que el cazador no era un símbolo sexual, pero el serafín se había pasado un poco.
En ese momento el rubio escuchó a la mujer mencionar el sitio de las estufas, y el tirador mostró entonces una sonrisa amable, y calmada. Lo de cosas geniales no se le quedó muy bien, pero el sitio debía de ser nuevo, pues él no lo conocía. No tardaron mucho en llegar, y al entrar, el rubio pudo ver el sitio. Estaba adornado con paredes de color verde claro, con ventanas cerradas que dejaban ver la lluvia, y con una iluminación que no resultaba ser molesta. Un trueno se escuchó entonces, pero el rubio ya le daba lo mismo al estar allí dentro. Se quitó la chaqueta mojada, dejándola en un pequeño perchero de madera de pino. Quedó con una malla de cuero también, pero parecía un poco más resistente. Sus armas quedaron al descubierto, y tenía cargadores por todo el cuerpo. Pero muchos lo conocían y era como ver un marine armado, normal. Por ello no hubo caos ni quejas.
El hombre entonces se sentó en una mesa que daba a una ventana por la que se veía el mar. Era de dos asientos. Entonces con el pie, echó la silla de la joven un poco hacia atrás, para que se sentase sin tener que moverla. – “Es terciopelo, melón. Si lo ensucias te quedas sin diez mil berries fijo” – Kuro entonces sonrió de lado. El serafín resultaba preocuparse por muchas cosas, pero tenía razón. Una vez ella estuviese sentada le hablaría. – Bueno, antes de nada, debes saber que fui un Tenryubito. – Dijo de forma amable. Si iban a charlar, la sinceridad era lo primero. Entonces se acercó una chica rubia a tomarles nota. Sus ojos eran verdes, y tenía una piel pálida, y bella. Vestía con una camisa blanca, y uno pantalón oscuro. No tardó en tomarles nota. – Yo quiero una ración de almejas, y un vino sin alcohol. Ella lo que quiera, yo pago. – Lo último lo dijo mirando a la peliblanca con calma. Total, el dinero que tenía era demasiado.
En ese momento el rubio escuchó a la mujer mencionar el sitio de las estufas, y el tirador mostró entonces una sonrisa amable, y calmada. Lo de cosas geniales no se le quedó muy bien, pero el sitio debía de ser nuevo, pues él no lo conocía. No tardaron mucho en llegar, y al entrar, el rubio pudo ver el sitio. Estaba adornado con paredes de color verde claro, con ventanas cerradas que dejaban ver la lluvia, y con una iluminación que no resultaba ser molesta. Un trueno se escuchó entonces, pero el rubio ya le daba lo mismo al estar allí dentro. Se quitó la chaqueta mojada, dejándola en un pequeño perchero de madera de pino. Quedó con una malla de cuero también, pero parecía un poco más resistente. Sus armas quedaron al descubierto, y tenía cargadores por todo el cuerpo. Pero muchos lo conocían y era como ver un marine armado, normal. Por ello no hubo caos ni quejas.
El hombre entonces se sentó en una mesa que daba a una ventana por la que se veía el mar. Era de dos asientos. Entonces con el pie, echó la silla de la joven un poco hacia atrás, para que se sentase sin tener que moverla. – “Es terciopelo, melón. Si lo ensucias te quedas sin diez mil berries fijo” – Kuro entonces sonrió de lado. El serafín resultaba preocuparse por muchas cosas, pero tenía razón. Una vez ella estuviese sentada le hablaría. – Bueno, antes de nada, debes saber que fui un Tenryubito. – Dijo de forma amable. Si iban a charlar, la sinceridad era lo primero. Entonces se acercó una chica rubia a tomarles nota. Sus ojos eran verdes, y tenía una piel pálida, y bella. Vestía con una camisa blanca, y uno pantalón oscuro. No tardó en tomarles nota. – Yo quiero una ración de almejas, y un vino sin alcohol. Ella lo que quiera, yo pago. – Lo último lo dijo mirando a la peliblanca con calma. Total, el dinero que tenía era demasiado.
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No tardaron mucho en llegar a la tienda de antes, estaba muy cerca de la playa de antes. El sitio era agradable, un ligero aroma a café invadió las fosas nasales de la mujer, también se podía escuchar música suave que provenía de unos parlantes. Aunque de vez en cuando el sonido era arruinado por el ruido provocado por un trueno. Al parecer sería una tormenta, por lo que tendrían que pasar su estadía en ese recinto para protegerse de los fuertes vientos. No es como si a la albina le molestara. Si tiene que pasar la noche en ese lugar, entonces comería todos los dulces que encontrara en esa tienda. La mujer siempre tenía hambre cuando se hablaba de postres, no importa cual fuera la hora del día. Tranquilamente la joven dejó su suéter en el perchero de pino, dejando al descubierto su playera blanca y sus... Generosos atributos. Ignorando las miradas de los hombres (y algunas mujeres), la joven dejó su gorro colgando.
– Ara, que caballero – dijo la joven al ver el gesto de la silla.
La joven se sentó, pero no sin antes sacar un listón negro de su bolsillo. Cuidadosamente tomó de su cabello y se lo amarró en una cola de caballo con el lazo. La cola llegaba hasta su cintura, y dejó su flequillo libre por esa ocasión. Alice se acomodó y esperó a que los atendieran... Pero en eso, el rubio dijo algo que la descolocó por un segundo. Quien hubiera pensado que Kasai fue un tenryubito antes de ser lo que era. Ahora la joven sentía curiosidad del porqué se fue, aunque no pudo preguntar debido a que la camarera llegó hasta la mesa. Cuando el hombre dijo que el pagaría, sus ojos azules empezaron a brillar.
– Pues yo quiero una malteada de vainilla y ... Todos los postre que tenga en el lugar, por favor – la camarera tomó nota, mientras una gota caía por su sien; no iba a preguntar como la joven podía mantener su figura con todo lo que iba a comer... Los celos no tenían nada que ver. Luego, la mujer los dejó solo de nuevo. Una vez que se encontraban solos nuevamente, la albina le dedicó una sonrisa amable al hombre.
– Yo soy una ex noble, así que estamos a mano – dijo tranquilamente la joven. No es como si no le importara decirlo, además había una probabilidad muy baja de que su padre se enterase de donde estaba.
– Ara, que caballero – dijo la joven al ver el gesto de la silla.
La joven se sentó, pero no sin antes sacar un listón negro de su bolsillo. Cuidadosamente tomó de su cabello y se lo amarró en una cola de caballo con el lazo. La cola llegaba hasta su cintura, y dejó su flequillo libre por esa ocasión. Alice se acomodó y esperó a que los atendieran... Pero en eso, el rubio dijo algo que la descolocó por un segundo. Quien hubiera pensado que Kasai fue un tenryubito antes de ser lo que era. Ahora la joven sentía curiosidad del porqué se fue, aunque no pudo preguntar debido a que la camarera llegó hasta la mesa. Cuando el hombre dijo que el pagaría, sus ojos azules empezaron a brillar.
– Pues yo quiero una malteada de vainilla y ... Todos los postre que tenga en el lugar, por favor – la camarera tomó nota, mientras una gota caía por su sien; no iba a preguntar como la joven podía mantener su figura con todo lo que iba a comer... Los celos no tenían nada que ver. Luego, la mujer los dejó solo de nuevo. Una vez que se encontraban solos nuevamente, la albina le dedicó una sonrisa amable al hombre.
– Yo soy una ex noble, así que estamos a mano – dijo tranquilamente la joven. No es como si no le importara decirlo, además había una probabilidad muy baja de que su padre se enterase de donde estaba.
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El rubio no pudo evitar fijarse en que la chica era popular. Todos miraban, sobre todo hombres, cosa que le hizo sonreír de forma calmada. Era normal, la joven era preciosa, y había que admitirlo. De todas formas, él ya estaba acostumbrado a que mirasen a su mesa, por lo que no le iba a molestar. Entonces la chica pidió todos los postres, cosa que hizo al tirador abrir los ojos como platos. – “Bendito sea el señor” – Mencionó el serafín en un tono de impresionado. La verdad es que no solía hablar mucho, pero desde que el tirador y él pasaron la pelea con el lobo blanco, se hicieron muy buenos amigos. Kuro quedó impresionado totalmente. El motivo era el mismo que estaría pensando la camarera. El cuerpo de la albina era perfecto para comer tanto. Tampoco era asunto suyo, de hecho, era libre de hacer lo que quisiese.
En ese momento, ella dijo aquellas palabras, y él no pudo evitar sonreír al ver la casualidad. Justo iba a hablarle, cuando un chico joven de unos veinte años se acercó a ella. Llevaba una rosa en la mano, y eso hizo que el pistolero sonriera. Le resultaba bonito y todo, se quedó quieto, pero entonces sacó su revólver, y apuntó al joven. – Vete ahora mismo, o te juro que terminas bajo tierra… – El tirador frunció el ceño de forma notoria. Entonces el chico le miró con un poco de odio, de hecho, se puso en plan machote. – ¿Por qué? Te jode ¿Verdad? Ella decide. – El rubio entonces se colocó en pie, y de una patada alta, tiró al tipo al suelo. El chico, el cual era peliverde y de ojos rojizos, se levantó, echándose hacia atrás. El Yonkaikyo entonces hizo que su arma brillase en el tono azul que usó contra la ola. – ¿Qué diablos planeabas hacerle, hijo de puta? Puedo ver tu alma oscura, y podrida. – El chico al escuchar aquellas palabras, quedó impresionado. De hecho, no tardó en salir corriendo pese a la tormenta de a fuera.
Tras lo pasado, el rubio se sentó de nuevo frente a la chica. Las personas del sitio quedaron un poco confusas, pero la paz volvió. La rubia trajo las cosas a la mesa, y después se retiró a continuar sirviendo a los clientes. Kuro tomó una almeja, el sabor era buenísimo, pero tenía un ligero enfado debido a lo que pudo ver. – Perdona lo de antes. Ese cabrón no planeaba nada bueno, y de hecho… – Pudo ver la rosa que traía, de un pisotón la estampó en el suelo. De ella salió un pequeño humo que se dispersó. No parecía ser letal a una distancia media. – La droga de los violadores. Este truco lo he visto ya. – De hecho, a lo mejor la chica ni pensaba coger la flor, pero era su deber asegurarse. Quería ir tras aquel capullo, a saber a lo que se dedicaba. Bebió un poco de su bebida, pero no logró calmarse, tuvo encima que quitarse sus gafas de Sol, mostrando sus dorados ojos en público.
En ese momento, ella dijo aquellas palabras, y él no pudo evitar sonreír al ver la casualidad. Justo iba a hablarle, cuando un chico joven de unos veinte años se acercó a ella. Llevaba una rosa en la mano, y eso hizo que el pistolero sonriera. Le resultaba bonito y todo, se quedó quieto, pero entonces sacó su revólver, y apuntó al joven. – Vete ahora mismo, o te juro que terminas bajo tierra… – El tirador frunció el ceño de forma notoria. Entonces el chico le miró con un poco de odio, de hecho, se puso en plan machote. – ¿Por qué? Te jode ¿Verdad? Ella decide. – El rubio entonces se colocó en pie, y de una patada alta, tiró al tipo al suelo. El chico, el cual era peliverde y de ojos rojizos, se levantó, echándose hacia atrás. El Yonkaikyo entonces hizo que su arma brillase en el tono azul que usó contra la ola. – ¿Qué diablos planeabas hacerle, hijo de puta? Puedo ver tu alma oscura, y podrida. – El chico al escuchar aquellas palabras, quedó impresionado. De hecho, no tardó en salir corriendo pese a la tormenta de a fuera.
Tras lo pasado, el rubio se sentó de nuevo frente a la chica. Las personas del sitio quedaron un poco confusas, pero la paz volvió. La rubia trajo las cosas a la mesa, y después se retiró a continuar sirviendo a los clientes. Kuro tomó una almeja, el sabor era buenísimo, pero tenía un ligero enfado debido a lo que pudo ver. – Perdona lo de antes. Ese cabrón no planeaba nada bueno, y de hecho… – Pudo ver la rosa que traía, de un pisotón la estampó en el suelo. De ella salió un pequeño humo que se dispersó. No parecía ser letal a una distancia media. – La droga de los violadores. Este truco lo he visto ya. – De hecho, a lo mejor la chica ni pensaba coger la flor, pero era su deber asegurarse. Quería ir tras aquel capullo, a saber a lo que se dedicaba. Bebió un poco de su bebida, pero no logró calmarse, tuvo encima que quitarse sus gafas de Sol, mostrando sus dorados ojos en público.
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La chica no sabía muy bien lo que había ocurrido. En un minuto ella hablaba con Kasai, y al siguiente presenciaba una escena algo bizarra. Resulta que un sujeto peliverde, de veinte y de ojos rojizos, se le había acercado con una rosa en la mano. Alice se sentía alagada, enserio, pero iba a rechazarle de todas formas. La chica era alguien romántica y algo coqueta por naturaleza, pero eso no quería decir que se tiraría a primero que tuviera por delante. La albina tenía estándares, además, seguía siendo virgen. Lo cual era sorprendente para alguien tan bella para ella, las propuestas iba y venían, pero ella, simplemente, no estaba interesada. Prefería mantener una relación de amistad con sus conocidos, y de allí ver hacia donde iba. La joven jugaba para ambos equipos, así que tenía más opciones de donde elegir.
La albina estaba disgustada con lo que el sujeto estuvo a punto de hacer, memorias que prefería olvidar volvieron a surgir luego de dos años. Alice cerró los ojos, inhaló y exhaló varias veces para poder calmarse. A cabo de unos segundos, volvió a adoptar su postura normal, como si nada de lo anterior hubiera sucedido. Luego de ese mini episodios, la chica vio como Kasai aplastó la rosa, provocando que un pequeño humo saliera de este. Al escuchar la explicación del rubio, la joven no pudo evitar estremecerse. Quien sabe lo que hubiera pasado si es que el antiguo tenryubito no hubiera estado presente. Alice se decidió en ese mismo momento que tendría más cuidado con los regalos que reciba.
– Muchas gracias por eso, de verdad – dijo la joven, se podía apreciar la sinceridad en su voz. No pudieron seguir charlando, debido a que justo llegó la comida.
Los orbes de color zafiro de la joven se iluminaron. Debido a todo lo que pidió, tuvieron que traerle un carrito con todo, eso era algo que la joven apreciaba. Cuando la camarera se retiró del lugar, la joven atacó con todo a los postres. Muchas personas se le quedaron mirando asombrados. ¿Razón? Cuando uno ve a una persona glotona, se espera que ésta o éste tenga malos modales y arrase con todo... La joven es, prácticamente, todo lo contrario a eso. Era glotona, de eso no había duda, pero sus modales eran dignos de verse. Comía como toda una princesa. Ver a alguien comer todo eso de esa forma era, sin duda, más espeluznante que ver a un gordo arrasar con todo. Al cabo de unos segundos, la joven dejó de comer por unos momentos e intentó conversar con el rubio.
– Por cierto. ¿Qué significa eso de aura negra que dijiste antes sobre el tipo de antes? ¿Tiene que ver con tu fruta? – Alice ya tenía claro que Kasai poseía una, pero no tenía la más mínima idea de cual. Por el rabillo del ojo, observó como la gente veía algo deprimida la torrencial lluvia de afuera. La joven detestaba ambientes así, por lo que si la cosa no mejoraba, tendría que hacer algo.
La albina estaba disgustada con lo que el sujeto estuvo a punto de hacer, memorias que prefería olvidar volvieron a surgir luego de dos años. Alice cerró los ojos, inhaló y exhaló varias veces para poder calmarse. A cabo de unos segundos, volvió a adoptar su postura normal, como si nada de lo anterior hubiera sucedido. Luego de ese mini episodios, la chica vio como Kasai aplastó la rosa, provocando que un pequeño humo saliera de este. Al escuchar la explicación del rubio, la joven no pudo evitar estremecerse. Quien sabe lo que hubiera pasado si es que el antiguo tenryubito no hubiera estado presente. Alice se decidió en ese mismo momento que tendría más cuidado con los regalos que reciba.
– Muchas gracias por eso, de verdad – dijo la joven, se podía apreciar la sinceridad en su voz. No pudieron seguir charlando, debido a que justo llegó la comida.
Los orbes de color zafiro de la joven se iluminaron. Debido a todo lo que pidió, tuvieron que traerle un carrito con todo, eso era algo que la joven apreciaba. Cuando la camarera se retiró del lugar, la joven atacó con todo a los postres. Muchas personas se le quedaron mirando asombrados. ¿Razón? Cuando uno ve a una persona glotona, se espera que ésta o éste tenga malos modales y arrase con todo... La joven es, prácticamente, todo lo contrario a eso. Era glotona, de eso no había duda, pero sus modales eran dignos de verse. Comía como toda una princesa. Ver a alguien comer todo eso de esa forma era, sin duda, más espeluznante que ver a un gordo arrasar con todo. Al cabo de unos segundos, la joven dejó de comer por unos momentos e intentó conversar con el rubio.
– Por cierto. ¿Qué significa eso de aura negra que dijiste antes sobre el tipo de antes? ¿Tiene que ver con tu fruta? – Alice ya tenía claro que Kasai poseía una, pero no tenía la más mínima idea de cual. Por el rabillo del ojo, observó como la gente veía algo deprimida la torrencial lluvia de afuera. La joven detestaba ambientes así, por lo que si la cosa no mejoraba, tendría que hacer algo.
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El pistolero continuaba tratando de relajarse después de lo pasado, de hecho, tomó aire con fuerza, y después lo soltó mirando hacia un lado. Se colocó de nuevo sus lentes oscuras, y en ese momento pudo ver el enorme carrito sólo con todo lo que había pedido la albina. Se llevó la mano a la frente, limpiándose el sudor que tenía en ella. Tomó otra de las almejas, masticándola despacio, y sintiendo el rico sabor. Sin duda las adoraba. Bebió de nuevo del vino, y vio como la mujer comía también de buena forma. No comía como una osa, que ya había visto a varias comer de aquella forma. De todas maneras, eso a él le era totalmente indiferente, pues cada uno era libre. Y encima había visto comer a Taiga. Ese mastodonte no masticaba, tragaba como un puto venado. Encima realizaba sonidos raros, la culpa seria del tipo ese que nombraba, Ushio. Sería un mono comiendo, y se lo pegó.
En ese momento la chica le preguntó sobre lo del aura, y no pudo evitar sonreír de lado. Ya se había dado cuenta de que era un usuario, o más bien los rumores. No podía confirmarlo, pero de todas formas, la chica no tenía ni un pelo de tonta. El tirador estuvo unos momentos callados, hasta que se decidió a contestarle. – Es un poder que desarrollé. Puedo ver el alma de las personas, y según el color sé si son malvadas, buenas o neutrales. El poder del cielo es complicado, pero hermoso. – Mencionó de forma amable. Disfrutaba derrocando a los malvados con el poder de la divina justicia, y haciéndose notar. Era un guerrero del bien, y pensaba continuar con aquello hasta su muerte. Tenía una buena forma de ver las cosas, y por supuesto, estaba del lado del gobierno. Pero lo de la ley de los Tenryubitos y los esclavos, pensaba erradicarla.
Después de unos momentos, el rubio sintió también curiosidad por la chica, y decidió hacerle también preguntas. – ¿Tú a qué te dedicas? ¿Tienes una fruta? ¿Vives aquí? – Una vez dijo aquello, sonrió de forma calmada. Se comió otra almeja, deleitándose con el rico sabor que poseía. Suspiró de placer, y después volvió a beber del vaso. Notaba más miradas encima, y le hicieron sentir un poco incómodo. Una cosa era un momento, y otra ya todo el tiempo. A lo mejor era por lo que había liado con el peliverde. Pero no iba a marcharse por las miradas. – “Eres todo un ídolo de masas” – Dijo el serafín por dentro y riendo un poco. No lo hacía con maldad, pero le resultaba gracioso.
En ese momento la chica le preguntó sobre lo del aura, y no pudo evitar sonreír de lado. Ya se había dado cuenta de que era un usuario, o más bien los rumores. No podía confirmarlo, pero de todas formas, la chica no tenía ni un pelo de tonta. El tirador estuvo unos momentos callados, hasta que se decidió a contestarle. – Es un poder que desarrollé. Puedo ver el alma de las personas, y según el color sé si son malvadas, buenas o neutrales. El poder del cielo es complicado, pero hermoso. – Mencionó de forma amable. Disfrutaba derrocando a los malvados con el poder de la divina justicia, y haciéndose notar. Era un guerrero del bien, y pensaba continuar con aquello hasta su muerte. Tenía una buena forma de ver las cosas, y por supuesto, estaba del lado del gobierno. Pero lo de la ley de los Tenryubitos y los esclavos, pensaba erradicarla.
Después de unos momentos, el rubio sintió también curiosidad por la chica, y decidió hacerle también preguntas. – ¿Tú a qué te dedicas? ¿Tienes una fruta? ¿Vives aquí? – Una vez dijo aquello, sonrió de forma calmada. Se comió otra almeja, deleitándose con el rico sabor que poseía. Suspiró de placer, y después volvió a beber del vaso. Notaba más miradas encima, y le hicieron sentir un poco incómodo. Una cosa era un momento, y otra ya todo el tiempo. A lo mejor era por lo que había liado con el peliverde. Pero no iba a marcharse por las miradas. – “Eres todo un ídolo de masas” – Dijo el serafín por dentro y riendo un poco. No lo hacía con maldad, pero le resultaba gracioso.
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La albina entrecerró los ojos al escuchar la explicación de Kasai sobre los colores y sobre lo que sucedió anteriormente. ¿Alma de las personas? ¿Color? ¿Buenas, malvadas y neutrales? ¿Poder del cielo? Términos como aquello podían confundir a cualquier persona común, pero Alice no era alguien normal que digamos. Vivió toda su vida a merced de su padre, de hecho, sin contar a su madre y hermano, la albina solo había hablado con los hermanos Péndragon, y nadie más. Debido a eso, empezó a recurrir a los libros. Tenía un poco de conocimiento de todo lo cultural, especialmente sobre el tema de las Akumas. ¿Frutas que daban poderes a personas? Cualquiera se interesaría en ese tema, en especial en su caso. El proyecto DEVIL, por lo que ella sabía, tenía que ver con eso. Por lo tanto, investigó todo sobre las frutas que estaba identificadas, incluso sobre poderes potenciales.
El poder del cielo... La mente de Alice comenzó a trabajar a toda máquina, intentando hacer una conexión de eso con sus estudios. La albina no podía evitar aquello, cada vez que veía algo nuevo sobre algo que le interesaba, ella intentaba analizarlo lo mejor posible. La joven frunció el ceño; cuando el rubio dijo eso sobre el cielo, ella creía que literalmente que él tenia poderes sobre el cielo... Pero, ¿qué poderes del cielo te permitían saber la naturaleza de una persona? En eso, la joven recordó ciertas historias que su madre le contaba en su infancia sobre una religión. Algo sobre dios y sus súbditos que tenían poderes celestiales. Alice chasqueó su lengua en señal de fastidio, tenía la palabra en la punta de la lengua. Era un... Sus nombres era... Eran...
– ¡Ángel! – gritó de repente la mujer mientras se leventada de imprevisto, asustando a todo el mundo en el proceso. La mujer se sonrojó a ver lo que acababa de hacer y se volvió a sentar con timidez. Cuando pensaba mucho en una cosa, generalmente cuando descubría algo sobre eso, tendía a gritarlo para que todo mundo se enterase.
– Ah, lo siento por eso. Me pongo así cuando pienso mucho en algo – se rascó la nuca, mientras reía nerviosamente, el rubor en su rostro seguía sin desaparecer. No tenía detalles suficientes, tampoco seguiría pensando en el tema. Sinceramente, ella no quería seguir pensando en eso, menos con el episodio que acababa de suceder. En eso, el rubio le pregunto cosas sobre ella. La joven albina arqueó una ceja al escuchar las preguntas del rubio, y meditó un poco sobre su próximas palabras.
– La verdad es que soy iniciada de la Cipher Pol, pero aún no tengo rango oficial debido a ciertas... Circunstancias – si, esa era la mejor palabra explicar su complicada situación con el gobierno. – Sobre la fruta... Si, tengo una, soy una osa polar. Pero no es la que quería, realmente. Verás, hay una fruta que pertenecía uno de mis seres queridos, y pensé que la había recuperado, pero resultó ser otra. Por lo que esa fruta aún debe estar perdida en algún lugar de este mundo. Y no, no vivo acá. No tengo un hogar estable que digamos – finalizó la joven, se podía apreciar una sonrisa melancólica en su rostro.
Alice tomó un sorbo de su malteada de vainilla y meditó sobre su próximo accionar. Ahora era su turno de hacer las preguntas.
– Creo que leí sobre eso en algún lugar, pero... ¿Tú no tenías una banda? Es que hace rato que no escucho algunas noticias sobre ellos – la joven esperaba que no hubiera sido muy atrevida con esa pregunta, no quería arruinar esa creciente amistad con el rubio.
El poder del cielo... La mente de Alice comenzó a trabajar a toda máquina, intentando hacer una conexión de eso con sus estudios. La albina no podía evitar aquello, cada vez que veía algo nuevo sobre algo que le interesaba, ella intentaba analizarlo lo mejor posible. La joven frunció el ceño; cuando el rubio dijo eso sobre el cielo, ella creía que literalmente que él tenia poderes sobre el cielo... Pero, ¿qué poderes del cielo te permitían saber la naturaleza de una persona? En eso, la joven recordó ciertas historias que su madre le contaba en su infancia sobre una religión. Algo sobre dios y sus súbditos que tenían poderes celestiales. Alice chasqueó su lengua en señal de fastidio, tenía la palabra en la punta de la lengua. Era un... Sus nombres era... Eran...
– ¡Ángel! – gritó de repente la mujer mientras se leventada de imprevisto, asustando a todo el mundo en el proceso. La mujer se sonrojó a ver lo que acababa de hacer y se volvió a sentar con timidez. Cuando pensaba mucho en una cosa, generalmente cuando descubría algo sobre eso, tendía a gritarlo para que todo mundo se enterase.
– Ah, lo siento por eso. Me pongo así cuando pienso mucho en algo – se rascó la nuca, mientras reía nerviosamente, el rubor en su rostro seguía sin desaparecer. No tenía detalles suficientes, tampoco seguiría pensando en el tema. Sinceramente, ella no quería seguir pensando en eso, menos con el episodio que acababa de suceder. En eso, el rubio le pregunto cosas sobre ella. La joven albina arqueó una ceja al escuchar las preguntas del rubio, y meditó un poco sobre su próximas palabras.
– La verdad es que soy iniciada de la Cipher Pol, pero aún no tengo rango oficial debido a ciertas... Circunstancias – si, esa era la mejor palabra explicar su complicada situación con el gobierno. – Sobre la fruta... Si, tengo una, soy una osa polar. Pero no es la que quería, realmente. Verás, hay una fruta que pertenecía uno de mis seres queridos, y pensé que la había recuperado, pero resultó ser otra. Por lo que esa fruta aún debe estar perdida en algún lugar de este mundo. Y no, no vivo acá. No tengo un hogar estable que digamos – finalizó la joven, se podía apreciar una sonrisa melancólica en su rostro.
Alice tomó un sorbo de su malteada de vainilla y meditó sobre su próximo accionar. Ahora era su turno de hacer las preguntas.
– Creo que leí sobre eso en algún lugar, pero... ¿Tú no tenías una banda? Es que hace rato que no escucho algunas noticias sobre ellos – la joven esperaba que no hubiera sido muy atrevida con esa pregunta, no quería arruinar esa creciente amistad con el rubio.
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Kasai quedó sorprendido cuando la mujer dijo aquella palabra y en un tono tan alto. De hecho, se llevó un pequeño susto, y como acto reflejo, llevó la mano derecha a su cintura, tomando su pistola por sí las moscas. Cuando pudo ver que no fue más que un leve error, soltó un pequeño suspiró, y ocultó su arma. Aquellos sustos iban a terminar con su vida algún día. Era gracioso al fin y al cabo, pero era lo que tocaba. La chica parecía haberse emocionado más de la cuenta, y por ello pego el enorme grito. Lo mejor de todo, es que no iba mal encaminada a lo que había dicho. Se dio cuenta de que todo el mundo había mirado como era normal. Ella se puso un poco roja, y eso hizo que el rubio sonriese de lado. Él también hubiese mirado si una chica gritase de aquella forma.
No tardó mucho en disculparse, cosa que hizo que Kuro moviese la mano en señal de que no pasaba nada malo, y que lo entendía. El tirador se sorprendió cuando la chica le dijo que era una iniciada del Cipher Pol. Eso era bueno, pues ambos trabajaban para el gobierno. Mostró una sonrisa calmada, y después escuchó todo lo que dijo sobre la fruta. De modo que se trataba de una osa. Curioso, él estaba pensando antes en ellos mientras pensaba en el lobo norteño comiendo. Después escuchó sus últimas palabras, y ser terminó su bebida de un solo sorbo. No sabía que decirle sobre su ¿banda? No podía llamarse así después de tantas traiciones que había en ella. Cuando escuchó que muchos querían ser rey cazador, ya pensó en lo codiciosos que eran. A lo mejor debía serlo él para molestar simplemente a aquellos traidores. Los veía como malas personas. Sobre todo a Yoko, Misa, y Theo. Caras de ovejita, y lobo tras ellas, vaya víboras.
Dejó de pensar en el trío de traidoras, y soltó un leve suspiro. – Lo mío ya no puede llamarse banda. Me traicionaron la mayoría de las cazadoras. Corrompidas por la codicia de ser reconocidas supongo. – Una vez dijo aquello, tomó una almeja más, la última de hecho. La masticó sintiendo el delicioso sabor. Después de unos momentos miró de nuevo a la mujer. – No ibas mal encaminada. Soy un serafín, un Ángel de alto rango. – Una vez dijo aquello, le sonrió de forma calmada. La verdad es que el buen tiempo estaba apareciendo, pues la lluvia dejó de caer. Después de unos momentos, el rubio pidió la cuenta con toda la calma del mundo. – ¿Qué fruta buscas? Por cierto, en un rato iré a buscar al tipo de antes. No me quedo tranquilo con él suelto por ahí. – Dijo sonriendo con calma. La camarera dejó la cuenta, y él sacó un pequeño saco que dejó sobre la mesa. Era el doble de lo que habían pedido, y no pensaba reclamar el cambio.
No tardó mucho en disculparse, cosa que hizo que Kuro moviese la mano en señal de que no pasaba nada malo, y que lo entendía. El tirador se sorprendió cuando la chica le dijo que era una iniciada del Cipher Pol. Eso era bueno, pues ambos trabajaban para el gobierno. Mostró una sonrisa calmada, y después escuchó todo lo que dijo sobre la fruta. De modo que se trataba de una osa. Curioso, él estaba pensando antes en ellos mientras pensaba en el lobo norteño comiendo. Después escuchó sus últimas palabras, y ser terminó su bebida de un solo sorbo. No sabía que decirle sobre su ¿banda? No podía llamarse así después de tantas traiciones que había en ella. Cuando escuchó que muchos querían ser rey cazador, ya pensó en lo codiciosos que eran. A lo mejor debía serlo él para molestar simplemente a aquellos traidores. Los veía como malas personas. Sobre todo a Yoko, Misa, y Theo. Caras de ovejita, y lobo tras ellas, vaya víboras.
Dejó de pensar en el trío de traidoras, y soltó un leve suspiro. – Lo mío ya no puede llamarse banda. Me traicionaron la mayoría de las cazadoras. Corrompidas por la codicia de ser reconocidas supongo. – Una vez dijo aquello, tomó una almeja más, la última de hecho. La masticó sintiendo el delicioso sabor. Después de unos momentos miró de nuevo a la mujer. – No ibas mal encaminada. Soy un serafín, un Ángel de alto rango. – Una vez dijo aquello, le sonrió de forma calmada. La verdad es que el buen tiempo estaba apareciendo, pues la lluvia dejó de caer. Después de unos momentos, el rubio pidió la cuenta con toda la calma del mundo. – ¿Qué fruta buscas? Por cierto, en un rato iré a buscar al tipo de antes. No me quedo tranquilo con él suelto por ahí. – Dijo sonriendo con calma. La camarera dejó la cuenta, y él sacó un pequeño saco que dejó sobre la mesa. Era el doble de lo que habían pedido, y no pensaba reclamar el cambio.
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La joven frunció el ceño al escuchar al rubio hablar sobre el destino de su banda. ¿Traiciones? Eso no sonaba bien, se viera por donde se viera. Pero bueno, ella tampoco podía opinar sin saber todos los antecedentes sobre lo que ocurrió. Tildar a gente que ella desconocía, como traidores o demás, era algo muy mal visto en ella; la joven tenía estándares, después de todo. Se guardó un sonrisa de triunfo para sí misma; al parecer, sus sospechas acerca de la akuma de Kasai estaban algo en lo cierto. Era un serafín, uno de los ángeles de más alto rango que tenía dios en su lecho. No es que ella fuera muy creyente en ese tema... O hasta hace poco, no lo era. Luego de lo que ocurrió en esa prisión, la joven se podía esperar de todo. Las zoans mitológicas hacían que todo lo ficticio fuera cierto, después de todo. Cuando el rubio preguntó sobre la akuma que la albina quería, ésta solo frunció el ceño y se colocó una mano en el mentón.
– Pues... Zoan mitológica de Afrodita – dijo la joven con simpleza.
Al escuchar las palabras de Kasai sobre el rubio, la joven tan solo se encogió de hombros. Lo iba a hacer ella misma, pero si el rubio quería hacerlo, no había ningún problema. Alice escuchó como el sonido de las gotas aminoraba, y al ver por la ventana, se fijó que la lluvia estaba parando; eso era bueno. La joven entonces recordó algo muy importante... La fecha de ese día. Abrió los ojos como platos, se levantó, se colocó el suéter y el gorro. Todo aquello lo hizo en un tiempo record.
– Ah, lo siento. Olvide que tenía que encontrarme con mi superior hoy – Antes que la joven se fuera, se dirigió a Kasai y se inclinó. – Gracias por haberme escuchado, ojalá nos volvamos a ver algún día – luego de decir aquello, la albina se marchó corriendo del lugar. Tenía que darse prisa, o quien sabe lo que Lorenz le haría.
– Pues... Zoan mitológica de Afrodita – dijo la joven con simpleza.
Al escuchar las palabras de Kasai sobre el rubio, la joven tan solo se encogió de hombros. Lo iba a hacer ella misma, pero si el rubio quería hacerlo, no había ningún problema. Alice escuchó como el sonido de las gotas aminoraba, y al ver por la ventana, se fijó que la lluvia estaba parando; eso era bueno. La joven entonces recordó algo muy importante... La fecha de ese día. Abrió los ojos como platos, se levantó, se colocó el suéter y el gorro. Todo aquello lo hizo en un tiempo record.
– Ah, lo siento. Olvide que tenía que encontrarme con mi superior hoy – Antes que la joven se fuera, se dirigió a Kasai y se inclinó. – Gracias por haberme escuchado, ojalá nos volvamos a ver algún día – luego de decir aquello, la albina se marchó corriendo del lugar. Tenía que darse prisa, o quien sabe lo que Lorenz le haría.
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