Elya Edelweiss
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Ah, por fin. Tres días de permiso. Hacía tiempo que quería visitar esa isla y hoy por fin podría. Deshabitada y llena de bosques, Yutakángrea sería el lugar perfecto para entrenar a gusto. Atracó el diminuto barco que le habían cedido en el cuartel por la mañana y echó a caminar con calma, embebiéndose del paisaje.
Había multitud de colores y los animales que no estaban acostumbrados a tener más compañía llenaban toda la isla con sus gritos. A la peliblanca eso le gustaba. Ella caminaba silenciosa, intentando no perturbar la paz del lugar. Todo lo que necesitaba ahora era una cueva que le sirviera de refugio. Pasaron varias horas hasta que encontró lo que buscaba, pero para entonces ya tenía su bolsa de tela llena de frutos y hierbas que había encontrado en su caminata.
Con ayuda de unas hojas alargadas, barrió la pequeña cueva para librarla de piedrecitas, rocas y excrementos. Eran viejos, estaba segura de que no tendría ningún problema para pasar la noche allí. Tras dejar en un rincón su escueto equipaje, decidió que todavía no quería quedarse quieta. Había oído las leyendas, le quedaba un sitio por visitar.
Llegó a media tarde a donde la estatua. En verdad era imponente. Un enorme cíclope de piedra, con un zafiro por ojo. Portaba un cráneo de piedra y un garrote; había sido retratado como un guerrero sanguinario y valeroso. Elya se acercó a rozar la piedra, curiosa. La isla estaba deshabitada, ¿Cuántos años tendría esa obra de arte? ¿Qué razón habría tenido el escultor para darle esa fiereza? Le gustaba. Miró a su alrededor para cerciorarse de que seguía sabiendo donde estaba. La cueva quedaba al este, su barquito al norte. Si, todo controlado. Podía salir del lago.
Volviendo a recogerse la falda para que no se le enredase al patalear, se echó al agua desde la estatua y comenzó a nadar hacia la orilla con brazadas largas y constantes. ¿El lago habría estado ahí al construír al cíclope? ¿O le habrían trasladado? El agua estaba fría, era una maravilla. Se encontraba muy a gusto.
Desde luego, parecía el principio de unas perfectas vacaciones.
Había multitud de colores y los animales que no estaban acostumbrados a tener más compañía llenaban toda la isla con sus gritos. A la peliblanca eso le gustaba. Ella caminaba silenciosa, intentando no perturbar la paz del lugar. Todo lo que necesitaba ahora era una cueva que le sirviera de refugio. Pasaron varias horas hasta que encontró lo que buscaba, pero para entonces ya tenía su bolsa de tela llena de frutos y hierbas que había encontrado en su caminata.
Con ayuda de unas hojas alargadas, barrió la pequeña cueva para librarla de piedrecitas, rocas y excrementos. Eran viejos, estaba segura de que no tendría ningún problema para pasar la noche allí. Tras dejar en un rincón su escueto equipaje, decidió que todavía no quería quedarse quieta. Había oído las leyendas, le quedaba un sitio por visitar.
Llegó a media tarde a donde la estatua. En verdad era imponente. Un enorme cíclope de piedra, con un zafiro por ojo. Portaba un cráneo de piedra y un garrote; había sido retratado como un guerrero sanguinario y valeroso. Elya se acercó a rozar la piedra, curiosa. La isla estaba deshabitada, ¿Cuántos años tendría esa obra de arte? ¿Qué razón habría tenido el escultor para darle esa fiereza? Le gustaba. Miró a su alrededor para cerciorarse de que seguía sabiendo donde estaba. La cueva quedaba al este, su barquito al norte. Si, todo controlado. Podía salir del lago.
Volviendo a recogerse la falda para que no se le enredase al patalear, se echó al agua desde la estatua y comenzó a nadar hacia la orilla con brazadas largas y constantes. ¿El lago habría estado ahí al construír al cíclope? ¿O le habrían trasladado? El agua estaba fría, era una maravilla. Se encontraba muy a gusto.
Desde luego, parecía el principio de unas perfectas vacaciones.
Luka Rooney
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Llevaba ya tres días en la isla y ya maldecía a aquél estúpido tabernero de aquella estúpida isla.
Tan sólo había preguntado “¿Conoce alguna isla con un gran lago en su interior?”. Quería practicar mis técnicas tanto dentro como fuera del agua, y ya me había cansado de la incómoda arena de la orilla que se mete por cualquier rincón del cuerpo. Sin embargo, el atrevido Tabernero comentó que la arena de esta isla era… “diferente”. Mucho más fina y cómoda.
Maldito tabernero… Ojalá me lo encontraste aquí
El tabernero no vaciló ni un segundo, pronunciando el nombre de la isla en la que me encontraba mientras se pasaba un palillo mondadientes entre los colmillos inferiores, dejando una desagradable imagen que aún no era capaz de olvidar.
Había visto poco en la isla. Intentaba camuflar mi rostro con una de mis alargadas capas con capuchas extremadamente grandes. O hechas especialmente para gente con una cabeza muy por encima de la media.
Me había chocado bastante la figura del valeroso Centauro, el cual portaba un bastón a una mano y un cráneo en la otra. Debía simbolizar algo relacionado con la muerte y la vejez, seguro. Pero desde luego, no había ido a aquella isla con intenciones históricas.
Allí mismo y cercano a la estatua había un lago, pero lo descarte al principio viendo que la arena era excesivamente similar a la normal, sobre todo teniendo en cuenta que el tabernero lo había calificado como “diferente”. Tras mucho indagar el día anterior, reconocí el lago primero como único lago de la isla. Obviamente no era lo que esperaba, pero aquello hizo que mis ganas por matar al tabernero disminuyeran considerablemente, aunque no en su totalidad, ni mucho menos.
Camine pues alrededor del lago, palpando el agua con las puntas de los dedos mientras lanzaba la capa al suelo y me tiraba de cabeza a ésta.
Me había pasado gran parte del tiempo en la zona más profunda, realizando diversas técnicas relacionadas con el Karate Gyojin.
Y, finalmente, escuché un ruido lo bastante notorio como para ponerme alerta.
Al mirar hacia arriba vi como un humano se había lanzado al agua y se encontraba nadando por allí.
Me acerqué unos metros, quedando aún así a una distancia de seguridad, y observé lo que quisiera que fuera a hacer aquél humano nadador.
Tan sólo había preguntado “¿Conoce alguna isla con un gran lago en su interior?”. Quería practicar mis técnicas tanto dentro como fuera del agua, y ya me había cansado de la incómoda arena de la orilla que se mete por cualquier rincón del cuerpo. Sin embargo, el atrevido Tabernero comentó que la arena de esta isla era… “diferente”. Mucho más fina y cómoda.
Maldito tabernero… Ojalá me lo encontraste aquí
El tabernero no vaciló ni un segundo, pronunciando el nombre de la isla en la que me encontraba mientras se pasaba un palillo mondadientes entre los colmillos inferiores, dejando una desagradable imagen que aún no era capaz de olvidar.
Había visto poco en la isla. Intentaba camuflar mi rostro con una de mis alargadas capas con capuchas extremadamente grandes. O hechas especialmente para gente con una cabeza muy por encima de la media.
Me había chocado bastante la figura del valeroso Centauro, el cual portaba un bastón a una mano y un cráneo en la otra. Debía simbolizar algo relacionado con la muerte y la vejez, seguro. Pero desde luego, no había ido a aquella isla con intenciones históricas.
Allí mismo y cercano a la estatua había un lago, pero lo descarte al principio viendo que la arena era excesivamente similar a la normal, sobre todo teniendo en cuenta que el tabernero lo había calificado como “diferente”. Tras mucho indagar el día anterior, reconocí el lago primero como único lago de la isla. Obviamente no era lo que esperaba, pero aquello hizo que mis ganas por matar al tabernero disminuyeran considerablemente, aunque no en su totalidad, ni mucho menos.
Camine pues alrededor del lago, palpando el agua con las puntas de los dedos mientras lanzaba la capa al suelo y me tiraba de cabeza a ésta.
Me había pasado gran parte del tiempo en la zona más profunda, realizando diversas técnicas relacionadas con el Karate Gyojin.
Y, finalmente, escuché un ruido lo bastante notorio como para ponerme alerta.
Al mirar hacia arriba vi como un humano se había lanzado al agua y se encontraba nadando por allí.
Me acerqué unos metros, quedando aún así a una distancia de seguridad, y observé lo que quisiera que fuera a hacer aquél humano nadador.
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Llegó a la orilla en poco tiempo, pero aún dio unas vueltas más antes de salir del agua. Sí, estaba fría, pero eso nunca le había molestado. Se había criado corriendo descalza por la nieve, para ella la sensación era agradable y relajante. Pero el tiempo pasó y terminó por salir para secarse. Sin toalla ni nada que se le pareciese, cogió su arma con tranquilidad.
Comenzó en una pose de guardia y respirando lentamente, comenzó a hacer sus ejercicios. Atacaba, primero por un flanco y luego por el otro. Se agachaba, volvía a levantarse, giraba sobre si misma y atacaba de nuevo. De arriba abajo, hacia el hombro, hacia la cintura. Quería cubrir todas las posibilidades. Lo hacía enérgicamente, con seguridad. Sin alterar su respiración, como si no estuviera haciendo más esfuerzo que el de una suave caminata. Quería concentrarse, mejorar cada movimiento hasta el punto en el que fuera completamente certero. Practicó sus poses de defensa, de agarre, sus patadas e incluso las pocas piruetas que conocía.
Terminó más o menos una hora después y comenzó a estirar con calma. Sabía que tenía que tratar bien a sus músculos si no quería que el ejercicio le pasara factura. Comenzaba a sentir hambre y mientras terminaba de estirar se debatía entre volver a la cueva o buscar algo que zampar.
Comenzó en una pose de guardia y respirando lentamente, comenzó a hacer sus ejercicios. Atacaba, primero por un flanco y luego por el otro. Se agachaba, volvía a levantarse, giraba sobre si misma y atacaba de nuevo. De arriba abajo, hacia el hombro, hacia la cintura. Quería cubrir todas las posibilidades. Lo hacía enérgicamente, con seguridad. Sin alterar su respiración, como si no estuviera haciendo más esfuerzo que el de una suave caminata. Quería concentrarse, mejorar cada movimiento hasta el punto en el que fuera completamente certero. Practicó sus poses de defensa, de agarre, sus patadas e incluso las pocas piruetas que conocía.
Terminó más o menos una hora después y comenzó a estirar con calma. Sabía que tenía que tratar bien a sus músculos si no quería que el ejercicio le pasara factura. Comenzaba a sentir hambre y mientras terminaba de estirar se debatía entre volver a la cueva o buscar algo que zampar.
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Salí del agua y observé a aquel humano. Era una mujer y, pese al frío, se encontraba entrenando con una espada, realizando fluidos movimientos con un semblante serio. Salí del agua sin hacer demasiado ruido y me sacudí, dejando poca cantidad de agua sobre mi piel.
Es un poco despreocupada esta mujer. Podría atacarla sin que me lo impidiese.
Ojeé su solitario espectáculo mientras me sentaba y sacaba un par de manzanas de la mochila. La verdad es que la tía no se paraba y entrenaba de una manera un tanto peculiar. ¿Quién sería? La inquietud cada vez era mayor, aunque hubo una gran parte del tiempo en la cual decidí adentrarme en lo más profundo de mi ser, obviando el entrenamiento y, por consiguiente, todo lo que estaba pasando por allí.
Me imaginé al resto de mis camaradas en su isla, llegando todos por su propio pie y sin complicaciones. Saludando a sus familiares, a sus amigos y conocidos. Volviendo al sitio donde un día crecieron y tuvieron aquellas aspiraciones que les hicieron salir al mar, a buscar aquello que anhelaban y ansiaban más que nada en el mundo. Aquél sentimiento de mejora continua al ver cómo tus compañeros y aliados se hacían cada vez más y más fuertes. Todo aquello sumado al amor incondicional propio del estar todos los días juntos, hacía que echara en falta a mis nakamas. Pero, ¿Qué me depararía la vida en solitario? Puede que ni siquiera yo lo supiera. O quizá sí, pero no quería hacerme aún a la idea. Todo el devenir que estaba pendiente, empezaría allí, en aquél momento. Y el futuro, empezaba ni más ni menos que en el actual presente.
Decidí levantarme e interrumpir el entrenamiento, que por otra parte parecía ya casi acabado, de aquella mujer. Al acercarme a ella, le tendí la mano que portaba una manzana.
- ¿Te apetece? -pregunté sin tapujos- Está madurita. Conviene beber agua y alimentos ricos en dicha sustancia después de un entrenamiento.
No sabía como reaccionaría aquella mujer, por lo que no dejé de prestar atención ante una posible ofensiva ante mí, más teniendo en cuenta que portaba una espada en ese preciso momento.
Es un poco despreocupada esta mujer. Podría atacarla sin que me lo impidiese.
Ojeé su solitario espectáculo mientras me sentaba y sacaba un par de manzanas de la mochila. La verdad es que la tía no se paraba y entrenaba de una manera un tanto peculiar. ¿Quién sería? La inquietud cada vez era mayor, aunque hubo una gran parte del tiempo en la cual decidí adentrarme en lo más profundo de mi ser, obviando el entrenamiento y, por consiguiente, todo lo que estaba pasando por allí.
Me imaginé al resto de mis camaradas en su isla, llegando todos por su propio pie y sin complicaciones. Saludando a sus familiares, a sus amigos y conocidos. Volviendo al sitio donde un día crecieron y tuvieron aquellas aspiraciones que les hicieron salir al mar, a buscar aquello que anhelaban y ansiaban más que nada en el mundo. Aquél sentimiento de mejora continua al ver cómo tus compañeros y aliados se hacían cada vez más y más fuertes. Todo aquello sumado al amor incondicional propio del estar todos los días juntos, hacía que echara en falta a mis nakamas. Pero, ¿Qué me depararía la vida en solitario? Puede que ni siquiera yo lo supiera. O quizá sí, pero no quería hacerme aún a la idea. Todo el devenir que estaba pendiente, empezaría allí, en aquél momento. Y el futuro, empezaba ni más ni menos que en el actual presente.
Decidí levantarme e interrumpir el entrenamiento, que por otra parte parecía ya casi acabado, de aquella mujer. Al acercarme a ella, le tendí la mano que portaba una manzana.
- ¿Te apetece? -pregunté sin tapujos- Está madurita. Conviene beber agua y alimentos ricos en dicha sustancia después de un entrenamiento.
No sabía como reaccionaría aquella mujer, por lo que no dejé de prestar atención ante una posible ofensiva ante mí, más teniendo en cuenta que portaba una espada en ese preciso momento.
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