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«¿Cómo que una apuesta?», se preguntó el rubio al tiempo que dirigía una mirada hacia Tib. El animal se mostraba igual de confuso que él. ¿Acaso también había bebido más de la cuenta? De cualquier modo, el hecho era que Therax no recordaba de lo que refería el tipo del mostacho. No obstante, optó por dejar que siguiera hablando. Tal vez así pudiese aclarar en su mente todo lo que había sucedido.
Entonces, como por arte de magia, todo lo que había a su alrededor comenzó a desaparecer. En un primer momento había pensado que el tsunami era lo único que el tipo del bigote habáíacreado, pero parecía que su ilusión había llegado más lejos aún. La playa se desvaneció, y los cuerpos de los marines abatidos se fueron con ella. Ya no sentía dolor en los lugares donde había sido dañado, porque no había heridas que lo causasen y, del mismo modo, su mascota no mostraba signos de la quemadura que había sufrido.
Entonces volvió a fijar su mirada en el orondo y bigotudo mercader que, curiosamente, ya no lo era. Su tosca apariencia dio lugar a una atractiva mujer de pelo dorado y ojos rojizos. No pudo evitar preguntarse si ese color se relacionaría del algún modo con el de los ojos del peliplateado que, aun siendo una ilusión, le había dado el combate más duro que recordaba hasta la fecha.
Y entonces, sin más, se dio la vuelta y desapareció. Therax tenía una infinidad de preguntas, mas el desconcierto por todo lo que le acababa de revelar la rubia le impedía hablar. Apenas si fue capaz de emitir un leve gemido para reclamarla cuando se esfumó entre el humo.
El espadachín permaneció unos segundos sentado en la cueva, preguntándose si aquel lugar sería de nuevo una ilusión o si sencillamente estaría soñando. Pensó en pellizcarse, pero el dolor que había sufrido tras las heridas del ficticio marine demostraba que sería inútil.
-No sé qué pensar, Tib -comentó en voz alta-. Había oído leyendas y cuentos, pero pensaba que no eran ciertos... ¿Y quién demonios es esa mujer? ¿La conocemos de algo? -El cánido emitió un gruñido en respuesta, dejando claro que estaba tan perdido como él-. Bueno, vámonos. Aquí no hacemos nada.
Salió de la cueva para dirigirse a la playa que comenzaba a unos metros de distancia de la misma. Era un lugar despejado, sin rocas ni nada que impidiese la visión de los alrededores. El rubio comenzó a mirar hacia ambos lados y logró identificar un familiar barco hacia su izquierda, anclado a varios centenares de metros de la orilla. Justo cuando reparó en la barcaza que había varada en la arena, una colleja provocó que llevase la mano a uno de sus sables y se diese la vuelta:
-¿Dónde te habías metido? -dijo uno de los marineros del barco mercante de Trag, el viejo amigo de Niord-. El jefe está que trina porque desapareciste sin decir nada anoche y esta mañana aún no habías vuelto. Te espera una buena.
Therax trató de recordar a qué se refería el tipo, que siguió caminando en dirección a la barca con dos cestos llenos de fruta que debía haber recogido allí mismo. Al verse incapaz de rememorar nada, se encogió de hombros y corrió a quitarle uno de los canastos antes de volver al barco.
Entonces, como por arte de magia, todo lo que había a su alrededor comenzó a desaparecer. En un primer momento había pensado que el tsunami era lo único que el tipo del bigote habáíacreado, pero parecía que su ilusión había llegado más lejos aún. La playa se desvaneció, y los cuerpos de los marines abatidos se fueron con ella. Ya no sentía dolor en los lugares donde había sido dañado, porque no había heridas que lo causasen y, del mismo modo, su mascota no mostraba signos de la quemadura que había sufrido.
Entonces volvió a fijar su mirada en el orondo y bigotudo mercader que, curiosamente, ya no lo era. Su tosca apariencia dio lugar a una atractiva mujer de pelo dorado y ojos rojizos. No pudo evitar preguntarse si ese color se relacionaría del algún modo con el de los ojos del peliplateado que, aun siendo una ilusión, le había dado el combate más duro que recordaba hasta la fecha.
Y entonces, sin más, se dio la vuelta y desapareció. Therax tenía una infinidad de preguntas, mas el desconcierto por todo lo que le acababa de revelar la rubia le impedía hablar. Apenas si fue capaz de emitir un leve gemido para reclamarla cuando se esfumó entre el humo.
El espadachín permaneció unos segundos sentado en la cueva, preguntándose si aquel lugar sería de nuevo una ilusión o si sencillamente estaría soñando. Pensó en pellizcarse, pero el dolor que había sufrido tras las heridas del ficticio marine demostraba que sería inútil.
-No sé qué pensar, Tib -comentó en voz alta-. Había oído leyendas y cuentos, pero pensaba que no eran ciertos... ¿Y quién demonios es esa mujer? ¿La conocemos de algo? -El cánido emitió un gruñido en respuesta, dejando claro que estaba tan perdido como él-. Bueno, vámonos. Aquí no hacemos nada.
Salió de la cueva para dirigirse a la playa que comenzaba a unos metros de distancia de la misma. Era un lugar despejado, sin rocas ni nada que impidiese la visión de los alrededores. El rubio comenzó a mirar hacia ambos lados y logró identificar un familiar barco hacia su izquierda, anclado a varios centenares de metros de la orilla. Justo cuando reparó en la barcaza que había varada en la arena, una colleja provocó que llevase la mano a uno de sus sables y se diese la vuelta:
-¿Dónde te habías metido? -dijo uno de los marineros del barco mercante de Trag, el viejo amigo de Niord-. El jefe está que trina porque desapareciste sin decir nada anoche y esta mañana aún no habías vuelto. Te espera una buena.
Therax trató de recordar a qué se refería el tipo, que siguió caminando en dirección a la barca con dos cestos llenos de fruta que debía haber recogido allí mismo. Al verse incapaz de rememorar nada, se encogió de hombros y corrió a quitarle uno de los canastos antes de volver al barco.
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