[Priv. Alistar - Nizak] Wolf and Lion

La puerta se cerró tras de él con un pequeño chirrido de las bisagras, apenas audible a causa del alboroto que había formado en el interior de aquella taberna. La sala principal estaba a rebosar, y los hombres se apiñaban en la barra de posada como si la octava maravilla del mundo se hubiera presentado frente a ellos, apenas prestando atención al forastero que acababa de hacer acto de presencia. Debían de estar demasiado ocupados acosando a la encargada, una joven de cabello escarlata que se movía con gracilidad tras la pequeña separación de madera, haciendo caso omiso a los comentarios de aquellos babosos.

Nizak suspiró con pesadez, comenzando a avanzar por la sala. Desde que huyera de Antius aquella situación era algo que veía demasiado a menudo y, pese a que debería estar acostumbrado, pocas habían sido las veces que tuviera que presenciar espectáculo tan lamentable. El título de Capitán de la Orden del León inspiraba respeto por aquél entonces, así que era normal que allá por donde iban todo el mundo guardase las formas. No era por temor a las posibles represalias, como podría ser una noche en el calabozo o unos pocos golpes. Los Leones no eran guardias, pero su mera presencia simbolizaba la armonía y la paz que se empeñaban en proteger, significado que parecía adentrarse en los corazones de la gente. Pero ya no estaba en su hogar, y para los lugareños no era más que un simple extranjero lejos de su tierra. Quizá no tan simple, por eso de alzarse más de dos cabezas por encima de la gente ordinaria. Pese a ello, apenas pudo percibir alguna que otra mirada curiosa desde las mesas, pues los clientes rápidamente perdían el interés y volvían a su comida... O a su bebida.

- Mis disculpas, caballeros -respondió con voz grave el encapuchado, tratando de abrirse paso entre los acosadores.

Muchos de ellos se giraron con gesto enfurecido al ser apartados, pero rápidamente sus gestos se suavizaron e incluso palidecieron ante semejante coloso. Una capa cubría su cuerpo desde los hombros hasta poco más abajo de las rodillas, mientras que su rostro se escondía en el interior de una capucha que apenas dejaba ver la mitad de este, así como unos pocos mechones carmesíes. La mujer se giró rápidamente al escucharle y se vio obligada a alzar la mirada para poder verle bien. Parecía algo impactada, lo que explicaría el por qué no dijo absolutamente nada hasta que el caballero habló.

- Me gustaría alquilar una habitación, si es que les quedan -prosiguió, al tiempo que observaba cómo algunos de los hombres a su alrededor comenzaban a alejarse, volviendo a sus mesas. Parecían algo disgustados.

- S...Sí, aún tenemos alguna disponible. Serían mil berries por noche -consiguió responder finalmente, aún algo ensimismada.

- Bien -dejó una pequeña bolsa con monedas frente a ella- Con esto debería valer. También tiene que haber suficiente para una cena caliente en mi habitación.

La mujer asintió, cogiendo el dinero y saliendo de detrás de la barra.

- Sígame, por favor.

La habitación a la que llegaron era bastante humilde, apenas una mesa, una silla y una cama junto a un cajón. No era mucho, pero Nizak había dormido en sitios mucho peores, así que no pensaba quejarse. En cuanto su acompañante volvió a su puesto cerró la puerta y echó a un lado su capa, dejando ver un pequeño bulto envuelto en sábanas que se había mantenido escondido bajo esta. Seun asomó la cabeza desde su escondite, bostezando y dejando ver en el proceso sus pequeños colmillos. Con cuidado lo depositó en el suelo, dejando que estirara las piernas, y dejó su lanza apoyada en la pared.

- Tendrás que quedarte aquí, no puedo estar llevándote a todos lados por la isla, terminaría llamando la atención -hizo una pequeña pausa, pensando en su propio tamaño- ...más.

La cría de león le miró sin parecer prestarle demasiada atención, tumbándose a los pies de la cama y moviendo la cola de un lado a otro. Supuso que había entendido el mensaje.

Poco después Nizak salió del cuarto, asegurándose de cerrar la puerta para que nadie encontrara a su pequeño acompañante, así como que este no pudiera darse a la fuga o intentar buscarle más tarde. Tenía que ir a comprar algunos suministros para el viaje y, de paso, aprovecharía para inspeccionar un poco la isla. Apenas sabía nada de Greenlyn y sentía curiosidad por ver cómo eran los reinos extranjeros.

Al bajar las escaleras que dirigían hacia la planta superior, de nuevo cubriendo su cabeza con la capucha y ocultando su rostro, Nizak pudo percatarse de que el número de personas que se encontraban allí había disminuido notablemente, y es que como poco debía de haber poco más de la mitad de los hombres que recordaba haber visto. No le dio demasiada importancia en cualquier caso, pues supuso que habrían decidido terminar su momento de ocio tras la interrupción que se vio obligado a realizar. La señorita le sonrió con algo más de amabilidad, aparentemente acostumbrada ya a su imponente presencia, deseándole un buen día, ante lo de el hombre devolvió el gesto.

Estaba dispuesto a abrir la puerta de la posada cuando, de repente, esta lo hizo por voluntad de otro con un golpe seco. Un hombre enfundado en una gastada armadura, reforzada con algunas sujeciones de cuero, espada al cinto y cabello graso se encontraba jadeando justo frente a esta, acalorado y sudando, como si hubiera llegado corriendo desde lejos. El nerviosismo era patente en su mirada, y aquello tan solo lograba acrecentar la expectación de los allí presentes, a la espera de lo que pudiera querer decir el asfixiado soldado. Le llevaría unos pocos segundos más recobrar el aliento, inclinándose sobre sus rodillas, antes de proceder.

- Le... ¡Le hemos encontrado! -masculló, irguiéndose y lanzando una rápida mirada a los hombres que allí se encontraban, la cual Nizak siguió.

Fue entonces cuando un pequeño grupo de unos tres hombres se levantó de sus asientos. El pelirrojo pudo percibir que no se trataban de campesinos corrientes, sino que más bien podrían ser mercenarios o soldados. No llevaban armadura, sí portaban alguna que otra espada con ellos, unas muy similares a la que pertenecía al recién llegado, si la vista no le había fallado.

- Está en el camino del Norte. El resto se ha quedado, pero dudo que puedan retenerle por mucho tiempo -fue entonces cuando su mirada se posó sobre Nizak- Eh, ¡tú! Extranjero, ¿quieres ganarte unas monedas? Ese hombre es peligroso, así que nos vendría bien la ayuda de un grandullón como tú.

El resto del grupo pasó de largo, saliendo al exterior y encaminándose a paso ligero en la dirección indicada por su compañero de armas. Este se mantuvo mirando fijamente al león, que dudaba sobre si ayudar o no. No eran sus asuntos, aunque algo de dinero extra sería de bastante ayuda si quería mantener a Seun bien alimentado. Decidió acceder, al menos por esa vez, y asintió como respuesta.

- Iré a por mi lanza. Os alcanzaré, marchaos -sus palabras resonaron en la sala y el soldado afirmó con la cabeza antes de salir corriendo.

Subió las escaleras con grandes zancadas, llegando a su cuarto en cuestión de segundos. La cría de león se encontraba tan profundamente dormida cuando entró que ni siquiera le dio la menor importancia a su presencia. Había sido un viaje largo y duro, así que era comprensible que estuviera agotado. Agarró a Ildirim con una mano y tomó el yelmo bajo el brazo contrario, poco antes de volver a salir y ponerse en camino. Sabía que el forajido se encontraba al Norte, y por suerte la salida no se encontraba lejos de allí, así que no fue problemático encontrar el camino. Podía escucharse el ruido del acero chocando contra el acero desde lejos, así como los gritos pertenecientes a los hombres que batallaban. Parecía una batalla realmente encarnizada. ¿Cuán habilidoso podía ser aquel hombre si era capaz de enfrentarse a todos ellos juntos?

- Eso será lo que averiguaremos hoy.

A medida que sus pasos le aproximaban a su objetivo podía oír con mayor claridad y nitidez los ruidos del combate. Pocas habían sido las veces en las que hubiera visto a un solo hombre plantar cara a más de tres adversarios y, como poco, aquel hombre debía de estar enfrentándose a cuatro o cinco. Tan solo los más veteranos leones habrían sido capaces de desenvolverse en una situación así sin complicaciones, e incluso a los experimentados les habría supuesto cierto desafío, por lo que Nizak era incapaz de contener su curiosidad. Cuando llegó, su sorpresa no pudo ser mayor, pues no era el forajido quien se hallaba a la defensiva... Sino sus perseguidores, quienes mantenían una distancia prudencial de él. Cabello albino y ojos penetrantes, acompañados de unos rasgos duros y una expresión férrea, casi tanto como el acero que sostenía entre sus dedos. No había que ser un genio para darse cuenta de que ese tipo se encontraba en una muy buena forma, la cual debía combinar con una habilidad poco común con la espada, pues no parecía mostrar ni el más leve de los rasguños, al contrario que sus contrincantes.

- Parece que va a ser más complicado de lo esperado -murmuró el pelirrojo, sin apartar la mirada de los allí presentes, apretando su agarre sobre el mango de Ildirim.

Había llegado en el momento justo, pues los soldados habían detenido su inútil ofensiva para dar paso a quien parecía ser el cabecilla del grupo, un tal capitán Morgan, quien parecía bastante curtido en el campo de batalla y que, pese a ello, seguía mostrándose prudente frente al peliblanco, de nombre Alistar.

Nizak decidió que no intervendría aún, pues la charla de ambos hombres logró captar su atención. Sintió la imperiosa necesidad de conocer los cargos que se le atribuían al espadachín y, para su sorpresa, parecía ser el cabecilla de alguna especie de rebelión. Esto último tan solo lograba atraer recuerdos amargos al ex-capitán de la Orden del León, quien frunció con levedad el ceño. Parecía haberse decidido por completo en ayudar en la captura, dejándose llevar momentáneamente por sus emociones, mas recapacitó en cuanto escuchó lo que el contrario tenía que decir. ¿Humanos siendo sometidos a trabajos forzados? ¿Aquel aparentemente pacífico Reino de Greenlyn permitía la esclavitud? Sumergido en estos pensamientos, sus ojos se abrieron de par en par ante lo que creyó ser producto de su imaginación en un primer momento. Ese hombre había dejado de serlo, convirtiéndose en una bestia feroz. De antropología humana, pero más cercana al lobo: un licántropo. ¿Serían ciertas las historias que durante tanto tiempo había tachado como supersticiones? ¿La maldición de la sangre del lobo era real?

Fuera como fuere, el albino no parecía haberse transformado en una bestia salvaje, sino que incluso pareció demostrar aún bastante raciocinio. Los hombros que le rodeaban retrocedieron, temerosos ante la ira que manaba de aquel ser de otro mundo, e incluso Morgan desenvainó la espada, sintiéndose amenazado al fin. Cualquiera en su sano juicio habría salido corriendo de allí o habría prestado ayuda a los guardias... Pero Nizak no era como el resto del mundo.

- No dejes que tus ojos y oídos sustituyan el juicio de tu mente... Pues así tan solo podrás errar -recitó en voz baja el león, al tiempo que se colocaba el yelmo con una mano.

Comenzó a caminar, acercándose al grupo, ante lo que algunos soldados ladearon la cabeza para mirarle, pues una imponente montaña se aproximaba. Nizak llegó hasta aquél que había ido a la posada buscando ayuda, quien sonreía al ver a semejante coloso acudir en su ayuda. Sin embargo, no fue una mano lo que recibió, sino un codo envuelto en un dorado metal. El golpe concluyó con un desagradable "crack", producto del tabique roto de su nariz. El soldado se desplomó sobre el suelo embarrado, llevándose ambas manos al rostro, gimiendo de dolor mientras se revolvía.

- ¿¡Q-qué haces!? Mi nariz... ¡Me has roto la nariz! -gritaba, con ira en su voz.

Morgan y el resto de soldados le miraron con una mezcla de incertidumbre y desaprobación, logrando que un par de hombres se alejaran de Alistar y se interpusieran entre este y él. El león llevó la mano al hombro, agarrando la capa que cubría su cuerpo para quitársela, lanzándola a un lado, dejando que se mostrara su armadura áurea. Tomó a Ildirim con ambas manos al tiempo que flexionaba las piernas, adoptando una postura de guardia.

- La esclavitud... No formaba parte del trato.

En cuanto el león se preparó para colaborar con el lobo los soldados retomaron la ofensiva, aún algo dubitativos a causa del colosal aliado que había ganado su enemigo. Morgan se dirigió directamente hacia Alistar, aparentemente dejando en un segundo plano la amenaza que el caballero pudiera representar, dejándoselo a sus subordinados. Nizak entrecerró los ojos bajo el yelmo, analizando con detenimiento a sus oponentes. Uno de ellos portaba una alabarda, mientras que el otro se protegía tras un escudo, manteniendo su coraje pendiendo de un hilo, agarrándose a este con la misma fuerza con la que sujetaba su espada. El primero en atacar fue el alabardero, cuyos movimientos eran lentos y predecibles a causa de su pesada arma. No fue demasiado complicado evadir el golpe, dando un rápido paso hacia la izquierda, de modo que su agresor tan solo lograra golpear el barro. El otro guardia, por su parte, cargó de frente contra él, protegiéndose con la rodela como buenamente punto. El pelirrojo alzó el pie, lanzando una patada frontal que impactó de lleno contra el metal y que, gracias a la diferencia de tamaño, logró hacer que su portador perdiera el equilibrio, cayendo hacia atrás torpemente, soltando un gruñido.

No había sido el movimiento más inteligente del mundo, pero había logrado ganar el tiempo suficiente como para que su compañero estuviera preparado para atacar de nuevo. Interpuso rápidamente a Ildirim en la trayectoria del ataque, haciendo que saltasen chispas ante la colisión, para después aprovechar el impulso del arma ladeando el cuerpo, haciendo que esta volviera a desviarse de su destino, obligando al soldado a pasar por un lateral del león a trompicones. No aguardó más y, en un rápido movimiento, el acero de Nizak atravesó el costado del alabardero desde atrás, quien cayó sobre el embarrado camino completamente inmóvil, soltando un gemido apagado y tiñendo la tierra de rojo.

- Os falta paciencia -sus palabras sonaron frías, carentes de emoción, al tiempo que giraba para encarar al hombre del escudo, quien apenas había logrado reincorporarse y que se mantenía mirando fijamente a su compañero caído.

Aquellos no eran los soldados más hábiles y experimentados a los que Nizak había tenido que hacer frente, saltaba a la vista, tanto que un niño de cinco años podría haberlo supuesto. Quizá fueran nuevos reclutas que se hubieran alistado poco antes de su encuentro, no más de uno o dos meses. Incluso se habría atrevido a decir que para alguno de ellos era su primera experiencia de combate real. Su única ventaja era el número, y este factor era inútil a la hora de enfrentarse a alguien con un adiestramiento tan extenso como el del pelirrojo. De hecho, cualquier guerrero con suficiente paciencia y algo de habilidad podría haberles despachado sin mucho esfuerzo.

Con el miedo patente en su mirada el asustadizo espadachín cargó de nuevo contra el león, cosa que le hizo fruncir el ceño. Tal temeridad le molestaba hasta el punto de preguntarse si aquel hombre estaba dejándose llevar por la situación o si, simplemente, buscaba una muerte rápida. Dio un rápido paso hacia el frente, adelantándose a los movimientos del contrario y pillándole completamente desprevenido, placándole aprovechando la inercia de ambos cuerpos, lo que se traduciría en una colisión brutal. El escudo cayó al igual que su dueño, quien había soltado su arma y perdido la respiración a causa del impacto, no habiendo llegado a concluir el tajo que había lanzado contra el nuevo rebelde. El pelirrojo sujetó la lanza con ambas manos, dispuesto a acabar con su vida cuando un gruñido llegó a sus oídos. El capitán Morgan poseía un arma que parecía ser sumamente efectiva contra su peludo aliado, quien parecía estar paralizado ante el avance de su enemigo. Nizak maldijo en voz baja, apartando el pie que había colocado sobre el pecho del espadachín y desplazándose rápidamente.

- Se acabó, Alistar. Tu resistencia termina aquí -dijo el capitán, disponiéndose a lanzar otro ataque contra el licántropo.

Mas la plata de la hoja no llegó a su destino, pues como un destello dorado Ildirim se había interpuesto entre la espada y Alistar. Morgan miró con incredulidad al león, quien le sacaba algo más de una cabeza, justo cuando este ejercía fuerza para hacerle retroceder. A continuación, un fuerte lanzazo trató de abrirse paso a través del estomago del capitán, quien logró desviar el ataque con rapidez, logrando recibir únicamente un corte a la altura del riñón derecho.

- Deberías recordar que los aliados son tan importantes como el objetivo principal. Si te olvidas de esto... Te cogerán desprevenido -la mirada de Nizak se clavó sobre la de Morgan, quien se había vuelto a poner en guardia y le miraba con desprecio.- Yo me ocupo de él.

Quizá el hombre lobo fuera más habilidoso que él, pero aquella debilidad que había quedado manifiesta por su herida le había dejado indefenso por un momento. ¿Tan impresionado que se había vuelto incapaz de reaccionar? No las tenía todas consigo, pero no pensaba permitir que ese hombre muriera. Tenía preguntas. Preguntas que necesitaban respuestas que tan solo el albino podría darle. Pero algo estaba claro, y es que su nuevo oponente no sería tan fácil de tumbar como los anteriores.

Nizak apenas pudo mirar de reojo a su compañero, quien acababa de demostrar una velocidad y una ferocidad realmente impresionantes, capaces de hacer temblar incluso al más bravo y firme de los hombres. Se había deshecho de aquellos dos soldados como si nada, aunque uno de ellos logró escapar de la huida del hombre lobo. Morgan, por su parte, había tomado algo de distancia del león, quien aún no había continuado con su ofensiva. Los movimientos del capitán parecían bastante seguros, pese al sangriento espectáculo que Alistar les acababa de brindar, e incluso parecía calmado en cierto sentido. No se llegaba a ese rango por nada, ¿no? Pese a que no perteneciera a una orden tan militarizada como la de los leones, seguía siendo un oficial del ejército de Greenlyn.

- Un día curioso -comentó el pelirrojo mientras seguía los pasos del albino, que había vuelto a su forma humana y se acercaba a Morgan con paso firme.- Pues quizá por primera vez en el mundo lobo y león combatirán como uno solo.

Debían mantenerse atentos a cualquier movimiento del contrario, pues parecía bastante seguro de sí mismo y esto preocupaba a Nizak. Contaba con el dato de que aquella espada era realmente eficaz contra su aliado, por lo que su misión principal debía ser la de evitar que su plata alcanzara al rebelde. Una tarea no muy complicada en un principio, o al menos no lo habría sido de ser ambos miembros de la Orden del León. Por lo general conocía los patrones de sus compañeros, sus formas de moverse, el ritmo de su respiración... Pero aquella era la primera vez que esos dos hombres lucharían codo con codo, sin conocerse absolutamente de nada, por lo que tendrían que improvisar. Pese a ello, el caballero dorado ya había decidido cual sería su estrategia.

Ildirim giró, sostenida únicamente por la mano derecha del león, quien la mantuvo en movimiento unos instantes, tratando de despistar con ello a Morgan. Pocos segundos después esta se detuvo y Nizak dio un rápido paso hacia su derecha, alejándose de Alistar y tomando el flanco izquierdo del capitán a una distancia prudencial. Aún con una sola mano, el león atacó con su lanza, aprovechando el espacio que les separaba para atacar sin dar margen a un contraataque, dirigiendo la punta de su arma hacia el costado. Su rival, como supuso, supo moverse lo suficientemente rápido como para desviar de nuevo el ataque, de forma mucho más eficiente que la anterior, evitando el acero del arma por completo. El león se limitó a aprovechar la inercia de su ataque para avanzar un par de pasos, haciendo girar a Ildirim por encima de su cabeza con ambas manos y haciéndola descender hacia Morgan como un tajo brutal. Este fue bien visto por el enemigo, sin embargo, que logró amortiguar el impacto flexionando las piernas y bloqueando con su espada. Nada que Nizak no hubiera previsto.

- Eres hábil... ¿Pero lo suficiente? -preguntó el pelirrojo, aún ejerciendo fuerza para mantener ocupado a su oponente.

El plan era bastante simple, y es que pretendía mantener ocupado a Morgan aprovechándose de la ventaja que su lanza le brindaba: el poder atacarle desde la distancia. Avasallaría al capitán de este modo para darle suficientes oportunidades a Alistar de acercarse, obligando al hombre de la cicatriz a mantenerse a la defensiva y evitando que su espada pudiera intentar alcanzar al albino. Aquello pondría a prueba su habilidad, aunque dudaba que pudiera hacerles frente a ambos. Al menos, no durante mucho tiempo. Tocaba ver cómo se desenvolvía el lobo en el combate por equipos.

Su mirada siguió con cuidado los movimientos de ambos espadachines, manteniéndose él al margen una vez vio el gesto de su aliado. Había respondido con notable coordinación y rapidez ante los movimientos del caballero, cosa que le sorprendió gratamente. No solo era un hombre de peculiares habilidades, sino además un diestro combatiente, algo evidente tras semejante combate contra la guardia del reino. Ildirim giró en su mano, apuntándose hacia el suelo justo en el momento en que lo atravesaba, quedando clavada sobre este. Cruzado de brazos y apoyándose levemente en su arma, se mantuvo expectante ante la conversación de ambos hombres, que bien debían de tener un pasado que, si bien sería poco agradable, relacionaba a ambos. No habría sabido decir si lo que vio en los ojos de Morgan era miedo o simple desesperación pero Alistar, con confianza renovaba y predisposición a dar un desenlace al encuentro, se zafaba de sus pobres ataques como si estuviera combatiendo contra un niño asustado. La hoja del albino atravesó al capitán, que murió con las palabras atragantándose en su garganta, tras lo que Nizak se quitó el yelmo, dejando ver su rostro.

- No diré que apruebe tales conductas -añadió a las palabras del lobo-, Mas no soy nadie en esta tierra extranjera y no es mi deber juzgar a sus gentes. Yo también sé lo que es perder a alguien querido.

El pelirrojo se irguió en el sitio, dejando a un lado su arma e inclinando con levedad la zona superior del tronco, hacia el frente, al tiempo que agachaba la cabeza y llevaba la mano al pecho, sobre su dorada coraza, como respuesta al gesto contrario.

- Nizak Aslan de Antius. No tenéis nada que agradecer. Si bien os he ayudado, ha sido en pos de seguir mis propias convicciones y leyes, cosa que parecemos compartir según he podido escuchar -retomó una postura relajada, dejando el yelmo bajo el brazo y sacando a Ildirim del suelo-. En mi tierra la esclavitud es algo impensable, incluso en su situación actual, por lo que me sorprende ver que son las propias autoridades de Greenlyn quienes defienden a aquellos que practican la venta humana.

Con calma, el caballero acomodó su inmensa lanza en la espalda, haciendo que esta sobresaliera bastante por encima de su cabeza pese a mantenerla ladeada. A veces era una reliquia difícil de llevar, especialmente cuando su intención es no llamar la atención, pero era algo completamente necesario para él y de lo que jamás prescindiría. No podía permitir que el legado de su gente se perdiera a cambio de su comodidad. Dio unos pocos pasos al frente, acercándose a Alistar, quedando aún más en evidencia la diferencia de altura que había entre ambos. Desde arriba, con una expresión algo más suave que momentos anteriores, habló:

- No me agradan las rebeliones. Tienden a ser luchas injustas que tan solo buscan el poder, camuflándose de falsas esperanzas de mejora y libertad. Sin embargo... -hizo una pausa-. ¿Qué busca sir Alistar Reep? ¿La abolición de la esclavitud? ¿O quizá haya algo más ambicioso tras esto?

Nizak entrecerró los ojos, manteniendo la mirada clavada sobre la del contrario, como si quisiera adentrarse en sus pensamientos. La situación se volvió algo tensa en ese preciso instante. Dependiendo de la respuesta del albino, su camino podría tomar muchos rumbos distintos. Fuera como fuera, tenía la capacidad de cambiar el destino del caballero como nunca nadie habría logrado predecir.

El coloso se mantuvo callado durante el discurso de Alistar, atento a todas y cada una de sus palabras. No era una historia extraña, sobre todo cuando había llegado a la conclusión previa de que aquel hombre estaba unido al resto de esclavos por un lazo mucho más fuerte que el de la compasión o la empatía, motivo por el cual no le sorprendió demasiado la respuesta que recibió. Le habían hecho esclavo a través de un vil engaño, lo cual hizo suponer a Nizak que el intercambio había sido mucho más beneficioso para el gobernador que para la damisela en apuros. Sus labios se torcieron en una mueca de desagrado, pues el simple pensamiento de hombres utilizados como mercancía le repugnaba. Sin embargo, no dejó que su juicio se viera nublado por tratar de ponerse en el lugar del contrario, pues aquella historia, como muchas otras que ya había escuchado, podía llegar a torcerse al final. Habría asegurado que no vio más que honestidad en su mirada, pero bien sabía lo que los conflictos y, sobre todo, el poder podían producir en un hombre. Una idea pura podía corromperse hasta convertir a su artífice en una auténtica sombra de lo que alguna vez pudiera haber sido, y esto inquietaba al caballero.

El tiempo pasaba mientras el lobo conversaba con el león. Una elección entre sus hermanos para elegir a quien cargaría con el destino de todo un reino sobre su espalda, pudiendo ser otro quien desempeñara aquella función y no el albino. Una intención pura y un gesto tan noble como bienintencionado, pero que podría llegar a convertirse en un grave error de llegar a producirse. Un líder no se hace líder por ser elegido, sino por tener la capacidad de serlo. De alzarse victoriosos la elección de sus seguidores sería muy clara al respecto, y estaba seguro de que Alistar era consciente de ello.

- Las promesas pueden llegar a convertirse en armas de doble filo, especialmente cuando su objetivo pasa a ser el de aquél que la adeuda -cerró los ojos, pensativo, para abrirlo segundos después-. El poder, Alistar Reep, es algo que puede romper al más puro y noble de los hombres. Yo mismo he podido ser testigo de este hecho. También implica que, en ocasiones, alguien debe optar por decisiones que no a todos agradan y, pese a ello, saber cargar con el peso que representa su autoridad. ¿Quién sería capaz de juzgar si vos tenéis la entereza suficiente de soportar dicha carga? ¿Podríais hacerlo sin corromper vuestro propósito?

Su tono sonaba frío, autoritario, y su expresión había vuelto a endurecerse. Era un tema delicado que debía tratar con sumo cuidado, especialmente cuando bien podría estar molestando a quien no debía. No importaba la diferencia de estatura, ni cuan gruesa pudiera ser su coraza: ese hombre estaba en un escalón muy alto, quizá demasiado para el propio Nizak. Al momento una yegua avanzó galopando hacia su posición. Por un momento pensó que se trataban de refuerzos de Greenlyn, aunque pudo permitirse un momento de calma al ver que no llevaba jinete. Parecía pertenecerle al albino.

- Permitidme verlo por mis propios ojos, Alistar Reep. Permitidme ver que mis temores son infundados y que vos podéis ser el elemento que propicie el cambio hacia una nueva y brillante edad para este reino -soltó de repente, con una convicción en su mirada que para algunos podría haber resultado cegadora-. Si os place, seré vuestro aliado en esta campaña. Quiero ayudaros a despejar el camino para que el animal encadenado vuelva a ser libre y hombre de nuevo. Dejad que, al final del camino, me asegure de que vuestro sino no se tuerza.

Una leve ráfaga de viento hizo ondular sus cabellos rojizos, silbando al rozar con el metal de su armadura. El caballero se mantuvo allí, de pie, sin mover un solo músculo, esperando una respuesta final. Quizá aquella no fuera su gente, ni precisara de ayudarles en ningún modo. De hecho, quizá su vida podría haber sido más fácil si hubiera decidido ignorar aquella odisea, más sus principios no podían permitírselo. Si se lo permitían, lucharía como uno más de los hermanos de Alistar y los seguiría hacia el destino que estuviera reservado para ellos. Y, al final, si salían victoriosos, se aseguraría de que el hombre que ocupase el nuevo trono de Greenlyn fuese el adecuado. Incluso si este hombre no era quien se encontraba ante él en ese mismo instante.

Nizak se mantuvo expectante ante la respuesta del líder de la resistencia. Sus palabras, lejos de intentar herir de forma intencionada, iban cargadas de una verdad y sinceridad afiladas. No a todo el mundo le gusta que le sean completamente francos, pero el león no era de aquellas personas que ocultaban sus pensamientos. Con la honestidad en su palabra, siempre compartía su punto de vista, incluso si aquello podía llevarle a problemas mayores. Reyes, capitanes, soldados, campesinos... No importaba el escalón del contrario siempre que tuviera la necesidad de manifestar su palabra.

Alistar comenzó a hablar, advirtiéndole del peligro al que se estaba exponiendo tras todo lo ocurrido. Nada que no supiera ya. No hubo testigos del combate, pero sí supervivientes del bando perdedor. Uno de los soldados de Greenlyn había salido con vida, escapando tan rápido como sus piernas le permitieron de los dos guerreros. Si bien tardaría un tiempo en difundirse la noticia, pronto su rostro sería conocido a lo largo y ancho del reino. Quizá una ejecución más rápida habría servido para eludir aquella situación, pero el caballero no era de aquellos que eliminan a un hombre que ha perdido la voluntad de seguir luchando. Su oferta no había sido rechazada, aunque el contrario le instaba a pensárselo mejor. Tal vez cualquier otro pudiera contentarse con haber salvado la vida de aquel hombre, siendo capaz de marcharse de allí antes de que su nombre fuera conocido y su cabeza perseguida. Puede que muchos habrían sido capaces de ignorar la situación del reino y olvidarla, lejos de allí... Pero él no era así. Desde el momento en que se había ofrecido como aliado su respuesta estaba decidida. Sin embargo, no respondió al transformista más que con un gesto cortés, despidiéndole instantes previos a que comenzara a alejarse al galope.

- Nos veremos pronto, Alistar Reep -murmuró, para sí, ya con el albino fuera de su alcance.

Nizak se ocupó en primer lugar de apartar el resto de cadáveres de la ruta principal, tratando de evitar que fueran visibles desde el propio camino y revolviendo la tierra para que la sangre se escondiera bajo esta. No esperaba retrasar demasiado el descubrimiento de los cuerpos, pero sí tenía esperanzas de ganar algo más de tiempo. Una vez finalizada la tarea recuperó su capa, aún tendida en el camino y emprendió el camino de regreso a Dorithia. Al final desperdiciaría algunas monedas, pues no podía permitirse el lujo de permanecer allí mucho tiempo. De hecho, debía inventar algo para explicar su regreso, pues estaba seguro de que las preguntas de la posadera le asaltarían en el mismo instante en que cruzara la puerta.

Al entrar en el pueblo muchas fueron las miradas que se clavaron en él, ociosas, interrogantes, mas el pelirrojo las ignoró en la medida de lo posible, cubriendo su rostro con la capucha de la capa. En cuanto hubo llegado a la posada la joven encargada posó su atención en él, y rápidamente comenzó una conversación que el león ya había previsto.

- ¿Qué ha ocurrido? ¿Lograsteis atraparle? -se apresuró a preguntar.

El hombre se detuvo a su lado, pensativo por unos segundos.

- Escapó -fue su respuesta, con tono solemne-. Los hombres que salieron ilesos fueron a seguir su rastro. Los heridos están siendo trasladados.

- Ya veo -dijo la mujer, con un alivio en su expresión que llamó la atención del caballero-. Me alegra ver que habéis vuelto sano y salvo, sir.

Nizak asintió, simplemente, como toda respuesta, y comenzó a subir las escaleras hacia su habitación. Una vez entró, pudo ver a Seun en el mismo lugar donde lo había dejado, pero en esta ocasión despierto. Se acercó al coloso en cuanto lo vio entrar, ante lo que el león se puso en cuclillas, acariciando a su pequeño compañero tras las orejas.

- Lo siento, pequeño. Sé que acabamos de llegar, pero tenemos que irnos... Otra vez.