Abby
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Akuma no mi
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Condiciones:
-Salto de turno cada tres días.
-Sin muertes.
Lugar:
Baterilla.
Empieza...
1- Kodama
2- Bleyd
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- 2
Roland von Klauswitz
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El estrés del trabajo resultaba insoportable. Los humanos corrían de aquí para allá continuamente, como hormigas, impartiendo órdenes o recibiéndolas, pidiendo favores, cotilleando o buscando algo. Siempre tenían algo que hacer. A Kodama eso no le extrañaba, pues sus vidas eran tan cortas que apenas tenían tiempo de crecer y morirse. Pero él no lo soportaba. ¿Por qué no podían tomarse la vida con calma? Contemplar el blancor de las nubes y el vaivén de las olas...
Por eso se había largado. A descansar, no para siempre, pero sus subordinados lo estarían buscando como locos. Dudaba mucho que lo lograsen. Había aprovechado su visita al South Blue para escabullirse a una pequeña isla de cursi nombre, y para evitar que alguien le descubriese, había adoptado su forma de árbol. Un gran roble centenario de más de quince metros que se alzaba discretamente, pues ¿quién sospecharía de un árbol?
Y ahí estaba: en el tejado de una iglesia.
No recordaba como había subido ahí. Seguramente habría sido por culpa de sus caminatas nocturnas mientras el resto del mundo dormía, pero le gustaba. Podía ver todo el pueblo desde allí y pasaba totalmente desapercibido. No creía que nadie reparase en su presencia, ya que un árbol no desentonaba en ningún lado.
De repente notó algo, una incierta sensación que reconoció como el aviso de su mantra de que existía alguien peligroso en los alrededores. Había estado sondeando los alrededores por si aparecían sus hombres para obligarlo a volver al trabajo, pero en su lugar había topado con... "¿Por qué me suena este aura?". Quizás sí que le habían encontrado, aunque ninguno de los soldados a su servicio ostentaba un poder como el de aquel desconocido. En cualquier caso decidió echar un vistazo. Dejo que sus ojos humanos surgiesen de la corteza y observó como un humano y su perro rosa deambulaban por las calles.
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"Sí, sin duda me suena de algo. Lo que no sé es de qué". El humano tambíen parecía haber reparado en él y se aproximó en un ruidoso vehículo volador cuyo humo no debía ser nada sano. De haberlo manejado como era debido, el árbol habría hecho caso omiso de él, pero el muy loco chocó con el tejado del edificio y a punto estuvo de llevárselo a él por delante. Y encima, su extraño perro mutante y colorido no le dejaba en paz.
Kodama agarró al animal con una rama y lo depositó sobre el tejado, a ver si así mantenía las distancias. ¿Desde cuándo los perros eran de ese color? Desde luego había muchas cosas que no conocía del mundo humano. Después se dignó a prestar atención al joven que le hablaba. Sin duda le resultaba familiar, no obstante... Todo era culpa de esa ridícula fisionomía humana. Todos con esas caras tan parecidas y la misma voz... Así no había quien los diferenciara unos de otros.
-Así que, ¿eres de Síderos? -preguntó Kodama, aún permaneciendo en su forma de árbol. No tenía por costumbre rememorar lo sucedido en aquel lugar, así que le sorprendió que uno de los que había participado en los acontecimientos le hablara de ello-. Que yo sepa no tengo trabajo allí. Ya me costó bastante cumplir mi parte allí, como para ahora volver a meterme en ese lío. Creo que se quedó allí un rey o algo así. ¿Cómo le va? Bonito perro, por cierto.
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Un ser como Kodama difícilmente se enfadaba por nada. Su paciencia era tan infinita como el fluir de un arroyo, como el sonido de las hojas al ser movidas por la brisa, pero había descubierto que los humanos tenían una capacidad sobrenatural para provocar enfrentamientos. ¿Cómo se atrevía aquel niño, aquella semilla sin enraizar, a hablarle de ese modo?
El cuerpo del marine cambió. Dejó de tener la apariencia de un árbol para convertirse en... bueno, en un árbol más humanoide. No dejaba por ello de ser imponente, pues medía el doble que la mayoría de los humanos, y con ese aspecto eran perfectamente visibles sus dos espadas.
Cierto día, Kodama vio como alguien hablaba a otra persona tal y como el mocoso le había hablado a él. Un comportamiento muy propio de los humanos, sin duda, pero mucho menos interesante que lo que vino después. El que hablaba recibió un guantazo por parte del otro, que lo abofeteó como compensación por haber atacado a su honor. ¿Era esa la respuesta normal entre humanos, golpearse ante las afrentas? Supuso que sí.
Así que eso hizo. Decidió enseñar modales a aquel crío, y agitó su brazo convertido en una gruesa rama para abofetearlo y enseñarle a no hablar así a sus mayores.
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La corteza se resquebrajó bajo la fuerza del golpe. El puño del muchacho era sin duda poderoso, más de lo que solían serlo los de los humanos, pero la herida no tardó en cerrarse con un poco de resina. "Como nuevo", pensó el árbol. Seguramente, el otro chico podía decir lo mismo también, pues no aparentaba haberse visto afectado por su bofetón. Pero había aceptado su desafío, ¿no? ¿Eso era lo que significaba que le devolviese el golpe?
-Muy bien, chico. El reto queda aceptado -dijo para constatar que no iban a pelear como animales salvajes, sino de una forma mucho más absurda: al estilo humano.
Acto seguido, empezó a segregar un líquido jabonoso por todo su cuerpo hasta formar una burbuja que lo envolvió por completo. Un bonito escudo transparente que comenzó a elevarle por encima de su adversario. Kodama se dejó mecer por la suave brisa casi casi olvidando que tenía que luchar. Por suerte lo recordó, pues no sería raro que hubiesen pasado horas hasta que su concentración volviera a aparecer.
Así que, para que su rival no creyese que se había olvidado de él, sacó un brazo a través de la pompa voladora y dejó caer un par de docenas de estacas de madera imbuidas en haki. Luego pensó que esas cosas podían matarlo y casi se arrepintió. En fin, seguro que sobrevivía... de alguna forma.
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