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¡Pero qué calor hacía ese día! De no ser por la cercanía con el océano y la constante brisa marina que refrescaba a las personas que pasaban el día al aire libre, muchos de ellos se hubieran rendido ante el calor. El sol brillaba fuertemente en el azulado y despejado cielo mientras que las gaviotas planeaban sobre el vasto mar. Había mucho ruido, constantes llamados de los mercaderes a las personas para que pasaran a ver sus productos y en más de una ocasión, estafar a alguien. Normalmente era gente que hacía lo necesario para triunfar y poder llevar algo de comida a sus hogares, pero no era el caso de Arkhan. Él vendía por diversión.
Un humilde puesto de venta en donde no tenía más que algunas cosas. Algunas cuantas frutas y verduras ordenadas estratégicamente en la zona derecha del mercadillo, anillos y aros muy sencillos en el centro inferior, mientras que en el centro superior contaba con algunas artesanías baratas fabricadas de madera. En el lado izquierdo dejaba a la vista un montón de pergaminos y libros que la gente jamás compraba. Muchos eran de poemas y anécdotas de viajeros que calcaban sus viajes en el papel.
Ese día en especial, el mercado andaba lento. No había mucha gente y la que andaba, solamente llevaba cosas puntuales. Arkhan temía por sus productos, la fruta y la verdura si no era vendida rápidamente, la perdería. Por otra parte, debía estar muy atento a los constantes robos que había en el lugar por lo que no siempre podía estar captando gente para ofrecer su mercancía. Ese día se encontraba sentado, con ambas manos en el rostro mientras que sus codos estaban apoyados en sus muslos; estaba muy aburrido. Suspiró y una pequeña corriente de aire sacudió el flequillo blanco que le colgaba desde su cuero cabelludo.
–Quizás es tiempo de cerrar e ir a la playa– comentó para sí mismo mientras se levantaba de la silla–. Puede que sea lo mejor. Después de todo el mercado siempre muere después de las seis de la tarde.
Sabía lo bien que la podía pasar en la playa y sabía muy bien que si volvía a su casa sin ningún producto vendido, probablemente sería regañado por la tutora que lo seguía aconsejando sobre el mundo de las ventas. “¡Necesito productos más llamativos!”, pensó de primeras. No se equivocaba del todo. Sus productos eran tan aburridos que nadie se detenía a mirarlos, de hecho, las frutas y verduras que vendía no se destacaban sobre el resto. Se podía decir que era un vendedor más.
Esperó unos cuantos minutos para ver si llegaba alguien, tenía pensado cerrar en media hora si nadie aparecía. Un viaje a la playa probablemente era la mejor idea. Pasarlo bien de vez en cuando no le hacía mal, además sabía que debía llegar a entrenar con la espada. Estaba comenzando su viaje y salir de Arabasta era lo primero que debía hacer, pero como sus maestros le aconsejaron, primero debía ser lo suficientemente fuerte como para no depender de guardaespaldas y matones para que cuidaran su negocio.
Un humilde puesto de venta en donde no tenía más que algunas cosas. Algunas cuantas frutas y verduras ordenadas estratégicamente en la zona derecha del mercadillo, anillos y aros muy sencillos en el centro inferior, mientras que en el centro superior contaba con algunas artesanías baratas fabricadas de madera. En el lado izquierdo dejaba a la vista un montón de pergaminos y libros que la gente jamás compraba. Muchos eran de poemas y anécdotas de viajeros que calcaban sus viajes en el papel.
Ese día en especial, el mercado andaba lento. No había mucha gente y la que andaba, solamente llevaba cosas puntuales. Arkhan temía por sus productos, la fruta y la verdura si no era vendida rápidamente, la perdería. Por otra parte, debía estar muy atento a los constantes robos que había en el lugar por lo que no siempre podía estar captando gente para ofrecer su mercancía. Ese día se encontraba sentado, con ambas manos en el rostro mientras que sus codos estaban apoyados en sus muslos; estaba muy aburrido. Suspiró y una pequeña corriente de aire sacudió el flequillo blanco que le colgaba desde su cuero cabelludo.
–Quizás es tiempo de cerrar e ir a la playa– comentó para sí mismo mientras se levantaba de la silla–. Puede que sea lo mejor. Después de todo el mercado siempre muere después de las seis de la tarde.
Sabía lo bien que la podía pasar en la playa y sabía muy bien que si volvía a su casa sin ningún producto vendido, probablemente sería regañado por la tutora que lo seguía aconsejando sobre el mundo de las ventas. “¡Necesito productos más llamativos!”, pensó de primeras. No se equivocaba del todo. Sus productos eran tan aburridos que nadie se detenía a mirarlos, de hecho, las frutas y verduras que vendía no se destacaban sobre el resto. Se podía decir que era un vendedor más.
Esperó unos cuantos minutos para ver si llegaba alguien, tenía pensado cerrar en media hora si nadie aparecía. Un viaje a la playa probablemente era la mejor idea. Pasarlo bien de vez en cuando no le hacía mal, además sabía que debía llegar a entrenar con la espada. Estaba comenzando su viaje y salir de Arabasta era lo primero que debía hacer, pero como sus maestros le aconsejaron, primero debía ser lo suficientemente fuerte como para no depender de guardaespaldas y matones para que cuidaran su negocio.
Aysel Kadhalain
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¿Qué cómo acabé en Nanohana? Ni yo misma lo recuerdo. Sé que William se había traído a toda su banda para celebrar una fiesta. Después, fuimos por las tabernas bebiendo y bebiendo sin parar hasta el punto de tener un coma etílico. Por suerte, no pasó nada grave. Lo típico, peleas con otros hombres y causando el caos. Al menos cuando veíamos que se iba a liar William me llevaba lejos. Tenía una extraña obsesión en que no me relacionaran con él. Manías suyas, supongo.
Solo sé que desperté en la habitación del barco de William, la Revenge. Los rayos de sol incidieron sobre mis ojos fuertemente. Miré al lado y mi gran amigo estaba dormido como una marmota. Me levanté rápidamente y estiré las cortinas, dejando todo el camarote a oscuras. Conocía demasiado bien la habitación así que sabía de memoria en donde estaban las cosas. Me acerqué hasta una cómoda sigilosamente para no despertarlo. Allí había un encendedor, este lo usé para crear la llama en una vela. Una tenue y débil luz era suficiente para no tropezarme con algo, no quería caerme de narices.
Recogí todas mis cosas y me vestí. Luego cogí un peine suyo para cepillarme todo el cabello hasta quedar liso y sedoso. Después, coloqué las rosas rojas que solían adornar mi cabeza. En fin, ya estaba lista para salir, solamente dar una vuelta y luego regresaría al barco. No tenía intención de quedarme mucho más aquí, mi hogar estaba en Alubarna, no Nanohana. Salí a cubierta y algunos tripulantes estaban allí tirados, durmiendo y aún borrachos. Caminé esquivándolos hasta llegar a la baranda. El puente para bajar a tierra estaba levantado.
Para haber estado en el mar no tenía ni idea de cómo se bajaba uno y tampoco quería despertar a esa panda. Me estiré un poco para ver la distancia que había entre el barco y el muelle. Desde mi punto de vista no era tanta, lo malo era la diferencia de altura. Me agarré a los salientes de madera que tenía el barco y me subí. Estaba tratando de mantener el equilibrio, pero la baranda no era lo suficientemente ancha. Suspiré y volví a mirar al fondo. Vamos, tú puedes, he salido de cosas peores ¿y no soy capaz de saltar unos metros?
Respiré profundamente y al final lo hice. Salté, pero no como yo quería. Justo cuando iba hacerlo resbalé por culpa de mi pie. Medio cuerpo mío quedó fuera del muelle e intentaba agarrarme cómo podía. No quería mojarme. –Vamos… - Me dije a mí misma. Me arrastré hacia mi izquierda para agarrar el amarre del barco. Era una cuerda fuerte, me serviría para levantarme. Finalmente, logré estar en tierra. Que estrés todo aquello.
Abandoné el puerto y me adentré en Nanohana. Había cantidad de cosas increíbles, pero no llevaba dinero conmigo. Pasé por delante de tiendas bastante bonitas y con cosas que aparentaban ser de gran utilidad. Gran parte de la tarde se me había pasado paseando, al final no me daría tiempo ni de visitar la playa, pues esta estaba en la otra punta de Nanohana y para eso debía atravesar un poco el centro, pero yo me distraía con cualquier cosa y eso me ralentizaba. Me detuve delante de una tienda, esta tenía comida así que miré el cartel.
Solo sé que desperté en la habitación del barco de William, la Revenge. Los rayos de sol incidieron sobre mis ojos fuertemente. Miré al lado y mi gran amigo estaba dormido como una marmota. Me levanté rápidamente y estiré las cortinas, dejando todo el camarote a oscuras. Conocía demasiado bien la habitación así que sabía de memoria en donde estaban las cosas. Me acerqué hasta una cómoda sigilosamente para no despertarlo. Allí había un encendedor, este lo usé para crear la llama en una vela. Una tenue y débil luz era suficiente para no tropezarme con algo, no quería caerme de narices.
Recogí todas mis cosas y me vestí. Luego cogí un peine suyo para cepillarme todo el cabello hasta quedar liso y sedoso. Después, coloqué las rosas rojas que solían adornar mi cabeza. En fin, ya estaba lista para salir, solamente dar una vuelta y luego regresaría al barco. No tenía intención de quedarme mucho más aquí, mi hogar estaba en Alubarna, no Nanohana. Salí a cubierta y algunos tripulantes estaban allí tirados, durmiendo y aún borrachos. Caminé esquivándolos hasta llegar a la baranda. El puente para bajar a tierra estaba levantado.
Para haber estado en el mar no tenía ni idea de cómo se bajaba uno y tampoco quería despertar a esa panda. Me estiré un poco para ver la distancia que había entre el barco y el muelle. Desde mi punto de vista no era tanta, lo malo era la diferencia de altura. Me agarré a los salientes de madera que tenía el barco y me subí. Estaba tratando de mantener el equilibrio, pero la baranda no era lo suficientemente ancha. Suspiré y volví a mirar al fondo. Vamos, tú puedes, he salido de cosas peores ¿y no soy capaz de saltar unos metros?
Respiré profundamente y al final lo hice. Salté, pero no como yo quería. Justo cuando iba hacerlo resbalé por culpa de mi pie. Medio cuerpo mío quedó fuera del muelle e intentaba agarrarme cómo podía. No quería mojarme. –Vamos… - Me dije a mí misma. Me arrastré hacia mi izquierda para agarrar el amarre del barco. Era una cuerda fuerte, me serviría para levantarme. Finalmente, logré estar en tierra. Que estrés todo aquello.
Abandoné el puerto y me adentré en Nanohana. Había cantidad de cosas increíbles, pero no llevaba dinero conmigo. Pasé por delante de tiendas bastante bonitas y con cosas que aparentaban ser de gran utilidad. Gran parte de la tarde se me había pasado paseando, al final no me daría tiempo ni de visitar la playa, pues esta estaba en la otra punta de Nanohana y para eso debía atravesar un poco el centro, pero yo me distraía con cualquier cosa y eso me ralentizaba. Me detuve delante de una tienda, esta tenía comida así que miré el cartel.
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La tarde pasaba lentamente y todo era sumamente aburrido. Había sido completamente un día perdido y debía pensar en algo para mejorar, quizás lo de vendedor “ambulante” no era la mejor opción. Debía formar algún gremio y tener contactos con otros mercaderes, ampliar su red de comercio y formar su propia economía, pero era un sueño lejano cuando se detenía a ver lo que tenía en su mesa. Nadie le dijo que sería fácil, pero tampoco esperaba que fuera enormemente difícil y deprimente. Además, la vida de los mercaderes no era fácil. Siempre corrían el riesgo de ser atacados por bandidos o incluso piratas.
Ya era tiempo de cerrar. Arkhan paseó sus ojos en el entorno y no pudo ver ninguna persona interesada en pasarse por su puesto de venta, lo que lo deprimió un poco. Sin embargo, manteniendo fuertemente su espíritu, se prometió a sí mismo que el día de mañana sería mucho mejor. ¡Siempre a mejorar! Era el lema de Arkhan, el que tenía grabado en su cabeza.
Como si el universo quisiera conspirar a su favor, una mujer se acercó a ver lo que tenía en venta. Bellos, brillantes y ondulados cabellos rojizos se agitaban con el movimiento de la mujer. Al verla presintió que debía atenderla como a ningún otro cliente, aunque siempre intentaba dar el mejor trato posible para que las personas se llevaran una sonrisa. Siguiendo la vista de la chica, pudo notar que se había detenido a mirar la comida que tenía en el estante.
Era el tiempo de demostrar que podía ser un gran vendedor. Lamentablemente, su corazón era honesto y bueno por lo que jamás mentía para llevar a cabo sus ventas, eso era algo que jamás pudo cambiar y esperaba no hacerlo. Los demás mercaderes se reían de él por ser así, pero él sabía que era la única forma de que realmente el cliente se sintiera satisfecho.
–¡Bienvenida! – le dijo con tono claro y alegre – ¿Te puedo ayudar en algo?
Pese al reducido tamaño del puesto de venta de Arkhan, en el estante de las frutas tenía una gran variedad para ofrecer a sus clientes. Estaban en un sitio muy caluroso, por lo que había elegido cuidadosamente las frutas que debía vender para que así la gente se sintiera atraída hacia él. Había escogido vender frutas frescas y así refrescar el paladar de las personas. En el estante se podía ver pomelos, piñas, sandías jugosas y de enorme tamaño; por otro lado, a la derecha de las sandías y separadas por una línea de madera, había frambuesas frescas y muy rojas, y bajo de ellas un montón de guayabas y cocos frescos. ¡Tenía todo para vender!
Lo fundamental, desde su punto de vista, era que el cliente conociera la calidad de sus productos por lo que siempre ofrecía un trozo de fruta. Sin embargo lo difícil era elegir cual fruta debía ofrecer. No podía sacar aleatoriamente alguna y ofrecérsela al cliente.
–Si gustas, puedes probar cualquiera de las frutas que ves aquí –le indicó con amabilidad.
El tiempo estaba pasando y cada vez que un cliente se acercaba, parecía que su reloj acelerara la hora. Aún tenía ganas de ir a la playa, pero el trabajo era el trabajo.
Ya era tiempo de cerrar. Arkhan paseó sus ojos en el entorno y no pudo ver ninguna persona interesada en pasarse por su puesto de venta, lo que lo deprimió un poco. Sin embargo, manteniendo fuertemente su espíritu, se prometió a sí mismo que el día de mañana sería mucho mejor. ¡Siempre a mejorar! Era el lema de Arkhan, el que tenía grabado en su cabeza.
Como si el universo quisiera conspirar a su favor, una mujer se acercó a ver lo que tenía en venta. Bellos, brillantes y ondulados cabellos rojizos se agitaban con el movimiento de la mujer. Al verla presintió que debía atenderla como a ningún otro cliente, aunque siempre intentaba dar el mejor trato posible para que las personas se llevaran una sonrisa. Siguiendo la vista de la chica, pudo notar que se había detenido a mirar la comida que tenía en el estante.
Era el tiempo de demostrar que podía ser un gran vendedor. Lamentablemente, su corazón era honesto y bueno por lo que jamás mentía para llevar a cabo sus ventas, eso era algo que jamás pudo cambiar y esperaba no hacerlo. Los demás mercaderes se reían de él por ser así, pero él sabía que era la única forma de que realmente el cliente se sintiera satisfecho.
–¡Bienvenida! – le dijo con tono claro y alegre – ¿Te puedo ayudar en algo?
Pese al reducido tamaño del puesto de venta de Arkhan, en el estante de las frutas tenía una gran variedad para ofrecer a sus clientes. Estaban en un sitio muy caluroso, por lo que había elegido cuidadosamente las frutas que debía vender para que así la gente se sintiera atraída hacia él. Había escogido vender frutas frescas y así refrescar el paladar de las personas. En el estante se podía ver pomelos, piñas, sandías jugosas y de enorme tamaño; por otro lado, a la derecha de las sandías y separadas por una línea de madera, había frambuesas frescas y muy rojas, y bajo de ellas un montón de guayabas y cocos frescos. ¡Tenía todo para vender!
Lo fundamental, desde su punto de vista, era que el cliente conociera la calidad de sus productos por lo que siempre ofrecía un trozo de fruta. Sin embargo lo difícil era elegir cual fruta debía ofrecer. No podía sacar aleatoriamente alguna y ofrecérsela al cliente.
–Si gustas, puedes probar cualquiera de las frutas que ves aquí –le indicó con amabilidad.
El tiempo estaba pasando y cada vez que un cliente se acercaba, parecía que su reloj acelerara la hora. Aún tenía ganas de ir a la playa, pero el trabajo era el trabajo.
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