[Pasado Pre-Evento - Zane & Katharina] Corrida de peces luchadores, bailaores y cazarrecompensas. ¿Qué puede salir mal?

El ambiente demasiado alegre le agrada y al mismo tiempo desagradaba a la mujer de cabellos despeinados y rojizos que se encontraba sentada en el rincón de la taberna. Sus enormes orejas peludas que se alzaban desde su cabellera estaban atentas a cualquier ruido inusual que pudiera presentarse. Desde el cargamento de un fusil hasta el grito de guerra de un tonto pirata… Estaba atenta a todo. Así le habían enseñado durante su entrenamiento en la Orden Carmesí.

Llevaba un buen tiempo escapando de los malditos marines, y cada día que pasaba se arrepentía más y más de haber pertenecido al ejército del Gobierno Mundial. ¿Cómo ella había sido un perro más? Ahora, de cierta forma, podía saborear la libertad que tanto estaba luchando por mantener. Aún podía sentir el peso de los fríos grilletes y de solo recordarlo un sudor helado recorría su espalda. Pasó sus suaves dedos por la fea protuberancia alargada que tenía bajo la manga derecha. Aquella cicatriz fue el comienzo de una tortuosa labor.

Sumida en sus pensamientos olvidó que el vaso de cerveza negra ya estaba completamente vacío. Alzó la mirada en busca de algún mesero, pero no encontró ninguno. «Vaya taberna, ¿eh?», pensó ella. Antes de que todo comenzara, solía ir a sitios caros y lujosos en compañía de su padre… Pero de eso ya habían pasado más de 12 años. A veces le costaba recordar la voz de su padre, y ni hablar de su madre. Levantó la mano e intentó hacer una señal para que el cantinero se acercara.

—Otra cerveza, por favor —pidió ella con una amable sonrisa. Los hombres solían caer en los encantos de las mujeres, solo bastaba una bonita sonrisa y una mirada juguetona—. Soy nueva en la ciudad, ¿a qué se debe tanta celebración? ¡Desde hace muchísimo tiempo que no veo a tanta gente alegre!

Era cierto. Las personas de la taberna estaban demasiado alegres y se debía a la celebración de la Fiesta Nacional, pero la maga no lo sabía. Katharina no entendía nada acerca de dicha festividad, pues como le mencionó al cantinero, hacía muy poco que había llegado a la ciudad. ¿Tendría tiempo suficiente para divertirse antes de que los malditos marines aparecieran y comenzara la cómica persecusión? Tal vez podía encontrar algo interesante… Algo de valor, tal vez.

—¡En seguida, señorita! —Respondió Pepito— Si quieres saber de la Fiesta Nacional, hay muchos hombres en esta taberna que felices le explicarán lo que sucede a una chica tan guapa como tú.

La bruja no esperaba ese comentario, pero lo respondió con una amable —y falsa— sonrisa. Pepito se retiró con una gran sonrisa en su rostro y pronto volvió con la cerveza que Katharina había pedido. Le dio un sorbo. La suave espuma se pegó alrededor de su boca mientras el frío líquido negro escurría por su garganta. «¡Pero qué buen sabor!», pensó mientras dejaba la jarra en la mesa de madera.

Se estaba quitando la espuma que le había quedado en los labios cuando de repente escuchó los pasos de alguien acercarse. Sí, en medio de todo ese bullicio sus sentidos de asesina no le fallaban. Cuando levantó la mirada se encontró con un hombre bastante alto y de cabellos rojizos, quien despedía un fuerte olor a vino. Katharina sonrió y escuchó atentamente lo que el hombre decía. Así que definitivamente se encontraba en medio de una fiesta.

No pasó mucho tiempo —sólo unos pocos segundos— para que la bruja se diera cuenta del por qué creía haber visto ese rostro. Cuando estaba en la Marina, pasaba horas y horas reconociendo el rostro de los piratas más buscados del mundo. Zane, como se presentó él, se parecía demasiado a un pirata que había visto en uno de esos carteles, aunque no lograba recordar precisamente el por qué era buscado.

—¡Oh, ya veo! —Exclamó ella y luego le dio un sorbo más a la cerveza— Soy Selene. ¡Y escuché al cantinero! Definitivamente no bailaré esto —se negó rotundamente. Si hubiera ganado algo bailando, lo habría hecho, pero lo único que ganaría sería hacer el ridículo frente a las demás personas—. Prefiero piezas más… ¿cómo decirlo sin que suene ofensivo, pero en realidad lo es? ¡Ah, sí! Elegantes.

Esperaba que los demás no la escucharan, pues podía molestar a alguien. Pero era cierto. Desde pequeña se acostumbró a las piezas clásicas de música, compuestas por violinistas y pianistas. Su padre era un fanático de la música docta y su oído se acostumbró a composiciones más elaboradas. Por otra parte, ni siquiera sabía quién era Macarena. Si Zane esperaba que la pelirroja aceptase, podía comenzar por sentarse en una silla y contarse los cabellos de la cabeza.

Dentro de lo que mencionó el pelirrojo había algo que le llamó la atención. ¿El combate entre un gladiador y un pez gigante con cuernos? ¡Eso sonaba excepcional! ¡Extraordinario! Katharina quería ver con sus propios ojos a esa criatura y, en lo posible, apoderarse de ella. Si bien podía robarla y venderla al mejor postor, lo mejor era criarla para que se convirtiera en una máquina de batalla. Todo un plan siniestro se dibujó en su mente… Primero debía visitar el coliseo y evaluar las alternativas que tenía.

—Aunque tal vez ver la lucha entre el gladiador y la criatura sea algo mucho más interesante —comentó después de un rato, si es que el chico continuaba allí—. Incluso me gustaría apostar a por la victoria de la bestia. De casualidad, ¿sabes cómo puedo llegar hasta el coliseo?

La presencia de aquellos marines no era un problema demasiado grande para Katharina, después de todo la Marina no conocía su rostro actual. Además, cualquier marine de rango bajo caería en las artimañas de la bruja; solo con mostrar sus Insignias era capaz de mandar a callar a los reclutas más problemáticos. E su tiempo como marine había hecho muchas cosas, no llegó al punto de ser heroína, pero sí que puso en riesgo su vida más de una vez para cumplir con su trabajo.

Le agradó la idea del muchacho de cabellos rubios de pasar en frente de los capasblancas, pareciendo que no le importaba ser descubierto. La pelirroja sonrió y luego le siguió dando pequeños saltitos hacia el frente, como si fuera una niña pequeña. Al pasar por al lado de uno de ellos, el hombre la miró y ella no quitó la mirada, perforando al marine con sus dorados ojos de bruja.

Caminaron por la ciudad y al cabo de un rato llegaron al coliseo. Consistía en una edificación de varias decenas de metros de altura, múltiples arcos situados en las caras visibles de la construcción y un montón de gente se disponía a sus alrededores. Por lo que Katharina contó, contaba con al menos cuatro niveles, aunque de seguro que también tenía un par de mazmorras.

—¡Qué bien! Al menos no gastaremos dinero en pagar la entrada —expresó alegremente cuando supo que era entrada liberada. Estaba allí para hacerse de berries, no para gastarlos.

La cola parecía infinita, pero avanzaba rápidamente.

—Me gustaría que la bestia marina gane —comentó de repente, mientras hacían la fila. Y en sus palabras no había mentido. Le encantaban las bestias, los animales y mientras más exóticos fuesen, mejor; no había encontrado nada igual como la guadaña mitológica, el arma y criatura que la había acompañado durante años—. Es fácil encontrar a un buen gladiador, lo entrenas durante unos años y ya está, pero una bestia exótica… Son difíciles de encontrar, muy difíciles. ¡Si fuera la gladiadora, haría lo posible para ganar y quedarme con ella!

Tras unos minutos de espera por fin entraron, les colocaron pulseras en las muñecas con el fin de identificarlos como espectadores y luego entraron. El lugar era inmenso por dentro, contaba con varios puestos de venta y comida; de seguro que el coliseo era una atracción turística única en el mundo. Había espacio para albergar a varios centenares de personas, ¡si es que no a miles!

—Preferiría una hamburguesa —declaró la pelirroja con los ojos puestos en Zane.

El pelirrojo desapareció por un momento para comprar algo de comer y beber, dejando sola a la bruja. Tuvo tiempo para contar las salidas y elaborar mentalmente posibles rutas de escape, usando su aguda inteligencia y amplios conocimientos de ladrona. Nadie sabía si aquel día se encontraría con una buena cartera para robar o, esperaba que no, tener que huir del Coliseo por alguna impensada razón. Era un hábito de Katharina, llegar y observar el lugar y analizar a la gente. En unos pocos minutos reparó en un hombre calvo y medio gordo, acompañado de una lujoriosa mujer de estrecha cintura; el sujeto vestía un elegante traje, aparentemente de seda. La pelinegra del vestido plateado llevaba una que otra joya cara. También había otras parejas de bien status económico. Seguro que la pelirroja conseguiría llevarse algo consigo, de lo contrario, sería una ofensa a su trabajo como ladrona.

El pirata llegó con la hamburguesa de la bruja y algunos refrescos, aunque ella quedó algo decepcionada. «¿Se supone que tengo que sobrevivir con esto...?», se preguntó a sí misma después de coger el alimento. Constantemente estaba gastando energías, por lo que se convirtió en una mujer bastante glotona. Y lo mejor de todo es que ni siquiera tenía que cuidarse, ya que sus poderes mágicos corregían cualquier imperfección. Después de que supo que en el Coliseo no se vendía alcohol, decidió intervenir. Primero que todo, la hamburguesa era demasiado pequeña y faltaban las patatas fritas, además de una buena cerveza. Por suerte contaba con las habilidades necesarias para cumplir su capricho, aunque le tendría que decir a su compañero, pues el jugo no se convertiría en alcohol así de la nada.

Al coger la hamburguesa, la agrandó el doble y transformó el jugo en cerveza, usó el dominio sobre el frío para congelarla y le dio un buen sorbo. Lamentablemente su poder no era conjurar cosas, sino más bien transformar otras, por lo que necesitaba algo material para convertir en patatas fritas. Estaba dentro de sus capacidades convertir incluso una tuerca en alimento, pero la procedencia de estos le causaba... desconfianza. Prefería transmutar alimentos en otros, agrandarlos o encogerlos, incluso cambiarles el sabor. Sacó un pepinillo que tenía su hamburguesa y lo transformó en una patata frita.

—Si quieres puedo transformar tu refresco en cerveza —le comentó sin cuidado, queriendo ser amable—. Tengo el curioso poder de poder transformar alimentos en otros, y lo mismo con bebidas.

En el escenario apareció un sujeto de apariencia... ridícula. De alguna forma era bueno, pues daría comienzo a la gran pelea. La bruja estaba ansiosa por quedarse con la bestia, así que si era necesario intervenir, lo haría.