"Operación contra el narcotráfico". Aquellas palabras habían estado resonando en mi mente durante días, tal vez incluso semanas. Casi no se hablaba de otra cosa en el "Monkey D. Garp", lo que reflejaba el grado de nerviosismo de sus tripulantes. La mayoría eran nuevos reclutas. Eso justificaba en parte que se respirase tanta agitación, aunque para mí seguía siendo algo desmedido. No, a mí sólo me inspiraba pereza.
Por si no fuera suficiente, mi condición de sargento hacía que tuviese a varios reclutas bajo mi mando y, por desgracia, el capitán Kensington me había asignado los más nerviosos de todo el barco de instrucción. En efecto, más pereza. Maldiciendo mi suerte en mi fuero interno, puse mi primer pie fuera del barco y me detuve a observar los alrededores.
Ante mí se extendía un puerto de lo más normal, excesivamente transitado incluso para una isla de las características de Isla Kyuuka. Era famosa por sus resorts, balnearios e instalaciones de todo tipo, todas ellas dedicadas al esparcimiento y bienestar de quienes acudían allí a relajarse. «Yo también elegiría este sitio», reflexioné, repasando lo que el capitán me había comentado acerca de la operación que se iba a llevar a cabo.
Como era de esperar, en aquella extensión de tierra se concentraba una gran cantidad de dinero -casi obscena, por lo que me habían contado-. Ese detalle conformaba el caldo de cultivo perfecto para que las aves carroñeras fuesen a alimentarse de la alta sociedad; en resumen, drogas. Al parecer la actividad de quienes traficaban con ella se había disparado en los últimos tiempos, y muchos de los establecimientos locales -así como sus propietarios- colaboraban de un modo u otro en su distribución.
Tanto era así que se había tomado la decisión de cortar por lo sano. Se iba a llevar una "operación a gran escala contra el narcotráfico". Aquellas palabras actuaron como un puñal en mi cabeza, incidiendo en mi pensamiento por infinitésima vez. Traté de dejar al lado esas palabras y lancé un rápido vistazo a mis reclutas para, acto seguido, volver a mirar al frente.
En teoría, diversos barcos de la Marina habían parado allí durante los últimos meses, dejando pequeños grupos en la isla para no levantar sospechas hasta conformar un dispositivo numeroso. Nosotros éramos los últimos, o al menos eso había afirmado con vehemencia -incluso con un capón al ser conocedor de mis dudas al respecto- el capitán Kensington.
-No debería ser muy difícil camuflarnos entre tanta gente -comenté en voz baja-. Ahora venga, a buscar a los demás -ordené. Aquello era sin duda lo único que me agradaba de mi posición: mandar. Tanteé mi bolsillo, asegurándome de que el imponente caracol hecho a imagen y semejanza de mi superior seguía en su lugar. Era el único medio que tenía para ponerme en contacto con los demás.
Me rasqué la coronilla durante unos segundos, valorando en qué dirección debería dar mi siguiente paso. Tras resoplar y maldecir mi suerte de nuevo -y de paso al oficial al mando del "Monkey D. Garp"-, me introduje en la marea de personas con paso lento pero firme.
Por si no fuera suficiente, mi condición de sargento hacía que tuviese a varios reclutas bajo mi mando y, por desgracia, el capitán Kensington me había asignado los más nerviosos de todo el barco de instrucción. En efecto, más pereza. Maldiciendo mi suerte en mi fuero interno, puse mi primer pie fuera del barco y me detuve a observar los alrededores.
Ante mí se extendía un puerto de lo más normal, excesivamente transitado incluso para una isla de las características de Isla Kyuuka. Era famosa por sus resorts, balnearios e instalaciones de todo tipo, todas ellas dedicadas al esparcimiento y bienestar de quienes acudían allí a relajarse. «Yo también elegiría este sitio», reflexioné, repasando lo que el capitán me había comentado acerca de la operación que se iba a llevar a cabo.
Como era de esperar, en aquella extensión de tierra se concentraba una gran cantidad de dinero -casi obscena, por lo que me habían contado-. Ese detalle conformaba el caldo de cultivo perfecto para que las aves carroñeras fuesen a alimentarse de la alta sociedad; en resumen, drogas. Al parecer la actividad de quienes traficaban con ella se había disparado en los últimos tiempos, y muchos de los establecimientos locales -así como sus propietarios- colaboraban de un modo u otro en su distribución.
Tanto era así que se había tomado la decisión de cortar por lo sano. Se iba a llevar una "operación a gran escala contra el narcotráfico". Aquellas palabras actuaron como un puñal en mi cabeza, incidiendo en mi pensamiento por infinitésima vez. Traté de dejar al lado esas palabras y lancé un rápido vistazo a mis reclutas para, acto seguido, volver a mirar al frente.
En teoría, diversos barcos de la Marina habían parado allí durante los últimos meses, dejando pequeños grupos en la isla para no levantar sospechas hasta conformar un dispositivo numeroso. Nosotros éramos los últimos, o al menos eso había afirmado con vehemencia -incluso con un capón al ser conocedor de mis dudas al respecto- el capitán Kensington.
-No debería ser muy difícil camuflarnos entre tanta gente -comenté en voz baja-. Ahora venga, a buscar a los demás -ordené. Aquello era sin duda lo único que me agradaba de mi posición: mandar. Tanteé mi bolsillo, asegurándome de que el imponente caracol hecho a imagen y semejanza de mi superior seguía en su lugar. Era el único medio que tenía para ponerme en contacto con los demás.
Me rasqué la coronilla durante unos segundos, valorando en qué dirección debería dar mi siguiente paso. Tras resoplar y maldecir mi suerte de nuevo -y de paso al oficial al mando del "Monkey D. Garp"-, me introduje en la marea de personas con paso lento pero firme.
Jason Silvers
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fuerza
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Precisión
Intelecto
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Instinto
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Saberes
Akuma no mi
Varios
En un único movimiento, fruto de la práctica, abrió la tapa del mechero y giró la piedra, encendiéndolo. Acercó la llama al cigarro dando una calada. Drogas... el colmo de la ironía de las leyes. ¿Qué les daba la facultad de decidir cuáles eran legales y cuáles ilegales? Si era por la perjudicialidad para el cuerpo, bueno, todas ellas lo eran. Incluso para un humano mejorado como él no era sano fumar, aunque a diferencia de a otros no iba a matarle. Sin embargo sí que era cierto que aunque el ritmo de regeneración de sus pulmones era más que suficiente para no recibir daños permanentes, había otras consecuencias. La adicción, por ejemplo. Así pues... el nivel de daño no era el factor que diferenciaba las drogas ilegales de las legales. ¿Las molestias para el resto? Definitivamente tampoco. Un borracho era probablemente más peligroso para los demás que alguien colocado con marihuana. Podía decirlo por experiencia propia. El único motivo real era... que todo eran un gran negocio. El dinero era el único motivo real. Le molestaba que así fuera, por supuesto, pero era un marine y su deber era seguir las órdenes de sus superiores y hacer respetar las leyes. Aunque algunas fueran injustas, el conjunto de ellas tenían una razón de ser y todas merecían ser respetadas. Cierto era que alguna vez había vuelto a comprar a algún conocido y fumado un porro o dos, pero no consideraba estar haciendo algo realmente malo. Al fin y al cabo, el motivo por el que estaban allí y por el que aquellas leyes merecían ser defendidas no era la mercancía. Eran los distribuidores.
Hacía unas semanas escasas que había salido del quirófano, tras la segunda fase del Proyecto Void. Una vez había quedado claro que se había adaptado bien a los implantes del Void 1.0, el original, lo habían sometido a las mejoras de la versión 2.0. Era, en todos los aspectos, muy superior al primer Void. Extremadamente más resistente y con un factor de regeneración que dejaba totalmente desfasadas las capacidades de recuperación del 1.0. En las últimas semanas habían estado sometiéndole a pruebas para comprobar cómo de bien se había adaptado su cuerpo a las nuevas mejoras (una vez quedó claro que no había rechazo), y los resultados habían sido más que satisfactorios. Había logrado recorrer un laberinto totalmente a oscuras sin tropezar, recurriendo únicamente a su ecolocalización. También había demostrado unas capacidades de combate singulares, no siendo capaz de herirle más que la piel los espadachines que se habían enfrentado a él, y cerrándose los cortes en pocos segundos. Apenas necesitaba comer o dormir, y las horas de sueño las pasaba en un estado de vigilia parcial, como un sueño extremadamente ligero. Era muy difícil sorprenderle mientras descansaba. Aquella misión era en realidad la prueba definitiva; querían ver si en una situación de peligro real los implantes no causaban ningún problema, y hasta qué punto se había vuelto eficaz.
- Tocará ir moviéndose.
El sargento iba vestido con ropas negras ajustadas y un chaleco beige, sin nada que delatara que era marine salvo su identificación, a buen recaudo en uno de los bolsillos interiores. Para evitar levantar sospechas iba sin la ninjato, pero llevaba al cinto una caja de cuero con sus shurikens, y en diferentes puntos de su ropa (mangas, el chaleco, las botas) llevaba escondidos cuchillos, dagas y otras armas cortas de filo. No tenía mucha información de su tarea, pues acababa de llegar en un discreto barco para unirse a la operación. Por lo que sabía el resto de marines llevaban un tiempo allí o acababan también de llegar, y a él le tocaba reportarse al sargento Iulio para que le pusiera al día y ayudarle con su tarea. Por lo que sabía venía en el último barco, al que acababa de ver en el puerto. Se dirigió hacia la zona de los muelles con intención de interceptarlo cuando estuviese dirigiéndose al interior de las instalaciones. Sacó la foto que tenía de él y volvió a observarla, fijándose bien en sus rasgos. Moreno, pelo... ¿blanco? No iba a ser difícil localizar a alguien tan exótico incluso entre la multitud. Y efectivamente pronto lo vio, aunque le costó un poco por la gran cantidad de gente. Tiró el cigarrillo al suelo, lo pisó, y se aproximó cortándole el paso y poniéndole una mano en el hombro.
- Ya era hora de que llegaras, compadre. Ya pensé que ibas a perderte la juerga. Por tardón, la primera ronda la pagas tú.
Mientras hablaba con él lo miró directamente a los ojos y le hizo un gesto con estos para que mirase hacia abajo. Discretamente dejó entrever en su mano una identificación de marine, tapándola de posibles miradas indeseadas con su propio cuerpo para que sólo la viera Cornelius. Con un gesto disimulado volvió a guardarla en uno de los bolsillos y le guiñó el ojo.
- Supongo que estarás hecho mierda del viaje, tron. No hay mejor manera de reponerse que con un par de cañas. Así podemos aprovechar para ponernos al día.
Hacía unas semanas escasas que había salido del quirófano, tras la segunda fase del Proyecto Void. Una vez había quedado claro que se había adaptado bien a los implantes del Void 1.0, el original, lo habían sometido a las mejoras de la versión 2.0. Era, en todos los aspectos, muy superior al primer Void. Extremadamente más resistente y con un factor de regeneración que dejaba totalmente desfasadas las capacidades de recuperación del 1.0. En las últimas semanas habían estado sometiéndole a pruebas para comprobar cómo de bien se había adaptado su cuerpo a las nuevas mejoras (una vez quedó claro que no había rechazo), y los resultados habían sido más que satisfactorios. Había logrado recorrer un laberinto totalmente a oscuras sin tropezar, recurriendo únicamente a su ecolocalización. También había demostrado unas capacidades de combate singulares, no siendo capaz de herirle más que la piel los espadachines que se habían enfrentado a él, y cerrándose los cortes en pocos segundos. Apenas necesitaba comer o dormir, y las horas de sueño las pasaba en un estado de vigilia parcial, como un sueño extremadamente ligero. Era muy difícil sorprenderle mientras descansaba. Aquella misión era en realidad la prueba definitiva; querían ver si en una situación de peligro real los implantes no causaban ningún problema, y hasta qué punto se había vuelto eficaz.
- Tocará ir moviéndose.
El sargento iba vestido con ropas negras ajustadas y un chaleco beige, sin nada que delatara que era marine salvo su identificación, a buen recaudo en uno de los bolsillos interiores. Para evitar levantar sospechas iba sin la ninjato, pero llevaba al cinto una caja de cuero con sus shurikens, y en diferentes puntos de su ropa (mangas, el chaleco, las botas) llevaba escondidos cuchillos, dagas y otras armas cortas de filo. No tenía mucha información de su tarea, pues acababa de llegar en un discreto barco para unirse a la operación. Por lo que sabía el resto de marines llevaban un tiempo allí o acababan también de llegar, y a él le tocaba reportarse al sargento Iulio para que le pusiera al día y ayudarle con su tarea. Por lo que sabía venía en el último barco, al que acababa de ver en el puerto. Se dirigió hacia la zona de los muelles con intención de interceptarlo cuando estuviese dirigiéndose al interior de las instalaciones. Sacó la foto que tenía de él y volvió a observarla, fijándose bien en sus rasgos. Moreno, pelo... ¿blanco? No iba a ser difícil localizar a alguien tan exótico incluso entre la multitud. Y efectivamente pronto lo vio, aunque le costó un poco por la gran cantidad de gente. Tiró el cigarrillo al suelo, lo pisó, y se aproximó cortándole el paso y poniéndole una mano en el hombro.
- Ya era hora de que llegaras, compadre. Ya pensé que ibas a perderte la juerga. Por tardón, la primera ronda la pagas tú.
Mientras hablaba con él lo miró directamente a los ojos y le hizo un gesto con estos para que mirase hacia abajo. Discretamente dejó entrever en su mano una identificación de marine, tapándola de posibles miradas indeseadas con su propio cuerpo para que sólo la viera Cornelius. Con un gesto disimulado volvió a guardarla en uno de los bolsillos y le guiñó el ojo.
- Supongo que estarás hecho mierda del viaje, tron. No hay mejor manera de reponerse que con un par de cañas. Así podemos aprovechar para ponernos al día.
Apenas había dado una decena de pasos en medio del bullicio, pero el movimiento de las personas que me rodeaban era tan hipnótico como desconcertante. Tras unos segundos me era difícil saber si había caminado exclusivamente en línea recta o si, por el contrario, me había ido moviendo de un lado a otro.
Fuera como fuere, me topé de frente con un tipo al que no había visto en mi vida. Sin embargo, el desconocido se acercó en un alarde de confianza y se dirigió a mí como si me conociese de toda la vida. «¿Compadre?», me pregunté, alzando una ceja y volviendo a escrutar el rostro del hombre. ¿Acaso le conocía y no lo recordaba? La posibilidad existía, pero era muy remota. A excepción del padre Vurlve y los tripulantes del "Monkey D. Garp", mis contactos se podían contar con los dedos de una mano.
Lo cierto era que aquella actitud me comenzaba a irritar. Por un momento me planteé darle un escarmiento. Tanteé un bolsillo interno de la cazadora marrón que había decidido emplear y palpé mi identificación. No me costaría llevármelo a un lugar apartado y darle un buen susto. Sin embargo, cuando estaba a punto de hacerlo su mirada señaló hacia abajo. De forma casi inconsciente, seguí la dirección que me indicaba para encontrarme una identificación muy similar a la mía. No había sido necesario buscar contactos en la isla; ellos habían venido a mí.
Me planteé emplear mi den den para llamar a los reclutas que tenía bajo mi mando, pero enseguida me arrepentí. Debía haber más grupos en el lugar y era necesario encontrarlos. Además, y mucho más importante, que nos reagrupásemos implicaría estar atento a ellos y el mero hecho de pensarlo me agotaba. No, la mejor manera de aprender a desenvolverse era la experiencia; ya me pondría en contacto con ellos más tarde.
Conociendo ya el motivo de tanta confianza, solté mi identificación y disimulé rascándome el pecho por encima de la camiseta blanca que llevaba. Tras eso, metí ambas manos en los bolsillos laterales de mis pantalones vaqueros y sonreí cuanto pude.
-Ya sabes cómo es "El Sermones". Empieza a hablar y no hay quien le pare. Al atracar me ha tenido media hora escuchando cómo se debe lijar una mesa para que la madera no resbale y no queden astillas -dije, dando un paso hacia él y dejando que una mirada seria apareciese un instante en mi rostro. ¿Sería suficiente para que entendiese que lo había visto? Esperaba que sí-. Y ahora dime, ¿dónde está ese bar? Cuando salga de él no va a quedar ni una gota de cerveza. ¡Tengo mucho que contarte!
Fuera como fuere, me topé de frente con un tipo al que no había visto en mi vida. Sin embargo, el desconocido se acercó en un alarde de confianza y se dirigió a mí como si me conociese de toda la vida. «¿Compadre?», me pregunté, alzando una ceja y volviendo a escrutar el rostro del hombre. ¿Acaso le conocía y no lo recordaba? La posibilidad existía, pero era muy remota. A excepción del padre Vurlve y los tripulantes del "Monkey D. Garp", mis contactos se podían contar con los dedos de una mano.
Lo cierto era que aquella actitud me comenzaba a irritar. Por un momento me planteé darle un escarmiento. Tanteé un bolsillo interno de la cazadora marrón que había decidido emplear y palpé mi identificación. No me costaría llevármelo a un lugar apartado y darle un buen susto. Sin embargo, cuando estaba a punto de hacerlo su mirada señaló hacia abajo. De forma casi inconsciente, seguí la dirección que me indicaba para encontrarme una identificación muy similar a la mía. No había sido necesario buscar contactos en la isla; ellos habían venido a mí.
Me planteé emplear mi den den para llamar a los reclutas que tenía bajo mi mando, pero enseguida me arrepentí. Debía haber más grupos en el lugar y era necesario encontrarlos. Además, y mucho más importante, que nos reagrupásemos implicaría estar atento a ellos y el mero hecho de pensarlo me agotaba. No, la mejor manera de aprender a desenvolverse era la experiencia; ya me pondría en contacto con ellos más tarde.
Conociendo ya el motivo de tanta confianza, solté mi identificación y disimulé rascándome el pecho por encima de la camiseta blanca que llevaba. Tras eso, metí ambas manos en los bolsillos laterales de mis pantalones vaqueros y sonreí cuanto pude.
-Ya sabes cómo es "El Sermones". Empieza a hablar y no hay quien le pare. Al atracar me ha tenido media hora escuchando cómo se debe lijar una mesa para que la madera no resbale y no queden astillas -dije, dando un paso hacia él y dejando que una mirada seria apareciese un instante en mi rostro. ¿Sería suficiente para que entendiese que lo había visto? Esperaba que sí-. Y ahora dime, ¿dónde está ese bar? Cuando salga de él no va a quedar ni una gota de cerveza. ¡Tengo mucho que contarte!
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