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Caía el ocaso sobre la derruida ciudad de Loguetown, escenario de una sangrienta batalla que terminó hace varios años pero que aún los fantasmas de la guerra se hacían notar. Sin embargo, durante mi travesía en barco, llegaron a mis oídos que la ciudad estaba siendo reconstruida. Alguien o algo había incitado al Gobierno a actuar después de años de silencio, porque no era normal que el Gobierno empezara a reconstruir una ciudad en ruinas y donde la gente vivía en pésimas condiciones. Por desgracia, aquel día no tenía ningún asesinato que realizar en Loguetown.. Al menos de momento. No, la razón para ir a aquella isla era bien distinta pero que el dinero también tenía que ver en ello. Me habían pagado para proteger a cierto hombre de negocios que residía en la ciudad, iba a ejercer de guardaespaldas por un módico precio. Lo único era que no sabía el nombre ni quien era, solo sabía que era un hombre vestido de traje por una carta que me había llegado hacía dos días. No me gustaba trabajar sin saber quien era mi cliente, pero necesitaba el dinero.
Por fin había llegado al puerto, se notaba que lo habían reconstruido hacía poco y habían algunas personas de aquí para allá trabajando. Sin más demora, empecé a caminar hacia donde el emisor de la carta me había indicado que mi cliente estaría esperando. El hombre de traje me estaría esperando frente a una especie de ayuntamiento que habían levantado hacía poco, cuanto antes cumpliera con mi contrato antes cobraría. Para que nadie sospechara de mí, iba vestida con una camisa roja de botones y unos pantalones verdes aparte de ir con botas de montaña. Tenía mis dagas ocultas debajo de la camisa aparte de mi máscara blanca favorita. Casi se hacía de noche y eso no era bueno para alguien que necesita que le protejan. Apresuré mi marcha por las desoladas calles rumbo a mi destino mientras silbaba una melodiosa canción típica de las tierras del desierto. Esperaba que el trabajo fuera fácil y rápido, tenía otros contratos pendientes por realizar y mucha pasta por conseguir.
Por fin había llegado al puerto, se notaba que lo habían reconstruido hacía poco y habían algunas personas de aquí para allá trabajando. Sin más demora, empecé a caminar hacia donde el emisor de la carta me había indicado que mi cliente estaría esperando. El hombre de traje me estaría esperando frente a una especie de ayuntamiento que habían levantado hacía poco, cuanto antes cumpliera con mi contrato antes cobraría. Para que nadie sospechara de mí, iba vestida con una camisa roja de botones y unos pantalones verdes aparte de ir con botas de montaña. Tenía mis dagas ocultas debajo de la camisa aparte de mi máscara blanca favorita. Casi se hacía de noche y eso no era bueno para alguien que necesita que le protejan. Apresuré mi marcha por las desoladas calles rumbo a mi destino mientras silbaba una melodiosa canción típica de las tierras del desierto. Esperaba que el trabajo fuera fácil y rápido, tenía otros contratos pendientes por realizar y mucha pasta por conseguir.
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Durmiendo tan solo 48 minutos, Alphonse debía hacer algo para matar el tiempo hasta la cita. Retorciendo entre sus manos los cabos abandonados del transporte de las mercancías del pequeño puerto, su pequeño puerto, de New Loguetown, aprendía lentamente los nudos ilustrados en aquella esquela informativa. Hacía y deshacía los pasos allí expuestos una y otra vez hasta que memorizaba por cuál agujero debía meterse el conejito y qué árbol debía bordear para volver a su madriguera.
El reloj de la pared, un recuerdo minimalista comprado en una popular tienda de muebles prefabricados, le insinuó que debía acabar con su ociosa actividad si quería llegar a tiempo al ayuntamiento.
Todos los días, cada día, podía observar cómo las diferentes constructoras se peleaban por los mejores sitios del puerto para cargar y descargar los tan necesarios materiales para la continuada reconstrucción de la isla: cemento, vigas de acero, mármol para las cocinas, tuberías de cobre y palés de ladrillo. Y esta competencia por ver quién llegaba antes a sus respectivos y recién comprados almacenes era, sin duda alguna, una gran oportunidad para hacer negocios. Estaba claro dónde iba a encontrar la mano de obra necesaria para su pequeña empresa, en los borregos que le habían traicionado sin saberlo. Con eso, sólo necesitaba un pequeño detalle más: los permisos que expedía a mansalva, y por necesidad, el ayuntamiento de NewLoguetown. Y tras más de seis días de idas y venidas y tres últimas horas de pesada espera y papeleo, por fin, al fin, no encontraron más pegas para impedirle formar su empresa.
-Gracias por su colaboración- dijo el señor Capone recogiendo todos los documentos necesarios antes de hacer desaparecer los originales a su interior. Con las copias compulsadas en mano, y contemplando cómo el sol caía entre los edificios de su nuevo hogar, bajó a la planta baja a esperar a su nuevo y temporal empleado para ir a casa del señor Bean.
Aquel enjuto y cascarrabias anciano fue el único que había reconocido su apellido, y por lo tanto lo irrechazable de su oferta, de todos y cada uno de los empresarios a los que le había concedido aquella oportunidad de oro. Solo puso una condición para la reunión, y aunque en principio Alphonse se negó a ello, finalmente llegaron a un acuerdo: solo llevaría un guardaespaldas.
Alphonse había despilfarrado medio millón en encontrar lo más rápidamente a alguien que diera la talla para el papel. Y cuando le informaron de que había aceptado el contrato, había supuesto que la puntualidad estaba incluida en el precio. Pero no. Llegaba tarde. Al menos aún confiaba que la señal, una canción silbada durante su llegada, sería lo suficiente para identificarle.
Mientras el muchacho terminaba de colocarse por septuagésima vez la corbata morada a rallas que resaltaba lo espeluznante de sus ojos sobre aquel traje gris casi negro, se detuvo para disfrutar de la pureza del silbido en el silencio de la noche. Sonrió dispuesto a encontrar un hombre rudo e intimidante, pero la realidad le dio de bruces con una mujer que poco lo parecía. Se contentó sabiendo que no sentiría ni una pizca de jovial nerviosismo con la compañía de una persona tan poco apetecible.
-Buenas noches, señorita- dijo con una amabilidad que ocultaba un reproche. Al caer el sol debía estar allí, y llegaba demasiado ajustada a la petición-. ¿Tiene nombre?- preguntó, para añadir un “Precioso” si le regalaba cualquiera a sus oídos, por horrible que fuera. El tiempo apremiaba y daría el primer paso hacia el puerto, azuzando a su nuevo guardia a que le siguiera haciendo su trabajo.
El reloj de la pared, un recuerdo minimalista comprado en una popular tienda de muebles prefabricados, le insinuó que debía acabar con su ociosa actividad si quería llegar a tiempo al ayuntamiento.
Todos los días, cada día, podía observar cómo las diferentes constructoras se peleaban por los mejores sitios del puerto para cargar y descargar los tan necesarios materiales para la continuada reconstrucción de la isla: cemento, vigas de acero, mármol para las cocinas, tuberías de cobre y palés de ladrillo. Y esta competencia por ver quién llegaba antes a sus respectivos y recién comprados almacenes era, sin duda alguna, una gran oportunidad para hacer negocios. Estaba claro dónde iba a encontrar la mano de obra necesaria para su pequeña empresa, en los borregos que le habían traicionado sin saberlo. Con eso, sólo necesitaba un pequeño detalle más: los permisos que expedía a mansalva, y por necesidad, el ayuntamiento de NewLoguetown. Y tras más de seis días de idas y venidas y tres últimas horas de pesada espera y papeleo, por fin, al fin, no encontraron más pegas para impedirle formar su empresa.
-Gracias por su colaboración- dijo el señor Capone recogiendo todos los documentos necesarios antes de hacer desaparecer los originales a su interior. Con las copias compulsadas en mano, y contemplando cómo el sol caía entre los edificios de su nuevo hogar, bajó a la planta baja a esperar a su nuevo y temporal empleado para ir a casa del señor Bean.
Aquel enjuto y cascarrabias anciano fue el único que había reconocido su apellido, y por lo tanto lo irrechazable de su oferta, de todos y cada uno de los empresarios a los que le había concedido aquella oportunidad de oro. Solo puso una condición para la reunión, y aunque en principio Alphonse se negó a ello, finalmente llegaron a un acuerdo: solo llevaría un guardaespaldas.
Alphonse había despilfarrado medio millón en encontrar lo más rápidamente a alguien que diera la talla para el papel. Y cuando le informaron de que había aceptado el contrato, había supuesto que la puntualidad estaba incluida en el precio. Pero no. Llegaba tarde. Al menos aún confiaba que la señal, una canción silbada durante su llegada, sería lo suficiente para identificarle.
Mientras el muchacho terminaba de colocarse por septuagésima vez la corbata morada a rallas que resaltaba lo espeluznante de sus ojos sobre aquel traje gris casi negro, se detuvo para disfrutar de la pureza del silbido en el silencio de la noche. Sonrió dispuesto a encontrar un hombre rudo e intimidante, pero la realidad le dio de bruces con una mujer que poco lo parecía. Se contentó sabiendo que no sentiría ni una pizca de jovial nerviosismo con la compañía de una persona tan poco apetecible.
-Buenas noches, señorita- dijo con una amabilidad que ocultaba un reproche. Al caer el sol debía estar allí, y llegaba demasiado ajustada a la petición-. ¿Tiene nombre?- preguntó, para añadir un “Precioso” si le regalaba cualquiera a sus oídos, por horrible que fuera. El tiempo apremiaba y daría el primer paso hacia el puerto, azuzando a su nuevo guardia a que le siguiera haciendo su trabajo.
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Llegaba tarde al encuentro, cosa que era bastante rara en mí ya que siempre era puntual como un reloj. Quizás me atrasé debido a que el barco en el que iba hizo una parada en otra isla antes de desembarcar en Loguetown. Sí, quizás era por eso que llegaba un poco tarde. Me preguntaba como era mi cliente, esperaba que no fuera una persona que maltratara a los animales ni que traficara con personas. De resto no me importaba solo tenía que respetar esas dos reglas.
Seguía silbando más fuerte pero no por ello lo hacía mal. Era la señal para mi cliente de que me estaba acercando, eso ponía en la carta que envié de respuesta aceptando el contrato. Tenía que pedirle disculpas al hombre de negocios, no me gustaba hacerle perder el tiempo a la gente y tampoco me gustaba que me lo hicieran perder a mí. A medida que se iba oscureciendo, extraje la máscara y me la puse. No quería que la persona que tenía que proteger viera mi verdadero rostro, no entraba dentro de mi política. Aquella máscara blanca tenía cierta peculiaridad. Le cambiaba el color de los ojos a su portador, lo que resultaba algo bastante útil para una asesina como yo.
Doblando una esquina, me crucé con un hombre de aspecto elegante y de pelo negro vestido con un traje impecable. No me había topado mucho con esta clase de gente, normalmente eran más de clase media - baja. ¿Sería él la persona que me habían encomendado escoltar? Tenía pinta de serlo ya que encajaba en la descripción. El moreno me dió las buenas noches y me preguntó por mi nombre, era mi objetivo a proteger.
- Buenas noches, señor. Lamento haberle hecho esperar, hubo un imprevisto en la nave que me llevó aquí. Espero que pueda disculparme por haberle hecho perder el tiempo - dije inclinando la cabeza hacia abajo a modo de disculpa. - En cuanto a mi nombre... llamadme Z. Alguien como yo no puede ir dando su nombre, es demasiado peligroso para mi identidad - al acabar de hablar, seguí a aquel hombre el cual comenzó a andar. - ¿Cómo debo llamarle a usted? Supongo que me dará algún nombre falso o un alias, sería lo más sensato ya que puede haber alguien escuchando -
Seguía silbando más fuerte pero no por ello lo hacía mal. Era la señal para mi cliente de que me estaba acercando, eso ponía en la carta que envié de respuesta aceptando el contrato. Tenía que pedirle disculpas al hombre de negocios, no me gustaba hacerle perder el tiempo a la gente y tampoco me gustaba que me lo hicieran perder a mí. A medida que se iba oscureciendo, extraje la máscara y me la puse. No quería que la persona que tenía que proteger viera mi verdadero rostro, no entraba dentro de mi política. Aquella máscara blanca tenía cierta peculiaridad. Le cambiaba el color de los ojos a su portador, lo que resultaba algo bastante útil para una asesina como yo.
Doblando una esquina, me crucé con un hombre de aspecto elegante y de pelo negro vestido con un traje impecable. No me había topado mucho con esta clase de gente, normalmente eran más de clase media - baja. ¿Sería él la persona que me habían encomendado escoltar? Tenía pinta de serlo ya que encajaba en la descripción. El moreno me dió las buenas noches y me preguntó por mi nombre, era mi objetivo a proteger.
- Buenas noches, señor. Lamento haberle hecho esperar, hubo un imprevisto en la nave que me llevó aquí. Espero que pueda disculparme por haberle hecho perder el tiempo - dije inclinando la cabeza hacia abajo a modo de disculpa. - En cuanto a mi nombre... llamadme Z. Alguien como yo no puede ir dando su nombre, es demasiado peligroso para mi identidad - al acabar de hablar, seguí a aquel hombre el cual comenzó a andar. - ¿Cómo debo llamarle a usted? Supongo que me dará algún nombre falso o un alias, sería lo más sensato ya que puede haber alguien escuchando -
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El último de los Capone deseó pararse a reprochar a su guardia para así enseñarle a mantener la boca cerrada excepto para lo estrictamente necesario, pero no podía perder más tiempo. No es que llegara tarde, había llegado justo a su hora, y eso era algo que la cortés puntualidad del caballero no podía tolerar. Siempre hay que estar unos minutos antes de una cita de negocios para los preparativos, analizar la escena, evaluar al enemigo… al fin y al cabo era una guerra, no una fiestecita del té.
Maldijo su suerte cuando las palabras de aquella enmascarada le revelaron una información poco reconfortante. ¿Qué era para buscarse tantos problemas con la ley? ¿Ladrona, asesina o secuestradora? Quizá las tres, quizá dos, pero nunca se libraría del pecado que deseaba ocultarle al mundo. Tomó aire y respiró profundamente, evitando así suspirar hastiado.
-Jefe, Boss, Oyabin, lo dejo a su elección. ¿Le han dicho alguna vez que si pretende parecer dura debe ir con todo el conjunto a juego? Ya sabe, yendo así solo parece una muchacha que ha cogido la primera máscara para ir a pedir caramelos. Entiendo que valore su intimidad, todos lo hacemos, pero llama muchísimo más la atención si se queda entre las dos identidades que escoge. Me explico: ¿Va de muchacha normal por la calle? Nadie reparará en usted. ¿Se viste como un ninja? Bueno, si su habilidad se lo permite nadie reparará en usted, además de que el propio atuendo oculta su aspecto. ¿Va mitad de calle con sólo una máscara para ocultar su rostro? No me parece… eficiente. Perdóneme si suena condescendiente el que le diga cómo debe hacer su trabajo, pero es que me juego mucho, muchísimo, y todo dependerá si consideran que usted es una persona capaz o no. Lo que menos me gustaría es que intentasen matarnos, cuesta mucho quitar la sangre de la ropa.
Deteniéndose, Alphonse se giró hacia su guardaespaldas para darle más consejos que, probablemente su receptor ni quisiese ni aceptase.
-Y le aconsejo que no hable de más para que otros no puedan saber que realiza actividades probablemente más ilegales de la cuenta. Escoja qué tipo de personaje ha de interpretar en este, el lado más oscuro de su vida, y cíñase a él. Diferénciese, aparte esa oscura persona de su vida antes de que se convierta en la voz cantante y arrastre todo deseo, anhelo e ilusión al vacuo sinsentido de la muerte- terminó de decir, hueco. Dio una palmada, recuperando una jovial sonrisa y las ganas de seguir con su plan-. ¿Qué le parece si tomamos una taza de café después para hablar de las motivaciones del ser humano en un mundo demasiado real para sus sueños?- Recuperó la marcha, continuando camino al puerto deseando que fuese cual fuese el final de aquella reunión de negocios, aquella andrógina dama le complaciese con su simple compañía.
¿Estaba siendo un poco bipolar? Claro, con tantas cosas en la cabeza no podía decantarse por una actitud, como ella.
Maldijo su suerte cuando las palabras de aquella enmascarada le revelaron una información poco reconfortante. ¿Qué era para buscarse tantos problemas con la ley? ¿Ladrona, asesina o secuestradora? Quizá las tres, quizá dos, pero nunca se libraría del pecado que deseaba ocultarle al mundo. Tomó aire y respiró profundamente, evitando así suspirar hastiado.
-Jefe, Boss, Oyabin, lo dejo a su elección. ¿Le han dicho alguna vez que si pretende parecer dura debe ir con todo el conjunto a juego? Ya sabe, yendo así solo parece una muchacha que ha cogido la primera máscara para ir a pedir caramelos. Entiendo que valore su intimidad, todos lo hacemos, pero llama muchísimo más la atención si se queda entre las dos identidades que escoge. Me explico: ¿Va de muchacha normal por la calle? Nadie reparará en usted. ¿Se viste como un ninja? Bueno, si su habilidad se lo permite nadie reparará en usted, además de que el propio atuendo oculta su aspecto. ¿Va mitad de calle con sólo una máscara para ocultar su rostro? No me parece… eficiente. Perdóneme si suena condescendiente el que le diga cómo debe hacer su trabajo, pero es que me juego mucho, muchísimo, y todo dependerá si consideran que usted es una persona capaz o no. Lo que menos me gustaría es que intentasen matarnos, cuesta mucho quitar la sangre de la ropa.
Deteniéndose, Alphonse se giró hacia su guardaespaldas para darle más consejos que, probablemente su receptor ni quisiese ni aceptase.
-Y le aconsejo que no hable de más para que otros no puedan saber que realiza actividades probablemente más ilegales de la cuenta. Escoja qué tipo de personaje ha de interpretar en este, el lado más oscuro de su vida, y cíñase a él. Diferénciese, aparte esa oscura persona de su vida antes de que se convierta en la voz cantante y arrastre todo deseo, anhelo e ilusión al vacuo sinsentido de la muerte- terminó de decir, hueco. Dio una palmada, recuperando una jovial sonrisa y las ganas de seguir con su plan-. ¿Qué le parece si tomamos una taza de café después para hablar de las motivaciones del ser humano en un mundo demasiado real para sus sueños?- Recuperó la marcha, continuando camino al puerto deseando que fuese cual fuese el final de aquella reunión de negocios, aquella andrógina dama le complaciese con su simple compañía.
¿Estaba siendo un poco bipolar? Claro, con tantas cosas en la cabeza no podía decantarse por una actitud, como ella.
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Me quedé atónita ante las palabras del pelinegro, pero en verdad tenía razón. El decir de más era algo que aún no controlaba y eso podía fastidiar mis futuras coartadas en un futuro, haciendo peligrar mis contratos y a mis clientes. Sin embargo, lo de parecer dura no me parecía del todo correcto. No me hacía la dura simplemente era parte de mi personalidad, parte de mí. Yo era una asesina que recién había salido al mundo exterior y esperaba que las cosas fueran fáciles para mí pero aún tenía mucho por aprender. Me impresionaba que un ciudadano fuera capaz de ver esos errores y decirmelos a la cara. No estaba enfadada, ni mucho menos. Es más, agradecía al hombre llamado Boss que me diese esos consejos ya que así podía mejorar en mi profesión y no cometer errores de novata.
- Gracias por sus consejos, Jefe. Intentaré aprender de mis errores y mejorar en mi trabajo. Agradezco que sea honesto conmigo y me haga ver donde fallo - me quité la máscara, dejando al descubierto mi rostro y volviendo a ocultar aquel objeto debajo de mi camisa roja. Nunca había sido buena controlando mis emociones pero , en ese momento , sonreí ante la sinceridad de aquel hombre. No era porque me estuviera riendo de sus palabras era porque sabía que tenía razón. Fue entonces cuando decidí dejar a un lado mi "yo" e interpretar a otra personalidad. Era lo mejor que podía hacer, o al menos intentarlo.
- Una taza de té me vendría fenomenal, no he tomado nada cálido en días - sonreí levemente. Pasara lo que pasara, me había decidido a proteger a aquel hombre ante cualquier precio. Quizás era porque de alguna forma me recordaba a mi maestro o , a lo mejor, simplemente me caía bien por su franqueza. Solo quedaba esperar a que algún necio u necia se atreviera a atacar para que me obligase a sacar a mis dagas. Pero hasta entonces, fingiría ser otra persona para jugar al despiste.
- Gracias por sus consejos, Jefe. Intentaré aprender de mis errores y mejorar en mi trabajo. Agradezco que sea honesto conmigo y me haga ver donde fallo - me quité la máscara, dejando al descubierto mi rostro y volviendo a ocultar aquel objeto debajo de mi camisa roja. Nunca había sido buena controlando mis emociones pero , en ese momento , sonreí ante la sinceridad de aquel hombre. No era porque me estuviera riendo de sus palabras era porque sabía que tenía razón. Fue entonces cuando decidí dejar a un lado mi "yo" e interpretar a otra personalidad. Era lo mejor que podía hacer, o al menos intentarlo.
- Una taza de té me vendría fenomenal, no he tomado nada cálido en días - sonreí levemente. Pasara lo que pasara, me había decidido a proteger a aquel hombre ante cualquier precio. Quizás era porque de alguna forma me recordaba a mi maestro o , a lo mejor, simplemente me caía bien por su franqueza. Solo quedaba esperar a que algún necio u necia se atreviera a atacar para que me obligase a sacar a mis dagas. Pero hasta entonces, fingiría ser otra persona para jugar al despiste.
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Temía en secreto, en el momento en que alargó sus manos hacia su rostro, que este fuera hermoso y le hiciese sentir vulnerable. Tuvo suerte de que no fuese así. Aunque no era horrible, tenía una nariz cuanto menos peculiar que le hacía parecer más un hombre que su carencia de curvas. No era quién para juzgar a alguien por su aspecto, como no lo era nadie, pero todos lo hacían de una manera intuitiva, casi primal.
El muchacho sabía que debía decirle algo ya que le había regalado su identidad y confianza con ese gesto. Y de paso, por qué no, aprovecharía para ver si podía mejorar su labia con las mujeres. ¿Qué mejor manera para empezar a hacerlo que con una que no le pareciese atractiva? Así no estaría nervioso.
-No debería ocultar su rostro al mundo- pronunció con un tono más grave y seductor, pero no pudo evitar pensar la gracia de añadir que daba más miedo sin máscara.
Recuperando su cordial actitud y sonrisa tras el pequeño inciso de galán, dio una pequeña y alegre palmada acompañada por un “Maravilloso”. Al menos hoy tendría alguien con quien pasar la noche. Pensó que sería divertido para variar su rutina de soledad y trabajo.
Continuó, o mejor dicho continuaron, hacia el puerto hasta llegar a la enorme cancela metálica del almacén del señor Bean. Sobre sus puertas, las letras de su nombre habían sido pintarrajeadas con prisa en pintura roja, lo que le hizo pensarse dos veces si debía realizar negocios con alguien tan poco cuidadoso. No le quedaba otra opción.
Llamó con un suave repiqueteo, esperando a que el gorila tras la puerta le abriese con diligencia y respeto. Tardaban mucho, demasiado, y eso solo podía significar malas noticias. Probablemente el señor Bean estuviese apostando a sus guardias de la manera más eficiente posible para tener todos y cada uno de los ángulos controlados. ¿Temía el poder del joven? No, temía solo su nombre, y eso era más que suficiente.
Un cansado joven, probablemente uno de los empleados que se encargaban de cargar las mercancías desde el barco hasta allí, le abrió separándose rápidamente de la puerta, demasiado rápido.
-Las señoritas primero- dijo con educación, solicitando a su espada a sueldo que pasara antes de él-. Y recuerde: son solo negocios- susurró algo más serio.
El muchacho sabía que debía decirle algo ya que le había regalado su identidad y confianza con ese gesto. Y de paso, por qué no, aprovecharía para ver si podía mejorar su labia con las mujeres. ¿Qué mejor manera para empezar a hacerlo que con una que no le pareciese atractiva? Así no estaría nervioso.
-No debería ocultar su rostro al mundo- pronunció con un tono más grave y seductor, pero no pudo evitar pensar la gracia de añadir que daba más miedo sin máscara.
Recuperando su cordial actitud y sonrisa tras el pequeño inciso de galán, dio una pequeña y alegre palmada acompañada por un “Maravilloso”. Al menos hoy tendría alguien con quien pasar la noche. Pensó que sería divertido para variar su rutina de soledad y trabajo.
Continuó, o mejor dicho continuaron, hacia el puerto hasta llegar a la enorme cancela metálica del almacén del señor Bean. Sobre sus puertas, las letras de su nombre habían sido pintarrajeadas con prisa en pintura roja, lo que le hizo pensarse dos veces si debía realizar negocios con alguien tan poco cuidadoso. No le quedaba otra opción.
Llamó con un suave repiqueteo, esperando a que el gorila tras la puerta le abriese con diligencia y respeto. Tardaban mucho, demasiado, y eso solo podía significar malas noticias. Probablemente el señor Bean estuviese apostando a sus guardias de la manera más eficiente posible para tener todos y cada uno de los ángulos controlados. ¿Temía el poder del joven? No, temía solo su nombre, y eso era más que suficiente.
Un cansado joven, probablemente uno de los empleados que se encargaban de cargar las mercancías desde el barco hasta allí, le abrió separándose rápidamente de la puerta, demasiado rápido.
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Había dejado que aquel hombre viese mi verdadero rostro, ¿había cometido un error al dejar al descubierto mi cara? Era probable, ahora el hombre llamado Boss podría describirme a las autoridades o a alguien que quisiese mi cabeza en una pica. También era cierto que no me gustaba que la gente viese mi nariz, era una parte de mí que siempre me dio vergüenza ya que no era normal. Cuando era pequeña, los otros aprendices de la hermandad se metían conmigo y me llamaban pico de buitre. Los niños son crueles... y el destino también.
La mayoría de aquellos desgraciados acabaron muertos de alguna forma u otra. Unos murieron de alguna enfermedad, otros murieron de alguna infección y unos pocos murieron en lo que la hermandad llama "el rito de aceptación". El rito consistía en intentar matar a alguien mediante un contrato fácil pero no todos lo lograban, no todos habían nacido para ser asesinos.
De los labios de Boss salieron unas palabras que parecían ser un halago, casi nunca había recibido halagos de nadie solo de alguna que otra persona por mis ojos. Después de aquel breve momento de descanso, ambos partimos a través del puerto de la derruida ciudad hasta que el moreno se detuvo enfrente de las puertas de un viejo almacén. No me gustaba nada. " - Tiene pinta de ser una trampa - " pensé mientras Boss tocaba la puerta de aquel edificio y esperábamos a que nos abrieran.
Al rato, un joven con aspecto de no haber dormido durante días y de cabello rojo rizado nos dejó pasar al interior. Con un gesto de caballerosidad, el moreno me indicó que pasara primero por ser una dama. Me quedé perpleja por un breve instante ya que no había recibido esa clase de trato antes. También me susurró que era una reunión de negocios. Vale, no quería derramar sangre si no era necesario. Nada más entrar, la inmensa cantidad de polvo que había suspendido en el aire dañó mis ojos. Maldita sea, ¿no sabían mantener limpio un almacén? El lugar estaba repleto de cajas de madera de diverso tamaño, maquinaria que había visto días mejores y varios sacos de cemento entre otros objetos para la construcción.
Más adelante, un grupo de hombres aguardaba nuestra llegada. Uno de ellos era un poco más alto que los demás y parecía estar en buena forma física. Podría ser el dueño del almacén. Observé que arriba había una pasarela donde estaban apostados unos cuantos lacayos, mirándonos atentamente como un buitre a la carroña. Tenía un mal presentimiento, me dió la sensación de que estábamos yendo al matadero.
- Si algo sale mal, corra. Yo intentaré ganar tiempo para usted - susurré consciente de que la cosa podría salir mal.
La mayoría de aquellos desgraciados acabaron muertos de alguna forma u otra. Unos murieron de alguna enfermedad, otros murieron de alguna infección y unos pocos murieron en lo que la hermandad llama "el rito de aceptación". El rito consistía en intentar matar a alguien mediante un contrato fácil pero no todos lo lograban, no todos habían nacido para ser asesinos.
De los labios de Boss salieron unas palabras que parecían ser un halago, casi nunca había recibido halagos de nadie solo de alguna que otra persona por mis ojos. Después de aquel breve momento de descanso, ambos partimos a través del puerto de la derruida ciudad hasta que el moreno se detuvo enfrente de las puertas de un viejo almacén. No me gustaba nada. " - Tiene pinta de ser una trampa - " pensé mientras Boss tocaba la puerta de aquel edificio y esperábamos a que nos abrieran.
Al rato, un joven con aspecto de no haber dormido durante días y de cabello rojo rizado nos dejó pasar al interior. Con un gesto de caballerosidad, el moreno me indicó que pasara primero por ser una dama. Me quedé perpleja por un breve instante ya que no había recibido esa clase de trato antes. También me susurró que era una reunión de negocios. Vale, no quería derramar sangre si no era necesario. Nada más entrar, la inmensa cantidad de polvo que había suspendido en el aire dañó mis ojos. Maldita sea, ¿no sabían mantener limpio un almacén? El lugar estaba repleto de cajas de madera de diverso tamaño, maquinaria que había visto días mejores y varios sacos de cemento entre otros objetos para la construcción.
Más adelante, un grupo de hombres aguardaba nuestra llegada. Uno de ellos era un poco más alto que los demás y parecía estar en buena forma física. Podría ser el dueño del almacén. Observé que arriba había una pasarela donde estaban apostados unos cuantos lacayos, mirándonos atentamente como un buitre a la carroña. Tenía un mal presentimiento, me dió la sensación de que estábamos yendo al matadero.
- Si algo sale mal, corra. Yo intentaré ganar tiempo para usted - susurré consciente de que la cosa podría salir mal.
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Alphonse no prestó especial atención a los guardias apostados que le miraban con deseos de que les dieran una excusa, no, simplemente anduvo por los angostos pasillos entre las mercancías dedicando una melancólica mirada al ladrillo y al cemento que pronto formarían los hogares de sus nuevos conciudadanos. Con un pequeño movimiento, deslizó su dedo sobre una de las polvorientas cajas que no se habían vendido, que llevaban un par de semanas sin venderse a tiempo. Frotó sus yemas entre sí, consciente del tremendo problema de su anfitrión, disfrutando de su desgracia y su falta de modales. Agitó los dedos, sacudiéndose el polvo de nuevo a la infame atmósfera del almacén.
El responsable del almacén era un bruto, un titán de dos metros y ciento cuarenta kilos que había forjado sus músculos con sangre y sudor. Muchos hubieran sospechado de que alguien de esa talla no había cultivado su cerebro, pero en sus pequeños ojos grises había un destello de inteligencia, un malvado deseo de enriquecerse sin importarle el cómo. Sonrió, bastante satisfecho de poder mirar al “peligroso mafioso” por encima del hombro; aquel tirillas no le parecía tan poderoso como había juzgado desde la distancia. Habiéndolo recorrido completamente con los ojos, siguió con su acompañante arrugando la nariz y aspirando una flema. Escupió al suelo, y uno de los fragmentos quedó peligrosamente cerca del pulido zapato del señor Capone. Lentamente, Alphonse miró al suelo, comprobando la pulcra superficie de su calzado, sonrió.
-Buenas noches- le deseó amablemente el caballero mirándole a los ojos-, ¿ha llegado ya el señor Bean?
-No- gruñó la bestia-. Vendrá más tarde, pero antes tenemos unos asuntillos que arreglar.
-¿Oh, los tenemos? En ese caso- Le extendió la mano-, mi nombre es Alphonse Capone.
Aquel matón se sintió tentado de golpear su mano con asco, pero se le ocurrió una idea mucho mejor. Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro a la vez que sus ojos destellaban con un innato sadismo.
-Soy el señor Robinson.-Entrelazó su mano con la de él y comenzó a apretarla mucho más de lo necesario. Infinitamente más. Y cuando los huesos no cedieron ante la presión, una punzada de terror cruzó su alma al ver que estaba a punto de cosechar lo que había sembrado.
-Es todo un placer conocerle- replicó sonriente mientras veía como el gigante apretaba sus dientes para no admitir su debilidad ante sus hombres. Finalmente decidió que no valía la pena y soltó su mano suavemente, como si nada hubiese pasado. Había aprendido que a veces uno tenía que dejar pasar ciertas ofensas, sobre todo cuando había un negocio de por medio-. Esta es la señorita Z, mi guardaespaldas de esta noche- añadió con un pequeño gesto, introduciendo a su empleada-. ¿Podría llevarnos a la mesa donde se discutirán las condiciones de nuestro acuerdo?
Con un gruñido, el grandullón les llevó por los laberintos de la nave hasta llegar al lugar donde podrían sentarse: una mesa de ladrillos con dos cajas como asiento. Alphonse reprimió un suspiro de inconformismo y tomó asiento tranquilamente. Con una pequeña mirada por encima del hombro y un leve asenso, intentó comunicarle a la rubia que comprobara el perímetro para que todo fuese como la seda. No tenía gana ninguna de meterse en problemas aquella noche, aunque estuviese dispuesto a enfrentarse a los necesarios.
El responsable del almacén era un bruto, un titán de dos metros y ciento cuarenta kilos que había forjado sus músculos con sangre y sudor. Muchos hubieran sospechado de que alguien de esa talla no había cultivado su cerebro, pero en sus pequeños ojos grises había un destello de inteligencia, un malvado deseo de enriquecerse sin importarle el cómo. Sonrió, bastante satisfecho de poder mirar al “peligroso mafioso” por encima del hombro; aquel tirillas no le parecía tan poderoso como había juzgado desde la distancia. Habiéndolo recorrido completamente con los ojos, siguió con su acompañante arrugando la nariz y aspirando una flema. Escupió al suelo, y uno de los fragmentos quedó peligrosamente cerca del pulido zapato del señor Capone. Lentamente, Alphonse miró al suelo, comprobando la pulcra superficie de su calzado, sonrió.
-Buenas noches- le deseó amablemente el caballero mirándole a los ojos-, ¿ha llegado ya el señor Bean?
-No- gruñó la bestia-. Vendrá más tarde, pero antes tenemos unos asuntillos que arreglar.
-¿Oh, los tenemos? En ese caso- Le extendió la mano-, mi nombre es Alphonse Capone.
Aquel matón se sintió tentado de golpear su mano con asco, pero se le ocurrió una idea mucho mejor. Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro a la vez que sus ojos destellaban con un innato sadismo.
-Soy el señor Robinson.-Entrelazó su mano con la de él y comenzó a apretarla mucho más de lo necesario. Infinitamente más. Y cuando los huesos no cedieron ante la presión, una punzada de terror cruzó su alma al ver que estaba a punto de cosechar lo que había sembrado.
-Es todo un placer conocerle- replicó sonriente mientras veía como el gigante apretaba sus dientes para no admitir su debilidad ante sus hombres. Finalmente decidió que no valía la pena y soltó su mano suavemente, como si nada hubiese pasado. Había aprendido que a veces uno tenía que dejar pasar ciertas ofensas, sobre todo cuando había un negocio de por medio-. Esta es la señorita Z, mi guardaespaldas de esta noche- añadió con un pequeño gesto, introduciendo a su empleada-. ¿Podría llevarnos a la mesa donde se discutirán las condiciones de nuestro acuerdo?
Con un gruñido, el grandullón les llevó por los laberintos de la nave hasta llegar al lugar donde podrían sentarse: una mesa de ladrillos con dos cajas como asiento. Alphonse reprimió un suspiro de inconformismo y tomó asiento tranquilamente. Con una pequeña mirada por encima del hombro y un leve asenso, intentó comunicarle a la rubia que comprobara el perímetro para que todo fuese como la seda. No tenía gana ninguna de meterse en problemas aquella noche, aunque estuviese dispuesto a enfrentarse a los necesarios.
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Finalmente nos paramos ante los hombres con los que mi jefe se iba a reunir, no parecían estar contentos con nuestra presencia. A decir verdad, yo tampoco estaba encantada con permanecer cerca de aquellos brutos que apestaban a sudor y a alcohol. Normalmente ya habría intentado despacharlos pero el jefe no quería que hubiera violencia, lo cual respetaba. Tenía aún las dagas ocultas por si la reunión se transformaba en un baño de sangre. El hombre que parecía liderar a los otros realizo un acto asqueroso y deplorable, escupió al señor Boss a sus pies. Yo no hice nada porque el moreno no me lo ordenó, pero de haber estado en su lugar ya ese hombre habría muerto. La reunión empezó, con una ligera tensión en el aire. El calvo intentó romperle la mano a Boss cuando se estaban saludando, pero este no se inmutó, es más le hizo lo mismo a su receptor. -"Un tipo duro"- pensé.
A la hora de las presentaciones, me introdució por el nombre que le había dado antes. No dije absolutamente nada, no necesitaba hacerlo ni aquella escoria se merecían mis palabras. Simplemente incliné la cabeza a modo de saludo y volví a recomponer mi posición inicial, con las manos en la espalda y mirando tranquilamente por todo el lugar. El matón y sus compinches nos condujo a través del lugar hasta que se detuvieron al lado de una mesa con dos cajas como asiento. Mi jefe se sentó en ella y con un gesto me indicó que fuera a vigilar por si alguno de los lacayos se pasaba de listo.
Comencé a pasearme por los pasillos, con la guardia alta y observando hasta el más mínimo detalle. No me alejé mucho del pelinegro, no quería tardar en cuanto me llamara por si las cosas se tornaban feas. Fui silbando alegremente, observando las cajas y las máquinas por si había algún tipo de arma o algo que fuera peligroso para nosotros. Solo se escuchaba mi silbido y algunas voces, de resto solo se oían el sonido de mis pasos. Pasando por debajo de una pasarela, uno de los matones me estaba mirando con una marcada lujuria.
- ¿Por qué no te vienes conmigo y lo pasamos bien, hermosa? - dijo el hombre con una sonrisa lasciva. No hubo respuesta por mi parte, simplemente ignoré sus palabras, como si no hubiera dicho nada. De repente, de una de las esquinas, salieron dos hombres más. Vestidos con camisas de cuadros y pantalones vaqueros. - ¿ No vas a responder, guapa? - dijo uno de ellos acercándose seguido del otro. No merecería la pena gastar saliva. Lo único que recibieron fue una mirada fría y pasé de ellos. Pero las hienas querían conseguir un poco de carne a toda costa por lo que no contentos por haber sido ignorados, me agarraron de los brazos.
- Tu vas a ninguna parte - comentó un hombre moreno. Pronto, en su cara se dibujó una expresión de dolor mientras se encogía, le había pateado en las partes nobles. Pero no me quedé ahí. Le agarré del cuello y le dí un puñetazo en la barriga, incrementando más su nivel de dolor. Este cayó al suelo de rodillas a la vez que su compañero, mirandome con pavor, se echaba atrás. - Pensarlo mejor para la próxima vez. Pero yo que vosotros no lo volvería a intentar, ya que esta vez han sido golpes pero puede que para la siguiente ocasión sea... peor - sonreí fríamente, amenazando a los hombres y volví a reanudar mi patrulla sin más tipos de percances.
A la hora de las presentaciones, me introdució por el nombre que le había dado antes. No dije absolutamente nada, no necesitaba hacerlo ni aquella escoria se merecían mis palabras. Simplemente incliné la cabeza a modo de saludo y volví a recomponer mi posición inicial, con las manos en la espalda y mirando tranquilamente por todo el lugar. El matón y sus compinches nos condujo a través del lugar hasta que se detuvieron al lado de una mesa con dos cajas como asiento. Mi jefe se sentó en ella y con un gesto me indicó que fuera a vigilar por si alguno de los lacayos se pasaba de listo.
Comencé a pasearme por los pasillos, con la guardia alta y observando hasta el más mínimo detalle. No me alejé mucho del pelinegro, no quería tardar en cuanto me llamara por si las cosas se tornaban feas. Fui silbando alegremente, observando las cajas y las máquinas por si había algún tipo de arma o algo que fuera peligroso para nosotros. Solo se escuchaba mi silbido y algunas voces, de resto solo se oían el sonido de mis pasos. Pasando por debajo de una pasarela, uno de los matones me estaba mirando con una marcada lujuria.
- ¿Por qué no te vienes conmigo y lo pasamos bien, hermosa? - dijo el hombre con una sonrisa lasciva. No hubo respuesta por mi parte, simplemente ignoré sus palabras, como si no hubiera dicho nada. De repente, de una de las esquinas, salieron dos hombres más. Vestidos con camisas de cuadros y pantalones vaqueros. - ¿ No vas a responder, guapa? - dijo uno de ellos acercándose seguido del otro. No merecería la pena gastar saliva. Lo único que recibieron fue una mirada fría y pasé de ellos. Pero las hienas querían conseguir un poco de carne a toda costa por lo que no contentos por haber sido ignorados, me agarraron de los brazos.
- Tu vas a ninguna parte - comentó un hombre moreno. Pronto, en su cara se dibujó una expresión de dolor mientras se encogía, le había pateado en las partes nobles. Pero no me quedé ahí. Le agarré del cuello y le dí un puñetazo en la barriga, incrementando más su nivel de dolor. Este cayó al suelo de rodillas a la vez que su compañero, mirandome con pavor, se echaba atrás. - Pensarlo mejor para la próxima vez. Pero yo que vosotros no lo volvería a intentar, ya que esta vez han sido golpes pero puede que para la siguiente ocasión sea... peor - sonreí fríamente, amenazando a los hombres y volví a reanudar mi patrulla sin más tipos de percances.
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El futuro empresario, deseoso de hacer negocios, ignoró los quejidos que provenían de lo lejos sin siquiera sonreír al saber que un gañán había obtenido lo que se merecía por no cortejar a la muchacha con educación. Tamborileó con sus dedos sobre la triste mesa de hormigón, reclamando la presencia de aquel con el que tenía que hacer negocios.
-Llegará pronto- afirmó el grandullón, depié, mirando entre las cajas para intentar vislumbrar dónde iba la guardaespaldas. No parecía agradarle que se fuera por ahí ella sola a husmear en su local.
-¿Y bien?- exigió, reclamando la atención del máximo responsable del almacén.
-Ya se lo he dicho, llegará…
-No- entrecortó, poniendo su maletín sobre la mesa-. Usted ha dicho que tenía asuntos que tratar conmigo, ¿o es que ahora que ha visto que no puede amedrentarme con su poderío físico ha decidido que no valía la pena el esfuerzo?- preguntó con sagacidad-. En verdad me gustaría escuchar lo que quería decirme, soy un hombre curioso por naturaleza.
Tras unos incómodos segundos en los que se juzgaron mutuamente, el señor Robinson se decidió por tomar asiento, colocando sus codos sobre la mesa y echándose hacia delante.
-Tengo entendido que es un mafioso…- Esperó algún tipo de respuesta, pero no encontró nada en su rostro-. Verá, a mí y a mis chicos no nos hacen gracia los… mafiosos. Somos personas sencillas, que han venido aquí para sacarse un dinero para empezar de nuevo. No queremos problemas con la ley, alguno de nosotros ya hemos pagado nuestras deudas con el gobierno. Así que lo último que queremos es que llegue alguien con usted para que ponga en peligro todo por cuanto hemos trabajado solo porque Bean no encuentra gente rápida para descargar sus mercancías a tiempo.
Alphonse se detuvo a considerar su opinión, extrañándose de que no fueran ellos, con su obvia fuerza física, los que se encargasen de ese trabajo. ¿Qué hacían ellos allí entonces?, se preguntó. ¿Acaso le estaban mintiendo?
-¿Y qué es lo que hacéis vosotros entonces, por qué os paga Bean?
-¿Pagar?- rió-. Hace dos semanas que ese viejo no nos paga un mísero berrie. Hemos tenido que cobrar en mercancía que no podemos colocar, que solo coge polvo entre otras que Bean no ha apalabrado siquiera. A mí me da que ya está chocheando.
-¿Y antes?- inquirió-. ¿Por qué os contrató?
-Bean quería obra de mano barata para… Bueno, para lo que nos mandase. Primero llegamos aquí y comenzamos a descargar los materiales que traía, pero cuando la competencia del puerto fue a más y sus lentos barcos se vieron desplazados por otros más pequeños y rápidos la mercancía se fue acumulando. Ahora que ha cambiado el modelo de negocio nos paga una miseria por guardar el local, pintar y llevar los encargos a los diferentes constructores de la isla. Pero claro, como no está todo lo pendiente que debería a sus negocios y ve que no puede sacar todo el dinero que sacaba como único proveedor a la isla… -suspiró, viendo sus sueños torcidos por el destino y las crueles manos de un hombre avaro.
-Las leyes de New Loguetown quieren dar un nuevo comienzo a todos, y eso atrae a muchos freelance para que la economía se mueva. A las grandes y antiguas fortunas no les interesa ese cambio, para nada. La historia sería otra si pudiesen traer sus flotas cargadas a un puerto mayor, pero como este sigue en ampliación no puede soportar los grandes barcos de las mismas.
-Exacto- reafirmó el grandullón, golpeando la mesa con entusiasmo-. Y para cuando lo hagan la primera línea de costa pertenecerá a los pequeños empresarios que han llegado antes con sus familias. Y me alegro de que sea así solo que…
-Lo entiendo- dijo, deseando interrumpirle.
-Es una putada- No libró al caballero de su palabrota.
Tras unos segundos, Alphonse abrió su maletín y comenzó a escribir otro contrato más. De su puño y letra, y al tiempo, consiguió terminarlo a pesar de la molesta curiosidad del coloso que se inclinaba hacia un lado para intentar descifrar qué es lo que estaba escribiendo sobre el papel.
-Llama a tus empleados y haz que firmen esto, así me permitirás legalmente hablar por vosotros como una especie de sindicato. Cosa Nostra no permitirá que un empresario malintencionado abuse de sus empleados.
-Llegará pronto- afirmó el grandullón, depié, mirando entre las cajas para intentar vislumbrar dónde iba la guardaespaldas. No parecía agradarle que se fuera por ahí ella sola a husmear en su local.
-¿Y bien?- exigió, reclamando la atención del máximo responsable del almacén.
-Ya se lo he dicho, llegará…
-No- entrecortó, poniendo su maletín sobre la mesa-. Usted ha dicho que tenía asuntos que tratar conmigo, ¿o es que ahora que ha visto que no puede amedrentarme con su poderío físico ha decidido que no valía la pena el esfuerzo?- preguntó con sagacidad-. En verdad me gustaría escuchar lo que quería decirme, soy un hombre curioso por naturaleza.
Tras unos incómodos segundos en los que se juzgaron mutuamente, el señor Robinson se decidió por tomar asiento, colocando sus codos sobre la mesa y echándose hacia delante.
-Tengo entendido que es un mafioso…- Esperó algún tipo de respuesta, pero no encontró nada en su rostro-. Verá, a mí y a mis chicos no nos hacen gracia los… mafiosos. Somos personas sencillas, que han venido aquí para sacarse un dinero para empezar de nuevo. No queremos problemas con la ley, alguno de nosotros ya hemos pagado nuestras deudas con el gobierno. Así que lo último que queremos es que llegue alguien con usted para que ponga en peligro todo por cuanto hemos trabajado solo porque Bean no encuentra gente rápida para descargar sus mercancías a tiempo.
Alphonse se detuvo a considerar su opinión, extrañándose de que no fueran ellos, con su obvia fuerza física, los que se encargasen de ese trabajo. ¿Qué hacían ellos allí entonces?, se preguntó. ¿Acaso le estaban mintiendo?
-¿Y qué es lo que hacéis vosotros entonces, por qué os paga Bean?
-¿Pagar?- rió-. Hace dos semanas que ese viejo no nos paga un mísero berrie. Hemos tenido que cobrar en mercancía que no podemos colocar, que solo coge polvo entre otras que Bean no ha apalabrado siquiera. A mí me da que ya está chocheando.
-¿Y antes?- inquirió-. ¿Por qué os contrató?
-Bean quería obra de mano barata para… Bueno, para lo que nos mandase. Primero llegamos aquí y comenzamos a descargar los materiales que traía, pero cuando la competencia del puerto fue a más y sus lentos barcos se vieron desplazados por otros más pequeños y rápidos la mercancía se fue acumulando. Ahora que ha cambiado el modelo de negocio nos paga una miseria por guardar el local, pintar y llevar los encargos a los diferentes constructores de la isla. Pero claro, como no está todo lo pendiente que debería a sus negocios y ve que no puede sacar todo el dinero que sacaba como único proveedor a la isla… -suspiró, viendo sus sueños torcidos por el destino y las crueles manos de un hombre avaro.
-Las leyes de New Loguetown quieren dar un nuevo comienzo a todos, y eso atrae a muchos freelance para que la economía se mueva. A las grandes y antiguas fortunas no les interesa ese cambio, para nada. La historia sería otra si pudiesen traer sus flotas cargadas a un puerto mayor, pero como este sigue en ampliación no puede soportar los grandes barcos de las mismas.
-Exacto- reafirmó el grandullón, golpeando la mesa con entusiasmo-. Y para cuando lo hagan la primera línea de costa pertenecerá a los pequeños empresarios que han llegado antes con sus familias. Y me alegro de que sea así solo que…
-Lo entiendo- dijo, deseando interrumpirle.
-Es una putada- No libró al caballero de su palabrota.
Tras unos segundos, Alphonse abrió su maletín y comenzó a escribir otro contrato más. De su puño y letra, y al tiempo, consiguió terminarlo a pesar de la molesta curiosidad del coloso que se inclinaba hacia un lado para intentar descifrar qué es lo que estaba escribiendo sobre el papel.
-Llama a tus empleados y haz que firmen esto, así me permitirás legalmente hablar por vosotros como una especie de sindicato. Cosa Nostra no permitirá que un empresario malintencionado abuse de sus empleados.
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Después del pequeño altercado con aquellos hombres, me limité a continuar mi marcha por aquellos pasillos. Esperaba que los idiotas de antes hubieran aprendido la lección, si te pasas con una mujer igual te puedes llevar una desagradable sorpresa. Tanto de forma física o mental. Me arreglé la camisa, ya que los dos de antes me la habían arrugado demasiado con sus impertinencias. A su vez me fui quitando el polvo de la ropa que se iba acumulando demasiado, menos mal que no era alérgica a los ácaros o , de lo contrario, me hubiera dado una crisis alérgica en medio de aquel lugar. Suspiré un poco molesta por los acontecimientos de antes. Si ya de entrada me habían dado una mala imagen de ellos ahora con ese comportamiento se habían ganado mi total y rotundo desprecio.
Doblé una esquina y mis ojos se posaron en un joven muchacho de tez blanquecina, ojos azules cristalinos y con un largo y hermoso cabello plateado. A primera vista no parecía ser como sus compañeros de trabajo, estaba leyendo un libro mientras disfrutaba de una taza de té sentado en una caja de cartón. Su boca dibujó una sonrisa y sus hermosos ojos se encontraron con los míos, se había dado cuenta que le estaba observando.
- ¿Puedo ofrecerle asiento o algo que guste, señorita? - comentó él - Me disculpo por el comportamiento de los otros, estamos pasando por un mal momento - sus ojos no paraban de mirarme con curiosidad. Me acerqué a él con desconfianza, las personas del lugar no me dieron mucha confianza que digamos.
- El comportamiento de sus "amigos" deja mucho que desear, tuvieron suerte de que me dijeron de no derramar sangre - comenté fríamente al extraño. - Por cierto, ¿cómo es que un hombre como vos trabaja aquí? Quiero decir, tiene aspecto de ser un noble o algo por el estilo - Y así era. La vestimenta del peli plateado diferenciaba demasiado de los demás, poseía un abrigo negro y un sombrero de copa descansaba próximo a él al lado de un bastón.
- Como dije antes no todos pasamos por un buen momento, incluido yo. Por motivos de índole personal, me he visto obligado a trabajar de lo que sea... incluido aquí - cerró el libro de par en par, sonriendo tranquilamente. - Me gustaría dejar en claro que no considero amigo a nadie de los que se ganan la vida en este almacén, no todos son personas de fiar - empezó a reír de forma suave y cerrando los ojos llevó su mano a su sombrero para ponérselo.- Aunque eso también se aplica a mí.
- Descuide señor, he aprendido por las malas a no fiarme de nadie. Hasta tu propia familia puede llegar a apuñalarte por la familia si te descuidas - me apoyé en una pared, interesada por aquel extraño individuo que no parecía encajar en aquel almacén de la isla. - Cierto, he de ir a comprobar si mi jefe está sano y salvo. Si me disculpas... - empecé a volver a donde se encontraba Boss, para comprobar que todo estuviera en orden.
- Parece que has experimentado un mal rato en tu pasado, señorita. Algo me dice que volveremos a vernos muy pronto. El destino parece tener planes para los dos - el hombre volvió a abrir su libro y quedó atrapado en la lectura.
Doblé una esquina y mis ojos se posaron en un joven muchacho de tez blanquecina, ojos azules cristalinos y con un largo y hermoso cabello plateado. A primera vista no parecía ser como sus compañeros de trabajo, estaba leyendo un libro mientras disfrutaba de una taza de té sentado en una caja de cartón. Su boca dibujó una sonrisa y sus hermosos ojos se encontraron con los míos, se había dado cuenta que le estaba observando.
- ¿Puedo ofrecerle asiento o algo que guste, señorita? - comentó él - Me disculpo por el comportamiento de los otros, estamos pasando por un mal momento - sus ojos no paraban de mirarme con curiosidad. Me acerqué a él con desconfianza, las personas del lugar no me dieron mucha confianza que digamos.
- El comportamiento de sus "amigos" deja mucho que desear, tuvieron suerte de que me dijeron de no derramar sangre - comenté fríamente al extraño. - Por cierto, ¿cómo es que un hombre como vos trabaja aquí? Quiero decir, tiene aspecto de ser un noble o algo por el estilo - Y así era. La vestimenta del peli plateado diferenciaba demasiado de los demás, poseía un abrigo negro y un sombrero de copa descansaba próximo a él al lado de un bastón.
- Como dije antes no todos pasamos por un buen momento, incluido yo. Por motivos de índole personal, me he visto obligado a trabajar de lo que sea... incluido aquí - cerró el libro de par en par, sonriendo tranquilamente. - Me gustaría dejar en claro que no considero amigo a nadie de los que se ganan la vida en este almacén, no todos son personas de fiar - empezó a reír de forma suave y cerrando los ojos llevó su mano a su sombrero para ponérselo.- Aunque eso también se aplica a mí.
- Descuide señor, he aprendido por las malas a no fiarme de nadie. Hasta tu propia familia puede llegar a apuñalarte por la familia si te descuidas - me apoyé en una pared, interesada por aquel extraño individuo que no parecía encajar en aquel almacén de la isla. - Cierto, he de ir a comprobar si mi jefe está sano y salvo. Si me disculpas... - empecé a volver a donde se encontraba Boss, para comprobar que todo estuviera en orden.
- Parece que has experimentado un mal rato en tu pasado, señorita. Algo me dice que volveremos a vernos muy pronto. El destino parece tener planes para los dos - el hombre volvió a abrir su libro y quedó atrapado en la lectura.
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El señor Robinson se quedó mirando el documento con una mueca de desagrado, siquiera se detuvo a leerlo, por mucho que el muchacho frente a él se hubiese esforzado en redactarlo bien pero deprisa. Soltó una larga carcajada, una en la que podía apreciarse un cierto deje de desprecio y soberbia.
-¿Pero tú te crees que yo voy a firmar cualquier cosa sin leerlo? ¿Y de manos de un mafioso?- rió-. No soy tan imbécil- Arrancando el documento de sus manos se lo guardó en el bolsillo, sin preocuparse de doblarlo antes-. Ya lo leeremos tranquilamente en estos días, el señor Bean debe estar a punto de llegar.
Y vaticinando con sus palabras el futuro como el más preciso de los oráculos, los tres consecutivos golpes a la puerta resonaron por el silencioso almacén. Los rápidos pasos de sus hombres y el grito de desprecio que vino después, aseguraron que se trataba de la entrada del gruñón anciano, poco dispuesto a tolerar el más mínimo retraso en las acciones de sus hombres. Ayudado de su bastón, por fin llegó a la mesa de negocios, intentando recuperar la compostura perdida en su rostro.
-¡Buenas noches, señor Capone!- dijo dándole una bienvenida a deshora-. Espero que estos haraganes no le hayan molestado demasiado, por desgracia no dispongo de mejores instalaciones para nuestros… negocios- dijo alto y claro, haciendo su pausa un inciso innecesario.
-Tendrá un lugar en el que se hospede, ¿acaso no confía en mí para recibirme en su casa?- inquirió el joven mafioso, colocando sus papeles para lo que se avecinaba.
-Como comprenderá prefiero separar mi vida privada del trabajo, uno no puede llevarse el estrés a casa- respondió acertadamente, tomando asiento tras dedicarle una mirada de reproche al encargado del almacén-. Creía que le había dicho que dispusiese una mesa acorde con la importancia de la reunión, señor Robinson. Por favor, vuelva a su puesto y no nos moleste.
Sin poder hacer otra cosa más que obedecer, el grandullón se alejó de la escena principal. Decidió tomar asiento sobre una de las cajas de los pasillos, convirtiéndose en uno más entre el público.
-¿No había dicho que traería un guardaespaldas?- preguntó el anciano con interés, buscando un enemigo con sus pequeños ojos grises. Apareció a tiempo-. Hmm… está bien, supongo. ¿Empezamos?
-Mejor tarde que nunca- Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro-. Aquí tiene las condiciones establecidas para nuestro contrato. En resumen: usted deja que yo y mis hombres descarguemos sus navíos con rapidez y los llevemos al almacén, por el módico precio de cien mil berries por barco. Nos comprometemos a hacerlo en menos de veinte minutos, lo que permitirá que pueda salir a por otra remesa en el mismo día, permitiendo el flujo constante del puerto y su correspondiente ganancia. ¿Le parece…
-No me agrada la idea- interrumpió amargamente-. Verá, no estoy interesado en firmar un contrato con usted, sino en mantener nuestros negocios a… otro nivel.
Permaneció en silencio, juzgándole, midiendo el tempo de cada una de las palabras que brotaban de la mellada boca del anciano. Alphonse se inclinó hacia delante, susurrando.
-¿A qué clase de negocios se refiere, señor Bean?
-¿Qué a que clase de negocios me refiero, señor Capone?- repitió sin respetar un tono de interiores-. ¡Negocios propios de su familia, por supuesto! Esta isla necesitará de más cosas que ladrillo y piedra, necesitará cañones, pólvora y filos para defenderse de lo que se avecina. No podemos confiar en la marina para volver a defender esta tierra, debemos dar a sus ciudadanos la capacidad de defenderse… a un módico precio.
-Y entiendo que no desea que la marina se entere de su tráfico de armas, ¿correcto?
-Correcto. Todo el dinero que se nos iría en impuestos, me da miedo hasta pensarlo- dijo con un escalofrío-. Será mejor que no se inmiscuyan en nuestros negocios.
-Como supongo que tampoco le interesa que se enteren de que mantiene a un montón de expresidarios con contratos basura- matizó, como si la cosa no fuera con él-. ¿Verdad, señor Bean?
-¿Expresidarios? No sé de qué me habla. Contraté a gente con mala pinta, no sé nada de que sean exconvictos.
-Claro, como supongo que tampoco sabe cómo colocar sus mercancías a tiempo para evitar que se acumulen. A menos, claro está, que fuese lo que pretendía desde un primer momento.
-¿Disculpe? Acaso cree que me agrada desperdiciar mi dinero al desaprovechar el espacio de mis locales.
-No, claro que no. Lo único que digo es que, probablemente, aparte de mantener a sus hombres sin contrato, dentro de alguno de los muchos sacos de cemento y palés de ladrillo haya algo que no debería. Algo que podría haber pasado perfectamente desapercibido entre los rápidos chequeos del puerto, ansioso por recibir más materiales. Es bastante raro que no encuentre gente a la que vender sus materiales, teniendo tantos acumulados.
-¿Qué insinúa?- chilló con rabia, levantándose mientras se llevaba una mano al pecho.
-¿Por qué se lleva la mano a la pistola, señor Bean? Estábamos discutiendo como caballeros- pero no había sacado nada de su bolsillo, no aún-. No estoy interesado en cometer ninguna ilegalidad, hasta me he esforzado por tener la empresa preparada para nuestra reunión a pesar de las trabas burocráticas. Supongo que tan solo he perdido el tiempo…- se lamentó, recogiendo los contratos uno tras otro.
-¿Pero tú te crees que yo voy a firmar cualquier cosa sin leerlo? ¿Y de manos de un mafioso?- rió-. No soy tan imbécil- Arrancando el documento de sus manos se lo guardó en el bolsillo, sin preocuparse de doblarlo antes-. Ya lo leeremos tranquilamente en estos días, el señor Bean debe estar a punto de llegar.
Y vaticinando con sus palabras el futuro como el más preciso de los oráculos, los tres consecutivos golpes a la puerta resonaron por el silencioso almacén. Los rápidos pasos de sus hombres y el grito de desprecio que vino después, aseguraron que se trataba de la entrada del gruñón anciano, poco dispuesto a tolerar el más mínimo retraso en las acciones de sus hombres. Ayudado de su bastón, por fin llegó a la mesa de negocios, intentando recuperar la compostura perdida en su rostro.
-¡Buenas noches, señor Capone!- dijo dándole una bienvenida a deshora-. Espero que estos haraganes no le hayan molestado demasiado, por desgracia no dispongo de mejores instalaciones para nuestros… negocios- dijo alto y claro, haciendo su pausa un inciso innecesario.
-Tendrá un lugar en el que se hospede, ¿acaso no confía en mí para recibirme en su casa?- inquirió el joven mafioso, colocando sus papeles para lo que se avecinaba.
-Como comprenderá prefiero separar mi vida privada del trabajo, uno no puede llevarse el estrés a casa- respondió acertadamente, tomando asiento tras dedicarle una mirada de reproche al encargado del almacén-. Creía que le había dicho que dispusiese una mesa acorde con la importancia de la reunión, señor Robinson. Por favor, vuelva a su puesto y no nos moleste.
Sin poder hacer otra cosa más que obedecer, el grandullón se alejó de la escena principal. Decidió tomar asiento sobre una de las cajas de los pasillos, convirtiéndose en uno más entre el público.
-¿No había dicho que traería un guardaespaldas?- preguntó el anciano con interés, buscando un enemigo con sus pequeños ojos grises. Apareció a tiempo-. Hmm… está bien, supongo. ¿Empezamos?
-Mejor tarde que nunca- Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro-. Aquí tiene las condiciones establecidas para nuestro contrato. En resumen: usted deja que yo y mis hombres descarguemos sus navíos con rapidez y los llevemos al almacén, por el módico precio de cien mil berries por barco. Nos comprometemos a hacerlo en menos de veinte minutos, lo que permitirá que pueda salir a por otra remesa en el mismo día, permitiendo el flujo constante del puerto y su correspondiente ganancia. ¿Le parece…
-No me agrada la idea- interrumpió amargamente-. Verá, no estoy interesado en firmar un contrato con usted, sino en mantener nuestros negocios a… otro nivel.
Permaneció en silencio, juzgándole, midiendo el tempo de cada una de las palabras que brotaban de la mellada boca del anciano. Alphonse se inclinó hacia delante, susurrando.
-¿A qué clase de negocios se refiere, señor Bean?
-¿Qué a que clase de negocios me refiero, señor Capone?- repitió sin respetar un tono de interiores-. ¡Negocios propios de su familia, por supuesto! Esta isla necesitará de más cosas que ladrillo y piedra, necesitará cañones, pólvora y filos para defenderse de lo que se avecina. No podemos confiar en la marina para volver a defender esta tierra, debemos dar a sus ciudadanos la capacidad de defenderse… a un módico precio.
-Y entiendo que no desea que la marina se entere de su tráfico de armas, ¿correcto?
-Correcto. Todo el dinero que se nos iría en impuestos, me da miedo hasta pensarlo- dijo con un escalofrío-. Será mejor que no se inmiscuyan en nuestros negocios.
-Como supongo que tampoco le interesa que se enteren de que mantiene a un montón de expresidarios con contratos basura- matizó, como si la cosa no fuera con él-. ¿Verdad, señor Bean?
-¿Expresidarios? No sé de qué me habla. Contraté a gente con mala pinta, no sé nada de que sean exconvictos.
-Claro, como supongo que tampoco sabe cómo colocar sus mercancías a tiempo para evitar que se acumulen. A menos, claro está, que fuese lo que pretendía desde un primer momento.
-¿Disculpe? Acaso cree que me agrada desperdiciar mi dinero al desaprovechar el espacio de mis locales.
-No, claro que no. Lo único que digo es que, probablemente, aparte de mantener a sus hombres sin contrato, dentro de alguno de los muchos sacos de cemento y palés de ladrillo haya algo que no debería. Algo que podría haber pasado perfectamente desapercibido entre los rápidos chequeos del puerto, ansioso por recibir más materiales. Es bastante raro que no encuentre gente a la que vender sus materiales, teniendo tantos acumulados.
-¿Qué insinúa?- chilló con rabia, levantándose mientras se llevaba una mano al pecho.
-¿Por qué se lleva la mano a la pistola, señor Bean? Estábamos discutiendo como caballeros- pero no había sacado nada de su bolsillo, no aún-. No estoy interesado en cometer ninguna ilegalidad, hasta me he esforzado por tener la empresa preparada para nuestra reunión a pesar de las trabas burocráticas. Supongo que tan solo he perdido el tiempo…- se lamentó, recogiendo los contratos uno tras otro.
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Tarde, llegaba tarde al verdadero comienzo del encuentro. Mi breve y a la vez curiosa charla con el individuo de pelo plateado me había distraído de mi trabajo, lo cual era raro en mí. A paso apresurado, fui hasta donde se encontraban las dos partes que ya estaban hablando sobre el acuerdo. Para mi alivio, mi cliente se encontraba en óptimas condiciones. De haberlo estado, jamás me hubiera perdonado el fallar en una misión tan estúpidamente. Distraída por las palabras de un completo extraño.
Al dar la vuelta a una esquina, llegué justo a tiempo cuando el que parecía ser el líder de los gorilas preguntaba por mí. Mis ojos esmeralda se toparon con los suyos a la vez que inclinaba la cabeza levemente, a modo de saludo. - Disculpe por llegar tarde, Boss. Unos cuantos empleados me distrajeron, no se volverá a repetir - susurré al pelinegro para después permanecer a su lado, clavando mi vista en los hombres de enfrente. No me fiaba de nadie. Sobre todo del anciano, poseía una mirada que me recordaba a un zorro esperando al momento adecuado para completar su plan.
Tanto Boss como el anciano estaban de lleno en las negociaciones pero alguien llamó mi atención. Un hombre de cabello plateado observaba la reunión mientras esperaba a que ocurriese algo. Sus ojos zafiros se cruzaron con los míos y una sonrisa traviesa se formó en sus labios, llevándose un dedo a la boca en señal de que no dijera nada y guardase silencio. Mi curiosidad se elevaba a medida que me quedaba mirándolo, ¿qué estaba haciendo encima de una viga mirando la reunión? ¿Estaría esperando a que la situación se descontrolase para intervenir? Volví a centrarme en los dos hombres que estaban acabando de negociar, no parecía que el anciano estuviera de buen humor.
Al levantarse y llevarse la mano al pecho, di un paso adelante tomando una posición ofensiva. *-Armas de fuego... eso es jugar sucio-* pensé aguardando a que Boss me diese la orden de atacar, ya que él quería terminar la reunión de forma pacífica. Volví a posar mi mirada al techo... el peli plateado ya no estaba.
- Estoy de acuerdo con el señor, no cometamos imprudencias y seamos gente civilizada - dije fríamente.
El anciano, muy lejos de estar tranquilo , siguió apuntándonos con su arma con una mirada de puro desprecio y , a la vez, de temor.
- ¿Creeis que os voy a dejar escapar conociendo la naturaleza de mis negocios? Es demasiado arriesgado para mí. No, no os voy a dejar marchar así como así - comentó el anciano totalmente nervioso y empezando a sudar. La paranoia había hecho presa del viejo y un hombre armado, sintiéndose acorralado, era algo peligroso. Mis habilidades no me permitían esquivar una bala de tan cerca, solo pude esperar al momento para por lo menos intentar que la bala me diese en alguna parte del cuerpo que no fuera vital, para luego lanzar una de mis dagas en un intento de desarmarlo.
Pero una ligera risa llenó la instancia. El hombre que me había encontrado antes, el tipo que parecía ser un noble, apareció justo detrás del nervioso anciano. Sujetándolo de tal manera que el miserable perdió su arma.
- Parecía que necesitabas ayuda, jovencita - sonrió el peli plateado - Escuchadme todos, este hombre está bajo arresto por orden de la Cipher Pol. Os voy a perdonar a todos debido a que solo me interesa este anciano, sois libres de iros- acabó de decir el agente del CP mientras el viejo continuaba resistiéndose y maldiciendo por lo bajo.
Al dar la vuelta a una esquina, llegué justo a tiempo cuando el que parecía ser el líder de los gorilas preguntaba por mí. Mis ojos esmeralda se toparon con los suyos a la vez que inclinaba la cabeza levemente, a modo de saludo. - Disculpe por llegar tarde, Boss. Unos cuantos empleados me distrajeron, no se volverá a repetir - susurré al pelinegro para después permanecer a su lado, clavando mi vista en los hombres de enfrente. No me fiaba de nadie. Sobre todo del anciano, poseía una mirada que me recordaba a un zorro esperando al momento adecuado para completar su plan.
Tanto Boss como el anciano estaban de lleno en las negociaciones pero alguien llamó mi atención. Un hombre de cabello plateado observaba la reunión mientras esperaba a que ocurriese algo. Sus ojos zafiros se cruzaron con los míos y una sonrisa traviesa se formó en sus labios, llevándose un dedo a la boca en señal de que no dijera nada y guardase silencio. Mi curiosidad se elevaba a medida que me quedaba mirándolo, ¿qué estaba haciendo encima de una viga mirando la reunión? ¿Estaría esperando a que la situación se descontrolase para intervenir? Volví a centrarme en los dos hombres que estaban acabando de negociar, no parecía que el anciano estuviera de buen humor.
Al levantarse y llevarse la mano al pecho, di un paso adelante tomando una posición ofensiva. *-Armas de fuego... eso es jugar sucio-* pensé aguardando a que Boss me diese la orden de atacar, ya que él quería terminar la reunión de forma pacífica. Volví a posar mi mirada al techo... el peli plateado ya no estaba.
- Estoy de acuerdo con el señor, no cometamos imprudencias y seamos gente civilizada - dije fríamente.
El anciano, muy lejos de estar tranquilo , siguió apuntándonos con su arma con una mirada de puro desprecio y , a la vez, de temor.
- ¿Creeis que os voy a dejar escapar conociendo la naturaleza de mis negocios? Es demasiado arriesgado para mí. No, no os voy a dejar marchar así como así - comentó el anciano totalmente nervioso y empezando a sudar. La paranoia había hecho presa del viejo y un hombre armado, sintiéndose acorralado, era algo peligroso. Mis habilidades no me permitían esquivar una bala de tan cerca, solo pude esperar al momento para por lo menos intentar que la bala me diese en alguna parte del cuerpo que no fuera vital, para luego lanzar una de mis dagas en un intento de desarmarlo.
Pero una ligera risa llenó la instancia. El hombre que me había encontrado antes, el tipo que parecía ser un noble, apareció justo detrás del nervioso anciano. Sujetándolo de tal manera que el miserable perdió su arma.
- Parecía que necesitabas ayuda, jovencita - sonrió el peli plateado - Escuchadme todos, este hombre está bajo arresto por orden de la Cipher Pol. Os voy a perdonar a todos debido a que solo me interesa este anciano, sois libres de iros- acabó de decir el agente del CP mientras el viejo continuaba resistiéndose y maldiciendo por lo bajo.
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Alphonse no vaciló ni por un instante, simplemente recogió uno tras otro los papeles y los volvió a colocar en su maletín, cerrándolo después con lentitud. Se quedó mirando unos instantes al agente, el cual le había arruinado toda oportunidad de negocio, el que probablemente había esperado su reacción por si podría detener a dos en vez de uno. Miró a la salida con una pequeña mueca de desagrado.
-Así que… todo esto era una mera formalidad. Me había extrañado que tras días y días entre innecesarios papeleos para montar mi empresa el gobierno por fin me permitiese crearla. Debí haber pensado antes que tenían alguna de sus maquinaciones en mente, una en la que yo fuese el engranaje principal- pronunció con tranquilidad y una pincelada de decepción-. Supongo que ahora debemos creer que usted es un agente del gobierno mundial solo porque lo dice. ¿Qué le parece si vamos todos al cuartel más cercano y damos parte de todo? Le vendría bien hasta para su informe, si es que es lo que dice ser- añadió sin que en su tono se percibiera la acusación implícita-. Verá, sospecho que si el señor Bean se ha metido en rollos con gente que trafica con armas, o cosas peores, habrá más de un bando interesado en cogerle. Usted podría ser un sicario contratado simplemente para ajustar cuentas- continuó, fijándose bien en su aspecto-, por lo que… bueno, me repito.
Levantándose con su maletín, lanzó una mirada a su guardaespaldas.
-Me temo que deberemos dejar el café para otro día, señorita Z- Volvió la vista hacia el de los cabellos plateados-. ¿Y bien? Estoy seguro que el gobierno tendrá interés en saber de los contratos ilegales de estas pobres gentes que tan solo quieren rehacer sus vidas al pagar su deuda con la sociedad.
A menos que hubiese alguno que no las pagase del todo...
-Así que… todo esto era una mera formalidad. Me había extrañado que tras días y días entre innecesarios papeleos para montar mi empresa el gobierno por fin me permitiese crearla. Debí haber pensado antes que tenían alguna de sus maquinaciones en mente, una en la que yo fuese el engranaje principal- pronunció con tranquilidad y una pincelada de decepción-. Supongo que ahora debemos creer que usted es un agente del gobierno mundial solo porque lo dice. ¿Qué le parece si vamos todos al cuartel más cercano y damos parte de todo? Le vendría bien hasta para su informe, si es que es lo que dice ser- añadió sin que en su tono se percibiera la acusación implícita-. Verá, sospecho que si el señor Bean se ha metido en rollos con gente que trafica con armas, o cosas peores, habrá más de un bando interesado en cogerle. Usted podría ser un sicario contratado simplemente para ajustar cuentas- continuó, fijándose bien en su aspecto-, por lo que… bueno, me repito.
Levantándose con su maletín, lanzó una mirada a su guardaespaldas.
-Me temo que deberemos dejar el café para otro día, señorita Z- Volvió la vista hacia el de los cabellos plateados-. ¿Y bien? Estoy seguro que el gobierno tendrá interés en saber de los contratos ilegales de estas pobres gentes que tan solo quieren rehacer sus vidas al pagar su deuda con la sociedad.
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Me quedé atónita ante la revelación de que el hombre con el que había hablado escasos minutos antes resultara ser un agente del Gobierno Mundial. No me esperaba para nada aquel giro de los acontecimientos, pero quedé aliviada un poco al escuchar que el hombre solo buscaba encerrar al propietario del almacén y el resto podía irse a casa o a cualquier lugar que desease. Aunque intentara salvar al pelinegro, no podría enfrentarme a un miembro del Cipher Pol. Ya que este me haría trizas en pocos segundos, sería malgastar el tiempo en algo que es completamente inútil. El hombre al que tenía que proteger siguió ordenando sus papeles, parecía un poco molesto a mis ojos debido a la intromisión del agente. Era normal, ahora que el cabecilla de una red de tráfico ilegal iba a ir a prisión iba a dejar desempleados a los hombres que trabajan en aquel lugar sin dueño.
El peli plateado se quedó mirando a Boss y luego sonrió. - Me gusta su razonamiento, es posible que yo sea , como usted bien dice, un sicario al que han pagado para quitar de en medio a la competencia. Pero, desafortunadamente, no es ese el caso. Soy un simple peón del Gobierno al que mueven en la gran tabla de ajedrez y me limito a seguir órdenes. En cuanto a la duda de mi identidad, espere un momento por favor - atrapó al hombre con unas cadenas negras de acero como si fuera un truco de magia.
- Ahora, mire esto - se sacó del negro abrigo una especie de cartera, fabricada a base de cuero y de color blanco, mostrando el símbolo del Gobierno junto con el nombre del agente - Soy el agente Luzbell, más conocido como "El Fantasma". Como verá, no me importa revelarle mi nombre y estatus, ya que nadie le creerá. El gobierno cuida bien de la identidad de sus agentes, manteniéndola en secreto... siempre y cuando estos cumplan con su respectivas tareas - aquellas palabras las pronunció con la mirada perdida, pero al rato volvió a recobrar su alegre sonrisa
- En cuanto a los obreros... es usted libre de hacer lo que desee con ellos, no me importan. También puede quedarse con este sitio si gusta, siempre y cuando no cometa los mismos errores que el señor Bean. Puedo hacer uso de un viejo contacto que es notario y el se encargará de todos los contratos. Sea más astuto que él y no deje pistas sobre su trabajo, ¿quiere? - comentó irónicamente sonriendo mientras posaba su azulada mirada en los del señor Bean.
- ¿Puedo hacerle una pregunta, señor Luzbell? ¿Cómo hizo para acceder allá arriba sin que nadie le notase? - pregunté esperando a que accediera a responder a mi pregunta.
- Oh, supongo que podría llamarlo habilidad para matar. ¿Por qué? ¿Acaso estás interesada en ese truco? No hace falta que contestes, puedo verlo en tu mirada. Tus ojos brillan de curiosidad cual estrellas en la oscura noche - dicho esto desapareció en un instante para colocarse justo enfrente mio y se dispuso a susurrarme al oído - Una carta te llegará en un plazo de tres días, si estas dispuesta a seguir los pasos de un agente solo ve a Ennies Lobby.... si no lo estás, solo quema la carta. Te aconsejo que lleves la carta, no vaya a ser que te tomen como una espía - se separó de mí y volvió a sonreír.
- Una cosa más, yo que ustedes me iría rápido. En breves momentos vendrá un equipo de marines para llevar al anciano a una celda reluciente. No me gustaría que quisieran apresarles - golpeó el suelo con el bastón, como advertencia de que nos estaba haciendo un favor
- Está bien. Espero que volvamos a vernos señor, le debo una - comenté girando sobre mis pasos dispuesta a salir por la salida de atrás - Hora de irnos, Boss
El peli plateado se quedó mirando a Boss y luego sonrió. - Me gusta su razonamiento, es posible que yo sea , como usted bien dice, un sicario al que han pagado para quitar de en medio a la competencia. Pero, desafortunadamente, no es ese el caso. Soy un simple peón del Gobierno al que mueven en la gran tabla de ajedrez y me limito a seguir órdenes. En cuanto a la duda de mi identidad, espere un momento por favor - atrapó al hombre con unas cadenas negras de acero como si fuera un truco de magia.
- Ahora, mire esto - se sacó del negro abrigo una especie de cartera, fabricada a base de cuero y de color blanco, mostrando el símbolo del Gobierno junto con el nombre del agente - Soy el agente Luzbell, más conocido como "El Fantasma". Como verá, no me importa revelarle mi nombre y estatus, ya que nadie le creerá. El gobierno cuida bien de la identidad de sus agentes, manteniéndola en secreto... siempre y cuando estos cumplan con su respectivas tareas - aquellas palabras las pronunció con la mirada perdida, pero al rato volvió a recobrar su alegre sonrisa
- En cuanto a los obreros... es usted libre de hacer lo que desee con ellos, no me importan. También puede quedarse con este sitio si gusta, siempre y cuando no cometa los mismos errores que el señor Bean. Puedo hacer uso de un viejo contacto que es notario y el se encargará de todos los contratos. Sea más astuto que él y no deje pistas sobre su trabajo, ¿quiere? - comentó irónicamente sonriendo mientras posaba su azulada mirada en los del señor Bean.
- ¿Puedo hacerle una pregunta, señor Luzbell? ¿Cómo hizo para acceder allá arriba sin que nadie le notase? - pregunté esperando a que accediera a responder a mi pregunta.
- Oh, supongo que podría llamarlo habilidad para matar. ¿Por qué? ¿Acaso estás interesada en ese truco? No hace falta que contestes, puedo verlo en tu mirada. Tus ojos brillan de curiosidad cual estrellas en la oscura noche - dicho esto desapareció en un instante para colocarse justo enfrente mio y se dispuso a susurrarme al oído - Una carta te llegará en un plazo de tres días, si estas dispuesta a seguir los pasos de un agente solo ve a Ennies Lobby.... si no lo estás, solo quema la carta. Te aconsejo que lleves la carta, no vaya a ser que te tomen como una espía - se separó de mí y volvió a sonreír.
- Una cosa más, yo que ustedes me iría rápido. En breves momentos vendrá un equipo de marines para llevar al anciano a una celda reluciente. No me gustaría que quisieran apresarles - golpeó el suelo con el bastón, como advertencia de que nos estaba haciendo un favor
- Está bien. Espero que volvamos a vernos señor, le debo una - comenté girando sobre mis pasos dispuesta a salir por la salida de atrás - Hora de irnos, Boss
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Mientras aquel supuesto agente de pelo plateado le enseña sus credenciales y halaga sus razonamientos, Alphonse ni se inmuta. El legado de los Capone es demasiado grande como para que se fie de papeles, de la palabra de un asesino que aparece sin cortesía alguna o de un simple bordado sobre una cartera de cuero blanco. Es más, al presentarse y dar su apodo sin ningún tipo de problemática de por medio solo lo vuelve más reticente a creer las palabras del susodicho.
-Le agradezco el cambio notarial de las propiedades, pero supongo que eso es algo que deberé negociar con sus superiores o con los marines. Claro está le mencionaré en el informe que me pidan rellenar, no me gustaría que su recomendación quedase en el olvido. Supongo que para ello deberé quedarme hasta que entregue al señor Bean, porque no me gustaría que apareciese en mi hogar sin invitación alguna, no tengo buenas reacciones contra los allanadores de morada- dijo con un tono hirsuto y cansado pero aun así educado, sin ningún matiz violento audible-. Supongo que podríamos quedar algún día para tomar el té, previo acuerdo, pero dudo que con su ajetreada agenda pueda permitirse los lujos de lo cotidiano.
El joven empresario, al que le habían arrebatado toda ilusión de negocio, pues no se esperaba que las palabras del agente fuesen en serio, dedicó una mirada a los allí presentes. Algunos se estaban yendo, pero a nadie parecía preocuparle su huida.
La oferta cuchicheada es para él como la más clara de las conversaciones, su oído de buen músico le había traido en otras ocasiones secretos más… reconfortantes que ese. Ahora siquiera podría confiar en la integridad de su guardaespaldas, aunque nunca lo había hecho del todo. Esperó, sin desear interrumpir para luego seguir hablando.
-También supongo que viene simplemente a cumplir su misión, porque como ya ha dicho no le importa qué es lo que haga con los trabajadores… Así que vuelvo a suponer que no le importará que haga de abogado para todos ellos en el caso de que la redada les cause más problemas en sus vidas ya en paces con la ley. Y por último, vuelvo a suponer, vuelvo a presuponer, a imaginarme, a inferir, a pensar y considerar que… ¡A pesar de todo lo que hecho, el Gobierno seguirá tratándome como un maldito ciudadano de segunda clase!- Estaba de pié, con las manos ancladas sobre los bloques de cemento, impresas en ellos como en una polvorienta mantequilla-. Y yo le pregunto: ¿Qué más tengo que dar para poder vivir como una persona normal?- terminó diciendo con una inesperada tristeza, un desesperado anhelo que el mundo se empeñaba en negarle.
Volvió a sentarse, harto, tan sólo para escuchar las ponzoñosas órdenes de la mujer que poco lo parecía.
-Váyase usted, señorita Z, yo no tengo razón alguna para huir de la ley y nunca la he tenido- de un simple movimiento sacó de la chaqueta de su traje un sobre con lo pactado, un cuarto de millón-. Sus honorarios, el cuarto de millón por la noche de guardaespaldas. Creo que estará cuanto menos satisfecha, no ha tenido que hacer nada más que pasearse un poco y encima ha recibido una nueva oferta de trabajo- Arrastró el sobre hasta el borde de la mesa, mirándola-. A todos les sale la noche genial, menos a mí. Pase una buena noche, ya me tomaré un café con usted en alguna otra ocasión.
-Le agradezco el cambio notarial de las propiedades, pero supongo que eso es algo que deberé negociar con sus superiores o con los marines. Claro está le mencionaré en el informe que me pidan rellenar, no me gustaría que su recomendación quedase en el olvido. Supongo que para ello deberé quedarme hasta que entregue al señor Bean, porque no me gustaría que apareciese en mi hogar sin invitación alguna, no tengo buenas reacciones contra los allanadores de morada- dijo con un tono hirsuto y cansado pero aun así educado, sin ningún matiz violento audible-. Supongo que podríamos quedar algún día para tomar el té, previo acuerdo, pero dudo que con su ajetreada agenda pueda permitirse los lujos de lo cotidiano.
El joven empresario, al que le habían arrebatado toda ilusión de negocio, pues no se esperaba que las palabras del agente fuesen en serio, dedicó una mirada a los allí presentes. Algunos se estaban yendo, pero a nadie parecía preocuparle su huida.
La oferta cuchicheada es para él como la más clara de las conversaciones, su oído de buen músico le había traido en otras ocasiones secretos más… reconfortantes que ese. Ahora siquiera podría confiar en la integridad de su guardaespaldas, aunque nunca lo había hecho del todo. Esperó, sin desear interrumpir para luego seguir hablando.
-También supongo que viene simplemente a cumplir su misión, porque como ya ha dicho no le importa qué es lo que haga con los trabajadores… Así que vuelvo a suponer que no le importará que haga de abogado para todos ellos en el caso de que la redada les cause más problemas en sus vidas ya en paces con la ley. Y por último, vuelvo a suponer, vuelvo a presuponer, a imaginarme, a inferir, a pensar y considerar que… ¡A pesar de todo lo que hecho, el Gobierno seguirá tratándome como un maldito ciudadano de segunda clase!- Estaba de pié, con las manos ancladas sobre los bloques de cemento, impresas en ellos como en una polvorienta mantequilla-. Y yo le pregunto: ¿Qué más tengo que dar para poder vivir como una persona normal?- terminó diciendo con una inesperada tristeza, un desesperado anhelo que el mundo se empeñaba en negarle.
Volvió a sentarse, harto, tan sólo para escuchar las ponzoñosas órdenes de la mujer que poco lo parecía.
-Váyase usted, señorita Z, yo no tengo razón alguna para huir de la ley y nunca la he tenido- de un simple movimiento sacó de la chaqueta de su traje un sobre con lo pactado, un cuarto de millón-. Sus honorarios, el cuarto de millón por la noche de guardaespaldas. Creo que estará cuanto menos satisfecha, no ha tenido que hacer nada más que pasearse un poco y encima ha recibido una nueva oferta de trabajo- Arrastró el sobre hasta el borde de la mesa, mirándola-. A todos les sale la noche genial, menos a mí. Pase una buena noche, ya me tomaré un café con usted en alguna otra ocasión.
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El agente Luzbel seguía sonriendo, no parecía un mal hombre pues supuestamente nos estaba haciendo un gran favor. Pero había aprendido por las malas que no puedes fiarte de nadie, sobre todo de agentes del gobierno. Pues esas personas eran maestras en ocultar sus verdaderas intenciones simplemente para cumplir con éxito su misión. El peli plateado continuó jugueteando con su bastón, pasándolo de mano a mano, escuchando las palabras de Boss. Mi jefe no parecía nada contento con la situación ni tampoco se fiaba del agente. Le entendía pero al menos el agente nos había salvado de una situación un tanto peliaguda.
- Entiendo su desconfianza. Por lo que veo, usted ha tenido malas relaciones con el Gobierno y parece que cree que esto no es más que , por así decirlo, una forma intencionada de arruinar sus planes. No es esa la intención. Se lleva siguiendo al señor Bean desde hacía un par de años, solo que las altas esferas me asignaron la misión de espiarle y arrestarle ya que mis antecesores fallaron en su labor. Nadie puede escapar a la atenta mirada del "Mundo", ni siquiera el hombre más libre es del todo libre mientras ese órgano de poder perdure así que , a menos que de algún modo se alie con el Gobierno, este le seguirá tratando como le trata. Créame o no lo haga , la elección es suya , pero yo no decidí formar parte de esto. Cabe decir que al Gobierno no le gustan los errores - sus mirada se tornó seria por un momento, parecía que había aprendido la lección por las malas.
- Le permitiré quedarse ya que no se fía. Podrá ver por sus propios ojos como se llevan a este viejo señor solo no diga nada que haga que sospechen de usted. Aunque ya se nota que usted es alguien que se anda con pies de plomo así que estas palabras sobran - sacó un reloj dorado del bolsillo de su chaqueta y comenzó a mirar hacia la puerta esperando al supuesto equipo que había mencionado antes - Tarde, como siempre - suspiró decepcionado
Por otra parte, el pelinegro se dirigió a mí. Sacó un sobre con el dinero que se había acordado y me lo ofreció, alegando que me fuera yo ya que no pensaba hacerle caso al agente. Dudé por un instante. No me merecía aquel dinero ya que no había hecho nada de provecho y me preguntaba si estaba bien que lo tomara. Lo sobrepasé un momento. Era cierto que no había hecho nada más que dar vueltas vigilando el lugar pero, en verdad, necesitaba el dinero. Ya apenas me quedaba y ese sobre era como un regalo del cielo así que lo tomé.
- Me disculpo por no haberle sido de ayuda y por el transcurso de las cosas, señor. En circunstancias normales me negaría a cobrarle ya que siento que no he hecho nada pero necesito el dinero con urgencia - realicé una leve reverencia a modo de disculpa que tampoco le serviría de nada - Si me permite, me quedaré con usted también. Hasta que sepa que está usted a salvo no me retiraré - miré al peli plateado a modo de decirle que también me quedaría
El agente que portaba el bastón comenzó a aplaudir.
- Maravilloso. Me gustan las personas leales en estos tiempos que corren es muy raro verlas -
- Entiendo su desconfianza. Por lo que veo, usted ha tenido malas relaciones con el Gobierno y parece que cree que esto no es más que , por así decirlo, una forma intencionada de arruinar sus planes. No es esa la intención. Se lleva siguiendo al señor Bean desde hacía un par de años, solo que las altas esferas me asignaron la misión de espiarle y arrestarle ya que mis antecesores fallaron en su labor. Nadie puede escapar a la atenta mirada del "Mundo", ni siquiera el hombre más libre es del todo libre mientras ese órgano de poder perdure así que , a menos que de algún modo se alie con el Gobierno, este le seguirá tratando como le trata. Créame o no lo haga , la elección es suya , pero yo no decidí formar parte de esto. Cabe decir que al Gobierno no le gustan los errores - sus mirada se tornó seria por un momento, parecía que había aprendido la lección por las malas.
- Le permitiré quedarse ya que no se fía. Podrá ver por sus propios ojos como se llevan a este viejo señor solo no diga nada que haga que sospechen de usted. Aunque ya se nota que usted es alguien que se anda con pies de plomo así que estas palabras sobran - sacó un reloj dorado del bolsillo de su chaqueta y comenzó a mirar hacia la puerta esperando al supuesto equipo que había mencionado antes - Tarde, como siempre - suspiró decepcionado
Por otra parte, el pelinegro se dirigió a mí. Sacó un sobre con el dinero que se había acordado y me lo ofreció, alegando que me fuera yo ya que no pensaba hacerle caso al agente. Dudé por un instante. No me merecía aquel dinero ya que no había hecho nada de provecho y me preguntaba si estaba bien que lo tomara. Lo sobrepasé un momento. Era cierto que no había hecho nada más que dar vueltas vigilando el lugar pero, en verdad, necesitaba el dinero. Ya apenas me quedaba y ese sobre era como un regalo del cielo así que lo tomé.
- Me disculpo por no haberle sido de ayuda y por el transcurso de las cosas, señor. En circunstancias normales me negaría a cobrarle ya que siento que no he hecho nada pero necesito el dinero con urgencia - realicé una leve reverencia a modo de disculpa que tampoco le serviría de nada - Si me permite, me quedaré con usted también. Hasta que sepa que está usted a salvo no me retiraré - miré al peli plateado a modo de decirle que también me quedaría
El agente que portaba el bastón comenzó a aplaudir.
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Alphonse escuchó las palabras del agente de cabellos de plata aguantándose todo cuanto se le ocurría contestarle. Escuchó su deje revolucionario, su arrepentimiento y melancolía sin sentir una agradable empatía, solo asco. Le había querido tender una trampa, le restregaba la posición del gobierno mundial con respecto a su persona y por si fuera poco le había sugerido formar parte de sus filas como única opción de salvación. Estaba harto. También estaba enfadado, lo había estado desde hace mucho tiempo.
Escuchó las palabras de la rubia y le sonaron a excusas. Ni aunque hubiesen sido proferidas por una santa le hubieran parecido veraces, pues todo el mundo había sido impregnado del odio visceral que le corroía lentamente, como una mala úlcera. Por el rabillo del ojo se le quedó mirando, viendo cómo se guardaba su sueldo sin pudor alguno.
-¿Y para qué lo necesita?- dijo con curiosidad, ocultando su repulsión ante el acto que acababa de presenciar. Incluso cuando el honor se mencionó, algo que sin duda conocía bien, no mostró ninguna mueca de desagrado al desvirtuar tan magnífico concepto. Al fin y al cabo, el estado de ánimo del muchacho convertía a todo y a todos en su enemigo.
Escucharía con atención lo que le contestara, más no encontraría respuesta alguna más que leves asensos de cordialidad. SE quedó quieto cuando los pasos en la lejanía le avisaron de que la patrulla se acercaba, dispuestos –aunque no lo suficiente como para ser puntuales- a cumplir con su misión.
SE movieron como un coordinado enjambre blanco y azul, tapando las entradas y apuntando con sus fusiles todo cuanto se movía, y hasta lo que no. Registraron, avanzaron y gritaron las misivas informando de que venían a cumplir la ley y asegurar la justicia. Qué sabían ellos, pensó el desgraciado empresario. Y uno a uno obligaron a todos los exconvictos ocultos a ponerse en fila, pasando revista a sus permisos y crímenes.
Un hombre, no lo suficiente viejo como para llamarle anciano pero sí como para llamarle señor, entró en escena. Era robusto, calvo y con una mirada fría y marcial, impropia para la escasez de puntualidad de la que se había quejado el peliblanco. De un simple vistazo podía notarse que no debían llevarse demasiado bien. Un paso tras otro, una vez su milicia había asegurado la zona, se acercó al centro de la sala para dedicarle unas cortas palabras al agente.
-Nos encargaremos de todo a partir de aquí- aseguró con una voz ronca y áspera-. Le agradecemos su colaboración- casi espetó.
Y poco después sus siervos uniformados fueron uno tras otro poniendo grilletes asegurando de que sólo se trataba de una mera formalidad. Alphonse no opuso resistencia, aunque deseaba hacerlo.
-Solo les tomaremos declaración en el cuartel y valoraremos si tienen algo que ver con la operación "Habichuelas". No tienen nada que temer si son inocentes- aseguraron con un matiz de reconfortante violencia. Reconfortante para ellos, claro. ¿Qué mejor que abusar de los criminales? Para ellos la justicia era injusta.
Escuchó las palabras de la rubia y le sonaron a excusas. Ni aunque hubiesen sido proferidas por una santa le hubieran parecido veraces, pues todo el mundo había sido impregnado del odio visceral que le corroía lentamente, como una mala úlcera. Por el rabillo del ojo se le quedó mirando, viendo cómo se guardaba su sueldo sin pudor alguno.
-¿Y para qué lo necesita?- dijo con curiosidad, ocultando su repulsión ante el acto que acababa de presenciar. Incluso cuando el honor se mencionó, algo que sin duda conocía bien, no mostró ninguna mueca de desagrado al desvirtuar tan magnífico concepto. Al fin y al cabo, el estado de ánimo del muchacho convertía a todo y a todos en su enemigo.
Escucharía con atención lo que le contestara, más no encontraría respuesta alguna más que leves asensos de cordialidad. SE quedó quieto cuando los pasos en la lejanía le avisaron de que la patrulla se acercaba, dispuestos –aunque no lo suficiente como para ser puntuales- a cumplir con su misión.
SE movieron como un coordinado enjambre blanco y azul, tapando las entradas y apuntando con sus fusiles todo cuanto se movía, y hasta lo que no. Registraron, avanzaron y gritaron las misivas informando de que venían a cumplir la ley y asegurar la justicia. Qué sabían ellos, pensó el desgraciado empresario. Y uno a uno obligaron a todos los exconvictos ocultos a ponerse en fila, pasando revista a sus permisos y crímenes.
Un hombre, no lo suficiente viejo como para llamarle anciano pero sí como para llamarle señor, entró en escena. Era robusto, calvo y con una mirada fría y marcial, impropia para la escasez de puntualidad de la que se había quejado el peliblanco. De un simple vistazo podía notarse que no debían llevarse demasiado bien. Un paso tras otro, una vez su milicia había asegurado la zona, se acercó al centro de la sala para dedicarle unas cortas palabras al agente.
-Nos encargaremos de todo a partir de aquí- aseguró con una voz ronca y áspera-. Le agradecemos su colaboración- casi espetó.
Y poco después sus siervos uniformados fueron uno tras otro poniendo grilletes asegurando de que sólo se trataba de una mera formalidad. Alphonse no opuso resistencia, aunque deseaba hacerlo.
-Solo les tomaremos declaración en el cuartel y valoraremos si tienen algo que ver con la operación "Habichuelas". No tienen nada que temer si son inocentes- aseguraron con un matiz de reconfortante violencia. Reconfortante para ellos, claro. ¿Qué mejor que abusar de los criminales? Para ellos la justicia era injusta.
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Tomé el sobre con el dinero y lo deposité en un bolsillo de mi camisa. Como pensaba, no me sentía bien al tomarlo pues no había sido merecedora de ganar tanto dinero. Cuando el pelinegro me preguntó acerca de que iba a hacer con tal cantidad de dinero me tomé mi tiempo para responder. Pero tras pensarlo un rato finalmente abrí la boca para decir una verdad como un templo - El dinero es necesario en esta vida, sin él, no podría comer ni tener un lugar decente donde pasar la noche además de no conseguir nuevo equipo en caso del que ya tengo se rompa o quede desfasado - terminé de decir mirando hacia la puerta, esperando a que esta se abriese en cualquier momento.
El agente accedió a dejarme quedarme, es más , consideró que fue algo noble por mi parte. Los trabajadores estaban atemorizados, pues eran conscientes de que si se los llevaban probablemente no saldrían del cuartel. Al rato llegó el momento de la verdad. La puerta se abrió de par en par y varios soldados entraron apuntando con sus armas a todo el mundo, demandando que nos rindiéramos y pusiéramos las manos en alto. No quedó otra que obedecer, no estaba dispuesta a que me pegaran un tiro por una causa perdida.
- Por fin has venido, Seymour. Un poco tarde pero me vale con que hayas decidido deleitarnos con tu presencia - dijo sarcásticamente el agente a un señor que parecía ser el líder del escuadrón.
Este le dijo con una mirada de pocos amigos que se encargaría de lo que quedaba por hacer de la operación. El agente suspiró, posiblemente conociera la forma de ser del hombre. Incluso para alguien como yo no era difícil darse cuenta que aquellos dos individuos se llevaban como el perro y el gato. Luzbell me miró con una sonrisa débil y arqueando los hombros. Era como si me dijera que aquel hombre era imposible.
- Entonces, Teniente Comandante Seymour , te lo encargo. Más... hazme un favor y deja libres a los que no tienen nada que ver con este asunto. Sobre todo a la rubia y a su acompañante, recuerda que me debes varios favores. ¿ Recuerdas aquella vez en la operación "Ocaso" cuando casi mueres a mano de aquel temible capitán pirata? ¿Quién te salvó la vida e impidió que tus subordinados fueran víctimas de una masacre? - sonrió de oreja oreja, parecía disfrutar de aquello.
El marine se quedó callado matando con la mirada al agente. De no ser porque trabajan los dos para el gobierno, le hubiera dado un puñetazo en la cara. Se veía que tenía ganas de ellos pues su mano derecha no paraba de temblar. - ....Tú. Está bien, te haré este favor porque sé que me molestarás en el futuro. Pero no abuses de mi paciencia, sabes muy bien que no me gustan las personas como tú, Luzbell. Sin embargo, me los llevaré al cuartel para interrogarles. Quiero saber por qué tienes interés en ayudarles cuando no los conoces - dijo molesto el Teniente Comandante mientras ordenaba a sus hombres que comenzarán la escolta a la base.
Pasaron dos días en el cuartel de la marina del East Blue, hasta que finalmente, después de muchas horas de interrogatorio, accedieron a soltarnos pues no encontraron motivo alguno para dejarnos encerrados. Aparte de Boss y de mí, algunos de los ex empleados del señor Bean también fueron puestos en libertad. Era un pequeño grupo de unos diez hombres aproximadamente. A las puertas del cuartel, un hombre con un sombrero de copa nos aguardaba. Este emitió su peculiar sonrisa gatuna al verme.
- Espero que ese viejo cascarrabias no os haya hecho nada malo, en el fondo es buena gente aunque su temperamento diga lo contrario. En fin, iré directo al grano. Jovencita, estoy interesado en tí y me gustaría que vinieras conmigo a Ennies Loby. Ya sé que dije lo de la carta y eso pero no soy capaz de esperar tanto tiempo, por eso he venido a verte. Puedo ofrecerte comida, residencia, entrenamiento para pulir tus habilidades y dinero. Esta es una oferta que no muchas personas llegan a recibir, ¿que me dices? - me tendió la mano esperando que aceptase su oferta.
Considerando la opción, resultaba muy tentadora. Solo quería tener un lugar donde vivir y comida que llevarme a la boca. Pero lo que más despertaba mi curiosidad, lo que más me había llamado la atención del hombre era lo del entrenamiento. Yo era muy débil y un desastre como guardaespaldas y asesina así que no dudé en tomar su mano.
- Señor Boss - me giré mirando a mi ex cliente - Temo que las cosas hayan salido como le salieron y me vuelvo a disculpar por mi inutilidad. Le deseo un buen viaje y espero que nuestros caminos se vuelvan a cruzar algún día, espero que no como enemigos sinceramente. Dele a esos hombres un trabajo en el que no estén sobreexplotados y que reciban un buen sueldo, han pasado por muy malos ratos. Si alguna vez precisa de mi ayuda, puede ir a Alabasta. Poseo allí un domicilio y de vez en cuando me paso por aquel lugar. Hasta pronto - realicé una profunda reverencia a modo de despedida y hecho esto, partí con mi nuevo protector a recorrer un nuevo camino. El camino del Cipher Pol.
El agente accedió a dejarme quedarme, es más , consideró que fue algo noble por mi parte. Los trabajadores estaban atemorizados, pues eran conscientes de que si se los llevaban probablemente no saldrían del cuartel. Al rato llegó el momento de la verdad. La puerta se abrió de par en par y varios soldados entraron apuntando con sus armas a todo el mundo, demandando que nos rindiéramos y pusiéramos las manos en alto. No quedó otra que obedecer, no estaba dispuesta a que me pegaran un tiro por una causa perdida.
- Por fin has venido, Seymour. Un poco tarde pero me vale con que hayas decidido deleitarnos con tu presencia - dijo sarcásticamente el agente a un señor que parecía ser el líder del escuadrón.
Este le dijo con una mirada de pocos amigos que se encargaría de lo que quedaba por hacer de la operación. El agente suspiró, posiblemente conociera la forma de ser del hombre. Incluso para alguien como yo no era difícil darse cuenta que aquellos dos individuos se llevaban como el perro y el gato. Luzbell me miró con una sonrisa débil y arqueando los hombros. Era como si me dijera que aquel hombre era imposible.
- Entonces, Teniente Comandante Seymour , te lo encargo. Más... hazme un favor y deja libres a los que no tienen nada que ver con este asunto. Sobre todo a la rubia y a su acompañante, recuerda que me debes varios favores. ¿ Recuerdas aquella vez en la operación "Ocaso" cuando casi mueres a mano de aquel temible capitán pirata? ¿Quién te salvó la vida e impidió que tus subordinados fueran víctimas de una masacre? - sonrió de oreja oreja, parecía disfrutar de aquello.
El marine se quedó callado matando con la mirada al agente. De no ser porque trabajan los dos para el gobierno, le hubiera dado un puñetazo en la cara. Se veía que tenía ganas de ellos pues su mano derecha no paraba de temblar. - ....Tú. Está bien, te haré este favor porque sé que me molestarás en el futuro. Pero no abuses de mi paciencia, sabes muy bien que no me gustan las personas como tú, Luzbell. Sin embargo, me los llevaré al cuartel para interrogarles. Quiero saber por qué tienes interés en ayudarles cuando no los conoces - dijo molesto el Teniente Comandante mientras ordenaba a sus hombres que comenzarán la escolta a la base.
Pasaron dos días en el cuartel de la marina del East Blue, hasta que finalmente, después de muchas horas de interrogatorio, accedieron a soltarnos pues no encontraron motivo alguno para dejarnos encerrados. Aparte de Boss y de mí, algunos de los ex empleados del señor Bean también fueron puestos en libertad. Era un pequeño grupo de unos diez hombres aproximadamente. A las puertas del cuartel, un hombre con un sombrero de copa nos aguardaba. Este emitió su peculiar sonrisa gatuna al verme.
- Espero que ese viejo cascarrabias no os haya hecho nada malo, en el fondo es buena gente aunque su temperamento diga lo contrario. En fin, iré directo al grano. Jovencita, estoy interesado en tí y me gustaría que vinieras conmigo a Ennies Loby. Ya sé que dije lo de la carta y eso pero no soy capaz de esperar tanto tiempo, por eso he venido a verte. Puedo ofrecerte comida, residencia, entrenamiento para pulir tus habilidades y dinero. Esta es una oferta que no muchas personas llegan a recibir, ¿que me dices? - me tendió la mano esperando que aceptase su oferta.
Considerando la opción, resultaba muy tentadora. Solo quería tener un lugar donde vivir y comida que llevarme a la boca. Pero lo que más despertaba mi curiosidad, lo que más me había llamado la atención del hombre era lo del entrenamiento. Yo era muy débil y un desastre como guardaespaldas y asesina así que no dudé en tomar su mano.
- Señor Boss - me giré mirando a mi ex cliente - Temo que las cosas hayan salido como le salieron y me vuelvo a disculpar por mi inutilidad. Le deseo un buen viaje y espero que nuestros caminos se vuelvan a cruzar algún día, espero que no como enemigos sinceramente. Dele a esos hombres un trabajo en el que no estén sobreexplotados y que reciban un buen sueldo, han pasado por muy malos ratos. Si alguna vez precisa de mi ayuda, puede ir a Alabasta. Poseo allí un domicilio y de vez en cuando me paso por aquel lugar. Hasta pronto - realicé una profunda reverencia a modo de despedida y hecho esto, partí con mi nuevo protector a recorrer un nuevo camino. El camino del Cipher Pol.
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Alphonse estuvo como ausente la mayor parte del tiempo. Mientras le llevaban siquiera cruzó una palabra más con los otros detenidos, solo miró al frente y esperó. Cuando le llevaron a la celda compartida tampoco hizo nada más que mantener la actitud del ganado, sin solicitar siquiera un abogado, un vaso de agua o realizar una llamada a su familia. Se había acostumbrado a la inactividad, a dejar que el tiempo pasara mientras la realidad le maltrataba injustamente. Aguardaba al momento apropiado.
Cuando le separaron de los demás reos para realizar el interrogatorio, sonrió. La sala era oscura, tanto o más como los deseos de su alma. La luz del foco le golpeaba la cara, haciéndole pestañear por el dolor y el daño a sus retinas. Cerró los ojos y se sumió en el infierno rojo que se colaba a través de sus párpados. Intentaban jugar al marine bueno y marine malo, y a él le resultaba aburrido. Casi tedioso.
-¿Alguna vez se preguntan si el hombre corriente puede hacer algo para protegerse del sistema?- decidió interrumpir-. Me refiero a algún tipo de media real y legal, no a recurrir a la fuerza armada o huir con el corazón despechado a las filas de la revolución. Me intriga, la verdad, cómo la justicia puede ser a veces tan… difícil de complacer-siseó-. Ya les he dicho mis razones, mi propuesta de negocio para el señor Bean y mi… bueno, todo. Estoy cansado, muy cansado, y empiezo a sospechar de que las promesas del agente peliplateado se las llevará el viento. ¿Qué promesas?- dijo sin dar tiempo a los soldados para abrir la boca-. Para empezar parte de las pertenencias del señor Bean a modo de pago por mi generosa ayuda para destapar la red criminalística. Creo recordar que algo de unos barcos y el almacén, por no mencionar la contratación de los antiguos empleados como míos propios. Si cogen mi maletín, que seguramente habrán inspeccionado ya, encontrarán multitud de contratos cuyas cláusulas podrán afianzar todo y más de lo que les he contado.
Se levantó, arrastrando la silla de un simple movimiento en la oscuridad y sintió como el dueto se preparaba para un posible combate. Tras colocarse bien los puños de la camisa, o a intentarlo más bien, ya que las esposas le entorpecían, hizo una leve reverencia.
-Les agradecería que dieran la historia por despachada, y espero que sean más rápidos que la última vez que mi camino y el de la justicia se cruzaron. No me agradaría pasar otros cuatro meses en prisión- terminó amable, estirando las manos para que le soltaran cuanto antes posible.
Aunque su pequeña actuación no sirvió para tranquilizar a los marines, estaba limpio. Bueno, todo lo limpio que alguien que había iniciado al reconstrucción de Loguetown podía estar. Al Gobierno mundial no se le había pasado clasificar su expediente a las cotas más altas. Le dejaron ir, como a otros muchos cuyos papeles estaban en reglas o, aunque no lo estuvieran, que pasarían a engordar las filas de la “gloriosa” institución. La señorita Z entre ellos.
Escuchó su despedida sin interés pero con él en el rostro. La falsa amabilidad era una de las bases de la cordialidad y la educación al fin y al cabo. Sonrió con la boca y con los ojos respondiendo a su reverencia con una mucho más fluida y ensayada.
-¡Buon viaggio!-Fue lo único que dijo a la serpiente que se marchaba con una promesa de sueldo y manutención y que ni siquiera había hecho el amago de devolverle su dinero.
Retornó a la soledad de su hogar, descalzándose al entrar y tirándose sobre el sillón del salón. Estaba exhausto tras la aventura de dos días, lo suficiente como para dormir diez minutos más. Al final de su largo “día”, tan sólo tenía una cosa que agradecer: el dulce siseo de aquella corta y hermosa palabra. “Boss”.
Cuando le separaron de los demás reos para realizar el interrogatorio, sonrió. La sala era oscura, tanto o más como los deseos de su alma. La luz del foco le golpeaba la cara, haciéndole pestañear por el dolor y el daño a sus retinas. Cerró los ojos y se sumió en el infierno rojo que se colaba a través de sus párpados. Intentaban jugar al marine bueno y marine malo, y a él le resultaba aburrido. Casi tedioso.
-¿Alguna vez se preguntan si el hombre corriente puede hacer algo para protegerse del sistema?- decidió interrumpir-. Me refiero a algún tipo de media real y legal, no a recurrir a la fuerza armada o huir con el corazón despechado a las filas de la revolución. Me intriga, la verdad, cómo la justicia puede ser a veces tan… difícil de complacer-siseó-. Ya les he dicho mis razones, mi propuesta de negocio para el señor Bean y mi… bueno, todo. Estoy cansado, muy cansado, y empiezo a sospechar de que las promesas del agente peliplateado se las llevará el viento. ¿Qué promesas?- dijo sin dar tiempo a los soldados para abrir la boca-. Para empezar parte de las pertenencias del señor Bean a modo de pago por mi generosa ayuda para destapar la red criminalística. Creo recordar que algo de unos barcos y el almacén, por no mencionar la contratación de los antiguos empleados como míos propios. Si cogen mi maletín, que seguramente habrán inspeccionado ya, encontrarán multitud de contratos cuyas cláusulas podrán afianzar todo y más de lo que les he contado.
Se levantó, arrastrando la silla de un simple movimiento en la oscuridad y sintió como el dueto se preparaba para un posible combate. Tras colocarse bien los puños de la camisa, o a intentarlo más bien, ya que las esposas le entorpecían, hizo una leve reverencia.
-Les agradecería que dieran la historia por despachada, y espero que sean más rápidos que la última vez que mi camino y el de la justicia se cruzaron. No me agradaría pasar otros cuatro meses en prisión- terminó amable, estirando las manos para que le soltaran cuanto antes posible.
Aunque su pequeña actuación no sirvió para tranquilizar a los marines, estaba limpio. Bueno, todo lo limpio que alguien que había iniciado al reconstrucción de Loguetown podía estar. Al Gobierno mundial no se le había pasado clasificar su expediente a las cotas más altas. Le dejaron ir, como a otros muchos cuyos papeles estaban en reglas o, aunque no lo estuvieran, que pasarían a engordar las filas de la “gloriosa” institución. La señorita Z entre ellos.
Escuchó su despedida sin interés pero con él en el rostro. La falsa amabilidad era una de las bases de la cordialidad y la educación al fin y al cabo. Sonrió con la boca y con los ojos respondiendo a su reverencia con una mucho más fluida y ensayada.
-¡Buon viaggio!-Fue lo único que dijo a la serpiente que se marchaba con una promesa de sueldo y manutención y que ni siquiera había hecho el amago de devolverle su dinero.
Retornó a la soledad de su hogar, descalzándose al entrar y tirándose sobre el sillón del salón. Estaba exhausto tras la aventura de dos días, lo suficiente como para dormir diez minutos más. Al final de su largo “día”, tan sólo tenía una cosa que agradecer: el dulce siseo de aquella corta y hermosa palabra. “Boss”.
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