William White
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Un bar, solo había un pequeño bar en el pequeño pueblo. El pueblo tenía mucha extensión, principalmente a lo dispersas que estaban las casas unas de otras, cada una con su jardín, separando las distintas propiedades por esas bastas vallas de madera. En algunos terrenos se podían pequeños grupos de ganado, vacas en su mayoría. Aunque tal vez lo más característico de poblado fuera sus molinos, tres hermosos molinos que aún continuaban haciendo su función, los tres eran casi más antiguos que el propio pueblo. La villa era un lugar tranquilo frecuentado por gentes sencillas y desprendidas, un pueblo acostumbrado a vivir en paz. Incluso los bandidos que solían pasar por el pueblo evitaban armar líos, aquella paz y tranquilidad infundía respeto. Y pocas eran las personas que no eran capaz de respetarlo.
El cielo despejado con algunos cirros por lo alto no amenazaban en lo absoluto tormenta, dando la sensación de que aquel anticiclón iba a ser eterno, tal como pronosticaban algunos periódicos. Por fortuna las carencias de lluvias no habían afectado a los cultivos los cuales seguían creciendo a un ritmo normal.
William se encontraba en el bar, trabajando ya que había conseguido convencer al regente del bar un anciano entrado en años que tal vez no le vendría mal una mano de más. En especial a la hora de cargar aquellos pesados barriles de sake desde el puerto. El tabernero de todas formas solo podía proporcionar de sueldo una miseria, pero a cambio proporcionó un cobijo y algo que llevarse a la boca. Tal vez una vez ganada la suficiente experiencia se fuera a Goa a probar suerte, ya que allí se movía más gente y por ende más dinero. Aun así, la sosegada vida del pueblo le era agradable, lo suficiente como para calmar la agitada actitud del chico, puede que aquel fuera un merecido descanso.
El bar era un sitio sencillo de no más de treinta metros cuadrados, el lugar estaba hecho en su mayoría con madera de roble con distintos barnices los cuales evitaban esa molesta sensación de monocromía en la sala. La sala tendría unas diez o doce mesas, cada una con una cuatro o cinco sillas sin tapizar. Tras la barra unas estanterías pobladas de botellas de todos los colores y sabores, en su mayoría cubiertas por una fina capa de polvo ya que la gente que solía andar por allí rara vez se atrevía con algo que no fuera sake o cerveza.
El chico se encontraba inmerso en sus pensamientos, tras la barra, frotando y secando con un paño seco una de las ultimas jarras lavadas. Cerca de él, en una de las mesas se encontraba el regente, el cual andaba haciendo cuentas e inventario, aprovechando que a esas horas muy poca gente venía. Tan solo faltaban un par de horas para el mediodía y que la taberna se llenase de actividad, con la hora previa a la comida.
Las agujas del reloj se movían impasibles y las hélices de los ventiladores del techo se movían lentamente, dando la sensación de que cada segundo era eterno.
El cielo despejado con algunos cirros por lo alto no amenazaban en lo absoluto tormenta, dando la sensación de que aquel anticiclón iba a ser eterno, tal como pronosticaban algunos periódicos. Por fortuna las carencias de lluvias no habían afectado a los cultivos los cuales seguían creciendo a un ritmo normal.
William se encontraba en el bar, trabajando ya que había conseguido convencer al regente del bar un anciano entrado en años que tal vez no le vendría mal una mano de más. En especial a la hora de cargar aquellos pesados barriles de sake desde el puerto. El tabernero de todas formas solo podía proporcionar de sueldo una miseria, pero a cambio proporcionó un cobijo y algo que llevarse a la boca. Tal vez una vez ganada la suficiente experiencia se fuera a Goa a probar suerte, ya que allí se movía más gente y por ende más dinero. Aun así, la sosegada vida del pueblo le era agradable, lo suficiente como para calmar la agitada actitud del chico, puede que aquel fuera un merecido descanso.
El bar era un sitio sencillo de no más de treinta metros cuadrados, el lugar estaba hecho en su mayoría con madera de roble con distintos barnices los cuales evitaban esa molesta sensación de monocromía en la sala. La sala tendría unas diez o doce mesas, cada una con una cuatro o cinco sillas sin tapizar. Tras la barra unas estanterías pobladas de botellas de todos los colores y sabores, en su mayoría cubiertas por una fina capa de polvo ya que la gente que solía andar por allí rara vez se atrevía con algo que no fuera sake o cerveza.
El chico se encontraba inmerso en sus pensamientos, tras la barra, frotando y secando con un paño seco una de las ultimas jarras lavadas. Cerca de él, en una de las mesas se encontraba el regente, el cual andaba haciendo cuentas e inventario, aprovechando que a esas horas muy poca gente venía. Tan solo faltaban un par de horas para el mediodía y que la taberna se llenase de actividad, con la hora previa a la comida.
Las agujas del reloj se movían impasibles y las hélices de los ventiladores del techo se movían lentamente, dando la sensación de que cada segundo era eterno.
Evangelina von Steinhell
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¿Qué podría recordar de este viaje? No lo sé en realidad, muchas ideas nublan mi mente. ¿Qué hice? Tampoco lo sé, dejaremos que el viento y las palabras sin cesar revelen una incesante aventura la cual, iré recordando mientras relato y vivo.
Dawn, una isla reconocida por el reino de Goa, fue mi paradero esta vez. Un viento imparable provenía del oeste, como también rayos de sol que no sobrepasaban los veinte grados. Con todo eso, el día estaba espléndido. Sin saber bien el porqué, recorría el pueblo que no era muy grande, muy acogedor a la vista, molinos, jardines y más, como sentirse en una casa ejemplar, de buenas vivencias y creencias. La gente se veía bastante respetuosa, no era como siempre que, al llegar a cualquier lugar, me sentía acosada por el macho o demás.
Una brisa descansó en mi rostro cuando me di cuenta que era de noche, los recuerdos cada vez se hacían más claros, a pesar de que la oscuridad empezase a reinar lo que restaba del día. ¿Y qué lugar mejor para pasar la noche, que un bar? Amante de los bares, amante de los tragos, de las peleas, y las trifulcas que llevan a lo penúltimo dicho. La gente ebria me daba un respiro de alegría, la felicidad que podían conseguir en un abrir y cerrar de ojos era algo digno de admirar, y tan fácil de conseguir... Por eso era mi desvío, de las desgracias que contraía hacer lo que hago, de tener que quitarle la vida a alguien para poder vivir... Realmente, era un desahogo, entre yo y esa botella de vino.
Empezaba a hacerse tarde cuando decidí entrar, la gente empezó a llenar el lugar, pues ya llegaba la hora de la fiesta y quizás, de las revueltas sin cesar. Entré, abrigada, mi ropa usual, sólo que con un abrigo negro por encima, bastante largo, con bolsillos a los lados y uno en el lado pectoral izquierdo. Las mesas estaban llenas casi, mucha actividad por aquí y por allá, parece que se les venía una buena noche a los dueños del sitio, lo que es yo, recorrí la ebriedad frente a mí para hacerme paso a la barra, por un trago, el primero de quizás cuantos. Me puse en ella, apoyada con mis antebrazos y codos, echando una última vista al lugar, parecían muchos piratas y gente del lugar, pero ya empezaban a reírse y contagiarme lo mismo, esa sonrisa interminable.
-¿Alguien podría atenderme aquí?- dije, con una voz más o menos dulce, dirigiéndome a lo que estaba más allá de la barra, sin fijarme realmente si había alguien o no, lo único que quería, era que un vaso con alguna cosa para emborracharme llegase a mi mano, en este mismo segundo.
Dawn, una isla reconocida por el reino de Goa, fue mi paradero esta vez. Un viento imparable provenía del oeste, como también rayos de sol que no sobrepasaban los veinte grados. Con todo eso, el día estaba espléndido. Sin saber bien el porqué, recorría el pueblo que no era muy grande, muy acogedor a la vista, molinos, jardines y más, como sentirse en una casa ejemplar, de buenas vivencias y creencias. La gente se veía bastante respetuosa, no era como siempre que, al llegar a cualquier lugar, me sentía acosada por el macho o demás.
Una brisa descansó en mi rostro cuando me di cuenta que era de noche, los recuerdos cada vez se hacían más claros, a pesar de que la oscuridad empezase a reinar lo que restaba del día. ¿Y qué lugar mejor para pasar la noche, que un bar? Amante de los bares, amante de los tragos, de las peleas, y las trifulcas que llevan a lo penúltimo dicho. La gente ebria me daba un respiro de alegría, la felicidad que podían conseguir en un abrir y cerrar de ojos era algo digno de admirar, y tan fácil de conseguir... Por eso era mi desvío, de las desgracias que contraía hacer lo que hago, de tener que quitarle la vida a alguien para poder vivir... Realmente, era un desahogo, entre yo y esa botella de vino.
Empezaba a hacerse tarde cuando decidí entrar, la gente empezó a llenar el lugar, pues ya llegaba la hora de la fiesta y quizás, de las revueltas sin cesar. Entré, abrigada, mi ropa usual, sólo que con un abrigo negro por encima, bastante largo, con bolsillos a los lados y uno en el lado pectoral izquierdo. Las mesas estaban llenas casi, mucha actividad por aquí y por allá, parece que se les venía una buena noche a los dueños del sitio, lo que es yo, recorrí la ebriedad frente a mí para hacerme paso a la barra, por un trago, el primero de quizás cuantos. Me puse en ella, apoyada con mis antebrazos y codos, echando una última vista al lugar, parecían muchos piratas y gente del lugar, pero ya empezaban a reírse y contagiarme lo mismo, esa sonrisa interminable.
-¿Alguien podría atenderme aquí?- dije, con una voz más o menos dulce, dirigiéndome a lo que estaba más allá de la barra, sin fijarme realmente si había alguien o no, lo único que quería, era que un vaso con alguna cosa para emborracharme llegase a mi mano, en este mismo segundo.
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La mañana transcurrió tranquila y terriblemente lenta. Por fortuna William se dedicó a sentarse en la barra, sacar un libro que había encontrado el primer día que llegó, por no decir apareció, en la isla, en aquel vertedero llamado Grey Terminal. Después de todo no había sido tan desafortunado como esperaba. El chico había comenzado a leer en sus ratos libres, no haría ni hace tres noches. El caso es que al chico le habían escaseado ratos libres desde entonces. El chico abrió por donde lo había dejado, el capítulo dos y arrancó leer. El libro narraba las fantasiosas aventuras de un juglar, uno de esos que se ganaban la vida contando historias, salvando la vida en numerosas ocasiones gracias a su labia. Aquel era un recurso conductor que había tomado el escritor para conseguir hilar uno por uno distintos relatos, por lo que le parecía cada relato trataba de trasmitir algún tipo de moraleja o al menos eso era lo que había extraído por el momento.
El chico estaba inmerso en uno de los relatos cuando el suave sonidito del móvil de la puerta le advirtió que había llegado un cliente. El chico medio decepcionado, medio resignado cerró el libro soltando un suspiro y se colocó rápidamente tras la barra. El primer parroquiano de la mañana pidió una pinta la cual sirvió White de forma inmediata, al parroquiano no tardaron en sumársele más y más, pinta tras pinta ronda tras ronda las agujas del reloj comenzaron a girar más y más deprisa, con apenas tiempo para comer en quince escasos minutos. No fue hasta la noche cuando el ritmo de jolgorio y fiesta comenzó a cambiar a un ambiente un tanto depresivo y fatigado. Aun así, el ambiente de la taberna distaba bastante de las de otras, no había peleas o disputas salvo aquel amable intercambio de insultos que hacían algunos de los borrachos al discutir cosas sobre su apacible y mundana vida.
No fue hasta llegada la noche cuando ella apareció, era una chica más o menos alta que rondaría el metro setenta, su complexión era atlética con una figura bien definida. La chica tenía una piel pálida, aunque no al extremo del pálido William, el cual parecía estar muerto si no se moviera. La chica tenía un rostro frio, como si hubiera tenido un mal día. Aun así, la chica no dejaba de sr guapa, tenía su toque nunca mejor dicho, aunque quien era él para juzgar, no había visto mujeres por diecisiete años y ahora que vivía en aquel pueblo tan solo había visto abuelas tercas. La chica vestía un abrigo negro con algunos bolsillos. Por un segundo le dio la sensación de que la joven iba algo borracha, o tal vez solo fuera con el punto, fuera como fuera la mujer que atravesaba en ese momento la taberna le intrigaba enormemente.
La joven se apoyó sobre la barra enfrente suya, aunque no parecía estar dándose cuenta de que estaba delante de ella. La chica comenzó a sonrewir al ver a los bandidos de la mesa cinco, lo cual extraño a White, nadie solía reírse con los bandidos, mucho menos de ellos. Fuera como fuera su entrada había dado una ráfaga de aire fresco al lugar. La chica pidió algo con una voz suave que quebró la respiración al chico, la voz era tan suave como el sonido de agua de un riachuelo. El chico colocó un vaso delante de la joven y sonriendo, hiz un gesto a la chica de silencio:
-Déjame adivinar- dijo a la vez que se concentraba -Creo que tengo exactamente lo que necesitas. El chico sin esperar respuestas cogió una de las polvorosas botellas del mostrador, se trataba de un whisky irlandés bastante bueno, luego sacó otra botella de granadina que andaba cerca de la anterior. Llenando la coctelera con unos dos tercios con ambos licores, cogió algo de tónica, añadiendo la gaseosa al coctel. A continuación cogió unos hielos y los metió en el vaso, para finalmente vertió la mezcla sobre el vaso dejando llenándolo por algo más de la mitad y le añadió media rodaja de limón y otra de lima -Un irlandés pelirrojo seguro que te levanta el ánimo después de todo dicen que a las guapas les gustan los pelirrojos- flirteó el joven White quizá tratando de arrancar una buena propina o tal vez simplemente de romper el hielo, todo quedaría a interpretación de la chica.
El chico estaba inmerso en uno de los relatos cuando el suave sonidito del móvil de la puerta le advirtió que había llegado un cliente. El chico medio decepcionado, medio resignado cerró el libro soltando un suspiro y se colocó rápidamente tras la barra. El primer parroquiano de la mañana pidió una pinta la cual sirvió White de forma inmediata, al parroquiano no tardaron en sumársele más y más, pinta tras pinta ronda tras ronda las agujas del reloj comenzaron a girar más y más deprisa, con apenas tiempo para comer en quince escasos minutos. No fue hasta la noche cuando el ritmo de jolgorio y fiesta comenzó a cambiar a un ambiente un tanto depresivo y fatigado. Aun así, el ambiente de la taberna distaba bastante de las de otras, no había peleas o disputas salvo aquel amable intercambio de insultos que hacían algunos de los borrachos al discutir cosas sobre su apacible y mundana vida.
No fue hasta llegada la noche cuando ella apareció, era una chica más o menos alta que rondaría el metro setenta, su complexión era atlética con una figura bien definida. La chica tenía una piel pálida, aunque no al extremo del pálido William, el cual parecía estar muerto si no se moviera. La chica tenía un rostro frio, como si hubiera tenido un mal día. Aun así, la chica no dejaba de sr guapa, tenía su toque nunca mejor dicho, aunque quien era él para juzgar, no había visto mujeres por diecisiete años y ahora que vivía en aquel pueblo tan solo había visto abuelas tercas. La chica vestía un abrigo negro con algunos bolsillos. Por un segundo le dio la sensación de que la joven iba algo borracha, o tal vez solo fuera con el punto, fuera como fuera la mujer que atravesaba en ese momento la taberna le intrigaba enormemente.
La joven se apoyó sobre la barra enfrente suya, aunque no parecía estar dándose cuenta de que estaba delante de ella. La chica comenzó a sonrewir al ver a los bandidos de la mesa cinco, lo cual extraño a White, nadie solía reírse con los bandidos, mucho menos de ellos. Fuera como fuera su entrada había dado una ráfaga de aire fresco al lugar. La chica pidió algo con una voz suave que quebró la respiración al chico, la voz era tan suave como el sonido de agua de un riachuelo. El chico colocó un vaso delante de la joven y sonriendo, hiz un gesto a la chica de silencio:
-Déjame adivinar- dijo a la vez que se concentraba -Creo que tengo exactamente lo que necesitas. El chico sin esperar respuestas cogió una de las polvorosas botellas del mostrador, se trataba de un whisky irlandés bastante bueno, luego sacó otra botella de granadina que andaba cerca de la anterior. Llenando la coctelera con unos dos tercios con ambos licores, cogió algo de tónica, añadiendo la gaseosa al coctel. A continuación cogió unos hielos y los metió en el vaso, para finalmente vertió la mezcla sobre el vaso dejando llenándolo por algo más de la mitad y le añadió media rodaja de limón y otra de lima -Un irlandés pelirrojo seguro que te levanta el ánimo después de todo dicen que a las guapas les gustan los pelirrojos- flirteó el joven White quizá tratando de arrancar una buena propina o tal vez simplemente de romper el hielo, todo quedaría a interpretación de la chica.
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El tiempo era agradable. Cálido. La brisa soplaba levemente revoloteando los mechones de pelo que la chica de cabellos anaranjados no había agarrado en su coleta alta, porque fuera demasiado cortos como para que se mantuvieran sujetos, más que nada. Una sonrisa radiante y un humor que no parecía el suyo la acompañaban, junto a su compañera albina, mientras el sol comenzaba a ocultarse entre el oleaje, dejando en el cielo un precioso espectáculo de luces rosadas y naranjas, que se mezclaban con el azul desteñido del cielo antes de dejar paso a la noche. Apenas habían llegado a la isla y es por ello que, a pesar de lo tarde que era, Akane decidió que quería dar una vuelta antes de buscar un lugar donde pasar la noche. Mañana partirían seguramente, para regresar al invernal Reino de Sakura, recoger a Nala, así como sus pertenencias, y regresar al fin a casa. Sin embargo, no quería marcharse sin volver a visitar el Est, que tantos buenos recuerdos le traía. Ya había pasado por Nanami, lugar donde se unió, años atrás a los Red Demons, y donde se reencontró con Akagami (seguía negándose a llamarle Kurogami o Berthil); y ahora se encontraba en la isla en que se reencontró con su actual capitán, Dexter.
Sus pies descalzos dejaban marcas sobre la tibia arena por la que se encontraba paseando, al borde de la orilla. Se encontraban en la playa que había junto a Grey Terminal. Sumire iba a su lado, sin comentar nada mientras miraba su figura. Parecía contenta, y no es de extrañar puesto que "su" Aka-nee había vuelto a ser la de siempre. La última vez que estuvieron en ese lugar una sombra de culpabilidad y depresión cubría a la felina y la torturaba, causando dolor también a la albina. Pero ahora, todo ese arrepentimiento se había convertido en determinación para vivir y seguir adelante. Esto podría verse no solo en sus brillantes ojos violáceos o en que su ropa ya no ocultara sus cicatrices con tanto recelo, en su sonrisa; sino en el aura que parecía rodearla. Y no podía haber nada que hiciera a la pequeña dragona más feliz que el ver que Mura estaba bien. Tal vez bien no fuera la palabra, pero no importaba.
Pasaron varias horas más antes de que se decidieran por fin a buscar un lugar para quedarse a descansar. Y no tardaron demasiado en encontrarlo, por el simple hecho de que solo había una posada en todo el pueblo al que habían ido a parar.
-¿Seguro que está bien que entremos? ¿Y si hay marines? No es que seas muy fácil de ocultar.- El comentario sorpendió a la pelinaranja, que echó a reír.
-Si hay marines nos ocuparemos de ellos, aunque tampoco debo ser la única pelirroja del mundo. ¿No crees?- Sumire asintió animada, antes de que su estómago rugiera. Mura arqueó una ceja, mirándola divertida. "Normalmente la que hace eso soy yo". Pensó divertida. Y, como si su estómago leyera sus pensamientos, otro rugido se escapó de su estómago, causando que se sonrojase. Ambas rieron, deteniendo su risa al ver pasar a una joven al hostal. No había mucha gente circulando por la calle, es por ello que la chica les llamó la atención, recordandoles que deberían ir pasando también.
El lugar era modesto, pero no se veía pobre o maltratado en absoluto. Había poca gente, eso sí, aunque siendo un pueblo tan escaso en población era lo normal. En las mesas se juntaban varios grupillos de hombres y mujeres, aunque estas eran escasas. Mura soltó un leve bufido ante las ideas que podían tener esos hombres sobre las mujeres, en especial por un comentario soltado por unos cuantos que eran los que más alzaban la voz. "Mejor no montó un pollo ahora..." Se dijo así misma, tratando de hacer oídos sordos antes de empezar a buscar con la mirada a alguien que la atendiese. En la barra, vio a la mujer de antes, hablando con un joven de cabello oscuro, que debía trabajar de camarero. La chica tenía cierto conocimiento sobre los hostales. De pequeña, cuando abandonó a Keima, ofreció sus servicios como cantante en más de uno, por lo que podía comprender solo con verle, que no debía ser el regente.
-Ese camarero está ocupado... Y no veo a ningún otro... bueno, tal vez haya alguien con quien hablar en otro lado, vamos a buscar aprovechando que no se han fijado en nosotras.- Le dijo Mura a su acompañante, antes de terminar de pasar en el umbral. al hacerlo, la campanilla que tenían puesta para anunciar la llegada de clientes, volvió a sonar al ser golpeada por la puerta cerrándose. El sonido hizo que algún que otro comensal voltease a ver a las recién llegadas. Ambas vestían de forma bastante peculiar. Akane llevaba una camiseta de corte oriental, blanco y sin mangas, con un obi de color azul alrededor de su cintura y mallas del mismo tono que quedaban por encima de sus rodillas. En vez de sus botas típicas, llevaba zapatillas de deporte, aunque si por ella hubiese sido, iría descalza. Sumire, por su parte, llevaba un llamativo vestido azul marino, con adornos en negro y blanco. Era un poco difícil que no reparasen en ellas. Pero el alcohol y la comida parecían ser más importantes que dos jóvenes, por mucho que una pareciese una niña rica y la otra tuviera buen cuerpo. Mura simplemente los ignoró, siguiendo su búsqueda del regente.
Sus pies descalzos dejaban marcas sobre la tibia arena por la que se encontraba paseando, al borde de la orilla. Se encontraban en la playa que había junto a Grey Terminal. Sumire iba a su lado, sin comentar nada mientras miraba su figura. Parecía contenta, y no es de extrañar puesto que "su" Aka-nee había vuelto a ser la de siempre. La última vez que estuvieron en ese lugar una sombra de culpabilidad y depresión cubría a la felina y la torturaba, causando dolor también a la albina. Pero ahora, todo ese arrepentimiento se había convertido en determinación para vivir y seguir adelante. Esto podría verse no solo en sus brillantes ojos violáceos o en que su ropa ya no ocultara sus cicatrices con tanto recelo, en su sonrisa; sino en el aura que parecía rodearla. Y no podía haber nada que hiciera a la pequeña dragona más feliz que el ver que Mura estaba bien. Tal vez bien no fuera la palabra, pero no importaba.
Pasaron varias horas más antes de que se decidieran por fin a buscar un lugar para quedarse a descansar. Y no tardaron demasiado en encontrarlo, por el simple hecho de que solo había una posada en todo el pueblo al que habían ido a parar.
-¿Seguro que está bien que entremos? ¿Y si hay marines? No es que seas muy fácil de ocultar.- El comentario sorpendió a la pelinaranja, que echó a reír.
-Si hay marines nos ocuparemos de ellos, aunque tampoco debo ser la única pelirroja del mundo. ¿No crees?- Sumire asintió animada, antes de que su estómago rugiera. Mura arqueó una ceja, mirándola divertida. "Normalmente la que hace eso soy yo". Pensó divertida. Y, como si su estómago leyera sus pensamientos, otro rugido se escapó de su estómago, causando que se sonrojase. Ambas rieron, deteniendo su risa al ver pasar a una joven al hostal. No había mucha gente circulando por la calle, es por ello que la chica les llamó la atención, recordandoles que deberían ir pasando también.
El lugar era modesto, pero no se veía pobre o maltratado en absoluto. Había poca gente, eso sí, aunque siendo un pueblo tan escaso en población era lo normal. En las mesas se juntaban varios grupillos de hombres y mujeres, aunque estas eran escasas. Mura soltó un leve bufido ante las ideas que podían tener esos hombres sobre las mujeres, en especial por un comentario soltado por unos cuantos que eran los que más alzaban la voz. "Mejor no montó un pollo ahora..." Se dijo así misma, tratando de hacer oídos sordos antes de empezar a buscar con la mirada a alguien que la atendiese. En la barra, vio a la mujer de antes, hablando con un joven de cabello oscuro, que debía trabajar de camarero. La chica tenía cierto conocimiento sobre los hostales. De pequeña, cuando abandonó a Keima, ofreció sus servicios como cantante en más de uno, por lo que podía comprender solo con verle, que no debía ser el regente.
-Ese camarero está ocupado... Y no veo a ningún otro... bueno, tal vez haya alguien con quien hablar en otro lado, vamos a buscar aprovechando que no se han fijado en nosotras.- Le dijo Mura a su acompañante, antes de terminar de pasar en el umbral. al hacerlo, la campanilla que tenían puesta para anunciar la llegada de clientes, volvió a sonar al ser golpeada por la puerta cerrándose. El sonido hizo que algún que otro comensal voltease a ver a las recién llegadas. Ambas vestían de forma bastante peculiar. Akane llevaba una camiseta de corte oriental, blanco y sin mangas, con un obi de color azul alrededor de su cintura y mallas del mismo tono que quedaban por encima de sus rodillas. En vez de sus botas típicas, llevaba zapatillas de deporte, aunque si por ella hubiese sido, iría descalza. Sumire, por su parte, llevaba un llamativo vestido azul marino, con adornos en negro y blanco. Era un poco difícil que no reparasen en ellas. Pero el alcohol y la comida parecían ser más importantes que dos jóvenes, por mucho que una pareciese una niña rica y la otra tuviera buen cuerpo. Mura simplemente los ignoró, siguiendo su búsqueda del regente.
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El dulce sonido del móvil hizo que todo el bar se percatará de las recién llegadas. La primera, pelirroja, no mediría más de un metro setenta midiendo más o menos una altura parecida a la mía, algo menor probablemente. La chica parecía tener algún tipo de cicatriz en el rostro ligeramente alargado, aunque aquello no hacía fea o intimidante a la chica, tal vez incluso le diera un toque, fuera como fuera la mujer de las curvas era cuanto menos atractiva. Esta vestía de forma diferente a la habitual, la camisa blanca sin mangas, una especie de obi de color azul a la cintura a juego con unas mallas que quedaban a la altura de las rodillas.
La segunda, era una cría bastante menor que la primera, o al menos eso creía. La chica vestía un vestido largo de un extraño color azul, su aspecto de infante era cuanto menos llamativo por lo que los parroquianos no tardaron en quedar asombrados por las dos recién llegadas. Mirando la reacción general de la gente que fue más de indiferencia que otra cosa, no tardé en percatarme de que el gerente, el cual había estado jugando a las cartas como habitúa a hacer desde que trabajaba allí pareció ponerle ligeramente pálido al ver a las recién llegadas, aunque lo disimulo tremendamente dando un nuevo sorbo a su bebida y continuando la partida como si nada hubiera pasado.
-Será algún conocido -me pregunté extrañado ante la extraña actitud, a la vez que terminaba de despachar a mi anterior cliente, el cual no parecía haber camelado con mis piropos. Desplazándome a la zona de la barra donde había dos asiento libres, activé mi don para intentar medir la capacidad de las recién llegadas, las chicas tenían un presencia imponente ante mi don -¿Cómo?- me pregunté a mi mismo indignado ante aquella presencia.
-Les puedo atender en algo- finalicé tratando de llamar la atención de las dos mujeres, mientras limpiaba con un trapo blanco sendos vasos y guardandolos en el escurridor debajo de la barra.
Sacando dos copas y poniéndolas encima de la mesa se preguntó que desearían las chicas, aunque tal vez solo quisieran preguntar alguna dirección o simplemente pedir alojamiento. No tarde en lamentarme por aquella precipitación por lo que esperé a que alguna de las dos contestará algo y comenzar a servir lo que hubieran solicitado, todo ello mientras miraba de reojo al jefe, el cual parecía estar observando de forma tan prudente que casi me pasaba desapercibida, el don me denotaba que el viejo tenía miedo o tal vez desconfianza. Mi curiosidad no hacía nada más que aumentar.
La segunda, era una cría bastante menor que la primera, o al menos eso creía. La chica vestía un vestido largo de un extraño color azul, su aspecto de infante era cuanto menos llamativo por lo que los parroquianos no tardaron en quedar asombrados por las dos recién llegadas. Mirando la reacción general de la gente que fue más de indiferencia que otra cosa, no tardé en percatarme de que el gerente, el cual había estado jugando a las cartas como habitúa a hacer desde que trabajaba allí pareció ponerle ligeramente pálido al ver a las recién llegadas, aunque lo disimulo tremendamente dando un nuevo sorbo a su bebida y continuando la partida como si nada hubiera pasado.
-Será algún conocido -me pregunté extrañado ante la extraña actitud, a la vez que terminaba de despachar a mi anterior cliente, el cual no parecía haber camelado con mis piropos. Desplazándome a la zona de la barra donde había dos asiento libres, activé mi don para intentar medir la capacidad de las recién llegadas, las chicas tenían un presencia imponente ante mi don -¿Cómo?- me pregunté a mi mismo indignado ante aquella presencia.
-Les puedo atender en algo- finalicé tratando de llamar la atención de las dos mujeres, mientras limpiaba con un trapo blanco sendos vasos y guardandolos en el escurridor debajo de la barra.
Sacando dos copas y poniéndolas encima de la mesa se preguntó que desearían las chicas, aunque tal vez solo quisieran preguntar alguna dirección o simplemente pedir alojamiento. No tarde en lamentarme por aquella precipitación por lo que esperé a que alguna de las dos contestará algo y comenzar a servir lo que hubieran solicitado, todo ello mientras miraba de reojo al jefe, el cual parecía estar observando de forma tan prudente que casi me pasaba desapercibida, el don me denotaba que el viejo tenía miedo o tal vez desconfianza. Mi curiosidad no hacía nada más que aumentar.
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Una leve mueca se dibujó en la pelinaranja. No porque el chico que estaba tras la barra hubiera tenido que llamar su atención para atenderlas, sino por la reacción de algunas de las personas del lugar, en especial la de cierto sujeto que se encontraba a su espalda, a mano izquierda. Nada más notó su mirada sobre ella, Akane supo que la habían reconocido. De lo contrario, su "voz" no hubiera mostrado una señal de alarma. Era incómodo y molesto. Su cabeza tenía un precio...¿ciento veinte millones? Tal vez algo más tras lo que los Blue Rose hicieron en impel down hacía un par de años. Un suspiro se escapó de sus labios. Tendría que ignorar esas miradas con una sonrisa. Como fuese, mientras no llamaran a la marina no habría problemas.
-Aka-nee, te están preguntando...- La suave voz de Sumire la trajo de vuelta a la realidad. "Gracias, me había despistado". contestó a la dragona antes de volverse al joven tras la barra. Tenía el cabello oscuro y largo. Bastante más alto que ella. Mura llevó su mano al vientre, de forma casual, apretando levemente su obi al tiempo que metía tripa. Lo hacía para asegurarse de que su estómago no rugiese en ese momento, aunque hacer eso no tenía porque servir en lo absoluto.
-Verá, llevamos mucho tiempo viajando y acabamos de llegar al lugar. Nos gustaría comer algo, el menú de la casa estaría bien. Y algo de beber. Ella no toma alcohol, como comprenderá. Para mí cualquier cosas estará bien.- Contestó en tono formal, obviando completamente el echo de que el camarero ya hubiese sacado dos copas para prepararles algo. Atenta a las voces al rededor, tanto con los oídos como con su intuición, no le había dado especial importancia. Esto se debía en gran medida a que del joven solo notaba emanar cierta curiosidad hacía ellas. -También nos gustaría alquilar una habitación por esta noche, en caso de que tuvieran también servicio de hostelería.- Añadió con el tono refinado de una chica de clase acomodada y una educación que ningún transeúnte relacionaría con la forma de hablar de un pirata.
Tras pedir, Mura decidió que lo mejor sería quedarse sentada en la barra. Era más tranquilo que arrimarse a alguna otra mesa y a Sumire parecía gustarle la posición que había tomado. Mientras hablaba, se había subido a uno de los taburetes a su lado, quedando con las piernas en el aire. Apenas lograba rozar con las puntas de sus pies el suelo si se estiraba, pero eso no parecía molestarle en lo absoluto, mientras movía sus piernas en el aire, con los brazos cruzados sobre la maciza superficie de madera que tenía frente a ella. Su mirada se paseaba por la oscura y reluciente superficie, que reflejaba sus manos y parte de su rostro. Mura, por su parte, se encontraba distraída observando más allá de la barra a tiempo que sacaba de su mochila un par de guantes negros, sin dedos, y se los ponía, como si lo hiciera por matar el aburrimiento.
-Aka-nee, te están preguntando...- La suave voz de Sumire la trajo de vuelta a la realidad. "Gracias, me había despistado". contestó a la dragona antes de volverse al joven tras la barra. Tenía el cabello oscuro y largo. Bastante más alto que ella. Mura llevó su mano al vientre, de forma casual, apretando levemente su obi al tiempo que metía tripa. Lo hacía para asegurarse de que su estómago no rugiese en ese momento, aunque hacer eso no tenía porque servir en lo absoluto.
-Verá, llevamos mucho tiempo viajando y acabamos de llegar al lugar. Nos gustaría comer algo, el menú de la casa estaría bien. Y algo de beber. Ella no toma alcohol, como comprenderá. Para mí cualquier cosas estará bien.- Contestó en tono formal, obviando completamente el echo de que el camarero ya hubiese sacado dos copas para prepararles algo. Atenta a las voces al rededor, tanto con los oídos como con su intuición, no le había dado especial importancia. Esto se debía en gran medida a que del joven solo notaba emanar cierta curiosidad hacía ellas. -También nos gustaría alquilar una habitación por esta noche, en caso de que tuvieran también servicio de hostelería.- Añadió con el tono refinado de una chica de clase acomodada y una educación que ningún transeúnte relacionaría con la forma de hablar de un pirata.
Tras pedir, Mura decidió que lo mejor sería quedarse sentada en la barra. Era más tranquilo que arrimarse a alguna otra mesa y a Sumire parecía gustarle la posición que había tomado. Mientras hablaba, se había subido a uno de los taburetes a su lado, quedando con las piernas en el aire. Apenas lograba rozar con las puntas de sus pies el suelo si se estiraba, pero eso no parecía molestarle en lo absoluto, mientras movía sus piernas en el aire, con los brazos cruzados sobre la maciza superficie de madera que tenía frente a ella. Su mirada se paseaba por la oscura y reluciente superficie, que reflejaba sus manos y parte de su rostro. Mura, por su parte, se encontraba distraída observando más allá de la barra a tiempo que sacaba de su mochila un par de guantes negros, sin dedos, y se los ponía, como si lo hiciera por matar el aburrimiento.
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La niña pareció sacar a la pelirroja chica de sus pensamientos, llamándola Aka o algo parecido. La despistada mujer no tardó en llevarse la mano al vientre, un gesto que White había acostumbrado a ver en gente con hambre ya que dudaba que la chica estuviera embarazada, aunque tampoco podía descartarlo después de todo el lenguaje corporal no era infalible.
Fuera como fuese la mujer arrancó a realizar una serie de peticiones argumentando que eran simplemente viajeras experimentadas, también solicitaron alojamiento, aunque eso probablemente debería confirmarlo más tarde.
-Bueno le dejo aquí la carta, a estas horas ya no servimos menú del día- dije extendiendo el menú del local a la pelirroja - Respecto al alojamiento, ofrecemos servicio de hostelería, en cuanto pueda les confirmare si hay una habitación libre- proseguí el chico curándose en salud, ya que no estaba seguro de que el viejo les quisiera proporcionar habitación -Si tienen mucha hambre, en cocina están preparando un estofado de carne de cerdo con un salteado de verduras a la plancha que esta delicioso, entretanto si me dicen que les pongo de bebida- finalicé sacando libreta y boli para apuntar la comanda para cocina, en caso de que pidieran algo a parte de las bebidas.
El menú disponía de una buena variedad de comidas, buenas carnes de ternera debido a que Fuscia era un pueblo caracterizado por sus vacas; pescado, puesto que era un buen puerto pesquero y verdura, pues los huertos y campos de trigo y avena no quedaban a más de una milla de los molinos. Probablemente el menú fuera algo más caro de lo habitual pero la variedad y la calidad bien lo valían, más para unas viejeras tan veteranas para las cuales probablemente el precio no fuera un problema, ojalá dejarán una buena propina. Aunque lo que más deseaba era preguntar por los viajes de aquellas extrañas viajeras, aunque aquella cicatriz de la chica invitaba a pensar que más que viajeras eran algún tipo de proscrita, tal vez unas hijas adineradas que se hubieran fugado de casa, o peor, criminales.
Pero aquello poco importaba, ver mundo había sido lo que más había deseado en mi niñez y si bien no había podido embarcarme en semejante aventura, si había leído lo suficiente como para saber que un chico podía descubrir multitud de parajes fantástico a través de lo vivido por otros, sin tan siquiera moverse uno de su biblioteca. Tras apuntar lo que pidieran y servir las bebidas en las copas, se marcharía a atender al resto de cliente habituales sin perder de vista al trío de mujeres. Esperaría algún rato más hasta que el viejo le hiciera una seña para mirar el registro de habitaciones y serviría la comida a las dos recién llegadas en cuanto estuviera lista, aunque eso no sería hasta dentro de algunos minutos. Entre paseo y paseo detrás de la barra, preguntó de forma algo desinteresada a las chicas.
-Y bien, de donde sois- pregunté tratando de usar el don en alguna de las chicas, para ver si así sacaba algo en claro.
Fuera como fuese la mujer arrancó a realizar una serie de peticiones argumentando que eran simplemente viajeras experimentadas, también solicitaron alojamiento, aunque eso probablemente debería confirmarlo más tarde.
-Bueno le dejo aquí la carta, a estas horas ya no servimos menú del día- dije extendiendo el menú del local a la pelirroja - Respecto al alojamiento, ofrecemos servicio de hostelería, en cuanto pueda les confirmare si hay una habitación libre- proseguí el chico curándose en salud, ya que no estaba seguro de que el viejo les quisiera proporcionar habitación -Si tienen mucha hambre, en cocina están preparando un estofado de carne de cerdo con un salteado de verduras a la plancha que esta delicioso, entretanto si me dicen que les pongo de bebida- finalicé sacando libreta y boli para apuntar la comanda para cocina, en caso de que pidieran algo a parte de las bebidas.
El menú disponía de una buena variedad de comidas, buenas carnes de ternera debido a que Fuscia era un pueblo caracterizado por sus vacas; pescado, puesto que era un buen puerto pesquero y verdura, pues los huertos y campos de trigo y avena no quedaban a más de una milla de los molinos. Probablemente el menú fuera algo más caro de lo habitual pero la variedad y la calidad bien lo valían, más para unas viejeras tan veteranas para las cuales probablemente el precio no fuera un problema, ojalá dejarán una buena propina. Aunque lo que más deseaba era preguntar por los viajes de aquellas extrañas viajeras, aunque aquella cicatriz de la chica invitaba a pensar que más que viajeras eran algún tipo de proscrita, tal vez unas hijas adineradas que se hubieran fugado de casa, o peor, criminales.
Pero aquello poco importaba, ver mundo había sido lo que más había deseado en mi niñez y si bien no había podido embarcarme en semejante aventura, si había leído lo suficiente como para saber que un chico podía descubrir multitud de parajes fantástico a través de lo vivido por otros, sin tan siquiera moverse uno de su biblioteca. Tras apuntar lo que pidieran y servir las bebidas en las copas, se marcharía a atender al resto de cliente habituales sin perder de vista al trío de mujeres. Esperaría algún rato más hasta que el viejo le hiciera una seña para mirar el registro de habitaciones y serviría la comida a las dos recién llegadas en cuanto estuviera lista, aunque eso no sería hasta dentro de algunos minutos. Entre paseo y paseo detrás de la barra, preguntó de forma algo desinteresada a las chicas.
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-Se podría decir que no somos de ningún lado.- Comentó Akane al tiempo que tomaba la carta y la abría, ojeando el menú con tranquilidad mientras proseguía hablando con el camarero. No le molestaba conversar un poco, al contrario... Siempre y cuando la persona no se mostrase con malas intenciones. -Ambas llevamos viajando por el mundo desde que tenemos memoria. Nos conocimos en un viaje y bueno, aquí estamos. No hay grandes misterios sobre nuestra simple vida. Somo nómadas.- Finalizó, al tiempo que alzaba la vista y, con una sonrisa, cerraba el menú para entregárselo al chico. -Creo que ambas comeremos lo que ya se estaba preparando. Tiene un olor apetecible y tampoco tenemos muchas ganas de esperar. Los viajes dan hambre, usted sabe.. ¿Señor...?- Añadió, como si esperara que el azabache se presentase. -De beber a mi me apetece algo de alcohol, ¿tal vez ron? Y agua para mi acompañante.-
Acabada la pequeña charla, esperarían por la comida y la respuesta a sí quedaba alguna habitación para ellas. Por como pintaba el pueblo y el interior del bar, no debería haber problemas para encontrar una habitación libre. Los pocos grupos que seguían ahí parecían estar pasando el tiempo antes de volver a casa. Tal vez aquel hubiera sido su último día de jornada antes de un merecido descanso. Era una pena, sin embargo, que en un lugar como aquel faltase la música. La pelinaranja comprendía que era lo más habitual. La gente no apreciaba a los músicos y en un lugar tan pequeño, con sus cotilleos debería ser suficiente para pasar el rato. Pero ella había vivido y visitado muchos sitios, se había ganado la vida cantando desde pequeña. Sabía la diferencia entre un tipo de taberna y otra.
Quizás fuese por ello que, cuando el camarero se alejo a hacer lo que tuviese que hacer, no pudo evitar empezar a tararear y cantar en voz baja. Siguiendo el ritmo de la canción mientras daba pequeños golpes en la superficie de la barra con los dedos. Era una canción animada y sencilla. Tal vez en algunas islas fuese fácil reconocerla. Seguro que hasta los niños la canturreaban en algún lugar. Por un momento, se relajó al dejar salir así su voz, indiferente a las reacciones de los demás. Sumire la observaba con una sonrisa de oreja a oreja. "Esa sí es mi hermanita". Pensó la albina, recordando como había mejorado en los últimos meses su estado de animo.
Acabada la pequeña charla, esperarían por la comida y la respuesta a sí quedaba alguna habitación para ellas. Por como pintaba el pueblo y el interior del bar, no debería haber problemas para encontrar una habitación libre. Los pocos grupos que seguían ahí parecían estar pasando el tiempo antes de volver a casa. Tal vez aquel hubiera sido su último día de jornada antes de un merecido descanso. Era una pena, sin embargo, que en un lugar como aquel faltase la música. La pelinaranja comprendía que era lo más habitual. La gente no apreciaba a los músicos y en un lugar tan pequeño, con sus cotilleos debería ser suficiente para pasar el rato. Pero ella había vivido y visitado muchos sitios, se había ganado la vida cantando desde pequeña. Sabía la diferencia entre un tipo de taberna y otra.
Quizás fuese por ello que, cuando el camarero se alejo a hacer lo que tuviese que hacer, no pudo evitar empezar a tararear y cantar en voz baja. Siguiendo el ritmo de la canción mientras daba pequeños golpes en la superficie de la barra con los dedos. Era una canción animada y sencilla. Tal vez en algunas islas fuese fácil reconocerla. Seguro que hasta los niños la canturreaban en algún lugar. Por un momento, se relajó al dejar salir así su voz, indiferente a las reacciones de los demás. Sumire la observaba con una sonrisa de oreja a oreja. "Esa sí es mi hermanita". Pensó la albina, recordando como había mejorado en los últimos meses su estado de animo.
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Las respuestas de la chica resultaron algo insípidas, evadiendo cualquier detalle o explicación. Sin llegar a estar complacido por aquella sonrisa que trataba de dar carpetazo a la cuestión. Daba igual lo que mintiera o evadiera, siempre quedaba el lenguaje corporal para interpretar las respuestas de las personas, después de todo no había mucha diferencia entre humanos y cajas fuertes, solo había que saber escuchar para sacar los secretos que guardaban a fuera. La pelirroja no tardó mucho en decidir lo que tomarían ambas solicitando ron para ella y agua para su acompañante.
Algo sorprendido saqué la botella de agua para la acompañante y algo más tarde tras rebuscar en la polvorienta estantería saco una botella de ron, cogió un vaso de culo ancho y cambiándosela por la elegante copa vertí el anaranjado licor, hasta rellenarlo no más de tres pulgadas.
-Bueno- arrancó raspándose la garganta mientras continuaba ajetreado atendiendo a los últimos clientes, cobrándoles o poniéndoles la última pinta-No creo que sea tan mayor como para ser llamado señor- dijo divertido ya que nunca se habían referido a el de usted, mucho menos tras estar tras la barra -Llámeme White, aunque me resulta curioso que alguien que pregunté mi nombre con tanto respeto no se presente primero, señorita Aka…-finalizó esperando que la chica se presentará e introdujera a su acompañante.
Tras unos segundos de quehaceres la nómada comenzó a tararear animándose cada vez más y más hasta llegar al punto de comenzar a canturrear en voz baja, la canción me era completamente desconocida. Finalmente, el cocinero tocó el timbre del local y comenzó a bajar la persiana dejando los dos platos humeantes en la repisa de la ventana.
-Así que cantante ambulante, ¿aprendiste a cantar en tus viajes? - preguntó sin saber si realmente el termino ambulante resultaría despectivo a la mujer.
Realmente estaba interesado en saber más acerca el mundo exterior, estaba seguro de que la chica había visto mundo y mundos, realmente se preguntaba si sería capaz de sonsacar algo a la mujer. Aunque todo aquello dependía del si el jefe permitía alojarlas, seguía sin hacer señal alguna, tal vez era demasiado pronto como para que se hubiera decidido.
Algo sorprendido saqué la botella de agua para la acompañante y algo más tarde tras rebuscar en la polvorienta estantería saco una botella de ron, cogió un vaso de culo ancho y cambiándosela por la elegante copa vertí el anaranjado licor, hasta rellenarlo no más de tres pulgadas.
-Bueno- arrancó raspándose la garganta mientras continuaba ajetreado atendiendo a los últimos clientes, cobrándoles o poniéndoles la última pinta-No creo que sea tan mayor como para ser llamado señor- dijo divertido ya que nunca se habían referido a el de usted, mucho menos tras estar tras la barra -Llámeme White, aunque me resulta curioso que alguien que pregunté mi nombre con tanto respeto no se presente primero, señorita Aka…-finalizó esperando que la chica se presentará e introdujera a su acompañante.
Tras unos segundos de quehaceres la nómada comenzó a tararear animándose cada vez más y más hasta llegar al punto de comenzar a canturrear en voz baja, la canción me era completamente desconocida. Finalmente, el cocinero tocó el timbre del local y comenzó a bajar la persiana dejando los dos platos humeantes en la repisa de la ventana.
-Así que cantante ambulante, ¿aprendiste a cantar en tus viajes? - preguntó sin saber si realmente el termino ambulante resultaría despectivo a la mujer.
Realmente estaba interesado en saber más acerca el mundo exterior, estaba seguro de que la chica había visto mundo y mundos, realmente se preguntaba si sería capaz de sonsacar algo a la mujer. Aunque todo aquello dependía del si el jefe permitía alojarlas, seguía sin hacer señal alguna, tal vez era demasiado pronto como para que se hubiera decidido.
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Un leve rubor se mostró en las mejillas de Akane, debido al comentario del camarero. No porque le diera vergüenza que la escuchasen cantar, todo lo contrario. Simplemente no esperaba que estuviese escuchando. Sin embargo, el olor de la comida recién salida de la cocina, hizo que se recompusiera en un instante. -Se podría decir que sí... Y, me llamo Saki. Lo de Aka-nee es por mi cabello- Contestó, apartando su melena hacia un lado como sí así hiciera aún más lógico que la llamasen "Aka". -A mí hermanita le gusta mucho el color de mi pelo, por eso me lama así.- Explicó y la niña asintió al tiempo que se acercaba el plato para empezar a comer. Akane, por su parte, espero a terminar de conversar con el camarero, por educación. -Y como iba diciendo... Se podría decir que canto por gusto y no lo hago mal. Las canciones que sé me las fueron enseñando mientras viajaba y bueno, me han servido para ganarme el pan en más de una ocasión.- Añadió, encogiéndose de hombros. -Y... William. ¿Tú no cantas? No he podido evitar notar lo silencioso que es este bar.- Esto último lo dijo alzando un poco la voz, para ver si así el pesado silencio que les rodeaba se animaba algo, aunque fuese porque algún conocido del chico soltase una risotada.
Estuvieron conversando un poco más después de eso, Akane le preguntó si sabía ya algo sobre su habitación, si tenían alguna libre o no. No le importaba en absoluto dormir al raso, pero una cama cómoda estaba mal tampoco. También aprovechó para comer como si llevase sin hacerlo meses, aunque procurando que no se le notase demasiado. De hecho, si alguien la observaba comer, lo hacía como una persona normal. Lo único que delataba su inhumana capacidad para alimentarse era el gran número de platos que iba apilando a un lado mientras pedía el siguiente. Era irónico el pensar que Sumire fuese la "bestia" de las dos y no ella.
Cuando se hubo saciado, entre la comida y la bebida. decidieron quedarse un rato más, hasta que cerrasen el bar. También se aseguraría de pagar bien por la cena. Incluso le daría una propina a William. A pesar de su actitud preguntona no le había caído mal. Y era el único que se había dignado a atenderla y conversar con ella. Y la pelirroja siempre agradecía las charlas animadas.
Estuvieron conversando un poco más después de eso, Akane le preguntó si sabía ya algo sobre su habitación, si tenían alguna libre o no. No le importaba en absoluto dormir al raso, pero una cama cómoda estaba mal tampoco. También aprovechó para comer como si llevase sin hacerlo meses, aunque procurando que no se le notase demasiado. De hecho, si alguien la observaba comer, lo hacía como una persona normal. Lo único que delataba su inhumana capacidad para alimentarse era el gran número de platos que iba apilando a un lado mientras pedía el siguiente. Era irónico el pensar que Sumire fuese la "bestia" de las dos y no ella.
Cuando se hubo saciado, entre la comida y la bebida. decidieron quedarse un rato más, hasta que cerrasen el bar. También se aseguraría de pagar bien por la cena. Incluso le daría una propina a William. A pesar de su actitud preguntona no le había caído mal. Y era el único que se había dignado a atenderla y conversar con ella. Y la pelirroja siempre agradecía las charlas animadas.
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La chica pareció avergonzarse tras mi comentario, imaginé que se había puesto a cantar por instinto, sin darse cuenta, tal vez era eso lo que había provocado que las mejillas se sonrojasen. Aun así, la chica, ya menos ruborizada, se hizo llamar Saki, la verdad es que era un nombre que hubiera escuchado en su vida, pero tampoco era nadie como para juzgarlo. También se refirió a su compañera como hermanita, supuse que no sería de sangre y que simplemente habían formado “familia” con el tiempo.
-Era como yo con Shelby- pensé para mis adentros.
La chica me preguntó seguidamente “qué si cantaba”, la pregunta ciertamente me divirtió un poco:
-No, para nada- respondí amable -Pero a pesar de eso la música es algo bonito de ver y oír, no todo el mundo nace con talento para hacerla, pero si para apreciarla, ¿No crees? - proseguí tratando de volver al tema original.
Las gentes continuaron la última partida y finalmente ví el gesto del jefe, el cual afirmaba con muchas dudas, si se trataba de alguien problemático lo mejor sería no causarle problemas. Cuando la chica comenzó a comer y tras terminar solicitó un segundo plato, me quede algo cortado:
-Bueno, la cocina ha cerrado, voy a preguntar- le dije a la chica – Pero antes voy a mirar lo de la habitación – dijo acercándose al libro de registro – Tenemos la habitación número cinco, es algo cara pero el descanso merece la pena – le dije extendiéndole el libro de registros indicándole un lugar donde debía poner su nombre.
Tras dejar a la chica con el documento me dirigí a la ventanilla de cocina tocando un par de veces el timbre, esta se habría al rato saliendo el coinero Tom ya vestido con ropa de calle.
-Willy como tengo que decírtelo, cuando la persiana se cierra mi turno acaba-dijo el hombre con tono fatigado y cansado.
-No podrías hace una excepción- dije haciendo un sutil gesto indicándole las clientes.
-Ni excepción ni nada- entonó encolerizado – Ni aunque el mismísimo Dexter Black viniera en persona me negaría a preparar algo fuera de horario de trabajo, se hubiera visto- dijo marchándose por el otro lado de la cocina saliendo por la parte trasera del lugar farfullando cosas.
Con cierta incertidumbre me dirigí a la cantante:
-Si no te importa que no lo haga un experto, supongo que puedo intentar preparar algo – lamenté -Eso si no soy tan bueno como el cocinero- proseguí, después de todo había aprendido a hacer comida de supervivencia en Loguetown y el cocinero me había enseñado un par de recetas de cocina.
En caso de que la chica aceptará cogería el pedido y el libro de registros dejaría este último en su sitio y me colaría por la ventana que había dejado abierta Tom, una vez dentro sacaría el libro de recetas y empezaría la faena. En caso de que rechazará continuaría con el tema de las bebidas y respondiendo las preguntas de las extrañas y hambrientas turistas
-Era como yo con Shelby- pensé para mis adentros.
La chica me preguntó seguidamente “qué si cantaba”, la pregunta ciertamente me divirtió un poco:
-No, para nada- respondí amable -Pero a pesar de eso la música es algo bonito de ver y oír, no todo el mundo nace con talento para hacerla, pero si para apreciarla, ¿No crees? - proseguí tratando de volver al tema original.
Las gentes continuaron la última partida y finalmente ví el gesto del jefe, el cual afirmaba con muchas dudas, si se trataba de alguien problemático lo mejor sería no causarle problemas. Cuando la chica comenzó a comer y tras terminar solicitó un segundo plato, me quede algo cortado:
-Bueno, la cocina ha cerrado, voy a preguntar- le dije a la chica – Pero antes voy a mirar lo de la habitación – dijo acercándose al libro de registro – Tenemos la habitación número cinco, es algo cara pero el descanso merece la pena – le dije extendiéndole el libro de registros indicándole un lugar donde debía poner su nombre.
Tras dejar a la chica con el documento me dirigí a la ventanilla de cocina tocando un par de veces el timbre, esta se habría al rato saliendo el coinero Tom ya vestido con ropa de calle.
-Willy como tengo que decírtelo, cuando la persiana se cierra mi turno acaba-dijo el hombre con tono fatigado y cansado.
-No podrías hace una excepción- dije haciendo un sutil gesto indicándole las clientes.
-Ni excepción ni nada- entonó encolerizado – Ni aunque el mismísimo Dexter Black viniera en persona me negaría a preparar algo fuera de horario de trabajo, se hubiera visto- dijo marchándose por el otro lado de la cocina saliendo por la parte trasera del lugar farfullando cosas.
Con cierta incertidumbre me dirigí a la cantante:
-Si no te importa que no lo haga un experto, supongo que puedo intentar preparar algo – lamenté -Eso si no soy tan bueno como el cocinero- proseguí, después de todo había aprendido a hacer comida de supervivencia en Loguetown y el cocinero me había enseñado un par de recetas de cocina.
En caso de que la chica aceptará cogería el pedido y el libro de registros dejaría este último en su sitio y me colaría por la ventana que había dejado abierta Tom, una vez dentro sacaría el libro de recetas y empezaría la faena. En caso de que rechazará continuaría con el tema de las bebidas y respondiendo las preguntas de las extrañas y hambrientas turistas
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-Supongo que sí... Aunque no es algo tan difícil. Si la gente quisiera la apreciaría.- Comentó encogiéndose de hombros. Y terminó de Comer. Al parecer si que tendrían un lugar en el que quedarse esa noche. Mientras el joven de piel pálida y cabello negro como la noche iba a preguntar al cocinero si quedaba algo de le cena o si podría prepararle algo a Mura, esta tenía el papel con los registros frente a ella. Escribiendo "Saki" en el papel. Tuvo que pensárselo unos instantes, deteniéndose antes de ponerse a escribir para no poner "Murasaki" o "Akane" en su lugar. Una vez hizo esto, dejo el cuaderno sobre la barra y esperó a que el chico volviese, escuchando la voz de ambas personas al hablar.
No pudo evitar reírse ante el comentario sobre su capitán. Sería gracioso ver la cara que pondría si un hombre que obviamente era mucho más débil que él se negaba con tanta firmeza. Seguramente se sorprendería antes de hacer un puchero. Era como un niño pequeño a veces, pero era buena persona... Igual que todos en la tripulación. De no ser porque robaron ID y otras cosas poco se podría decir sobre si eran de verdad o no piratas. O eso pensaba la pelirroja que le dedico una sonrisa al camarero cuando volvió.
-Claro, dudo que puedas cocinar peor que yo... Así que confío en ti.- Contestó antes de devolverle el papel con su firma y el bolígrafo que había usado para firmar. -También me gustaría tomar otro trago, ¿me recomiendas algo?... Y, si no te importa darnos la llave del cuarto, mi hermanita debería irse a dormir ya.- Añadió mirando a Sumire, que justo estaba bostezando. Si hacía falta, pagaría antes de que le dieran la llave, después esperaría a que le trajeran su comida. Tal vez matase el tiempo yendo a hablar con alguno de los clientes que seguían en el lugar. Alguno le había molestado bastante, sobretodo los que estaban jugando a las cartas. Quería preguntar a que venían esas miradas, aunque ya lo sabía.
No pudo evitar reírse ante el comentario sobre su capitán. Sería gracioso ver la cara que pondría si un hombre que obviamente era mucho más débil que él se negaba con tanta firmeza. Seguramente se sorprendería antes de hacer un puchero. Era como un niño pequeño a veces, pero era buena persona... Igual que todos en la tripulación. De no ser porque robaron ID y otras cosas poco se podría decir sobre si eran de verdad o no piratas. O eso pensaba la pelirroja que le dedico una sonrisa al camarero cuando volvió.
-Claro, dudo que puedas cocinar peor que yo... Así que confío en ti.- Contestó antes de devolverle el papel con su firma y el bolígrafo que había usado para firmar. -También me gustaría tomar otro trago, ¿me recomiendas algo?... Y, si no te importa darnos la llave del cuarto, mi hermanita debería irse a dormir ya.- Añadió mirando a Sumire, que justo estaba bostezando. Si hacía falta, pagaría antes de que le dieran la llave, después esperaría a que le trajeran su comida. Tal vez matase el tiempo yendo a hablar con alguno de los clientes que seguían en el lugar. Alguno le había molestado bastante, sobretodo los que estaban jugando a las cartas. Quería preguntar a que venían esas miradas, aunque ya lo sabía.
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La pelirroja pareció encantada con la oferta y pidió que le recomendará algo para beber, también solicitó la llave de la habitación preguntando que, si tenía algo que abonar, ciertamente las políticas del local eran las de pagar la habitación más una capsula del veinticinco por ciento para pagar los posibles daños y perjuicios de la habitación, en total todo ascendía a 25.000 berries aunque en esta ocasión White dijo algo diferente, total los precios no estaban incluidos en ningún sitio.
-El total serían treinta mil, aunque cinco mil te serán devueltos mañana, si la habitación está en perfectas condiciones, claro- finalizó el chico mientras se dirigía a por el libro y el boli guardando cada uno en su sitio. Tras ello se dirigiría a por la llave de la habitación y se la entregaría a la chica si depositaba el dinero en la mesa.
Si veía que la chica tardaba algo se acercaría a los estantes de las botellas y cogiendo una botella de ginebra y otra de tónica se dispuso a hacer un gin tonic. Un tercio de la primera, dos tercios de la segunda, algo de azúcar y limón, para darle algo de acides al asunto.
-Listo, un gin- dijo el chico extendiendo la copa -Y ahora si me disculpas, tengo fogones que encender- finalizó marchándose al interior de la cocina.
De un salto bastante ágil, aunque nada espectacular, se introdujo en la cocina de un salto, a través de la ventana mencionada anteriormente. Lo primero que hizo fue sacar un cigarro de tabaco negro de liar, se dio el gustazo de fumar algo mientras cocinaba, no sabía si estaba bien o si rompía las normas de cocinero, pero que más daba, después de todo no era una persona caracterizada por seguirlas.
El rebelde cocinero se remangó y acto seguido y comenzó girando el mando de control del fogón encendiendo uno de los focos, instantáneamente un circulo de llamas azules, acercando el cigarro, lo prendió y dio la primera calada. No fue hasta ese instante que me quede prendado del encanto del fuego, lo sutil y armonioso que era. Dejando a un lado divagaciones varias cogí unas de las cazuelas sin usar, tras mojar la superficie de esta con una gota de aceite para evitar que se pegará la comida, me acerqué al fregadero llenando esta con tres cuatros de agua. Finalmente deposité la cazuela sobre el foco encendido y esperé a que comenzará a hervir.
Eché un chorrito de aceite en el agua y fue a la despensa a coger un par de patatas, tres zanahorias y un buen puñado de judías verde. Luego fui a por un poco de sal, una pizca de pimentón de la vera y unas hojas de laurel, las cuales vertí al pasar al lado de la humeante cazuela.
-Cierto se me olvidaba la tapa- pensé mientras tapaba la cacerola, y me desplazaba a otro extremo de la cocina a sacar un cuchillo. Depositando las verduras mencionadas anteriormente fui, pelándolas, cortándolas en dados y depositándolas en un escurridor . Tras cortarlas todas las llaves en el fregadero y una vez que me aseguré de que estaban bien lavadas las arrojé cual Zeus a Hefesto.
Ahora solo quedaba esperar, o al menos eso decía la receta y la escasa experiencia del chico, por lo que, sentándose en una silla de la cocina, abrió el periódico y se puso a leer.
-El total serían treinta mil, aunque cinco mil te serán devueltos mañana, si la habitación está en perfectas condiciones, claro- finalizó el chico mientras se dirigía a por el libro y el boli guardando cada uno en su sitio. Tras ello se dirigiría a por la llave de la habitación y se la entregaría a la chica si depositaba el dinero en la mesa.
Si veía que la chica tardaba algo se acercaría a los estantes de las botellas y cogiendo una botella de ginebra y otra de tónica se dispuso a hacer un gin tonic. Un tercio de la primera, dos tercios de la segunda, algo de azúcar y limón, para darle algo de acides al asunto.
-Listo, un gin- dijo el chico extendiendo la copa -Y ahora si me disculpas, tengo fogones que encender- finalizó marchándose al interior de la cocina.
De un salto bastante ágil, aunque nada espectacular, se introdujo en la cocina de un salto, a través de la ventana mencionada anteriormente. Lo primero que hizo fue sacar un cigarro de tabaco negro de liar, se dio el gustazo de fumar algo mientras cocinaba, no sabía si estaba bien o si rompía las normas de cocinero, pero que más daba, después de todo no era una persona caracterizada por seguirlas.
El rebelde cocinero se remangó y acto seguido y comenzó girando el mando de control del fogón encendiendo uno de los focos, instantáneamente un circulo de llamas azules, acercando el cigarro, lo prendió y dio la primera calada. No fue hasta ese instante que me quede prendado del encanto del fuego, lo sutil y armonioso que era. Dejando a un lado divagaciones varias cogí unas de las cazuelas sin usar, tras mojar la superficie de esta con una gota de aceite para evitar que se pegará la comida, me acerqué al fregadero llenando esta con tres cuatros de agua. Finalmente deposité la cazuela sobre el foco encendido y esperé a que comenzará a hervir.
Eché un chorrito de aceite en el agua y fue a la despensa a coger un par de patatas, tres zanahorias y un buen puñado de judías verde. Luego fui a por un poco de sal, una pizca de pimentón de la vera y unas hojas de laurel, las cuales vertí al pasar al lado de la humeante cazuela.
-Cierto se me olvidaba la tapa- pensé mientras tapaba la cacerola, y me desplazaba a otro extremo de la cocina a sacar un cuchillo. Depositando las verduras mencionadas anteriormente fui, pelándolas, cortándolas en dados y depositándolas en un escurridor . Tras cortarlas todas las llaves en el fregadero y una vez que me aseguré de que estaban bien lavadas las arrojé cual Zeus a Hefesto.
Ahora solo quedaba esperar, o al menos eso decía la receta y la escasa experiencia del chico, por lo que, sentándose en una silla de la cocina, abrió el periódico y se puso a leer.
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Mura puso una mueca ante el pago que le pedía el chico frente a ella. Puede que fuese más joven que él con sus veintitrés años, aunque su rostro mostraba más madurez de la que tenía. Pero Eso no quitaba que supiese de precios y siendo aquella la única posada del lugar dudaba que costase tanto el dormir una noche en ese lugar, por lo que decidió hablar con el gerente antes de que se fuese a la cocina. Si el chico se negaba a ello, simplemente se iría pagando lo que había comido ya y dormiría al raso. Hacía buen tiempo por lo que descansar placidamente entre las ramas de un árbol sería fácil. Estaba acostumbrada a dormir así y hacía casi dos años que no podía permitirse descansar al raso. Sakura no era famosa por su clima cálido precisamente.
-A la mañana siguiente-
La pelinaranja se echó la mochila a la espalda. El cielo se encontraba pintado de los colores del alba, con escasas nubes blanquecinas teñidas de tonos rosados. El clima era fresco, pero no hacía frío. Mura se estiró ante esa hermosa vista. Se encontraba relajada y lista para poner rumbo a casa. El viaje sería duro una vez regresasen al paraíso y aún más cuando tuvieran que llegar al nuevo mundo. ¿Por qué su casa tenía que estar tan lejos? Se quejó perezosamente en su mente. "No quiero pasarme tanto tiempo rodeada de agua". A los gatos no les gusta el mojarse. A ella no le gustaba la idea de no poder correr, trepar, ni la idea de hundirse como una piedra si algo salía mal.
-Cuanto antes nos pongamos en marcha mejor...- Sentenció al tiempo que se daba un suave toque con ambas palmas de las manos en las mejillas. Sumire se incorporó ante su comentario. De haberse quedado durmiendo en la posada, ahora saldrían de esta, despidiéndose de William y su poco afable jefe. Si no... simplemente Sumire se transformaría y alzarían el vuelo otra vez. Aún debían recuperar sus pertenencias.
-A la mañana siguiente-
La pelinaranja se echó la mochila a la espalda. El cielo se encontraba pintado de los colores del alba, con escasas nubes blanquecinas teñidas de tonos rosados. El clima era fresco, pero no hacía frío. Mura se estiró ante esa hermosa vista. Se encontraba relajada y lista para poner rumbo a casa. El viaje sería duro una vez regresasen al paraíso y aún más cuando tuvieran que llegar al nuevo mundo. ¿Por qué su casa tenía que estar tan lejos? Se quejó perezosamente en su mente. "No quiero pasarme tanto tiempo rodeada de agua". A los gatos no les gusta el mojarse. A ella no le gustaba la idea de no poder correr, trepar, ni la idea de hundirse como una piedra si algo salía mal.
-Cuanto antes nos pongamos en marcha mejor...- Sentenció al tiempo que se daba un suave toque con ambas palmas de las manos en las mejillas. Sumire se incorporó ante su comentario. De haberse quedado durmiendo en la posada, ahora saldrían de esta, despidiéndose de William y su poco afable jefe. Si no... simplemente Sumire se transformaría y alzarían el vuelo otra vez. Aún debían recuperar sus pertenencias.
William White
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No pasó desapercibida la mueca que realizó la chica, el resto de parroquianos se levantaron apresuradamente marchándose de la taberna.
-Bueno, yo descanso en el granero del jefe, no sé cuánto te cobrará por ello, pero estoy seguro de que es algo más económico- sugerí a la joven -Aunque no sé si será cómodo para ustedes- finalizó.
En efecto, no impedí que la chica fue a hablar con el gerente, después de todo no era sordo y por lo tanto acabó diciéndole que el precio era el mismo. Mientras iniciaba la actividad en los fogones y me sentaba a leer el primer artículo alcancé a oír, la resolución del gerente:
-Ese el precio, nuestro servicio es impecable y si te parece caro que tal si vas a Goa, a ver que te parecen los precios de por allí- farfullo colérico el tabernero.
Tras unos instantes me aventuré a asomar la cabeza por la ventanilla, ni la niña ni la chica estaban ¿Acaso iba a dejar que la soñolienta criatura durmiera a la intemperie? ¿Sería crueldad o simplemente estaban acostumbrado a ese tipo de vida? Saliendo de igual forma que había entrado me dirigí a la barra. La chica había depositado algo de dinero lo suficiente como para pagar la comida.
- ¿Y la chica? - pregunté al tabernero.
-Lejos…espero, cuanto más lejos este esa proscrita mejor- arrancó el propietario -Aun así, White, quien estipula los precios aquí soy yo, que no se te olvidé- finalizó a la reprimenda el hombre ya entrado en años- pero bueno, por lo menos tu osadía ha hecho que se marchará-dijo el hombre sentándose en la barra.
-Entonces la comida…- pregunté al anciano.
-La verdad es que tengo algo de hambre, supongo que tú también… ¿Qué tal si mantenemos una breve charla? Me tienes que explicar una serie de cosas- concluyó el hombre – Ah, sírveme una pinta- exigió dando un golpe seco sobre la madera de la barra.
Tras servir la pinta en una de las jarras, me introduje de nuevo en la cocina, finalizando el plato como buenamente pude y lo sirviéndolo en sendos platos, realmente no tenía mala pinta. Realizando una hábil pirueta para volver a la barra sin que los platos se derraman. Sirviéndolos en la barra, tras ello cogió un par de cubiertos tanto para el cómo su acompañante y se dispuso a tomar un buen plato de comida.
-Está bastante decente- asintió el hombre -Noche tranquila, ¡Eh! – bromeó el hombre con mejor humor, dándome una palmada en el hombro.
Y así finalizó aquella noche tranquila, con los dos hombres hablando de sus cosas y no fue hasta bien entrada la noche cuando se despidieron y White por fin pudo descansar en su amarillo y mullido granero.
-Bueno, yo descanso en el granero del jefe, no sé cuánto te cobrará por ello, pero estoy seguro de que es algo más económico- sugerí a la joven -Aunque no sé si será cómodo para ustedes- finalizó.
En efecto, no impedí que la chica fue a hablar con el gerente, después de todo no era sordo y por lo tanto acabó diciéndole que el precio era el mismo. Mientras iniciaba la actividad en los fogones y me sentaba a leer el primer artículo alcancé a oír, la resolución del gerente:
-Ese el precio, nuestro servicio es impecable y si te parece caro que tal si vas a Goa, a ver que te parecen los precios de por allí- farfullo colérico el tabernero.
Tras unos instantes me aventuré a asomar la cabeza por la ventanilla, ni la niña ni la chica estaban ¿Acaso iba a dejar que la soñolienta criatura durmiera a la intemperie? ¿Sería crueldad o simplemente estaban acostumbrado a ese tipo de vida? Saliendo de igual forma que había entrado me dirigí a la barra. La chica había depositado algo de dinero lo suficiente como para pagar la comida.
- ¿Y la chica? - pregunté al tabernero.
-Lejos…espero, cuanto más lejos este esa proscrita mejor- arrancó el propietario -Aun así, White, quien estipula los precios aquí soy yo, que no se te olvidé- finalizó a la reprimenda el hombre ya entrado en años- pero bueno, por lo menos tu osadía ha hecho que se marchará-dijo el hombre sentándose en la barra.
-Entonces la comida…- pregunté al anciano.
-La verdad es que tengo algo de hambre, supongo que tú también… ¿Qué tal si mantenemos una breve charla? Me tienes que explicar una serie de cosas- concluyó el hombre – Ah, sírveme una pinta- exigió dando un golpe seco sobre la madera de la barra.
Tras servir la pinta en una de las jarras, me introduje de nuevo en la cocina, finalizando el plato como buenamente pude y lo sirviéndolo en sendos platos, realmente no tenía mala pinta. Realizando una hábil pirueta para volver a la barra sin que los platos se derraman. Sirviéndolos en la barra, tras ello cogió un par de cubiertos tanto para el cómo su acompañante y se dispuso a tomar un buen plato de comida.
-Está bastante decente- asintió el hombre -Noche tranquila, ¡Eh! – bromeó el hombre con mejor humor, dándome una palmada en el hombro.
Y así finalizó aquella noche tranquila, con los dos hombres hablando de sus cosas y no fue hasta bien entrada la noche cuando se despidieron y White por fin pudo descansar en su amarillo y mullido granero.
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