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El lobo avanzaba despacio por la espesura del bosque. Sus dos ojos rojizos estaban clavados en todo lo que se movía a su alrededor. Eran las siete de la tarde, y por ello no hacía mucho calor. El cielo estaba totalmente nublado, y por ello el ambiente era muy agradable para el pirata. En esos momentos estaba en su forma completa, transformado en un perro negro del tamaño de un labrador, pero algo más grande. Su cola se movía de un lado a otro de forma un poco nerviosa, pero era porque estaba deseando tomarse unas vacaciones. Por fin tenía dos jodidos días libres, sin tener que hacer misiones para el diablo. Eligió aquella isla, porque en ella no habría pesado del gobierno mundial ni marines.
No tardó mucho en llegar al pueblo, dándose cuenta de que toda la gente que había en la calle se apartaba rápidamente por donde pasaba. Era normal, pues el lobo no tenía que ejercer su poder del miedo para poder intimidar a los demás. Lo único que esperaba, era que no llamasen a control de animales o algo por el estilo. Soltó un leve suspiro, y se relamió despacio. La verdad es que el comer un buen trozo de carne le vendría bien. De hecho, pensó en buscar de una vez un buen sitio donde comer por poco dinero. A lo mejor incluso con su mera mirada podía irse sin pagar y sin que fuese un crimen. Si las personas eran cobardes no era su culpa después de todo.
Observó un pequeño puesto de carne asada, y entonces volvió a la forma humana. Su aspecto era el de un chico de unos veinte años. Medía un metro con noventa. Su pelo era castaño y pinchudo. Lo que más llamaba la atención, era que el blanco de sus ojos era negro, y las pupilas doradas. Era un ser tétrico. Tenía una musculatura buena, y un tatuaje de media luna negra en el pectoral izquierdo. Solo llevaba un pantalón blanco largo, y unas botas de acero.
No tardó mucho en llegar al pueblo, dándose cuenta de que toda la gente que había en la calle se apartaba rápidamente por donde pasaba. Era normal, pues el lobo no tenía que ejercer su poder del miedo para poder intimidar a los demás. Lo único que esperaba, era que no llamasen a control de animales o algo por el estilo. Soltó un leve suspiro, y se relamió despacio. La verdad es que el comer un buen trozo de carne le vendría bien. De hecho, pensó en buscar de una vez un buen sitio donde comer por poco dinero. A lo mejor incluso con su mera mirada podía irse sin pagar y sin que fuese un crimen. Si las personas eran cobardes no era su culpa después de todo.
Observó un pequeño puesto de carne asada, y entonces volvió a la forma humana. Su aspecto era el de un chico de unos veinte años. Medía un metro con noventa. Su pelo era castaño y pinchudo. Lo que más llamaba la atención, era que el blanco de sus ojos era negro, y las pupilas doradas. Era un ser tétrico. Tenía una musculatura buena, y un tatuaje de media luna negra en el pectoral izquierdo. Solo llevaba un pantalón blanco largo, y unas botas de acero.
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No era necesario un genio para entender que había sido mal momento para desembarcar en esa isla. El cielo nublado y la oscuridad, que poco a poco se encargaba de cubrir cada rincón del bosque, se lo decían.
Sus pasos rápidos atravesaron un sendero dibujado en medio del bosque. La tierra erosionada le indicaba que había ido formándose con el tiempo, seguramente por la cantidad de veces que lugareños y visitantes pasaban por el mismo lugar que, tal vez, era el más seguro para cruzar la espesa vegetación que servía como fortaleza para la isla.
Pasados unos minutos llegó al pueblo, que no era la gran cosa. Comenzó a caminar por las callejuelas, notando que la vida nocturna del pequeño pueblo no era muy activa, apenas y había unos cuantos puestos de ventas, de curiosidades y comida, aún abiertos.
−“Debo buscar un lugar donde quedarme”−sus ojos negros se posaban en cada establecimiento abierto, buscando un lugar para pasar la noche, aunque en esa sección de la ciudad no tenía mucho éxito, así que siguió su camino, adentrándose en otra de las calles.
El frío viento nocturno sacudió sus cabellos negros e hizo que su piel sintiera los efectos de solo estar vestida con una camiseta roja sin mangas, botas y pantalones negros, de tela delgada. Maldijo su suerte cuando notó que el frío era por lo que menos debía preocuparse, ya que un rayo, seguido de un trueno y unas cuantas gotas de lluvia sobre su piel, le anunciaron que las nubes se habían cansado de cargar con el peso del agua y que ahora comenzarían a descargar todo ese peso sobre los habitantes de la isla.
La pelinegra bufó molesta, se quitó su mochila negra y la puso sobre su cabeza para cubrirse y luego corrió hacia donde había un puesto de carne asada. Era el único lugar más cercano, que no era propiedad privada y que tenía un techo con el que podía cubrirse; sin embargo, cuando iba corriendo hacia allá tropezó con una piedra que la hizo tambalearse y chocar con un chico de cabello castaño.
−Disculpa−pronunció mientras se apartaba del muchacho, sintiéndose molesta por su torpeza.
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