Francis Vondermont
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‘Debería encontrar una solución a esto…Si no encuentro una forma de movilizarme rápido…dudo que pueda empezar a cumplir mi cometido…’
Pobre Francis, dubitativo por cómo empezar su objetivo, sin nada más que sus ropas y los pocos objetos que tenía. Decía que era capaz de superar al mundo, de reconstruirlo en un nuevo orden que dejara ese sistema tan retrasado como era el predominante, regido todo por clases sin oportunidad a la libertad. ¿Y qué había logrado hasta ahora? Su única libertad, y nada más. Creía que debería comenzar sembrando su semilla en algún lugar…pero, ¿dónde? Tendría que averiguarlo, y pronto.
Lo primero que se le ocurrió fue visitar alguna zona un tanto concurrida de lobos de mar, incapaces de guardar un secreto entre sus fauces. Basándose en ese supuesto, es probable que lo mejor estuviera en alguna taberna o sitio similar, pero basándose por esa misma premisa, tal vez tuviera algún encuentro con un marine, -Quizás tenga un poco de fiesta… - Soltó entre aquellos dientes de parlachín. ‘No hables si no es necesario’, era lo que siempre se decía, ‘Recuerda lo que pasó la última vez que optaste por hablar con alguien que no se lo merecía…’ Y fue entonces cuando paso su mano por debajo del brazo izquierdo, rozando su espalda, especialmente la zona lumbar, como si estuviera recordando algo…que probablemente fuera doloroso.
En fin, había que andar. Caminó por la calle en la que se encontraba, despidiendo a aquel señor con el que había estado trabajando de herrero a cambio de un transporte hasta la ciudad a la que se dirigía. En efecto, ese señor fue con el que se encontró a la deriva cuando abandonó Demon’s Island, de casualidad, sin dudarlo. Aunque, no sólo se encargó de darle transporte, sino que, su bondad no tuvo límites y le confeccionó unas ropas con las que hacer el avío con la poca tela que tenía, lo que no lo hizo una tarea fácil, sobre todo teniendo en cuenta el tamaño del hombre. Destacar que sí, que la gente a veces le miraba, no sólo por el tamaño, sino por el contraste de colores: ropas rojas, gafas de sol, todo muy bien cubierto para que sólo se viera su cara, llamativo sin dudar.
Por el camino, fue mirando el pequeño número de monedas de oro que le había dado el señor, como último regalo por aquel gran arreglo que hizo a sus armas. Era poco, sí, pero suficiente como para costearse una pequeña bebida y un viaje que, seguramente, pudiera acompañar con algún trabajo, o puede que encontrase alguien como él, un hombre de libertades. Eso le encantaría, y mucho. Aunque parezca una exageración, su camino recordaba a cierto hito antiguo, de un hombre que tuvo que afrontar múltiples tentaciones por el amplio catálogo de deseos que ansiaba satisfacer, mas fue claro y conciso con su objetivo. Ello le obligó a olvidar gran mayoría de bienes, mientras que otros los anotaba mentalmente para un posterior regreso, para acabar logrando llegar a esa taberna, de la que no solo emanaba olor a alcohol, sino también gritos y múltiples voceríos.
Por muy doloroso que fuera para algunos, él disfrutaba, pues tal evento era una clara manifestación de su libertad para obrar y actuar en función a su condición. Con una sonrisa, abrió las puertas con delicadeza, intentando evitar dañarlas, y se sentó en una barra. El camarero se acercó y preguntó, a lo que él respondió con un - Zumo de piña, por favor. Ah, y de la mejor cosecha si es posible. -, a lo que el buen trabajador primero respondió con una mirada de… ¿sorpresa? Tampoco es que durase mucho, porque en cuanto vio la moneda, se lo sirvió. El dinero, al fin y al cabo, es dinero.
Pobre Francis, dubitativo por cómo empezar su objetivo, sin nada más que sus ropas y los pocos objetos que tenía. Decía que era capaz de superar al mundo, de reconstruirlo en un nuevo orden que dejara ese sistema tan retrasado como era el predominante, regido todo por clases sin oportunidad a la libertad. ¿Y qué había logrado hasta ahora? Su única libertad, y nada más. Creía que debería comenzar sembrando su semilla en algún lugar…pero, ¿dónde? Tendría que averiguarlo, y pronto.
Lo primero que se le ocurrió fue visitar alguna zona un tanto concurrida de lobos de mar, incapaces de guardar un secreto entre sus fauces. Basándose en ese supuesto, es probable que lo mejor estuviera en alguna taberna o sitio similar, pero basándose por esa misma premisa, tal vez tuviera algún encuentro con un marine, -Quizás tenga un poco de fiesta… - Soltó entre aquellos dientes de parlachín. ‘No hables si no es necesario’, era lo que siempre se decía, ‘Recuerda lo que pasó la última vez que optaste por hablar con alguien que no se lo merecía…’ Y fue entonces cuando paso su mano por debajo del brazo izquierdo, rozando su espalda, especialmente la zona lumbar, como si estuviera recordando algo…que probablemente fuera doloroso.
En fin, había que andar. Caminó por la calle en la que se encontraba, despidiendo a aquel señor con el que había estado trabajando de herrero a cambio de un transporte hasta la ciudad a la que se dirigía. En efecto, ese señor fue con el que se encontró a la deriva cuando abandonó Demon’s Island, de casualidad, sin dudarlo. Aunque, no sólo se encargó de darle transporte, sino que, su bondad no tuvo límites y le confeccionó unas ropas con las que hacer el avío con la poca tela que tenía, lo que no lo hizo una tarea fácil, sobre todo teniendo en cuenta el tamaño del hombre. Destacar que sí, que la gente a veces le miraba, no sólo por el tamaño, sino por el contraste de colores: ropas rojas, gafas de sol, todo muy bien cubierto para que sólo se viera su cara, llamativo sin dudar.
Por el camino, fue mirando el pequeño número de monedas de oro que le había dado el señor, como último regalo por aquel gran arreglo que hizo a sus armas. Era poco, sí, pero suficiente como para costearse una pequeña bebida y un viaje que, seguramente, pudiera acompañar con algún trabajo, o puede que encontrase alguien como él, un hombre de libertades. Eso le encantaría, y mucho. Aunque parezca una exageración, su camino recordaba a cierto hito antiguo, de un hombre que tuvo que afrontar múltiples tentaciones por el amplio catálogo de deseos que ansiaba satisfacer, mas fue claro y conciso con su objetivo. Ello le obligó a olvidar gran mayoría de bienes, mientras que otros los anotaba mentalmente para un posterior regreso, para acabar logrando llegar a esa taberna, de la que no solo emanaba olor a alcohol, sino también gritos y múltiples voceríos.
Por muy doloroso que fuera para algunos, él disfrutaba, pues tal evento era una clara manifestación de su libertad para obrar y actuar en función a su condición. Con una sonrisa, abrió las puertas con delicadeza, intentando evitar dañarlas, y se sentó en una barra. El camarero se acercó y preguntó, a lo que él respondió con un - Zumo de piña, por favor. Ah, y de la mejor cosecha si es posible. -, a lo que el buen trabajador primero respondió con una mirada de… ¿sorpresa? Tampoco es que durase mucho, porque en cuanto vio la moneda, se lo sirvió. El dinero, al fin y al cabo, es dinero.
Katharina von Steinhell
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El olor de la tierra mojada me traía viejos recuerdos, sobre todo de mi infancia. Caminaba por las anchas calles de Loguetown, observando cada una de las casas, viendo a las personas e intentando encontrar un lugar donde calentar mis húmedas roas. Había estado lloviendo hace ya mucho y de no ser por mi paraguas estaría empapada. Por suerte contaba con un grueso abrigo celeste cuyos bordes estaban hechos de pieles, bajo este llevaba un cálido chaleco de lana y unos pantalones ajustados que terminaban en unos botines de cuero. “La ropa perfecta para un día así”, pensé mientras observaba a un hombre prender su cigarrillo.
No sabía si había sido enviada para investigar, buscar piratas o simplemente para hacer un recorrido por la legendaria ciudad. Ante mis ojos no podía diferenciar entre piratas o civiles, después de todo... ¿Qué los hacía tan distintos? Tenía entendido que los de esa estirpe solo buscaban cumplir con sus egoístas ambiciones, pero pensar eso... ¿No era juzgar? Durante mi vida conocí muchos hombres que, sin dedicarse a la piratería, eran ambiciosos y jugaban con las vidas de las demás personas.
Comenzó a llover intensamente y cada gota retumbaba sobre el mojado pavimento. La lluvia... No podía entender como algo tan sencillo podía desencadenar tantas emociones en mí. Sin embargo, me veía en la necesidad de buscar cobijo y, como si se tratase de un milagro, ante mis ojos apareció una taberna de madera con un enorme letrero. Corrí hacia ella y entré, sintiendo la ola de calor proveniente desde adentro.
–Qué animado está todo esto –susurré para mí misma, sin que nadie me escuchara.
Busqué un asiento y me senté frente a la barra. El tabernero era un hombre de mediana edad, barba bien afeitada cuyo estilo era conocido comúnmente como “candado”; vestía un traje formal acompañado de un delantal blanco con el que secaba los vasos que lavaba constantemente. Había una fuerte mezcla de olores, entre tabaco y alcohol, sudor y humedad; todo muy concentrado en un solo lugar. El hombre de cabellos canosos y ojos cansinos se acercó a mí, preguntándome qué pediría.
–Un café, por favor –y antes de que se alejara agregué: – cargado, si no es mucha molestia.
El cantinero se alejó y mientras esperaba mi pedido, al lado mío se sentó un colosal hombre que vestía de rojo y... ¿usaba unos lentes? ¿Con este clima? Me parecía muy raro, pero quién era yo para juzgar el estilo de los demás. Sólo bebería de ese café y luego me acercaría a la chimenea para calentar mis ropas, no tenía muchas cosas que hacer... pero era seguro que encontraría algo interesante.
No sabía si había sido enviada para investigar, buscar piratas o simplemente para hacer un recorrido por la legendaria ciudad. Ante mis ojos no podía diferenciar entre piratas o civiles, después de todo... ¿Qué los hacía tan distintos? Tenía entendido que los de esa estirpe solo buscaban cumplir con sus egoístas ambiciones, pero pensar eso... ¿No era juzgar? Durante mi vida conocí muchos hombres que, sin dedicarse a la piratería, eran ambiciosos y jugaban con las vidas de las demás personas.
Comenzó a llover intensamente y cada gota retumbaba sobre el mojado pavimento. La lluvia... No podía entender como algo tan sencillo podía desencadenar tantas emociones en mí. Sin embargo, me veía en la necesidad de buscar cobijo y, como si se tratase de un milagro, ante mis ojos apareció una taberna de madera con un enorme letrero. Corrí hacia ella y entré, sintiendo la ola de calor proveniente desde adentro.
–Qué animado está todo esto –susurré para mí misma, sin que nadie me escuchara.
Busqué un asiento y me senté frente a la barra. El tabernero era un hombre de mediana edad, barba bien afeitada cuyo estilo era conocido comúnmente como “candado”; vestía un traje formal acompañado de un delantal blanco con el que secaba los vasos que lavaba constantemente. Había una fuerte mezcla de olores, entre tabaco y alcohol, sudor y humedad; todo muy concentrado en un solo lugar. El hombre de cabellos canosos y ojos cansinos se acercó a mí, preguntándome qué pediría.
–Un café, por favor –y antes de que se alejara agregué: – cargado, si no es mucha molestia.
El cantinero se alejó y mientras esperaba mi pedido, al lado mío se sentó un colosal hombre que vestía de rojo y... ¿usaba unos lentes? ¿Con este clima? Me parecía muy raro, pero quién era yo para juzgar el estilo de los demás. Sólo bebería de ese café y luego me acercaría a la chimenea para calentar mis ropas, no tenía muchas cosas que hacer... pero era seguro que encontraría algo interesante.
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No tuvo que esperar mucho, quizás un minuto debido, no sólo al bullicio que allí había como consecuencia de la ducha, sino también a la posible dificultad que pudo tener para encontrar la bebida exigida por Francis. Quizás tuviera miedo de que fuera capaz de provocar algún destrozo, o que tal vez quería cumplir con lo exigido. De una manera u otra, y sin importar mucho, acabó sirviendo la bebida, ¿a costa de qué? De una nueva visita a su derecha. Una mujer si no estaba equivocado, porque en estos tiempos, ya no se tenía claro ni qué sexo podías llegar a tener, pero, ¿y a él qué? ¿eh? Si tienen libertad para cambiar, adelante, que la cojan y la empleen como ellos deseos. A Francis lo único que le preocupaba era disfrutar de una bebida a la que no le hincó el diente, hasta ahora, cuando dio un sorbo.
Tras él, se quedó dubitativo, pensando en las posibilidades que tenía ahora en su camino: un viaje, una recuperación, una publicación etc; había tantas cosas que hacer, y tan poco tiempo de vida. Por lo pronto, contaba con defensas: sus cadenas y el objeto grande a su espalda, vendado al completo de forma que no diera ideas de qué se trataba, ¿un arma de fuego? ¿O una blanca? Incluso a él se le olvidaba en ciertos momentos qué era, pero siempre que iba a cogerlo, recordaba de forma intuitiva y rápida qué era.
Lo que rompió su marea de pensamientos fue la solicitud de la situada a su derecha, 'Café', es lo que había dicho. Qué poco original. Teniendo múltiples bebidas, optaba por un clásico...en fin, a pesar del impulso de hacer una recomendación, se encargó de negarlo, no quería volver a tener que lidiar con situaciones poco cómodas o, simplemente, no quería lidiar con más problemas que le obligaran a abandonar la ciudad. Debía empezar a maniobrar por el mundo, y si conseguía sus objetivos, probablemente tuviera que asentarse en algunas de las aldeas, así que era buena idea no meterse en más problemas. Sin embargo, el no hablar no quitaba que en varios momentos le echara un vistazo de arriba a abajo a esas ropas que llevaba. No parecía quedar mal en su cuerpo, pero tampoco le ocasionaba una ilusión increíble, digamos que, no estaba en uno de esos momentos de tratar con gente. Y menos con desconocidos. Volvió a beber. Aunque estaba tranquilo, era consciente de que debería irse pronto, por lo que volvió a navegar en sus recuerdos, hasta idear un plan de movimiento.
Tras él, se quedó dubitativo, pensando en las posibilidades que tenía ahora en su camino: un viaje, una recuperación, una publicación etc; había tantas cosas que hacer, y tan poco tiempo de vida. Por lo pronto, contaba con defensas: sus cadenas y el objeto grande a su espalda, vendado al completo de forma que no diera ideas de qué se trataba, ¿un arma de fuego? ¿O una blanca? Incluso a él se le olvidaba en ciertos momentos qué era, pero siempre que iba a cogerlo, recordaba de forma intuitiva y rápida qué era.
Lo que rompió su marea de pensamientos fue la solicitud de la situada a su derecha, 'Café', es lo que había dicho. Qué poco original. Teniendo múltiples bebidas, optaba por un clásico...en fin, a pesar del impulso de hacer una recomendación, se encargó de negarlo, no quería volver a tener que lidiar con situaciones poco cómodas o, simplemente, no quería lidiar con más problemas que le obligaran a abandonar la ciudad. Debía empezar a maniobrar por el mundo, y si conseguía sus objetivos, probablemente tuviera que asentarse en algunas de las aldeas, así que era buena idea no meterse en más problemas. Sin embargo, el no hablar no quitaba que en varios momentos le echara un vistazo de arriba a abajo a esas ropas que llevaba. No parecía quedar mal en su cuerpo, pero tampoco le ocasionaba una ilusión increíble, digamos que, no estaba en uno de esos momentos de tratar con gente. Y menos con desconocidos. Volvió a beber. Aunque estaba tranquilo, era consciente de que debería irse pronto, por lo que volvió a navegar en sus recuerdos, hasta idear un plan de movimiento.
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El hombre volvió con el café y le di un buen sorbo para degustarlo. No era el mejor que había probado, pero tampoco estaba mal. Mientras bebía, dirigí una disimulada mirada de reojo al hombre que estaba a mi lado. ¿Acaso le conocía? Sus movimientos eran extraños, parecía que quería hablarme pero por alguna razón no lo hacía. No me gustaba la gente así; si tenía algo que decir, debía escupirlo. Le di otro sorbo y sin pensarlo le hablé.
–Si tienes algo que decir, deberías hacerlo –le comenté con tono calmado, frío e inexpresivo.
El ruido dentro de la taberna era molesto, pero necesitaba quedarme un buen rato si es que quería lograr que mis ropas se secaran. Tenía que viajar durante un par de días más, en dirección al norte, pero con el actual tiempo era casi imposible a menos que tuviera una montura extremadamente capaz. Los hombres de mi espalda cantaban canciones, estaban borrachos y uno de ellos no tuvo ningún problema en darle una nalgada a una de las meseras, lo que hizo que esta se molestara y le diera un bofetón. “Aquí vamos”, me dije a mí misma.
–¡¿C-Cómo t-te atreves?! –Gritó, claramente borracho.
Era hora de decidir: no entrometerme o cumplir con mi trabajo de marine. Si me metía, terminaría envuelta en problemas con los demás integrantes del grupo; si no lo hacía, probablemente la chica recibiría una dura paliza. ¿Qué debía hacer? Por deber, tenía que acudir en su auxilio y detener el percance; en cambio, desde una perspectiva personal, la decisión más lógica era ignorar el problema y largarse. Si ella no tenía el poder para defenderse, no tenía que esperar que otras personas le ayudaran. Mientras pensaba, escuché un estrepitoso sonido producto de un fuerte bofetón, volteé la cabeza y descendí la mirada hasta la chica de cabellos azules, quien sangraba por montones.
No sé si fue por amor a los problemas, defender mi propio género o simplemente de inconsecuente, pero sin dudarlo un segundo más me levanté de mi asiento y lancé una poderosa versión de mi conjuro bola de fuego que impactó de lleno contra el estómago del hombre. Cuando me di cuenta de lo que hice, mi víctima estaba con severas quemaduras en el pecho y se quejaba del dolor. Evité tener expresión de boba y tragué saliva.
–Si quieren vivir, lárguense –les amenacé, con toda la intención de quitarle sus vidas.
–Si tienes algo que decir, deberías hacerlo –le comenté con tono calmado, frío e inexpresivo.
El ruido dentro de la taberna era molesto, pero necesitaba quedarme un buen rato si es que quería lograr que mis ropas se secaran. Tenía que viajar durante un par de días más, en dirección al norte, pero con el actual tiempo era casi imposible a menos que tuviera una montura extremadamente capaz. Los hombres de mi espalda cantaban canciones, estaban borrachos y uno de ellos no tuvo ningún problema en darle una nalgada a una de las meseras, lo que hizo que esta se molestara y le diera un bofetón. “Aquí vamos”, me dije a mí misma.
–¡¿C-Cómo t-te atreves?! –Gritó, claramente borracho.
Era hora de decidir: no entrometerme o cumplir con mi trabajo de marine. Si me metía, terminaría envuelta en problemas con los demás integrantes del grupo; si no lo hacía, probablemente la chica recibiría una dura paliza. ¿Qué debía hacer? Por deber, tenía que acudir en su auxilio y detener el percance; en cambio, desde una perspectiva personal, la decisión más lógica era ignorar el problema y largarse. Si ella no tenía el poder para defenderse, no tenía que esperar que otras personas le ayudaran. Mientras pensaba, escuché un estrepitoso sonido producto de un fuerte bofetón, volteé la cabeza y descendí la mirada hasta la chica de cabellos azules, quien sangraba por montones.
No sé si fue por amor a los problemas, defender mi propio género o simplemente de inconsecuente, pero sin dudarlo un segundo más me levanté de mi asiento y lancé una poderosa versión de mi conjuro bola de fuego que impactó de lleno contra el estómago del hombre. Cuando me di cuenta de lo que hice, mi víctima estaba con severas quemaduras en el pecho y se quejaba del dolor. Evité tener expresión de boba y tragué saliva.
–Si quieren vivir, lárguense –les amenacé, con toda la intención de quitarle sus vidas.
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