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Luka Rooney
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Quinientos mil berris. Aquella suma sería suficiente para uno de los mejores sitios de primera clase de un semilujoso buque de travesía. Sin embargo, había sido la cantidad fijada para llevarme en un maloliente barco de contrabando de tubérculos. Y aquello, tras mucho regatear…
“Sin duda, la vida de delincuente está cara. Espero que valga la pena”
El viaje había sido largo, con una extraña sensación que lo hizo, por unos instantes, eterno. Con un simple ojo de buey por el que recibía algo de luz y podía divisar cómo iba el recorrido, empecé a divagar sobre extrañas teorías sobre por qué íbamos tan lentos.
Incluso pensé en saltar al mar e ir nadando yo mismo, pero pronto me quite la idea de la cabeza al ver tierra a lo lejos.
Y es que, tras meses nadando de isla en isla, decidí postponer este afán aventurero para darle más importancia a la salud que a la diversión, algo que a priori parecía complicado, pero que no debería costarme mucho.
Al llegar a la isla, noté como el mismo hombre agarrado con demasiadas ganas de regatear abría la puerta “secreta” de la sala donde me encontraba.
-Acabamos de llegar, caballero.
-Gracias por avisar. Entre estar parados y la velocidad que llevábamos no percibía cambio alguno.- Espeté con ironía mientras le daba una bolsa con la segunda parte del pago acordado.
La amabilidad de aquel buen hombre era tal, que a cambio de dicha cantidad, a parte del viaje, me regaló una pieza de fruta.
Salí malhumorado de aquel barco mientras daba bocados a la insulsa fruta, ojeando la isla a la que habíamos llegado.
No me pude informar mucho sobre qué había allí. Lo único que tenía claro era que la isla estaba bajo el control del gobierno mundial. Y aquello quería decir dos cosas, básicamente, que era un sitio rico, y que en la zona de la civilización me podía encontrar algo que ni me gustase.
Sin embargo, no había ido allí con ningún propósito fijado y, desde mi posición, pude ver cómo la zona con elegantes casas aún quedaba bien lejos. Cerca de mi había humanos trabajando en labores de ganadería y cultivo.
“¿Serán exclavos?” Me pregunté ante la manera tan robótica que tenían de hacer su trabajo.
Aproveche la capucha de la capa que llevaba puesta para cubirme el rostro en su totalidad, de aquella manera pasaría más inadvertido, aunque dada la altura que me habían provisto los genes, era ciertamente complicado.
La tripulación llegó a una gigantesca isla llamada Reddo Teikoku. Realmente el puerto se hallaba en la enorme ciudad de la orilla, pero al joven Yuu no le pareció buena idea atracar en ese lugar. ¿Cuál fue su idea, entonces? Atracar en una pequeña cala, alejada de allí. Por su parte, aquel día quería ir en solitario, sin nadie que le molestase. Sus objetivos no estaban establecidos del todo pero, según había visto, la ciudad que habían visto parecía bastante desarrollada. ¿Qué significa eso a ojos de un ladrón? Objetos valiosos y dinero.
Para alcanzar la civilización tuvo que atravesar una cueva, en la cual no había absolutamente nada. Al salir de ella, vería una pequeña aldea de granjeros a lo lejos. Con parsimonia, Yuu caminó hasta allí, pudiendo divisar a medida que se acercaba que allí había guardias. “No son de la marina… ni tampoco del gobierno. Tienen armaduras, y también armas a la vista. Pero… ¿quién coño son?” pensó el pirata, desconcertado por quién era el gobernante de aquella isla. Si quería hacer de las suyas, tendría que evitar a esos sujetos o, en todo caso, acabar con su vida y seguir adelante. Si no le tocaban mucho la moral, Yuu optaría por la primera opción.
Siguió caminando, intentando observar todo lo que estaba a su alrededor. Allí no encontraría demasiado, era una zona pobre y ni siquiera tendrían bienes materiales que le resultaran valiosos al ladrón. Él buscaba oro, plata, piedras preciosas… y esa aldea no le daría lo que buscaba. Los guardias tenían la mirada fija en él. Por alguna extraña razón, les parecía sospechoso. No tardaría mucho en averiguar el porqué, pues uno de ellos se puso delante de él mientras caminaba por un calle poco concurrida, cortándole el paso.
– Escúchame, extranjero. No denegamos la entrada a ningún foráneo, pero… tememos que esas armas que llevas puedan perjudicar a nuestro pueblo. – comentó.
– Oh, no se preocupe por mí. Simplemente he venido por ocio, no pretendo hacerle daño a nadie. Además, estas espadas no cortan, tranquilo. Son de pura decoración. Ya sabe… me gusta aparentar que soy un samurái, aunque no lo sea. – mintió, cambiando su tono de voz al de alguien calmado e inofensivo, mostrándoles una falsa sonrisa.
– Nos parece bien que vengas con esos fines a la isla, pero… déjame examinar esas espadas. Debo asegurarme de que dices la verdad. Perdona las molestias. – insistió de nuevo, el soldado.
A Yuu no le quedaba más remedio. Miró hacia todos los lados para cerciorarse de que no había nadie más a parte del soldado que le retenía y dos más, a ambos lados del pirata.
– Por lo visto me han tocado los soldados gilipollas de turno. ¿A cuántos dejaréis pasar con espadas? Seguro que a muchos. Entonces, ¿por qué venís a tocarme los cojones con que las espaditas están prohibidas? Mirad, hacemos una cosa. Cinco-mil berries para cada uno si me dejáis pasar. ¿Hay trato?
– No toleraremos tales insolencias. Los soldados de Reddo Teikoku no aceptamos sobornos. Estás arrestado. – el trío desenvainó sus espadas.
– Pero seréis subnormales. – comentó el pirata, a la par que suspiraba. Inmediatamente, creó una espada sobre cada una de las cabezas de los soldados. Como el filo apuntaba hacia su cráneo, la gravedad hizo el resto. Una vez fueron completamente ensartados al no llevar casco, siguió su camino hacia delante, con la misma parsimonia con la que empezó. – ¿Debería de…? Sí, será mejor que lo haga. – dijo en voz alta el pelinegro.
Hizo desaparecer las armas del cuerpo de los hombres y creó un saco grande donde metería los tres cuerpos. Acto seguido, arrastró la gran bolsa hacia fuera del pueblo mediante un carro, para que le fuese más llevadera la tarea. Tanto el carro como los sujetos muertos acabaron en el río que cerca de él se hallaba. Borrado su rastro, avanzó hasta volver al camino que seguía hasta la ciudad, la cual se podía divisar muy a lo lejos. Durante la ruta, vio algo demasiado sospechoso… un sujeto de una altura considerablemente alta y una musculatura muy marcada caminaba a escasos metros de él. Además de esos datos… lo que le hacía aún más sospechoso era el hecho de que llevase capucha. Sabía que no había nadie tan imbécil como para llevarla a no ser que lloviese o quisiese pasar desapercibido, aún así… quiso hacerlo.
– ¡Hey, que no llueve, gigantón! – declaró en voz alta el pirata, con una pícara sonrisa en su rostro.
Para alcanzar la civilización tuvo que atravesar una cueva, en la cual no había absolutamente nada. Al salir de ella, vería una pequeña aldea de granjeros a lo lejos. Con parsimonia, Yuu caminó hasta allí, pudiendo divisar a medida que se acercaba que allí había guardias. “No son de la marina… ni tampoco del gobierno. Tienen armaduras, y también armas a la vista. Pero… ¿quién coño son?” pensó el pirata, desconcertado por quién era el gobernante de aquella isla. Si quería hacer de las suyas, tendría que evitar a esos sujetos o, en todo caso, acabar con su vida y seguir adelante. Si no le tocaban mucho la moral, Yuu optaría por la primera opción.
Siguió caminando, intentando observar todo lo que estaba a su alrededor. Allí no encontraría demasiado, era una zona pobre y ni siquiera tendrían bienes materiales que le resultaran valiosos al ladrón. Él buscaba oro, plata, piedras preciosas… y esa aldea no le daría lo que buscaba. Los guardias tenían la mirada fija en él. Por alguna extraña razón, les parecía sospechoso. No tardaría mucho en averiguar el porqué, pues uno de ellos se puso delante de él mientras caminaba por un calle poco concurrida, cortándole el paso.
– Escúchame, extranjero. No denegamos la entrada a ningún foráneo, pero… tememos que esas armas que llevas puedan perjudicar a nuestro pueblo. – comentó.
– Oh, no se preocupe por mí. Simplemente he venido por ocio, no pretendo hacerle daño a nadie. Además, estas espadas no cortan, tranquilo. Son de pura decoración. Ya sabe… me gusta aparentar que soy un samurái, aunque no lo sea. – mintió, cambiando su tono de voz al de alguien calmado e inofensivo, mostrándoles una falsa sonrisa.
– Nos parece bien que vengas con esos fines a la isla, pero… déjame examinar esas espadas. Debo asegurarme de que dices la verdad. Perdona las molestias. – insistió de nuevo, el soldado.
A Yuu no le quedaba más remedio. Miró hacia todos los lados para cerciorarse de que no había nadie más a parte del soldado que le retenía y dos más, a ambos lados del pirata.
– Por lo visto me han tocado los soldados gilipollas de turno. ¿A cuántos dejaréis pasar con espadas? Seguro que a muchos. Entonces, ¿por qué venís a tocarme los cojones con que las espaditas están prohibidas? Mirad, hacemos una cosa. Cinco-mil berries para cada uno si me dejáis pasar. ¿Hay trato?
– No toleraremos tales insolencias. Los soldados de Reddo Teikoku no aceptamos sobornos. Estás arrestado. – el trío desenvainó sus espadas.
– Pero seréis subnormales. – comentó el pirata, a la par que suspiraba. Inmediatamente, creó una espada sobre cada una de las cabezas de los soldados. Como el filo apuntaba hacia su cráneo, la gravedad hizo el resto. Una vez fueron completamente ensartados al no llevar casco, siguió su camino hacia delante, con la misma parsimonia con la que empezó. – ¿Debería de…? Sí, será mejor que lo haga. – dijo en voz alta el pelinegro.
Hizo desaparecer las armas del cuerpo de los hombres y creó un saco grande donde metería los tres cuerpos. Acto seguido, arrastró la gran bolsa hacia fuera del pueblo mediante un carro, para que le fuese más llevadera la tarea. Tanto el carro como los sujetos muertos acabaron en el río que cerca de él se hallaba. Borrado su rastro, avanzó hasta volver al camino que seguía hasta la ciudad, la cual se podía divisar muy a lo lejos. Durante la ruta, vio algo demasiado sospechoso… un sujeto de una altura considerablemente alta y una musculatura muy marcada caminaba a escasos metros de él. Además de esos datos… lo que le hacía aún más sospechoso era el hecho de que llevase capucha. Sabía que no había nadie tan imbécil como para llevarla a no ser que lloviese o quisiese pasar desapercibido, aún así… quiso hacerlo.
– ¡Hey, que no llueve, gigantón! – declaró en voz alta el pirata, con una pícara sonrisa en su rostro.
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País de sabiduría y comercio, nada mal. Suficientes motivos como para que la bruja considerase tomar un barco cualquiera y dirigirse hacia Reddo Teikoku. La embarcación no era para nada ostentosa, más bien contaba con unas pocas y destartaladas habitaciones, un pequeño comedor y muchas bodegas. El capitán afirmaba ser un hombre de negocios y quería probar suerte con el vino que llevaba a bordo. Katharina había tenido la mala suerte de probarlo; un amargo y aguado vino, nada sabroso.
Durante un par de semanas estuvo aguantando el cortejo del capitán y alguno de sus hombres. Apenas pudo tomar un baño y la comida era horripilante, ¿en qué minuto había pensado en viajar en un barco tan precario? Pero, al menos, cuando practicaba sus conjuros ninguno de los tripulantes se atrevía a mirar o siquiera hacer una pregunta. Ese miedo que sentían era algo que a Katharina le fascinaba.
Cuando la bruja bajó del barco estiró los brazos y tomó una bocanada de aire, gozó los rayos de sol que se infitraban por entre las nubes y luego visualizó el paisaje que tenía en frente. No había nada digno de recalcar, salvo algunas rocas bastante peculiares. Se despidió apresuradamente de los marineros y comenzó su caminata. La gente que pasaba a su alrededor se le quedaba mirando, pues llevar una enorme guadaña de aspecto demoníaco no daba buena espina.
«Guardias, ¿eh? Igual que en Luethenia… Seguro que darán un montón de problemas si es que no hago lo que dicen», pensó e inmediatamente se puso de mal humor. Frunció el ceño y caminó un momento con los ojos cerrados, rogando para que no le dieran problemas. Caminaba por las calles del pueblo cuando, de repente, una escena le pareció de lo más interesante. Los soldados decidieron interceptar a un hombre que portaba algunas espadas, explicándole que necesitaba ver esas armas para comprobar que no supondría ningún problema.
La pelirroja pegó su cuerpo a la pared para que nadie la viera y lentamente acercó la cabeza hacia el callejón. La discusión entre el extranjero y los soldados terminó en… ¿Espadas saliendo de la nada? ¿Qué rayos? Las armas convocadas atravesaron a los soldados, quienes cayeron al suelo. Katharina sabía que podía meterse en problemas si alguien sabía que había presenciado un asesinato, así que dejó de mirar, suspiró y continuó caminando. El corazón le palpitaba rápidamente y su mente proyectaba imágenes de ella siendo perseguida por el asesino.
—No hay nada que temer —se dijo a sí misma—, de cualquier forma puedo defenderme.
Era cierto. Contaba con muchas técnicas y su poderosa arma para defenderse de un vulgar asesino de soldados. No le parecía mal asesinar, pero ¿rebajarse a deshacerse de hombres que no suponían un reto? Si el Asesino de guardias tenía la habilidad de convocar espadas, de seguro que era usuario de alguna fruta del diablo. Quería dejar de pensar en lo que vio; cada segundo que pasaba había hombres que morían. ¿Qué tan diferente era que unos fueran asesinados?
Después de comprar algunas cosas en el pueblo, volvió al camino para así dirigirse hacia la ciudad. Allí sí estaba todo el conocimiento, las joyas y el dinero. Estaba todo lo que Katharina necesitaba. Sin embargo, sus pensamientos fueron interrumpidos por el grito de un hombre. Entonces alzó la mirada y se encontró nuevamente con el Asesino de guardias, quien le estaba gritando a un sujeto de altura impresionante. Además, se estaba burlando de él.
—Además de asesino, eres bufón —declaró Katharina con los ojos puestos en el hombre.
Durante un par de semanas estuvo aguantando el cortejo del capitán y alguno de sus hombres. Apenas pudo tomar un baño y la comida era horripilante, ¿en qué minuto había pensado en viajar en un barco tan precario? Pero, al menos, cuando practicaba sus conjuros ninguno de los tripulantes se atrevía a mirar o siquiera hacer una pregunta. Ese miedo que sentían era algo que a Katharina le fascinaba.
Cuando la bruja bajó del barco estiró los brazos y tomó una bocanada de aire, gozó los rayos de sol que se infitraban por entre las nubes y luego visualizó el paisaje que tenía en frente. No había nada digno de recalcar, salvo algunas rocas bastante peculiares. Se despidió apresuradamente de los marineros y comenzó su caminata. La gente que pasaba a su alrededor se le quedaba mirando, pues llevar una enorme guadaña de aspecto demoníaco no daba buena espina.
«Guardias, ¿eh? Igual que en Luethenia… Seguro que darán un montón de problemas si es que no hago lo que dicen», pensó e inmediatamente se puso de mal humor. Frunció el ceño y caminó un momento con los ojos cerrados, rogando para que no le dieran problemas. Caminaba por las calles del pueblo cuando, de repente, una escena le pareció de lo más interesante. Los soldados decidieron interceptar a un hombre que portaba algunas espadas, explicándole que necesitaba ver esas armas para comprobar que no supondría ningún problema.
La pelirroja pegó su cuerpo a la pared para que nadie la viera y lentamente acercó la cabeza hacia el callejón. La discusión entre el extranjero y los soldados terminó en… ¿Espadas saliendo de la nada? ¿Qué rayos? Las armas convocadas atravesaron a los soldados, quienes cayeron al suelo. Katharina sabía que podía meterse en problemas si alguien sabía que había presenciado un asesinato, así que dejó de mirar, suspiró y continuó caminando. El corazón le palpitaba rápidamente y su mente proyectaba imágenes de ella siendo perseguida por el asesino.
—No hay nada que temer —se dijo a sí misma—, de cualquier forma puedo defenderme.
Era cierto. Contaba con muchas técnicas y su poderosa arma para defenderse de un vulgar asesino de soldados. No le parecía mal asesinar, pero ¿rebajarse a deshacerse de hombres que no suponían un reto? Si el Asesino de guardias tenía la habilidad de convocar espadas, de seguro que era usuario de alguna fruta del diablo. Quería dejar de pensar en lo que vio; cada segundo que pasaba había hombres que morían. ¿Qué tan diferente era que unos fueran asesinados?
Después de comprar algunas cosas en el pueblo, volvió al camino para así dirigirse hacia la ciudad. Allí sí estaba todo el conocimiento, las joyas y el dinero. Estaba todo lo que Katharina necesitaba. Sin embargo, sus pensamientos fueron interrumpidos por el grito de un hombre. Entonces alzó la mirada y se encontró nuevamente con el Asesino de guardias, quien le estaba gritando a un sujeto de altura impresionante. Además, se estaba burlando de él.
—Además de asesino, eres bufón —declaró Katharina con los ojos puestos en el hombre.
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No podía dejar de pensar que sí, que eran esclavos. En sus rostros se veía una vida llena de penurias. Continué, inmerso en mis pensamientos, ojeando cómo miraban al suelo aterrorizados de poder llegar a ver a alguien que... ¿Les siguiese atormentando?
Negué con el rostro lo que estaba viendo. Aquella gente no merecía un trato así. Seguían siendo seres humanos al fin y al cabo, por lo que su existencia no era la pertenencia de nadie, por mucho dinero que pudieran poner sobre la mesa.
Pero entonces, alguien me sacó de mis pensamientos de una manera un tanto… brusca, quizá. Evidenciando que no llovía, aquél estúpido humano tenía depositada una mirada excesivamente fija en mi.
“Y adiós a la discreción. Aunque no es que se me diese demasiado bien…”
Siendo consciente de lo que conllevaba, así como el peligro que podría llegar a ser que me reconocieran en una isla como aquella, me quité la capucha a la par que miraba desafiante al humano.
Pensé que sí que llovía, pero gracias. - Espeté de manera fría mirándole con un semblante serio para después iniciar el recorrido en dirección al poblado.
Pero una nueva voz, está algo más femenina, me hizo parar en seco.
“¿ASESINO?”
Rápidamente me giré, intentando divisar de donde provenía aquella voz, aunque tras un par de segundos sin obtener respuesta, fijé de nuevo la mirada en el humano a la par que me quitaba la gabardina y la metía en la mochila, dejando así como ropajes un pantalón largo de color oscuro y un jersey de color salmón.
Parece que no eres un simple humano. ¿Acaso vives aquí? ¿A quien has asesinado? - Espeté con un claro tono acusador a la par que me acercaba al humano sin dejar de mirar sus katanas.
”Qué topicazo. Un espadachín asesino… Veremos de qué está hecho” Pensé con una semi sonrisa en el rostro.
No es que fuera a atacarle como si nada. No al menos de primeras. Escucharía qué tenía que decirme y en función de ello, actuaría de una manera u otra. Pero en ningún caso le perdonaría si tenía algo que ver con la gente que había estado observando durante minutos. Ningún esclavista debería vivir.
Negué con el rostro lo que estaba viendo. Aquella gente no merecía un trato así. Seguían siendo seres humanos al fin y al cabo, por lo que su existencia no era la pertenencia de nadie, por mucho dinero que pudieran poner sobre la mesa.
Pero entonces, alguien me sacó de mis pensamientos de una manera un tanto… brusca, quizá. Evidenciando que no llovía, aquél estúpido humano tenía depositada una mirada excesivamente fija en mi.
“Y adiós a la discreción. Aunque no es que se me diese demasiado bien…”
Siendo consciente de lo que conllevaba, así como el peligro que podría llegar a ser que me reconocieran en una isla como aquella, me quité la capucha a la par que miraba desafiante al humano.
Pensé que sí que llovía, pero gracias. - Espeté de manera fría mirándole con un semblante serio para después iniciar el recorrido en dirección al poblado.
Pero una nueva voz, está algo más femenina, me hizo parar en seco.
“¿ASESINO?”
Rápidamente me giré, intentando divisar de donde provenía aquella voz, aunque tras un par de segundos sin obtener respuesta, fijé de nuevo la mirada en el humano a la par que me quitaba la gabardina y la metía en la mochila, dejando así como ropajes un pantalón largo de color oscuro y un jersey de color salmón.
Parece que no eres un simple humano. ¿Acaso vives aquí? ¿A quien has asesinado? - Espeté con un claro tono acusador a la par que me acercaba al humano sin dejar de mirar sus katanas.
”Qué topicazo. Un espadachín asesino… Veremos de qué está hecho” Pensé con una semi sonrisa en el rostro.
No es que fuera a atacarle como si nada. No al menos de primeras. Escucharía qué tenía que decirme y en función de ello, actuaría de una manera u otra. Pero en ningún caso le perdonaría si tenía algo que ver con la gente que había estado observando durante minutos. Ningún esclavista debería vivir.
Yuu no se arrepintió de haber dicho eso. Nunca lo hacía, de hecho. Siempre decía lo que pensaba sin ningún tipo de tapujos y asumía las consecuencias fuesen las que fuesen. Si no lo hiciese su vida no tendría ninguna diversión, al fin y al cabo. En cualquier caso, las consecuencias estaban a punto de golpear en la cara al pirata. Detrás de él, una voz femenina habló, llamando al pelinegro asesino. Lo de bufón le dio igual… pero lo otro le hizo pensar que claramente alguien había visto lo que había hecho minutos atrás. ¿Qué otra razón habría, puesto que el pirata no tenía fama de asesino? O… quizás si que la tenía. Era algo que escapaba a su conocimiento.
Antes de que la voz de la fémina entrase en acción, cabe aclarar que el sujeto en cuestión respondió al ladrón, de una forma un tanto extraña, como si estuviera ignorando que aquello fue un comentario de mal gusto. De todas formas… eso traía sin cuidado. El individuo no era humano, lo cual dejó sorprendido al pirata. No sería hasta que se acercase a él, tras oír las acusaciones de la mujer, que vería que en realidad era un hombre pez. Y uno bastante ciclado, a decir verdad, con una nariz que podría partir un metal incluso. Al parecer pareció acusarle él también, como de costumbre. “Pero qué sensible es la gente… de verdad.” pensó el pelinegro.
– Calma, calma. – intentó apaciguar al tiburón, mientras retrocedía y miraba de reojo a la principal acusadora – ¿Por qué te alteras tanto, grandullón? ¿Siquiera sabes si las palabras de esta mujer son ciertas? Mira, tío, baja esos humos, ¿vale? No vivo aquí ni viviría, ni siquiera aguantaría vivir en esta mierda de pueblo. Solo voy a la ciudad. – espetó una sonrisa un tanto malévola. – Tengo… negocios que hacer allí.
Tras esto, el joven se dio la vuelta para apreciar en su totalidad el aspecto de la muchacha. Como muchos en los mares, contaba con un peculiar aspecto que la distinguía de cualquier ciudadano de a pie. Eso sí… al pirata pareció gustarle, dado que era bastante apuesta.
– Bueno, lamento no poder discutir más con vosotros. He de marchar allí a… hacer cosas. – le guió el ojo a la mujer, a la par que le mostraba una pícara sonrisa. Acto seguido, volvió a girarse hacia el gyojin. – Quizás nos veamos allí, quién sabe. En fin… adiós.
Apartó con la mano al hombre pez y siguió su camino con calma. Por si acaso… activó su haki. No quería que el gyojin hiciese movimientos bruscos que acabasen con él en el suelo… al menos de momento.
Antes de que la voz de la fémina entrase en acción, cabe aclarar que el sujeto en cuestión respondió al ladrón, de una forma un tanto extraña, como si estuviera ignorando que aquello fue un comentario de mal gusto. De todas formas… eso traía sin cuidado. El individuo no era humano, lo cual dejó sorprendido al pirata. No sería hasta que se acercase a él, tras oír las acusaciones de la mujer, que vería que en realidad era un hombre pez. Y uno bastante ciclado, a decir verdad, con una nariz que podría partir un metal incluso. Al parecer pareció acusarle él también, como de costumbre. “Pero qué sensible es la gente… de verdad.” pensó el pelinegro.
– Calma, calma. – intentó apaciguar al tiburón, mientras retrocedía y miraba de reojo a la principal acusadora – ¿Por qué te alteras tanto, grandullón? ¿Siquiera sabes si las palabras de esta mujer son ciertas? Mira, tío, baja esos humos, ¿vale? No vivo aquí ni viviría, ni siquiera aguantaría vivir en esta mierda de pueblo. Solo voy a la ciudad. – espetó una sonrisa un tanto malévola. – Tengo… negocios que hacer allí.
Tras esto, el joven se dio la vuelta para apreciar en su totalidad el aspecto de la muchacha. Como muchos en los mares, contaba con un peculiar aspecto que la distinguía de cualquier ciudadano de a pie. Eso sí… al pirata pareció gustarle, dado que era bastante apuesta.
– Bueno, lamento no poder discutir más con vosotros. He de marchar allí a… hacer cosas. – le guió el ojo a la mujer, a la par que le mostraba una pícara sonrisa. Acto seguido, volvió a girarse hacia el gyojin. – Quizás nos veamos allí, quién sabe. En fin… adiós.
Apartó con la mano al hombre pez y siguió su camino con calma. Por si acaso… activó su haki. No quería que el gyojin hiciese movimientos bruscos que acabasen con él en el suelo… al menos de momento.
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La alta figura que, en un principio estaba encapuchada, ahora mostraba ser alguien mucho más...interesante. Katharina no había tenido muchas oportunidades de encontrarse con un hombre pez, después de todo el Gobierno no tenía buena relación con los de su especie. Podía ser interesante, pensó cuando sus ojos recorrieron al tipo. Por lo que escuchó la bruja, no parecía alguien que captara rápidamente las bromas… Eso, o que era demasiado idiota.
Antes de que el hombre de cabellos negros comenzara a hablar, Katharina había activado su mantra. Vio cómo asesinó a dos hombres, observó detenidamente cómo había hecho aparecer espadas de la nada. No era alguien normal y, como siempre, debía andarse con mucho cuidado. Se veía un hombre problemático, sus comentarios tendían a caer mal, pero a la bruja le hizo gracia cuando respondió que no viviría en aquel pueblo de mierda. Soltó una sonrisa medio burlesca y luego acomodó la enorme guadaña que llevaba en la espalda.
—Ni siquiera sé quién eres, Asesino de guardias. ¿Qué saco yo con mentir? Estoy segura que si hacen un conteo de los soldados, faltarán exactamente dos. Los dos que tú mataste —aseguró la bruja sin delicadeza—. Como dije antes, no obtengo nada con acusar a un hombre que nadie conoce, pero… —una siniestra sonrisa se dibujó en el rostro de la pelirroja y sus ojos parecían devorar al pelinegro— De seguro que puedes comprar mi silencio.
Algo bueno tenía que sacar de todo eso, después de todo era testigo de un asesinato y si las autoridades locales comenzaban a investigar, tarde o pronto pedirían su testimonio. Andar asesinando gente porque sí no era buena idea, menos a plena luz del día y sin haber corroborado —al menos perfectamente— que había alguien espiando. ¿Acaso no usó mantra? Aunque… Podía no tenerlo despertado, duda que pronto tendría respuesta. De por sí la presencia de Katharina no era como la de las demás personas, gracias al Haoshoku Haki. ¿Quién pensaría que ella tuviera el Haki del Conquistador? Si el pelinegro usaba mantra sobre Katharina, de seguro que su reacción tenía mucho que decir.
Por otro lado, no reparó mucho del gyojin, salvo cuando el pelinegro lo corrió con la mano. Eso no era algo decente, claro que no. Ese simple gesto podía provocar una seria pelea, incluso la muerte. ¿Tan descuidado era? ¿Con qué propósito provocaba a los demás? Katharina no podía negar que no le causaba curiosidad, además contaba con esa extraña habilidad que ella quería ver.
—Un momento. Tú no te irás a ningún lado sin mí —dijo la pelirroja—. Además, también tengo negocios que hacer en la ciudad.
Si el hombre se resistía o intentaba huir, sólo le bastaría usar la Telequinesis para apresarlo y moverlo como si de un muñeco de trapo se tratase. No aparentaba ser de esos que tenía una gran fortaleza física, aunque Katharina no era tan idiota como para confiar en aspectos tan superficiales. Si bien estaba preocupada del asesino, no había reparado mucho en el gyojin y también podía ser una molestia. Lo menos que quería era involucrarse en una pelea con alguien de su clase.
Antes de que el hombre de cabellos negros comenzara a hablar, Katharina había activado su mantra. Vio cómo asesinó a dos hombres, observó detenidamente cómo había hecho aparecer espadas de la nada. No era alguien normal y, como siempre, debía andarse con mucho cuidado. Se veía un hombre problemático, sus comentarios tendían a caer mal, pero a la bruja le hizo gracia cuando respondió que no viviría en aquel pueblo de mierda. Soltó una sonrisa medio burlesca y luego acomodó la enorme guadaña que llevaba en la espalda.
—Ni siquiera sé quién eres, Asesino de guardias. ¿Qué saco yo con mentir? Estoy segura que si hacen un conteo de los soldados, faltarán exactamente dos. Los dos que tú mataste —aseguró la bruja sin delicadeza—. Como dije antes, no obtengo nada con acusar a un hombre que nadie conoce, pero… —una siniestra sonrisa se dibujó en el rostro de la pelirroja y sus ojos parecían devorar al pelinegro— De seguro que puedes comprar mi silencio.
Algo bueno tenía que sacar de todo eso, después de todo era testigo de un asesinato y si las autoridades locales comenzaban a investigar, tarde o pronto pedirían su testimonio. Andar asesinando gente porque sí no era buena idea, menos a plena luz del día y sin haber corroborado —al menos perfectamente— que había alguien espiando. ¿Acaso no usó mantra? Aunque… Podía no tenerlo despertado, duda que pronto tendría respuesta. De por sí la presencia de Katharina no era como la de las demás personas, gracias al Haoshoku Haki. ¿Quién pensaría que ella tuviera el Haki del Conquistador? Si el pelinegro usaba mantra sobre Katharina, de seguro que su reacción tenía mucho que decir.
Por otro lado, no reparó mucho del gyojin, salvo cuando el pelinegro lo corrió con la mano. Eso no era algo decente, claro que no. Ese simple gesto podía provocar una seria pelea, incluso la muerte. ¿Tan descuidado era? ¿Con qué propósito provocaba a los demás? Katharina no podía negar que no le causaba curiosidad, además contaba con esa extraña habilidad que ella quería ver.
—Un momento. Tú no te irás a ningún lado sin mí —dijo la pelirroja—. Además, también tengo negocios que hacer en la ciudad.
Si el hombre se resistía o intentaba huir, sólo le bastaría usar la Telequinesis para apresarlo y moverlo como si de un muñeco de trapo se tratase. No aparentaba ser de esos que tenía una gran fortaleza física, aunque Katharina no era tan idiota como para confiar en aspectos tan superficiales. Si bien estaba preocupada del asesino, no había reparado mucho en el gyojin y también podía ser una molestia. Lo menos que quería era involucrarse en una pelea con alguien de su clase.
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- Ninguno de los dos se va a ir a ningún lado. - Espeté con la mayor seriedad posible.
Y es que, podía pasar las acusaciones de la pelirroja que por fín había conseguido divisar, las cuales pese a parecer ciertas, no tenía manera de demostrar en ese instante. Incluso la pasividad del peculiar humano, que parecía no ser consciente de cada cosa que decía o hacía. Y es que, sin duda alguna el tipo hacía lo que quería sin discurrir en el qué dirán, algo que lo más seguro es que le jugase alguna mala pasada. Y puede que más pronto que tarde.
Pero lo que de ninguna manera podía pasar, era aquella manera tan humillante de apartarme con el brazo que había tenido lugar en aquél preciso momento. Jamás había mostrado tanta paciencia como en aquel momento. Si ese tipo me hubiera pillado hace dos o tres años, seguramente estaría ahora mismo comiéndome alguna parte de su cuello. Pero no, había madurado y mi forma de pensar era bastante distinta al Luka de aquél momento.
- No me importa qué hayas hecho ni que vayas a hacer ahora. Pero seguro que no has pensado muy bien lo que acabas de hacer. - Finalicé tocándome la parte donde el sucio brazo del humano había rozado mi piel, dejando de manera evidente a qué me refería. Tras ello, giré ligeramente la cabeza para acabar mirando ahora a la pelirroja. - Y tú… - Emití un suspiro de incredulidad - ¿Te piensas ir con el mismo tipo al que, supuestamente, has visto asesinar a dos guardias? ¿Acaso lo has pensado?
En ese momento, activé mi haki de observación con la firme intención de ver el poder de ambos humanos, llevándome una notoria sorpresa. Si bien el humano provocador tenía una fuerza ligeramente inferior a la mía, la intrépida pelirroja nos superaba a ambos.
”Suelen decir que tras una cara angelical está el peor de los demonios” Pensé, siendo ahora consciente de por qué la tipa no tenía miedo en irse con el moreno.
- No he venido aquí a medir mi ego con el de nadie. - Continué lo que parecía ser un monólogo. - He venido a liberar a esa gente. - Hice una pausa entonces, consciente de que no debería haber dicho aquello. - Así que me importa bien poco lo que hagáis o dejéis de hacer, pero tú - señale con el rostro enfurecido al moreno - como vuelvas a tocarme, te juro que acabarás maldiciendo éste día. - Finalicé a la par que me alejaba de ellos, dirección al poblado.
”Algún día me explicarán cómo piensan los humanos. Y luego dicen que es difícil entender a un Gyojin hembra. Pensé bastante resignado.
Y es que, podía pasar las acusaciones de la pelirroja que por fín había conseguido divisar, las cuales pese a parecer ciertas, no tenía manera de demostrar en ese instante. Incluso la pasividad del peculiar humano, que parecía no ser consciente de cada cosa que decía o hacía. Y es que, sin duda alguna el tipo hacía lo que quería sin discurrir en el qué dirán, algo que lo más seguro es que le jugase alguna mala pasada. Y puede que más pronto que tarde.
Pero lo que de ninguna manera podía pasar, era aquella manera tan humillante de apartarme con el brazo que había tenido lugar en aquél preciso momento. Jamás había mostrado tanta paciencia como en aquel momento. Si ese tipo me hubiera pillado hace dos o tres años, seguramente estaría ahora mismo comiéndome alguna parte de su cuello. Pero no, había madurado y mi forma de pensar era bastante distinta al Luka de aquél momento.
- No me importa qué hayas hecho ni que vayas a hacer ahora. Pero seguro que no has pensado muy bien lo que acabas de hacer. - Finalicé tocándome la parte donde el sucio brazo del humano había rozado mi piel, dejando de manera evidente a qué me refería. Tras ello, giré ligeramente la cabeza para acabar mirando ahora a la pelirroja. - Y tú… - Emití un suspiro de incredulidad - ¿Te piensas ir con el mismo tipo al que, supuestamente, has visto asesinar a dos guardias? ¿Acaso lo has pensado?
En ese momento, activé mi haki de observación con la firme intención de ver el poder de ambos humanos, llevándome una notoria sorpresa. Si bien el humano provocador tenía una fuerza ligeramente inferior a la mía, la intrépida pelirroja nos superaba a ambos.
”Suelen decir que tras una cara angelical está el peor de los demonios” Pensé, siendo ahora consciente de por qué la tipa no tenía miedo en irse con el moreno.
- No he venido aquí a medir mi ego con el de nadie. - Continué lo que parecía ser un monólogo. - He venido a liberar a esa gente. - Hice una pausa entonces, consciente de que no debería haber dicho aquello. - Así que me importa bien poco lo que hagáis o dejéis de hacer, pero tú - señale con el rostro enfurecido al moreno - como vuelvas a tocarme, te juro que acabarás maldiciendo éste día. - Finalicé a la par que me alejaba de ellos, dirección al poblado.
”Algún día me explicarán cómo piensan los humanos. Y luego dicen que es difícil entender a un Gyojin hembra. Pensé bastante resignado.
Mientras se dirigía hacia el gyojin, la mujer intentó defenderse de la mejor manera que pudo. Al pirata le daba bastante igual que alguien supiese de sus crímenes. Además… era su palabra contra la de él. Ella no contaba con ninguna prueba, así que no podría conseguir demasiado. Ante sus palabras, el ladrón solo pudo esbozar una gran sonrisa. Antes de apartar al pez de su camino, decidió responder a la chica.
– Si tan segura estás… ¿cómo es que has dicho que he matado a dos y no a tres? – se delató él mismo, seguido de una leve carcajada. – Te compraría el silencio… aunque no sé de que serviría eso, me gusta tu voz. – volteó un poco su cabeza para verla.
Tras el pequeño piropo, Yuu apartó al hombre pez de su camino con su mano. No tardó este en mostrar sus afiladas fauces en señal de desagrado. El pirata sabía de buen grado que sus acciones siempre eran polémicas, que no estaban bien a ojos de la gente… ¿pero quién caldearía el asunto si no lo hacía él? La respuesta es nadie.
Sin embargo… la reacción del gyojin seguía trayéndole sin cuidado. La única interesante para él era la muchacha. Además de para fines sexuales, le despertó el interés su forma de hablar y expresarse. Para aumentar esto… solo hizo falta que la mujer se pronunciase diciendo indirectamente que quería acompañarle a la ciudad. No estaba seguro, pero por unos instantes creyó que su corazón había cogido sus cosas y se había marchado. No era el caso, por suerte.
– Ahí me has pillado desprevenido. No me lo esperaba. – sonrió – Tú puedes seguirme a donde quieras, estás en tu derecho.– el gyojin empezó a hablar sobre liberar a alguien. – ¿Liberar a quién? – preguntó, para luego ser amenazado por este. – ¿Qué? ¿Tanto tiempo sin contacto carnal te hace sensible a la gente? En fin, que te vaya bien liberando a quién sabe quiénes. – empezó a dirigirse a la chica. – Preciosa, ¿te vienes?
Si la respuesta era afirmativa, pondrían rumbo a la ciudad y dejarían al gyojin atrás. Si no... Yuu lo haría solo.
– Si tan segura estás… ¿cómo es que has dicho que he matado a dos y no a tres? – se delató él mismo, seguido de una leve carcajada. – Te compraría el silencio… aunque no sé de que serviría eso, me gusta tu voz. – volteó un poco su cabeza para verla.
Tras el pequeño piropo, Yuu apartó al hombre pez de su camino con su mano. No tardó este en mostrar sus afiladas fauces en señal de desagrado. El pirata sabía de buen grado que sus acciones siempre eran polémicas, que no estaban bien a ojos de la gente… ¿pero quién caldearía el asunto si no lo hacía él? La respuesta es nadie.
Sin embargo… la reacción del gyojin seguía trayéndole sin cuidado. La única interesante para él era la muchacha. Además de para fines sexuales, le despertó el interés su forma de hablar y expresarse. Para aumentar esto… solo hizo falta que la mujer se pronunciase diciendo indirectamente que quería acompañarle a la ciudad. No estaba seguro, pero por unos instantes creyó que su corazón había cogido sus cosas y se había marchado. No era el caso, por suerte.
– Ahí me has pillado desprevenido. No me lo esperaba. – sonrió – Tú puedes seguirme a donde quieras, estás en tu derecho.– el gyojin empezó a hablar sobre liberar a alguien. – ¿Liberar a quién? – preguntó, para luego ser amenazado por este. – ¿Qué? ¿Tanto tiempo sin contacto carnal te hace sensible a la gente? En fin, que te vaya bien liberando a quién sabe quiénes. – empezó a dirigirse a la chica. – Preciosa, ¿te vienes?
Si la respuesta era afirmativa, pondrían rumbo a la ciudad y dejarían al gyojin atrás. Si no... Yuu lo haría solo.
Katharina von Steinhell
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¿Es que era idiota? Él mismo se había delatado al confesar cuántos hombres había matado. A Katharina le daba igual, no le importaba si había matado 100 soldados o 1, las cifras no eran problema para ella. Sólo quería sacarle algo de dinero, si es que tenía. También podía quitárselo por la fuerza, pero no era su estilo, siempre prefirió una manera mucho más sutil de pedir las cosas. No obstante, el plan de la bruja no estaba funcionando especialmente con él.
La pelirroja se encogió de hombros y luego apoyó sus manos en su estrecha cintura, suspiró y miró al pelinegro.
—¿Ves? Ya has confesado tu crimen, y ahora tengo otro testigo —comentó señalando al enorme gyojin que estaba parado ahí—. De todas formas, poco y nada me gusta involucrarme con las autoridades, así que si me das 1.000.000 de berries por cada hombre que asesinaste, prometo no decir nada.
Estaba completamente segura que el hombre no aceptaría, después de todo no era una modesta cantidad de dinero. Al menos había que intentarlo. Si funcionaba, se haría un tanto más rica, de lo contrario, solo estaría siguiendo al Asesino de guardias.
Por un momento Katharina había ignorado lo que el gyojin ordenó. ¿Qué no se irían a ningún lado? La pelirroja sonrió. Sólo alguien más fuerte que ella podía darle una orden así, y pese a que el hombre pez no parecía ser ningún debilucho, tampoco aparentaba ser alguien excepcionalmente fuerte. De seguro que bastaba con un par de hechizos para tumbarlo al suelo. Aunque las cosas sí que se pusieron interesantes cuando el Asesino corrió al tipo de la capucha con la mano.
—¡Claro que sí! Veo que no pillas las reglas del juego: si se me escapa, no podré chantajearlo, ¿entiendes? —Respondió moviendo horizontalmente la cabeza de un lado a otro y con los ojos cerrados, como dando a entender que el gyojin de verdad no captaba lo que estaba sucediendo— Además, ya tengo una idea del poder de este hombre.
De pronto el hombre pez declaró que estaba all´para liberar a la gente; de seguro eran esclavos. Katharina sintió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo, las manos se le helaron y una fría gota de sudor descendió por su espalda llena de cicatrices. Al parecer el gobierno de Reddo Teikoku estaba a favor de la esclavitud, algo que a Katharina no le agradaba en lo absoluto. Aún podía sentir el peso de los grilletes, podía sentir cómo estaba atada sin poder usar sus poderes.
Alejó todos aquellos oscuros recuerdos de su mente y se centró en lo que quería: dinero, joyas y poder. No tenía intención alguna de ayudar al gyojin sin recibir algo a cambio; así funcionaba el mundo. Si no conseguía dinero por parte del pelinegro, al menos conseguiría algo del gyojin. Tal vez era de esos hombres peces millonarios.
—Si tienes intención de liberar a alguien, puedo ayudarte —se ofreció la pelirroja—. Sin embargo, cobraré 350.000 berries por esclavo liberado. Suena justo, ¿no? A cambio de mis habilidades, recibo dinero y tú y tus esclavos salen felices de aquí. De lo contrario, si no estás dispuesto a pagar, ya puedo seguir a este.
Si el gyojin aceptaba, se despediría del pelinegro y se iría con su nuevo empleador.
La pelirroja se encogió de hombros y luego apoyó sus manos en su estrecha cintura, suspiró y miró al pelinegro.
—¿Ves? Ya has confesado tu crimen, y ahora tengo otro testigo —comentó señalando al enorme gyojin que estaba parado ahí—. De todas formas, poco y nada me gusta involucrarme con las autoridades, así que si me das 1.000.000 de berries por cada hombre que asesinaste, prometo no decir nada.
Estaba completamente segura que el hombre no aceptaría, después de todo no era una modesta cantidad de dinero. Al menos había que intentarlo. Si funcionaba, se haría un tanto más rica, de lo contrario, solo estaría siguiendo al Asesino de guardias.
Por un momento Katharina había ignorado lo que el gyojin ordenó. ¿Qué no se irían a ningún lado? La pelirroja sonrió. Sólo alguien más fuerte que ella podía darle una orden así, y pese a que el hombre pez no parecía ser ningún debilucho, tampoco aparentaba ser alguien excepcionalmente fuerte. De seguro que bastaba con un par de hechizos para tumbarlo al suelo. Aunque las cosas sí que se pusieron interesantes cuando el Asesino corrió al tipo de la capucha con la mano.
—¡Claro que sí! Veo que no pillas las reglas del juego: si se me escapa, no podré chantajearlo, ¿entiendes? —Respondió moviendo horizontalmente la cabeza de un lado a otro y con los ojos cerrados, como dando a entender que el gyojin de verdad no captaba lo que estaba sucediendo— Además, ya tengo una idea del poder de este hombre.
De pronto el hombre pez declaró que estaba all´para liberar a la gente; de seguro eran esclavos. Katharina sintió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo, las manos se le helaron y una fría gota de sudor descendió por su espalda llena de cicatrices. Al parecer el gobierno de Reddo Teikoku estaba a favor de la esclavitud, algo que a Katharina no le agradaba en lo absoluto. Aún podía sentir el peso de los grilletes, podía sentir cómo estaba atada sin poder usar sus poderes.
Alejó todos aquellos oscuros recuerdos de su mente y se centró en lo que quería: dinero, joyas y poder. No tenía intención alguna de ayudar al gyojin sin recibir algo a cambio; así funcionaba el mundo. Si no conseguía dinero por parte del pelinegro, al menos conseguiría algo del gyojin. Tal vez era de esos hombres peces millonarios.
—Si tienes intención de liberar a alguien, puedo ayudarte —se ofreció la pelirroja—. Sin embargo, cobraré 350.000 berries por esclavo liberado. Suena justo, ¿no? A cambio de mis habilidades, recibo dinero y tú y tus esclavos salen felices de aquí. De lo contrario, si no estás dispuesto a pagar, ya puedo seguir a este.
Si el gyojin aceptaba, se despediría del pelinegro y se iría con su nuevo empleador.
Luka Rooney
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El pelimoreno cada vez me caía peor. Sus comentarios eran de niño inmaduro y, seguramente, acabaría enfrentado contra él si seguía por ese camino.
”Este hombre no ha visto a un Gyojin cabreado”
Tanto la mujer como el hombre parecían estar enfrentándose en una batalla dialéctica, mientras que la primera pedía dinero a cambio de su silencio, el segundo negaba sus hechos para después, restar importancia al número de guardias con los que había acabado, dándose por culpable de manera, quizá, inscosciente.
Éste hecho no pareció pasar desapercibido para la pelirroja, que le atacó con él y pidió la suma de un millón por cabeza que había visto rodar. Curioso que aquella quisiera tanto dinero.
Tras mis palabras la pelirroja me miró y pareció extrañarse. Su mirada se tornó algo más triste. Aquella mirada me era tan familiar… Quizá errase, y probablemente no diría nada por el miedo a estar equivocado. Pero un tipo que ha sido esclavizado, reconoce esa mirada.
Te voy a ayudar
Sonó tan bien, que no podía ser cierto. Y no lo fue. Seguidamente, volvió a pedir dinero. En este caso 350.000 berries por persona liberada. Me giré y miré en dirección al gentío, viendo rápidamente que me sería imposible pagarla.
- Me ayudarías si no me cobrases -espeté mirándola al rostro-. La libertad pagada con dinero, es una libertad más amarga. A ver… -comenté con cierta desgana, la verdad es que lo que iba a decir probablemente me hiciese arrepentirme de ello- ¿Qué te parece si liberamos a esta gente y robamos algo de gran valor para tí? Yo me beneficio de tu ayuda para liberarlos, y tú de la mía para robar. Podemos ir a robar algo al centro y a la par recopilar información sobre esta gente. ¿Te parece?
No aparté la mirada de los ojos de aquella mujer. No necesitaba su ayuda, pero había algo en su interior que me hacía preguntarme por qué era tan fuerte. ¿Qué escondería? Además, el gesto tras decir la palabra esclavos, me hizo, de alguna manera, crear una especie de vínculo con ella.
Tenía claro que si decidía irse con el moreno indagaría preguntando a los hombres del lugar. Sin embargo, cabía la posiblidad de que hiciese lo que le proponía, y en dicho caso, tendríamos que robar algo antes. Aunque… ¿Valdrían de algo sus palabras? ¿Y si me decía que sí y luego se marchaba?
”Quién no arriesga, no gana”
”Este hombre no ha visto a un Gyojin cabreado”
Tanto la mujer como el hombre parecían estar enfrentándose en una batalla dialéctica, mientras que la primera pedía dinero a cambio de su silencio, el segundo negaba sus hechos para después, restar importancia al número de guardias con los que había acabado, dándose por culpable de manera, quizá, inscosciente.
Éste hecho no pareció pasar desapercibido para la pelirroja, que le atacó con él y pidió la suma de un millón por cabeza que había visto rodar. Curioso que aquella quisiera tanto dinero.
Tras mis palabras la pelirroja me miró y pareció extrañarse. Su mirada se tornó algo más triste. Aquella mirada me era tan familiar… Quizá errase, y probablemente no diría nada por el miedo a estar equivocado. Pero un tipo que ha sido esclavizado, reconoce esa mirada.
Te voy a ayudar
Sonó tan bien, que no podía ser cierto. Y no lo fue. Seguidamente, volvió a pedir dinero. En este caso 350.000 berries por persona liberada. Me giré y miré en dirección al gentío, viendo rápidamente que me sería imposible pagarla.
- Me ayudarías si no me cobrases -espeté mirándola al rostro-. La libertad pagada con dinero, es una libertad más amarga. A ver… -comenté con cierta desgana, la verdad es que lo que iba a decir probablemente me hiciese arrepentirme de ello- ¿Qué te parece si liberamos a esta gente y robamos algo de gran valor para tí? Yo me beneficio de tu ayuda para liberarlos, y tú de la mía para robar. Podemos ir a robar algo al centro y a la par recopilar información sobre esta gente. ¿Te parece?
No aparté la mirada de los ojos de aquella mujer. No necesitaba su ayuda, pero había algo en su interior que me hacía preguntarme por qué era tan fuerte. ¿Qué escondería? Además, el gesto tras decir la palabra esclavos, me hizo, de alguna manera, crear una especie de vínculo con ella.
Tenía claro que si decidía irse con el moreno indagaría preguntando a los hombres del lugar. Sin embargo, cabía la posiblidad de que hiciese lo que le proponía, y en dicho caso, tendríamos que robar algo antes. Aunque… ¿Valdrían de algo sus palabras? ¿Y si me decía que sí y luego se marchaba?
”Quién no arriesga, no gana”
Mientras el joven pirata se dirigía ya a la ciudad, oyó la cifra que la mujer pedía por su silencio. Quizás no hubiese escuchado lo que él había dicho instantes atrás… o puede que, simplemente, hubiese ignorado su intento de seducirla. En cualquier caso, esto hizo que volviese a voltear la cabeza hacia atrás. Mas sería la última vez que lo hiciese.
– Sigue soñando, chata. Dile lo que quieras a los guardias, me la pela. Venga, hasta luego. – se encaminó de nuevo hacia delante, mientras escuchaba a lo lejos lo que estos decían.
Le hacía gracia el cómo ahora pasaba de chantajearle a él para hacerlo con el gyojin. “Vaya zorra. Aunque es astuta, la hija de puta. De todas formas… si el pez ese decide pagarle sería bastante imbécil de su parte. En fin, yo a lo mío.” pensó el pelinegro, mientras esbozaba una sonrisa. Simplemente, pasaría de ellos hasta que se los volviese a encontrar, si es que lo hacía.
En pocos minutos, llegaría a las puertas de la ciudad… la cual parecía la capital de la isla, mas Yuu no lo sabía a ciencia cierta. Debería averiguarlo, puesto que si lo fuese, sus ganancias podrían verse incrementadas seriamente. El ladrón ya no quería meterse en más líos allí, dado que el número de guardias se habían visto en aumento a medida que se acercaba a la ciudad. Para entrar dentro, decidió escalar por donde nadie le veía a lo alto de las puertas, para ver mejor a dónde podría ir o… a quién podría robar. El chico no tuvo demasiado suerte en lo segundo, mas si en lo primero. Su vista alcanzó a divisar una ostentosa casa, no muy lejos de donde él se encontraba. El edificio no parecía muy vigilado y los acabados en oro de esta lo convertían en un claro objetivo para el joven, que no tardó en fijar su destino.
Yuu se remangó la camisa, para que le fuese más fácil utilizar una de sus más recientes adquisiciones: el EFSIH. ¿De qué se trataba? De un gancho retráctil, perfecto para moverse por los tejados de la ciudad sin levantar sospechas. Al fin y al cabo… ¿quién mira hacia arriba? Contando con esa ventaja, disparó su artilugio a un tejado cercano a la susodicha casa, y salió volando hacia él. Una vez sintió el viento golpear fuertemente en su rostro, hizo un aterrizaje perfecto y devolvió el gancho a su lugar.
El pirata ya se hallaba frente a su objetivo. Al no haber casi distancia entre ambos edificios, podría alcanzar de un salto el otro. No obstante, decidió observar primero el interior de una de las cuatro plantas con las que el edificio contaba. Parecía una especie de museo… pero no había nadie. Ni una sola alma. Pronto, Yuu descubriría la razón de ello.
– Sigue soñando, chata. Dile lo que quieras a los guardias, me la pela. Venga, hasta luego. – se encaminó de nuevo hacia delante, mientras escuchaba a lo lejos lo que estos decían.
Le hacía gracia el cómo ahora pasaba de chantajearle a él para hacerlo con el gyojin. “Vaya zorra. Aunque es astuta, la hija de puta. De todas formas… si el pez ese decide pagarle sería bastante imbécil de su parte. En fin, yo a lo mío.” pensó el pelinegro, mientras esbozaba una sonrisa. Simplemente, pasaría de ellos hasta que se los volviese a encontrar, si es que lo hacía.
En pocos minutos, llegaría a las puertas de la ciudad… la cual parecía la capital de la isla, mas Yuu no lo sabía a ciencia cierta. Debería averiguarlo, puesto que si lo fuese, sus ganancias podrían verse incrementadas seriamente. El ladrón ya no quería meterse en más líos allí, dado que el número de guardias se habían visto en aumento a medida que se acercaba a la ciudad. Para entrar dentro, decidió escalar por donde nadie le veía a lo alto de las puertas, para ver mejor a dónde podría ir o… a quién podría robar. El chico no tuvo demasiado suerte en lo segundo, mas si en lo primero. Su vista alcanzó a divisar una ostentosa casa, no muy lejos de donde él se encontraba. El edificio no parecía muy vigilado y los acabados en oro de esta lo convertían en un claro objetivo para el joven, que no tardó en fijar su destino.
Yuu se remangó la camisa, para que le fuese más fácil utilizar una de sus más recientes adquisiciones: el EFSIH. ¿De qué se trataba? De un gancho retráctil, perfecto para moverse por los tejados de la ciudad sin levantar sospechas. Al fin y al cabo… ¿quién mira hacia arriba? Contando con esa ventaja, disparó su artilugio a un tejado cercano a la susodicha casa, y salió volando hacia él. Una vez sintió el viento golpear fuertemente en su rostro, hizo un aterrizaje perfecto y devolvió el gancho a su lugar.
El pirata ya se hallaba frente a su objetivo. Al no haber casi distancia entre ambos edificios, podría alcanzar de un salto el otro. No obstante, decidió observar primero el interior de una de las cuatro plantas con las que el edificio contaba. Parecía una especie de museo… pero no había nadie. Ni una sola alma. Pronto, Yuu descubriría la razón de ello.
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De seguro que el gyojin estaba jugando, pues su contraoferta era horrible. Pésima. ¿De qué le serviría que un hombre pez tan llamativo como él le ayudase con un robo? ¿Y por qué pensaba que podían robar algo que superase los 35.000.000 de berries? No, así no funcionaban las cosas. Básicamente se trataba de hacer dos trabajos por el precio de uno, nada productivo, ¿verdad?
Por otra parte, el pelinegro había dejado bien claro que no estaba dispuesto a pagar nada. De momento, Katharina le dejaría marchar, pero estaba seguro que lo volvería a ver y, cuando lo hiciera, le haría la vida imposible. Rechazó de mala gana la oferta que la bruja tenía, por lo tanto, ella reuniría las pruebas suficientes para condenarlo y hacerle pagar por sus crímenes. No es que le importara mucho, pero nadie le daba la espalda así como así.
—¿Te das cuenta que tu oferta es realmente mala? —Respondió Katharina encogiéndose de hombros— Debo hacer dos trabajos: el primero, robar algo de mucho valor; el segundo, liberar a tus esclavos. ¡Y todo por la paga de uno! ¿Sabes que yo misma puedo robar algo de 35.000.000 de berries, que corresponderían a la liberación de 100 esclavos?
La pelirroja esperaba dejarlo bastante claro. No estaba dispuesta a ayudarle al hombre, no mientras se negara a hacer una buena contraoferta. En todo caso, liberar a los esclavos no era una labor muy tortuosa… Una brillante idea pasó por la cabeza de la bruja.
—De seguro que tienes mucho dinero contigo, ¿verdad? Mira, si no quieres pagar 350.000 por esclavo, ¿qué te parecen 125.000? ¡Suena mucho mejor! Y no te preocupes, que ni siquiera deberás ayudarme a liberarlos. Haré todo el trabajo por mi cuenta.
Esperaba que aceptase… Había rebajado el precio por esclavo en más de un 50%, algo que jamás había hecho. ¿Por qué se arriesgaba tanto…? Incluso cobrando 125.000 por esclavo, las tenía todas para ganar y hacerse de una buena suma de dinero. En todo caso, aunque hiciese esa pequeña tarea, la ciudad no se libraba del robo que le caería. Katharina tenía muchísimas ideas en su cabeza y, una de ellas, era hacerse de una costosa joya.
Esperó a que el gyojin contestase y, en caso de hacerlo, comenzaría a elaborar el plan para que todo saliera bien. Sólo necesitaba jugar bien las piezas y pronto el dinero llegaría. No obstante, si el hombre pez se rehusaba a aceptar el trato, Katharina se dirigiría a la ciudad en busca de una aventura. ¿Y bien? ¿Qué tenía para decir el hombre que buscaba defender la libertad de los demás? ¿Acaso su dinero era más importante?
Por otra parte, el pelinegro había dejado bien claro que no estaba dispuesto a pagar nada. De momento, Katharina le dejaría marchar, pero estaba seguro que lo volvería a ver y, cuando lo hiciera, le haría la vida imposible. Rechazó de mala gana la oferta que la bruja tenía, por lo tanto, ella reuniría las pruebas suficientes para condenarlo y hacerle pagar por sus crímenes. No es que le importara mucho, pero nadie le daba la espalda así como así.
—¿Te das cuenta que tu oferta es realmente mala? —Respondió Katharina encogiéndose de hombros— Debo hacer dos trabajos: el primero, robar algo de mucho valor; el segundo, liberar a tus esclavos. ¡Y todo por la paga de uno! ¿Sabes que yo misma puedo robar algo de 35.000.000 de berries, que corresponderían a la liberación de 100 esclavos?
La pelirroja esperaba dejarlo bastante claro. No estaba dispuesta a ayudarle al hombre, no mientras se negara a hacer una buena contraoferta. En todo caso, liberar a los esclavos no era una labor muy tortuosa… Una brillante idea pasó por la cabeza de la bruja.
—De seguro que tienes mucho dinero contigo, ¿verdad? Mira, si no quieres pagar 350.000 por esclavo, ¿qué te parecen 125.000? ¡Suena mucho mejor! Y no te preocupes, que ni siquiera deberás ayudarme a liberarlos. Haré todo el trabajo por mi cuenta.
Esperaba que aceptase… Había rebajado el precio por esclavo en más de un 50%, algo que jamás había hecho. ¿Por qué se arriesgaba tanto…? Incluso cobrando 125.000 por esclavo, las tenía todas para ganar y hacerse de una buena suma de dinero. En todo caso, aunque hiciese esa pequeña tarea, la ciudad no se libraba del robo que le caería. Katharina tenía muchísimas ideas en su cabeza y, una de ellas, era hacerse de una costosa joya.
Esperó a que el gyojin contestase y, en caso de hacerlo, comenzaría a elaborar el plan para que todo saliera bien. Sólo necesitaba jugar bien las piezas y pronto el dinero llegaría. No obstante, si el hombre pez se rehusaba a aceptar el trato, Katharina se dirigiría a la ciudad en busca de una aventura. ¿Y bien? ¿Qué tenía para decir el hombre que buscaba defender la libertad de los demás? ¿Acaso su dinero era más importante?
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Mi mirada se tornó bastante incrédula ante la frase de aquella interesada mujer.
Yo misma puedo robar algo de 35.000.000 de berries
Pero entonces, ¿por qué no lo hacía ella? ¿Por qué buscaba que le pagase por hacer otro trabajo? No podía pagar tanto dinero por un trabajo que yo mismo podía realizar. Y entonces, me rebajó el precio considerablemente, aunque la mueca que mi cara esbozó por sí sola lo dejaba todo bastante claro. Quizá estaba desesperada por recibir algo de dinero.
- Si sigues el camino del ”asesino”, llegarás a la ciudad. No voy a pagar por liberar esclavos, va en contra de mis principios. Así que te puedes marchar cuando quieras -Espeté de mala manera, creo que jamás había coincidido con una persona tan interesada como aquella mujer.
¿Qué me haría diferente de un esclavista si pagaba a cambio de liberarlos? De hecho, no se me ocurría un motivo lógico y racional por el que alguien pidiese un precio a cambio de liberar esclavos. No, no lo había, por muy frío que fueses.
Me dispondría a alejarme en dirección a los esclavos para intentar recolectar algo de información. Quién les vendió, cómo, dónde, cuánto tiempo llevaban allí y de quién había que encargarse para hacerles libres.
”Seguro que si voy a aquella caseta puedo recopilar algún tipo de información”
Y entonces, salí en su búsqueda, aunque activando mi haki de observación por si aquella mujer intentaba algo extraño. La verdad es que había tenido un extraño feeling inicial con ella, quizá en parte al ver su nivel de fuerza. Pero pronto, al entrar en escena hablando y demostrando cómo era, se me quitaron las ganas de intentar convencerla de que me ayudase.
Francamente, lo que hiciera me importaba ya bien poco. Mi nuevo objetivo era liberar a los esclavistas, y nada podía frenarme.
Yo misma puedo robar algo de 35.000.000 de berries
Pero entonces, ¿por qué no lo hacía ella? ¿Por qué buscaba que le pagase por hacer otro trabajo? No podía pagar tanto dinero por un trabajo que yo mismo podía realizar. Y entonces, me rebajó el precio considerablemente, aunque la mueca que mi cara esbozó por sí sola lo dejaba todo bastante claro. Quizá estaba desesperada por recibir algo de dinero.
- Si sigues el camino del ”asesino”, llegarás a la ciudad. No voy a pagar por liberar esclavos, va en contra de mis principios. Así que te puedes marchar cuando quieras -Espeté de mala manera, creo que jamás había coincidido con una persona tan interesada como aquella mujer.
¿Qué me haría diferente de un esclavista si pagaba a cambio de liberarlos? De hecho, no se me ocurría un motivo lógico y racional por el que alguien pidiese un precio a cambio de liberar esclavos. No, no lo había, por muy frío que fueses.
Me dispondría a alejarme en dirección a los esclavos para intentar recolectar algo de información. Quién les vendió, cómo, dónde, cuánto tiempo llevaban allí y de quién había que encargarse para hacerles libres.
”Seguro que si voy a aquella caseta puedo recopilar algún tipo de información”
Y entonces, salí en su búsqueda, aunque activando mi haki de observación por si aquella mujer intentaba algo extraño. La verdad es que había tenido un extraño feeling inicial con ella, quizá en parte al ver su nivel de fuerza. Pero pronto, al entrar en escena hablando y demostrando cómo era, se me quitaron las ganas de intentar convencerla de que me ayudase.
Francamente, lo que hiciera me importaba ya bien poco. Mi nuevo objetivo era liberar a los esclavistas, y nada podía frenarme.
El joven pirata echó otro vistazo al edificio para cerciorarse, de nuevo, que no había nadie merodeando. No se lo pensó dos veces. Dio tres pasos hacia atrás y empezó a correr hasta alcanzar el borde del edificio en el que se hallaba. Con un gran salto sobrevoló la calle, para al fin agarrarse a la baranda del balcón de la tercera planta. Mala suerte fue que se rompiese el adorno en el que se agarró, dejando al ladrón colgando de una sola mano de allí. La fuerza que tuvo que soportar en su brazo izquierdo era descomunal, pero no era rival para él ni mucho menos. No obstante, no le dio tiempo a subir antes de que el otro adorno se rompiese debido a la fuerza que Yuu se hallaba ejerciendo ante él. Intentó aferrarse a la pequeña abertura que había debajo de la barandilla, pero sus dedos acabaron por ceder y se soltaron. Por suerte para él, contaba con su mejor cachivache de ladrón: el EFSIH. Disparó el gancho a la pared del balcón de la segunda planta, salvándose así de caer de una tercera. Bajó de allí y aterrizó en el suelo. Delante de él se hallaba una planta completamente distinta a la de arriba, en la cual se presentaban problemas.
En ella había dos guardias, los cuales no había divisado desde el otro edificio. “¿Y por qué coño defienden la segunda y no la tercera? ¿Qué cojones habrá en esta planta?”, se preguntó a sí mismo, extrañado. A simple vista, los dos sujetos no parecían gran cosa, lo cual facilitaría la tarea a Yuu. El balcón no tenía puertas, con lo cual se ahorró el tener que hacer ruido al abrirlas. Desde tal distancia, le era imposible acertar con dagas en las cabezas de los hombres, con lo que tuvo que andar a hurtadillas hasta uno de ellos, que era el más próximo a donde él se hallaba. Sacó su pequeño cuchillo de su chaqueta, y una vez estuvo detrás de su objetivo, con su mano izquierda tapó la boca del individuo, mientras que con la otra hacia un pequeño corte en su yugular. Con cuidado, arrastró el cuerpo hacia la pared más cercana, y lo apoyó contra esta. “Venga… ahora el otro. Mismo procedimiento.” pensó para sí, a la par que se acercaba al otro para hacer lo mismo. Algo captó su atención. La cabeza de su nuevo objetivo acababa de ser penetrada por una daga que no era suya. Alguien estaba detrás de él. “¿Pero qué cojones?” pensó, antes de percibir una difusa presencia que se acercaba cada vez más a él. Rápidamente se volteó y ejecutó un tajo con su pequeña daga, causando daño en el rostro al intruso. Era alguien encapuchado, vestido completamente de negro, y con un arma parecida a la que el pirata portaba en esos momentos en su diestra. ¿Quién era ese sujeto?
– ¿Quién cojones eres? – dijo el pelinegro en voz baja al individuo.
– Eso mismo debería preguntar yo. ¿Quién eres tú y qué haces aquí? – respondió.
– ¿Cómo que qué hago aquí? ¿De verdad no has visto el puto cadáver de ahí detrás? Robar, coño, robar.
– Mala suerte, yo iba a hacer lo mismo.
– Ni de coña. Este sitio es mío.
– ¿Ah, sí? – dijo, a la par que atacaba al pirata con su arma. Por suerte este paró el golpe con su daga, evitando cualquier daño. – Arrebatámelo…
– ¿Quieres jugar, gatito? – vaciló el ladrón.
El pelinegro creó una pequeña pelota de béisbol encima de la cabeza del hombre. ¿Para qué haría tal cosa? Simplemente quería causar una pequeña distracción que hiciese que su oponente dejase de centrarse en él por unos instantes. Y lo consiguió. Al impactar en su cabeza, su reacción fue moverla hacia arriba para ver qué le había golpeado. Aprovechando ese momento, Yuu ejecutó un gancho con su mano izquierda hacia su barbilla, golpeándole de lleno y haciéndole volar por unos segundos antes de caer al suelo. Se colocó encima de él con las piernas ejerciendo fuerza en sus brazos para que no se moviese. Acto seguido, le acercó su daga a su cuello.
– Has cometido un gran error retándome, chaval. Dime todo lo que sepas sobre este edificio. Cuando digo todo, es todo. Ya. – dijo el pirata ahora que las tornas se habían vuelto en su favor.
– Aquí no hay nada de lo que antes había. Solo… solo queda una cosa, y es la razón por la que estoy aquí. – intentó forcejear con el pelinegro, mas fue completamente en vano. – He venido a buscar la reliquia de Kirina.
– ¿La reliquia de qué?
– Kirina, es una heroína de esta isla que… – fue cortado por el pirata.
– ¿Vale dinero? ¿Es útil para algo?
– Así como está no… ni vale dinero ni cumple ninguna función.
– No me digas más. Espera, que lo adivino. Es mágica y no está activada. Y has venido para robarla y hacer eso mismo. Y luego… lucrarte. ¿A que si?
– ¿Tan obvio es? Y no, no es para lucrarme, es…
– Vale, no hace falta que digas más. Sé que no vas a colaborar, así que voy a hacer algo para que me ayudes si o si.
– ¿El qué?
– Ahora mismo lo verás.
En ella había dos guardias, los cuales no había divisado desde el otro edificio. “¿Y por qué coño defienden la segunda y no la tercera? ¿Qué cojones habrá en esta planta?”, se preguntó a sí mismo, extrañado. A simple vista, los dos sujetos no parecían gran cosa, lo cual facilitaría la tarea a Yuu. El balcón no tenía puertas, con lo cual se ahorró el tener que hacer ruido al abrirlas. Desde tal distancia, le era imposible acertar con dagas en las cabezas de los hombres, con lo que tuvo que andar a hurtadillas hasta uno de ellos, que era el más próximo a donde él se hallaba. Sacó su pequeño cuchillo de su chaqueta, y una vez estuvo detrás de su objetivo, con su mano izquierda tapó la boca del individuo, mientras que con la otra hacia un pequeño corte en su yugular. Con cuidado, arrastró el cuerpo hacia la pared más cercana, y lo apoyó contra esta. “Venga… ahora el otro. Mismo procedimiento.” pensó para sí, a la par que se acercaba al otro para hacer lo mismo. Algo captó su atención. La cabeza de su nuevo objetivo acababa de ser penetrada por una daga que no era suya. Alguien estaba detrás de él. “¿Pero qué cojones?” pensó, antes de percibir una difusa presencia que se acercaba cada vez más a él. Rápidamente se volteó y ejecutó un tajo con su pequeña daga, causando daño en el rostro al intruso. Era alguien encapuchado, vestido completamente de negro, y con un arma parecida a la que el pirata portaba en esos momentos en su diestra. ¿Quién era ese sujeto?
– ¿Quién cojones eres? – dijo el pelinegro en voz baja al individuo.
– Eso mismo debería preguntar yo. ¿Quién eres tú y qué haces aquí? – respondió.
– ¿Cómo que qué hago aquí? ¿De verdad no has visto el puto cadáver de ahí detrás? Robar, coño, robar.
– Mala suerte, yo iba a hacer lo mismo.
– Ni de coña. Este sitio es mío.
– ¿Ah, sí? – dijo, a la par que atacaba al pirata con su arma. Por suerte este paró el golpe con su daga, evitando cualquier daño. – Arrebatámelo…
– ¿Quieres jugar, gatito? – vaciló el ladrón.
El pelinegro creó una pequeña pelota de béisbol encima de la cabeza del hombre. ¿Para qué haría tal cosa? Simplemente quería causar una pequeña distracción que hiciese que su oponente dejase de centrarse en él por unos instantes. Y lo consiguió. Al impactar en su cabeza, su reacción fue moverla hacia arriba para ver qué le había golpeado. Aprovechando ese momento, Yuu ejecutó un gancho con su mano izquierda hacia su barbilla, golpeándole de lleno y haciéndole volar por unos segundos antes de caer al suelo. Se colocó encima de él con las piernas ejerciendo fuerza en sus brazos para que no se moviese. Acto seguido, le acercó su daga a su cuello.
– Has cometido un gran error retándome, chaval. Dime todo lo que sepas sobre este edificio. Cuando digo todo, es todo. Ya. – dijo el pirata ahora que las tornas se habían vuelto en su favor.
– Aquí no hay nada de lo que antes había. Solo… solo queda una cosa, y es la razón por la que estoy aquí. – intentó forcejear con el pelinegro, mas fue completamente en vano. – He venido a buscar la reliquia de Kirina.
– ¿La reliquia de qué?
– Kirina, es una heroína de esta isla que… – fue cortado por el pirata.
– ¿Vale dinero? ¿Es útil para algo?
– Así como está no… ni vale dinero ni cumple ninguna función.
– No me digas más. Espera, que lo adivino. Es mágica y no está activada. Y has venido para robarla y hacer eso mismo. Y luego… lucrarte. ¿A que si?
– ¿Tan obvio es? Y no, no es para lucrarme, es…
– Vale, no hace falta que digas más. Sé que no vas a colaborar, así que voy a hacer algo para que me ayudes si o si.
– ¿El qué?
– Ahora mismo lo verás.
Katharina von Steinhell
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¿A quién quería engañar? No podía evitar sentirse enojada, pues había sido rechazada dos veces. ¡Dos veces por hombres que no le durarían ni diez minutos! Cerró los ojos para intentar controlarse, pero sus manos ya comenzaban a sentir el calor de la bola de fuego que estaba a punto de lanzar. Sin embargo, logró controlarse en último minuto, evitando rostizar a ese hombre pez que se creía superior por tener ideales que no servían para nada.
La pelirroja lo fulminó con la mirada.
—Me das asco —le confesó—. No llegarás muy lejos con esa actitud que tienes, tómalo como consejo. Y gratis.
Si intentaba hacer algo, lo agradecería, pues luego de matarle usaría su cadáver como mascota. Lo condenaría hasta el fin de los tiempos, pero lo dudaba. Ese hombre era un cobarde. No estaba dispuesto a hacer lo necesario para cumplir con los objetivos que tenía, en cambio Katharina sí. Y esa actitud le permitía continuar con vida; si en algún minuto elegía ser como el gyojin, terminaría muerta. Vivían mundos completamente diferentes.
Antes de marcharse, volteó cabeza y miró una vez más al hombre pez. Quería escupirle en el rostro y masacrarlo, hacerle pagar por su forma de actuar.
—El mundo no es lugar bonito, está lejos de ser color de rosas. Cuando pierdas a alguien, y no puedas hacer nada para evitarlo, lo entenderás.
Empuñó el arma horizontalmente, sin importarle si el gyojin pensaba que era un acto bélico. Segundos después la inmensa guadaña se encontraba levitando, suspendida en el aire gracias a la Telequinesis de Katharina. La bruja se sentó en el filo del arma y se dirigió hacia la ciudad, hacia el mismo sitio que se dirigía el asesino de guardias. No quería continuar caminando, hasta eso le molestaba después de haber sido rechazada dos veces seguidas.
Durante su viaje llenó su cabeza de pensamientos oscuros y negativos, imaginándose a ella misma cortándole la cabeza al gyojin y entregando al pelinegro a las autoridades del lugar. Sin embargo, cuando llegó a la puerta principal, todas esas sensaciones malvadas desaparecieron, así como la telequinesis. Ya estaba con más ánimo para caminar. ¿Quien diría que una mujer como ella se comportaba como una verdadera niña mal criada?
Caminó por la ciudad sin importar si los guardias la reconocían, aunque dudaba de ello. Cuando fue dada de baja aún conservaba su antiguo aspecto. Miraba hacia todos lados, buscando a una presa a la cual robar, pero no encontró nada digno de sus habilidades. También iba explorando sus alrededores, observando cada detalle de las edificaciones para ver si había algo de valor; no era lo mismo un marco tallado en oro que uno solo de madera. Sin embargo, no encontró nada. Nada que pudiera ser de utilidad, o tener valor suficiente como para llamar la atención de la ladrona.
De repente su atención fue acaparada por un edificio de cuatro niveles; a primera vista parecía ser un museo. Y en todos los museos había objetos de valor. Miró hacia todos lados, y tras comprobar que nadie la miraba, suspendió su cuerpo hasta depositarlo en el balcón del segundo piso. Una vez allí comprobó nuevamente que nadie había advertido su presencia; luego, activó su mantra para verificar si había alguien tras el ventanal. Tres… No, cuatro presencias, pero tras unos segundos dos de ellas desaparecieron. ¿Qué mierda estaba sucediendo allí dentro? Pronto lo vería.
Improvisó una ganzúa y abrió el ventanal para encontrarse en una estancia rectangular, donde dos hombres intercambiaban palabras y golpes. Katharina caminó sigilosamente, pero de pronto golpeó algo… ¡Un cadáver! No, espera, eran dos. El corte de su cuello estaba muy fresco, así que debió haber muerto hace pocos minutos. Bueno, eso le daba igual, mientras lo pudiera resucitar… Colocó su mano derecha sobre la cabeza del individuo y dejó que la magia oscura fluyera por su cuerpo, para luego devolver a la vida al soldado.
El guardia abrió los ojos, completamente impresionado por lo que acababa de pasar. En un principio no podía hablar, pues tenía un tajo en su yugular, pero tras ser sanado por la magia de Katharina recuperó el habla.
—¿Qué mierda…? ¿Qué acaba de pasar? ¿Quién eres?
—Silencio, soldado —le ordenó, y el guardia calló—. Ahora formas parte de mi ejército de muertos vivientes, aunque eres el único —comentó con una sonrisa juguetona—. Te devolví a la vida.
La pelirroja se levantó y caminó hacia el otro cadáver, realizando el mismo procedimiento. Ya tenía dos soldados no muertos a su merced, dos buenas mascotas para jugar con los ladrones que aún luchaban. Sin embargo, uno de ellos cayó ante el otro.
—Vaya, ¿a quién me encuentro aquí? —Preguntó Katharina cuando vio el rostro del pelinegro— Así que, además de asesino, eres ladrón. No escuché mucho, pero si hay una reliquia mágica por aquí, será mía —aseguró la bruja—. ¡Guardias, apresen a este hombre! —Les ordenó a sus no muertos y se lanzaron hacia el pelinegro.
Katharina se acercó cuidadosamente hasta donde estaba el otro ladrón, el encapuchado.
—Y tú… Me dirás todo lo que sabes sobre la reliquia, de lo contrario tendré que matarte y terminarás como estos dos.
La pelirroja lo fulminó con la mirada.
—Me das asco —le confesó—. No llegarás muy lejos con esa actitud que tienes, tómalo como consejo. Y gratis.
Si intentaba hacer algo, lo agradecería, pues luego de matarle usaría su cadáver como mascota. Lo condenaría hasta el fin de los tiempos, pero lo dudaba. Ese hombre era un cobarde. No estaba dispuesto a hacer lo necesario para cumplir con los objetivos que tenía, en cambio Katharina sí. Y esa actitud le permitía continuar con vida; si en algún minuto elegía ser como el gyojin, terminaría muerta. Vivían mundos completamente diferentes.
Antes de marcharse, volteó cabeza y miró una vez más al hombre pez. Quería escupirle en el rostro y masacrarlo, hacerle pagar por su forma de actuar.
—El mundo no es lugar bonito, está lejos de ser color de rosas. Cuando pierdas a alguien, y no puedas hacer nada para evitarlo, lo entenderás.
Empuñó el arma horizontalmente, sin importarle si el gyojin pensaba que era un acto bélico. Segundos después la inmensa guadaña se encontraba levitando, suspendida en el aire gracias a la Telequinesis de Katharina. La bruja se sentó en el filo del arma y se dirigió hacia la ciudad, hacia el mismo sitio que se dirigía el asesino de guardias. No quería continuar caminando, hasta eso le molestaba después de haber sido rechazada dos veces seguidas.
Durante su viaje llenó su cabeza de pensamientos oscuros y negativos, imaginándose a ella misma cortándole la cabeza al gyojin y entregando al pelinegro a las autoridades del lugar. Sin embargo, cuando llegó a la puerta principal, todas esas sensaciones malvadas desaparecieron, así como la telequinesis. Ya estaba con más ánimo para caminar. ¿Quien diría que una mujer como ella se comportaba como una verdadera niña mal criada?
Caminó por la ciudad sin importar si los guardias la reconocían, aunque dudaba de ello. Cuando fue dada de baja aún conservaba su antiguo aspecto. Miraba hacia todos lados, buscando a una presa a la cual robar, pero no encontró nada digno de sus habilidades. También iba explorando sus alrededores, observando cada detalle de las edificaciones para ver si había algo de valor; no era lo mismo un marco tallado en oro que uno solo de madera. Sin embargo, no encontró nada. Nada que pudiera ser de utilidad, o tener valor suficiente como para llamar la atención de la ladrona.
De repente su atención fue acaparada por un edificio de cuatro niveles; a primera vista parecía ser un museo. Y en todos los museos había objetos de valor. Miró hacia todos lados, y tras comprobar que nadie la miraba, suspendió su cuerpo hasta depositarlo en el balcón del segundo piso. Una vez allí comprobó nuevamente que nadie había advertido su presencia; luego, activó su mantra para verificar si había alguien tras el ventanal. Tres… No, cuatro presencias, pero tras unos segundos dos de ellas desaparecieron. ¿Qué mierda estaba sucediendo allí dentro? Pronto lo vería.
Improvisó una ganzúa y abrió el ventanal para encontrarse en una estancia rectangular, donde dos hombres intercambiaban palabras y golpes. Katharina caminó sigilosamente, pero de pronto golpeó algo… ¡Un cadáver! No, espera, eran dos. El corte de su cuello estaba muy fresco, así que debió haber muerto hace pocos minutos. Bueno, eso le daba igual, mientras lo pudiera resucitar… Colocó su mano derecha sobre la cabeza del individuo y dejó que la magia oscura fluyera por su cuerpo, para luego devolver a la vida al soldado.
El guardia abrió los ojos, completamente impresionado por lo que acababa de pasar. En un principio no podía hablar, pues tenía un tajo en su yugular, pero tras ser sanado por la magia de Katharina recuperó el habla.
—¿Qué mierda…? ¿Qué acaba de pasar? ¿Quién eres?
—Silencio, soldado —le ordenó, y el guardia calló—. Ahora formas parte de mi ejército de muertos vivientes, aunque eres el único —comentó con una sonrisa juguetona—. Te devolví a la vida.
La pelirroja se levantó y caminó hacia el otro cadáver, realizando el mismo procedimiento. Ya tenía dos soldados no muertos a su merced, dos buenas mascotas para jugar con los ladrones que aún luchaban. Sin embargo, uno de ellos cayó ante el otro.
—Vaya, ¿a quién me encuentro aquí? —Preguntó Katharina cuando vio el rostro del pelinegro— Así que, además de asesino, eres ladrón. No escuché mucho, pero si hay una reliquia mágica por aquí, será mía —aseguró la bruja—. ¡Guardias, apresen a este hombre! —Les ordenó a sus no muertos y se lanzaron hacia el pelinegro.
Katharina se acercó cuidadosamente hasta donde estaba el otro ladrón, el encapuchado.
—Y tú… Me dirás todo lo que sabes sobre la reliquia, de lo contrario tendré que matarte y terminarás como estos dos.
- Cosas usadas:
- En un principio usé la telequinesis, aunque solo a modo escénico.
Reanimación I: Forma un no muerto con todas sus características y debilidades. Obedece completamente la voluntad de la bruja, pero es consciente de sus actos. Posee recuerdos y sentimientos así como una alineación; posee todas sus características que tuvo en vida. Tiene un alcance de 1 metro.
Estos soldados son solo de nivel 1, así que, Yuu, no creo que tengas problemas en deshacerte de ellos.
Luka Rooney
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Y la peliroja no podía marcharse sin más. Tenía que seguir siendo igual de cargante que al principio. Su forma de ser me recordaba mucho a la de cierta mujer de mi banda, pero sin embargo, ésta última al menos parecía razonar algo. O igual tampoco.
- Y qué sabrás tú a quién he perdido o no -pensé, recordando al resto de mis hermanos caídos a manos de humanos-, en cualquier caso, márchate, no necesito tu ayuda. Ha sido un error preguntarte.
Y tampoco se podía ir de una forma normal. Tenía irse con la misma peculiaridad que llegó, y en este caso, fué volando sobre su guadaña, la cual pareció empuñar para atacarme, aunque no ví tal intención en ella.
”Sin duda, hay seres demasiado extraños en este mundo”
Proseguí mi camino ofuscado. Era complicado que alguien me pusiera de tan mal humor en tan poco tiempo, pero aquella mujer había logrado un récord. Intenté evadirme, pero no podía, no dejé de darle vueltas… Hasta que llegué a la caseta y ésta captó mi atención.
”Está bien, a ver cómo entro ahora”
Decidí que la mejor opción era mirar por las ventanas y ver si había algún movimiento, pero aquello no me ayudó mucho. La mayoría de las ventanas estaban cerradas, y eso que era de día. De repente, un hombre de los que estaban trabajando en las tierras se cayó al suelo, quizá víctima del cansancio. Salí corriendo hacia él, al ver que ninguno de sus “compañeros” hacía nada por él.
- ¿Estás bien?
- No… no me hables.
- ¿Perdón? -pregunté bastante confuso- ¿Por qué no quieres que hable contigo?
- Está prohibido… idiota.
- He venido a por vosotros, a liberaros, pero para eso necesito vuestra ayuda.
- Me temo que eso no es posible… yo… -y entonces su voz se apagó.
- ¡Mike, mira a ese! -espetó una voz desde la lejanía- ¡Está hablando con un caído!
Y entonces, como por arte de magia, un escuadrón de guardias salió de la caseta, cargando contra mí.
”No puede ser… justo ahora que se han ido estos dos idiotas”
Realicé un placaje al primero, un gancho al segundo, y una patada en el aire al tercero, pero era imposible que pudiese con todos ellos. Eran como veinte. Quizá quince. Pero de cualquier modo, todos atacaban a la vez, lo cual no me dejaba muchas opciones.
- ¡Vale, me rindo! -dije a la par que levantaba las manos, viendo a cinco guardias en el suelo pese a haber golpeado sólo a tres, mientras que el resto me miraban con una cara de evidente odio- Llevadme donde debáis, pero no crearé más problemas.
Uno de los guardias se lanzó a mí, tirándome al suelo mientras incitaba al resto a actuar rápido, poniéndome unas esposas y cogiéndome del hombro para volver a levantarme.
- Te has metido en una buena, chaval. Te vamos a llevar ante el jefe y él sabrá qué hacer… Pero no vas a volver a ver la luz del sol -comentó a la par que reía, provocando el mismo gesto sobre el resto de los allí presentes.
”Espero que se me ocurra algo”
Miré alrededor, viendo como ninguno de los exclavos parecía percatarse siquiera de lo que estaba ocurriendo. ¿Acaso ya no tenían ganas de vivir?
- Y qué sabrás tú a quién he perdido o no -pensé, recordando al resto de mis hermanos caídos a manos de humanos-, en cualquier caso, márchate, no necesito tu ayuda. Ha sido un error preguntarte.
Y tampoco se podía ir de una forma normal. Tenía irse con la misma peculiaridad que llegó, y en este caso, fué volando sobre su guadaña, la cual pareció empuñar para atacarme, aunque no ví tal intención en ella.
”Sin duda, hay seres demasiado extraños en este mundo”
Proseguí mi camino ofuscado. Era complicado que alguien me pusiera de tan mal humor en tan poco tiempo, pero aquella mujer había logrado un récord. Intenté evadirme, pero no podía, no dejé de darle vueltas… Hasta que llegué a la caseta y ésta captó mi atención.
”Está bien, a ver cómo entro ahora”
Decidí que la mejor opción era mirar por las ventanas y ver si había algún movimiento, pero aquello no me ayudó mucho. La mayoría de las ventanas estaban cerradas, y eso que era de día. De repente, un hombre de los que estaban trabajando en las tierras se cayó al suelo, quizá víctima del cansancio. Salí corriendo hacia él, al ver que ninguno de sus “compañeros” hacía nada por él.
- ¿Estás bien?
- No… no me hables.
- ¿Perdón? -pregunté bastante confuso- ¿Por qué no quieres que hable contigo?
- Está prohibido… idiota.
- He venido a por vosotros, a liberaros, pero para eso necesito vuestra ayuda.
- Me temo que eso no es posible… yo… -y entonces su voz se apagó.
- ¡Mike, mira a ese! -espetó una voz desde la lejanía- ¡Está hablando con un caído!
Y entonces, como por arte de magia, un escuadrón de guardias salió de la caseta, cargando contra mí.
”No puede ser… justo ahora que se han ido estos dos idiotas”
Realicé un placaje al primero, un gancho al segundo, y una patada en el aire al tercero, pero era imposible que pudiese con todos ellos. Eran como veinte. Quizá quince. Pero de cualquier modo, todos atacaban a la vez, lo cual no me dejaba muchas opciones.
- ¡Vale, me rindo! -dije a la par que levantaba las manos, viendo a cinco guardias en el suelo pese a haber golpeado sólo a tres, mientras que el resto me miraban con una cara de evidente odio- Llevadme donde debáis, pero no crearé más problemas.
Uno de los guardias se lanzó a mí, tirándome al suelo mientras incitaba al resto a actuar rápido, poniéndome unas esposas y cogiéndome del hombro para volver a levantarme.
- Te has metido en una buena, chaval. Te vamos a llevar ante el jefe y él sabrá qué hacer… Pero no vas a volver a ver la luz del sol -comentó a la par que reía, provocando el mismo gesto sobre el resto de los allí presentes.
”Espero que se me ocurra algo”
Miré alrededor, viendo como ninguno de los exclavos parecía percatarse siquiera de lo que estaba ocurriendo. ¿Acaso ya no tenían ganas de vivir?
Nada más finalizar su última oración, el pirata fue sorprendido por una conocida voz femenina. Para que el otro ladrón no le pillase desprevenido una vez centrase su atención en la nueva intrusa, activó su haki. Con el cuchillo en la yugular del sujeto, y forcejeando con él para que no se moviese, alzó la mirada. Reconoció a la mujer sin mucha dificultad… y también a los dos individuos que se hallaban cerca de ella. “Espera… ¿a esos no me los había cargado?” pensó Yuu, dándose cuenta de que aquellos soldados no estaban en pie porque él no los hubiese matado. Supuso que algo habría hecho que se levantasen de nuevo. Enseguida supo que el origen de aquella reanimación y control provenía de la mujer, la cual ordenó inmediatamente a dichos sujetos que atacasen al pirata. Sin decir una palabra al respecto, este pensó en escasos instantes un plan para acabar con ellos sin soltar al individuo que se hallaba debajo de él. Por suerte para él, no tendría ni que desenvainar su espada. Creó cuatro muros de hormigón no muy anchos de la altura de los individuos, poniendo primero uno delante de ellos para detenerles, los cuales rodearon a ambos dejándoles absolutamente nada de espacio para moverse. Con rapidez, creó una espada encima de ellos, la cual acabó cayendo para oírse el sonido de cómo atravesaba las cabezas de ambos.
– Eres guapa, chica, pero muy pesada. ¿Cómo coño has llegado hasta aquí? – preguntó a la mujer. – ¿Acaso quieres llevarme ante los maderos o algo? Ah, no, espera. Que encima quieres quitarme la reliquia. Ponte a la cola. Ahora permanece en silencio mientras yo le saco lo que quiero a este tío. Y otra cosa… – desvaneció los muros en los que mantenía cautivos a los supuestamente fallecidos soldados, aún con las espadas insertada en sus cráneos, las cuales no hizo desaparecer. – Podrías haberme atacado tú en vez de esos tíos que, por cierto, yo mismo me cargué. – Acto seguido, el pirata empezó a hablar con el ladrón. – Bueno, tú. Ya sabes, si no quieres acabar muerto y resucitado en contra de tu voluntad… habla. Porque si no yo te mataré y ella hará lo que sea que haya hecho para… eso, intentar matarme. – de nuevo, volvió a mirar a la mujer. – ¿A que sí? – y otra vez, fijó su mirada en el sujeto. – Venga, habla.
– Si me sueltas… te lo diré.
– ¿Tú te piensas que soy tonto? – se desesperó. – Bonita, vas a oír lo que diga este tipo igualmente, así que no hagas nada mientras yo me encargo de que los suelte, ¿vale? – dijo el pirata con un falso tono amable. Nada más acabar de decir la última palabra, se guardó la daga en su chaqueta y, con su mano izquierda, cogió del cuello al tipo, amenazándole con estrangularle que, sin duda, era una muerte más dolorosa y lenta que la otra. – Te he dicho… – golpeó con su diestra al sujeto en el rostro. – que… – lo volvió a hacer. – hables. – finalizó con otro golpe. – ¿Me entiendes? ¿O quieres que te desfigure la cara y luego mueras por asfixia?
De repente, se escucharon pasos en las escaleras cercanas, las cuales daban acceso al primer y tercer piso. Alguien los había oído, como era de esperar.
– Hazme el favor, guapa. Va, si te los cargas por mí te cuento lo que este subnormal me diga. – intentó convencer a la mujer para no mover un dedo. – Bien, tú. ¿Qué me dices?
– La reliquia de… de Kirina. Necesita de un… poderoso hechicero para… – tosió sangre en la cara de Yuu, llevándose otro golpe de este. – para activarla.
– ¿Y una vez activada qué? ¿Hará algo? ¿Valdrá dinero?
– Nadie sabe lo que hace la reliquia pero… sí… valdrá… dinero.
– Muy bien. Así me gusta. Y ahora… ¿dónde está este hechicero de mierda tan poderoso?
– En la aldea que hay a las afueras de la ciudad… pero él… él no está en la aldea. Uriel vive en la torre que hay en lo alto de la colina que, desde la aldea, se puede ver…
– Y venga otro cliché. Pero venga, va. Me lo voy a creer. ¿Y esta reliquia está aquí, dices? ¿Dónde?
– En la cámara acorazada, en el sótano.
– Nos ha jodido. Pero bueno, ya sé todo lo que quería saber.
– ¿Me vas a dejar vivir?
– ¿Tú que crees? Claro. Venga, levántate. – dijo, mientras le ayudaba a levantarse.
– Por un momento, pensaba que me matarías. – comentó aliviado, una vez estuvo de pie.
– Qué va. Yo no haría eso. – sonrió, mientras sacaba su espada y ensartaba la barriga del hombre. – Yo soy más de hacer esto.
Suponiendo que la mujer estuviese matando a los guardias, iría con ella para contarle lo que había escuchado. Al fin y al cabo, empezaba a caerle bien y… seguía queriendo desfogarse con alguien. Si no se los había cargado, pues lo haría él y se lo contaría luego.
– Eres guapa, chica, pero muy pesada. ¿Cómo coño has llegado hasta aquí? – preguntó a la mujer. – ¿Acaso quieres llevarme ante los maderos o algo? Ah, no, espera. Que encima quieres quitarme la reliquia. Ponte a la cola. Ahora permanece en silencio mientras yo le saco lo que quiero a este tío. Y otra cosa… – desvaneció los muros en los que mantenía cautivos a los supuestamente fallecidos soldados, aún con las espadas insertada en sus cráneos, las cuales no hizo desaparecer. – Podrías haberme atacado tú en vez de esos tíos que, por cierto, yo mismo me cargué. – Acto seguido, el pirata empezó a hablar con el ladrón. – Bueno, tú. Ya sabes, si no quieres acabar muerto y resucitado en contra de tu voluntad… habla. Porque si no yo te mataré y ella hará lo que sea que haya hecho para… eso, intentar matarme. – de nuevo, volvió a mirar a la mujer. – ¿A que sí? – y otra vez, fijó su mirada en el sujeto. – Venga, habla.
– Si me sueltas… te lo diré.
– ¿Tú te piensas que soy tonto? – se desesperó. – Bonita, vas a oír lo que diga este tipo igualmente, así que no hagas nada mientras yo me encargo de que los suelte, ¿vale? – dijo el pirata con un falso tono amable. Nada más acabar de decir la última palabra, se guardó la daga en su chaqueta y, con su mano izquierda, cogió del cuello al tipo, amenazándole con estrangularle que, sin duda, era una muerte más dolorosa y lenta que la otra. – Te he dicho… – golpeó con su diestra al sujeto en el rostro. – que… – lo volvió a hacer. – hables. – finalizó con otro golpe. – ¿Me entiendes? ¿O quieres que te desfigure la cara y luego mueras por asfixia?
De repente, se escucharon pasos en las escaleras cercanas, las cuales daban acceso al primer y tercer piso. Alguien los había oído, como era de esperar.
– Hazme el favor, guapa. Va, si te los cargas por mí te cuento lo que este subnormal me diga. – intentó convencer a la mujer para no mover un dedo. – Bien, tú. ¿Qué me dices?
– La reliquia de… de Kirina. Necesita de un… poderoso hechicero para… – tosió sangre en la cara de Yuu, llevándose otro golpe de este. – para activarla.
– ¿Y una vez activada qué? ¿Hará algo? ¿Valdrá dinero?
– Nadie sabe lo que hace la reliquia pero… sí… valdrá… dinero.
– Muy bien. Así me gusta. Y ahora… ¿dónde está este hechicero de mierda tan poderoso?
– En la aldea que hay a las afueras de la ciudad… pero él… él no está en la aldea. Uriel vive en la torre que hay en lo alto de la colina que, desde la aldea, se puede ver…
– Y venga otro cliché. Pero venga, va. Me lo voy a creer. ¿Y esta reliquia está aquí, dices? ¿Dónde?
– En la cámara acorazada, en el sótano.
– Nos ha jodido. Pero bueno, ya sé todo lo que quería saber.
– ¿Me vas a dejar vivir?
– ¿Tú que crees? Claro. Venga, levántate. – dijo, mientras le ayudaba a levantarse.
– Por un momento, pensaba que me matarías. – comentó aliviado, una vez estuvo de pie.
– Qué va. Yo no haría eso. – sonrió, mientras sacaba su espada y ensartaba la barriga del hombre. – Yo soy más de hacer esto.
Suponiendo que la mujer estuviese matando a los guardias, iría con ella para contarle lo que había escuchado. Al fin y al cabo, empezaba a caerle bien y… seguía queriendo desfogarse con alguien. Si no se los había cargado, pues lo haría él y se lo contaría luego.
Katharina von Steinhell
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Y nuevamente ahí estaba el poder del hombre. Katharina lo observó detenidamente, llegando a la conclusión de que tenía la habilidad de invocar objetos, como espadas y muros. Rápidamente se deshizo de los soldados, los cuales nunca presentaron un verdadero reto, pero la intención de la bruja era comprobar el nivel de poder del pelinegro. Era creativo y hábil, pero si decidía pelear con todas sus fuerzas, no suponía ningún problema para la pelirroja. Cuando los cuerpos de los guardias cayeron al suelo Katharina los vio de reojo, ¿cómo pretendían custodiar un museo siendo tan débiles?
Al parecer el asesino no tenía intenciones de luchar contra Katharina, pues luego de quejarse un rato continuó con su interrogatorio. En ese momento la pelirroja pudo haberse deshecho de él, lanzándole una bola de fuego o simplemente usando su guadaña, pero no. Prefirió mantenerse callada y escuchar lo que el otro ladrón tenía para decir, asintiendo cuando el pelinegro comentó lo de matarlo y traerlo a la vida para que hablase.
De pronto se escucharon pasos en las escaleras. Los habían escuchado y era bastante obvio, pues el ruido de una pelea no pasaba desapercibido. Alguien tendría que deshacerse de esos molestos invitados, y algo decía que la pelirroja tendría que hacerlo.
—Lo haré, pero como intentes huir de mí dejaré de ser buena —aseguró la bruja, empuñando su enorme guadaña de aspecto demoníaco—. Asegúrate de que este hable, de lo contrario lo haré a mi modo.
La bruja caminó tranquilamente hacia las escaleras, en donde se encontró con media docena de guardias bien armados. No parecían tan débiles como los que ella revivió, pero tampoco se veían excepcionalmente fuertes, después de todo no eran más que solo guardias de museo. Sonaba bastante despectivo, ¿no? Los ojos de la pelirroja se detuvieron un segundo en cada uno de ellos, advirtiendo la pesada armadura que llevaban. Contaban con espadas de doble filo y dagas en el cinto.
—¡¿Quién eres y qué buscas, mujer?! —Preguntó uno de ellos, un tipo de cuarenta años aproximadamente, barba bien afeitada y ojos marrones. Debía medir al menos dos metros con diez centímetros, era corpulento y tenía un tatuaje bajo su ojo izquierdo.
—¿La verdad? Ni yo sé lo que busco —respondió la bruja encogiéndose de hombros y con una sonrisa burlona en el rostro, lo cual provocó negativamente a los soldados enemigos. De pronto uno de los guardias se abalanzó, provocando que la espada produjera un sonido metálico al chocar contra el filo de la guadaña de Katharina. La bruja apoyó su mano sobre el hombro, dio un salto y ya se encontraba en la espalda del enemigo, lista para propinar cinco rápidos cortes con su arma. La armadura no fue lo suficientemente dura como para detener el daño causado, provocando la muerte inmediata del guardia.
El resto de los soldados quedó impactado ante la rápida muerte de su compañero; algunos de ellos soltaron gritos de rabia y otros de dolor, pero el hombre de los ojos marrones mantuvo la compostura. Él era la única persona interesante, tal vez valía la pena asesinarlo y luego revivirlo. ¿Acaso sería el capitán del escuadrón? Era una posibilidad. Los enemigos se formaron rápidamente, todos protegiendo al tipo grande.
—¡Carguen! —Ordenó el de los ojos marrones.
Katharina bloqueó con su arma a tres de ellos, mientras que se sintió en la necesidad de esquivar a los otros dos. Flexionó las rodillas y giró sobre su propio eje, pareciendo un tornado afilado. El filo de la guadaña rasgó la armadura de los soldados, pero en ningún momento ocasionó daños severos. Intercambiaron aero durante varios minutos, pero de a poco iban cayendo las tropas enemigas. Sin embargo, en un momento de la batalla, el moreno de los ojos marrones consiguió hacerle un pequeño rasguño en el rostro de la bruja, provocando la furia de esta.
Frunció el ceño e infló el pecho, dejó que la energía mágica fluyera por todo su cuerpo y luego la escupió, formando un cono de fuego que derritió por completo a tres soldados. Gritaron y gritaron, el acero calentado se pegó a la piel, rostizándola y generando un dolor descomunal. Sin embargo la bruja no se detuvo ahí, sino que por segunda vez infló el pecho y volvió a escupir la llamarada, acabando con sus vidas. Ahora solo quedaba el capitán y un soldado más.
El soldado quiso huir, pero la bruja no lo permitió. Usando la telequinesis lo atrajo directamente hacia ella, cortándole la cabeza en el proceso. Sólo faltaba el sujeto alto… Nadie más. Katharina podía sentir el miedo de su enemigo, podía saborearlo. Por cada paso que daba la bruja, el soldado retrocedía, pero llegó un momento en que sus piernas se paralizaron.
—No te preocupes, pronto volverás a verme —le comentó acariciándole el rostro. En seguida insertó la punta de su guadaña en el estómago del guardia, provocando que un hilillo de sangre cayera de su boca. Fue una muerte medianamente rápida, para nada dolorosa.
Justo cuando el pelinegro llegó, la bruja se encontraba resucitando al soldado. Sólo con tocar su rostro le devolvió la vida, y ahora era su esclavo. De seguro que tenía mucha información acerca del sitio y las reliquias más costosas. Por otra parte, el asesino de guardias cumplió con contarle todo lo que había obtenido del ladrón, contándole que el artefacto mágico podía ser activado por un hechicero.
—Me apetece hablar con ese hechicero —comentó la bruja pensando en todo lo que podía sacar de aquella persona—. ¿Qué te parece si trabajamos juntos? Tal vez haya más cosas que robar.
Al parecer el asesino no tenía intenciones de luchar contra Katharina, pues luego de quejarse un rato continuó con su interrogatorio. En ese momento la pelirroja pudo haberse deshecho de él, lanzándole una bola de fuego o simplemente usando su guadaña, pero no. Prefirió mantenerse callada y escuchar lo que el otro ladrón tenía para decir, asintiendo cuando el pelinegro comentó lo de matarlo y traerlo a la vida para que hablase.
De pronto se escucharon pasos en las escaleras. Los habían escuchado y era bastante obvio, pues el ruido de una pelea no pasaba desapercibido. Alguien tendría que deshacerse de esos molestos invitados, y algo decía que la pelirroja tendría que hacerlo.
—Lo haré, pero como intentes huir de mí dejaré de ser buena —aseguró la bruja, empuñando su enorme guadaña de aspecto demoníaco—. Asegúrate de que este hable, de lo contrario lo haré a mi modo.
La bruja caminó tranquilamente hacia las escaleras, en donde se encontró con media docena de guardias bien armados. No parecían tan débiles como los que ella revivió, pero tampoco se veían excepcionalmente fuertes, después de todo no eran más que solo guardias de museo. Sonaba bastante despectivo, ¿no? Los ojos de la pelirroja se detuvieron un segundo en cada uno de ellos, advirtiendo la pesada armadura que llevaban. Contaban con espadas de doble filo y dagas en el cinto.
—¡¿Quién eres y qué buscas, mujer?! —Preguntó uno de ellos, un tipo de cuarenta años aproximadamente, barba bien afeitada y ojos marrones. Debía medir al menos dos metros con diez centímetros, era corpulento y tenía un tatuaje bajo su ojo izquierdo.
—¿La verdad? Ni yo sé lo que busco —respondió la bruja encogiéndose de hombros y con una sonrisa burlona en el rostro, lo cual provocó negativamente a los soldados enemigos. De pronto uno de los guardias se abalanzó, provocando que la espada produjera un sonido metálico al chocar contra el filo de la guadaña de Katharina. La bruja apoyó su mano sobre el hombro, dio un salto y ya se encontraba en la espalda del enemigo, lista para propinar cinco rápidos cortes con su arma. La armadura no fue lo suficientemente dura como para detener el daño causado, provocando la muerte inmediata del guardia.
El resto de los soldados quedó impactado ante la rápida muerte de su compañero; algunos de ellos soltaron gritos de rabia y otros de dolor, pero el hombre de los ojos marrones mantuvo la compostura. Él era la única persona interesante, tal vez valía la pena asesinarlo y luego revivirlo. ¿Acaso sería el capitán del escuadrón? Era una posibilidad. Los enemigos se formaron rápidamente, todos protegiendo al tipo grande.
—¡Carguen! —Ordenó el de los ojos marrones.
Katharina bloqueó con su arma a tres de ellos, mientras que se sintió en la necesidad de esquivar a los otros dos. Flexionó las rodillas y giró sobre su propio eje, pareciendo un tornado afilado. El filo de la guadaña rasgó la armadura de los soldados, pero en ningún momento ocasionó daños severos. Intercambiaron aero durante varios minutos, pero de a poco iban cayendo las tropas enemigas. Sin embargo, en un momento de la batalla, el moreno de los ojos marrones consiguió hacerle un pequeño rasguño en el rostro de la bruja, provocando la furia de esta.
Frunció el ceño e infló el pecho, dejó que la energía mágica fluyera por todo su cuerpo y luego la escupió, formando un cono de fuego que derritió por completo a tres soldados. Gritaron y gritaron, el acero calentado se pegó a la piel, rostizándola y generando un dolor descomunal. Sin embargo la bruja no se detuvo ahí, sino que por segunda vez infló el pecho y volvió a escupir la llamarada, acabando con sus vidas. Ahora solo quedaba el capitán y un soldado más.
El soldado quiso huir, pero la bruja no lo permitió. Usando la telequinesis lo atrajo directamente hacia ella, cortándole la cabeza en el proceso. Sólo faltaba el sujeto alto… Nadie más. Katharina podía sentir el miedo de su enemigo, podía saborearlo. Por cada paso que daba la bruja, el soldado retrocedía, pero llegó un momento en que sus piernas se paralizaron.
—No te preocupes, pronto volverás a verme —le comentó acariciándole el rostro. En seguida insertó la punta de su guadaña en el estómago del guardia, provocando que un hilillo de sangre cayera de su boca. Fue una muerte medianamente rápida, para nada dolorosa.
Justo cuando el pelinegro llegó, la bruja se encontraba resucitando al soldado. Sólo con tocar su rostro le devolvió la vida, y ahora era su esclavo. De seguro que tenía mucha información acerca del sitio y las reliquias más costosas. Por otra parte, el asesino de guardias cumplió con contarle todo lo que había obtenido del ladrón, contándole que el artefacto mágico podía ser activado por un hechicero.
—Me apetece hablar con ese hechicero —comentó la bruja pensando en todo lo que podía sacar de aquella persona—. ¿Qué te parece si trabajamos juntos? Tal vez haya más cosas que robar.
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Los guardias cuchicheaban sobre mí mientras me daban pequeños golpes para que continuara el viaje.
Durante el trayecto no había visto nada destacable, sino un par de carros de madera abandonados, algún que otro hombre moribundo, y distintas flores de colores comunes.
Mire hacia el fondo del recorrido, donde había una imperiosa torre, por lo que supuse que aquél sería mi destino.
-Vamos, puto Gyojin, ve más rápido -comentó uno de los guardias a la par que me golpeaba la espalda con una patada.
“Así que te acabas de ganar el honor de ser mi primera víctima…”
Caminé unos minutos más hasta que tiraron desde el grillete que iba desde mis esposas hasta la mano de uno de los guardias, lo cual me hizo frenar.
-Pattrik, ve y mira si está el jefe. Y si está, que nos autorice a entrar.
Y, el guardia que parecía más joven, y más lento también, salió en busca de quién era denominado “el jefe”. No tardé mucho en ver que la seguridad de aquel lugar era bastante decente. Tres guardias esperaban en la puerta y pedían una documentación. Al entrar por la puerta el joven e inexperto guardia cuya misión era avisar a su superior, pude divisar a dos guardias más.
“¿Quién será ese tipo o qué guardarán ahí para que haya tanta seguridad?”
Y, tras un par de largos minutos, autorizaron al grupo a entrar.
-Vamos, que hoy es un gran día para todos… menos para ti -comentó el mismo guardia de antes con una maquiavélica sonrisa.
Durante el trayecto no había visto nada destacable, sino un par de carros de madera abandonados, algún que otro hombre moribundo, y distintas flores de colores comunes.
Mire hacia el fondo del recorrido, donde había una imperiosa torre, por lo que supuse que aquél sería mi destino.
-Vamos, puto Gyojin, ve más rápido -comentó uno de los guardias a la par que me golpeaba la espalda con una patada.
“Así que te acabas de ganar el honor de ser mi primera víctima…”
Caminé unos minutos más hasta que tiraron desde el grillete que iba desde mis esposas hasta la mano de uno de los guardias, lo cual me hizo frenar.
-Pattrik, ve y mira si está el jefe. Y si está, que nos autorice a entrar.
Y, el guardia que parecía más joven, y más lento también, salió en busca de quién era denominado “el jefe”. No tardé mucho en ver que la seguridad de aquel lugar era bastante decente. Tres guardias esperaban en la puerta y pedían una documentación. Al entrar por la puerta el joven e inexperto guardia cuya misión era avisar a su superior, pude divisar a dos guardias más.
“¿Quién será ese tipo o qué guardarán ahí para que haya tanta seguridad?”
Y, tras un par de largos minutos, autorizaron al grupo a entrar.
-Vamos, que hoy es un gran día para todos… menos para ti -comentó el mismo guardia de antes con una maquiavélica sonrisa.
El pirata ya no tenía más información acerca de nada más, así que tendría que actuar en base a lo que tenía. Tal como Yuu pensaba, la nigromante hablaba su mismo idioma. Su propuesta de “alianza” hizo que el ladrón se lo pensase durante unos instantes antes de dar una respuesta. “Esta mujer… su poder está guay. Me cae bien, pero… sigo sin fiarme de ella del todo. Mmm… si, podría aliarme con ella. No veo porqué no. Aunque… mejor no le quito el ojo de encima por si acaso.” dijo para sí mismo en sus adentros. Una de los objetivos secundarios del joven pasaría a ser comprobar la lealtad de la chica, tras aceptar su compañía.
– Espero que las haya, la verdad. Porque con una reliquia mágica no sé yo si podré sacar suficiente provecho… en fin. Y si, vale, venga, cooperemos. Hace un tiempo que no trabajo en estas cosas en compañía, así que estoy un poco oxidado. – dicho esto, empezó a caminar hacia las escaleras, rumbo a su próximo destino. Mas tuvo que detenerse antes de pisar el primer escalón, para dejarle las cosas claras a la mujer. – Eso sí. Tres cosas antes de empezar. Una, visto que vamos a trabajar juntos, desgraciadamente habrá que estirar la mano y compartir lo robado… lo que compartamos lo decidiremos cuando acabemos. Dos, si por algún casual decides traicionarme, te buscaré. Y tres… soy Yuu. – comentó volteando la cabeza hacia ella con una sonrisa en la boca y con el pulgar alzado. – ¡En marcha! – dijo mientras empezaba a bajar por la escalera. – Aquí huele a quemado. ¿Por qué cojones huele a que…? – paró en seco al ver los incinerados cadáveres de lo que el pirata supuso que sería la tropa de guardias que le había encargado de matar. – Vale… imagino que tú has hecho esto. Por cierto… – volvió a girarse para ver a la mujer y a su acompañante. – A ti no te había visto. – dijo, refiriéndose al grandullón. – Sácale lo que puedas mientras bajamos, y tal.
Una vez dicho todo, el pirata no volvería a cruzar palabra con ninguno de los dos, a no ser que alguien de ellos dijese algo interesante para este. En la primera planta, el ladrón pudo comprobar que no había resistencia en ella. Mas el oído de Yuu captó un sonido metálico subiendo desde la planta baja, seguramente la oposición que no habían visto en la primera. Desenvainó su Hanami no Ryuu, una de sus más preciadas espadas. Su ligereza era envidiable teniendo en cuenta lo prolongada que era su hoja, y eso era algo que hizo que el pirata se enamorara de esta preciosidad de espada.
– Ah… Haryuu, vamos a divertirnos. – empezó a descender las escaleras de nuevo, esperando encontrarse a los hombres que subían. Una vez los vio, contó unos siete. Todos con armaduras de samurái y katanas simples. Nada fuera de lo común que representase un reto para el pirata. – Hola, chicos. ¿Quién quiere ser el primero? – se quedó mirándolos, mientras ellos subían con las espadas en alto, dispuestos a acabar con él. – ¿Todos? Me encanta vuestro ímpetu. Así si que da gusto, joder. – puso a Haryuu en posición horizontal, mas no atacó. Esperó a que todos atacasen al mismo tiempo contra él, parando todos sus golpes con la única espada que tenía en mano, dado que esta ocupaba todo lo ancho que había de escalera. – Esto va a ser divertido. – con una sola mano, empujó a los soldados que aún permanecían chocando sus espadas contra la suya. Cuando todos estaban ya en el aire, el ladrón los tenía donde él quería. Cogió un poco de impulso hacia su hombro izquierdo y, con todas las fuerzas de su otro brazo ejecutó un corte horizontal que cortó a dos de los siete guardias por la mitad, bañando todas las escaleras de sangre. – Ah… precioso. Bien, ¿siguientes? – justo en el momento en el que los otros cinco se hallaban intentando alzarse, Yuu se encaminó hacia ellos. Esta vez no irían todos a la vez, así que fue poco a poco matándolos uno a uno de un solo tajo. Luego, una vez murieran todos, se encaminaría al sótano.
– Espero que las haya, la verdad. Porque con una reliquia mágica no sé yo si podré sacar suficiente provecho… en fin. Y si, vale, venga, cooperemos. Hace un tiempo que no trabajo en estas cosas en compañía, así que estoy un poco oxidado. – dicho esto, empezó a caminar hacia las escaleras, rumbo a su próximo destino. Mas tuvo que detenerse antes de pisar el primer escalón, para dejarle las cosas claras a la mujer. – Eso sí. Tres cosas antes de empezar. Una, visto que vamos a trabajar juntos, desgraciadamente habrá que estirar la mano y compartir lo robado… lo que compartamos lo decidiremos cuando acabemos. Dos, si por algún casual decides traicionarme, te buscaré. Y tres… soy Yuu. – comentó volteando la cabeza hacia ella con una sonrisa en la boca y con el pulgar alzado. – ¡En marcha! – dijo mientras empezaba a bajar por la escalera. – Aquí huele a quemado. ¿Por qué cojones huele a que…? – paró en seco al ver los incinerados cadáveres de lo que el pirata supuso que sería la tropa de guardias que le había encargado de matar. – Vale… imagino que tú has hecho esto. Por cierto… – volvió a girarse para ver a la mujer y a su acompañante. – A ti no te había visto. – dijo, refiriéndose al grandullón. – Sácale lo que puedas mientras bajamos, y tal.
Una vez dicho todo, el pirata no volvería a cruzar palabra con ninguno de los dos, a no ser que alguien de ellos dijese algo interesante para este. En la primera planta, el ladrón pudo comprobar que no había resistencia en ella. Mas el oído de Yuu captó un sonido metálico subiendo desde la planta baja, seguramente la oposición que no habían visto en la primera. Desenvainó su Hanami no Ryuu, una de sus más preciadas espadas. Su ligereza era envidiable teniendo en cuenta lo prolongada que era su hoja, y eso era algo que hizo que el pirata se enamorara de esta preciosidad de espada.
– Ah… Haryuu, vamos a divertirnos. – empezó a descender las escaleras de nuevo, esperando encontrarse a los hombres que subían. Una vez los vio, contó unos siete. Todos con armaduras de samurái y katanas simples. Nada fuera de lo común que representase un reto para el pirata. – Hola, chicos. ¿Quién quiere ser el primero? – se quedó mirándolos, mientras ellos subían con las espadas en alto, dispuestos a acabar con él. – ¿Todos? Me encanta vuestro ímpetu. Así si que da gusto, joder. – puso a Haryuu en posición horizontal, mas no atacó. Esperó a que todos atacasen al mismo tiempo contra él, parando todos sus golpes con la única espada que tenía en mano, dado que esta ocupaba todo lo ancho que había de escalera. – Esto va a ser divertido. – con una sola mano, empujó a los soldados que aún permanecían chocando sus espadas contra la suya. Cuando todos estaban ya en el aire, el ladrón los tenía donde él quería. Cogió un poco de impulso hacia su hombro izquierdo y, con todas las fuerzas de su otro brazo ejecutó un corte horizontal que cortó a dos de los siete guardias por la mitad, bañando todas las escaleras de sangre. – Ah… precioso. Bien, ¿siguientes? – justo en el momento en el que los otros cinco se hallaban intentando alzarse, Yuu se encaminó hacia ellos. Esta vez no irían todos a la vez, así que fue poco a poco matándolos uno a uno de un solo tajo. Luego, una vez murieran todos, se encaminaría al sótano.
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El hombre que se presentó como Yuu estipuló las condiciones de formar una compañía de trabajo, las cuales parecían, en principio, bastante coherentes. Katharina estaba de acuerdo en repartir el botín, a menos que la reliquia mágica fuera verdaderamente especial; en ese caso intentaría quedársela. También estaba de acuerdo con la advertencia acerca de la traición, no es que quisiese ganarse enemigos ni algo parecido así que estaba bien.
La pelirroja sonrió falsamente.
—Me parecen bien las condiciones, Yuu —respondió ella, apoyando su ligero cuerpo en el torso del soldado reanimado—. Puedes llamarme Selene y ya que estamos con advertencias, déjame hacerte una: traicióname y pasarás el resto de tu vida como una de mis marionetas —sentenció, señalando con el pulgar la criatura que yacía a sus espaldas.
Mientras caminaban, Katharina le iba haciendo todo tipo de preguntas al guardia, quien estaba obligado a responder. El objeto más valioso del museo era la reliquia mágica, pero también había otras piezas valoradas en 100.000 berries. Tenían que conseguirlas, pues trabajar tanto para quizás no obtener una buena paga, no valía mucho la pena. Jason le comentó que en sí no era difícil acceder a los objetos, sino que lo complicado era deshacerse de todos los guardias que había.
De pronto se encontraron con uno de los tantos obstáculos: más soldados. Estos llevaban una armadura de samurái y katanas empuñadas, todos preparados para arremeter contra los ladrones. Por suerte la bruja no tuvo que usar ninguna de sus técnicas ni defenderse, pues Yuu se encargó de todos. El pelinegro era bueno con la espada, Katharina debía reconocerlo; sus tajos cortaban sin dificultad a los samuráis, como si en realidad fuesen de mantequilla. Así que el ladrón era un espadachín con una extraña fruta del diablo… Interesante, muy interesante.
—Pero qué sádico, ¿eh? —comentó la pelirroja a modo de burla— ¿Cortar por la mitad a dos hombres de un solo espadazo? Me parece bestial, Yuu. Por cierto, Jason dice que hay más reliquias para robar… Según lo que recuerda hay tres repartidas en el subterráneo, cada una valuada en 100.000 berries. Si tenemos tiempo, podemos hacernos de ellas e incluso replicarlas para sacar algo más de dinero.
La pelirroja sonrió falsamente.
—Me parecen bien las condiciones, Yuu —respondió ella, apoyando su ligero cuerpo en el torso del soldado reanimado—. Puedes llamarme Selene y ya que estamos con advertencias, déjame hacerte una: traicióname y pasarás el resto de tu vida como una de mis marionetas —sentenció, señalando con el pulgar la criatura que yacía a sus espaldas.
Mientras caminaban, Katharina le iba haciendo todo tipo de preguntas al guardia, quien estaba obligado a responder. El objeto más valioso del museo era la reliquia mágica, pero también había otras piezas valoradas en 100.000 berries. Tenían que conseguirlas, pues trabajar tanto para quizás no obtener una buena paga, no valía mucho la pena. Jason le comentó que en sí no era difícil acceder a los objetos, sino que lo complicado era deshacerse de todos los guardias que había.
De pronto se encontraron con uno de los tantos obstáculos: más soldados. Estos llevaban una armadura de samurái y katanas empuñadas, todos preparados para arremeter contra los ladrones. Por suerte la bruja no tuvo que usar ninguna de sus técnicas ni defenderse, pues Yuu se encargó de todos. El pelinegro era bueno con la espada, Katharina debía reconocerlo; sus tajos cortaban sin dificultad a los samuráis, como si en realidad fuesen de mantequilla. Así que el ladrón era un espadachín con una extraña fruta del diablo… Interesante, muy interesante.
—Pero qué sádico, ¿eh? —comentó la pelirroja a modo de burla— ¿Cortar por la mitad a dos hombres de un solo espadazo? Me parece bestial, Yuu. Por cierto, Jason dice que hay más reliquias para robar… Según lo que recuerda hay tres repartidas en el subterráneo, cada una valuada en 100.000 berries. Si tenemos tiempo, podemos hacernos de ellas e incluso replicarlas para sacar algo más de dinero.
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Con un fuerte tirón a la correa que unía las esposas a uno de aquellos tipos me hicieron ver que tenía que seguirles. Tan solo entramos tres mientras el resto se quedaba fuera, quizá vigilando que nada más sucediese.
Por un instante pensé en atacarles ahora que eran un grupo más pequeño de humanos, todos ellos con unas mallas relucientes y katanas de, aparentemente, alto valor comercial. Pero pronto quité esa idea de mi cabeza, ya que los que se habían quedado fuera llegarían pronto a mi ubicación. Si quería hacerlo, tenía que esperar al momento perfecto.
La caracoleada escalera se hacía interminable, cada paso que dábamos parecía no tener fín. Pero poco a poco, un atisbo de luz se iba haciendo presente y, con el paso del tiempo, se agrandaba hasta que por fín una emergente y potente luz se presentó de manera majestuosa ante nosotros. Y con ello lo hizo una presencia que me desagradó desde el principio.
- Vaya vaya lo que tenemos por aquí. Si es un Gyojin… Y bastante corpulento. ¿Qué te ha hecho venir hasta aquí?
- Ves, te dije que era un Gyojin, que existían, y no me hiciste caso - susurró uno de los allí presentes-. La próxima vez tenme más en cuenta.
Elegí no dirigir la palabra a quien parecía el jefe de todo aquello. Era un tipo alto, quizá de dos metros diez, moreno, bastante corpulento, con una dentadura perfecta, unos ojos bastante pequeños para su enorme cuerpo y nada más reseñable. Quizá sus ropajes , hechos de finas sedas donde predominaba el dorado, al igual que en la habitación en la que me encontraba. Parecía ser alguien de la realeza, aunque ni siquiera sabía si en aquella isla eran monárquicos o no. Puede que simplemente fuera un rico sin más. No era algo que me preocupara demasiado.
- Llevadlo a la sala, y quedaos siempre dos a su lado, que no escape.
Y tras ello se giró, marchándose a otro sitio. Dos de los tipos que más habían incordiado me metieron en lo que denominaban “la sala”. Una habitación con tres sillas y sin ventana. No había nada más, a excepción de la lámpara del techo. Olía ligeramente mal, aunque cada vez que abrían la puerta entraba el fino aroma del resto de habitaciones.
Cuando cerraron la puerta, dos guardias se quedaron custodiándola mientras otros dos entraban conmigo.
”Esta es la mía”
Con un ágil movimiento tiré de la cuerda que sujetaba mis esposas, atrayendo al guardia hacia mí y dándole un rodillazo en la cabeza cuando, por inercia, ésta se había puesto a la altura de mi cintura. Rápidamente salté a por el otro, al cual tapé la boca y estrangulé con la cuerda que el otro guardia había soltado. No tardó más de quince segundos en caer inconsciente, y fué el golpe del primero el que desató un extraño murmullo afuera. Me coloqué detrás de la puerta y oí como uno de ellos se dirigía a nosotros.
- ¿Pasa algo ahí dentro?
Por un instante pensé en atacarles ahora que eran un grupo más pequeño de humanos, todos ellos con unas mallas relucientes y katanas de, aparentemente, alto valor comercial. Pero pronto quité esa idea de mi cabeza, ya que los que se habían quedado fuera llegarían pronto a mi ubicación. Si quería hacerlo, tenía que esperar al momento perfecto.
La caracoleada escalera se hacía interminable, cada paso que dábamos parecía no tener fín. Pero poco a poco, un atisbo de luz se iba haciendo presente y, con el paso del tiempo, se agrandaba hasta que por fín una emergente y potente luz se presentó de manera majestuosa ante nosotros. Y con ello lo hizo una presencia que me desagradó desde el principio.
- Vaya vaya lo que tenemos por aquí. Si es un Gyojin… Y bastante corpulento. ¿Qué te ha hecho venir hasta aquí?
- Ves, te dije que era un Gyojin, que existían, y no me hiciste caso - susurró uno de los allí presentes-. La próxima vez tenme más en cuenta.
Elegí no dirigir la palabra a quien parecía el jefe de todo aquello. Era un tipo alto, quizá de dos metros diez, moreno, bastante corpulento, con una dentadura perfecta, unos ojos bastante pequeños para su enorme cuerpo y nada más reseñable. Quizá sus ropajes , hechos de finas sedas donde predominaba el dorado, al igual que en la habitación en la que me encontraba. Parecía ser alguien de la realeza, aunque ni siquiera sabía si en aquella isla eran monárquicos o no. Puede que simplemente fuera un rico sin más. No era algo que me preocupara demasiado.
- Llevadlo a la sala, y quedaos siempre dos a su lado, que no escape.
Y tras ello se giró, marchándose a otro sitio. Dos de los tipos que más habían incordiado me metieron en lo que denominaban “la sala”. Una habitación con tres sillas y sin ventana. No había nada más, a excepción de la lámpara del techo. Olía ligeramente mal, aunque cada vez que abrían la puerta entraba el fino aroma del resto de habitaciones.
Cuando cerraron la puerta, dos guardias se quedaron custodiándola mientras otros dos entraban conmigo.
”Esta es la mía”
Con un ágil movimiento tiré de la cuerda que sujetaba mis esposas, atrayendo al guardia hacia mí y dándole un rodillazo en la cabeza cuando, por inercia, ésta se había puesto a la altura de mi cintura. Rápidamente salté a por el otro, al cual tapé la boca y estrangulé con la cuerda que el otro guardia había soltado. No tardó más de quince segundos en caer inconsciente, y fué el golpe del primero el que desató un extraño murmullo afuera. Me coloqué detrás de la puerta y oí como uno de ellos se dirigía a nosotros.
- ¿Pasa algo ahí dentro?
Mientras el joven pirata caminaba por encima de los cuerpos sin vida de sus enemigos, escuchaba atentamente las palabras de la muchacha. No le gustó demasiado la información que habría logrado sonsacar al sujeto, puesto que le parecía bastante escasa al fin y al cabo.
– ¿Solo tres? Y lo que es peor… ¿solo cien-mil? Con eso no tenemos para nada. Piénsalo, si con todo llegamos a sacar quinientos replicándolo y inflando el precio… al final solo nos quedarían doscientos cincuenta para cada uno. Obviando la reliquia… me parece muy poco rentable. ¡De todas formas! Vamos a ver de qué se trata. – alcanzó por fin la escalera que llevaba a la parte del subterráneo.
La escasa iluminación no hacía más fácil la incursión. Aquello parecía que sería un cúmulo de pasillos sin nada, con el objetivo de desorientar a cualquier interesado. “Esto me da mala espina”, pensó para sí mismo. Lentamente, sacó su pequeña daga de dentro del chaleco, y la empuñó con fuerza colocando su mano detrás de la espalda. Empezó a caminar, esta vez estando alerta. Con la seguridad de que tendría a la bruja detrás, volteó hacia su izquierda la cabeza.
– Selene, ¿no? Bien… hay una bifurcación ahí delante. Derecha, izquierda, y recto. Yo iré por la derecha, tú por la izquierda. Podrías mandar a tu amigo todo recto a ver qué encuentra. Si alguien encuentra la reliquia o uno de los tres objetos, se encargará de robarlo y de traerlo a este mismo sitio. Si no encontramos nada… volveremos aquí y esperaremos a que lleguen los otros. – dijo, pasando a un tono muy serio. – Ten claro que habrá enemigos. No hace falta que diga qué hay que hacer con ellos. En fin, vamos a ello. – activó su mantra nada más dar el primer paso, encaminándose hacia el pasillo diestro.
Nunca se tuvo que quitar el parche para abarcar todo el rango de visión, y este tampoco iba a ser el momento. Yuu no se había dado cuenta de algo muy importante… y cuando lo hizo, ya era demasiado tarde. Mientras caminaba, rompió una especie de hilo muy fino casi imperceptible, activando así una especie de trampa. Un virote de madera salió disparado de algún sitio, clavándose en el hombro izquierdo del pirata. Un grito ahogado de dolor se dejó oír en un radio muy pequeño. Se cambió la daga de mano y, agarró con su diestra el proyectil. Esto no era la primera vez que le pasaba, ni sería la última. Con cuidado, se extrajo aquello y lo tiró al suelo, provocando algo de ruido que bien podría alertar a quien estuviese cerca. Su primer pensamiento fue arrancarse la manga de la camisa para hacer un torniquete, pero luego pensó rápidamente que podría crear algo que le ayudase a hacerlo todo más fácil. Hizo aparecer en su mano ensangrentada un pañuelo grueso de papel, con la finalidad de limpiar la herida y cortar el flujo sanguíneo en esa parte. Era un remedio que le serviría para aguantar durante un buen rato y para no desangrarse, así que lo hizo como pudo y no le salió del todo mal. Había sido descuidado, y lo había pagado con sangre.
El pelinegro continuó con su incursión. Esta vez, con muchísimo más cuidado y fijándose en todo lo que podía. Por el camino, halló unas cuantas placas de presión que tuvo que ir salteando poco a poco para no activar más trampas. La seguridad era elevada… pero no era para tanto ahora qué sabía lo que podían hacer. Finalmente, el pirata llegó a una especie de cámara, mas no acorazada, donde había algo realmente precioso al fondo de esta.
– ¿Solo tres? Y lo que es peor… ¿solo cien-mil? Con eso no tenemos para nada. Piénsalo, si con todo llegamos a sacar quinientos replicándolo y inflando el precio… al final solo nos quedarían doscientos cincuenta para cada uno. Obviando la reliquia… me parece muy poco rentable. ¡De todas formas! Vamos a ver de qué se trata. – alcanzó por fin la escalera que llevaba a la parte del subterráneo.
La escasa iluminación no hacía más fácil la incursión. Aquello parecía que sería un cúmulo de pasillos sin nada, con el objetivo de desorientar a cualquier interesado. “Esto me da mala espina”, pensó para sí mismo. Lentamente, sacó su pequeña daga de dentro del chaleco, y la empuñó con fuerza colocando su mano detrás de la espalda. Empezó a caminar, esta vez estando alerta. Con la seguridad de que tendría a la bruja detrás, volteó hacia su izquierda la cabeza.
– Selene, ¿no? Bien… hay una bifurcación ahí delante. Derecha, izquierda, y recto. Yo iré por la derecha, tú por la izquierda. Podrías mandar a tu amigo todo recto a ver qué encuentra. Si alguien encuentra la reliquia o uno de los tres objetos, se encargará de robarlo y de traerlo a este mismo sitio. Si no encontramos nada… volveremos aquí y esperaremos a que lleguen los otros. – dijo, pasando a un tono muy serio. – Ten claro que habrá enemigos. No hace falta que diga qué hay que hacer con ellos. En fin, vamos a ello. – activó su mantra nada más dar el primer paso, encaminándose hacia el pasillo diestro.
Nunca se tuvo que quitar el parche para abarcar todo el rango de visión, y este tampoco iba a ser el momento. Yuu no se había dado cuenta de algo muy importante… y cuando lo hizo, ya era demasiado tarde. Mientras caminaba, rompió una especie de hilo muy fino casi imperceptible, activando así una especie de trampa. Un virote de madera salió disparado de algún sitio, clavándose en el hombro izquierdo del pirata. Un grito ahogado de dolor se dejó oír en un radio muy pequeño. Se cambió la daga de mano y, agarró con su diestra el proyectil. Esto no era la primera vez que le pasaba, ni sería la última. Con cuidado, se extrajo aquello y lo tiró al suelo, provocando algo de ruido que bien podría alertar a quien estuviese cerca. Su primer pensamiento fue arrancarse la manga de la camisa para hacer un torniquete, pero luego pensó rápidamente que podría crear algo que le ayudase a hacerlo todo más fácil. Hizo aparecer en su mano ensangrentada un pañuelo grueso de papel, con la finalidad de limpiar la herida y cortar el flujo sanguíneo en esa parte. Era un remedio que le serviría para aguantar durante un buen rato y para no desangrarse, así que lo hizo como pudo y no le salió del todo mal. Había sido descuidado, y lo había pagado con sangre.
El pelinegro continuó con su incursión. Esta vez, con muchísimo más cuidado y fijándose en todo lo que podía. Por el camino, halló unas cuantas placas de presión que tuvo que ir salteando poco a poco para no activar más trampas. La seguridad era elevada… pero no era para tanto ahora qué sabía lo que podían hacer. Finalmente, el pirata llegó a una especie de cámara, mas no acorazada, donde había algo realmente precioso al fondo de esta.
Katharina von Steinhell
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Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
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Lo que el hombre decía era cierto... Cien mil por cada objeto no era mucho, en el peor de los casos podrían sacar 150 mil para cada uno. En todo caso no perdían mucho con ir a ver, Katharina tenía cierta habilidad para manejarse en sitios cerrados y complicados, llenos de trampas y cosas parecidas. En el pasado había explorado algunas ruinas y conseguido salir viva de estas, no pensaba que el museo sería un lugar mortal.
El pasillo estaba demasiado oscuro, no se podía ver nada y cualquiera pensaría que estaba lleno de trampas. ¿Cómo protegerían las reliquias de los ladrones? No quería arriesgar su pellejo en un modesto tesoro de cien mil berries. Si quería seguir avanzando, tenía que ver algo. Cerró los ojos y suspiró, reunió magia rápidamente y usó el hechizo Absorber luz. Extrañamente la entrada del pasaje se oscureció y una esfera luminosa se pegó a la mano de Katharina, iluminando la zona. El pasillo tenía al menos cuatro metros de ancho y cinco de alto, el piso era de piedra y no se podía ver ninguna baldosa sobresalida, o algo parecido.
—Vale, así que la izquierda, ¿eh? —Miró hacia atrás y comprobó que el guardia aún le seguía, aunque le miraba con cara de pocos amigos— ¿Por qué me miras con esos ojos? No fue mi culpa que hayas muerto, sino tuya por ser tan débil.
Jason fue por delante de la bruja a modo de escudo; si había alguna trampa, primero le daría a él. Katharina caminó pendiente de mirar las paredes y el suelo, no quería encontrarse con alguna sorpresa. El primer imprevisto sucedió cuando el soldado presionó una baldosa que estaba sobresalida del suelo, provocando que llamas emergieran de las paredes. La bruja se tiró al suelo y esquivó por los pelos la trampa del museo, aunque la historia fue un tanto diferente para su sirviente. Parte de su rostro fue quemado por completo, al igual que su brazo derecho.
—¿Es que eres idiota? Debieras estar atento a lo que pisas, Jason —le regañó la mujer—. Ven, acércate.
—¿Qué pretendes hacer? ¿Acaso ya te cansaste de mí?
La pelirroja se acercó con el ceño fruncido y extendió su mano hacia el rostro de Jason, cerró los ojos y dejó que una luz dorada bañara el cuerpo del soldado. Las quemaduras comenzaron a desaparecer al mismo tiempo que una sensación de alivio recorría su cuerpo. El hombre de ojos marrones se le quedó mirando sorprendido; tal vez fue por lo que hizo, aunque también estaba la posibilidad de que fuera porque se enteró de que su poder no solo ocasionaba la muerte.
—Sigamos, pero ahora ten más cuidado. No quiero morir en este lugar.
De repente la bruja sintió una pequeña brisa proveniente de ¿la pared? Se volteó rápidamente y comenzó a tocar con sus dedos el muro, a ver si encontraba algún relieve o señal de una puerta oculta. Por suerte fue así. Nuevamente sintió la brisa helada, pero más en sus dedos. Con ayuda de Jason empujaron esa sección de la muralla y cruzaron el portal, encontrándose en un pasillo igual de oscuro que el anterior, aunque a lo lejos se podía ver una luz. No esperaba que en el museo hubiera puertas secretas... ¿Qué encontraría al final de su viaje?
—Esto... De esto yo no sabía nada —confesó Jason con rostro de preocupación—. No tenía idea de ninguna puerta secreta.
—Te han mentido, no es nada nuevo. A los tipos como tú siempre les mienten.
Llegaron hasta una cámara circular lo suficientemente grande como para que tres gigantes cupieran sin ningún problema. Había estantes repletos de libros por todos lados, varias mesas y sillas. Sin embargo, era extraño. Los estantes estaban incrustados en la pared y no había ninguna forma de alcanzar a los que estaban arriba, casi tocando el techo. Katharina buscó con los ojos si había alguna escalera o algo, pero no encontró nada. Lo más interesante de la sala era el sarcófago que había en el centro, además de un altar con un libro de tapa dorada que flotaba sobre él.
Le advirtió a Jason que no tocara nada de la sala sin estar seguros de lo que podrían provocar. La bruja se acercó al sarcófago, este era completamente blanco con relieves dorados que recordaban las raíces de un árbol. Pasó suavemente sus dedos, recorriendo los detalles de oro. Era... interesante. Pero lo que más le causaba curiosidad era aquel libro que flotaba sobre el altar de mármol. Se acercó hacia él y, colocándose en el peor de los casos, lo cogió.
—Dijiste que no tocáramos nada —le recordó Jason.
—Lo sé, pero necesitaba verlo. Tocarlo —respondió y luego abrió el texto. Estaba escrito en una lengua antigua que poco entendía, aunque consiguió leer el primer párrafo. No era tan complicada como la lengua del viejo mundo, pero sí le tomaría un buen tiempo traducirlo por completo—. Interesante...
El sirviente de la bruja se cruzó de brazos y la miró.
—¿Qué dice?
—Nada útil para la gente común y corriente. El libro, al igual que este —sacó el Necronomicón de entre su chaqueta—, habla de magia y extraños hechizos. Tal vez haya sido escrito por un aficionado, pero seguro que encontraré cosas interesantes.
De repente un sonido profundo recorrió la habitación entera. Jason se volteó y empuñó rápidamente la espada por orden de la bruja. Los ojos de Katharina vieron como el sarcófago era abierto y una mano esquelética emergía de él.
El pasillo estaba demasiado oscuro, no se podía ver nada y cualquiera pensaría que estaba lleno de trampas. ¿Cómo protegerían las reliquias de los ladrones? No quería arriesgar su pellejo en un modesto tesoro de cien mil berries. Si quería seguir avanzando, tenía que ver algo. Cerró los ojos y suspiró, reunió magia rápidamente y usó el hechizo Absorber luz. Extrañamente la entrada del pasaje se oscureció y una esfera luminosa se pegó a la mano de Katharina, iluminando la zona. El pasillo tenía al menos cuatro metros de ancho y cinco de alto, el piso era de piedra y no se podía ver ninguna baldosa sobresalida, o algo parecido.
—Vale, así que la izquierda, ¿eh? —Miró hacia atrás y comprobó que el guardia aún le seguía, aunque le miraba con cara de pocos amigos— ¿Por qué me miras con esos ojos? No fue mi culpa que hayas muerto, sino tuya por ser tan débil.
Jason fue por delante de la bruja a modo de escudo; si había alguna trampa, primero le daría a él. Katharina caminó pendiente de mirar las paredes y el suelo, no quería encontrarse con alguna sorpresa. El primer imprevisto sucedió cuando el soldado presionó una baldosa que estaba sobresalida del suelo, provocando que llamas emergieran de las paredes. La bruja se tiró al suelo y esquivó por los pelos la trampa del museo, aunque la historia fue un tanto diferente para su sirviente. Parte de su rostro fue quemado por completo, al igual que su brazo derecho.
—¿Es que eres idiota? Debieras estar atento a lo que pisas, Jason —le regañó la mujer—. Ven, acércate.
—¿Qué pretendes hacer? ¿Acaso ya te cansaste de mí?
La pelirroja se acercó con el ceño fruncido y extendió su mano hacia el rostro de Jason, cerró los ojos y dejó que una luz dorada bañara el cuerpo del soldado. Las quemaduras comenzaron a desaparecer al mismo tiempo que una sensación de alivio recorría su cuerpo. El hombre de ojos marrones se le quedó mirando sorprendido; tal vez fue por lo que hizo, aunque también estaba la posibilidad de que fuera porque se enteró de que su poder no solo ocasionaba la muerte.
—Sigamos, pero ahora ten más cuidado. No quiero morir en este lugar.
De repente la bruja sintió una pequeña brisa proveniente de ¿la pared? Se volteó rápidamente y comenzó a tocar con sus dedos el muro, a ver si encontraba algún relieve o señal de una puerta oculta. Por suerte fue así. Nuevamente sintió la brisa helada, pero más en sus dedos. Con ayuda de Jason empujaron esa sección de la muralla y cruzaron el portal, encontrándose en un pasillo igual de oscuro que el anterior, aunque a lo lejos se podía ver una luz. No esperaba que en el museo hubiera puertas secretas... ¿Qué encontraría al final de su viaje?
—Esto... De esto yo no sabía nada —confesó Jason con rostro de preocupación—. No tenía idea de ninguna puerta secreta.
—Te han mentido, no es nada nuevo. A los tipos como tú siempre les mienten.
Llegaron hasta una cámara circular lo suficientemente grande como para que tres gigantes cupieran sin ningún problema. Había estantes repletos de libros por todos lados, varias mesas y sillas. Sin embargo, era extraño. Los estantes estaban incrustados en la pared y no había ninguna forma de alcanzar a los que estaban arriba, casi tocando el techo. Katharina buscó con los ojos si había alguna escalera o algo, pero no encontró nada. Lo más interesante de la sala era el sarcófago que había en el centro, además de un altar con un libro de tapa dorada que flotaba sobre él.
Le advirtió a Jason que no tocara nada de la sala sin estar seguros de lo que podrían provocar. La bruja se acercó al sarcófago, este era completamente blanco con relieves dorados que recordaban las raíces de un árbol. Pasó suavemente sus dedos, recorriendo los detalles de oro. Era... interesante. Pero lo que más le causaba curiosidad era aquel libro que flotaba sobre el altar de mármol. Se acercó hacia él y, colocándose en el peor de los casos, lo cogió.
—Dijiste que no tocáramos nada —le recordó Jason.
—Lo sé, pero necesitaba verlo. Tocarlo —respondió y luego abrió el texto. Estaba escrito en una lengua antigua que poco entendía, aunque consiguió leer el primer párrafo. No era tan complicada como la lengua del viejo mundo, pero sí le tomaría un buen tiempo traducirlo por completo—. Interesante...
El sirviente de la bruja se cruzó de brazos y la miró.
—¿Qué dice?
—Nada útil para la gente común y corriente. El libro, al igual que este —sacó el Necronomicón de entre su chaqueta—, habla de magia y extraños hechizos. Tal vez haya sido escrito por un aficionado, pero seguro que encontraré cosas interesantes.
De repente un sonido profundo recorrió la habitación entera. Jason se volteó y empuñó rápidamente la espada por orden de la bruja. Los ojos de Katharina vieron como el sarcófago era abierto y una mano esquelética emergía de él.
Luka Rooney
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Características
fuerza
Fortaleza
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Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El silencio ante la pregunta del guardia no hizo sino alertar al resto de humanos allí presentes. Intenté pensar en qué hacer, pero no se me daban muy bien esas situaciones, por lo que me dediqué a esperar pacientemente detrás de la acorazada pero ligeramente raída puerta, notando mi corazón cada vez más acelerado.
No pasa nada, Luka. Si entran podrás contar con el factor sorpresa. Piénsalo.
Aunque bien es cierto que si los guardias seguían sin obtener respuesta, poca sorpresa habría.
-¿Qué pasa aquí?
-Nada, que el guardia que ha entrado no contesta.
-¡Tú, el de dentro!, ¿estás vivo?
Un sonoro golpe en la puerta me hizo sobrecogerme. Por instinto, respondí con un golpe más fuerte en la puerta, el cual volvió a resonar de manera rotunda.
-Esto no huele bien, dile al resto que vengan, vamos a crear un dispositivo para entrar.
Mi semblante se torció, aquello era lo peor que podía pasar. No veía más que un diminuto conducto de ventilación por el cual, en el mejor de los casos, cabría una quinta parte de mi cuerpo. Pensé, pensé y volví a pensar. ¿Cómo podía salir de aquella?
Entonces observé que le había hecho un pequeño boquete a la propia puerta. Quizá… puede que hubiese una opción. Una oportunidad para salir de allí con vida. Flexioné las rodillas y cargué el puño, cubriéndolo de haki hasta el antebrazo.
Realice tres marcajes sobre la puerta para, al cuarto intento, realizar un potente puñetazo que consiguió romper la cerradura, abriendo la puerta y lanzándome a los dos humanos que custodiaban la entrada a la celda. El primero cayó tras morderle la yugular, mientras que el segundo aguardaba inmóvil, preso del pánico. Golpeé su rostro en primera instancia y posteriormente le propiné un par de golpes más en la cara cuando ya estaba en el suelo, asegurándome que no volviese a molestar en un tiempo.
Perfecto, aún no han creado el dispositivo. Debo encontrar al jefe al que me presentaron antes y asesinarle… sólo así conseguiré desmontar este chiringuito de esclavos
Pero no solo importaba liberarles, también tendría que hacerme cargo de ellos, como mínimo, hasta la próxima isla. ¿Cuál sería la mejor para rehacer una vida de esclavo? Sería mejor preguntarles a ellos. Pero antes… ¿Por dónde estaba el despacho? Quizá… quizá por allí. Iria hacia la izquierda hasta acabar el interminable pasillo.
No pasa nada, Luka. Si entran podrás contar con el factor sorpresa. Piénsalo.
Aunque bien es cierto que si los guardias seguían sin obtener respuesta, poca sorpresa habría.
-¿Qué pasa aquí?
-Nada, que el guardia que ha entrado no contesta.
-¡Tú, el de dentro!, ¿estás vivo?
Un sonoro golpe en la puerta me hizo sobrecogerme. Por instinto, respondí con un golpe más fuerte en la puerta, el cual volvió a resonar de manera rotunda.
-Esto no huele bien, dile al resto que vengan, vamos a crear un dispositivo para entrar.
Mi semblante se torció, aquello era lo peor que podía pasar. No veía más que un diminuto conducto de ventilación por el cual, en el mejor de los casos, cabría una quinta parte de mi cuerpo. Pensé, pensé y volví a pensar. ¿Cómo podía salir de aquella?
Entonces observé que le había hecho un pequeño boquete a la propia puerta. Quizá… puede que hubiese una opción. Una oportunidad para salir de allí con vida. Flexioné las rodillas y cargué el puño, cubriéndolo de haki hasta el antebrazo.
Realice tres marcajes sobre la puerta para, al cuarto intento, realizar un potente puñetazo que consiguió romper la cerradura, abriendo la puerta y lanzándome a los dos humanos que custodiaban la entrada a la celda. El primero cayó tras morderle la yugular, mientras que el segundo aguardaba inmóvil, preso del pánico. Golpeé su rostro en primera instancia y posteriormente le propiné un par de golpes más en la cara cuando ya estaba en el suelo, asegurándome que no volviese a molestar en un tiempo.
Perfecto, aún no han creado el dispositivo. Debo encontrar al jefe al que me presentaron antes y asesinarle… sólo así conseguiré desmontar este chiringuito de esclavos
Pero no solo importaba liberarles, también tendría que hacerme cargo de ellos, como mínimo, hasta la próxima isla. ¿Cuál sería la mejor para rehacer una vida de esclavo? Sería mejor preguntarles a ellos. Pero antes… ¿Por dónde estaba el despacho? Quizá… quizá por allí. Iria hacia la izquierda hasta acabar el interminable pasillo.
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